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¿Por qué leer «Los estudiantes» de Víctor Mercante»?, entrevistas con Graciela Villanueva y Sergio Delgado

por | Abr 20, 2023 | Cultura

La edición de «Los estudiantes» del pedagogo Víctor Mercante ofrece una ficción, con toques de humor e ironía, que bien puede ser un contrapunto del clásico «Juvenilia» de Miguel Cané. Graciela Villanueva y Sergio Delgado, responsables de su publicación, comentan la importancia de este libro olvidado.  

La publicación de Los estudiantes de Víctor Mercante, pedagogo argentino y defensor del laicismo, en 2022, es una gran noticia. Editado conjuntamente por las universidades del litoral y de Entre Ríos, este libro ofrece un retrato ficcionado de la educación argentina de finales del siglo XIX, contrastante con otras obras célebres del mismo tenor. Aprovechamos esta ocasión y oportunidad para dialogar para La Vanguardia con Graciela Villanueva y Sergio Delgado.

Ambos profesores de literatura, con vínculos familiares con la ciudad de Santa Fe y que actualmente dictan clases en París. La reflexión se presenta en dos conversaciones sucesivas: en primer lugar, con la encargada de la introducción, cronología y notas del volumen, y, finalmente, con el director de la colección. Ambos nos ofrecen una mirada sobre la importancia de esta publicación en estos tiempos, sus tópicos y reflexiones.

GRACIELA VILLANUEVA: «CANÉ Y MERCANTE SON SOCIALMENTE MUY DIFERENTES»

Sergio Delgado me contó que trabajaste sobre el libro de Víctor Mercante en un momento especial de la pandemia. Me gustaría comenzar entonces por preguntarte sobre cómo te llegó la iniciativa y qué cuestiones se te presentaron a la hora de pensar y diagramar tu trabajo sobre el libro, que, en mi lectura, me resultó tan minucioso como inteligente.

El trabajo sobre Mercante había sido previsto como un proyecto de investigación para un semestre sabático que mi universidad me había otorgado entre febrero y julio de 2020. Mi idea era viajar a la Argentina y en particular a Paraná y encontrar en ese viaje, en el tiempo consagrado a la investigación y a la reflexión, las claves que me permitieran dar respuesta a la enorme cantidad de preguntas que el texto de Mercante me planteaba. Mi viaje comenzaba el 1ro de abril de 2020. Pero la pandemia hizo de las suyas y obviamente no pude cruzar el Atlántico. Encerrada en mi casa pero con tiempo para pensar y con la ventaja de no tener que andar haciendo cursos acelerados de enseñanza a distancia (ya que ese semestre el sabático me permitía no dar clase y consagrarme enteramente a la investigación), el trabajo sobre el libro de Mercante se convirtió en el eje que organizaba cada uno de mis días. Así fue como se multiplicaron las consultas por mail, teléfono o whatsapp con colegas y amigos de uno y otro lado del Atlántico. Cada día tenía su enigma y las hipótesis para resolverlo venían de ámbitos totalmente diferentes.

Por no citar más que algunos ejemplos, diré que la dialectología, la geografía e incluso una guía de turismo ecológico por el norte de Italia fueron los instrumentos necesarios para entender de dónde venía exactamente la familia Mercante, la historia de los transportes fluviales del litoral argentino me hizo falta para entender qué era “el Pingo” y la física, la química, la matemática, la biología o la teoría musical para comprender la enorme cantidad de referencias de la novela. Y también fue necesario buscar información sobe la ópera italiana (cuyos versos cita el narrador una y otra vez), la cultura popular de fin del siglo XIX (indispensable para entender algunas referencias hoy totalmente incomprensibles), la filosofía, la lexicología, la pedagogía, la historia, la historia argentina, la historia de Paraná en el siglo XIX, etc. etc. etc.  Resulta imposible citar todas las disciplinas que fueron necesarias para acercarme a un desciframiento más o menos completo del texto de Mercante. La clave fundamental fue, por supuesto, la literatura, ya que Los estudiantes es ante todo una obra de ficción, una obra que echa mano a los recursos de la época de Mercante, pero les da una inflexión particular gracias a la distancia irónica que el escritor mantiene con lo que escribe en cada página de esta novela. Cabe destacar que esta ironía está completamente ausente en sus memorias, cuyo título es Una vida realizada, un libro publicado después de la muerte del autor, más de treinta años después de Los estudiantes. Mercante escribió dos textos autobiográficos, pero el recurso a la ficción en Los estudiantes le dio una libertad que de otro modo nunca se hubiera permitido.

