La novela del argentino Hernán Díaz, que ganó el Premio Pulitzer, desarrolla con elegancia los tópicos del capital, el individualismo y la moral protestante, es decir el ADN sobre el que se levantó Norte América, para acabar regalándonos apuntes llenos de sensibilidad y belleza sobre el rol de la mujer.
¿Cuántos textos autónomos conforman Fortuna, la novela de Hernán Díaz? ¿Cuántos puntos de vista dialogan entre sí para dibujar un retrato tan acabado del capital financiero norteamericano en sus momentos más traumáticos, como fue el crac de Wall Street de 1929?
Fortuna, que en inglés se llama Trust, es una novela polifónica y poliédrica. Podríamos incluso afirmar que, a todas luces, es un exponente magnífico de aquello que los críticos gustan etiquetar como “gran novela americana”. Leída desde nuestros confines, lo que llama en principio nuestra atención es que esta obra, inscripta en esa frondosa tradición norteamericana, fue escrita por un argentino en inglés.
Díaz nació en nuestro país, vivió en Suecia con sus padres en tiempos de la dictadura, se formó en instituciones educativas de Buenos Aires y desde hace 25 años, es decir la mitad de su vida, vive en Nueva York. Su amor por la literatura anglosajona lo llevó hacia al Norte y con su segunda novela publicada recibió el reconocimiento más prestigioso del mercado estadounidense: el Pulitzer.
La narrativa de Díaz tiene el oficio de un consumado orfebre.
En entrevistas concedidas en las últimas semanas a medios argentinos, Díaz explicó que su interés fue escribir una novela sobre el dinero, sobre personas extremadamente millonarias, y sobre el funcionamiento del sistema bursátil que llevó a la ruina a generaciones enteras e hizo enormemente ricos a unos pocos.
El autor realizó un arduo trabajo de investigación y descubrió dos datos que luego serían clave a la hora de enfrentar su desafío.
EL CAPITALISMO SIN MUJERES
El primero: casi no hay libros que hablen del dinero y de cómo se amasaron las principales fortunas, como si para los estadounidenses la naturalización del proceso de creación y multiplicación de valores fuera imposible de ser puesta en duda. Y aunque Fortuna no es una novela marxista, resuena una crítica al capitalismo en su estado más abstracto. El economista y filósofo marxistas Alfred Sohn Rethel sostenía que el razonamiento matemático debió haber surgido en el momento histórico en que el intercambio de mercancías se convierte en el agente de la síntesis social, un punto caracterizado en el tiempo por la introducción y la circulación de la moneda acuñada.
El segundo descubrimiento que hizo Díaz en su investigación es que, en las biografías de los hombres más ricos del mundo, sobre todo aquellos del sector financiero, no hay mujeres. Atento a estos dos hechos, Díaz se lanzó a escribir una historia llena de cajas chinas, construyó un artefacto literario complejo y súper imaginativo, cuyo fin fue poder averiguar cómo fue ese proceso de surgimiento, caída y resurgimiento del capital financiero y qué rol tuvieron las mujeres en todo esto. Porque si Fortuna tiene un personaje principal masculino, un poderoso millonario genio de la Bolsa de Valores, éste tiene como contrapartida dos personajes principales femeninos que cumplen roles trascendentales: la figura enigmática y la detective que persigue el secreto a lo largo de los años.
CAJAS CHINAS
El trabajo de Díaz es notable porque no solo inventa desde cero una ficción -su novela- sino que crea varias ficciones sobre el hecho principal que dentro del libro que nos ocupa funge como la «realidad». Por ende, Fortuna es un libro que repiensa el concepto de ficción y realidad, y discute los distintos mecanismos sociales que hay en juego en cada tiempo histórico por imponer la verdad. El lector de Fortuna terminará haciendo el trabajo detectivesco junto a uno de los personajes femeninos importantes para resolver un enigma fundamental (y fundante).
Repasemos la estructura de Fortuna que está enunciada al principio mismo de la novela. Tenemos un financista temido y admirado, Andrew Bevel y su esposa, una mujer tan misteriosa como él, llamada Mildred. Hay una novela escrita por un tal Harold Vanner sobre este matrimonio. Este texto es el primero que nos encontramos en Fortuna y la novela dentro de la novela se llama “Obligaciones”. Luego están unos borradores, que el lector no sabe bien qué vienen a significar dentro de Fortuna, firmados por el propio Bevel y titulados “Mi vida”. En ellos se alude a más o menos los mismos hechos, pero con una prosa menos acabada y, quizás por sus imperfecciones, suena desesperado.
Y aunque Fortuna no es una novela marxista, resuena una crítica al capitalismo en su estado más abstracto.
Hay una tercera parte llamada “Recuerdos de unas memorias”, la mejor sin dudas, donde irrumpe Ida Partenza, la secretaria de Bevel que redacta aquel borrador obedeciendo el ánimo de revancha del poderoso hombre de negocios, quien necesita hacer justicia con la memoria de su esposa fallecida respondiendo a la novela de Vanner. Hija de un inmigrante italiano anarquista, este personaje es el corazón de la novela. Tiene la responsabilidad de averiguar realmente cómo fueron los hechos y, sobre todo, de dilucidar quién fue Mildred Belver, una mujer que no cumplió ninguno de los roles esperados para ella, ni siquiera tuvo hijos. Pero que tuvo más poder del que cualquier hombre podría reconocerle.
Ida Partenza redacta sus recuerdos de las memorias de Bevel muchas décadas después de la muerte del millonario, mezclando un aquí y ahora de su madurez con sus apuntes íntimos de la juventud en la que estuvo al servicio de Bevel. Es dable pensar que la actriz Kate Winslet encontró en el personaje de esta chica lúcida que ha debido crecer con un padre demasiado presente el combustible para comprar los derechos de la novela y comenzar la producción de una miniserie que la tendrá como protagonista. Los giros de la vida de Ida Partenza la llevan a convertirse en la escriba de un millonario que representa todo aquello que su padre odia. Una trama que es en sí misma deliciosa.
LA LUCIDEZ DE LA PERSPECTIVA
Por último, Díaz nos ofrece una gema: “Futuros”, los diarios de Mildred Bever, escritos desde una clínica en Suiza donde dio batalla en vano al cáncer. Lo que aparece en estas últimas páginas son palabras cargadas de la lucidez que da el dolor. Podemos leer, como quien espía una escena prohibida: «Todo diarista es un monstruo: la mano que escribe y el ojo que lee proceden de cuerpos distintos». O esta otra frase: «Me ha atacado el dolor. He tenido que tumbarme bajo un árbol. No me acuerdo de la última vez que me tumbé en la hierba, en las hojas, en el liquen. He apoyado la cabeza en el regazo de Enfermera. Me ha acariciado el pelo. Sonidos dulces, húmedos y aromas de la tierra. Bancos de nubes sobre el cielo liso. Debe haber pensado que mis lágrimas eran de dolor».
La narrativa de Díaz tiene el oficio de un consumado orfebre. Une y cincela cada una de estas voces contradictorias e interesadas por imponer una verdad -como el dinero- en una gran novela que desarrolla con elegancia los tópicos del capital, el individualismo y la moral protestante, es decir el ADN sobre el que se levantó América, para acabar regalándonos unos apuntes llenos de sensibilidad y belleza sobre el rol de la mujer en la construcción del capitalismo más fuerte del mundo. No de todas las mujeres, pero sí de una muy decisiva, que seguramente no fue la única.