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El trabajo en la era de las plataformas digitales

El trabajo en la era de las plataformas digitales

La economía de plataformas ha estallado al calor de la pandemia y las empresas detrás de las app se han beneficiado de los vacíos legales. Frente a esta expansión y la precariedad de la que están presos los trabajadores es urgente tomar medidas.

EL MUNDO DE LAS APP Y EL TRABAJO PRECARIO

En las últimas décadas asistimos a un proceso de transformación en el mundo del trabajo notoriamente marcado por la innovación tecnológica y digital.

Las plataformas digitales han irrumpido en la cotidianeidad de nuestras vidas, haciéndonos más simples algunas operaciones que en otro momento nos hubieran demandado mayor tiempo. Existen app de todo tipo: lúdicas y recreativas, herramientas de diseño, de cálculos, de comunicaciones, meteorológicas, bancarias, de radio y tv, entre un largo etcétera. También existen app para organizar y dirigir servicios de transporte de personas y/o mercaderías. Sobre estas últimas, versan en gran parte los párrafos que siguen.

Aplicaciones como Pedidos ya, Rappi, Glovo, Uber se instalaron en el mercado diciéndonos que existían para que ahorremos tiempo. Pero es bueno recordar que ese tiempo que “ahorramos”, es tiempo de trabajo para otras personas, aquellas que desarrollan una tarea de reparto de productos o servicio de transporte, organizado por empresas que se valen de plataformas digitales, gerenciadas para tal fin.

Aunque parezca obvio, no podemos dejar de mencionar que detrás de la virtualidad de las app hay personas de carne y hueso que a través de las mismas organizan, dirigen y controlan una organización económica que genera ganancias extraordinarias. Estas ganancias están dadas por la incorporación de trabajadores que realizan las tareas de reparto para un negocio con gerencia ajena, con marca instalada y a través de una plataforma virtual mediante la cual se organiza, dirige y controla el trabajo.

Estas ganancias se ven notablemente aumentadas en comparación con servicios tradicionales de cadetería por los nulos costos laborales merced a la precarización del trabajo. Ganancias que retroalimentan un circuito de excesiva publicidad para la instalación de marcas y el logro de legitimidad social, a la par que aspiran datos de millones de consumidores que incrementan el éxito del negocio.

Estas empresas dominan muy bien las técnicas de manipulación semántica, de distorsión de realidades mediante el uso eufemístico de nuestro lenguaje. Dicen, “Sé dueño de tu tiempo” “Sé tu propio jefe” “hacés dinero cuando querés”. Todo muy cool. Eso sí, la empresa tiene un nombre ya instalado con mucha publicidad. Cada cadete en particular no recibiría ningún llamado ni pedido si en lugar de trabajar para Pedidos ya, Rappi o Glovo trabajara en nombre propio. Es así, que bajo el relato de la naturaleza colaborativa y asociativa del trabajo y de la soberanía del tiempo de la cual la publicidad nos dice que todos se benefician, hay quiénes ganan y quiénes pierden.

Estas empresas dominan muy bien las técnicas de manipulación semántica, de distorsión de realidades mediante el uso eufemístico de nuestro lenguaje. Dicen, “Sé dueño de tu tiempo” “Sé tu propio jefe” “hacés dinero cuando querés”. Todo muy cool.

La informalidad afecta mayoritariamente a trabajadores y trabajadoras por cuenta propia, entre los cuales se encuentran independientes cautivos, es decir, asalariados encubiertos. Dentro de las personas en relación de dependencia, los sectores más vulnerables son el de servicio doméstico y de la construcción, casualmente con regulación del trabajo mediante estatutos especiales. La precariedad laboral redunda en mayores ganancias para las empresas a costa de quienes trabajan y siendo soportadas sus consecuencias, en el mejor de los casos, por los estados, a través de los sistemas de salud pública y de la seguridad social.

Es notoria la posición dominante de los propietarios de plataformas por sobre la parte más débil del vínculo jurídico que es la persona trabajadora.  Son aquéllos los que, lejos de ser meros intermediarios en la relación jurídica, organizan, dirigen y controlan el trabajo mediante el uso de algoritmos de su aplicación.

El fenómeno no consiste en nuevas modalidades de trabajo sino en las nuevas formas de ocultamiento de las relaciones laborales, nuevas formas de fraude laboral. No nos encontramos ante personas que trabajan en app, sino ante personas que trabajan para empresas explotadas o dirigidas mediante app.

El concepto de colaboración no reemplaza al de relación de trabajo, sino que la oculta, la disimula. Está bien colaborar, pero acá se utiliza para encubrir la precarización. ¿Quién colabora con quien? ¿quiénes se benefician y quiénes se perjudican con esa denominada colaboración? ¿quienes “colaboran”, lo hacen en situaciones de igualdad?

Negar la relación de trabajo implica negar la tipicidad de los contratos laborales, la capacidad estatal para la regulación de las relaciones, la sustentabilidad de los sistemas de seguridad social, la pertinencia de la negociación colectiva y la existencia misma de las organizaciones sindicales.

UNA LEY PARA QUE NO HAYA TRAMPA

Expuestas las consideraciones anteriores, descartamos la naturaleza civil y/o comercial del vínculo, pero aún podemos discurrir en torno a la protección que merece este tipo de relación: ¿Es un vínculo jurídico alcanzado por el orden público laboral? ¿O se trata de nuevas modalidades de contratación laboral no alcanzadas por éste? Al respecto se observan diversas posturas.

Quienes son partidarios de elaborar un estatuto (una ley especial) argumentan que el derecho del trabajo actual no alcanza a abarcar las dimensiones de esta nueva forma de contratación y ejecución de tareas. Hablan de una crisis de abarcabilidad, que la ley de contrato de trabajo (LCT) es vieja, que las formas de trabajar cambiaron, que hay un fenómeno laboral que escapa de su incumbencia. Lo que no parece quedar claro es qué nuevos institutos deben crearse para sí abarcar estas nuevas formas.

Están quienes sostienen que la situación fáctica se encuentra plenamente alcanzada por el orden público laboral. Que las realidades aquí descriptas son susceptibles de protección por nuestra legislación laboral y sus diversos institutos (jornada, remuneración, vacaciones, indemnización, licencias, seguros, etc). También hay, por otro lado, quienes sostienen que es necesaria una reforma de la LCT.

A nivel internacional es incipiente la legislación y jurisprudencia al respecto. Existen variadas experiencias, pero en todos los casos en los cuales se ha regulado existe algún tipo de protección del trabajo.

Por nuestra parte, partimos de la consideración de que nuestra Constitución Nacional obliga a la protección del trabajo en todas sus formas, lo cual nos lleva a considerar que no son relevantes las características que asuma la organización empresarial, el establecimiento comercial o la modalidad de prestación de tareas.

En el año 2016 la Unión Europea publicó la “Agenda europea para la economía colaborativa” realizando un aporte relevante al proponer tres criterios para determinar la existencia o no de relaciones de empleo. El documento hace explícita consideración del carácter novedoso de los mecanismos de control del trabajo ejercido por las plataformas y, en función de ello, establece que “la existencia de subordinación no depende necesariamente del ejercicio efectivo de la gestión o la supervisión de manera continua” y además agrega que “la breve duración, la escasez de horas de trabajo, el trabajo discontinuo o la baja productividad no pueden excluir por sí mismos una relación de empleo”.