Ahora bien: ¿por qué Mercante? La iniciativa había venido de Sergio Delgado, director de la colección El país del sauce y colega mío en la Universidad Paris Est-Créteil. Cuando leí por primera vez Los estudiantes, me di cuenta que había allí un trabajo por hacer, un trabajo para un especialista en literatura. Porque aunque Mercante era un pedagogo, aunque el libro hable de la Escuela Normal de Paraná y de la historia de la formación de los maestros argentinos a fines del siglo XIX, y aunque la trama de la novela se entienda en sus grandes líneas desde la primera lectura, ese libro necesitaba el trabajo crítico de un especialista en literatura y en lenguas para ser leído como creo que merece ser leído. Ese fue el objetivo de los meses consagrados a Los estudiantes y ese es el objetivo de la edición que proponemos.

Las cuestiones que se presentaron a lo hora de diagramar el trabajo fueron muchas y de muy diferente índole, desde descifrar en qué lengua estaba escrita la carta que uno de los estudiantes le envía a un amigo que vive en Italia hasta entender el significado de algunos términos que no figuran en ningún diccionario o saber qué personajes se esconden detrás de algunos nombres propios que hoy no nos dicen nada. Para mí también fue importante entender de dónde venía exactamente Mercante y no sólo entenderlo, sino también visualizarlo. Al enterarme de que el padre del escritor había nacido en el Piamonte, me propuse identificar el lugar de origen. Esto me llevó a la hidrografía piamontesa (para entender qué era el “valle del Besante” de la infancia del narrador) y a la ortografía de los topónimos de la región (para entender que el Zebbedazzi evocado en las memorias de autor es el Zebedassi de hoy). Un poco más tarde el cruce entre una guía de agroturismo y la consulta de Google Maps me permitió constatar que en el punto exacto donde vivió el padre de Mercante (cuyos antepasados, según cuenta el narrador, eran llamados “los Merlines”) hay un hotel que se llama “La Merlina”. Un intercambio de mails hizo el resto, como lo cuento en la nota al pie de mi artículo introductorio: ese hotel se llama así como homenaje a aquellos antepasados del siglo XIX.

«Porque aunque Mercante era un pedagogo, aunque el libro hable de la Escuela Normal de Paraná y de la historia de la formación de los maestros argentinos a fines del siglo XIX, y aunque la trama de la novela se entienda en sus grandes líneas desde la primera lectura, ese libro necesitaba el trabajo crítico de un especialista en literatura y en lenguas para ser leído como creo que merece ser leído. Ese fue el objetivo de los meses consagrados a Los estudiantes y ese es el objetivo de la edición que proponemos».

¿Podés contarnos brevemente de que trata el texto de Mercante y en qué clima literario se inscribe?

