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El paraíso en la tierra

El paraíso en la tierra

Las producciones de series en la era de las plataformas han escogido el futuro como tema predilecto, pero uno más cercano a la distopía. La incertidumbre que nos embarga llegó también a la ficción.

«Ser inmortal es baladí;  menos el hombre, todas las criaturas lo son,  pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible es saberse inmortal»

J.L.Borges

Como si no bastara con asistir en vivo y en directo a un futuro[i] incierto y aterrador, Hollywood invita una y otra vez a imaginar el fin de los días. Más allá de los mundos tribales y en conflicto permanente de Mad Max o de esa sociedad oscura llena de chatarra de Blade Runner, la última década evidencia una apuesta por una narrativa distópica que bien se asemeja a nuestra vida cotidiana. Ahora bien, si levantamos la vista de la pantalla, quizás veamos que el mundo en que vivimos poco tiene de fantasía y mucho de distopía. Pero no todo es caos y destrucción, también el paraíso puede emerger en este escenario, un paraíso terrenal que ofrece una vida más allá de la carne; paraíso simulado, hecho de bits y algoritmos; un reino customizado, como Second Life pero en 4K.

MÁS ALLÁ DE LA CARNE

Alejandro Galliano, en su libro ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?, Breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro, describe dos corrientes de pensamiento estrechamente vinculadas. Por un lado habla del transhumanismo o simplemente H+ y cuenta cómo este movimiento propone la emancipación de la naturaleza a través de la tecnología. En este sentido escribe: “Hay quienes están dispuestos a sacrificar su condición humana con tal de no morir, ni sufrir, ni fallar; personas convencidas de que el cuerpo y la mente pueden mejorarse gracias a la tecnología hasta dejar atrás su naturaleza”. El objetivo de máxima del transhumanismo parece ser la inmortalidad. El vínculo entre transhumanismo y poshumanismo se forja en el momento donde el cuerpo ya no es un límite para seguir viviendo. En este mismo libro Galliano cuenta que en la actualidad existen grupos de neurocientíficos que trabajan sobre la premisa de entender la actividad cerebral como un software. Esto quiere decir que, de ser posible escanear el cerebro y replicar su arquitectura, este mismo podría reproducirse en cualquier plataforma.

San Junípero es quizás el capítulo más feliz de la saga Black Mirror, pero no lo es solo por el final que bien podría cerrar con un fundido a negro en forma de corazón, sino por el espacio promisorio que funda: la vida después de la muerte. Se puede inferir que la construcción de ese episodio es una obra de arte algorítmica que mezcla la corrección política que dicta la época; retazos de una añorada década del ochenta –nostalgia llevada al extremo por Stranger Things y por Netflix–; y porque arroja una promesa sobre una vida que puede ser mejor que la ya vivida. La promesa del poshumanismo.

San Junípero es: felicidad on demand. Pero, ¿qué tan felices podemos ser donde sólo podemos ser felices? Acaso la felicidad es un juguete irrompible.

Es el año 1987 y San Junípero es un pequeño lugar turístico ubicado cerca  de alguna playa de la costa oeste de los Estados Unidos. Un sábado por la noche, en un bar donde se puede bailar o jugar flippers, Kelly se cruza con Yorkie y allí comienza la aventura. Pero, ¿qué es San Junípero? Como se verá a medida que avanza el episodio, San Junípero es un lugar donde no se puede morir, donde no tienen espacio el sufrimiento o el dolor (salvo que eso dé placer), incluso se puede elegir en qué década vivir. San Junípero vende una vívida terapia de nostalgia; un paraíso a elección como tránsito de los últimos días y, porque no, el salto a una eternidad mediada por algoritmos. San Junípero es: felicidad on demand. Pero, ¿qué tan felices podemos ser donde sólo podemos ser felices? Acaso la felicidad es un juguete irrompible.

(Este párrafo contiene spoilers) Devs, la serie recientemente estrenada por Hulu, fue escrita y dirigida por Alex Garland (Ex-machina), y plantea un escenario similar. Forest es CEO y fundador de Amaya, una empresa líder en computación cuántica de Silicon Valley. Desde que enviudó, se volvió taciturno y solitario. Mientras que Amaya factura billones, este pope de Silicon Valley tiene un solo proyecto: utilizar una supercomputadora cuántica para recrear el mundo entero. Esta simulación global, reconstruida a partir de millones de datos (en este caso da lo mismo zetta, exa o yotta) permite, entre otras cosas, ver el pasado y también el futuro. En medio de todo un paquete de galimatías sobre el multiverso, programación y teoría de cuerdas, la historia avanza a partir de la desaparición de un programador, el involucramiento de espías rusos y la normalización de un estado de connivencia entre las fuerzas militares, la inteligencia estatal y estas empresas del Valle.

El mundo simulado por la supercomputadora no es el mundo de Forest, sino que es uno de los muchos mundos posibles, no casualmente, uno donde su mujer y su hija no murieron. El deseo de Forest, entonces, es almacenar su memoria, replicar su personalidad y vivir –algoritmo mediante– en la simulación que más le apetece (volver con su familia). En este punto, la emulación de su cerebro y la inserción en el mundo simulado se presenta como un producto diseñado a medida, casi como un signo de esta última década. El paraíso puede ser construido y, como se verá en todos y cada uno de los episodios, la vida eterna está aquí, en la tierra.

LOS JUGUETES DE ALAN TURING[ii]

Kitt (El auto fantástico) y Jarvis (Iron Man) son los arquetipos de la Inteligencia Artificial (I.A) en el cine de aventuras puesta al servicio de los hombres. Si bien son la representación más caricaturesca es interesante rescatar su carácter etéreo, omnipresente y oportuno, donde resuenan como una voz racional que serena las pasiones humanas. Tanto Kitt como Jarvis demostraron su eficiencia resolviendo, en cuestión de segundos, cientos de desafíos con la precisión de un reloj suizo. Por su parte, los anfitriones de Westworld, esos androides que protagonizan la serie de HBO basada en el libro de Michael Crichton, se presentan como el producto más avanzado de I.A.

Westworld es un parque de diversiones temático que recrea –entre otros mundos– el lejano oeste. En este parque, los visitantes (a quienes se nombra como huéspedes) pueden interactuar con cientos de anfitriones que fueron diseñados para mimetizarse con los hombres El valor de esta interacción está dado en la similitud con los humanos y explota una veta sádica: en pocas palabras, se puede torturar, vejar y maltratar sin culpa, pero no sin goce, a esos anfitriones[iii]. El conflicto que motoriza la ficción es una serie de indicios que muestra cómo estos anfitriones lentamente van generando una autoconciencia, desarrollando una memoria y, en consecuencia, abriendo las puertas a la revolución.

¿Cómo envejecemos intelectualmente en esos cuerpos eternos? ¿Cómo lidiamos con la eternidad cuando el tiempo deja de ser un factor? Si nuestros recuerdos (y nuestra vida almacenada) están orquestados por un algoritmo que pretende funcionar como nuestro cerebro, ¿qué hacemos con la autoconciencia?

Más allá de Jarvis, Kitt y los berretines de los androides, el problema que me  interesa aparece en una subtrama que no está muy explorada. A medida que avanza la serie descubrimos que Westworld no es sólo un parque de diversiones para que los violentos descarguen sus perversiones, sino que, debajo de varias capas, otros proyectos se están pergeñando. Uno de ellos reside en la posibilidad de transferir la propia «conciencia», por ahora vamos a llamarla así, a esos estuches formidables de los anfitriones. En esta serie, el paraíso terrenal toma la forma (y el cuerpo) y la extensión de los anfitriones. Una inmortalidad corpórea, una juventud eterna.

