La historia nos ha enseñado que los virus no sólo atacan cuerpos: también infectan imaginarios, alimentan miedos y potencian odios. Se construye un sistema de representaciones que no es aislado y ni mucho menos inocente.
El libro recientemente publicado por el historiador Renzo Molini “Peste, flagelo y muerte: Narrativas del estigma sobre el VIH en la prensa argentina de 1985”, expone con crudeza cómo el VIH fue, desde sus primeros momentos, mucho más que una cuestión médica: fue una herramienta para segregar, señalar y condenar.
Molini indica que “el VIH fue una excusa para radicalizar los discursos de odio contra las poblaciones disidentes”, particularmente hacia las personas homosexuales, migrantes, mujeres (prostitutas) y usuarios de drogas. El recorrido que realiza a través de 200 artículos periodísticos, demuestra cómo los principales diarios argentinos de la época contribuyeron a asociar la enfermedad a la inmoralidad, reforzando prejuicios y discriminaciones históricas. Este estigma que vemos consolidarse a través de los titulares periodísticos, nos explica el autor, tiene dos dimensiones, es cultural y social.
El recorrido que realiza a través de 200 artículos periodísticos, demuestra cómo los principales diarios argentinos de la época contribuyeron a asociar la enfermedad a la inmoralidad, reforzando prejuicios y discriminaciones históricas.
CASTIGO DIVINO
En un contexto de recuperación democrática, la prensa hegemónica argentina —aun sin censura directa— no cuestionó esas narrativas. Por el contrario, las reprodujo y amplificó. Como explica Molini: “La enfermedad no era solo un hecho biológico: se construía como un castigo moral, como un juicio social sobre ciertos modos de vida”. Sostenido principalmente por los sectores conservadores, quienes veían en el VIH una especie de castigo divino
Este trabajo se estructura en cuatro capítulos, en los que analiza el rol del modelo médico hegemónico, el impacto del estigma sobre la comunidad gay, la violencia simbólica contra las personas trans —invisibilizadas o degradadas en los medios—, y la criminalización de las mujeres afectadas por el virus. “Ligeras, putas y drogadictas” eran algunas de las etiquetas con las que los diarios de 1985 intentaban explicar el avance de la enfermedad.
Hoy, casi 40 años después, estos análisis son más urgentes que nunca. Mientras ONUSIDA, en su campaña mundial “Let Communities Lead” (2024), insiste en que el fin de la epidemia sólo será posible si se derriban las barreras del estigma y la discriminación, en Argentina asistimos a un alarmante retroceso.
RECORTE INHUMANO
El gobierno de Javier Milei ha implementado recortes brutales en políticas de salud pública y programas de prevención del VIH. Según la Fundación Grupo Efectivo Positivo (FGEP) el recorte llega a un 54,31% para la políticas de respuesta la VIH, Hepatitis Virales, ITS y TB respecto al 2024, se han reducido partidas destinadas a la compra de medicamentos antirretrovirales, campañas de testeo y educación sexual integral.
Más grave aún, desde el poder se alientan narrativas de odio que apuntan a minorías sexuales, mujeres, personas migrantes y pobres. Se pretende reinstalar la idea de que ciertos cuerpos, ciertas identidades, ciertos modos de vida son prescindibles. Como advierte Molini: “Se está reconstruyendo un sentido común donde hay vidas que valen menos”.
Desde el poder se alientan narrativas de odio que apuntan a minorías sexuales, mujeres, personas migrantes y pobres. Se pretende reinstalar la idea de que ciertos cuerpos, ciertas identidades, ciertos modos de vida son prescindibles.
Hoy en día, en Argentina, la compra de los insumos necesarios recaen en las provincias, generando a nivel nacional inequidades a lo largo del territorio que afecta a quienes más los necesitan. El 65% de la personas con VIH se atienden en el sistema público, y 70.000 personas reciben tratamientos antirretrovirales según los datos publicados por Fundación Soberanía Sanitaria. La falta de acceso a medicación, atención médica o prevención adecuada representa un riesgo sanitario y una vulneración flagrante de los derechos humanos.
CAMBIO CULTURAL
Trabajar transversalmente el tema del VIH significa entender que no basta con repartir preservativos o fomentar el testeo: se trata de transformar la cultura, derribar prejuicios, garantizar el acceso igualitario a la salud, construir comunidades donde nadie quede atrás. Como señala ONUSIDA: “Las comunidades deben liderar la respuesta”, porque sólo desde un enfoque basado en derechos humanos podremos erradicar la epidemia.
Molini es claro en lo que expresa a través de su trabajo: “La salud no es un estado individual: es un proceso profundamente cultural y social”. No podemos permitir que los objetivos económicos actuales naturalice el abandono, ni que la crueldad se disfrace de meritocracia.
Hoy más que nunca, debemos defender los derechos conquistados: acceso universal a medicamentos, campañas de prevención inclusivas, educación sexual integral en las escuelas, y respeto irrestricto a todas las identidades y cuerpos. El ataque al derecho a la salud es parte de una embestida más amplia contra todos los derechos humanos.
Debemos defender los derechos conquistados: acceso universal a medicamentos, campañas de prevención inclusivas, educación sexual integral en las escuelas, y respeto irrestricto a todas las identidades y cuerpos. El ataque al derecho a la salud es parte de una embestida más amplia contra todos los derechos humanos.
Cada nota estigmatizante, cada silencio cómplice, cada recorte presupuestario, deja una herida que nos condena a repetir la historia. Recordar, estudiar, denunciar: son actos de resistencia. Porque el VIH no discrimina. Las sociedades sí. Y porque cada vida arrebatada por la exclusión es una derrota colectiva.
La memoria es necesaria para entender nuestra realidad y la desconstrucción del odio es una forma de resistencia. El acceso a los derechos debe ser el centro de cualquier proyecto de sociedad que quiera llamarse humana.
El anuncio de las medidas económicas de “shock” por parte del Ministro Luis “Toto” Caputo mostró la hoja de ruta del nuevo Gobierno. Devaluación, pobreza, alta inflación, apertura indiscriminada de la economía, impuestazo y más endeudamiento.
Migajas para los sectores populares. Duplicación del monto de la AUH (cuando la inflación proyectada para 2024 se estima en 300%) y un 50% de incremento de la tarjeta alimentar (alimentos que se estima se incrementarán en más de 100% entre diciembre y febrero sin contar los aumentos acumulados tras la estampida de precios de noviembre).
