Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Es difícil medir la importancia de los cambios que una sociedad transita, y decidir con algún grado de objetividad si son cambios importantes en términos de la vida de un individuo, de una sociedad, de una cultura o de una civilización. Pero, en cualquier caso, parece cierto que estamos asistiendo a un cambio de una magnitud trascendental, que nos encontramos en una época de transición, aunque no sepamos hacia dónde nos lleva esa transición.

Estamos, creo, ante un momento de cambio que modificará el horizonte civilizatorio del que todos nosotros provenimos. Un cambio que, entre otras cosas, afectará la construcción subjetiva de los individuos, la construcción subjetiva de las comunidades, la distribución del poder en los territorios, la organización de la sociedad. Estamos en las vísperas, si es que no hemos ya entrado, a un modelo social que es difícil todavía describir con precisión porque está en proceso de construirse, y como siempre en la historia la contingencia es fundamental, de modo que la vida de los pueblos y de las personas siempre es algo abierto, no determinado, de modo que nada está condenado a ser algo, una sola y única cosa. Aun así, aun en la confusión de una época de cambios, aun sabiendo que la contingencia y la acción humana siempre pueden torcer el rumbo de la historia, es posible indagar en las señales que vemos para tratar de tener alguna claridad respecto del rumbo al que van las cosas.

Si tuviéramos que identificar a nuestra civilización con algunos rasgos particulares, yo diría que el principal ha sido la convicción acerca de la idea de progreso. Una idea de progreso que se ha transformado en natural: pensamos que eso que llamamos “progreso” es parte de la naturaleza, de la historia del mundo y de las sociedades, aunque en verdad se trate de una construcción cultural según la cual los individuos y las sociedades mejoran y avanzan. En las sociedades de tipo occidental esa idea de progreso estuvo ligada a dos dispositivos: el capitalismo y la democracia. Durante 250 años, el Occidente moderno condujo sus acciones, organizó la acción colectiva, las decisiones individuales, las creencias, los impulsos, los esfuerzos, las energías y los recursos, ordenándolos a favor del cumplimiento de esa idea.  Una idea que, como diversos teóricos han apuntado, es quizás una versión secular de una idea de matriz religiosa (particularmente cristiana): la de que vamos a un final mejor. La secularización de ese “finalismo” constituyó la base de los últimos siglos de la historia occidental.

Los dos dispositivos concomitantes a esa idea eran, como mencioné anteriormente, el capitalismo y la democracia. Sin embargo, éstos mantuvieron una relación de tensión durante buena parte de la modernidad. Aunque algunos los han visto como una unidad inseparable -sobre todo desde la derecha-, el capitalismo y la democracia fueron fuerzas en conflicto, en pugna, fuerzas que no se llevaron bien durante buena parte de la historia. Con toda seguridad, fue durante la segunda postguerra cuando ambos dispositivos parecieron tener su mejor momento de conciliación. Aquel momento que un economista francés llamó “los treinta años gloriosos”, comprendidos entre 1945 y 1975, demostraron que capitalismo y democracia, aun siendo fuerzas en tensión, podían ser conciliables (teniendo en cuenta un marco político y, por supuesto, un contexto histórico). Fueron años, sobre todo en Europa Occidental, de pleno empleo, de crecimiento, de distribución de los bienes públicos, de propensión de las sociedades hacia una homogeneidad cultural, social y económica creciente. Se produjo entonces la convicción de que las nuestras iban a ser sociedades de clases medias, igualitarias, y que el principal vehículo de la movilidad social era la educación.  Esa política, que ciertamente puede ser calificada como “socialdemócrata”, tuvo también su éxito debido a la existencia, del otro lado, de la Unión Soviética. El capitalismo debía demostrar que no solo podía ofrecer más libertades, sino que también podía tener propensión a la igualdad. Las ideas del socialismo democrático operaban bien en ese contexto.

Esas ideas y ese mundo comenzaron a descomponerse en la década de 1970. Si bien en ese entonces no lo veíamos con claridad, resultó a la larga evidente que se estaba produciendo un agotamiento del consenso socialdemócrata. Ese matrimonio forzado de la democracia y el capitalismo dio muestras de un cansancio profundo que se evidencia, con mayor intensidad, en estos días. Tras treinta años de progresivo abandono de ese matrimonio forzado, encontramos un mundo en crisis. Pese a que ha habido muchos intentos de conciliación, de mediadores, de terapias de pareja, el capitalismo y la democracia no se están llevando bien.

La pregunta que se impone, entonces, es la razón por la que este matrimonio de conveniencia no puede llegar a un nuevo acuerdo. Y la razón parece ser bastante nítida: porque no están en condiciones de seguir alimentando la idea de progreso, que fue la que permitió que coexistieran sin armonía durante mucho tiempo y armónicamente durante poco tiempo. El problema es que el divorcio nos está trayendo problemas.

El divorcio progresivo pero acelerado lleva a un detenimiento de la movilidad social ascendente y a una crisis de la creencia de que el ascenso social dependía del mérito y del esfuerzo (idea que era, por supuesto, reforzada por unos parámetros de acceso muy distintos a los de hoy). El divorcio está trayendo un problema para los ciudadanos: casi ninguno concibe que su destino vaya a ser mejor que su punto de partida. Cada vez más personas están condenadas a morir en condiciones mucho más semejantes a las que tenían en el momento de nacer que a las que pueden producir individual o socialmente a través de la movilidad social y el progreso. Una vez más, el lugar de nacimiento, podríamos decir que el código postal, es el predictor más importante de las posibilidades que cada uno de nosotros tendrá a lo largo de su vida.

Pese a que hay muchas razones que explican estos procesos, quisiera detenerme en una en particular: la que hace referencia a la capacidad recuperada de las élites de dejar de compartir el destino de las sociedades en las que actúan. La modernidad occidental introdujo una transformación radical que fue la de comprometer a las élites con el destino de sus sociedades. A diferencia de las sociedades tradicionales (la feudal sin ir más lejos), en la que el destino de las élites era independiente del destino del pueblo, en la sociedad occidental burguesa de la modernidad para que un empresario prosperase la sociedad debía prosperar (lo deseara o no el empresario); para que los negocios se desarrollaran la paz social debía ser garantizada; para que los intereses del capital pudieran avanzar la sociedad en su conjunto debía avanzar, porque era necesario tener una fuerza de trabajo educada, tener consumidores con capacidad de adquirir los bienes que el capitalismo ponía en el mercado, tener una burocracia formada que fuera capaz de administrar las condiciones necesarias para que el capitalismo se desarrollara. En el capitalismo financiero primero, y en el capitalismo digital actualmente, las élites han desacoplado su destino del destino de las sociedades nacionales. Esto se manifiesta en aspectos sociológicos, pero sobre todo en aspectos económicos. La fuga de la fiscalidad es el principal de ellos. El modo en que los capitales financieros y los capitales digitales han abandonado todo compromiso con la fiscalidad local y han desarrollado los mecanismos necesarios para garantizar que sus negocios no estén alcanzados por la mano de un Estado (que había sido alimentado por ellos mismos en alguna época) es uno de los rasgos fundamentales de la época. En los viejos tiempos del capitalismo social, las cosas funcionaban de otro modo. Esquemáticamente (y simplificando mucho) diríamos que el Señor Ford necesitaba que sus obreros compraran sus coches Ford, pero también necesitaba que el Estado creara escuelas para que los trabajadores adquirieran las capacidades necesarias para la producción y las formas de sociabilidad que les permitieran insertarse en la dinámica del capitalismo industrial, y carreteras para que los coches pudieran desplazarse y fueran más interesantes y más demandados, y unas condiciones de salud que evitaran la perdida de horas de empleo, y unas condiciones sociales que evitaran el conflicto social, ya que éste atentaba contra el desarrollo del capital y ponía en riesgo los activos del capital. Ese es el mundo que, aunque estoy presentándolo sin sus complejidades, se ha acabado.