En principio es una “estudiantina”, una novela que cuenta la vida en la Escuela Normal de Paraná, y está estructurada en cuatro partes. Las partes 1, 3 y 4, tienen 10 capítulos. La segunda parte, en cambio, tiene 20 capítulos. Teniendo en cuenta que lo que se narra es la vida de un grupo de estudiantes durante cinco años de estudio lo más lógico sería tener cinco partes con 10 capítulos cada una. Pero como la primera edición, revisada por el mismo Mercante, se estructura así, decidimos respetar lo que el autor quiso y no modificar esta organización. La primera y la cuarta parte están organizadas de manera más cronológica. Las dos partes centrales tienen un orden más aleatorio. En la primera parte se cuenta el primer año de estudios, la llegada a Paraná del narrador, Federico Scanavecchia, que es un seudónimo, los primeros contactos, las malas notas que tiene al comienzo, el cambio de actitud y su relación con la persona con la que se aloja, que se llama Rastelli y que también es italiano. En la segunda parte, que es la más larga, se cuenta el segundo año de estudios, la mudanza, los primeros contactos con mujeres, se caracteriza a los personajes más importantes y se cuentan diversos episodios que alternan bromas, diversiones, sesiones de estudio, espiritismo, exámenes. La tercera parte narra los amores del personaje, una vuelta a su casa durante las vacaciones, la visita de Bartolito Mitre a Paraná, y entre otros episodios típicos como el robo de naranjas durante una salida campestre de los estudiantes. Y en la cuarta y última parte –ya están en quinto año de estudio– se cuenta un episodio en el que los estudiantes de rebelan contra los deberes que les hacen hacer y entonces son suspendidos. Aparecen también otros personajes y se cuentan episodios de galanteo. Y termina con los discursos en la fiesta final de egresados y la despedida.

Este es el relato, con episodios típicos de una estudiantina. El contexto en el que se inscribe la novela está marcado ideológicamente por los debates de una época que se caracterizaba por la dicotomía sarmientina de “civilización o barbarie”. Esta dicotomía comenzó a hacer agua cuando los supuestos “civilizados”, los europeos que iban a poblar América, en la realidad cotidiana eran rechazados y comenzaron a considerarse como la barbarie. Hay que destacar que en el contexto inmigratorio hubo momentos de xenofobia, en particular anti-italiana. Y aquí tenemos un texto escrito por un descendiente de italianos y respecto a un colegio donde muchos de los compañeros del protagonista tienen el mismo origen. No es casual que sea así porque es una de las corrientes de inmigración más importantes. La época, además, es la de la expansión del positivismo y de los debates sobre el ateísmo y el darwinismo.

Son elementos que considero en el trabajo crítico. Aquí el contexto literario tiene mucho que ver con lo social. Es una literatura que no puede quedar al margen de los enormes cambios que está viviendo el país. Es decir: el contexto de la inmigración masiva. Lo interesante aquí es que quien toma la pluma es alguien que viene de una familia de inmigrantes italianos.

Me resultó muy iluminador tu análisis paralelo entre Mercante y Cané, entre Los estudiantes y Juvenilia. Quisiera que nos cuentes las cuestiones en que estas obras se asemejan y aquellas otras en las que se diferencian.

Como lo destaco en la introducción, Los estudiantes es una ficción autobiográfica. Sergio Pastormerlo trabaja la autobiografía en Cané y hace una reflexión que me resultó muy interesante: señala que el género autobiográfico, en Cané y los hombres de su generación, revela, más que una opción, una imposibilidad. Pastormerlo ve en la opción por la autobiografía y por su “pacto de verdad” el resultado, no de una elección sino de la imposibilidad de acceder a la ficción. En cambio Mercante accede directamente a la ficción. Elige escribir una novela autobiográfica cuyo personaje no se llama Víctor Mercante. Tiene otro nombre y además se desdobla en varios personajes.

Los clásicos del 80 –dice Pastormerlo– sólo pueden escribir sobre sí mismos, carecen de la posibilidad de acceder a la “impersonalidad” necesaria para ir más allá de este límite. Y esto sucede en una época en que la novela moderna se afirma claramente en “una moral distinta a la moral burguesa y anticuadamente aristocrática de Cané”. La imposibilidad de la ficción es, entonces, según Pastormerlo, una limitación en Cané y los hombres del 80. Sin embargo, Cané escribe. Pero escribe porque tiene un círculo de amigos que va a leerlo. Dice Pastormerlo: “Cané, en 1884, es un escritor sin nombre que, según la mirada de Sainte-Beuve, no debería publicar Juvenilia, y, al mismo tiempo, porque su nombre es Miguel Cané puede publicar ese libro y hasta confiar en que el tiempo lo convierta en un clásico”.

