La prestigiosa escritora y traductora María Julia De Ruschi reseña el último libro del poeta e historiador, asiduo colaborador de «La Vanguardia», Fabián Herrero. La nube es una flor que arrancó sus raíces (ediciones UNL, 2023) está signado, como ella misma nos dice, por la levedad y la gracia.
Fabián Herrero (Santa Fe, 1965), el autor de La nube es una flor que arrancó sus raíces (ediciones UNL, 2023) es doctor en Historia, docente e investigador. Empezó a publicar poesía muy joven y cuenta con una obra numerosa, por lo general plaquettes o libros no demasiado voluminosos y una antología editada en 2020, Quien no le tiró una piedrita al mundo. Poemas, 1988-2018. Sus poemas se destacan por su diafanidad y su poder de sugerencia. Surgen de la contemplación y se ofrecen al lector como semillas de contemplación. Se ha asociado su escritura al haiku, poema breve, pincelada rica en resonancias.
Hay dos palabras que pueden darnos la clave para aproximarnos a este libro: la levedad y la gracia. Evocan la hermosura y la dicha, y también la gratuidad de esa hermosura y de esa dicha. Agregaría que, de inmediato, remito la palabra “gracia” no tanto a un concepto como a una imagen dinámica, la de las tres gracias que danzan. La de una trinidad que encierra o despliega un misterio de amor.
Decir que estos poemas son transparentes no significa en absoluto que sean de fácil comprensión. No apelan tampoco a la comprensión, sino probablemente a despertar nuestra capacidad de ensueño. Su naturaleza cristalina surge de su dinamismo. La opacidad, lo incomprensible, aparecen cuando hay resistencia al dolor y a las metamorfosis permanentes de la naturaleza. Nada más contrario a esta poesía. La flor se arranca a sí misma, no padece violencia, ella misma se ofrece a la transitoriedad de la nube, la nube que se volverá el agua que dará de beber a una nueva flor.
Decir que estos poemas son transparentes no significa en absoluto que sean de fácil comprensión. No apelan tampoco a la comprensión, sino probablemente a despertar nuestra capacidad de ensueño. Su naturaleza cristalina surge de su dinamismo.
El poeta también se “arranca” de sí mismo: “Para ver / todo el cielo, estoy quemando / mi casa”. La luz reside en lo más hondo o en el centro de todo lo que existe, y todo movimiento, incluso todo desgarramiento, no hace otra cosa sino revelarla. De distintas maneras, tanto la flor como la nube, la casa como su incendio, son signos de la fugacidad de la belleza, que es belleza en tanto fugacidad, en tanto danza. Desplegar ante nuestros ojos esta danza de la gracia, permitirnos escuchar el canto de la naturaleza, es el don de esta poesía: “Mis sueños no hablan / con nadie lo que hablan / conmigo”
Asume Fabián Herrero, de este modo, no solo el arrancarse de su historia personal, los lugares y el resplandor de la infancia, sino también da cuenta del mundo circundante: “Invierno y pobreza. Miro la noche / en todas partes. También arriba / veo muchos ojos tristes.”
La nube es una flor que arrancó sus raíces es un libro articulado en zonas, las correspondientes a la casa de la infancia, a su barrio, a su provincia natal, Santa Fe, al río. Desde la casa de la infancia con su jardín y su araucaria (casa y árbol símbolos de la madre) se inicia un proceso de desasimiento que no cancela el vínculo afectivo, sino que lo transfigura: “Hundido / en silencio. Abrazado / al cuerpo de un instante” La contemplación bendice con los valores de la intimidad todo lo que nos rodea: “En la palma / de la mano reluciente / del cielo / una nube le sonríe al sol, / y pasa”.
En su opción por lo inasible, través de una alquimia interior, cada uno de estos brevísimos poemas nos ofrece la posibilidad de un retorno a nuestro centro, una epifanía del estado edénico y una vislumbre de la noche, cuyo ojo es la luna.
Los poemas de Herrero se destacan por la justeza de su expresión y por la hondura de la experiencia que evocan. Sin duda su escritura estuvo acompañada de un proceso de perfeccionamiento espiritual cuyo fruto es una poesía cada vez más honda, transparente y mágica. La nube es una flor que arrancó sus raíces no se aparta de lo cotidiano, pero ignora su banalidad. A cada instante, en todo lugar, nos dice página a página este libro, podemos ser artífices de un milagro. Un milagro de alta poesía que reverbera como un diamante ante nuestros ojos agradecidos. Como dijo el gran poeta y humanista Arturo Marasso: “El vestigio, la multiplicidad de la tierra, el poema de concertado número, nos ponen en presencia de la actividad ordenadora, de ese deseo de perfección [que] nos lleva a penetrar en el propio ser, en lo que tiene de esencial, en una aspiración a conciliar en su totalidad nuestro mundo menor y el universo”.
(de Fabián Herrero, La nube es una flor que arrancó sus raíces)
Abre sus ramas, sus cabellos
de colores. La araucaria amanece
cantando.
Hermosa nube
sobre mi cabeza. Hoy seré
tu sombra.
Las dos fingen
bellamente. Lo que canta el viento
de primavera, mi madre
lo escribe.
La nube es una flor
que arrancó
sus raíces.
En la palma
de la mano reluciente
del cielo,
una nube le sonríe al sol,
y pasa.
¿También somos hermosos?
En nosotros la noche, camina envuelta
en aroma a jazmín recién cortado.
En su luz,
la araucaria, hermosa
y despeinada.
Invierno y pobreza. Miro la noche
en todas partes. También arriba
veo muchos ojos tristes.
Caminan, sin ver caer
encima, flores
de silencio.
La luna respira
y sonríe, como si
en su cabeza escuchara
música.
Parecida
a una suavidad
que cae, la luna de nadie
que floreció
un verano.