El escenario en el que vivimos se caracteriza por situaciones muy distintas de aquellas. Frente a los viejos Estados empoderados, tenemos Estados Nacionales que han perdido soberanía. Tenemos, además, corporaciones transnacionales que se han desacoplado del destino de las sociedades nacionales. Y contamos con la capacidad de predecir la conducta individual y colectiva a partir de la extensión de la inteligencia artificial (que además habilita la propia orientación de la demanda). El mundo en el que vivimos contiene formas del capital que no solo no le temen al conflicto, sino que se benefician de él. Durante el período de la “primavera árabe”, Facebook no temía que sus activos fueran amenazados por la insurgencia, sino que capitalizaba los usos de sus servicios, que a la vez permitía vender información a gobiernos, a medios, a agencias de inteligencia. En la crisis social chilena, Whatsapp no estaba atemorizada por las revueltas, sino beneficiándose de ellas. El capitalismo digital no se siente acorralado en el conflicto: se fortalece en él.

¿Pero qué ocurre con los niveles nacionales en este contexto? Primero, se ponen de manifiesto los problemas de representación política. El cambio de configuración del capitalismo, ha modificado la estructura tradicional de partidos. Durante muchos años asistimos a dos tipos de partidos fundamentales: el partido de los progresistas, de los socialdemócratas, de la izquierda (que representaban al mundo obrero) y el partido de los conservadores (que tenían una mejor relación con el mundo de las élites). Esto, por supuesto, tuvo sus modulaciones particulares en regiones como América Latina, una región en la que intervenían las fuerzas políticas y el llamado “partido militar”. Pero la estructura general puede pensarse con esas modulaciones también en la región. Diríamos que había partidos vinculados a los intereses del capital y otros vinculados con los intereses del trabajo.

En nuestro país, pero también en otros de la región (México, Brasil, Bolivia), hemos tenido el problema de que ha habido fuerzas políticas que han representado “todo” y “nada” a la vez, por lo que el esquema clásico debe ser repensado para nuestras latitudes. Aun así, en algunos países como Uruguay o Chile, encontramos esa representación clásica: un Partido Socialista (junto a Partidos Comunistas) representante de la identidad del mundo del trabajo, y partidos conservadores (y en muchos casos reaccionarios) representantes de las posiciones de las élites-. Todos sabemos que esta idea de la representación política ha desaparecido. Tenemos sociedades fragmentadas en las que el trabajo ha perdido la primacía, en las que el capital busca formas de representación completamente distintas, y en las que han emergido un cúmulo de identidades múltiples que no caben en las viejas representaciones tradicionales. Tenemos sociedades más complejas que las del pasado:  trabajadores fabriles pero que también son militantes activos de la comunidad LGBTIQ, empresarios que son ambientalistas, hay una infinidad de combinaciones que hacen imposible que la representación política funcione como funcionó durante buena parte del siglo XX.

La respuesta que la política dio a esto ha sido abandonar la opción programática para hacerse cargo de la opción emocional. Es decir, pasar de la interpelación intelectual a la interpretación emocional como base para capturar la representación. En nuestro país esto se expresa en una opción binaria que es la de quienes dicen representar a la democracia republicana y la de quienes dicen representar a los intereses de los sectores populares. La inexistencia de definiciones programáticas claras es evidente. Por el contrario, se produce una gestión cotidiana apuntalada por discursos de tipo emocional durante los períodos electorales.

La política, entonces, se ha convertido en el arte de convocar emocionalmente, en lugar de un modo de persuadir ideológicamente, programáticamente, intelectualmente. Este es un primer problema. Pero hay un segundo inconveniente vinculado a él: el de la carencia -o la plasticidad- de las definiciones ideológicas. Si bien es un problema extendido alrededor del mundo, en Argentina se exacerba por nuestras propias características y por nuestra propia historia. Tenemos una derecha que no asume que es de derecha, un peronismo que puede serlo todo, y una inmensa multitud de actores que se reivindican de izquierda, compitiendo con quienes yo creo que son la izquierda: las fuerzas de la izquierda democrática socialista que no desconocen las tradiciones liberales de formas de gobierno, a la vez que apelan al socialismo como forma de gestión de lo común.

A todo esto, debemos añadir un problema adicional. Y es la variable del tiempo. Nosotros podemos entender la política en un sentido tradicional -como la capacidad de imaginar un futuro colectivo-, ya que ningún individuo puede imaginar un futuro colectivo y mucho menos conducir un futuro colectivo. La política es aquello que permite organizar la acción colectiva para que el tránsito del presente al futuro no sea aleatorio, no esté subordinado a las fuerzas dominantes, a las inercias de lo preexistente, sino a las decisiones que una comunidad adopta a partir de la discusión informada de las alternativas posibles. Así, en lugar de ser cautivos de las fuerzas del pasado que harían que el futuro sea “más de lo mismo”, gracias a la política las comunidades construyen su autonomía, y deciden sobre su destino. En las décadas comprendidas entre 1930 y 1960 podía haber guerras, pero si no había guerras difícilmente el futuro iba a ser algo muy distinto que el presente en términos civilizatorios. Lo voy a decir con dos ejemplos. El primero es clásico: una persona entraba a los 20 años en un trabajo y se jubilaba en ese mismo trabajo a los 65 años, fuese este en una fábrica, en una oficina o en una profesión liberal. Un estudio del presidente de la Asociación de Universidades de Estados Unidos presentado en el año 1998, decía que un estudiante universitario que egresara de la universidad en el año 2000, para mantenerse activo en la vida profesional, iba a tener que estudiar el equivalente de cinco carreras universitarias, cuatro de las cuáles todavía no existen. Un profesional médico egresado de la universidad argentina en 1950 sabía el 90% de los conocimientos con los que iba a tener que contar a lo largo de toda su vida profesional. Un profesional médico que sale de la universidad argentina hoy, sabe el 10% de lo que va a tener que saber para mantenerse activo en el futuro. Este es solo un ejemplo. Nuestro futuro tiene un nivel de imprevisibilidad y de incertidumbre mucho más alto que los futuros de tiempos pasados, y eso hace mucho más difícil la producción de una política programática, porque no solo nos exige pensar cómo reorganizamos lo que existe en el presente en aquel futuro, sino también suponer qué va a ocurrir en el tránsito hacia ese futuro. Esto añade desafíos permanentes y distintos y se constituye como algo que racionalmente no podemos aceptar: no podemos suponer que sabemos lo que va a pasar dentro de 20 años, para que nuestras políticas públicas pensadas hoy tengan sentido en escenarios que nos resulta muy difícil imaginar.

