«Hasta los huesos» (Bones and all), la película de Lucas Guadagnino, reformula dos grandes prohibiciones de nuestra cultura en una obra tan ambigua como ambiciosa. El espejo con “Porcile” de Pasolini
“He matado a mi padre, comido carne humana, tiemblo de alegría”. El silencio horrorizado de los pobladores de una montaña volcánica acompaña las últimas palabras del caníbal al que han dado cacería. La atroz declaración corresponde al personaje principal de «Porcile», película de Pier Paolo Pasolini. El legendario director italiano llevó en 1969 al cine dos temas centrales para la cultura: el parricidio totémico y el tabú del canibalismo.
Cincuenta años después, el también italiano Luca Guadagnino aborda en «Hasta los huesos» estos dos grandes temas en un filme totalmente distinto al de Pasolini, en una obra que se destaca por sobre todas las cosas por ser un abigarrado homenaje al séptimo arte.
«Hasta los huesos» es una road movie y también un filme de coming-of-age, es terror gore y también un intenso drama existencialista. Las referencias son variadas y grandilocuentes. «Paris, Texas», de Wim Wenders o «Badlands», de Terrence Malick. Más acá en el tiempo, la saga híper taquillera de «Crepúsculo» o la premiada «Nomadland». Parece mucho y posiblemente lo sea. «Hasta los huesos» es una obra henchida de pulsión narrativa.
CANIBALISMO COMO METÁFORA SOCIAL
Quizás la ambición visualmente preciosista y súper estilizada de Guadagnino le haya quitado potencia política a «Hasta los huesos». Pero no por ello hay que dejar de destacar su decisión de revisitar y de resignificar desde la cultura popular -porque «Hasta los huesos» es una película destinada al público masivo- uno de los tabúes que nos permite perpetuarnos como especie. No comerás al prójimo. Porque si comenzáramos a devorarnos entre nosotros la civilización se extinguiría en cuestión de días.
¿Por qué sufren los protagonistas de «Hasta los huesos»? Porque el mal que los aflige, ese apetito de carne humana, los condena a la más extrema soledad. Guadagnino, que decidió adaptar la novela de Camille DeAngelis, pinta a sus personajes como seres sufrientes, dañados, enfermos, adictos. No pueden habitar una vida normal, deben estar en constante fuga. Cada vez que sacian su hambre tienen que huir. Y con los años, el apetito se vuelve más demandante.
No pueden habitar una vida normal, deben estar en constante fuga. Cada vez que sacian su hambre tienen que huir. Y con los años, el apetito se vuelve más demandante.
«Hasta los huesos», como «Porcile» de Pasolini, corren el peligro de ser incomprendida. En ambos casos, son obras deliberadamente arriesgadas en términos estéticos. En «Porcile», Pasolini conjugaba el lirismo extremo con la diatriba política, casi panfletaria.
En «Hasta los huesos», Guadagnino decide hacer convivir un lirismo impresionista con escenas literalmente viscerales. El tránsito entre estos dos registros, que son parte de una misma voluntad narrativa, a veces es difícil de “digerir”. Guadagnino es muy consciente del tono dual de su propuesta, de que la ambigüedad pueda alejar espectadores en lugar de atraparlos, pero también se muestra como un director muy seguro de sí mismo y logra dotar a su película de enorme poderío.
La historia de «Hasta los huesos» es la de una adolescente llamada Maren (extraordinaria Taylor Russell) que desde niña lucha contra su propia naturaleza caníbal. Abandonada por su padre, sale en busca de su madre que la dejó cuando nació. En el camino descubre que no es la única persona que sufre lo que ella entiende que es su enfermedad. Los caníbales son pocos, pero existen y están desparramados por toda la geografía. Se reconocen por el olfato y esos encuentros pueden ser muy problemáticos. Por eso un caníbal veterano (Mark Rylance) le advierte a la jovencita que en su casa no se comen entre ellos.
AMOR Y TABU
Así como los caníbales están condenados a la soledad y a la tristeza, también pueden enamorarse. Maren conoce a Lee (Thimotheé Chalamet) y los dos jóvenes inician un romance que los lleva de una punta a la otra de Norteamérica. En el camino deben saciar cada tanto el hambre de carne humana y seguir huyendo.
Gran parte del filme flota entre climas bucólicos que contrastan con esos instantes donde la sangre mancha la totalidad de la pantalla. Guadagnino nos regala jóvenes rostros sufrientes -como los que retrataba Pasolini- para luego lanzarnos a una orgía sangrienta y estremecernos con imágenes potentísimas del goce caníbal (porque quien come carne humana se siente liberado, en éxtasis).
Es una radiografía de la sociedad a la que el sueño americano no llegó. Sucede a fin de los años ’80s, en los Estados Unidos de Ronald Reagan, en pueblos o pequeñas ciudades grises y tristes
Guadagnino logra que suframos por estos jóvenes amantes y a la vez nos distanciemos de ellos en los momentos en que rompen el tabú. Así, lo que aparecía en principio como un desatino, una convivencia problemática de tonos e hilos narrativos se convierte en un acierto que incomoda.
Aclaración: Guadagnino, así como antes Pasolini, no nos ofrece una película de terror ni de horror. Sí, las escenas de canibalismo son espeluznantes, plenamente disfrutables para quienes gusten del gore. Pero Hasta los huesos es un drama existencial protagonizado por almas solitarias y condenadas. Y aunque carezca de la furia política de «Porcile», «Hasta los huesos» es una radiografía de la sociedad a la que el sueño americano no llegó. Sucede a fin de los años ’80s, en los Estados Unidos de Ronald Reagan, en pueblos o pequeñas ciudades grises y tristes. La crítica cultural del texto es evidente. Hasta los huesos es mucho más que entretenimiento de masas.