La imposibilidad se manifiesta rápidamente y una duda cuasi filosófica aflora[iv]: ¿Cómo envejecemos intelectualmente en esos cuerpos eternos? ¿Cómo lidiamos con la eternidad cuando el tiempo deja de ser un factor? Si nuestros recuerdos (y nuestra vida almacenada) están orquestados por un algoritmo que pretende funcionar como nuestro cerebro, ¿qué hacemos con la autoconciencia? ¿Tendremos permisos de administrador para cambiar algunas reglas? ¿Cómo administramos la memoria? ¿Cómo enriquecemos afectivamente nuestros recuerdos? ¿Cómo lidiamos con los traumas?

ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL ALGORITMO

La megalomanía de Silicon Valley anuncia que llegó para cambiar el mundo, para volverlo mejor o sencillamente, inventar uno nuevo. Un mundo emulado por un algoritmo y soportado por una supercomputadora; un planeta habitado por espectros hechos de bits y configurado por los recuerdos de una vida mejor; una burbuja hecha a imagen y semejanza; una juventud eterna y sintética y, por supuesto, un dios hecho de líneas de código.

En este sentido Years and years presenta una interesante progresión entre transhumanismo y poshumanismo. Por un lado, juguetear con la hibridación entre humanos y tecnología es algo que es puesto en el cuerpo de los jóvenes, ávidos de nuevas experiencias y sin dimensión de las consecuencias negativas de dichos experimentos. Por el otro, y en forma mucho más solemne, es la tarea de los adultos almacenar su propia memoria para convertirla en un reservorio histórico de la humanidad.

Una vida eterna que no es más que una simulación ad eternum, un loop de grandes éxitos alimentado por un corifeo monocorde, una orquesta que toca una y otra vez la misma canción.

La selección caprichosa de estos episodios pretendió indagar en cómo se construye ese paraíso en la tierra. Una vida eterna que no es más que una simulación ad eternum, un loop de grandes éxitos alimentado por un corifeo monocorde, una orquesta que toca una y otra vez la misma canción. Una saga interminable que pende de un hilo invisible: sobre el final de Devs, una vez que Forest ya está inmerso en su nuevo mundo, su asistente –todavía con los pies en la Tierra– negocia con la CIA la continuidad del proyecto, la potencialidad y sus beneficios y ruega enfáticamente que no interrumpan su funcionamiento, es decir, pide que no le corten la luz.


[i]En este texto se usa el sintagma futuro en un sentido clásico y tripartito: “como proyección, como materialidad por venir y como un presente por llegar”. Esta definición fue tomada del libro de Ezequiel Gatto Futuridades. Ensayos sobre política postutópica y es una pequeñísima parte de un trabajo más complejo donde se indaga y se problematiza la idea misma de futuro y se la articula con la tríada futurabilidad, futurización y futuridad.

[ii] González, Rodrigo. (2007). El test de Turing: dos mitos, un dogma. Revista de filosofía, 63, 37-53 https://dx.doi.org/10.4067/S0718-43602007000100003

[iii] Sobre este dilema moral que emerge entre vejadores y vejados hay un artículo muy interesante de Mark Fisher titulado «Simpatía por los androides. La retorcida moralidad de Westworld»,  publicado en la compilación K-punk (Volumen 1) editado por Caja Negra.

[iv] Franco Berardi, en su libro Fenomenología del Fin, escribe: “desde un punto de vista existencial, este proyecto no resulta tan atractivo: tan solo imaginemos la infinita tristeza de esas mentes decrépitas contenidas en cuerpos ágiles y de apariencia joven”.

Fabián Herrero, 30 años junto a la poesía

Fabián Herrero, 30 años junto a la poesía

El poeta e historiador Fabián Herrero ofrece, tras 30 años de poesía, una antología que refleja, a su modo, su historia y su presente. Al compás de su profesión, nunca dejó de escribir poesía, esa pasión irredenta.

Quién no le tiró una piedrita al mundo / Poemas 1988-2018 de Fabián Herrero (Santa Fe, 1965) es una antología que puede ser visitada y recorrida como un relato de experiencia estética. Treinta años de viaje lírico, con elementos que permanecen, desaparecen o retornan; bitácora de experiencias de lectura del propio poeta, que va sembrando pistas en las dedicatorias, las alusiones, los aires de familia. Retrospectiva y perspectiva de una escritura insistente y secreta.

REGRESO A LA SEMILLA

¿En qué momento alguien decide convertirse en un autor? ¿Es un proceso o un destino? La iniciación literaria de Herrero se funda en esa patria que llamamos infancia. El escenario: una casa del barrio Barranquitas de la ciudad de Santa Fe. La escena: su hermano mayor comienza a darle forma a la biblioteca que pondría al alcance de su mano las palabras de Neruda, de Guillén, de Artaud y la vivencia de un gesto poético: papeles con frases y fragmentos de poemas pegados en cartulinas por las paredes de la pieza. Todo esto abona la sensibilidad de quien más tarde quedaría deslumbrado por las obras de Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, pero que elegiría (¿misteriosamente?) el camino de la poesía, que lo llevaría a Litto Ganchier –compañero de lecturas y de estudio en la carrera de Historia en la UNL–, a Daniel Rafalovich –con quien compartiría la militancia estudiantil y la pasión por los libros–, a Roberto Aguirre Molina –a quien conoce por medio de Rafalovich y que sería más tarde su editor–. En esa época asistía a los talleres literarios de Hugo Gola, primero y después de Edgardo Russo, así como a los encuentros de lectura e intercambio con Beatriz Vallejos, Kiwi, Juan Manuel Inchauspe, Hugo Padeletti, Arturo Carrera. En la década del noventa se establece en Buenos Aires y entra en contacto con Edgardo Pígoli, Jorge Boccanera, Daniel Freidemberg, Hugo Mujica, Ricardo H. Herrera, Luis Tedesco. Ya trae consigo dos plaquetas colectivas publicadas en Santa Fe: el primer cuadernillo de Selección Poética Santa Fe al Norte (Santa Fe: UNL, 1988), compartido con Alicia Acosta y Roberto Aguirre Molina; y Poemas de Washington Castro (Santa Fe: edicionesdelanada, 1988) en la que participó junto a Alicia Acosta y Litto Ganchier. En 1998 sale publicado, con epílogo de Edgardo Pígoli, su poemario El mundo no parece estar aquí (Buenos Aires: Ediciones del Dock) en la colección «El mono hablador» dirigida por Joaquín O. Giannuzzi. Le seguiría, en la misma colección, Sueños del tamaño de un niño (ídem, 2000), con prólogo de Jorge Boccanera. En 2002, se edita en Santa Fe, bajo el cuidado de Aguirre Molina, En el barco de la noche (ediciones delanada, 2002), con epilogo de Ricardo H. Herrera. Luego vendrían Los pasos que nos separan de los sueños (Buenos Aires: Ediciones EdUNLa, 2004), Palabra que tiembla en el corazón (Buenos Aires: Ediciones Cooperativas, 2006), Mirando pasar las nubes (ídem, 2006) y el volumen triple Cielo, momentos, caminatas; Puente Colgante; Noche Inchauspe (Buenos Aires: Rangún, 2018), con contratapa a cargo de Litto Ganchier. La mirada en perspectiva de los títulos puede llevarnos a una lectura intuitiva: de un mundo que no parece estar aquí llegamos al puente colgante y a la noche Inchauspe, como en un viaje de regreso a la semilla.

Treinta años de viaje lírico, con elementos que permanecen, desaparecen o retornan; bitácora de experiencias de lectura del propio poeta, que va sembrando pistas en las dedicatorias, las alusiones, los aires de familia.