En Francia, la ley laboral “El Khomri” sancionada en 2016 incluye un capítulo denominado “Responsabilidad social de las plataformas”. En este se establece que quedan sujetos a la obligación de reembolsar a los trabajadores que contratan seguro por accidentes de trabajo y de abonar a la contribución destinada a la formación profesional. Estipula que los trabajadores tienen derecho a organizarse colectivamente y a formar sindicatos, e incluye también el derecho a la desconexión. En Portugal, la “ley Uber” sancionada en 2018 establece que los conductores que desarrollan sus actividades a través de dicha plataforma deben tener una relación de empleo con la empresa.

Una de las leyes más importantes es la aprobada en septiembre de 2019 en el estado de California, la cual establece criterios para determinar cuando hay una relación de dependencia. Estos criterios entraron en vigencia en enero de 2020 y obligan a muchas de las plataformas -especialmente de transporte y reparto- a reclasificar a sus trabajadores como empleados.

Por nuestra parte, partimos de la consideración de que nuestra Constitución Nacional obliga a la protección del trabajo en todas sus formas, lo cual nos lleva a considerar que no son relevantes las características que asuma la organización empresarial, el establecimiento comercial o la modalidad de prestación de tareas. Y obliga a los jueces a que la legislación vigente sea aplicada en beneficio de quienes trabajan.

Hoy nos encontramos frente al trabajo mediante el uso de plataformas virtuales, pero mañana podemos encontrarnos con otras variantes. Lo trascendente es dónde reside el poder económico y quién o quiénes detentan la posición dominante que determina las condiciones de trabajo. Frente a esta realidad, es que realizamos estas reflexiones y propuestas de regulación protectora de la parte que se encuentra en situación de debilidad o hiposuficiencia negocial, esencia del derecho del trabajo.

Sin perjuicio de la modalidad que se adopte para regular este tipo de vínculo, como primera premisa es necesaria la intervención legislativa a los fines de clarificar la cuestión y determinar las pautas que rigen  estas relaciones jurídicas, evitando interpretaciones judiciales divergentes o reparaciones tardías.

Como segunda premisa, ha de considerarse que la regulación protectora no puede estar por debajo de los estándares de la ley de contrato de trabajo. De lo contrario estaríamos haciendo una distinción basada únicamente en el formato virtual de la organización, generando condiciones para trabajadores de primera, y trabajadores de segunda.

Como tercera cuestión, es importante adecuar las interpretaciones de los textos normativos conforme su finalidad protectora. Así por ejemplo, la inexistencia de un establecimiento físico pensado en términos tradicionales, no implica que la unidad técnica de ejecución no exista en los términos del art. 6 de la LCT. El establecimiento también puede ser digital, puede ser un espacio público o se puede trabajar desde el domicilio particular. Esto quedó evidenciado con el llamado teletrabajo.

Por ello, resulta menester realizar una modificación de la LCT a efectos de reforzar la protección y zanjar cualquier divergencia, maliciosa o no, en la interpretación de nuestras leyes. Incorporar expresamente estas nuevas formas de contratación, al tiempo que reforzamos la propia aplicación de la ley, que hasta ahora se realiza con la activación de la presunción de los arts. 23 y 14 de la LCT. Cuya desactivación, o carga de la prueba en contrario, recae sobre la empresa.

La regulación protectora no puede estar por debajo de los estándares de la ley de contrato de trabajo. De lo contrario estaríamos haciendo una distinción basada únicamente en el formato virtual de la organización, generando condiciones para trabajadores de primera, y trabajadores de segunda.

También será necesario promover la sindicalización de las personas que trabajan, ya que la celebración de convenios colectivos de trabajo o la incorporación a los ya existentes opera como fuente de derecho. El derecho colectivo de trabajo debe ser un aspecto central en esta temática, y el estado no puede eludir la obligación de promoverlo. Este punto nos parece de central importancia puesto que como en cualquier actividad, son los CCT los que regulan de mejor manera las particularidades de la actividad. Es la mesa de discusión paritaria, el lugar idóneo para discutir colectivamente las condiciones más adecuadas para el desarrollo de las prestaciones. Fortalecimiento de sindicatos, intervención del estado vía ministerio de trabajo y progresividad en las regulaciones se imponen como necesidad ante este fenómeno económico en particular.

Respecto de esta cuestión, es importante tener presente, que hacia fines de 2018 tres miembros de la comisión directiva provisoria del sindicato APP (Asociación de personal de plataformas) fueron “bloqueados” por la empresa Rappi, luego de una reunión con directivos de la empresa. Este hecho motivó que APP demandara a Rappi, solicitando en el fuero laboral la reincorporación de estos trabajadores por considerar los despidos como una conducta discriminatoria dirigida especialmente contra el sindicato. En marzo de 2019 la Justicia Nacional del Trabajo ordenó en primera instancia la reincorporación de estos trabajadores al estimar que Rappi había incurrido en conducta antisindical (Rojas, Roger Luis y otros c/ Rappi s/ medida cautelar, 19/3/2019, Juzgado Nacional de Primera Instancia del Trabajo N°37).

Por último, aunque no por ello menos importante, resulta destacar la misión trascendental que cumple el poder judicial en este aspecto, puntualmente los jueces y juezas que deben interpretar y aplicar toda fuente de derecho nacional e internacional de regulación del trabajo, en el marco de los principios de economía, celeridad y eficiencia que debe primar en el proceso, máxime cuando se trata de resguardar a uno de los sectores más vulnerables.

El socialismo, que tanto abogó por los derechos de las personas que generan riqueza, que justamente son las que trabajan, propone sociedades más igualitarias, justas y solidarias. La innovación tecnológica y digital debe aportar al desarrollo de la humanidad toda, sirviendo como herramienta para la equidad y no para la desigualdad. Urge proceder al debate legislativo y social sobre la protección legal de las personas que trabajan para empresas gerenciadas por aplicaciones. Debate con empatía hacia quienes trabajan. Debate que los debe involucrar, hablar con quienes trabajan y no en su nombre.

Ricardo Herrera: «La poesía exige que se acceda a ella ritualmente»

Ricardo Herrera: «La poesía exige que se acceda a ella ritualmente»

Ricardo Herrera es un poeta en pleno sentido: la escribe, la lee, la describe. Conversar con él sobre la poesía es una invitación difícil de rechazar, donde la reflexión se vuelve arte de forma imperceptible.

Ediciones En Danza publicó en estos meses de cuarentena quizás el último libro de Ricardo Herrera. Es lo que afirma su autor. Sin ser “jugador”, juego mis fichas a que esto no sucederá. Estamos hablando de un poeta muy productivo. Escribió varios volúmenes de poesía, la editorial española Pre-textos publicó en el 2008 una antología poética (1977-2007). Codirigió esa excelente revista que es Hablar de Poesía, en sus primeros 35 números, en donde publicó a autores muy diferentes, incluso algunos con quienes no compartía lo que hacían. Editó varios libros de ensayos sobre poesía y poetas. En el 2012 una antología de sus principales trabajos. Su tarea como traductor de poetas muy diversos tiene varios volúmenes. Reside en Buenos Aires. Sin embargo, pasa los veranos en Traslasierra. Las sierras cordobesas y la costa argentina (Miramar y Mar del Plata) son los lugares donde más ha vivido.

Herrera el viejo acaba de editarse por Ediciones en Danza. ¿Qué podés contarnos tanto sobre el momento en que surge este conjunto de poemas cómo del proceso de su escritura que, tiene, si seguimos las fechas de las partes, varios años?