Frente a esto, la posición de Víctor Mercante es completamente distinta. Mercante no aspira a convertirse en un clásico. Por eso se puede llamar Scanavecchia que significa, más o menos: “sin un mango”. Su lugar en la sociedad le da absoluta libertad para internarse en la ficción y multiplicarse en diversos personajes. Y proponer en su novela innovaciones que hasta el día de hoy no han podido ser leídas. Frente a esa estética aristocrática que Josefina Ludmer subrayaba en la obra de Cané, en Mercante hay una profusión de elementos heterogéneos, una mezcla abigarrada de cosas diversas y hasta cierto barroquismo. En ese entusiasmo creativo y cultural desbordante, en una persona a quien la educación le había abierto un mundo, Mercante muestra su originalidad.

Sabemos, además, que Cané y Mercante son socialmente muy diferentes. Cané es el portavoz de los jóvenes elegantes, inteligentes y cultos del Buenos Aires civilizado. Mercante en cambio es un hijo de inmigrantes pobres, con una madre analfabeta y un padre que aprendió a leer cuando ya era adulto. Poco antes de su ingreso a la Escuela Normal de Paraná, Mercante apenas hablaba español. Y si pudo hacer estudios fue porque se ganó una beca y si quiso hacer estudios fue para acceder a un trabajo estable. Esto nos lleva a pensar en la diferencia entre el Colegio Nacional de Buenos Aires y la Escuela Normal de Paraná.

Lo que constato de ese momento, es decir el momento de la escritura de Los estudiantes, es que la escuela de Paraná, fundada por Sarmiento, le dio a Mercante una posibilidad que no hubiera tenido de otro modo. En este sentido la institución, en el contexto argentino de las últimas décadas del siglo XIX, representó una propuesta progresista respecto de cierto tradicionalismo elitista del colegio Nacional de Buenos Aires. Este colegio tuvo rectores renovadores, como Amadeo Jacques, así lo muestra Cané, pero la institución cargaba con el peso de una educación muy tradicional marcada por la iglesia. Poco antes del ingreso de Cané, el colegio estaba dirigido por un sacerdote, José Eusebio Agüero. Fue el rector del llamado colegio eclesiástico. Y fue el primer rector del Colegio Nacional de Buenos Aires cuando fue refundado por Mitre en 1863, que es cuando ingresa Cané.

Otra diferencia entre Cané y Mercante es el humor. Aunque en Juvenilia hay escenas divertidas, no existe para nada el humor corrosivo y, sobre todo, el humor hacia sí mismo, la autocrítica, que predomina en Los estudiantes.

«Cané es el portavoz de los jóvenes elegantes, inteligentes y cultos del Buenos Aires civilizado. Mercante en cambio es un hijo de inmigrantes pobres, con una madre analfabeta y un padre que aprendió a leer cuando ya era adulto. Poco antes de su ingreso a la Escuela Normal de Paraná, Mercantes apenas hablaba español».

En una línea del poema inicial o de presentación de Los estudiantes, se afirma: “Tiempos de la edad descontenta, soñadora y chacotona”. ¿Podes explicar cómo juegan esos tres vocablos en Los estudiantes? En relación con el humor resaltás en particular el análisis de Amaro Villanueva.

Creo que el aspecto soñador y “chacotón” están muy presentes en el texto. Refleja la imaginación, el descontento y también una especie de rebeldía de los estudiantes, de un grupo, y por eso está bien puesto el título en plural. Amaro Villanueva titula su prólogo: “Los cuatro postes de la chacota”. Y creo que es muy importante comprender los diferentes niveles del humor en la novela. Un humor que por un lado es un humor lingüístico, por otro lado es un humor paródico, intertextual (la parodia se apoya en un texto previo), y hay también el humor típico de situaciones graciosas.