Reconozco que he pintado un panorama difícil y algunos dirán apocalíptico. Pero considero que esto no debe hacernos perder de vista algo central. Este panorama es transformable. Lo que tenemos es producto de la mala política, de la desigualdad, de un capitalismo extractivo, de una clase política extractiva, de un sindicalismo corporativo y corrupto, de un conjunto de tomadores de rentas en todo el espectro de la sociedad que bloquean permanentemente cualquier intento transformador para perpetuar o agravar esa situación.

Creo que, en este marco, la izquierda democrática en el mundo enfrenta grandes desafíos. La construcción de una agenda política debe partir de reconocer estos problemas, no de disimularlos, tampoco de pretender resolverlos aquí y ahora, pero sí de reconocerlos. Debemos partir de la idea de que hoy tenemos una dificultad estructural para dar el tipo de respuestas omnicomprensivas, programáticas y de largo plazo que nos gustaría poder dar. Y tenemos que iniciar un proceso de renovación permanente de los programas. No se trata de la refundación de un programa para los próximos cincuenta años, sino de la idea de que hay problemas estructurales: la desigualdad, la autonomía, la justicia. Son problemas estructurales que van a ir teniendo rostros diferentes, porque las causas, los actores, las formas de resolverlos, van a ser crecientemente distintas. Ahí es donde el socialismo democrático debe estar.

Hermann Heller: la solidaridad como principio constitucional

Hermann Heller: la solidaridad como principio constitucional

Su muerte prematura y su obra fragmentaria hicieron que Hermann Heller fuera un autor no del todo valorado, más allá de la popularidad de su «Teoría del Estado». Un pensador original que el socialismo democrático haría bien en recuperar.

Cuando las certezas parecen disolverse, viejas palabras reaparecen impregnadas por un nuevo brillo. Este parece ser el caso de términos como “solidaridad” y “cooperación”. En un contexto ávido de imaginar y proyectar futuros, la estela de estos conceptos señala un interesante camino a explorar. Ante esto tal vez convenga sacar del arcón aquellos autores que intentaron hacer de estos principios verdaderos criterios de organización de la vida en común. Este es el caso de Hermann Heller (1891-1933), una de las cabezas jurídicas más destacadas del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) durante la República de Weimar. Parte del ala reformista del SPD, Heller fue un destacado polemista. Cuestionó el lugar del marxismo como doctrina oficial del partido, mostrando su inconformidad con la concepción del Estado que lo identificaba como simplemente instrumento de clase. Celebre fue su discusión con Max Adler respecto a la pertinencia del concepto de “nación” para el socialismo, la cual valoraba positivamente. En 1920 fue arrestado junto a su maestro Gustav Radbruch por participar en una resistencia armada contra el Golpe de Estado de Kapp. Años más tarde, en 1932, se convirtió en el representante legal del partido en la causa judicial que impugnó el nombramiento de von Papen como canciller de la República en el preludio al ascenso del régimen nazi. Su declarado antifascismo y su consecuente defensa de las libertades políticas y sociales lo hacen un autor central en esa heterogénea tradición que podemos identificar como socialismo democrático. 

En su pensamiento los principios socialistas sirvieron como guía para una ambiciosa filosofía política que buscó replantear la relación entre Estado, democracia y derecho teniendo como horizonte la constitución de una democracia radical.

La obra de Heller puede ubicarse como una tercera posición empeñada en buscar su punto de equilibrio en una crítica equidistante a las premisas de sus contemporáneos Hans Kelsen y Carl Schmitt. Acusándolos de disolver la complejidad de la relación entre sociedad y derecho ya sea en un formalismo lógico o de un decisionismo irracional, Heller optó por un camino en el cual la validez social de las normas se convierte en el aspecto decisivo. En efecto, en su pensamiento los principios socialistas sirvieron como guía para una ambiciosa filosofía política que buscó replantear la relación entre Estado, democracia y derecho teniendo como horizonte la constitución de una democracia radical. Su posterior recepción tal vez haya quedado ligada a su prematura muerte y al hecho de que su obra póstuma, Teoría del Estado (1934), fuera publicada inconclusa. Lo cierto es que, paradójicamente, mientras que Schmitt ocupa actualmente un lugar en la mesita de luz de la izquierda intelectual y es una referencia transversal en las ciencias sociales, la obra de Heller es un territorio poco explorado fuera de la teoría jurídica. El objetivo de estas líneas es doble. Por un lado, convocar a redescubrir este clásico y por el otro, ofrecer algunas coordenadas que nos orienten en la difícil tarea de pensar esquemas y dispositivos de organización que respondan a las exigencias de una política propiamente (social) democrática.

LA DEMOCRACIA SOCIAL COMO CRISIS DE LOS CONCEPTOS POLÍTICOS MODERNOS

El proyecto intelectual de Heller parte de una sencilla premisa: el arribo de la democracia social es un dato histórico ineludible que empuja hacia una reforma radical de la organización colectiva. En efecto, el surgimiento y la paulatina consolidación de una sociedad cuya dimensión política no se reduce a su relación con el Estado tensionaba el marco del liberalismo decimonónico imperante hasta ese momento. Digámoslo claro: para Heller, el carácter social de la democracia tenía que ver, antes que nada, con el reconocimiento de una esfera política más allá del Estado. La posterior justificación de políticas redistributivas y de justicia social encuentra ahí su racionalidad: libertad e igualdad eran condiciones necesarias para una sociedad en la cual la participación política era un hecho vital.

Desde ese marco, la crisis de aquellos turbulentos años de la República de Weimar era aprendida por Heller bajo la figura de un desfasaje: la dinámica política existente no podía ser expresada adecuadamente en el estrecho dispositivo constitucional vigente. La constitución formal no se correspondía con la constitución material. Esto tenía como consecuencia que gran parte de los procesos políticamente significativos no encontraran un marco adecuado para ser captados y tramitados positivamente. Desde la óptica de Heller, la salida a esta crisis pasaba necesariamente por una revisión de los supuestos más profundos de la política moderna. Este es precisamente el objetivo que anima las páginas de su Teoría del Estado.

Para Heller era indispensable encontrar una fórmula constitucional en la cual el antagonismo resultara un aspecto productivo y no una anomalía cuya constante irrupción provocaba crisis globales. Por supuesto, este diagnóstico lo sitúo en las antípodas de Schmitt, a quien solía identificar como el “fascista alemán”.