El libro se inicia en el momento en que colisionan el pasado no resuelto y el límite de la edad. Momento que percibo de modo positivo, oportuno, que me permite una liberación tanto existencial como expresiva. Surge un nuevo estilo, un estilo tardío que le debo a la generosa colaboración de mi otro yo, hasta entonces oculto en la buhardilla de la mente. El proceso de la escritura fue largo, pero intermitente. La revelación de la poesía no se puede programar, es algo que acontece esporádicamente. Como “instante raro de la emoción noble y graciosa”, define a la poesía José Martí; coincido con él. Por un lado es intuición –o vislumbre– de una realidad huidiza, “rara”, que ha de captarse con la velocidad de un acuarelista. Por otro lado es una materia “noble”, escasa, preciosa. Así las cosas, reunir poemas para formar un libro me suele llevar bastante tiempo: siete años en el caso de Herrera el Viejo. Lo que en realidad significa: algunas pocas horas intensas a lo largo de siete largos veranos dedicados a la lectura.

«El proceso de la escritura fue largo, pero intermitente. La revelación de la poesía no se puede programar, es algo que acontece esporádicamente».

El libro consta de seis partes y cada una de ellas tiene una especie de prólogo o notas explicativas. Me hace acordar a De un día a otro, ese bello libro que parece un ensayo de experiencia del poeta pero se puede leer como un poema. Puede decirse que es volver a la idea más clásica que no diferencia narrativa y poesía.

Me gusta acompañar a la poesía con la prosa, acercarla a la atención del lector con amabilidad, sin provocaciones. De este modo, con palabras llanas y cordiales, la rareza de la poesía choca menos y puede llegar a atraer más. No hay verso más eficaz que el verso citado, enmarcado por la prosa. De esta comprobación nace mi estrategia. La poesía tal como yo la practico supone máxima condensación semántica y rítmica, cada verso debe ser autónomo y musical, sólido y suave a la vez. La prosa me permite clarificar el ánimo del lector, prepararlo para una experiencia insólita: la contemplación de evocaciones puras. El orden en que efectúo el trabajo es el natural: primero nace el poema, luego la prosa que la acompaña (pero no la explica); a veces media un año o más entre la redacción de una página y otra. En Herrera el Viejo coexisten poesía, prosa, crítica y traducción. Y ello es así porque a mi juicio la poesía se beneficia con la asistencia de sus complementarios. La poesía, sobre todo en nuestro tiempo, exige que se acceda a ella ritualmente, pasando por diferentes fases de iniciación. No es nada nuevo, ya Dante lo hizo hace setecientos años en su primer libro.

En varios momentos hablás del valle de Traslasierra, como un espacio sagrado, que te devolvió la voz. ¿Qué podés contarnos sobre esta experiencia de vida y poesía?

Me refiero a la natural alternancia de estados de ánimo que rigen la existencia: lo intenso y lo extenso. La poesía es lo intenso, lo extenso lo constituyen los largos intervalos de sequedad que median entre un poema y otro. El demonio del tedio habita lo extenso. Pese a que me ha acosado sin tregua a lo largo de toda mi vida, he logrado controlarlo bastante bien con la lectura y el cuerpo. Con lecturas y caminatas he mantenido a raya al tedium vitae. Soy muy lector, tanto de narrativa como de ensayos, la curiosidad intelectual no me ha abandonado nunca. Los peores males que me han salido al paso a lo largo de mi vida los he conjurado leyendo. Detesto las distracciones. La lectura es un diálogo serio, el más genuino que está a nuestro alcance en nuestro tiempo.

La bella tapa del libro es motivo de un poema. La pintura surge como motivación, como aprendizaje. Es de este modo o hay otra cosa detrás de la mención a la pintura.

La pintura es un arte que me resulta muy afín a la poesía tal como yo la practico. En mi manera de escribir hay una dimensión decididamente artesanal: darle forma y color al verso es mi pasión. Y, naturalmente, los pintores han sido modelos que he tenido muy en cuenta al administrar luces y sombras. El capítulo que da título al libro da testimonio de ello. De los casi mil versos que se cuentan en Herrera el Viejo, un noventa por ciento son versos endecasílabos. El resto son unos pocos versos de arte menor, no hay un solo verso libre en todo el libro. Hay una decidida aventura formal –artesanal– en este volumen; he exigido al máximo las posibilidades del verso endecasílabo, probándolo en los más variados registros, pasando de lo coloquial a lo ceremonial, del susurro de la súplica agónica al alarido de la afirmación vital, constantemente maravillado por su plasticidad, por su formidable potencial rítmico. Intentar emparentarme con los viejos maestros del arte del verso y de la pintura ha sido mi atrevido propósito en este libro.

Tanto el silencio como el tiempo resultan frecuentes en tus poemas.

 “El silencio es la mitad de la música”, ha escrito Lugones. Y quien aspira a realizar una poesía musical no puede menos que observar que el silencio ocupa un lugar importante en ella. Desde un punto de vista formal, tanto las cesuras como las pausas de fin de verso y los blancos entre estrofas, grafican ese silencio en cualquier poema, por antimusical que sea. Pero cuando la poesía aspira a la música –y es mi caso– cuenta la dimensión imaginaria del silencio poético, que viene simbolizar algo así como la diáfana atmósfera de altura en la que respiran las palabras poéticas.

«Los peores males que me han salido al paso a lo largo de mi vida los he conjurado leyendo. Detesto las distracciones. La lectura es un diálogo serio, el más genuino que está a nuestro alcance en nuestro tiempo».

El poema “A Iris, aun”, es un poema amoroso, con un final muy bello. Los recuerdos, los sueños, aparecen en tus poemas.

Con el paso de los años la vida onírica ha cobrado una gran importancia en mi existencia. No tengo pesadillas cuando sueño (las tengo en la vigilia, eso sí) de modo que me entrego con inmenso placer a los sueños; y, naturalmente, más de una vez he rescatado para la poesía imágenes oníricas. Iris es la mensajera de los sueños, tanto en el Olimpo como en mi poesía; es también senhal, a la manera de los trovadores provenzales. El remate de “A Iris, aún” juega con la filiación latina de la lengua española, ya que las palabras “te amo” se dicen en ambos idiomas de la misma manera.

El humor y la ironía, como el final de «Mi casa Haiku», son otro de los ingredientes de tus poemas. ¿Qué podés señalarnos con relación a ello?

La incorporación del humor a mi poesía se la debo a la traducción de la poesía de Yeats. Hay un bufón en su poesía de la vejez, al igual que en las últimas tragedias de Shakespeare. Siguiendo su ejemplo, invité a un bufón a decir lo suyo en mis páginas: un bufón que ponga en entredicho la autoridad de la voz cantante. Este otro yo de la voz poética le ha dado alegría a mis soliloquios hamletianos, me ha puesto en jaque más de una vez. Afortunadamente, el sujeto conoce sus límites y no abusa de su ironía, no pone en riesgo la vida de la poesía.

En P 86 se puede leer, “Yo, habiéndolo perdido casi todo,/ todavía conservo mi mirada animal:/ el ojo del halcón y del venado,/ la fuga ante el peligro de lo humano.” Tus referencias a la poesía y al trabajo del poeta son permanentes.