Se eliminaría la fórmula jubilatoria para que el magnánimo Gobierno pueda otorgar discrecionalmente aumentos que impidan la pérdida de poder adquisitivo de los beneficios (Milei en mood Papa Noél).
«Se eliminaría la fórmula jubilatoria para que el magnánimo Gobierno pueda otorgar discrecionalmente aumentos que impidan la pérdida de poder adquisitivo de los beneficios»
El retorno de la cuarta categoría del Impuesto a las Ganancias, merece un apartado más detallado.
El impuesto a las Ganancias o a los altos ingresos es uno de los impuestos más progresivos que existen y se aplica en casi todos los países del mundo, por lo que conceptualmente este proyecto aparece a priori como una medida positiva de redistribución de la riqueza. Sin embargo, fruto de las distorsiones de la macroeconomía argentina, hasta su vigencia el pasado mes de noviembre la base de trabajadoras y trabajadores se había ampliado hasta márgenes insólitos. Su eliminación y reemplazo por un impuesto a los grandes ingresos atado al valor del salario mínimo, vital y móvil significó un importante alivio para los sectores medios y medios bajos, en un contexto de alta inflación e indexación de precios, ingresos e impuestos.
Volver al esquema ya derogado (derogación que votó con las dos manos el actual Presidente) implica un castigo a parte de quienes más perderán con las medidas de ajuste. Incluso llegando al contrasentido de que en el caso de autónomos, el impuestos se aplica para personas con ingresos apenas inferiores a la Canasta básica. País de ricos, en el cual todxs pagan Ganancias.
En síntesis, el tan mentado shock es un shock de pobreza. Y al ajuste no lo pagará la “casta”, lo pagará la enorme mayoría del pueblo argentino y con un especial esfuerzo de los sectores de la otrora clase media. Será pues que “la casta” somos todxs.
Tras estos anuncios, y en sentido contrario a lo que fueron sus banderas de campaña, el que se denominó como el “primer presidente libertario del mundo” decidió aplicar la clásica receta neoliberal. Esa que no funcionó ni en los 70 ni en los 80, ni en los 90, y que nos arrojó a la peor crisis de la historia reciente.
Ajuste fiscal, incremento de impuestos y apertura al mundo. Un combo conocido que no es precisamente la cajita feliz.
LA GRASA MILITANTE
Si bien los aspectos económicos y cambiarios han atraído la atención masiva de la ciudadanía, no sólo por el bolsillo se construye el nuevo paradigma.
Durante las primeras horas de gestión el equipo gobernante se dedicó a estigmatizar a las y los trabajadores estatales tratándolos de (en su inmensa mayoría) vagos.
La exigencia pública de presencialidad (como si no fuera ya la norma desde que en 2021 se terminaron las restricciones post pandemia) y las leyendas urbanas de ascensores repletos y oficinas atiborradas por los “cientos” que no venían a laburar nunca y ahora pretenden hacer “buena letra”, contribuyeron a sostener el relato libertario de que las personas que trabajan en el Estado son ñoquis, acomodadas y sobran. Un novel funcionario se atrevió a ponerle cifra a este fenómeno: las apariciones alcanzarían al 10% de la plantilla. Inchequeable.
A eso se sumó la amenaza de revisión de todas las contrataciones realizadas en el último año, incluyendo la no renovación de contratos y revisión de pases a planta permanente. Si la “libertad avanza” en esa dirección, ésta será una navidad de angustia para miles de familias estatales.
CON EL MAZO DANDO
En un contexto de previsible crecimiento de la conflictividad social no podía faltar la pata represiva. La flamante Ministra de Seguridad (AKA ex Montonera tira bombas Patricia Bullrich) acaba de estrenarse en el cargo con un Protocolo de orden público para garantizar la circulación en las calles.
Si el primer acercamiento a la nueva doctrina lo había realizado el Gobierno de la Ciudad con la invitación al movimiento liderado por Castells de marchar por las veredas, con Pato es otra historia.
La novedosa herramienta de gestión diseñada por la ex (y actual) Ministra promete “severas sanciones” para quien marcha y para quien organiza las marchas.
«La novedosa herramienta de gestión diseñada por la ex (y actual) Ministra promete “severas sanciones” para quien marcha y para quien organiza las marchas.»
No va a ser cosa que el descontento social producido por las medidas económicas termine impidiendo que la “gente de bien” pueda desenvolverse sin obstáculos.
BONUS TRACK
Mención especial merece la amorosa declaración de Jorge Macri (el primo) sobre los aprontes que lleva adelante el Gobierno de la Ciudad para lidiar con el “hambre de la clase media”.
Es que el ajuste que anunció Toto es tan brutal que hasta la gente amiga ve venir un vendaval de pobreza especialmente concentrado en lo que fuera alguna vez el motor económico del país y ahora da la pelea por no quedarse sin nafta.
«el ajuste que anunció Toto es tan brutal que hasta la gente amiga ve venir un vendaval de pobreza especialmente concentrado en lo que fuera alguna vez el motor económico del país y ahora da la pelea por no quedarse sin nafta.»
Y para ello el sensible Jorge preparará medidas para que la gente “de bien” no pase por la penosa experiencia de hacer una cola para retirar un plato de comida.
Duró menos de un año. Fue una apuesta democrática y federal en respuesta a demandas populares. Avances sociales. Resistencia monárquica y represión.
Imagen publicada por la revista satírica La Flaca del 28 de marzo de 1873. Muestra el apoyo a la República Española por parte de las repúblicas —Suiza, Estados Unidos y Francia— y el rechazo de las monarquías y los imperios.
El 11 de febrero de 1873 se proclamó en las Cortes, Madrid, la Primera República Española. Hace, por lo tanto, ciento cincuenta años. Este régimen político duró escasos once meses pero supuso la primera apuesta plenamente democrática y federal en España, planteando además, la prístina legislación social en plena eclosión de la Primera Internacional y del empuje del incipiente movimiento obrero español. Período histórico, dentro del Sexenio Democrático (1868-1874).