Para Heller, el surgimiento de una política inter-societal había puesto en marcha una ola expansiva que desembocaba invariablemente en la crisis definitiva de los conceptos y metáforas que servían de sustento a la modernidad política. Al presuponer una sociedad habitada por organizaciones políticas no estatales (clubes, partidos, sindicatos, cooperativas, iglesias) que buscaban incidir políticamente a partir de criterios muy diversos, en la democracia social la relación entre Estado y sociedad no coincidía simétricamente con la distinción público/privado. Tampoco la representación parlamentaria podía presumir de una absoluta autonomía de lo político respecto a lo social. La metáfora de la “voluntad general” no alcanzaba para explicar el hecho de que la política encontrara su real magnitud en los contrapuestos intereses de una sociedad diversa. Como consecuencia de estos cambios el “pueblo” ya no podía ser considerado como un simple principio formal y abstracto. Por el contrario, era la sociedad de clases, en su compleja interdependencia y la politización de sus desigualdades, la que debía ocupar el lugar de sujeto instituyente, demandando para si un marco adecuado para expresar los conflictos que le son inherentes. La ambigüedad del término “política de masas” -de circulación profusa en las primeras décadas del siglo XX- apenas y disimulaba lo que en realidad era una verdadera mutación de los principios fundantes de la modernidad.

Desde la perspectiva de Heller, el Estado social y democrático a construir no se reducía al aumento cuantitativo de las funciones estatales. Se trataba, por sobre todas las cosas, de un nuevo modelo de organización que debía superar dialécticamente al Estado liberal de derecho conservando algunos de sus principios fundamentales (seguridad jurídica, protección de libertades políticas, división de poderes) pero reensamblándolos en una nueva forma capaz de responder a las exigencias de una política que tenía como base ya no al individuo abstracto y desarraigado de sus relaciones sociales sino a una sociedad de grupos. Para Heller era indispensable encontrar una fórmula constitucional en la cual el antagonismo resultara un aspecto productivo y no una anomalía cuya constante irrupción provocaba crisis globales. Por supuesto, este diagnóstico lo sitúo en las antípodas de Schmitt, a quien solía identificar como el “fascista alemán”.   

EL OBJETIVO DE LA POLÍTICA NO ES MANTENER EL ORDEN SINO ORGANIZAR LA COOPERACIÓN SOCIAL

A veces se pierde de vista que el concepto de lo político que ofrece Schmitt tuvo como único objetivo justificar un Estado total capaz de anular el antagonismo en la sociedad. En este sentido es importante marcar el vínculo directo que se da entre optar por una definición del conflicto en términos existenciales a partir de la oposición amigo/enemigo y una concepción negativa de la política en la cual ésta es interpretada como una guerra civil larvada. El gran temor de Schmitt era que la proliferación de los grupos políticos no estatales terminase fragmentando en múltiples vínculos sociales la lealtad de los ciudadanos al otrora poderoso Leviatán. En su perspectiva, esta situación le impediría al Estado concretar el pacto obediencia/seguridad que le había dado origen, abriendo con ello la puerta a la cual Hobbes le había puesto un cerrojo. Al no poder identificar un único centro político, Schmitt era incapaz de pensar otra alternativa que no fuera la catástrofe apocalíptica.

Si Schmitt emplazó política y guerra civil dentro de un mismo continuum, para Heller, por el contrario, la guerra civil era una frontera exterior de la política y en gran medida el símbolo de su fracaso: “La parte más importante de toda política la integran los esfuerzos para evitar el conflicto existencial entre amigo y enemigo”. Al igual que su rival, Heller cuestionaba la reducción de la política al ámbito estatal, pero no para posteriormente reivindicar el decisionismo estatal como medio para neutralizar el conflicto social sino con el objetivo de adaptar la función del Estado a una sociedad en la cual resultaba imposible conjurar el antagonismo.

En el dispositivo helleriano el antagonismo social no demanda del Estado una restauración del orden, sino que lo obliga a realizar constantes esfuerzos con el objetivo de organizar la pluralidad conflictiva de lo social.

Para Heller, el rasgo definitorio de todo grupo político es la voluntad de organizar y actuar la cooperación social a partir de criterios normativos específicos. En la democracia social, cada una de las agrupaciones políticas intenta elaborar formas de solidaridad a partir de principios muy diversos e incluso contradictorios. Esta característica también funciona para identificar el estatuto político del Estado, pero con una diferencia radical: este es la única organización que dispone del derecho para cumplir esa función. En un mismo movimiento Heller sitúa al Estado en un plano relacional frente a otros grupos políticos, pero reservándole al mismo tiempo una posición especial desde la cual podía cumplir una vital función de coordinación de las diversas solidaridades sociales: “el objeto específico de la política consiste siempre en la organización de oposiciones de voluntad”. En el dispositivo helleriano el antagonismo social no demanda del Estado una restauración del orden, sino que lo obliga a realizar constantes esfuerzos con el objetivo de organizar la pluralidad conflictiva de lo social. De esta manera el Estado deviene un objeto propiamente político: para cumplir su función está obligado a hacer política de frente a una sociedad respecto a la cual tiene una autonomía sólo relativa. Gobernar es organizar la sociedad.

LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA LEGITIMIDAD DEMOCRÁTICA

Como consecuencia de la función social que Heller le adjudica al Estado, la construcción de legitimidad se convierte en el dato central de la política. En efecto, ¿de qué otra manera puede cumplir su misión el Estado si no es clarificando el contenido normativo a partir del cual se dispone a actuar la cooperación social? Para Heller, la dinámica de la democracia social debía ser complementada con los dispositivos de la representación institucional propios de la democracia política. Es precisamente en la tensión entre la sociedad (plural y conflictiva) y la producción democrática de la decisión estatal unitaria y vinculante que es posible ir adecuando y adaptando los parámetros mediante los cuales el Estado cumple su función social -tarea que por cierto nunca puede concluir definitivamente-. De ahí que el conflicto, es decir, la siempre latente posibilidad de que los grupos sociales rechacen o cuestionen la voluntad estatal, se convierta en un aspecto positivo pues auxilia en la tarea de volver inteligible ese espacio tan social como político en el cual el Estado tiene que actuar. La política se vuelve el único destino de la convivencia humana y el Estado no tiene otra salida que constituirse como un actor político singular dentro de una sociedad policéntrica.

Este esquema le permite a Heller salir del paradigma schmittiano de la guerra civil pues rompe con la relación de identidad entre la unidad del Estado y la unidad del pueblo. Si se concibe la unidad del Estado como algo relativo a la unidad del pueblo cualquier división y conflicto que surja en el segundo supondría a priori una amenaza para el Estado. Por el contrario, para Heller: “la realidad del pueblo y de la nación no revela, empero, por lo general, unidad alguna, sino un pluralismo de direcciones políticas de voluntad (…) Es inadmisible, sobre todo en la actual sociedad de clases, hablar de una unanimidad política». Con ello el Estado pierde toda sustancialidad y se convierte en una estructura de acción colectiva que si bien no resuelve la conflictividad social sí que permite procesarla políticamente. Para Heller el Estado no es la unidad del pueblo sino una unidad de dirección y conducción en el pueblo.

La creación política deja de ser autorreferencial y despojada de sus anteojeras es capaz de mirar la materialidad que frente a ella yergue. Lo social no agota lo político ni lo político agota lo social.