DOS LECTORES

Herrero envía por correo ejemplares de su primer libro a poetas que le interesan y admira. En esa época vive en la calle Charcas, en Palermo.

Una mañana suena el teléfono y atiende. Del otro lado una voz vehemente, sin mediar saludo alguno, comienza a recitar: “Mierda. Mierda en todo y caminamos…”. Prosigue pausadamente hasta el último verso y recién entonces, pregunta: “Fabián es usted, ¿verdad?”. Era Francisco Madariaga. “Me gustó su libro, Fabián. Hay poemas de contemplación y hay poemas con mucha fuerza.”

A los pocos días, Herrero recibe un sobre. Retrasa el momento de abrirlo al ver el remitente. Cuando se decide, extrae dos hojas escritas a mano con birome azul y descifra la letra de Leónidas Lamborghini: “Su libro es de ruptura y de experimentación. Uno no sabe qué se va encontrar leyendo, pero siempre es el mismo poeta”.

Madariaga y Lamborghini leyeron de diverso modo el mismo libro, empleando sus propios métodos particulares. Tal vez, no hicieron más que encontrarse a sí mismos en la contemplación y la ruptura que señalan. Sin embargo, todo lo que han leído ya no les pertenece a ellos, sino a Fabián Herrero.

TRES RECORTES Y UN HEXAGRAMA

De entre las innumerables posibilidades de goce –y no sólo de interpretación– que nos ofrece esta antología, podemos recortar tres para la ocasión: la altura y la profundidad, el poema como escenario ficcional, lo poético como elemento agua.

La altura y la profundidad son condiciones intrínsecas del instante poético que se verticaliza quebrando la horizontal prosaica del mundo, ya sea por elevación o por descenso, e incluso por combinación antitética. Podemos encontrarnos respirando “como un suspiro de la tierra”, sentados en nuestro cielo, y de repente caemos para hundirnos en la ya citada “MIERDA. MIERDA EN TODO, y caminamos” (con esa “y” que en su cópula parece silenciar un “sin embargo”). En otros casos, la simultaneidad de lo uno y lo otro se da como una forma de hacer habitable el mundo individual y colectivo: “una nube blanca/ flota/ lentamente,// y/ al deslizarse/ parece dibujar/ en la tierra húmeda,/ aquello/ que no vemos.”

Por otra parte, tenemos el poema como escenario ficcional, pues no sólo se escribe sobre lo que se sabe, sino también para saber (entendiendo que todo conocimiento es provisorio, deseante, inagotable). Por ejemplo: No sabemos qué pensó el jardinero que halló muerto a Antonin Artaud, y ni siquiera tenemos por qué saber si existió o no tal jardinero; tampoco sabemos qué hubiera ocurrido si Basho se encontraba con Bertolt Brecht, o qué palabras dirigió Dylan Thomas a Pamela Hansford; aún así, todo resulta conjeturable poema adentro (en “El amigo jardinero de Antonin Artaud”, “Un día de verano de Matsu Basho en la primavera de Bertolt Brecht” y “El príncipe de la oscuridad”, respectivamente).

Encadenado a lo anterior: lo poético como elemento agua. A lo largo de este libro se navega –o se sueña, lo cual es casi lo mismo–, de tanto en tanto llueve, se deviene barco –pero también barquito– y, por supuesto, nos aproximamos a la orilla del río, más aún, de los “ríos en lo más profundo de nosotros”. Parodiando a Huidobro, aquí no se le canta al agua, se la hace fluir en el poema, hidratando memoria y distancia.

Sin dudas, el que alguien mantenga encendida la linterna de la poesía por tres décadas es algo a celebrar. En una ocasión tan especial como ésta, tal vez no sea casual una coincidencia: en el I-Ching, el hexagrama 30 es doble, Li-Li, fuego sobre fuego… Como quien dijera: poesía sobre poesía.

A lo largo de este libro se navega –o se sueña, lo cual es casi lo mismo–, de tanto en tanto llueve, se deviene barco –pero también barquito– y, por supuesto, nos aproximamos a la orilla del río, más aún, de los “ríos en lo más profundo de nosotros”.

El amigo jardinero de Antonín Artaud

            Para Fabián Mónaco y José Maria Deville

“Cuando lo encontré muerto -dijo-

tenía un zapato en la mano.

‘Un poeta loco’, decían,

por eso, en público llegó a pincharse el cráneo

con un cuchillo. Artaud, dijo, fue un hombre

construido con el barro

de un odio

que parecía tomarlo del aire

   de todo

un mundo ardiente

   y salvaje.

¿Por qué negarlo?  Cuando murió -dijo-, pensé

en mi propia vida, reclinando

   sobre

      el viejo

              rastrillo

mi cuerpo cansado, allí,

anclado

     en el pasto

             nuevamente húmedo

                            de lo callado.

Y pensé, mirando el silencio que pesa como un hierro

en mi jardín, que yo conocí

a Antonín Artaud, ‘el poeta loco’,

que, al borde de su cama,

mientras yo repasaba el silencio

de toda mi vida,

me hizo escuchar, el grito indescriptible

que aún no ha dado, el mundo.”

Raymond Carver. Días de junio de 1977

                                                Para Daniel Lvovich

   “Todo eso, ya estuvo bien.

       Diez años viviendo en la verdadera casa

del infierno.

Pero ahora nuevamente

     en casa, nuevamente en el camino.

   Aquí pensé que los años eran, simplemente,

los innumerables ladrillos de un muro, amontonándose,

alrededor de todo lo que llamaba

        ‘mi vida’, uno

encima del otro.

Y allí, entre ese aire sólido, con un vaso de whisky

     en la mano, y

     demasiadas vendas en la cabeza,

yo caminé hacia algún lugar

   que luego guardé prolijamente en el país del Olvido,

             porque alcohólico,

el hombre no hace más que dar interminables vueltas

por países muy extraños, como si fuera simplemente

             un piloto automático.

          Pero he vuelto a casa.

                    ¿No es acaso eso lo que quería?

Y me detengo a mirar la luna, que sin duda

fue el único agradable fuego blanco que conocí,

             y expuesto

en ese inmenso silencio,

camino por las calles de mi mente,

              que brillan

como si hubiera llovido.”

El príncipe de la oscuridad (Dylan Thomas)

1. Palabras para Pamela

«Quisiera decirte algo. Créeme. 

 Hay un duende fantasma

 en tu cuarto, mirándote

 con mis ojos. Tus cabellos

                                           dulces

son como sogas

colgando de las manos

del cielo. ¿Colgadas

para trepar? ¿Pero

alguien tiene esa fuerza? Demasiado

pensamiento, demasiada charla,

demasiado alcohol.

¿Vendrás en verano?

Swansea es un deslucido infierno

                                                     y mi madre

un fraude. Gowen es hermoso.

¿Vendrás? Hay una bahía

demasiado hermosa

para mirarla.

En esa bahía hermosa, diremos palabras

de hechizados,

y sobre la desolación ardiente

nos desmayaremos.            

Pero no vuelvas a escribirme a máquina.

                                                /Por favor,

no lo hagas. Las palabras más cálidas

parecen frías. Ah! para tu madre

va una carta. Puedes

leerla también. No dice nada

de nada. Pero

¿qué dice algo? ¿y

con cuál palabra?”

Tomas de tierras y criminalización

Tomas de tierras y criminalización

La criminalización de la comunidad mapuche tiene un nuevo capítulo. La desmesura de la represión en Villa Mascardi es un botón de muestra más de una justicia parcial y sesgada.