El choque con una realidad hostil puede enfermar tanto al poeta como a la poesía, puede incluso exponer a ambos al riesgo de muerte. Puede también, como todas las crisis profundas, salvar y dar nueva vida. La literatura ofrece muchos ejemplos al respecto. El más fecundo, a mi juicio, es el de Cervantes. Partiendo de la ensoñación pastoral pudo –tras perder una mano en Lepanto y pasar cinco años cautivo en Argel– desembocar en el callejón sin salida de la picaresca, pero sirviéndose tanto de lo eglógico como de lo desastrado, tomó el camino del medio, logró un prodigioso equilibrio entre los opuestos y salió adelante con algo nuevo y esperanzador. Una experiencia de esta especie constituye una instancia inevitable en cualquier obra literaria que se extienda en el tiempo, que se vea sometida al viento en contra, al envejecimiento de su retórica, al desgaste de su eficacia. He tratado de no esquivar el bulto al toparme con esta realidad, la he asumido a mi manera, intentando superar el escollo.

«El choque con una realidad hostil puede enfermar tanto al poeta como a la poesía, puede incluso exponer a ambos al riesgo de muerte. Puede también, como todas las crisis profundas, salvar y dar nueva vida».

Alejandro Crotto es uno de los poetas que me gusta lo que escribe. Te reconocés en alguna zona de su escritura como alguien que sigue algunas de tus pautas de trabajo. ¿Coincidís conmigo?

Tengo mucha afinidad con la poesía de Alejandro Crotto, admiro su fortaleza y vitalidad. Le he dedicado un poema (“Canto llano”) en el que rescato sus valores: la fe, la alegría y el placer natural mientras se está a la busca del agua viva de la poesía castellana.

Para concluir, me gustaría que amplíes la afirmación que haces en el libro sobre la precariedad que observas en los lectores de poesía.

¿Escuchaste hablar del “ojímetro”? Es un curioso dispositivo para medir el verso libre. Reemplaza tanto al oído absoluto como al ábaco y los dedos de la mano. Como dice Voltaire en su Cándido: “Todo está bien. Todo va bien. Todo va lo mejor posible.”

San Martín y las contradicciones de las que no nos podemos librar

San Martín y las contradicciones de las que no nos podemos librar

El legado del general José de San Martín reside en sus victorias, que liberaron a tres naciones, como en lo que no pudo, no supo o no quiso hacer. Las luchas intestinas, la violencia y la desigualdad asolaban el mundo entonces y, en cierta medida, seguimos enfrentando los mismo problemas hoy.

Un 17 de agosto de 1850, murió en el exilio de Boulogne Sur Mer, al norte de Francia, el general don José de San Martín, como todos sabemos. Contrario a lo que muchos creen, un hombre que terminó su vida bastante solo y en tierras extrañas. El reconocimiento unánime le llegaría después, como ocurrió tal vez también con Manuel Belgrano.

La reivindicación del ídolo, del prócer, oculta que, como cualquier político de su época, recibió tanto elogios como críticas. Por nombrar solo algunas imputaciones, en Chile le atribuían responsabilidad en los fusilamientos de los caudillos trasandinos Juan José y Luis Carrera y del guerrillero Manuel Rodríguez. En Perú, le atribuyeron durante su gobierno como Protector de ese país, la intención de coronarse perpetuamente y no faltaron los que lo acusaron de malversación de fondos. También, criticaron su alianza con Bolívar los intereses localistas que bregarían por el aislamiento y la subdivisión de la Patria Grande en republiquetas. En Buenos Aires, se le esquilmaba y poco faltó para que le formaran juicio militar por haber desobedecido en 1819 la orden de volver con su Ejército una vez liberado Chile para reprimir a las montoneras levantiscas del litoral argentino, que disputaban con su resistencia la hegemonía del puerto. Las victorias que quedaron en la historia lo salvaron de haber pasado por los procesos judiciales que tuvo que atravesar Belgrano luego de las batallas perdidas en Vilcapugio y Ayohuma con el ejército del Norte. Porque ganó, lo dejaron abandonar el país e ir a su propio ostracismo.

Solo, con unas cataratas que lo dejaron ciego, le llegaba alguna correspondencia de su amigo Tomás Guido y se lisonjeaba de recibir elogios en los mensajes a la Legislatura y profusa correspondencia de Juan Manuel de Rosas, el líder de la Confederación Argentina al que había apoyado y reconocido en el conflicto con las potencias anglo-francesas legándole su sable.

San Martín no quiso ser hombre de partido y, aunque tuviera hasta sus preferencias tal vez hacia el lado federal (correspondencia con Rosas y varios caudillos en su momento y enemistad irreconciliable con Rivadavia) no se decidió a intentar gobernar o ejercer decisiva influencia en beneficio de alguno de los bandos.

Se había ido del país en 1829 para no volver nunca más y aunque pidiera en su testamento que sus restos descansaran en Buenos Aires, recién muchos años después de su fallecimiento pudo concretarse su repatriación, en 1880. Pero ¿por qué el hombre que liberó a tres futuros países de la Patria Grande que soñaba se fue para nunca más volver?

Un intento de respuesta, entre otras muchas que puede haber, es plantear que no quiso desenvainar la espada derramando sangre americana en las luchas internas. En 1824, poco menos que se tuvo que ir expulsado por los rivadavianos, que le hicieron el vacío político y le guardaban rencor tanto por su desobediencia como por su requerimiento continuo y pertinaz de mayores fondos (que le fueron negados) para continuar la lucha independentista en el Perú. Una Buenos Aires cerrada sobre sí misma y su puerto se mostraba completamente prescindente de lo que pasaba allá lejos en el Perú. Que pagara Chile los fondos necesarios para continuar la lucha emancipadora, le habían dicho en su momento. Y después, que volviera con el ejército a reprimir a los caudillos.

Se fue en 1824, pero en 1828 se enteró que Manuel Dorrego tomaba del gobierno de Buenos Aires, a quien conocía del Ejército del Norte, y volvió a tirarse al océano los tres meses de navegación hasta llegar a las balizas de Montevideo. Ahí se enteró de que Dorrego había sido derrocado y poco después fusilado por Lavalle.

Los odios recrudecían en la Patria, y San Martín se negó a desembarcar. Lavalle, arrinconado por los federales, mandó enviados a hablar con él, ofreciéndole incluso que encabezara un eventual gobierno. Pero San Martín se negó a encarar esa posibilidad, estando convencido de que, en el estado de virulencia de los odios en que se hallaba su patria, para imponer la autoridad habría que aniquilar a uno de los dos partidos enfrentados, como dijera en una carta a Tomás Guido. No estaba hecho para eso pareciera el General. Escribió en la referida misiva ese diagnóstico tremendo, confesando su incapacidad para realizar tamaña faena. Al día de hoy, podríamos decir que San Martín fue un “Corea del Centro”, pidiéndole permiso a su memoria sacralizada y abusando tal vez de la comparación de dos tiempos históricos completamente distintos.

Frente al enemigo externo, fue el líder de la emancipación, el que cruzó la Cordillera de los Andes y se echó a la mar para liberar Perú. Enfrentando al opresivo absolutismo español, este hombre liberal hijo de la revolución española de 1808, forjó el carácter del líder de la libertad triunfando en San Lorenzo, Chacabuco y Maipú.

Pero ¿qué pasó cuando el enemigo externo fue derrotado definitivamente por Bolívar y Sucre en la batalla de Ayacucho en 1826? La patria entera que se había unido, desde los comerciantes aristocráticos de Buenos Aires, Chile y Perú hasta los sectores populares, se dispersó después. “Porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”, casi que habiéndose ejecutado a nivel social aquella máxima del Martín Fierro cuando había que enfrentar al absolutismo español. Pero, cuando ya no los podían devorar los de afuera, o por lo menos no en el sentido del sojuzgamiento alevoso de las libertades y políticamente, tuvieron lugar las divisiones, los proyectos de país divergentes.