UNA NOTA FINAL: EL REGRESO A LA POLIS

A menudo se repite como un estribillo aprendido que la actual tarea de la política es la construcción de un pueblo. La obra de Heller introduce un matiz que puede resultar interesante de explorar. Si por el contrario se asume que el criterio de la política no pasa tanto por la creación sino por la organización de ese pueblo, por simple coherencia lógica uno tiene que reconocer la existencia previa de aquello que quiere organizar. La creación política deja de ser autorreferencial y despojada de sus anteojeras es capaz de mirar la materialidad que frente a ella yergue. Lo social no agota lo político ni lo político agota lo social. La actual discusión entre un populismo de derecha y otro de izquierda deja en un vacío la pregunta específica que toda la política se plantea. La conquista del poder no es nunca el fin sino el medio y la ausencia de un programa no puede ser un verdadero programa. Es indispensable dar la discusión sobre los criterios a partir de los cuales queremos organizar nuestra vida en común. La obra de Heller nos ofrece un buen ejemplo de una tentativa de hacer de la solidaridad un principio constitucional en torno al cual proyectar nuevas formas de organización. En este sentido considero que su obra puede servir como una referencia para reavivar los debates en las izquierdas democráticas.

Hacer una revolución, silbando bajito

Hacer una revolución, silbando bajito

Hermes Binner deja un legado político basado en la gestión responsable de lo público y un espíritu innovador. Su nombre quedará asociado por siempre a una conducta ejemplar y un compromiso irreductible con la democracia y la igualdad.

Tal vez,  a la mayoría del público, cuando piensa en Hermes Binner le venga a la mente su mirada cristalina, su tono sereno, su discurso moderado, su imagen de estadista, la pinta de hombre honesto. Lo cierto es que todo esto no alcanza para caracterizarlo acabadamente.

Entonces, algunos podrán agregar que fue un demócrata y persistente hacedor de la salud pública. Nuevamente, la descripción seguiría siendo insuficiente.

60 años de vida política fueron los transitados por Binner, desde su temprana participación en el Colegio Nacional en Rafaela a fines de los 50, militando por la educación laica, hasta su reciente partida.

En esos 60 años, una identidad de profundo contenido político se reconoce, junto con la continuidad de valores y metodologías. En la década de los ’60 llegó a Rosario a estudiar medicina y comenzó su militancia universitaria en el Movimiento Nacional Reformista, con un ideario afincado en el socialismo y la Reforma de 1918.

En los ’70, haciendo militancia social como médico en los barrios más pobres de la ciudad, se convenció que la salud de los humildes era condicionada por la falta de derechos sociales básicos e infraestructura, y que para resolver esto era necesario dar una respuesta política. En esa década participó de la fundación del Partido Socialista Popular y, en tiempos donde el país era dominado por la violencia, siempre apostó por una salida democrática y pacífica a la crisis institucional que, posteriormente, desembocaría en la peor dictadura de su historia.

Hermes Binner fue rostro y nombre de una esperanza, de una esperanza que fue posible en Rosario y en Santa Fe. Hermes Binner hoy ya es rostro y nombre de un ejemplo.

De aquellas primeras décadas de participación política tomó del socialismo una cultura de militancia, trabajo social, estudio y disciplina. Con el retorno de la democracia, el socialismo debió abrirse paso desde abajo en una coyuntura dominada por el peronismo y el radicalismo, y lo hizo sobre la base de aquella cultura militante laboriosa y metódica.

Como funcionario inició su carrera como secretario de Salud de la ciudad de Rosario, diseñando un sistema de salud masivo, eficiente, de calidad y público. Fue el inicio de una política de Estado modelo, admirada internacionalmente, y a la cual hoy se le sigue dando continuidad.

En 1995 fue electo intendente de Rosario, liderando una gestión que amplió la agenda de la política como ninguna otra y comenzando obras de magnitud. En medio de una oleada neoliberal que se materializó con gobiernos nacionales y provinciales del justicialismo, la gestión liderada por Binner fue a contramano, forjando un Estado municipal no solo comprometido con un sistema de salud en expansión, sino también pensando una concepción de ciudad con espacios públicos para todos, con una vida y producción cultural intensa, urbanísticamente innovadora, mirando al Río.

Resistiendo las presiones la Presidencia de la Nación, sostuvo el Banco municipal de Rosario, innovó y generó planes estratégicos, descentralizó y pensó las regiones, ideó una ciudad más allá de sus límites, como un área metropolitana integrada.

Saliendo de la agenda de carencias y pauperización que imperaba en la época, se desarrollaron obras y espacios públicos de calidad, se concretaron políticas sociales para dar respuesta a la creciente destrucción del empleo y hasta hubo imaginación y sensibilidad política para pensar la ciudad para la infancia.

A contrapelo de un periodo de desmovilización y retiro los ciudadanos de la vida pública, en Rosario comenzó a ejecutarse el presupuesto participativo, donde los rosarinos y rosarinas debatían y elegían que obras desarrollar en sus barrios. La profunda crisis de representación vivida en la argentina de 2001/2002 Binner la afrontó participando de las asambleas vecinales y en contacto con los reclamos sociales más urgentes. Cosechó respeto y aprobación popular incluso en esos tiempos aciagos. Hermes repetía cada vez: “No queremos ser buenos administradores del viejo Estado, queremos construir un nuevo Estado”. Sus gestiones innovadoras y transformadoras así lo refrendan.

En 2007 Binner obtuvo una holgada victoria que lo consagró gobernador, liderando una amplia coalición que, a diferencia de otras experiencias de este tipo, tenía un contenido político y un programa de gobierno preciso y concreto. Hizo de ese programa de gobierno el eje de su campaña: impreso y encuadernado se repartía en cada acto y recorrida.

En sus discursos decía muy claro que allí estaba escrito lo que iba a hacer y que, si no lo cumplía, podían usar esa publicación para reclamarle posteriormente. Es otro gesto de un distinto, jerarquizando así el vínculo entre votante y candidato, concretando una verdadera relación de representación, dándole sustancia a la democracia. Suena tan raro en un país donde vale todo para llegar, pero vale tan poco la palabra empeñada.

Hermes repetía cada vez: “No queremos ser buenos administradores del viejo Estado, queremos construir un nuevo Estado”. Sus gestiones innovadoras y transformadoras así lo refrendan.

Hermes Binner creía que la necesidad de nutrir la política con estudio, de no alejarla del mundo de las ideas y de formar equipos técnicos (pero no tecnócratas). Por eso fue uno de los fundadores del Centro de Estudios Municipales y Provinciales (CEMUPRO), una fundación que tenía por propósito desarrollar políticas públicas y abrir el espacio político a profesionales, intelectuales afines y distintos sectores de la ciudadanía. Decía que “hay que creer para ver”: la política no como táctica pragmática, sino como actividad creadora.

Su modelo de gestión llevó a Binner a la gobernación y allí mantuvo la impronta que había desarrollado como intendente. Nuevamente, los servicios públicos de salud e educación como grandes protagonistas, la creación del Ministerio de Trabajo, de Cultura y el de Seguridad. Jerarquizó a los profesionales públicos, reconociendo salarial y laboralmente a docentes, médicos y policías. Sostuvo el pago del 82% móvil para jubilados provinciales, comenzó un proceso de desarrollo del laboratorio público de la provincia, una enorme red de centros de salud y hospitales, capitalizó con inversiones multimillonarias a la EPE que padecía muchos años de abandono y comenzó a desarrollar una red de acueductos. Santa Fe volvió a tener, luego de 40 años, un programa de obras de gran escala.