El 10 de febrero de 1873 abdicó el rey Amadeo I (Amadeo de Saboya) un monarca elegido cuando fue destronada la reina Isabel II en la Revolución de septiembre de 1868. Las Cortes, en sesión conjunta del Congreso y Senado, proclamaron la República por 285 votos contra 32 al día siguiente, pero este hecho no consiguió estabilizar la agitada vida política española, ya que a los problemas heredados –levantamiento carlista y guerra de Cuba-, se añadió en el seno del republicanismo la división entre unitarios y federalistas, que, a su vez, agudizaron las diferencias entre los moderados y los intransigentes a la hora de establecer el federalismo, ya fuera desde arriba, ya desde abajo.
Hay que tener en cuenta la presión social que vinculaba a la República con la necesidad de reformas importantes en favor de las clases populares, como eran la eliminación de los consumos -impuestos indirectos- o el sistema de quintas, sin olvidar las cuestiones salariales y de limitación de la jornada laboral.
Fuera del ámbito republicano y democrático, los sectores contrarios al establecimiento de un sistema político plenamente democrático trabajaban para liquidar la República, ya fuera desde el extremismo carlista, ya desde las posiciones monárquicas borbónicas alfonsinas.
Este régimen político duró escasos once meses pero supuso la primera apuesta plenamente democrática y federal en España, planteando además, la prístina legislación social en plena eclosión de la Primera Internacional y del empuje del incipiente movimiento obrero español.
La República tuvo cuatro presidentes: Estanislao Figueras, Francisco Pi i Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar.
En el período de Figueras se produjo un pronunciamiento por parte de los radicales, aunque fracasó. Este hecho motivó que Martos y Serrano huyeran a Francia. En mayo se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes en las que triunfaron los republicanos federalistas con una aplastante mayoría de 344 diputados sobre 391. En la primera votación se proclamó la República Democrática Federal.
Pi i Margall accedió a la presidencia de la República el día 11 de junio. El nuevo presidente fracasó a la hora de establecer, desde arriba, una estructura federal de forma ordenada. La insurrección cantonalista se extendió con gran rapidez en gran parte del este y sur peninsulares. Los cantones serían unidades políticas inferiores a partir de las cuales se debería formar la federación española, es decir, era un movimiento que pretendía montar la estructura federal desde la base.
El cantonalismo tuvo un evidente componente social reivindicativo, por lo que debe ser entendido, a su vez, como una reacción ante la posible derechización de la República. Alcoy y Cartagena fueron las principales ciudades que se proclamaron cantones. Fue muy complicado reprimir el cantonalismo, no sólo por su extensión sino también porque coincidió con la presión carlista.
Estos levantamientos provocaron la dimisión de Pi i Margall, a pesar de que intentó frenar el movimiento a través de una avanzada legislación social: regulación del trabajo infantil, abolición de la esclavitud en Cuba y un proyecto de reorganización del ejército.
PROYECTO CONSTITUCIONAL
Pi i Margall presentó a las Cortes un proyecto de Constitución para la República federal, aunque la discusión parlamentaria no comenzó hasta agosto, con Salmerón en el poder, cuando casi todos los cantones habían sido derrotados. Pero los graves problemas del período alargaron mucho el proceso constituyente. El Proyecto constitucional de 1873 recogía una estructura federal del Estado: España se organizaría en municipios, estados regionales y el Estado federal o Nación.
Además, se establecía la soberanía popular con sufragio universal. Por vez primera, se proclamaba la separación entre la Iglesia y el Estado. Esta Constitución nunca entró en vigor, pero tiene una gran trascendencia histórica porque diseñaba una democracia y un modelo de organización territorial no centralista.
En las Cortes se plantearon proyectos que, sin abordar una completa reforma agraria, promovieron cambios en la estructura de la propiedad que provocaron la alarma de los grandes propietarios.
Repasemos los proyectos: El 23 de junio se presenta una proposición de reparto de tierras a censo reservativo, solicitando la no inclusión en las leyes de desamortización de los bienes propios de los pueblos. En el mes de julio se planteó un proyecto de ley sobre venta a censo reservativo de los bienes de aprovechamiento común.
Proclamación de la república por la Asamblea nacional, Madrid, en la revista española «La Ilustración Española y Americana».
A principios de agosto una proposición de ley pedía la devolución a los pueblos de los terrenos de aprovechamiento común. Esta cuestión es importante porque la desamortización de Madoz dejó a los consistorios sin uno de sus pilares económicos y a los vecinos sin un recurso fundamental para vivir.
El 18 de agosto, por su parte, se propuso un proyecto de ley sobre reparto a braceros de terrenos faltos de cultivo. Dos días después se aprobaba la única ley en materia agraria, la redención de foros, posteriormente fue derogada por Serrano en febrero de 1874. Todos estos proyectos iban en la misma línea, a favor de los campesinos y jornaleros, pero, como vemos, o no llegaron a aprobarse, o fueron derogados inmediatamente en la Dictadura posterior.
La reforma agraria siguió siendo una de las grandes asignaturas pendientes, y tuvo que llegar otra República para abordarla, para luego frustrarse con el franquismo. La reforma agraria siempre fue un claro motivo de enfrentamiento porque tocaba una estructura de la propiedad harto injusta, y estaría entre una de las causas del posterior golpe del 18 de julio de 1936, que llevó a España a la Guerra Civil.
La reforma agraria siempre fue un claro motivo de enfrentamiento porque tocaba una estructura de la propiedad harto injusta, y estaría entre una de las causas del posterior golpe del 18 de julio de 1936, que llevó a España a la Guerra Civil.
La Primera República también se preocupó de las relaciones entre los trabajadores y los patronos. Recordemos el miedo que generó en la burguesía española la llegada de la Internacional y la reacción de la misma en tiempos de Amadeo de Saboya. El 14 de agosto se presentó un proyecto de ley sobre Jurados Mixtos que pretendía establecer un instrumento para la resolución de los conflictos laborales entre los empresarios y los obreros.
Anteriormente se habían planteado algunos precedentes, pero ahora se pretendía elevar la cuestión a rango de ley y de forma general para todo el país. El 24 de julio se aprobó la Ley sobre protección del trabajo de los menores de dieciséis años, y dos días después se estableció la Ley sobre protección del trabajo de niños en los circos.
Salmerón se convirtió en presidente en el mes de julio. Su objetivo fue restablecer el orden y envió el ejército para sofocar el movimiento cantonalista. La represión fue intensa. En agosto casi todos los cantones se rindieron, aunque Málaga resistió hasta mediados de septiembre y Cartagena hasta enero de 1874. Con Salmerón, la República inició un viraje hacia posiciones más moderadas. Pero no duró mucho en su cargo porque dimitió por problemas de conciencia al no querer firmar sentencias de muerte impuestas por la autoridad militar.