En la actualidad acuciante de la pandemia, somos testigos de otro ejemplo de cómo un peligro o “enemigo invisible” tiende a la unificación de los espacios políticos: Alberto Fernández habla con Horacio Rodríguez Larreta  y Gerardo Morales. Kicillof, con el jefe de gobierno y con intendentes de todas las corrientes políticas. Cuando se desvanezca del todo, ojalá que pronto, la tragedia ocasionada por la pandemia, sobrevendrá tal vez al día siguiente la intensificación de las reyertas cotidianas. Y, en ese momento, cuando hay que gobernar el propio terruño con todo lo que tenemos adentro en su mar de contradicciones, el general José de San Martín prefirió retirarse. Y el líder del Ejército de los Andes, ese conglomerado de voluntades hispanoamericanas y de soberanía flotante, que no respondía a las patrias chicas sino a la Patria Grande, ese soldado tuvo que guardar la espada. San Martín no quiso ser hombre de partido y, aunque tuviera hasta sus preferencias tal vez hacia el lado federal (correspondencia con Rosas y varios caudillos en su momento y enemistad irreconciliable con Rivadavia) no se decidió a intentar gobernar o ejercer decisiva influencia en beneficio de alguno de los bandos.

Nunca lo guiaron las ambiciones personales, pero lo más interesante de la situación me parece es que el hombre se convenció de alguna forma en que no podían conjugarse, en ese momento, el gobierno, ejercer la autoridad de un país en un clima de odio y divisiones, sin recurrir a la violencia. Que no se podía conjugar el orden, el progresismo social con el respeto de las libertades.

Nunca lo guiaron las ambiciones personales, pero lo más interesante de la situación me parece es que el hombre se convenció de alguna forma en que no podían conjugarse, en ese momento, el gobierno, ejercer la autoridad de un país en un clima de odio y divisiones, sin recurrir a la violencia. Que no se podía conjugar el orden, el progresismo social con el respeto de las libertades. El gran dilema que han tenido tantos gobiernos ya sean progresistas, capitalistas y los socialismos reales: de un lado, la imposibilidad de conjugar la libertad formal irrestricta sin que se acreciente de forma significativa la desigualdad social. Del otro, el intento de una mayor igualdad social impuesta al costo de la mutilación de las libertades individuales. En el medio, el océano Atlántico que lo separó de la Patria Grande, al que no se decidió a cruzar.

En 1848, San Martín se alarmó con la revolución socialista en Europa y lejos estuvo de comulgar con ella. Se alejó incluso de París, instalándose en  Boulogne Sur Mer, para tener una eventual vía de escape si la convulsión social pasaba a mayores. Quería pasar sus últimos momentos de vida en tranquilidad, acompañado por su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce y sus nietas. Pero, lejos de tener una visión superficial de los acontecimientos, en carta a Rosas de noviembre de 1848 le manifestó: “En cuanto a la situación de este viejo continente, es menester no hacerse la menor ilusión: la verdadera contienda que divide su población es puramente social; en una palabra, la del que nada tiene, tratar de despojar al que le posee”.

Ese pensamiento expresa cómo la situación de gran desigualdad social puede traducirse en violencia armada. Y el desafío de pensar en lograr en nuestra patria mayores niveles de igualdad social pero sin resignar de ninguna forma las libertades individuales y enriqueciendo la democracia que se ha sabido dar el pueblo argentino. Porque la revolución que encaró San Martín no fue sólo emancipadora sino también democrática. Transitar las divisiones a veces exasperadas, las diferencias indudables en un clima de mayor entendimiento, tolerancia, escucha se vuelve un desafío que es urgente a la hora de pensar políticas públicas y acciones de participación civil que permitan dar algún tipo de respuesta y contención a una situación social que se muestra todos los días agravada por los efectos de la pandemia que golpea al mundo y también cada vez más a la Argentina.

Una extraña y amarga cosecha: la historia de «Strange Fruit»

Una extraña y amarga cosecha: la historia de «Strange Fruit»

“Si la ira de los explotados llega algún día a arder en el sur, ahora ya cuenta con su Marsellesa”

Samuel Grafton en el New York Post, 1939

La muerte de George Floyd en Minneapolis el último 25 de mayo amplificó una serie de problemas recurrentes en la sociedad estadounidense, entre ellos el del racismo secular. Por supuesto que aquello no es patrimonio exclusivo del (¿otrora?) “Gran País del Norte”. Digámoslo desde el principio, a riesgo de sonar escépticos y hasta deprimentes: el siglo XXI no es lo que esperábamos. Un comienzo difícil, pero pido a los eventuales lectores que todavía no huyan: este texto es apenas sobre una canción. Es cierto que sobre una muy particular.

I. ¿POP PARA DIVERTIRSE?

En el siempre accidentado transcurso del corto siglo XX, 1939 no fue un año más. Fue aquel en que Franco logró imponerse en ese laboratorio del desastre por venir que fue la Guerra Civil Española, el momento en que nazis y soviéticos suscribieron el por entonces desconcertante Pacto Molotov-Ribbentrop y, sobre todo a partir de la invasión alemana a Polonia, el trágico punto de partida de todos los infiernos que sobrevendrían en los años siguientes.

En los Estados Unidos, fue el año en el que las Hijas de la Revolución Americana se habían opuesto a que la talentosa contralto negra Marian Anderson cantara en el Constitution Hall de Washington D.C. Este suceso provocó la ira de Eleanor Roosevelt, quien, tras abandonar el recinto como consecuencia de aquella afrenta, decidió renunciar a su membresía en esa institución. Y fue también el momento en que una todavía joven Billie Holiday, que había dejado de cantar en Harlem para girar por otros clubes de Nueva York, estrenó una canción que iba mucho más allá de los tópicos de la canción de amor y pasatiempo tan en boga por entonces. Se trata de un tema ya clásico, a tal punto que el crítico británico de The Guardian Dorian Lynskey (que probablemente no conozca la existencia del tango Acquaforte, de 1931) lo consideró el momento seminal de la canción popular de protesta.

No es que Strange Fruit fuera el primer tema de protesta; aquellas canciones solían cantarse en marchas, reuniones folklóricas o encuentros político-partidarios o sindicales. Pero en este caso, la cantante la había introducido en un contexto muy diferente: el del mundo del espectáculo, que ya nunca sería igual.

La letra es áspera, desgarradora, y dice lo siguiente:

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.

Sangre en las hojas y sangre en la raíz.

Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña.

Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur.

Los ojos saltones y la boca retorcida.

Aroma de magnolias, dulce y fresco.

Y el repentino olor a carne quemada.

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos.

Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,

para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.

Esta es una extraña y amarga cosecha.

Se trata, claro está, de Strange Fruit, la canción sobre linchamientos de negros escrita en 1937 por Abel Meeropol y estrenada dos años después por una de las voces mayores del siglo pasado. La bibliografía cuenta que en la primera interpretación oficial del tema, realizada en el Café Society del Bajo Manhattan, se produjo entre el público una sensación de absoluto extrañamiento, al punto que nadie sabía si aplaudir o no. Cuando Holiday terminó de cantarla, en un registro a la vez profundo y contenido (como si dijera “y así son simplemente los hechos”, escribió el especialista Joachim Berendt) las luces se apagaron y el escenario quedó vacío como un pozo de penumbras. Los asistentes se miraron desconcertados, entre la congoja y la incomodidad, y nadie parecía entender nada de lo que había pasado en eso tres minutos que cambiaron la historia de la canción estadounidense.