Pensó para su pueblo fábricas culturales y comenzó a desarrollar un sistema de medios públicos provinciales para ver el mundo más allá de las cámaras de los canales porteños. Descentralizó el Estado y, de forma participativa, se elaboró el Plan Estratégico Provincial. Aumentó la coparticipación a municipios y comunas, con equidad y transparencia.

En su primer dia de gobierno firmó un decreto donde él mismo se impedía la posibilidad de postular jueces y creó el Consejo de la Magistratura. También en esa jornada quitó las vallas de contención que separaban la Casa de Gobierno de su propio pueblo y culminó su mandato poniendo en funcionamiento la primer elección del país con el sistema de boleta única y un nuevo procedimiento penal moderno y ágil. Titularizó a miles de docentes e instauró los concursos para el acceso al empleo público.

“Queremos un Estado que garantice derechos y no actúe por demandas”, decía. Y así, amplió la agenda de la gestión, con políticas para los jóvenes, con políticas de diversidad, con una agenda para los pueblos originarios olvidados, siendo la primera provincia en elaborar protocolos médicos para el acceso al aborto no punible y una de las provincias en el mundo que firmó acuerdos con la OIT para bregar por el trabajo decente y el combate al trabajo infantil.

Transparentó el control sobre las cuentas públicas y decretó el acceso a la información pública. Se plantó frente a la gigante empresa brasilera Odebrecht –conocida por corromper gobiernos de toda América Latina– quitándole la adjudicación de la mega-obra del acueducto Desvío Arijón – Rafaela, que había dejado el gobierno anterior. Gobernó sin la legislatura a su favor y bautizó a los senadores opositores como “la máquina de impedir” cuando estos se opusieron a los proyectos de reforma tributaria y constitucional, entre tantos otros. Cuando imaginó obras de jerarquía dijeron que eran “maquetas”, cuando propuso una estructura tributaria progresiva dijeron que era un “impuestazo”, cuando generó un Estado más cercano dijeron que era “gasto superfluo”.

Cuando imaginó obras de jerarquía dijeron que eran “maquetas”, cuando propuso una estructura tributaria progresiva dijeron que era un “impuestazo”, cuando generó un Estado más cercano dijeron que era “gasto superfluo”.

Binner defendió el federalismo y los recursos de Santa Fe, al punto de demandar ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación al Estado nacional por una deuda de la coparticipación. De aquella demanda, la provincia obtuvo una sentencia favorable por un monto que hoy supera los 100 mil millones de pesos y continúa impaga. Posteriormente, otras provincias argentinas tomarían el precedente santafesino para presentar idénticos reclamos.

Hermes Binner fue un cuadro político fundamental de la democracia argentina, un dirigente que sintetizó un perfil político. Conjugó compromiso social, agenda institucional, conducta ética, una mirada progresista sobre la ampliación de derechos y las necesidades de las minorías, y una metodología siempre democrática.

Mucho más que eso, esta impronta política pudo transformarla en una opción electoral exitosa y en una experiencia de gestión con gobernabilidad. Y, además, todo eso lo pudo concretar surgiendo desde experiencias políticas distintas a las más tradicionales, lo hizo desde abajo y paso a paso.

Su gestión y propuestas hablan de un dirigente que quiso para su pueblo el desarrollo, en el sentido más amplio y profundo, y lo hizo en un país incapaz de pensar más allá del corto plazo, de las urgencias y los atajos.

Su carisma y su “marca” electoral no se construyeron desde el rol del caudillo o gran orador o de estudios televisivos, ni con padrinazgos poderosos o grandes aparatos. A pesar de cultivar una mesura alejada de idiosincrasia apasionada de nuestro país y tener el physique du role de un político europeo, supo seducir a porciones grandes del electorado y despertar el respeto en la calle y en la arena política. Todos sabían que un hombre honrado y humano era el que habitaba a ese político, y eso despertaba confianza.

En el medio del ruido de la grieta, de las identidades “anti”, de las antinomias, de las crispaciones y los fanáticos, el tono sereno y el discurso moderado de Hermes Binner pasó bastante desapercibido para el gran público, sobre todo en la escena nacional.  Los reflectores y micrófonos de los medios estaban sobre otras figuras, con respaldo de grandes intereses y poderes ocultos.

Binner fue presionado muchas veces para sumarse a algún tipo de armado electoral tipo “Cambiemos”, pero no cedió. “Hay sumas que restan”, decía. En eso tampoco se equivocó. Tampoco aceptó sumarse a la transversalidad que en algún momento impulsó el kirchnerismo, no negoció los valores de su partido político ni quiso llegar de cualquier modo. Lo cortés no quitó lo valiente.

En el medio del ruido de la grieta, de las identidades “anti”, de las antinomias, de las crispaciones y los fanáticos, el tono sereno y el discurso moderado de Hermes Binner pasó bastante desapercibido para el gran público, sobre todo en la escena nacional.

En 2011 consiguió un segundo lugar en las elecciones presidenciales, pero la atomización electoral de esa elección y los rumbos que tomaron muchos actores políticos de cara a 2015 demostraron que el socialismo no pudo conseguir socios de peso para generar una tercera alternativa de gobierno con chances electorales. Por todas estas cosas, creo, nos perdimos de tener “más Binner”.

A la pintura de este hombre es necesario completarla diciendo que era un hombre culto, pero accesible, cálido. Su pasar austero y su conducta intachable hicieron que Binner culmine sus días en la sencillez y la privacidad de un entorno cotidiano, como podría haber en cualquier familia.

Silbando bajito pasó y se fue, dejando atrás una intensa vida. Fue el eco de su obra el que hizo que su nombre llegue hasta acá. Estoy seguro que el tiempo nos traerá la convicción de que detrás de ese silbar bajito, de su corrección y amabilidad, de la formalidad de su traje y su corbata, hubo un hombre que hizo una revolución. La revolución de construir y ejercer poder dignificando la política y utilizándolo para transformar para bien la realidad.

Hermes Binner fue rostro y nombre de una esperanza, de una esperanza que fue posible en Rosario y en Santa Fe. Hermes Binner hoy ya es rostro y nombre de un ejemplo. Un ejemplo que no nos permitirá la comodidad de decir “no se puede”, “son todos iguales”, un ejemplo que nos hará preguntarnos: ¿no será cuestión de “creer para ver”?

Lo que brilla con luz propia, nadie lo puede apagar

Lo que brilla con luz propia, nadie lo puede apagar

Hermes Binner fue una figura fundamental del PS y un dirigente querido, admirado y respetado por sus amigos y compañeros, pero también por sus adversarios. Desde La Vanguardia los y las invitamos a evocarlo.

Habían pasado poco más de cien días de gobierno del Frente Progresista en Santa Fe, eran los primeros meses de 2008, y Hermes Binner pronunciaba su primer discurso como gobernador ante la Asamblea Legislativa. Lo que para otros era un enorme desafío, para él era una oportunidad de arengar, lo entusiasmaba tanto cargar de sentido lo realizado en apenas un puñado de jornadas de su gestión como poner proa hacia un futuro próspero: “Sacar las vallas y convocar a la participación ciudadana en asambleas; suministrar vacunas y anunciar la construcción de nuevos hospitales; llamar a pintar las escuelas y convocar a los docentes para opinar y transformar la educación; atender a las víctimas y reformar el Consejo de la Magistratura: son ejemplos de que nos preocupa lo cotidiano, pero también de que pensamos en una sociedad previsible, pensamos en el mediano y en el largo plazo, pensamos para el futuro”.