LA CAIDA
Castelar alcanzó la presidencia en septiembre, representando el triunfo de la República conservadora. Aunque fue el presidente que terminó el proyecto constitucional federal, era defensor de una República centralista, por lo que postergó la discusión y aprobación del texto. Movilizó a los reservistas para intentar acabar con las últimas resistencias cantonalistas y las guerras cubana y carlista. Además, firmó las penas de muerte que Salmerón había rechazado, y permitió el regreso al país de los dirigentes de los partidos radical y constitucional, Serrano entre ellos.
El final de la República se precipitó cuando se reanudaron las sesiones de las Cortes el 2 de enero de 1874. Ese día, Castelar debía rendir cuentas de su labor de gobierno desarrollada desde su toma de posesión. El presidente defendió la importancia de separar la Iglesia del Estado pero no aludió a la necesidad de que se aprobase el proyecto constitucional. La cámara negó la confianza a Castelar y, por consiguiente, dimitió.
La posibilidad de que el poder recayese de nuevo sobre los federalistas ofreció un pretexto para el golpe de estado de Pavía, capitán general de Madrid, que en la madrugada del día 3 de enero ocupó el Congreso y disolvió la cámara. De esta manera se puso fin al régimen republicano, aunque oficialmente España siguió siendo una República hasta finales de año.
El general Serrano presidió un nuevo gobierno provisional (dictadura) que tuvo como objetivo restablecer el orden público, controlar a los carlistas y continuar la guerra en Cuba. En diciembre de 1874, el general Martínez Campos se sublevó en Sagunto y proclamó rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II.
Los intereses de la oligarquía española habían triunfado, aunque no a través del método que había diseñado Cánovas del Castillo para que regresara la monarquía a España.
Tár, película subyugante en torno a un personaje amoral, que se inserta con inteligencia en la conversación actual sobre el poder, sus abusos y la cultura de la cancelación. Todo del director Todd Field y la actriz nominada.
La actuación de Cate Blanchett le da vida a un personaje complejo, debate sobre el poder desde la actuación y tiene todos los números para seguir siendo premiada.
Lidya Tár usa zapatos negros, toscos, enormes, masculinos. Tiene gustos excéntricos que nadie objeta porque se trata de una estrella indiscutida de la música clásica internacional (es la primera mujer en ostentar el puesto de directora permanente de la Sinfónica de Berlín). Músicos, asistentes y mecenas le temen reverencialmente. Todd Field, director y guionista de Tár, nos entrega una película potentísima con uno de los personajes más complejos y provocadores de la historia reciente del séptimo arte. Para lograrlo cuenta nada menos que con Cate Blanchett, probablemente la actriz más subyugante de Hollywood. Sólo ella podía encarnar a Lydia Tár, una criatura bella y terrorífica, capaz de cambiar de piel como una peligrosa serpiente.
Siguiendo la premisa de que a través de un detalle se puede revelar la identidad de un personaje, Field y Blanchett -ambos progenitores de esta criatura- nos dicen que únicamente Lydia Tár puede estar cómoda en esos zapatos. Hay por lo menos una decena de escenas en las que la perspectiva escogida por Field nos empuja a prestar atención al calzado grotesco que Lydia combina con pantalones ceñidos y elegantes. Son zapatos que han pisado muchas cabezas.
Lydia Tár es un personaje totalmente inventado. Tiene logros que ninguna mujer en la música clásica ha conseguido en la actualidad. En una entrevista para New Yorker, el ensayista Adam Gopnik (que se interpreta a sí mismo) lee su currículum delirante y pregunta a la protagonista si siente pudor al escuchar mencionar todos sus éxitos. Esta es una gran escena inicial, que nos ayuda a entender con qué bueyes estamos arando. Pero a no confundirse. Tár no es una película que viene a decir que se puede romper el techo de cristal que tienen las mujeres en las esferas más competitivas y elitistas de la cultura. Al contrario, si hay alguien que no cree en ese techo de cristal es justamente Lydia Tár, porque ella se ha manejado siempre como se manejan los hombres. He aquí la primera reflexión a la que nos invita Field: el poder no tiene género, quien lo detenta tiende -tarde o temprano- a romper los límites hasta naturalizar el ejercicio abusivo del mismo.
Tár es una película sobre el poder, sus excesos y la respuesta más corriente que las redes sociales han institucionalizado en la conversación pública: la cultura de la cancelación.
Tár es una película sobre el poder, sus excesos y la respuesta más corriente que las redes sociales han institucionalizado en la conversación pública: la cultura de la cancelación. A quien abuse de su poder -o se lo acuse de algún acto moralmente reprochable- lo espera una guillotina virtual deseosa de cortar cabezas. Lydia Tár parece ser consciente de esto mejor que nadie, cela cada palabra de su perfil en Wikipedia y atesora cada crítica que se publica sobre ella y su trabajo.
En una fabulosa escena, Lydia Tár intenta hacerle entender a un estudiante que se niega a dirigir una obra de Johann Sebastian Bach, que lo que haya hecho el compositor barroco en su lecho marital nada tiene que ver con su música. La escena en cuestión contiene un plano secuencia orgánico, al servicio de lo que el autor necesita que entendamos. La cámara acompaña a Lydia y al joven desde una distancia dinámica y nos muestra, como si fuera sin querer queriendo, el movimiento frenético de una de las piernas del muchacho y los zapatos severos y contundentes de ella. En esta magistral escena, la actuación de Blanchett es hipnótica, logra hacernos sentir, como una serpiente cascabel, que el peligro es inminente, aunque aún falte mucho para el ataque.
Lydia Tár está casada con Sharon, la primera violinista de la Sinfónica de Berlín, y juntas tienen una pequeña hija. Es un matrimonio frágil el de estas dos mujeres, llamativamente hetero-normativizado. Lydia se desenvuelve como el hombre de la casa y es abiertamente infiel. Su deseo sexual por jóvenes estudiantes y músicas es uno de sus tantos ribetes masculinos, de los que parece enorgullecerse. (Una mención hiriente a Plácido Domingo al principio de la película nos adelanta que Lydia Tár es una depredadora suelta y ni siquiera usa polleras).