No es que Strange Fruit fuera el primer tema de protesta; aquellas canciones solían cantarse en marchas, reuniones folklóricas o encuentros político-partidarios o sindicales. Pero en este caso, la cantante la había introducido en un contexto muy diferente: el del mundo del espectáculo, que ya nunca sería igual. Según Lynksey, el impacto inicial de la canción generó dos tipos de respuestas. En algunos oyentes, una fascinación por el coraje del mensaje y la intensidad de la actuación. En otros, pura incomodidad, y hasta cierta indignación por tener que soportar un mal trago, en lugar del puro entretenimiento que buscaban en el aquel bar. Justamente, la tensión que atravesó la historia entera del vínculo, muchas veces controvertido, entre la política y la música pop.

II. EL PROFESOR MEEROPOL Y LOS COMUNISTAS DE LA UNIÓN DE MAESTROS

Paradójicamente, la letra de Strange Fruit no fue escrita por un afroamericano, sino por el profesor judío y militante comunista Abel Meeropol, quien la publicó originalmente como poema en 1937 en el periódico del sindicato de docentes de Nueva York con el título Bitter Fruit (Fruta amarga). Meeropol enseñaba en un colegio del Bronx y en sus ratos libres combinaba la militancia de izquierdas con la composición de poemas y canciones con temática social. Sin embargo, no era un compositor profesional. Aquellos temas solo se compartían en las pequeñas reuniones de militantes de izquierda a las que solía concurrir acompañado por su mujer, la primera en interpretarla ante un público de amigos y conocidos.

Como ocurrió tantas veces en la historia, el disparador original para la canción fue una imagen. En este caso una potente y devastadora: una fotografía tomada por Lawrence Beitler que mostraba los cuerpos sin vida de Thomas Shipp y Abram Smith colgando de un árbol luego de un linchamiento producido en Indiana en agosto de 1930.

Después de Strange Fruit no había lugar para otra canción, solo el silencio y el resabio amargo de la evidencia de una sociedad cruel e injusta. Una sensación de nudo en la garganta que se apoderó hasta del compositor y la intérprete en la noche del estreno.

En el círculo izquierdista en el que se movía Meeropol solía aparecer Baney Josephson, el propietario del Café Society. Crítico de la segregación racial y del boato de los clubes lujosos y excluyentes, Josephson había pensado su local como un espacio de integración racial, y tenía a Holiday, por entonces de 23 años, como número principal. Además de talentosa, la cantante era una pionera en el uso de las posibilidades de amplificación del micrófono como herramienta formal de la interpretación. ¿Cómo sonaría esa letra que lo había deslumbrado en aquella voz? El paso siguiente fue el encuentro entre la cantante y el profesor. La melodía original todavía precisaba algunos retoques, que quedaron en manos del arreglista profesional Danny Mendelsohn, pero solucionado el problema menor, lo que siguió fue alquimia de la buena.

Una primera prueba informal en una fiesta en Harlem auguró el pasaje del recogimiento a la ovación que signaría desde entonces el final de cada una de las actuaciones de Holiday. Como intuyó Josephson luego de aquella primera noche, el tema debía ser interpretado siempre en el cierre de los sets. Y nada de bises. Después de Strange Fruit no había lugar para otra canción, solo el silencio y el resabio amargo de la evidencia de una sociedad cruel e injusta. Una sensación de nudo en la garganta que se apoderó hasta del compositor y la intérprete en la noche del estreno. Dicen que no hay que creerle mucho a la autobiografía de Billie, ni a sus testimonios en general, pero la cantante solía decir que cuando salió del escenario solo pudo encerrarse en el baño a llorar. Y que vomitó.

III. UNA BIBLIOTECA NUTRIDA PERO INICIALMENTE ANÓNIMA

Por supuesto que Strange Fruit no fue la primera canción que abordó la cuestión racial en un espectáculo público. Black and Blue, con letra de Andy Razaf y Harry Brooks y música de Fats Waller, obtuvo un considerable éxito de público en el musical Hot Chocolate, de 1929, como así también, posteriormente, cuando la grabó Louis Armstrong. “What did I do to be so black and blue?” decía el estribillo doliente de la canción, que reflexionaba acerca del tema de la esclavitud. Sin embargo, su densidad dramática e influencia no tienen comparación con la de Strange Fruit, empezando por el hecho de que había sido estrenada en el contexto de un espectáculo de minstrel, es decir, aquellos en los que artistas blancos (pero también afrodescendientes) se veían obligados a practicar el blackface, un tipo de maquillaje artístico que tendía a reforzar estereotipos de negritud.

Por fuera del mundo del espectáculo, las canciones de protesta compuestas por negros se multiplicaban en los repertorios de bluseros y músicos folk, pero permanecían al margen de los estudios de grabación. Como ha manifestado el compilador y folklorista Lawrence Gellert, quien publicó en 1936 el volumen Negro Songs of Protest, muchas veces sus autores preferían el anonimato para evitar posibles represalias. No era el caso de Billie, destinada a convertirse en una figura (aunque siempre caótica e inestable) y nunca comprometida del todo, en contraste con personajes como Marcus Garvey o William Du Bois. Como ha señalado María Aparisi Galán, Strange Fruit “se salía de su repertorio habitual de canciones románticas que el discurso hegemónico significaba como autobiográfico para poder convertirle en víctima”. Así, su aporte a la causa parecía empezar y terminar en Strange Fruit. Es decir, era apenas gigante. Algo más: a la hora de grabarlo, no lo hizo en su sello habitual, el poderoso Columbia, sino en Commodore Records, una pequeña discográfica de izquierdas.

Desde Nina Simone y el imprescindible Robert Wyatt hasta John Martyn —aquel malogrado cantante británico que había elegido su apellido artístico en alusión a una conocida marca de guitarras acústicas—, muchas de las mejores versiones del tema han sido grabadas por artistas de temple atribulado y vida atormentada.

IV. AQUÍ ESTÁ LA FRUTA PARA QUE LA ARRANQUEN LOS CUERVOS

Desde entonces, la canción conoció cientos de versiones. A riesgo de forzar los argumentos —y hasta de incurrir en el kitsch de la mala poesía—, podemos adivinar algo parecido a un sino de desdicha como condición vital para interpretarla con éxito. Desde Nina Simone y el imprescindible Robert Wyatt hasta John Martyn —aquel malogrado cantante británico que había elegido su apellido artístico en alusión a una conocida marca de guitarras acústicas—, muchas de las mejores versiones del tema han sido grabadas por artistas de temple atribulado y vida atormentada. En el caso particular de Simone, los ecos temáticos de Strange Fruit aparecen inicialmente en Mississippi Goddam, su “primera canción por los derechos civiles”, compuesta en 1964, es decir, un año antes de decidirse a grabar el clásico de Billie Holiday.

Por supuesto, también las hay más actuales y de gran factura, como las de la maliense Rokia Traoré, la de José James, el llamado “cantante de jazz para la generación del hip-hop”, o la rítmicamente disruptiva que propone Cassandra Wilson en su disco New Moon Daughter. En todas ellas se adivinan las marcas de la historia de esos cuerpos inermes que todavía parecen balancearse entre las ramas de un álamo macabro en el calor de una noche de Indiana, o buscar, en pleno siglo XXI, un último aliento contra el cemento irreversible de una tarde de Minneapolis.