La tensión generada en los últimos días en torno al conflicto por la ocupación de tierras de titularidad de Parques Nacionales en Bariloche, que la Comunidad Mapuche Lafken Winkul Mapu reivindica como parte de su territorio ancestral, ha devenido en especulaciones políticas que, bajo el ropaje de una supuesta preocupación por el derecho a la propiedad privada, en realidad, insta divisiones en la sociedad, cargadas de discriminación e intolerancia, que pretenden ser aprovechadas por sectores de la oposición para caracterizar al gobierno, y viceversa. 

En este juego de tensiones y especulación política, la fiscal del caso, quien ha desplegado sus facultades punitivas con tanta virulencia contra un sector vulnerable, por lo que es –en definitiva– un delito menor, desecha de antemano una denuncia realizada por el Ministerio de Seguridad de la Nación, por delitos mucho más graves que la presunta ocupación ilegal de tierras, bajo una excusa retórica que contraviene sus propios actos. 

La causa por la ocupación de tierras en conflicto se inicia el 10 de noviembre del 2017, cuando una encargada de la Delegación Sur de Parques Nacionales denuncia que un grupo de personas se habría instalado en el bosque colocando una bandera con la siguiente leyenda: “TERRITORIO MAPUCHE RECUPERADO LOF LAFKEN WINKUL MAPU”. No nos engañemos, es ese acto de reivindicación y no la usurpación en sí, lo que enciende las alarmas y exacerba el exceso en la vindicta pública, por cuanto se trata de espacios públicos abiertos, y si la misma ocupación hubiera sido llevada adelante por mochileros o simples ocupantes ilegales, sin consigna alguna, seguramente no estaríamos en un escenario “penal” sino ante instancias civiles, donde existen sobradas herramientas para discutir realmente la naturaleza de los derechos en pugna.

La misma fiscalía que ha ordenado reprimir manifestaciones y promovido causas contra manifestantes que realizaron actos de repudio contra los hechos de represión que se llevaron la vida de Rafael Nahuel, se inhibe de investigar manifestaciones que provienen de otro sector social, por no decir otro color.

Es muy fácil desde determinados sectores poner en tensión un falso dilema sobre el pleno ejercicio del derecho a la propiedad privada, propiciando la criminalización, ya que no es precisamente en ese ámbito donde la justicia resolverá los supuestos derechos en pugna. Sólo baste mencionar que la propiedad privada, ni siquiera resulta ser el bien jurídico protegido en el delito de usurpación, sino el dominio, que puede ser detentado legítimamente por una persona distinta del dueño, por una pluralidad de circunstancias que exceden el análisis penal. La actuación de la Justicia Federal en este caso no guarda relación ni proporcionalidad con la supuesta tutela de los derechos de la presunta víctima (Parques Nacionales) y resulta evidente que son otros los intereses que movilizan el proceso de criminalización. 

Esto resulta incontrastable cuando vemos la doble vara de la fiscal que lleva el caso, quien desecha de plano la denuncia realizada por el Ministerio de Seguridad de la Nación contra una organizada agresión a la comunidad mapuche, acicateada por sectores de la oposición, expresando -recién en ese contexto- su preocupación por el derecho de las personas a manifestarse. Resulta irónico que la fiscalía eche mano a este tipo de argumentos, cuando en concreto ella ha impulsado el desalojo violento y criminalización de una comunidad mapuche, por haber realizado un acto simbólico de reivindicación de lo que considera su territorio ancestral, siendo que estos actos podrían ser caracterizados de manera inequívoca como una “manifestación” en los mismos términos jurídicos que la propia fiscal entiende para inhibirse de accionar contra los ciudadanos que fueron a manifestarse a Villa Mascardi.

La misma fiscalía que ha ordenado reprimir manifestaciones y promovido causas contra manifestantes que realizaron actos de repudio contra los hechos de violencia policial que se llevaron la vida de Rafael Nahuel, se inhibe de investigar manifestaciones que provienen de otro sector social, por no decir otro color. Resulta inquietante que en el preciso momento en que el estado nacional logra establecer un diálogo con la comunidad mapuche, para resolver el conflicto por vías pacíficas, aparezcan este tipo de tensiones, y que las mismas cuenten con el respaldo de una fiscalía que parece ser implacable para algunos y contemplativa para otros.

El trabajo en la era de las plataformas digitales

El trabajo en la era de las plataformas digitales

La economía de plataformas ha estallado al calor de la pandemia y las empresas detrás de las app se han beneficiado de los vacíos legales. Frente a esta expansión y la precariedad de la que están presos los trabajadores es urgente tomar medidas.

EL MUNDO DE LAS APP Y EL TRABAJO PRECARIO

En las últimas décadas asistimos a un proceso de transformación en el mundo del trabajo notoriamente marcado por la innovación tecnológica y digital.

Las plataformas digitales han irrumpido en la cotidianeidad de nuestras vidas, haciéndonos más simples algunas operaciones que en otro momento nos hubieran demandado mayor tiempo. Existen app de todo tipo: lúdicas y recreativas, herramientas de diseño, de cálculos, de comunicaciones, meteorológicas, bancarias, de radio y tv, entre un largo etcétera. También existen app para organizar y dirigir servicios de transporte de personas y/o mercaderías. Sobre estas últimas, versan en gran parte los párrafos que siguen.

Aplicaciones como Pedidos ya, Rappi, Glovo, Uber se instalaron en el mercado diciéndonos que existían para que ahorremos tiempo. Pero es bueno recordar que ese tiempo que “ahorramos”, es tiempo de trabajo para otras personas, aquellas que desarrollan una tarea de reparto de productos o servicio de transporte, organizado por empresas que se valen de plataformas digitales, gerenciadas para tal fin.

Aunque parezca obvio, no podemos dejar de mencionar que detrás de la virtualidad de las app hay personas de carne y hueso que a través de las mismas organizan, dirigen y controlan una organización económica que genera ganancias extraordinarias. Estas ganancias están dadas por la incorporación de trabajadores que realizan las tareas de reparto para un negocio con gerencia ajena, con marca instalada y a través de una plataforma virtual mediante la cual se organiza, dirige y controla el trabajo.

Estas ganancias se ven notablemente aumentadas en comparación con servicios tradicionales de cadetería por los nulos costos laborales merced a la precarización del trabajo. Ganancias que retroalimentan un circuito de excesiva publicidad para la instalación de marcas y el logro de legitimidad social, a la par que aspiran datos de millones de consumidores que incrementan el éxito del negocio.

Estas empresas dominan muy bien las técnicas de manipulación semántica, de distorsión de realidades mediante el uso eufemístico de nuestro lenguaje. Dicen, “Sé dueño de tu tiempo” “Sé tu propio jefe” “hacés dinero cuando querés”. Todo muy cool. Eso sí, la empresa tiene un nombre ya instalado con mucha publicidad. Cada cadete en particular no recibiría ningún llamado ni pedido si en lugar de trabajar para Pedidos ya, Rappi o Glovo trabajara en nombre propio. Es así, que bajo el relato de la naturaleza colaborativa y asociativa del trabajo y de la soberanía del tiempo de la cual la publicidad nos dice que todos se benefician, hay quiénes ganan y quiénes pierden.

Estas empresas dominan muy bien las técnicas de manipulación semántica, de distorsión de realidades mediante el uso eufemístico de nuestro lenguaje. Dicen, “Sé dueño de tu tiempo” “Sé tu propio jefe” “hacés dinero cuando querés”. Todo muy cool.