AMORALIDAD
La amoralidad de la protagonista es el nudo dramático de la película. Lydia Tár no es estrictamente una villana, aunque sí es una gran victimaria (hay un tema gravísimo que no conviene adelantar acá). Es una persona que, al parecer, no siente pesar por las consecuencias de sus actos, que no experimenta culpa ni remordimiento, pero que tiene otros padecimientos. Oye ruidos y sonidos extraños en su mente, que intenta referenciar afuera de su cabeza en vano. ¿Locura? Peor aún. Lydia Tár está escribiendo una sinfonía. Estos sonidos intrusivos se convierten en una carga más densa que la culpa. Entonces: ¿pueden las acciones privadas de un artista interferir sobre su obra? Lydia Tár está segura de que no. Sin embargo, su mente, de repente, empieza a albergar el terror. ¿Pero terror a qué?
La multiplicidad envuelve a Lydia Tár. Deja su corazón y todo su talento para lograr que la Sinfónica que dirige transmita cabalmente las loas al amor romántico que Gustav Mahler escribió en su Quinta Sinfonía. Pero cuando empieza a ser acechada por los rumores y acusaciones se vuelve una mujer negadora, incapaz de dar marcha atrás. ¿Dónde quedó el amor por la música que la llevó hasta el podio? ¿Ha perdido su sensibilidad?
La amoralidad de la protagonista es el nudo dramático de la película. Lydia Tár no es estrictamente una villana, aunque sí es una gran victimaria.
Un pequeño párrafo sobre la puesta en escena. Es asombrosa. La primera hora de película es puro nervio y eso que el rompecabezas con la información se va completando de a poco. En la segunda hora y media, la película se desliza hacia un thriller intelectivo y atrapante que nos recuerda al maestro austríaco Michael Haneke. Todd Field, que sólo tenía dos películas en su haber y llevaba quince años alejado de la industria, demuestra con Tár ser mucho más que un director dotado y se prueba con éxito el traje de autor.
Field escribió Tár pensando en Cate Blanchett. La actriz no supo de ello hasta que le llegó el guión. Si digo que Lydia Tár es su principal papel sonará injusto con otras actuaciones superlativas de una artista que no tiene yerros. Pero créanme que lo es. Lydia Tár es el personaje más grande de su carrera. No solo porque en él recae el protagonismo excluyente del filme (no hay escenas en las que no esté Blanchett), también lo es porque le da la posibilidad de desplegar su capacidad silenciosa de cambiar una y otra vez de piel hasta cincelar una caracterización macabra y a la vez luminosa, despojándose del miedo de convertir a su criatura en un chiste.
¿Chiste? Sí. Aunque los temas abordados en Tár van desde la solemnidad de la interpretación de la Quinta Sinfonía de Mahler a la caída es desgracia de la mujer más poderosa de la música clásica, el humor satírico tiene también su espacio sobre el final del metraje. Quien haya visto Blue Jazmine, película con la que Blanchett se llevó su último Oscar, seguramente entenderá y celebrará la broma. Sólo Cate Blanchett puede dar tanto. En unas semanas alzará una nueva estatuilla en Los Ángeles. Felicitaciones por adelantado, Cate.
El progresivo interés en el escritor y su obra ha generado reediciones, homenajes, adaptaciones al cine y jornadas de estudio. Ese escritor de provincias, silencioso y silenciado escribió con un estilo propio e intenso. «Zama» es su novela más consagrada. La premiada escritora mendocina Mercedes Fernández lo conoció con cercanía y compartió años de bohemia y de dolor. Así lo evoca en su centenario.
Antonio Di Benedetto, después del exilio y poco antes de su muerte.
Hablar de Antonio Di Benedetto me retrotrae a un tiempo en el que creí que aquellos que se vivían eran tiempos de felicidad. Después, la vida me mostraría tantos rostros que aprendería (tal vez aún estoy en ese camino) que la felicidad cabe apenas en un suspiro.
Y al evocar esa etapa saltan, secretamente, dos nombres que significaron mucho en mi vida: Antonio Di Benedetto y Ana María Giunta. Dos nombres enlazados, imposibles de separar cuando desentierro del ayer tanto a uno como al otro.
Antonio, Ana y yo disfrutamos, en los años ´70, de un nutritivo aprecio. Y digo nutritivo porque la figura del escritor y periodista que ya era Di Benedetto fue como una especie de pan bueno que nos sirvió a ambas para crecer, para seguir madurando cada una en los diferentes caminos por los que transitamos.
Di Benedetto era en esos tiempos un hombre misterioso y lejano. Con fama de hosco y huraño. Por lo menos así lo describían quienes convivieron laboralmente con él. Pero para nosotras dos, osadas e intrépidas, era un camarada con el que salíamos a cenar dos o tres veces por semana y con quien nos llevábamos de maravilla.
Di Benedetto era en esos tiempos un hombre misterioso y lejano. Con fama de hosco y huraño. Por lo menos así lo describían quienes convivieron laboralmente con él. Pero para nosotras dos, osadas e intrépidas, era un camarada con el que salíamos a cenar dos o tres veces por semana y con quien nos llevábamos de maravilla. Teníamos lugares de preferencia: el restaurant-bar-café de la esquina de Las Heras y 25 de Mayo, hoy Mediterráneo, donde los viernes se realizaban peñas literarias y musicales. Se congregaba allí la bohemia de la noche mendocina. Ese y el Newery eran sitios obligados para recalar a la salida del cine, del teatro o del trabajo de las redacciones.
Cuando concurríamos a algún acto, función o concierto (no nos perdíamos ninguno, eran tiempos de una voracidad que luego se convertiría en adicción) Antonio se sentaba siempre, siempre, entre las dos: prefería evitar el compartir espacios demasiado cercanos con la gente. Bien conocida era esa especie de fobia social que le endilgaron. Nosotras, casi vanidosamente, lo flanqueábamos, como si eso pudiera haber sido necesario. Compartíamos salidas, actos, obras de teatro (éramos habitués del mítico TNT y no se nos traspapelaba función alguna), las tertulias literarias del MAM, las presentaciones de libros y o charlas en el Hogar y Club Universitario. Los espacios que frecuentábamos eran todos del microcentro mendocino, alrededor del diario Los Andes. Es decir, el microcosmos por el que caminaba él. Y aquellos eran momentos de pequeñas fiestas cotidianas.