Así se presentaba Hermes ante la Asamblea Santafesina: rendir cuentas de lo hecho, planificar el futuro. Hermes Binner, de puño y letra.

Hermes Binner falleció en Casilda, Santa Fe, a los 77 años, el 26 de junio de 2020. Sería un error advertir que con él partió un estilo de hacer política, una forma de construcción colectiva, un aliento constante a la participación ciudadana, un deseo irrefrenable de transformar el Estado cada vez que sea necesario para hacerlo más cercano a la gente, una pasión por concebir la cultura como herramienta de desarrollo. No es así. Todas esas premisas de acción política, entre muchas otras, que Hermes -nunca solo, siempre acompañado- pensó y desarrolló, laten fuertes, ya sea en los colectivos políticos y sociales que fueron cercanos a él, ya sea en el seno de diversas organizaciones sociales argentinas. Hermes Binner fue, como otros hombres pioneros, alguien que encendió una luz en la oscuridad para cambiar la Historia. Cambiarla para siempre.

El breve repaso de su vida personal narra, también, sus propósitos. Ese relato dice que nació un 5 de junio de 1943 en Rafaela y que a los 18 años se fue a estudiar Medicina a Rosario. Fue desde entonces cuando, de manera exponencial, su vida se transformó: en Rosario comenzó a ser él en tanto los otros, en tanto la sociedad que lo rodeaba, cada vez más lejos de los anhelos individuales. Es que Hermes abrazó en Rosario los sueños colectivos. Por eso a esa edad se afilió al Partido Socialista y comenzó a militar en el Movimiento Nacional Reformista en la Universidad; por eso participó junto a otros compañeros de la fundación del Partido Socialista Popular y fue junto a su guía, Guillermo Estévez Boero, un hacedor de esta organización hasta el fin de sus días, y muchos años después, también, de la unificación de todo el socialismo argentino.

Simplemente hay una realidad histórica que lleva, insoslayablemente, su sello. Quien quiera verla la tiene frente a sus ojos, en la Rosario que Hermes tanto quiso.

Ya recibido de médico, desoyó el mandato de instalar un consultorio céntrico y se fue a trabajar al popular barrio de La Tablada, en el sur de Rosario, donde atendió durante años a los obreros que provenían fundamentalmente de las industrias frigorífica y portuaria. También allí estaba el sello político de su trabajo: tempranamente, el consultorio de Hermes estaba donde era más necesario. En los primeros años de la democracia fue director y vicedirector de hospitales públicos municipales y provinciales.

Inherentes a su profesión de médico, sus convicciones por tejer una red de salud pública para todas y todos fueron su quimera, que jamás abandonó. Precisamente en 1989, ya como secretario de Salud de la gestión municipal de Héctor Cavallero en Rosario, puso la piedra basal de esa construcción, que después tendría un desarrollo inimaginable y merecería el reconocimiento unánime, aun de sus adversarios políticos.

En 1991 acompañó a Ricardo Molinas en la fórmula para la Gobernación de Santa Fe, como candidato a vicegobernador. Dos años más tarde, en 1993, fue electo concejal de Rosario.

En 1995, a la hora señalada por la Historia, la sociedad rosarina lo reconoció en las urnas como intendente de la ciudad, cargo para el que fue reelecto en 1999. Repasar en estas pocas líneas lo que Hermes Binner gestionó en y para Rosario es tarea imposible: allí están los hospitales, la red de atención primaria de la salud, los museos, los centros culturales, las obras y los servicios públicos que no podían esperar. Allí está la transformación urbana de la ciudad, amparada por una discusión estratégica histórica e inclusiva que fue ejemplar en Sudamérica. Por eso ahora el repaso sería, a más de injusto por lo precario en esta hora, imposible. Simplemente hay una realidad histórica que lleva, insoslayablemente, su sello. Quien quiera verla la tiene frente a sus ojos, en la Rosario que Hermes tanto quiso.

En 2003 estuvo convencido de que había llegado la hora de luchar para transformar Santa Fe y se lanzó como candidato a gobernador, desafiando una hegemonía política del justicialismo que llevaba, amparado en la Ley de Lemas, veintiún años en el poder. Fue esa misma Ley de Lemas, que tanto violentaba la voluntad popular, la que le impidió llegar entonces a la Casa Gris. Hermes debió esperar cuatro años más, pese a haber sido en 2003 el candidato más votado por la sociedad santafesina.

Electo diputado nacional, desplegó una labor ejemplar en la Cámara Baja y entonces sí, en 2007, ya no habría más demoras: derogada la Ley de Lemas, obtuvo una victoria contundente y fue ungido gobernador santafesino, el primer gobernador socialista de una provincia argentina, inaugurando así un liderazgo del Frente Progresista en Santa Fe que se extendería durante doce años. Quizás porque la tarea era enorme, mucho más grande que la realizada en Rosario, por la vastedad de la provincia, por su riqueza y diversidad, fue allí donde Hermes desplegó un trabajo de estadista impar, que sirvió de espejo para muchos de quienes lo acompañaron y sucedieron en la gestión.

En su citado primer discurso de apertura de sesiones de la Legislatura de Santa Fe, en 2008, no se limitó a decir lo que iba a hacer ese año, sino que trazó un programa que desarrollaría durante toda su gestión, y fue claro: “Nuestra convicción es que no hay política de Estado sin orientación al mediano y largo plazo”.

Habló allí de “construir una democracia exigente, donde la política estatal pudiera reformular y reorientar los intereses existentes en la sociedad civil en función de un proyecto de mejora de la sociedad en su conjunto. La calidad de una sociedad y de su organización estatal -explicó- se relaciona directamente con la capacidad de proporcionar a sus habitantes los atributos mínimos de ciudadanía, garantizando un piso irrevocable de derechos para todos y cada uno”.

“El objetivo que definimos entonces y que hoy guía nuestra acción de Gobierno pone el acento en alcanzar un mayor bienestar para Sana Fe. Construir desde el gobierno las condiciones para un desarrollo sustentable de nuestra sociedad. Y cuando decimos desarrollo estamos pensando en una sociedad equilibrada, donde el crecimiento económico facilite el desarrollo social y cultural propio de una sociedad. En ese sentido -advertía- no hay que olvidar que el Estado no es sólo un conjunto de instituciones y organizaciones públicas, es también un agente de unidad de la sociedad”.

Hermes fue ejemplo, en su extensa trayectoria política, del hombre que aprende de sus experiencias y que, en un proceso dialéctico, las transforma en un espacio de meditación y tesis para dar sus próximos pasos.