La informalidad afecta mayoritariamente a trabajadores y trabajadoras por cuenta propia, entre los cuales se encuentran independientes cautivos, es decir, asalariados encubiertos. Dentro de las personas en relación de dependencia, los sectores más vulnerables son el de servicio doméstico y de la construcción, casualmente con regulación del trabajo mediante estatutos especiales. La precariedad laboral redunda en mayores ganancias para las empresas a costa de quienes trabajan y siendo soportadas sus consecuencias, en el mejor de los casos, por los estados, a través de los sistemas de salud pública y de la seguridad social.

Es notoria la posición dominante de los propietarios de plataformas por sobre la parte más débil del vínculo jurídico que es la persona trabajadora.  Son aquéllos los que, lejos de ser meros intermediarios en la relación jurídica, organizan, dirigen y controlan el trabajo mediante el uso de algoritmos de su aplicación.

El fenómeno no consiste en nuevas modalidades de trabajo sino en las nuevas formas de ocultamiento de las relaciones laborales, nuevas formas de fraude laboral. No nos encontramos ante personas que trabajan en app, sino ante personas que trabajan para empresas explotadas o dirigidas mediante app.

El concepto de colaboración no reemplaza al de relación de trabajo, sino que la oculta, la disimula. Está bien colaborar, pero acá se utiliza para encubrir la precarización. ¿Quién colabora con quien? ¿quiénes se benefician y quiénes se perjudican con esa denominada colaboración? ¿quienes “colaboran”, lo hacen en situaciones de igualdad?

Negar la relación de trabajo implica negar la tipicidad de los contratos laborales, la capacidad estatal para la regulación de las relaciones, la sustentabilidad de los sistemas de seguridad social, la pertinencia de la negociación colectiva y la existencia misma de las organizaciones sindicales.

UNA LEY PARA QUE NO HAYA TRAMPA

Expuestas las consideraciones anteriores, descartamos la naturaleza civil y/o comercial del vínculo, pero aún podemos discurrir en torno a la protección que merece este tipo de relación: ¿Es un vínculo jurídico alcanzado por el orden público laboral? ¿O se trata de nuevas modalidades de contratación laboral no alcanzadas por éste? Al respecto se observan diversas posturas.

Quienes son partidarios de elaborar un estatuto (una ley especial) argumentan que el derecho del trabajo actual no alcanza a abarcar las dimensiones de esta nueva forma de contratación y ejecución de tareas. Hablan de una crisis de abarcabilidad, que la ley de contrato de trabajo (LCT) es vieja, que las formas de trabajar cambiaron, que hay un fenómeno laboral que escapa de su incumbencia. Lo que no parece quedar claro es qué nuevos institutos deben crearse para sí abarcar estas nuevas formas.

Están quienes sostienen que la situación fáctica se encuentra plenamente alcanzada por el orden público laboral. Que las realidades aquí descriptas son susceptibles de protección por nuestra legislación laboral y sus diversos institutos (jornada, remuneración, vacaciones, indemnización, licencias, seguros, etc). También hay, por otro lado, quienes sostienen que es necesaria una reforma de la LCT.

A nivel internacional es incipiente la legislación y jurisprudencia al respecto. Existen variadas experiencias, pero en todos los casos en los cuales se ha regulado existe algún tipo de protección del trabajo.

Por nuestra parte, partimos de la consideración de que nuestra Constitución Nacional obliga a la protección del trabajo en todas sus formas, lo cual nos lleva a considerar que no son relevantes las características que asuma la organización empresarial, el establecimiento comercial o la modalidad de prestación de tareas.

En el año 2016 la Unión Europea publicó la “Agenda europea para la economía colaborativa” realizando un aporte relevante al proponer tres criterios para determinar la existencia o no de relaciones de empleo. El documento hace explícita consideración del carácter novedoso de los mecanismos de control del trabajo ejercido por las plataformas y, en función de ello, establece que “la existencia de subordinación no depende necesariamente del ejercicio efectivo de la gestión o la supervisión de manera continua” y además agrega que “la breve duración, la escasez de horas de trabajo, el trabajo discontinuo o la baja productividad no pueden excluir por sí mismos una relación de empleo”.

En Francia, la ley laboral “El Khomri” sancionada en 2016 incluye un capítulo denominado “Responsabilidad social de las plataformas”. En este se establece que quedan sujetos a la obligación de reembolsar a los trabajadores que contratan seguro por accidentes de trabajo y de abonar a la contribución destinada a la formación profesional. Estipula que los trabajadores tienen derecho a organizarse colectivamente y a formar sindicatos, e incluye también el derecho a la desconexión. En Portugal, la “ley Uber” sancionada en 2018 establece que los conductores que desarrollan sus actividades a través de dicha plataforma deben tener una relación de empleo con la empresa.

Una de las leyes más importantes es la aprobada en septiembre de 2019 en el estado de California, la cual establece criterios para determinar cuando hay una relación de dependencia. Estos criterios entraron en vigencia en enero de 2020 y obligan a muchas de las plataformas -especialmente de transporte y reparto- a reclasificar a sus trabajadores como empleados.

Por nuestra parte, partimos de la consideración de que nuestra Constitución Nacional obliga a la protección del trabajo en todas sus formas, lo cual nos lleva a considerar que no son relevantes las características que asuma la organización empresarial, el establecimiento comercial o la modalidad de prestación de tareas. Y obliga a los jueces a que la legislación vigente sea aplicada en beneficio de quienes trabajan.

Hoy nos encontramos frente al trabajo mediante el uso de plataformas virtuales, pero mañana podemos encontrarnos con otras variantes. Lo trascendente es dónde reside el poder económico y quién o quiénes detentan la posición dominante que determina las condiciones de trabajo. Frente a esta realidad, es que realizamos estas reflexiones y propuestas de regulación protectora de la parte que se encuentra en situación de debilidad o hiposuficiencia negocial, esencia del derecho del trabajo.

Sin perjuicio de la modalidad que se adopte para regular este tipo de vínculo, como primera premisa es necesaria la intervención legislativa a los fines de clarificar la cuestión y determinar las pautas que rigen  estas relaciones jurídicas, evitando interpretaciones judiciales divergentes o reparaciones tardías.

Como segunda premisa, ha de considerarse que la regulación protectora no puede estar por debajo de los estándares de la ley de contrato de trabajo. De lo contrario estaríamos haciendo una distinción basada únicamente en el formato virtual de la organización, generando condiciones para trabajadores de primera, y trabajadores de segunda.

Como tercera cuestión, es importante adecuar las interpretaciones de los textos normativos conforme su finalidad protectora. Así por ejemplo, la inexistencia de un establecimiento físico pensado en términos tradicionales, no implica que la unidad técnica de ejecución no exista en los términos del art. 6 de la LCT. El establecimiento también puede ser digital, puede ser un espacio público o se puede trabajar desde el domicilio particular. Esto quedó evidenciado con el llamado teletrabajo.

Por ello, resulta menester realizar una modificación de la LCT a efectos de reforzar la protección y zanjar cualquier divergencia, maliciosa o no, en la interpretación de nuestras leyes. Incorporar expresamente estas nuevas formas de contratación, al tiempo que reforzamos la propia aplicación de la ley, que hasta ahora se realiza con la activación de la presunción de los arts. 23 y 14 de la LCT. Cuya desactivación, o carga de la prueba en contrario, recae sobre la empresa.

La regulación protectora no puede estar por debajo de los estándares de la ley de contrato de trabajo. De lo contrario estaríamos haciendo una distinción basada únicamente en el formato virtual de la organización, generando condiciones para trabajadores de primera, y trabajadores de segunda.