Yo había sabido de Antonio Di Benedetto como alguien de quien hablaba siempre mi padre, que trabajaba en el centenario Los Andes donde era linotipista y delegado gremial, secretario general de la FATI y del Sindicato Gráfico de Mendoza. Ese cargo le exigía enfrentarse continuamente con los directivos del diario en el que Antonio era vicedirector. Mi padre fue un gran defensor de los derechos del trabajador, hijo de anarquista, activo miembro de PC en ese momento, de ideas progresistas. Y un verdadero erudito, lo que le valió el respeto de Antonio Di Benedetto. “Ovidio Fernández es una de las pocas personas con la que se puede hablar de todo en este diario”, solía decir. Por eso es que, cuando Antonio me envió una carta en un pequeño papel membretado que aún conservo, ofreciéndome publicar un poema mío en el diario, temblé de emoción, porque ya mi padre hablaba con admiración de aquél hombre al que todos temían y respetaban.
Hablaba muy quedo, casi de forma inaudible
Cuando asustada novata, fui a verlo, con mi Poema Inútil (así se llamaba) sobre mi madre recientemente muerta, conocí a un hombre gentil y amable, que hablaba muy quedo, casi de forma inaudible, como si el aliento se le estuviera terminando en cada frase, obligando a quien le escuchaba, a bajar la cabeza para no perderse una palabra de lo que quería decir. Luego, enseguida, nos encontraríamos en un acto de la SADE y nos acercaríamos con Ana María Giunta (que lo deslumbraría, como a tantos) y nos haríamos compañeros de la noche.
¿Qué hizo que Antonio Di Benedetto, el autor de tanto renombre, se detuviera ante nosotras? No sabría responder. Tal vez fue nuestro entusiasmo, nuestro fervor por las letras en las que incursionábamos ambas, la pasión con la que nos bebíamos cuanto libro salía (cursábamos el mal llamado Boom de la literatura latinoamericano), las charlas cargadas de ingenuidad con la que le solicitábamos opiniones tanto sobre su obra, que bebí casi con adicción, como la de escritores que él traía a Mendoza. Escritores de la talla de Haroldo Conti (gran amigo de Antonio, a quien conocí muy especialmente cuando llegó para presentar del Alrededor de la Jaula, en el Centro Internacional del Libro, que estaba en ese momento en la Galería Tonsa en la rotonda del Cine City), Borges, Moyano, Mujica Láinez, Neruda, Donoso, Marguerite Duras, Sábato, Calvetti y tantos más. Fueron importantes relaciones. Haroldo Conti nos nombra a Di Benedetto y a mí en Los caminos, en ese libro maravilloso, La balada del álamo carolina, en un relato que denominó Homenajes.
En ese tiempo ya Antonio era un escritor del mundo. Ya era uno de los prosistas más importantes del siglo XX. Y había sido condecorado con órdenes internacionales, recibido premios, traducido a muchos idiomas. Y nosotras lo admirábamos, dios, cómo lo admirábamos. Zama, Pentágono, Declinación y ángel (la nouvelle más hermosa, creo de toda su obra), El silenciero, Grot, Mundo animal, El cariño de los tontos, Los suicidas, fueron nuestro alimento, nuestro pan bueno
En ese tiempo ya Antonio era un escritor del mundo. Ya era uno de los prosistas más importantes del siglo XX. Y había sido condecorado con órdenes internacionales, recibido premios, traducido a muchos idiomas. Y nosotras lo admirábamos, dios, cómo lo admirábamos. Zama, Pentágono, Declinación y ángel (la nouvelle más hermosa, creo de toda su obra), El silenciero, Grot, Mundo animal, El cariño de los tontos, Los suicidas, fueron nuestro alimento, nuestro pan bueno, como dije. Porque con estos libros nos acercamos a lo que un autor debe tener: la actitud del escritor, la forma de ver el mundo, la posibilidad de escaparse de esta realidad castradora de todos los días, la ficción fantástica, la raja en el cielorraso para poder volar y dejar la angustia atrás. Luego del horror y la vejación del ´76, vendrían Cuentos del Exilio y Sombras, nada más. Y me atrevo a decir que lamentablemente, Di Benedetto es ahora tal vez más conocido y leído por haber sido víctima de la dictadura (terrible infortunio que lo demolió) aunque ya su obra esplendía antes de los años en los que el cielo se derrumbara sobre nuestro país.
Bueno es recordar, y me sonrío sin quererlo acaso, que junto a Antonio conformamos un grupo secreto, una especie de secta que pocos conocieron: el Grupo Literario Sótano. Esa clase de cenáculo, en el que Ana María y yo éramos una especie de moscas en la leche, funcionaba en calle Montevideo entre 9 de Julio y Avenida España, justamente en un sótano que nos prestaba algún mecenas cuyo nombre nunca supe o que ya no recuerdo. Aquel grupo selecto (no por nosotras, claro) en el que estaban Ricardo Tudela, Vicente Nacarato, Guillermo Petra Serralta, Humberto Crimi, Draghi Lucero, Ramponi, Américo Calí, Bonardel, no funcionó mucho tiempo. Pero era una especie de lugar apartado en el mundo, en el que, entre empanadas, pizza y vino, se debatían ideas, libros, películas. Antonio era la voz directriz sin duda alguna, dado que era él quien decidía los nombres a invitar que repito, no eran muchos. Ahora que lo pienso, escribo estos nombres y pienso que sólo yo quedo de aquellas noches de literatura y vino, noches sin estridencias, sin más que la emoción de hablar, argüir, leer, analizar. Y siento que aquello tal vez fue sólo un sueño. O que nadie ha muerto. O que yo soy quien ya no está. Será cosa de soñarlo, diría Di Benedetto.
Un hombre amado y odiado
Un largo anecdotario de pequeños momentos en verdad, recorre mi memoria y tiene como protagonista a Di Benedetto, el hombre de la voz precisa, lúcida, amable, afilada, pero íntima, porque el tono con el que se expresaba parecía estar dirigido sólo a una, y eso lo hacía distinto. Un hombre amado y odiado, catalogado como una especie de fóbico social, aunque con los amigos fuera una persona entrañable. Y él agradecía ese rótulo que le servía para conformar una especie de círculo difícil de acceder si él no lo permitía.
Di Benedetto con Jorge Luis Borges, a mediados de los ’60.