Podemos recordar alguna de las escenas más divertidas. Por ejemplo hay una situación donde el narrador dice un disparate sobre Jerjes, a quien confunde con Temístocles. Entonces presenta a Jerjes como un general victorioso de los persas en Salamina y dice que cuando entraron sus hombres en Atenas las mujeres se refugiaron en la catedral. Todo esto hace reír mucho a sus compañeros que en cierto modo lo consideran “un bárbaro” y tendrá que trabajar mucho para remontar esa reputación. Otra escena muy divertida es la calavereada del Quijote para burlarse del casto Urpila y que es una parodia del Quijote y en particular de las escenas donde determinados personajes masculinos se disfrazan de mujeres (por ejemplo, el cura que se viste de doncella en la primera parte de la novela). Otra escena muy cómica es la que gira en torno de un personaje que se llama nada menos que Bragheta y da una catastrófica lección sobre el “ala” de la que sus compañeros se burlan. Como Bragheta es uno de los dobles del autor, la escena puede leerse como una estrategia de Mercante para reírse de sí mismo. Esta anécdota la cuenta Mercante en primera persona en sus memorias. Otra escena muy divertida es una sesión de espiritismo. Los estudiantes quieren saber el tema del examen de Matemáticas que van a tener al día siguiente. Piensan primero en el espíritu de Tales pero finalmente, precavidos, deciden llamar a Galileo. Tienen miedo de no poder entender los que pueda decirles Tales. Ante eso, uno de los compañeros argumenta que los espíritus son políglotas. Entre las escenas más divertida de la última parte de Los estudiantes se encuentra la parodia de la demostración de la tesis darwinista, es decir que el hombre desciende del mono, en boca de un chimpancé en diálogo con un asno. Esto se desarrolla durante una salida al campo de los estudiantes.

Estas escenas, al narrarse de manera sintética, pierden mucho de su efecto, que en la novela se manifiesta sobre todo en el lenguaje, en el juego con las palabras y las relaciones intertextuales. Esta manera de reírse de sí mismo, haciéndole vivir a sus alter-egos situaciones bochornosas, fracasando sobre todo en las lecciones, al querer hablar, o escribiendo poemas totalmente convencionales, sin interés, o componiendo música tan mala que la profesora le sugiere al personaje que abandone la composición y se dedique a otra cosa, todas esas burlas contra sí mismo marcan muy bien el tono de Los estudiantes.

A aquellos que frecuentamos la Escuela Normal (soy docente en la carrera de Historia de la UADER), nos resultan atractivas las evocaciones de la zona que se describe en Los Estudiantes, entre otras, la escuela, los naranjos, la plaza, el sonido de las campanas de la Catedral. ¿Qué podes señalarnos con respecto a las formas que adquiere el texto: autobiografía, novela, relato de viajero o de costumbres?

Me divierte que me hables de tu frecuentación de la Escuela Normal de Paraná. Yo te contesto, como anécdota, que estudié en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Y en lo que tiene que ver con las cuestiones muy particulares de la evocación de la escuela y de la ciudad, ese es uno de los aspectos cuya percepción más afinada me robó la pandemia. Te conté anteriormente que tenía la intención de viajar, de ir a Paraná y de conocer bien visualmente, a través de la experiencia, estos lugares. Y no pude hacerlo.

Por suerte está la literatura de Mercante para evocar esa riqueza y también las notas de Amaro Villanueva para la edición de 1961, y los complementos y actualizaciones en los que colaboró Guillermo Mondejar. Y también el trabajo de Silvina Fernández que estudia justamente la gran capacidad de percepción del contexto por parte de Mercante.

En cuanto al género, me preguntás respecto a la forma que adquiere el texto entre autobiografía, novela, relato de viaje o de costumbre. Aquí vuelvo sobre algunas cosas que dije antes en cuanto a que Mercante no aspira a dar cuenta de una vida sino de algunos años de la juventud. Considerando además que el punto de partida no es un “pacto autobiográfico” sino que está la ficción. No hay una identificación directa entre autor, narrador y protagonista, sino este juego de dobles o de máscaras. Los estudiantes no es estrictamente una autobiografía. El texto de Mercante se relaciona con la novela de aprendizaje o la novela de formación que es un género ficcional afín a la escritura autobiográfica. Y en particular con el sub-género de la “estudiantina”. Entonces a esas memorias del paso del autor por el sistema educativo se suma, en el caso de Los estudiantes, el hecho de que se trata de las memorias del paso del autor por una escuela “normal”. Es decir una institución donde los alumnos se preparan para ser docentes. Entonces los estudios y los profesores son además un espejo del propio futuro del protagonista.