También será necesario promover la sindicalización de las personas que trabajan, ya que la celebración de convenios colectivos de trabajo o la incorporación a los ya existentes opera como fuente de derecho. El derecho colectivo de trabajo debe ser un aspecto central en esta temática, y el estado no puede eludir la obligación de promoverlo. Este punto nos parece de central importancia puesto que como en cualquier actividad, son los CCT los que regulan de mejor manera las particularidades de la actividad. Es la mesa de discusión paritaria, el lugar idóneo para discutir colectivamente las condiciones más adecuadas para el desarrollo de las prestaciones. Fortalecimiento de sindicatos, intervención del estado vía ministerio de trabajo y progresividad en las regulaciones se imponen como necesidad ante este fenómeno económico en particular.

Respecto de esta cuestión, es importante tener presente, que hacia fines de 2018 tres miembros de la comisión directiva provisoria del sindicato APP (Asociación de personal de plataformas) fueron “bloqueados” por la empresa Rappi, luego de una reunión con directivos de la empresa. Este hecho motivó que APP demandara a Rappi, solicitando en el fuero laboral la reincorporación de estos trabajadores por considerar los despidos como una conducta discriminatoria dirigida especialmente contra el sindicato. En marzo de 2019 la Justicia Nacional del Trabajo ordenó en primera instancia la reincorporación de estos trabajadores al estimar que Rappi había incurrido en conducta antisindical (Rojas, Roger Luis y otros c/ Rappi s/ medida cautelar, 19/3/2019, Juzgado Nacional de Primera Instancia del Trabajo N°37).

Por último, aunque no por ello menos importante, resulta destacar la misión trascendental que cumple el poder judicial en este aspecto, puntualmente los jueces y juezas que deben interpretar y aplicar toda fuente de derecho nacional e internacional de regulación del trabajo, en el marco de los principios de economía, celeridad y eficiencia que debe primar en el proceso, máxime cuando se trata de resguardar a uno de los sectores más vulnerables.

El socialismo, que tanto abogó por los derechos de las personas que generan riqueza, que justamente son las que trabajan, propone sociedades más igualitarias, justas y solidarias. La innovación tecnológica y digital debe aportar al desarrollo de la humanidad toda, sirviendo como herramienta para la equidad y no para la desigualdad. Urge proceder al debate legislativo y social sobre la protección legal de las personas que trabajan para empresas gerenciadas por aplicaciones. Debate con empatía hacia quienes trabajan. Debate que los debe involucrar, hablar con quienes trabajan y no en su nombre.

Ricardo Herrera: «La poesía exige que se acceda a ella ritualmente»

Ricardo Herrera: «La poesía exige que se acceda a ella ritualmente»

Ricardo Herrera es un poeta en pleno sentido: la escribe, la lee, la describe. Conversar con él sobre la poesía es una invitación difícil de rechazar, donde la reflexión se vuelve arte de forma imperceptible.

Ediciones En Danza publicó en estos meses de cuarentena quizás el último libro de Ricardo Herrera. Es lo que afirma su autor. Sin ser “jugador”, juego mis fichas a que esto no sucederá. Estamos hablando de un poeta muy productivo. Escribió varios volúmenes de poesía, la editorial española Pre-textos publicó en el 2008 una antología poética (1977-2007). Codirigió esa excelente revista que es Hablar de Poesía, en sus primeros 35 números, en donde publicó a autores muy diferentes, incluso algunos con quienes no compartía lo que hacían. Editó varios libros de ensayos sobre poesía y poetas. En el 2012 una antología de sus principales trabajos. Su tarea como traductor de poetas muy diversos tiene varios volúmenes. Reside en Buenos Aires. Sin embargo, pasa los veranos en Traslasierra. Las sierras cordobesas y la costa argentina (Miramar y Mar del Plata) son los lugares donde más ha vivido.

Herrera el viejo acaba de editarse por Ediciones en Danza. ¿Qué podés contarnos tanto sobre el momento en que surge este conjunto de poemas cómo del proceso de su escritura que, tiene, si seguimos las fechas de las partes, varios años?

El libro se inicia en el momento en que colisionan el pasado no resuelto y el límite de la edad. Momento que percibo de modo positivo, oportuno, que me permite una liberación tanto existencial como expresiva. Surge un nuevo estilo, un estilo tardío que le debo a la generosa colaboración de mi otro yo, hasta entonces oculto en la buhardilla de la mente. El proceso de la escritura fue largo, pero intermitente. La revelación de la poesía no se puede programar, es algo que acontece esporádicamente. Como “instante raro de la emoción noble y graciosa”, define a la poesía José Martí; coincido con él. Por un lado es intuición –o vislumbre– de una realidad huidiza, “rara”, que ha de captarse con la velocidad de un acuarelista. Por otro lado es una materia “noble”, escasa, preciosa. Así las cosas, reunir poemas para formar un libro me suele llevar bastante tiempo: siete años en el caso de Herrera el Viejo. Lo que en realidad significa: algunas pocas horas intensas a lo largo de siete largos veranos dedicados a la lectura.

«El proceso de la escritura fue largo, pero intermitente. La revelación de la poesía no se puede programar, es algo que acontece esporádicamente».

El libro consta de seis partes y cada una de ellas tiene una especie de prólogo o notas explicativas. Me hace acordar a De un día a otro, ese bello libro que parece un ensayo de experiencia del poeta pero se puede leer como un poema. Puede decirse que es volver a la idea más clásica que no diferencia narrativa y poesía.

Me gusta acompañar a la poesía con la prosa, acercarla a la atención del lector con amabilidad, sin provocaciones. De este modo, con palabras llanas y cordiales, la rareza de la poesía choca menos y puede llegar a atraer más. No hay verso más eficaz que el verso citado, enmarcado por la prosa. De esta comprobación nace mi estrategia. La poesía tal como yo la practico supone máxima condensación semántica y rítmica, cada verso debe ser autónomo y musical, sólido y suave a la vez. La prosa me permite clarificar el ánimo del lector, prepararlo para una experiencia insólita: la contemplación de evocaciones puras. El orden en que efectúo el trabajo es el natural: primero nace el poema, luego la prosa que la acompaña (pero no la explica); a veces media un año o más entre la redacción de una página y otra. En Herrera el Viejo coexisten poesía, prosa, crítica y traducción. Y ello es así porque a mi juicio la poesía se beneficia con la asistencia de sus complementarios. La poesía, sobre todo en nuestro tiempo, exige que se acceda a ella ritualmente, pasando por diferentes fases de iniciación. No es nada nuevo, ya Dante lo hizo hace setecientos años en su primer libro.

En varios momentos hablás del valle de Traslasierra, como un espacio sagrado, que te devolvió la voz. ¿Qué podés contarnos sobre esta experiencia de vida y poesía?

Me refiero a la natural alternancia de estados de ánimo que rigen la existencia: lo intenso y lo extenso. La poesía es lo intenso, lo extenso lo constituyen los largos intervalos de sequedad que median entre un poema y otro. El demonio del tedio habita lo extenso. Pese a que me ha acosado sin tregua a lo largo de toda mi vida, he logrado controlarlo bastante bien con la lectura y el cuerpo. Con lecturas y caminatas he mantenido a raya al tedium vitae. Soy muy lector, tanto de narrativa como de ensayos, la curiosidad intelectual no me ha abandonado nunca. Los peores males que me han salido al paso a lo largo de mi vida los he conjurado leyendo. Detesto las distracciones. La lectura es un diálogo serio, el más genuino que está a nuestro alcance en nuestro tiempo.

La bella tapa del libro es motivo de un poema. La pintura surge como motivación, como aprendizaje. Es de este modo o hay otra cosa detrás de la mención a la pintura.

