Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

«Argentina, 1985»: ficción y documento

por | Nov 3, 2022 | Cultura

La película dirigida por Santiago Mitre llegó al millón de espectadores. Sigue generando debates respecto a la interpretación histórica. El autor alienta ese debate para una construcción colectiva de sentidos.
La película ha generado un fuerte debate sobre el Juicio a las Juntas y en tornos a las interpretaciones de los sucesos.

El amplio debate suscitado por la película Argentina, 1985 tiene dos niveles, conectados entre sí. Por una parte, el más visible, gira en torno al contenido del filme y se pregunta cómo reconstruye los sucesos históricos que narra. Por otra, el menos visible discute el género y se interroga si a una película de ficción se le puede pedir lo mismo que a un documental. Este segundo debate tiende a impugnar las críticas que aparecen en el primero, al presuponer que a una ficción no se le puede exigir lo que a una investigación histórica rigurosa, incluido el cine documental.

Ambas controversias son atractivas y ricas, y es un mérito de la película haberlas generado. La discusión es fecunda porque activa una de esas preguntas que parecen absurdas: ¿cómo se mira una película?, la cual remite a otras, igualmente “ingenuas”: ¿cómo se lee un libro? ¿Se trata de captar fielmente y reproducir lo que el autor quiso decir o más bien de dejarse sugerir por el texto para pensar lo que sea? ¿El texto es una unidad cerrada (así se nos aparecen físicamente los libros) o forma parte de un torrente discursivo que lo excede y, a la vez, lo hace posible? 

El argumento central más repetido en torno a la película de Mitre es que a la ficción no se le puede pedir la rigurosidad de un documental histórico, pues, por una parte, inevitablemente recorta y, por otra, no está obligada a ser fiel a los hechos, sino que se rige por criterios más subjetivos, como el punto de vista escogido por el director.

PELÍCULA COMO INTERPRETACIÓN

Hagamos el ejercicio de aceptar en principio esa distinción tajante entre ficción y documental. Aun así, creo que el caso de Argentina, 1985 tiene algunas particularidades. En efecto, cabría contraargumentar que el propio filme se presenta como “inspirado en hechos reales”, hace referencia a la historia desde su inicio e incluso contiene elementos documentales, como la reproducción de escenas de la época (el discurso televisado del ministro del Interior), o el bello y emotivo juego entre los actores y las fotos de los “verdaderos” héroes en los títulos del final. Esto, me parece, permitiría atenuar aquella distinción y, por tanto, habilitaría —siguiendo la lógica de esa diferenciación— la exigencia de un mayor rigor histórico.

No obstante, el argumento que me parece más interesante, porque abarca todo el problema de raíz, es el de que la ficción recorta, o que lo hace con más libertad que un documental, que sí tendría la obligación de la “fidelidad” o el apego a los “hechos”. ¿En qué consistiría esa “fidelidad” a los “hechos”? Claro está que si alguien dijera que el golpe de Estado se produjo el 9 de diciembre de 1975, que Videla pertenecía de la Fuerza Aérea, o que el gobierno constitucional estaba encabezado por el Partido Liberal australiano estaría faltando groseramente a la verdad. El problema no está ahí, pues se resuelve fácil. Basta con leer cualquier enciclopedia o libro de historia sobre el tema.

El punto está en otro lado: en que esos “datos” incontrastables no resuelven aquello en donde se juega el corazón de, en este caso, la película: la interpretación de lo que significó histórica y políticamente el Juicio a las Juntas. Esto incluso valdría si la película fuera, de entrada, una “pura” ficción. Por eso una ficción, sin ser fiel a “los hechos”, puede no obstante brindar una interpretación histórica. Así ocurrió por ejemplo con el primer filme que logró una gran repercusión masiva sobre el terrorismo de Estado y los desaparecidos, La historia oficial (Luis Puenzo, 1985). A pesar de ser una ficción, generó también un debate en torno a cómo mostraba la relación de la sociedad civil con la dictadura y los desaparecidos.

Una ficción, sin ser fiel a “los hechos”, puede no obstante brindar una interpretación histórica.