Para terminar, hay que aclarar que cuando decimos novela de aprendizaje decimos, sobre todo, “novela”. Y hay que destacar en este texto de Mercante la polifonía. Le pongo a mi introducción el título de “Una estudiantina polifónica”. Pienso que esto es lo que percibimos, en diferentes niveles, en la novela. Por un lado por la utilización de la lengua, que imbrica una variante muy castiza del español con una serie muy rica de préstamos y neologismos. La presencia de las lenguas extranjeras es muy importante. Hay citas en vasco, genovés, en italiano, en cocoliche, en francés, en latín, en inglés, en alemán. Todo esto da cuenta de esta polifonía y, por otra parte, hay un juego muy interesante en torno del voseo, entre el voseo y el tuteo. Y también una utilización paródica, en todo caso estilizada, del vosotros.

Además de estos aspectos lingüísticos de la polifonía me parece que hay que destacar la creatividad de la novela. El trabajo que hace Mercante por ejemplo con el discurso indirecto libre. Y la simbología onomástica: el juego con los nombres, los apellidos, los apodos, los seudónimos. Además de los juegos intertextuales y la introducción de elementos diversos. Es más o menos convencional en la novela la introducción de cartas o discursos. Hay muchos personajes que hacen y ensayan discursos. Pero en esta novela se incluyen además ecuaciones, partituras musicales, y se narra un episodio a la manera de una opereta. Todos estos elementos son inéditos, o en todo caso poco comunes, en nuestra literatura de principios del siglo XX. Y pienso que quizás esta dificultad, con la profusión lingüística y cultural que plantea Los estudiantes, han hecho que no haya podido ser leída como debe ser hasta ahora. Y en este sentido espero que esta edición permita volver sobre este texto que, sobre todo, es muy agradable de leer.

SERGIO DELGADO: «ALGÚN DÍA DEBEREMOS ESCRIBIR LA HISTORIA DE LOS OLVIDADOS DE NUESTRA LITERATURA»

Sergio, me gustaría que nos cuentes cómo surgió la idea de publicar el libro de Víctor Mercante.

Esta publicación debe mucho al trabajo de Amaro Villanueva. A su incansable curiosidad y su increíble despliegue de políticas culturales. Una lucha por lo que él llamaba, sin falsos alardes, “las cosas nuestras”. Debo precisar que la recuperación parcial de sus archivos, cuando preparábamos la edición de sus obras completas con el equipo de EDUNER, allá por 2010, fue la base de muchos proyectos de la colección.

Amaro había oído hablar de Los estudiantes en Gualeguay “cuando era muchacho”. Tenía ocho años cuando se publicó esta novela por primeva vez en Paraná, en 1908, bajo el seudónimo de Federico Scanavecchia. Amaro supo por su padre, dice –lo que revela una suerte de memoria local– que el autor era Víctor Mercante. Habría que preguntarse por los motivos de la utilización del seudónimo. En ese momento Víctor Mercante, una persona muy seria, lejos de toda “chacota”, organizaba, a pedido de Joaquín V. González (ministro de Instrucción Pública) la futura facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de La Plata. La novela pasó totalmente desapercibida en ese momento, quedando en el olvido, incluso materialmente. No se encontraban ejemplares en ninguna parte.

El segundo episodio tiene lugar en Paraná, en 1935, en la Biblioteca Popular, en el contexto, dice Amaro, de una “animosa renovación”. En aquella época las bibliotecas populares eran un lugar clave para la acción cultural. Basta recordar los tristes sucesos de la biblioteca popular de Gualeguay, algunos años antes, cuando las fuerzas conservadoras la tomaron por asalto expulsando como indeseables a Juan L. Ortiz y Carlos Mastronardi. Valgan como testimonio el poema “Gualeguay” de Juanele, las Memorias de un provinciano de Martronardi y el ensayo La internacional entrerriana de Agustín Alzari.

