Juan B. Justo y la herencia de un socialismo democrático
Juan B. Justo tiene un lugar privilegiado en la tradición del socialismo democrático en América Latina. El Partido Socialista fue heredero dilecto de su pensamiento, con sus claroscuros y tensiones.
El 8 de enero de 1928 una noticia sacudió Buenos Aires y conmovió las filas del socialismo argentino. Había muerto Juan B. Justo, quien era a la vez referente intelectual, figura pública y líder indiscutido del Partido Socialista (PS).
Es difícil exagerar el papel de Justo en la historia del socialismo argentino. Aunque esa historia pueda remontarse a Esteban Echeverría y la Generación del 37 y encuentre un punto de consolidación en la difusión sistemática del marxismo por parte del periódico El Obrero dirigido por Germán Avé Lallemant, fue a partir del liderazgo de Justo que se establecieron los rasgos que marcarían el derrotero del PS. En primer lugar, y como director de La Vanguardia desde su inicio, Justo transformó al periódico en promotor permanente de la fundación de un partido socialista. En segundo lugar -y es este el punto que deseo profundizar en esta columna necesariamente breve- impulsó “la” definición clave en la historia del partido: la que afirmaba que la democracia no constituía un simple recurso táctico orientado a acumular fuerzas para futuras acciones insurreccionales sino “el” camino para construir el socialismo. Más aún, subrayaría más adelante, la democracia no era solo el camino al socialismo sino parte inescindible de él.
[blockquote author=»» pull=»normal»]La afirmación democrática era en Justo deudora de un fuerte societalismo.[/blockquote]
Esta valoración de la democracia, vale recordarlo tras el año en que se cumplió el centenario de una Revolución que marcó la principal divisoria de la historia del movimiento socialista internacional, suscitaría su fuerte denuncia del “fanatismo autoritario” de un régimen bolchevique que habría proclamado “la dictadura del proletariado, dictadura que no podía ser la de un partido determinado o, peor aún, la de los jefes de ese partido”. Las críticas de Justo no se limitaban a lo político o lo ético sino que alcanzan también lo económico y educativo: la dictadura, afirmaba, era un recurso de excepción que hacía a los sujetos pasivos y les impedía desarrollar sus capacidades; la dictadura amenazaba las instituciones económicas que el pueblo había ido desarrollando, como las cooperativas.
La afirmación democrática era en Justo deudora de un fuerte societalismo. En vena marxista señalaba que la clave del orden social se hallaba en la sociedad civil y no en la superestructura política, por ello consideraba absurdo apelar al Estado para construir desde arriba una sociedad perfecta, la que solo podía surgir de una larga tarea de educación del pueblo trabajador. Justo evaluaba que la participación política era imprescindible para democratizar el Estado, pero no consideraba que esta transformación constituyera el cambio decisivo; por el contrario, valoraba a las instituciones democráticas como salvaguardas que permitían la profundización de la verdadera revolución, que tenía lugar en la sociedad civil.
Pero Justo no se limitaba a plantear una defensa genérica del socialismo democrático sino que trazaba hipótesis respecto a su modo de construcción en la Argentina. Sostenía que la sociedad argentina, aunque era formalmente republicana, excluía a los sectores populares de la escena política. Frente a ello, afirmaba, la lucha de clases no debía orientarse solo a obtener mejoras en las condiciones de vida, sino a imponer verdaderamente el sufragio universal. Justo consideraba que el PS debía asumir tanto las banderas de un partido de clase como las propias de una fuerza popular democrática; tomar a su cargo la defensa de los intereses de la clase obrera pero también la misión democratizadora de enfrentar al sector terrateniente y a los sectores que controlaban el aparato estatal, transformar la estructura social y el sistema político argentino.
[blockquote author=»» pull=»normal»] Justo consideraba que el PS debía asumir tanto las banderas de un partido de clase como las propias de una fuerza popular democrática. [/blockquote]
Como todas, la figura de Justo no está exenta de claroscuros. Se ha cuestionado un evolucionismo que diluía las contradicciones propias de todo proceso de transformación social; un sociologicismo que, al asociar mecánicamente fuerzas políticas y actores sociales, le impidió percibir el papel histórico de fuerzas como el anarquismo y el radicalismo yrigoyenista; un racionalismo que no le permitió apreciar la importancia de la dimensión simbólica de la política; e incluso un exceso de societalismo, que le hizo minusvalorar la productividad política del Estado y alejó al PS del “problema del poder”. Y, sin embargo, el socialismo democrático debe reclamar como suya la herencia de Justo como fundador de un PS que aunó, por primera vez en la historia Argentina, afirmación de la libertad y lucha por la igualdad. Así lo hizo Alejandro Korn cuando, a horas de su muerte, saludó en Justo al iniciador de la educación democrática del pueblo y al introductor de la idea de justicia social en el pensamiento argentino. Así lo hicieron décadas después José Aricó y Juan Carlos Portantiero al apelar a su figura para pensar la refundación de un espacio socialista, democrático y pluralista. A casi noventa años de su muerte tal vez sea interesante volver a mirar a Justo, no con el fin de buscar respuestas para un tiempo que no es el suyo, pero sí con el de pensar como plantarse creativa y valientemente ante problemas que nuestro presente, como antes el suyo, no deja de plantear: ¿cómo unir la interpelación ciudadana con la representación de sectores postergados de la sociedad?, ¿qué vínculo establecer con el movimiento obrero?, ¿cómo enlazar la participación en instituciones como el Parlamento y las legislaturas con la movilización en las calles?, ¿cómo situarse ante un escenario polarizado entre opciones políticas que se rechazan? En esas preguntas hallaremos su legado.