Como dije, constituye un error histórico literal decir que Videla era ya el dictador en, por ejemplo, diciembre de 1975… pero no necesariamente en términos de interpretación política, pues podría argumentarse —también con hechos— que de facto los militares ya dominaban el país. A lo que voy es que no hay hechos objetivos concluyentes, válidos per se, que salden la discusión acerca del sentido histórico-político del Juicio a las Juntas.

Hay algunos sobre los que hay un fuerte consenso académico, es cierto, pero aún así el peso que cada interpretación le de a ese hecho consensuado en la cuenta general del acontecimiento es diferente. Los hechos son decisivos e imprescindibles, son pruebas que hay que brindar, pero no porque tengan un sentido inherente ni porque existan por sí mismos, sino por cómo son construidos e interpretados en cada explicación.

Aun cuando todas las interpretaciones sean rigurosas, esto es, científicas, eso no garantiza que coincidan en cuanto al sentido histórico de los hechos. Por eso la historia y, en general, la ciencia (social), encuentran su motor en el debate riguroso, que por otra parte no concluye nunca, ni siempre se da en los mismos términos.

IMPORTANCIA DE DEBATIR LAS LECTURAS DEL FILM

En definitiva, lo que se está discutiendo es la interpretación que puede leerse en Argentina, 1985 del Juicio a las Juntas. La crítica no busca mostrar que la versión del director es mala, como si el filme fuera una descripción incompleta y parcial frente a otra que sería buena y neutra o, peor aún, completa. Esto no es posible, porque no hay un hecho llamado “Juicio-a-las-Juntas” entero y disponible de antemano con el que contrastar punto por punto, fotograma a fotograma, la descripción que hace la película. (Si es que existe algo así como una descripción neutra, en tanto tenemos que usar el lenguaje para elaborarla: ¿dictadura militar o cívico-militar?)

Una interpretación histórica no es una suma de descripciones, sino a la vez más y menos que ello. Por eso puede encontrarse tanto en una ficción como en un documental, en un cuento como en un libro de historia. ¿Acaso “Casa tomada” no fue una interpretación del peronismo y “Esa mujer”, una del antiperonismo? Por no hablar de géneros más híbridos entre ficción e historia como La novela de Perón. En eso, la ciencia social se parece al cine y a la literatura, ya que debe pasar por la ficción (construir su objeto de estudio o lo que habitualmente llamamos “hecho histórico”) para poder construir —con los fragmentos de lo real— la realidad, de cara a comprenderla/explicarla.

Si nos plegáramos disciplinados a la versión del autor, estaríamos anulando al lector/espectador, que es —como Pierre Menard— el único y auténtico creador.

Por eso me resulta artificioso intentar quitarle relevancia al debate sobre la lectura histórico-política que la película genera… a los ojos de los espectadores. Es una controversia política de gran riqueza, porque al final da lugar a una discusión acerca de cómo se produjo aquello, qué lo generó, cómo transformó a la sociedad, qué relación establecer entre democracia y Memoria, entre legalidad y justicia, etc.

Además, aun cuando nos limitáramos a entender la película como ficción y no como documental ¿cuál sería la interpretación que deberíamos dar por buena? ¿La que quiso transmitir el director? ¿Cómo accederíamos a esa intención?

Por otra parte —y esto valdría para cualquier texto—: ¿por qué deberíamos hacerla propia? Entiéndase: no estoy diciendo que no vale la pena conocer el punto de vista del director, del guionista o de los actores, ni dialogar con ellos o saber qué buscaban con la película o cómo finalmente la entendieron. Estoy diciendo que ello, como con cualquier texto de cualquier género, no nos obliga a cada uno, como lectores o espectadores, a asumir esa interpretación (¿o interpretaciones?) como propia, ni resolvería el problema de la pluralidad de análisis legítimos y rigurosos.

Si nos plegáramos disciplinados a la versión del autor, estaríamos anulando al lector/espectador, que es —como Pierre Menard— el único y auténtico creador.

Javier Franzé

Javier Franzé

Doctor en Ciencia Política. Docente e investigador en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado "El concepto de política en Juan B. Justo" (CEAL, 1993) y otros libros sobre teoría política e historia conceptual.