La pintura es un arte que me resulta muy afín a la poesía tal como yo la practico. En mi manera de escribir hay una dimensión decididamente artesanal: darle forma y color al verso es mi pasión. Y, naturalmente, los pintores han sido modelos que he tenido muy en cuenta al administrar luces y sombras. El capítulo que da título al libro da testimonio de ello. De los casi mil versos que se cuentan en Herrera el Viejo, un noventa por ciento son versos endecasílabos. El resto son unos pocos versos de arte menor, no hay un solo verso libre en todo el libro. Hay una decidida aventura formal –artesanal– en este volumen; he exigido al máximo las posibilidades del verso endecasílabo, probándolo en los más variados registros, pasando de lo coloquial a lo ceremonial, del susurro de la súplica agónica al alarido de la afirmación vital, constantemente maravillado por su plasticidad, por su formidable potencial rítmico. Intentar emparentarme con los viejos maestros del arte del verso y de la pintura ha sido mi atrevido propósito en este libro.

Tanto el silencio como el tiempo resultan frecuentes en tus poemas.

 “El silencio es la mitad de la música”, ha escrito Lugones. Y quien aspira a realizar una poesía musical no puede menos que observar que el silencio ocupa un lugar importante en ella. Desde un punto de vista formal, tanto las cesuras como las pausas de fin de verso y los blancos entre estrofas, grafican ese silencio en cualquier poema, por antimusical que sea. Pero cuando la poesía aspira a la música –y es mi caso– cuenta la dimensión imaginaria del silencio poético, que viene simbolizar algo así como la diáfana atmósfera de altura en la que respiran las palabras poéticas.

«Los peores males que me han salido al paso a lo largo de mi vida los he conjurado leyendo. Detesto las distracciones. La lectura es un diálogo serio, el más genuino que está a nuestro alcance en nuestro tiempo».

El poema “A Iris, aun”, es un poema amoroso, con un final muy bello. Los recuerdos, los sueños, aparecen en tus poemas.

Con el paso de los años la vida onírica ha cobrado una gran importancia en mi existencia. No tengo pesadillas cuando sueño (las tengo en la vigilia, eso sí) de modo que me entrego con inmenso placer a los sueños; y, naturalmente, más de una vez he rescatado para la poesía imágenes oníricas. Iris es la mensajera de los sueños, tanto en el Olimpo como en mi poesía; es también senhal, a la manera de los trovadores provenzales. El remate de “A Iris, aún” juega con la filiación latina de la lengua española, ya que las palabras “te amo” se dicen en ambos idiomas de la misma manera.

El humor y la ironía, como el final de «Mi casa Haiku», son otro de los ingredientes de tus poemas. ¿Qué podés señalarnos con relación a ello?

La incorporación del humor a mi poesía se la debo a la traducción de la poesía de Yeats. Hay un bufón en su poesía de la vejez, al igual que en las últimas tragedias de Shakespeare. Siguiendo su ejemplo, invité a un bufón a decir lo suyo en mis páginas: un bufón que ponga en entredicho la autoridad de la voz cantante. Este otro yo de la voz poética le ha dado alegría a mis soliloquios hamletianos, me ha puesto en jaque más de una vez. Afortunadamente, el sujeto conoce sus límites y no abusa de su ironía, no pone en riesgo la vida de la poesía.

En P 86 se puede leer, “Yo, habiéndolo perdido casi todo,/ todavía conservo mi mirada animal:/ el ojo del halcón y del venado,/ la fuga ante el peligro de lo humano.” Tus referencias a la poesía y al trabajo del poeta son permanentes.

El choque con una realidad hostil puede enfermar tanto al poeta como a la poesía, puede incluso exponer a ambos al riesgo de muerte. Puede también, como todas las crisis profundas, salvar y dar nueva vida. La literatura ofrece muchos ejemplos al respecto. El más fecundo, a mi juicio, es el de Cervantes. Partiendo de la ensoñación pastoral pudo –tras perder una mano en Lepanto y pasar cinco años cautivo en Argel– desembocar en el callejón sin salida de la picaresca, pero sirviéndose tanto de lo eglógico como de lo desastrado, tomó el camino del medio, logró un prodigioso equilibrio entre los opuestos y salió adelante con algo nuevo y esperanzador. Una experiencia de esta especie constituye una instancia inevitable en cualquier obra literaria que se extienda en el tiempo, que se vea sometida al viento en contra, al envejecimiento de su retórica, al desgaste de su eficacia. He tratado de no esquivar el bulto al toparme con esta realidad, la he asumido a mi manera, intentando superar el escollo.

«El choque con una realidad hostil puede enfermar tanto al poeta como a la poesía, puede incluso exponer a ambos al riesgo de muerte. Puede también, como todas las crisis profundas, salvar y dar nueva vida».

Alejandro Crotto es uno de los poetas que me gusta lo que escribe. Te reconocés en alguna zona de su escritura como alguien que sigue algunas de tus pautas de trabajo. ¿Coincidís conmigo?

Tengo mucha afinidad con la poesía de Alejandro Crotto, admiro su fortaleza y vitalidad. Le he dedicado un poema (“Canto llano”) en el que rescato sus valores: la fe, la alegría y el placer natural mientras se está a la busca del agua viva de la poesía castellana.

Para concluir, me gustaría que amplíes la afirmación que haces en el libro sobre la precariedad que observas en los lectores de poesía.

¿Escuchaste hablar del “ojímetro”? Es un curioso dispositivo para medir el verso libre. Reemplaza tanto al oído absoluto como al ábaco y los dedos de la mano. Como dice Voltaire en su Cándido: “Todo está bien. Todo va bien. Todo va lo mejor posible.”

San Martín y las contradicciones de las que no nos podemos librar

San Martín y las contradicciones de las que no nos podemos librar

El legado del general José de San Martín reside en sus victorias, que liberaron a tres naciones, como en lo que no pudo, no supo o no quiso hacer. Las luchas intestinas, la violencia y la desigualdad asolaban el mundo entonces y, en cierta medida, seguimos enfrentando los mismo problemas hoy.

Un 17 de agosto de 1850, murió en el exilio de Boulogne Sur Mer, al norte de Francia, el general don José de San Martín, como todos sabemos. Contrario a lo que muchos creen, un hombre que terminó su vida bastante solo y en tierras extrañas. El reconocimiento unánime le llegaría después, como ocurrió tal vez también con Manuel Belgrano.

La reivindicación del ídolo, del prócer, oculta que, como cualquier político de su época, recibió tanto elogios como críticas. Por nombrar solo algunas imputaciones, en Chile le atribuían responsabilidad en los fusilamientos de los caudillos trasandinos Juan José y Luis Carrera y del guerrillero Manuel Rodríguez. En Perú, le atribuyeron durante su gobierno como Protector de ese país, la intención de coronarse perpetuamente y no faltaron los que lo acusaron de malversación de fondos. También, criticaron su alianza con Bolívar los intereses localistas que bregarían por el aislamiento y la subdivisión de la Patria Grande en republiquetas. En Buenos Aires, se le esquilmaba y poco faltó para que le formaran juicio militar por haber desobedecido en 1819 la orden de volver con su Ejército una vez liberado Chile para reprimir a las montoneras levantiscas del litoral argentino, que disputaban con su resistencia la hegemonía del puerto. Las victorias que quedaron en la historia lo salvaron de haber pasado por los procesos judiciales que tuvo que atravesar Belgrano luego de las batallas perdidas en Vilcapugio y Ayohuma con el ejército del Norte. Porque ganó, lo dejaron abandonar el país e ir a su propio ostracismo.