Casi en el mismo momento, en la biblioteca popular de Paraná, de la mano de figuras como Carlos María Onetti, se renovaba el catálogo, se desempolvaban los libros y se hizo una nueva clasificación. Una tarde, Amaro llega a la biblioteca y lo recibe un Onetti jovial: “Amaro, ¡encontramos el libro de Mercante!” ¿Se da cuenta?”. Ahora bien: ¿cómo conocía Onetti la clave del seudónimo? De esta manera más bien fortuita encuentra Amaro Villanueva la novela material y puede leerla.

«Esta publicación debe mucho al trabajo de Amaro Villanueva. A su incansable curiosidad y su increíble despliegue de políticas culturales. Una lucha por lo que él llamaba, sin falsos alardes, “las cosas nuestras”».

Tercer episodio: en 1961 se realiza una segunda edición de Los estudiantes en la colección “El pasado argentino” que dirigía Gregorio Weinberg, con prólogo de Amaro Villanueva. En este prólogo Amaro rescata entonces este texto, perdido entre la desidia y el seudónimo. Dice algo que me parece fundamental y que toca el corazón de nuestra manera de relacionarnos justamente con “las cosas nuestras”: “Semejante olvido comportaba una múltiple injusticia: para el autor, por tratarse de una novela excepcional dentro de un género en el que hemos venido considerando con carácter exclusivo la Juvenilia de Miguel Cané; para nuestra literatura, a la que se empobrecía sustrayéndole una de las pocas producciones con que la estudiantina cuenta en las letras nacionales; para nuestra cultura, cuya historia perdía el único testimonio literario relativo a la vida estudiantil en la época de oro de la Escuela Normal de Profesores de Paraná; para el lector argentino, a quien quedaba vedado el conocimiento de tan significativa novela de época, que documenta alegremente la vida de la juventud estudiosa de fines del siglo pasado”. En el prólogo a esta edición, Amaro dedica mucho esfuerzo a descifrar las claves de la novela, comenzando por el nombre del autor y de sus alter egos, así como las máscaras de otros personajes. Porque Los estudiantes es una novela clave y en clave.

Aquí comienza nuestra historia con Los estudiantes. Tomamos conocimiento de este libro durante la preparación de las Obras completas de Amaro Villanueva. Fue en ese momento que personalmente leí la novela, en un PDF, con mi tableta y cuando comenzamos a diagramar la colección “El país del sauce” con Guillermo Mondejar, María Elena Lohtringer de EDUNER, al que se sumó luego el equipo de la UNL, Los estudiantes estuvo en carpeta.

Ahora bien: ¿cómo editar esta novela? Enseguida resultó evidente que había que continuar y profundizar el trabajo de Amaro: reparando el olvido y completando el dispositivo de lectura de las claves del texto. Comenzamos a trabajar con Silvina Fernández, especialista en educación, egresada de la UNER, actualmente docente e investigadora de la universidad de Río de Janeiro. Era necesario comprender el sentido de este “testimonio literario” respecto de la Escuela Normal de Paraná” anunciado por Amaro. Pero enseguida necesitamos de una lectura desde la complejidad textual de la novela. Así en 2020 se incorpora Graciela Villanueva que se hizo cargo de todos los aspectos de la edición, generando una guía lexical y notas de lecturas que, me parece, le dan una nueva vida al texto.

¿Qué te parece a vos que aporta la publicación de Los estudiantes?

Dos cosas se me ocurren ahora: incorporar este texto, que tiene un valor singular, a nuestra literatura y dar cuenta también de la historia de su lectura, contra el olvido. Algún día deberemos escribir la historia de los olvidados de nuestra literatura. Para decirlo en clave scanavecchiana: terminar con la chacota.

Fabián Herrero

Fabián Herrero

Doctor en Historia e investigador del CONICET (UBA-Ravignani). Docente en UADER. Publicó más de diez libros de poesía e historia. Entre los últimos podemos destacar, "Quién no le tiró una piedrita al mundo" (Alción, 2020), "La luna tiembla en mi cuerpo de agua" (Barnacle, 2021), "Días como perros perdidos" (Barnacle, 2022), "La nube es una flor que arrancó sus raíces" (UNL, 2023) y "El Fraile Castañeda, ¿el “trompeta de la discordia”?" (Prometeo, 2020).