Hay un momento de aquellos tiempos, que sin duda alguna me marcó. Un cierto anochecer (la bohemia es amiga de la noche y nosotros adorábamos las mesas de los bares iluminadas por la luz artificial) Antonio me dijo: “Mercedes, ¿usted quiere ser escritora?”.
Fuimos muy amigos, lo he dicho, pero jamás nos tuteamos. Era una forma de tratamiento que él disponía y que una sentía le daba un cierto señorío a la relación. Aquella pregunta dio vuelta mi vida. Le contesté que sí, que todo a lo que aspiraba era escribir. Entonces, me dijo, venga al diario, entrará a hacer notas en deportes. Me aterré. Sentí que caía en una de las tantas bromas a las que era muy afecto y de las que hacía gala para congelar al interlocutor con ese espíritu ácido que lo identificaba. Creí que me estaba diciendo que me dedicara a otra cosa. Debió ver mi cara de espanto. Por qué, le dije, si yo sabía que una pelota es redonda porque se dibujaba con un compás, pero que era y aún lo soy, una abúlica física que jamás hizo una actividad deportiva. Sin inmutarse ante mi “impertinencia”, muy seriamente agregó: “Primero, deportes, luego, policiales”. Peor aún: yo era una persona del medio pelo cultural de ese momento, ergo, si tenía que ser periodista alguna vez, debería ser en la sección cultura. Acepté a regañadientes. Conozco, desde entonces, los reglamentos de todos los deportes pues pasé por cada uno de ellos. Comencé trabajando con Rodolfo Braceli en diario El Andino y en Los Andes con Enrique Romero. Luego pasaría a hacer “bolos” en policiales. Y así comenzó mi carrera como narradora. “Porque en esas secciones, usted se acercará a la gente. Y eso la ayudará a usted a llegar a ser, tal vez, una escritora”.
El entusiasmo es la exaltación del ánimo que se produce por algo que cautiva o que es admirado. Para los griegos, “entusiasmo” significa “tener un dios dentro de sí”. Y si tuviera que calificar aquellos años de mi amistad con Di Benedetto, diría que fueron de entusiasmo pleno. Ya luego la vida nos daría a mí, cachetazos y caricias. A él, tortura y humillación, que provocarían el derrumbre como hombre aunque no como escritor.
Alguna vez, él escribió sobre sí mismo: “Soy argentino, pero no he nacido en Buenos Aires. Dios me guarde de tener que vivir algún día en esa ciudad. Nací el Día de los Muertos del año 22. Me gusta la música, especialmente la de Bach y la de Beethoven. Y el ‘cante jondo andaluz’. Bailar no sé, nadar no sé, beber sí sé. Auto no tengo. Prefiero la noche. Preciso el silencio. No hay más que decir sobre mí”.
Sí fuimos entusiastas en ese tiempo. Tiempos de largas caminatas, de largas conversaciones, de largas sobremesas. De recuerdos prolongados en la vaguedad de la memoria. Teníamos a ese dios dentro de nosotros. Inconscientemente tal vez, nos regocijábamos con la ligera idea de que aquello duraría para siempre.
Después, siempre hay un después, sobrevino el infierno que todos conocemos. Y con ese infierno, el terror, la separatidad, el desasimiento, la melancolía, el extrañamiento. Sentimientos claves para entender la literatura del exilio. Elementos que están en la obra de Di Benedetto que él escribiera en el extranjero. Cuentos del exilio y Sombras, nada más, son conmovedores testimonios de lo que el hombre puede hacer del hombre violado en sus derechos.
Alguna vez, él escribió sobre sí mismo: “Soy argentino, pero no he nacido en Buenos Aires. Dios me guarde de tener que vivir algún día en esa ciudad. Nací el Día de los Muertos del año 22. Me gusta la música, especialmente la de Bach y la de Beethoven. Y el ‘cante jondo andaluz’. Bailar no sé, nadar no sé, beber sí sé. Auto no tengo. Prefiero la noche. Preciso el silencio. No hay más que decir sobre mí”.
Después del exilio
Como una especie de premonición en las que tanto creía entre bromas, terminó su vida en Buenos Aires. Acciones paralelas, contrastes de presencia y ausencia, transfiguración, enjambre de imágenes visuales convergiendo adquiriendo relieves humanos y poéticos. Di Benedetto hombre y Di Benedetto escritor siempre anduvieron hermanándose y desencontrándose. Uno se fue. El otro queda.
Volvimos a verlo a Antonio Di Benedetto ya con la democracia, cuando pudo volver a Mendoza, en ocasión de un homenaje que se le realizó. Lo vimos acá y en la Feria del Libro en Buenos Aires. También entonces lo flanqueamos con Ana María. Cada una de cada lado. En medio de la multitud desconocida. Sabiendo el horror que le tenía a las aglomeraciones, lo tomamos del brazo y lo acompañamos. Como antes. Pero ya no era aquel hombre de antes. Ya no era el Antonio Di Benedetto seductor, ocurrente, brillante, de las noches mendocinas de antaño. Llevábamos del brazo a un hombre de larga barba gris que tenía esa grisura también en la mirada, en el andar, en la voz. Un hombre que en un momento dado, en medio de una charla del programa de la feria, se inclinó hacia mí y, esta vez sí con el escaso aire que le quedaba, me murmuró casi amablemente al oído: “Mercedes, usted que se quedó en Mendoza, ¿me puede decir si se supo alguna vez por qué me detuvieron?”.
No escribo más. Hay momentos en que evocar me hace mal. Prefiero abrir uno de mis libros predilectos y leer, despejar la oscuridad de haber callado ante aquella pregunta que no supe contestar. Insisto: Declinación y ángel o El abandono y la Pasividad (primer título de la obra), es una de las nouvelles más bellas de Antonio Di Benedetto, en cuya primera página el autor declarara en la primera edición de 1958: “El abandono y la Pasividad está compuesto sólo con cosas, pero no simulándoles vida y lenguaje como en las fábulas. El florero es florero y la carta carta. Si el vidrio y el agua hacen estragos es en función meramente pasiva. El drama humano se halla implícito.”
El drama humano. Cierro la evocación. Ya no están Ana María Giunta ni Antonio Di Benedetto. Habrá que soñarlos.
