«El bosque de la noche», de Djuna Barnes, es la primera novela que incluyó un personaje no binario. Fue un boom en su tiempo. La escritora, un ícono. El libro fue reeditado con prólogo de la escritora feminista Siri Hustvedt, que logra poner el fondo del libro en foco.
“La muñeca y el inmaduro tienen algo de bueno: la muñeca porque se parece a la vida, pero no la contiene, y el tercer sexo porque contiene vida, pero se parece a la muñeca. ¡Ese rostro bendito! Debería verse sólo de perfil, de lo contrario nos damos cuenta de que es la conjunción de dos mitades hendidas e idénticas de aprehensión asexuada”.
Una pregunta para romper el hielo. ¿Puede una novela encontrar a sus lectores cien años después? Es posible que esto suceda con «El bosque de la noche», de Djuna Barnes, editada en 1937 y escrita diez años antes en el vértigo modernista de los años locos parisinos. Sin embargo, nada es claro en esta novela que tiene los colores, los ruidos, los aromas y los peligros de la noche.
Seix Barral decidió rescatar «El bosque de la noche» con una edición prologada por Siri Hustvedt, que se suma al histórico prólogo que escribió T. S. Eliot para la primera edición de la novela de Barnes.
La decisión de aumentar el volumen de páginas con una mirada de una autora contemporánea y feminista es más que oportuna. La propia Barnes, que se recluyó gran parte de su vida en un departamento neoyorquino, dejó trascender que Eliot en verdad no había sabido aprehender la esencia de «El bosque de la noche». Hustvedt sale al rescate de esa verdad que Eliot no pudo leer entre líneas.
La escritora estadounidense nos confiesa que a lo largo de su vida releyó «El bosque de la noche» muchas veces porque se trata de una obra tan pletórica de sentidos que se van volviendo aprensibles en las distintas etapas de la biografía de cada lector. Sin dudas una escritora de hoy sabe mejor qué hacer con la propuesta de Barnes que un hombre de aquel entonces, e incluso que una mujer de hace un siglo.
INTERPELAR AL SUJETO MODERNO
El sujeto que Barnes interpelaba en sus páginas barrocas y poéticas era sin dudas un sujeto de la modernidad. Hombres y mujeres diseñados para procrear y perpetuar la especie. Barnes fue una pionera, luego de ella aparecieron los booms del feminismo, de los estudios de género y queers.
Pero los conocimientos de los que hoy disponemos no hacen de «El bosque de la noche» un libro accesible. En absoluto. Leerlo es adentrarse en la oscuridad de los deseos más desesperados y eso nos acerca a las profundidades de la poesía. Hay que releer (en voz alta) para encontrar el sentido porque Barnes, de tanto romper con las ideas asumidas como normales, conduce al lector hacia el reino de las aporías.
El argumento. Una mujer andrógina (Robin) es deseada primero por un hombre (Félix), con quien tiene un hijo al que ella rechaza y luego es amada por dos mujeres (Nora y Jenny). Sí, la historia de un triángulo lésbico fue escandalosa en su tiempo.
Pero hay mucho más porque gran parte de la información le llega al lector de boca de un doctor (Matthew O´Connor) que ha vivido toda su vida con una identidad no binaria sin amar ni ser amado. Ni homosexual, ni heterosexual, ni hombre, ni mujer, es más bien como una muñeca que no tiene un ombligo que la vincule con la sexualidad. A él acuden las “víctimas” de la mujer andrógina y el doctor lleva al extremo la imaginación extenuando los significados.
La potencia vanguardista de El bosque de la noche se evidencia en el hecho de que por primera vez un escritor (¡una escritora, mejor dicho!) inventó un personaje no binario.
“El hombre -dijo Nora, con un temblor en los párpados-, supeditándose al miedo hizo a Dios; del mismo modo que la criatura prehistórica, supeditándose a la esperanza, hizo al hombre… al enfriamiento de la tierra, a la recesión del mar. Y yo, que deseo poder, elegí a una chica que parece un chico”, expresa la protagonista de la novela, alter ego de la autora, quien escribió el texto después de la ruptura con la escultora Thelma Wood, quien fue el amor de su vida.
“Exacto -dijo el doctor-, nunca antes habías amado a nadie, y nunca más volverás a amar a nadie como amas a Robin. Muy bien… ¿qué es este amor que sentimos por el invertido, chica o chico? Era de ellos de quienes se hablaba en todas las novelas que hemos leído. La muchacha perdida, ¿no es acaso el príncipe encontrado? Ese príncipe encima de un caballo blanco que siempre hemos estado buscando. Y el hermoso muchacho es una doncella ¿no es tal vez el príncipe-princesa vestido de encaje? ¡Ninguno de los dos y la mitad del otro, la imagen pintada en un abanico!”.
ICONO DE ESCRITORAS LESBIANAS
Barnes se convirtió en un ícono para las escritoras lesbianas; aún pululan las anécdotas de las innumerables veces que Susan Sontag, Anaïs Nin o Carson McCullers intentaron hablar con ella, montando guarda en su casa, sin éxito alguno porque Barnes por entonces era toda una persona ermitaña y misántropa (vivió sus últimos 41 años recluida).
La potencia vanguardista de «El bosque de la noche» se evidencia en el hecho de que por primera vez un escritor (¡una escritora, mejor dicho!) inventó un personaje no binario. Barnes termina por elegir -como la voz de mando de su historia- al doctor O´Connor, este ser fuera de toda regla, que no puede ser el actor principal porque su vida ha sido anulada, pero es el testigo de un tiempo que es la suma de los tiempos, de un amor que es todos los amores, de un deseo que es único y divisible.
“¡La última muñeca, la que te ofrecen de mayor, es la chica que hubiera debido ser un chico, y el chico que hubiera debido ser una chica! El amor por esta última muñeca ya estaba anunciado en el amor por la primera”, le hace decir Barnes al doctor O´Connor para correr el velo de misterio que cubre la afirmación que abre este artículo. “¿Por qué crees que me he pasado casi cincuenta años llorando en los bares, si no porque soy una de ellas?”, agrega O´Connor, el primer personaje no binario que irrumpió en la literatura hace cien años.
Hoy, gracias a esta reedición de «El bosque de la noche», podemos sacarlo de la preciosa casa de muñecas en la que permaneció guardado todo este tiempo.