Solo, con unas cataratas que lo dejaron ciego, le llegaba alguna correspondencia de su amigo Tomás Guido y se lisonjeaba de recibir elogios en los mensajes a la Legislatura y profusa correspondencia de Juan Manuel de Rosas, el líder de la Confederación Argentina al que había apoyado y reconocido en el conflicto con las potencias anglo-francesas legándole su sable.

San Martín no quiso ser hombre de partido y, aunque tuviera hasta sus preferencias tal vez hacia el lado federal (correspondencia con Rosas y varios caudillos en su momento y enemistad irreconciliable con Rivadavia) no se decidió a intentar gobernar o ejercer decisiva influencia en beneficio de alguno de los bandos.

Se había ido del país en 1829 para no volver nunca más y aunque pidiera en su testamento que sus restos descansaran en Buenos Aires, recién muchos años después de su fallecimiento pudo concretarse su repatriación, en 1880. Pero ¿por qué el hombre que liberó a tres futuros países de la Patria Grande que soñaba se fue para nunca más volver?

Un intento de respuesta, entre otras muchas que puede haber, es plantear que no quiso desenvainar la espada derramando sangre americana en las luchas internas. En 1824, poco menos que se tuvo que ir expulsado por los rivadavianos, que le hicieron el vacío político y le guardaban rencor tanto por su desobediencia como por su requerimiento continuo y pertinaz de mayores fondos (que le fueron negados) para continuar la lucha independentista en el Perú. Una Buenos Aires cerrada sobre sí misma y su puerto se mostraba completamente prescindente de lo que pasaba allá lejos en el Perú. Que pagara Chile los fondos necesarios para continuar la lucha emancipadora, le habían dicho en su momento. Y después, que volviera con el ejército a reprimir a los caudillos.

Se fue en 1824, pero en 1828 se enteró que Manuel Dorrego tomaba del gobierno de Buenos Aires, a quien conocía del Ejército del Norte, y volvió a tirarse al océano los tres meses de navegación hasta llegar a las balizas de Montevideo. Ahí se enteró de que Dorrego había sido derrocado y poco después fusilado por Lavalle.

Los odios recrudecían en la Patria, y San Martín se negó a desembarcar. Lavalle, arrinconado por los federales, mandó enviados a hablar con él, ofreciéndole incluso que encabezara un eventual gobierno. Pero San Martín se negó a encarar esa posibilidad, estando convencido de que, en el estado de virulencia de los odios en que se hallaba su patria, para imponer la autoridad habría que aniquilar a uno de los dos partidos enfrentados, como dijera en una carta a Tomás Guido. No estaba hecho para eso pareciera el General. Escribió en la referida misiva ese diagnóstico tremendo, confesando su incapacidad para realizar tamaña faena. Al día de hoy, podríamos decir que San Martín fue un “Corea del Centro”, pidiéndole permiso a su memoria sacralizada y abusando tal vez de la comparación de dos tiempos históricos completamente distintos.

Frente al enemigo externo, fue el líder de la emancipación, el que cruzó la Cordillera de los Andes y se echó a la mar para liberar Perú. Enfrentando al opresivo absolutismo español, este hombre liberal hijo de la revolución española de 1808, forjó el carácter del líder de la libertad triunfando en San Lorenzo, Chacabuco y Maipú.

Pero ¿qué pasó cuando el enemigo externo fue derrotado definitivamente por Bolívar y Sucre en la batalla de Ayacucho en 1826? La patria entera que se había unido, desde los comerciantes aristocráticos de Buenos Aires, Chile y Perú hasta los sectores populares, se dispersó después. “Porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”, casi que habiéndose ejecutado a nivel social aquella máxima del Martín Fierro cuando había que enfrentar al absolutismo español. Pero, cuando ya no los podían devorar los de afuera, o por lo menos no en el sentido del sojuzgamiento alevoso de las libertades y políticamente, tuvieron lugar las divisiones, los proyectos de país divergentes.

En la actualidad acuciante de la pandemia, somos testigos de otro ejemplo de cómo un peligro o “enemigo invisible” tiende a la unificación de los espacios políticos: Alberto Fernández habla con Horacio Rodríguez Larreta  y Gerardo Morales. Kicillof, con el jefe de gobierno y con intendentes de todas las corrientes políticas. Cuando se desvanezca del todo, ojalá que pronto, la tragedia ocasionada por la pandemia, sobrevendrá tal vez al día siguiente la intensificación de las reyertas cotidianas. Y, en ese momento, cuando hay que gobernar el propio terruño con todo lo que tenemos adentro en su mar de contradicciones, el general José de San Martín prefirió retirarse. Y el líder del Ejército de los Andes, ese conglomerado de voluntades hispanoamericanas y de soberanía flotante, que no respondía a las patrias chicas sino a la Patria Grande, ese soldado tuvo que guardar la espada. San Martín no quiso ser hombre de partido y, aunque tuviera hasta sus preferencias tal vez hacia el lado federal (correspondencia con Rosas y varios caudillos en su momento y enemistad irreconciliable con Rivadavia) no se decidió a intentar gobernar o ejercer decisiva influencia en beneficio de alguno de los bandos.

Nunca lo guiaron las ambiciones personales, pero lo más interesante de la situación me parece es que el hombre se convenció de alguna forma en que no podían conjugarse, en ese momento, el gobierno, ejercer la autoridad de un país en un clima de odio y divisiones, sin recurrir a la violencia. Que no se podía conjugar el orden, el progresismo social con el respeto de las libertades.

Nunca lo guiaron las ambiciones personales, pero lo más interesante de la situación me parece es que el hombre se convenció de alguna forma en que no podían conjugarse, en ese momento, el gobierno, ejercer la autoridad de un país en un clima de odio y divisiones, sin recurrir a la violencia. Que no se podía conjugar el orden, el progresismo social con el respeto de las libertades. El gran dilema que han tenido tantos gobiernos ya sean progresistas, capitalistas y los socialismos reales: de un lado, la imposibilidad de conjugar la libertad formal irrestricta sin que se acreciente de forma significativa la desigualdad social. Del otro, el intento de una mayor igualdad social impuesta al costo de la mutilación de las libertades individuales. En el medio, el océano Atlántico que lo separó de la Patria Grande, al que no se decidió a cruzar.

En 1848, San Martín se alarmó con la revolución socialista en Europa y lejos estuvo de comulgar con ella. Se alejó incluso de París, instalándose en  Boulogne Sur Mer, para tener una eventual vía de escape si la convulsión social pasaba a mayores. Quería pasar sus últimos momentos de vida en tranquilidad, acompañado por su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce y sus nietas. Pero, lejos de tener una visión superficial de los acontecimientos, en carta a Rosas de noviembre de 1848 le manifestó: “En cuanto a la situación de este viejo continente, es menester no hacerse la menor ilusión: la verdadera contienda que divide su población es puramente social; en una palabra, la del que nada tiene, tratar de despojar al que le posee”.

Ese pensamiento expresa cómo la situación de gran desigualdad social puede traducirse en violencia armada. Y el desafío de pensar en lograr en nuestra patria mayores niveles de igualdad social pero sin resignar de ninguna forma las libertades individuales y enriqueciendo la democracia que se ha sabido dar el pueblo argentino. Porque la revolución que encaró San Martín no fue sólo emancipadora sino también democrática. Transitar las divisiones a veces exasperadas, las diferencias indudables en un clima de mayor entendimiento, tolerancia, escucha se vuelve un desafío que es urgente a la hora de pensar políticas públicas y acciones de participación civil que permitan dar algún tipo de respuesta y contención a una situación social que se muestra todos los días agravada por los efectos de la pandemia que golpea al mundo y también cada vez más a la Argentina.