El 19 de diciembre culminó la COP15. Se firmó el acuerdo Kunming-Montreal por la preservación de la biodiversidad. Los países signatarios se comprometen a preservar el 30% del planeta, restaurar 30% de los ecosistemas degradados y eliminar subsidios que afectan a la biodiversidad.
António Guterres inauguró en la Conferencia de Diversidad Biológica (COP 15) resaltando la gravedad del momento: la humanidad ha “perdido toda armonía con la naturaleza”, para convertirnos en un “arma de destrucción masiva”.
Sin la naturaleza para de darnos esos servicios, estaremos en un gran, gran problema.
Tenemos que detener esa pérdida.
La mayoría de las personas aún no visualiza el peligro que trae la pérdida de biodiversidad. El avance de las actividades extractivas hacia zonas vírgenes rompe ecosistemas, pone en peligro la vida de miles de especies al tiempo que aumenta la probabilidad de la irrupción de nuevos virus.
Estamos sufriendo eventos extremos. El calentamiento global impulsa catástrofes ambientales cada día más virulentas. La emergencia climática se superpone a la crisis de la biodiversidad. Interactúan diversos tipos de shocks que se potencian generando una superposición de crisis (policrisis).
Preservar la biodiversidad no solo resulta un imperativo moral.
Tenemos una economía desembebida, funcionando fuera de la sociedad.
Según Swiss Re (empresa reaseguradora Suiza), el buen manejo de la naturaleza garantiza la salud de la economía global: más de la mitad del PBI global depende del funcionamiento armonioso del planeta.
Por eso tenemos que redefinir el concepto mismo de crecimiento. Replantear la desconsideración que la economía tradicional impone sobre la pérdida de la biosfera o la destrucción del medio ambiente.
Sin embargo, las externalidades no entran en la ecuación económica. Son tratadas como un costo que debe asumir la sociedad en pos del progreso. Es una idea compartida por neoliberales y neodesarrollistas.
Obviamente, todo esto genera una fuerte conflictividad e incrementa la desigualdad. Son dos fenómenos que caracterizan a América Latina y explican su debilidad democrática.
En conclusión, tenemos una economía desembebida, funcionando fuera de la sociedad.
LOS LIMITES DEL PLANETA
Aunque los activos naturales brindan bienes y servicios imprescindibles para la vida humana, el mercado los invisibiliza al tiempo que desestima los costos que genera el modelo productivo. Ni el capital natural ni los ecosistemas se hallan dimensionados en las estadísticas, situación que se muestra a todas luces incoherente.
Ningún gobierno, sea neoliberal o neodesarrollista, está dispuesto a escuchar a quienes padecen el avance de la mega minería, la explotación petrolera, la agroindustria, la destrucción de los bosques, la contaminación de las aguas, la desaparición de especies. Ambos modelos generan “zonas de sacrificio”
El individualismo dominante permea la cohesión social, impide la coordinación necesaria para sostener la creciente complejidad que muestran las sociedades modernas.
Democracia y mercado devienen conceptos antagónicos, tal como lo planteó Karl Polanyi en “La Gran Transformación”.
En América Latina, en los ‘90, se impuso un «doble movimiento» que impulsó el libre mercado al tiempo que extendió los derechos de las comunidades indígenas (a partir del reconocimiento de la resolución 169 de la Organización Internacional del Trabajo). Se trata de 45 millones de personas y más de 800 grupos.
Con la llegada de la democracia avanzó la agenda ambiental. Después comenzó el reconocimiento de los derechos de la naturaleza. En paralelo, sin embargo, hubo una nueva configuración macroeconómica que permitió a las elites arbitrar el capital y colocar sus excedentes en algún paraíso fiscal.
Años más tarde, la entrada de China consolidó el modelo de inserción. Tiene mayor volatilidad económica e impone fuertes tensiones políticas. El activismo ambiental devino en una actividad de alto riesgo: América Latina se convirtió en la región más letal.
Más recientemente con la aprobación del Acuerdo Escazú se consagraron otros derechos: acceso a la justicia, al acceso a la información medioambiental, a participar en la toma de decisiones y le impone a los estados la obligación de prevenir e investigar los ataques contra activistas ambientales.
Lamentablemente, este tipo de avances institucionales no lograron influir en el proceso de toma de decisiones económicas. El individualismo dominante permea la cohesión social, impide la coordinación necesaria para sostener la creciente complejidad que muestran las sociedades modernas.
LA GRAN EXTINCIÓN
Retomando el acuerdo alcanzado en la COP 15, observamos cierta desconfianza por parte de la comunidad científica.
Para muchos, nada garantiza que se cumplan este tipo de acuerdos. Existe consenso que el reforzar los derechos de los pueblos originarios acrecentaría las perspectivas de cumplimiento, pues son las comunidades originarias las que históricamente han protegido la biodiversidad. Es lo primero que atacan los sectores conservadores.
El proyecto, que cuenta con el aval del partido de Keiko Fujimoro, atenta contra los derechos y la vida de los pueblos que han vivido aislados.
Un avance similar se observó bajo el gobierno de Jair Bolsonaro, que liberó el Amazonas al avance del extractivismo más salvaje, avanzó la minería ilegal, se multiplicó la deforestación. Terminaron liberando tierras para beneficio del agro-negocio.
Es tiempo de repensar el patrón de crecimiento económico y avanzar hacia un futuro inclusivo y sustentable.
De no protegerse los derechos ya consagrados, el acuerdo 30 – 30 (convertir el 30% del planeta en área protegida para el 2030) puede terminar en una carrera por la apropiación de tierras en el Sur Global.
La “gran extinción” implica reconocer la existencia de una “crisis Karl Polanyi”, tal el planteo de José Antonio Sanahuja. Como destaca el artículo recientemente publicado por Nueva Sociedad, tal situación afecta las “bases económicas y sociales, de su andamiaje institucional y normativo y de las asunciones colectivas sobre democracia, sociedad y mercado, lo que pone en cuestión la legitimidad del sistema”.
A esto se suma que, a diferencia de lo que puede observarse con el activismo en otras latitudes, en América Latina el retroceso del Estado ha terminado por debilitar a la sociedad civil.
América Latina es una de las zonas más afectadas por el cambio climático y con mayor destrucción de biodiversidad. El modelo de inserción que se persigue en la región no es ajeno, ni resulta impune al alto grado de desigualdad. Es tiempo de repensar el patrón de crecimiento económico y avanzar hacia un futuro inclusivo y sustentable.