El teletrabajo y los derechos

El teletrabajo y los derechos

El teletrabajo era un fenómeno que se extendía lenta pero indefectiblemente, pero la pandemia produjo un salto imprevisto. La respuesta ante este fenómenos debe ser urgente y plasmar estas novedades en la legislación laboral para resguardar derechos.

El teletrabajo es un fenómeno de la realidad, un hecho social donde la persona que trabaja lo hace en un lugar distinto al domicilio de la empresa, haciendo uso de las TIC.  Una palabra que hasta hace poco tiempo no estaba en nuestro vocabulario cotidiano y poco a poco ganó espacios en los medios de comunicación, en los ámbitos académicos, en las instituciones legislativas. En suma, se ven una gran cantidad de opiniones con distintos niveles de complejidad y de información al respecto.

El teletrabajo, trabajo a distancia, de manera remota, en un lugar distinto al de la empresa, ataca de lleno el hasta acá conocido concepto de «establecimiento». A la idea de empresa como lugar, como explotación, como fábrica.

Trabajar en un lugar distinto al de la empresa no es un fenómeno del futuro. Es del presente y del pasado inmediato. Si bien se proyectaba una masificación de esta forma de prestación para los próximos años, esto se vio notablemente acelerado producto de las medidas de aislamiento obligatorias en todo el mundo.

La persona que trabaja es trabajador o trabajadora, no es teletrabajadora o trabajadora de proximidad o trabajadora itinerante. A los fines de la protección de derechos estos adjetivos están de más. Sobran.

Ante esta realidad, resulta imprescindible evitar abusos o explotaciones mediante una regulación legal. Regulación que, según nuestro parecer, debería realizarse mediante modificación de la ley de contrato de trabajo, de manera que allí encontremos los criterios básicos y ordenadores sobre las prestaciones laborales realizadas fuera del domicilio de la empresa.

Lo central para el derecho del trabajo y para los Estados debe ser la persona que trabaja. Independientemente si lo hace en el domicilio de la empresa, en el suyo propio o en ninguno en particular (que trabaje de manera itinerante o en lugares aleatorios). La persona que trabaja es trabajador o trabajadora, no es teletrabajadora o trabajadora de proximidad o trabajadora itinerante. A los fines de la protección de derechos estos adjetivos están de más. Sobran.

Otro aspecto importante que debemos considerar, siempre poniendo en el centro a la persona que trabaja, es la regulación de la jornada laboral. Resulta necesario establecer límites claros al período diario de trabajo porque si el trabajo se realiza en un hogar se tornan difusos, deviene en confuso el horario de inicio y finalización de la jornada, el tiempo de descanso y ocio, hay propensión a la mezcla de esos tiempos y por ende a un sobre trabajo no solamente no remunerado sino y fundamentalmente perjudicial para la salud y la vida de quien lo realiza.

Fuera del horario de trabajo prevalece el derecho irrenunciable a desconectarse de los dispositivos digitales y otras herramientas de trabajo. El empresario no puede ofrecerle otros beneficios a cambio, ni puede sancionar al trabajador por ejercer este derecho.

La jornada se vincula estrechamente con el control que de la prestación de trabajo se puede hacer. Si establecemos límites claros a la jornada debe haber un correlato directo en el control y en la dirección. Los mismos no se pueden realizar fuera de los límites de la jornada. Más allá de que la tecnología permita conectarnos y contactarnos en cualquier momento y en cualquier lugar, las facultades de control y dirección deberían prohibirse, y hasta limitarse o imposibilitarse automáticamente. En algunos casos esto se podría realizar por sistema, independientemente de la voluntad o la conducta de las partes.

En otro orden y si sabemos que la persona que trabaja no lo hace en el domicilio de la empresa, como es el hecho característico de este fenómeno, la misma deja de gastar en lo indispensable para que el trabajo se desarrolle en su lugar. Esto es menos oficinas, lugares comunes, estacionamientos, comida, servicios básicos, impuestos inmobiliarios entre más o menos gastos que pueda tener.

La jornada se vincula estrechamente con el control que de la prestación de trabajo se puede hacer. Si establecemos límites claros a la jornada debe haber un correlato directo en el control y en la dirección. Los mismos no se pueden realizar fuera de los límites de la jornada

Evidentemente estaríamos en presencia de un ahorro por parte de la empresa, en menos gastos. El correlato de esta situación son los mayores gastos en los que incurrirá un trabajador para desarrollar su prestación, en el caso de que la empresa no se lo garantice. Ahora bien, ¿cómo se cuantifica, como se mide? El ahorro por parte de la empresa tiene parámetros más estables como para darnos una primera idea; la mayor complejidad la arroja la suma de todos los gastos extras de las personas que trabajan. Si prestan su hogar para el trabajo para una empresa ¿son acreedores de alquileres?, ¿Qué sucede con los servicios utilizados? ¿Y con el deterioro de las cosas? y así con preguntas por el estilo.

A priori podríamos pensar en dividir equitativamente el ahorro de la empresa entre quienes trabajan fuera de la misma. Una suerte de viáticos sin comprobantes. ¿Será suficiente, será un plus, será compensatorio? Entonces, necesariamente estos gastos extras por parte de quienes trabajan deberán ser como mínimo compensados, aunque esto implique en algunos casos mayor gasto para una empresa.

En lo que respecta al derecho colectivo, de sindicalización, sobre todo el de elegir y ser elegido, pensamos que no debe haber distingo alguno entre quienes trabajan en el domicilio de la empresa o fuera de esta. Puesto que este derecho es inherente a la persona que trabaja, independientemente de donde lo haga. La igualdad, los mismos derechos y obligaciones, cobra especial relevancia en este punto.

Un Cacho de vida

Un Cacho de vida

La vida de Envar «Cacho» El Kadri ofrece una versión muy peculiar de la historia argentina de la segunda mitad siglo XX. Peronista heterodoxo, progresista irredento, defensor de los derechos humanos, un personaje irrepetible.

El 19 de julio se cumplió el veintidós aniversario del fallecimiento de Cacho Envar El Kadri. La muerte lo sorprendió en Tilcara en 1998, mientras acompañaba la gira del músico Miguel Ángel Estrella. Todas las voces todas surcaron la vida de un militante de un compromiso muy particular. 

Un documental valiosísimo realizado por Santiago Acuña se llama “Cacho, una historia militante”. En este aniversario tuve la suerte de volver a verlo, y la vida del protagonista es tan rica en matices que uno cada vez que ve el documental se lleva nuevas cosas. En este caso, las ganas de escribir este artículo que espero no adquiera la solemnidad de los homenajes.

Cuenta el documental el devenir de una trayectoria militante que tuvo ciertos hitos y se apartó de toda ortodoxia. Se narra cómo, en el Liceo Militar donde se encontraba cursando el cuarto año de la secundaria, a la caída del peronismo se quemaron en el patio a la institución los ejemplares del libro “La Razón de mi Vida” de Eva Perón. Él se resistió fuertemente a entregar su ejemplar y fue expulsado. En la voz de Cacho, se recuperan anécdotas de acciones inorgánicas de principios de los 60, cuando la resistencia peronista era pegar un afiche de Eva Perón en la esquina de Corrientes y Esmeralda y esperar a que algún transeúnte lo arrancara, para agarrarlo a trompadas o agredirlo verbalmente para armar escándalo, adquirir visibilidad. Se recordó también una toma de un puesto de la aeronaútica, donde esposaron a un conscripto con una técnica que habían aprendido anudando unas cuerdas, pero con un leve movimiento el hombre se liberó. El relato del protagonista trascurre entre risas, se vuelve tierno, gracioso, por el tiempo que media entre los sucesos y la narración, que hizo disolver el miedo que envolvía a los jóvenes en esos primeros hechos de resistencia ante la imposición de la proscripción del peronismo y el decreto 4161 que prohibía hasta nombrarlo.

¿Qué más quieren?, inquiría a sus compañeros más radicalizados. No entendía la prosecución de la violencia por parte de las organizaciones armadas. Consideró que esas acciones no eran entendidas, interpretadas por el pueblo y le eran ajenas.

Hubo hitos en esa vida, y uno que tuvo lugar cuando se difundió la muerte del Che Guevara en Bolivia. El sentimiento de identificación de esos jóvenes con ese revolucionario que dejó su vida, que puso el cuerpo fue muy fuerte, y los llevó a planificar, con lo que había, de la nada, un intento de guerrilla que se llamó Fuerzas Armadas Peronistas. En Taco Ralo, Tucumán, se instalaron para comenzar a entrenarse en el tipo de lucha que iban a afrontar. Pero ni siquiera alcanzaron a disparar un tiro. Catorce personas formaban ese primer grupo y fueron confundidos por contrabandistas por las fuerzas policiales que cercaron rápidamente su campamento. El intento se desbarató completamente, pero la derrota militar devino victoria política. Adquirieron visibilidad los jóvenes rebeldes que deseaban el retorno de Perón, exponiendo la opresión y la falta de libertades de la dictadura de Onganía. Poco después, estallaría el Cordobazo y haría su aparición dotada de espectacularidad la organización Montoneros.

Años de cárcel le esperarían a Cacho El Kadri y sus compañeros. Alejandro Tarruella titula su libro: Envar El Kadri, el guerrillero que dejó las armas. Y esto expone otro hito de la vida del militante: abandonar la estrategia de la lucha armada para apostar a la política. En 1973 fue liberado por la amnistía general y no volverá a empuñar un arma. Abogó para que la juventud se integrara al proceso político, considerando que la vuelta de Perón era el objetivo que se había cumplido y que deseaba todo el pueblo. ¿Qué más quieren?, inquiría a sus compañeros más radicalizados. No entendía la prosecución de la violencia por parte de las organizaciones armadas. Consideró que esas acciones no eran entendidas, interpretadas por el pueblo y le eran ajenas. Se distanció de la vanguardia esclarecida que intentó encarnar Montoneros pero también de la derecha peronista. Apoyó a Perón, sin más, como gran parte del pueblo argentino. En el contexto del enfrentamiento tremendo y doloroso que tuviera lugar hacia el interior del movimiento peronista, se fue quedando sin espacio político donde militar. Dicha situación se acrecentó mucho más con la muerte del líder. Le ofrecieron integrarse a Montoneros y lo rechazó, lo apretó el lopezreguismo para que se sumara a su fuerza, o que se atuviera a las consecuencias.

Amenazado y huérfano políticamente, se fue del país en enero de 1975, primero a Beirut, después a Siria. Luego recaló en España, donde lo detuvieron y expulsaron a Francia. En su exilio, adquirió celebridad por motorizar las denuncias por violaciones de los derechos humanos por parte de la dictadura argentina. Trabajó como cuidador en el Cirque du Soleil en Francia, y lo fueron incorporando a diferentes tareas. Versátil, organizado, necesitaba trabajar. Contribuyó a organizar una marcha en el centro de Francia en 1979, nucleando a un movimiento internacional de artistas que visibilizó la violación de los derechos humanos utilizando grandes pinturas transportadas en estandartes y con la música ensordecedora de saxofonistas para atraer la atención de los parisinos.

Volvió al país en 1984, y se dedicó a ser productor de las películas que dirigió Fernando «Pino» Solanas. En la década del 90, participó del Frente Grande, la entente que reunió a peronistas disidentes y huérfanos de diferentes experiencias partidarias de izquierda, buscando una síntesis en algún modo de progresismo o socialdemocracia. Pero Cacho no se sintió cómodo o representado acabadamente porque se seguía sintiendo sobre todo peronista, lo que en el progresismo no siempre es valorado. Integró la corriente sindical Germán Abdala, y dio un vibrante discurso en conmemoración de los cincuenta años del 17 de octubre en 1995. Además de criticar las políticas neoliberales de privatización que nos hizo perder la soberanía y rescatar el nacionalismo del peronismo, en esas palabras se definió como un reformista.

Y aquí es interesante visualizar esta última estación de su vida, que es una continuidad bastante coherente con sus anteriores pasos. De la guerrilla a soltar las armas y el exilio. La militancia política bastante transversal y el compromiso por un mundo mejor que se asocia de alguna forma también a manifestaciones artísticas. Su evolución puede analizarse como parecida a la de Jorge Rulli, en el sentido en que también devino un militante en espacios fuera de la gestión pública, en este caso desde el ambientalismo. Los unió siempre una gran amistad.

En la década del 90, participó del Frente Grande, la entente que reunió a peronistas disidentes y huérfanos de diferentes experiencias partidarias de izquierda, buscando una síntesis en algún modo de progresismo o socialdemocracia. Pero Cacho no se sintió cómodo o representado acabadamente porque se seguía sintiendo sobre todo peronista, lo que en el progresismo no siempre es valorado.

El revolucionario de la lucha armada se define años después como un reformista, pero no significando una claudicación de sus ideales. Hay que tener en cuenta que esas palabras fueron pronunciadas en el 95, cuando parecía cristalizarse el fin de las utopías, de la historia en palabras de Fukuyama y la entronización de un pensamiento único. Él seguía levantando la bandera peronista pero apostando a una faz reformista, no revolucionaria. Teniendo en claro que la lucha en esos momentos se encaraba valorando la democracia, que había que ensanchar, mejorar, engrandecer para incluir a todos. No podía ser de otra manera, desde que este hombre lo tuvo claro hasta en el año 1973, luego de haber salido de la cárcel y respetando la democracia que se había sabido dar el pueblo argentino y en un contexto dificilísimo donde cundía la violencia cada vez más encarnizada entre la izquierda y la derecha del peronismo.

Una vida llena de anécdotas, de camino recorrido, de embarrarse en la suerte del pueblo. Una especie de peregrinar por distintos lugares en la búsqueda de un nuevo sentido, que pudiera conjugar la sensibilidad artística, una revolución sin armas, una reforma que no se limitara sólo a una administración honesta de los recursos en la labor pública. Con la bandera peronista tomada como identidad inclaudicable pero pudiendo escuchar otras voces, incluso de los que no lo acompañaban, apostando a considerar al otro como un hermano, pregonando prácticas solidarias hacia el bien común. Un hombre que pasó de intentar buscar el camino corto del asalto al poder al de poner piedra sobre piedra en cada persona, en cada colectivo social. La moral del “hombre nuevo”, que pregonaba el Che, pero desechando completa y terminantemente la violencia. Con el mate en la mano, una mano tendida y una sonrisa entrañable. Creyendo, tal vez, que para hacer lo grande hay que comenzar por lo pequeño. Y con una empatía con el pueblo más humilde que nunca perdió. Ponerse un cachito en el lugar del otro, con su particular sensibilidad. Un Cacho de vida.