Hermes fue ejemplo, en su extensa trayectoria política, del hombre que aprende de sus experiencias y que, en un proceso dialéctico, las transforma en un espacio de meditación y tesis para dar sus próximos pasos. Si en Rosario había sumado todas las voces diversas, sin exclusión, en la discusión de un plan estratégico para la ciudad, en 2008 ponía en marcha ese mismo programa en Santa Fe: “Construir esta democracia participativa de proximidad, en la escala de nuestra provincia, es compatible con el desarrollo de una práctica de democracia que permita compatibilizar las experiencias municipales y provinciales con las propias experiencias de la sociedad, proyectándolas en el horizonte más amplio de la región y de la provincia”.

Por eso vio que reorganizar territorialmente Santa Fe por regiones no era solamente una forma de optimizar la administración del Estado, sino, sobre todo, una forma de estrechar la relación Estado-ciudadanía, permitiendo la genuina participación de la gente en la elaboración de los planes estratégicos regionales y en la construcción del Plan Estratégico provincial.

Las gestiones municipales en Rosario y su inolvidable paso por la Gobernación de Santa Fe proyectaron a Hermes Binner a la escena nacional. Y en 2011, acaso impensadamente para muchos, tuvo una performance extraordinaria como candidato a presidente de la Nación, acompañado por la cordobesa Norma Morandini. Detrás de la entonces reelecta presidenta Cristina Fernández de Kirchner, resultó segundo y fue el candidato socialista más votado de la historia en una candidatura presidencial.

Tiempo después volvió luego a ser diputado nacional, y también presidente del ya unificado Partido Socialista.

Quizás gran parte de Santa Fe, y casi seguro Rosario toda, amanecerán estos días no sólo un poco más tristes, sino también más desamparadas en cuanto a sus sueños de futuro. Es que Hermes Binner fue eso: un forjador de sueños colectivos que llevaran más solidaridad, más inclusión, más trabajo, más cultura, más salud, más educación para todas y todos. Sin embargo, ante esa sensación de desamparo, acaso haya que tener en cuenta que Hermes hizo que esos anhelos de una sociedad brillaran con luz propia, más allá de los hombres, más allá de los tiempos políticos. Hermes ha partido, pero esos sueños aún fulguran, quizás porque, como dijo un gran poeta caribeño, “lo que brilla con luz propia, nadie lo puede apagar”. 

No pienso escribir tu obituario, Hermes

No pienso escribir tu obituario, Hermes

Hermes Binner fue una figura fundamental del PS y un dirigente querido, admirado y respetado por sus amigos y compañeros, pero también por sus adversarios. Desde La Vanguardia los y las invitamos a evocarlo.

No es cierto, Hermes. Ya te dije que no voy a escribir tu obituario.

Hace frío afuera. Hace diez minutos que no paran de llegar mensajes en el teléfono.

Todos me cuentan lo mismo y yo no paro de llorar. Por momentos no sé qué hacer. El alma duele, no sé cómo explicarlo. No sé si sentarme o no a escribir, porque no puedo creer que te hayas muerto. Lo esperábamos, si, estábamos esperando que dejaras de sufrir, pero nadie se puso a pensar en serio sobre este asunto de tu muerte. Hay que explicarles a muchos que no entienden, que no, que no estás muerto, y que somos miles los que no vamos a dejar que te mueras.

Salgo a la cocina y mi hija más chica me ve con los ojos hinchados. Y le dije: Murió Binner. ¿Y sabés qué hizo? Corrió a darme un abrazo. Y cuando vio que yo le sonreía con lágrimas, te recordó en el Patio de la Madera. Fuiste, dice ella, el que mejor la trató de todos los que la saludaban. Tiene 13, Hermes. Y eso pasó cuando tenía seis. Ella se acuerda de vos. Y tuvo La Redonda, la Fábrica, la Esquina encendida. Ella me habla de la Plaza de la Casa, ¿Te acordás?

¿Cómo querés que te dejemos morir, justo a vos? Yo no puedo escribir tu obituario. Me niego a aceptar que estás muerto. Porque los tipos como vos no se pueden morir, no se mueren nunca, sencillamente porque son vida pura.

¿Cómo hacemos para acomodarnos a tu ausencia definitiva? Vos sos el que nos juntó a todos. El que nos enseñó la dimensión de los sueños, el valor de la palabra empeñada, la demostración de que era posible. Ahí están las obras, Hermes. Hace un rato pasé por el CEMAFE. ¿Cómo querés que te dejemos morir, justo a vos? Yo no puedo escribir tu obituario. Me niego a aceptar que estás muerto. Porque los tipos como vos no se pueden morir, no se mueren nunca, sencillamente porque son vida pura.

Siguen llegando mensajes. Todos lloramos, Hermes. Andrea no puede hablar, Roderick tampoco. Mis compañeros de laburo me dicen que están devastados. Me llaman amigos desde Paraná, Buenos Aires, Córdoba. Todos estamos quebrados. Porque nunca creímos del todo en esta broma de tu salud. Nunca nos acostumbramos, ni lo haremos, a la idea de que no vas a volver con tus pasos largos y tus manos torpes, a darnos ese abrazo apretado.

De tu militancia que hablen tus compañeros. El 5 de junio te aplaudimos todos. Ahí aprovecharon para recordarnos tu historia de médico de barrio, fundador de Centros de Salud, cuando nadie fundaba nada. Y tus sueños de Salud Pública. Y tu compromiso con los que menos tenían. A Rubén Galassi que la va de duro, se le llenaron los ojos de lágrimas cuando te recordaba caminando por los barrios con ellos.

¿Qué puedo contar yo que no sepan mucho mejor muchos otros? Ahí andan Juan Carlos Zabalza, Antonio Bonfatti, La Chiqui, Miguel Lifschitz, y un montón de radicales llamándose entre ellos. Gente de todos los partidos y de todos los pueblos y las ciudades de la Provincia, resistiendo a los agujeros en las almas, que sí, que están rotas. Partidas en pedazos. Se cayeron todas las armaduras. Lloran, cuando hablan.

¿Qué quieren que escriba, Hermes?

Sólo puedo dar fe de tu obra. De tu decencia. De tus proyectos. De las maquetas que se convirtieron en Salud Pública. De tu decisión de no separar nunca más a la gente de la Casa Gris. Y cumpliste, Hermes. Cumpliste. En un mundo donde casi nadie cumple con la palabra, vos lo hiciste.

Y cuando «El Ángel de la Bicicleta» sonaba en tus actos, todos nos imaginábamos una sociedad mejor de la que era. Y fue mejor. Al menos los policías ya no mataban a los ciudadanos indefensos. Y nunca más se levantaron en armas contra una movilización popular.

Y entonces proyectaste para curar más. Y hoy somos una provincia que se siente orgullosa de tus hospitales, de tus centros de salud. De todos los espacios culturales que fuiste sembrando en Rosario, como intendente. Y después en el resto de la provincia, con la Chiqui de la mano, siendo gobernador.

¿Cómo pensás que te podés morir así nomás?

No, Hermes, no. Vos no te vas a morir nunca. Porque te van a recordar siempre los docentes. Porque les devolviste la dignidad, el derecho a discutir los salarios, les devolviste los concursos, las titularizaciones. El respeto que le habían quitado durante años.

¿Cómo podés creer que te podés morir? Al revés. Cada minuto que pasa, cada llanto que escucho, cada mensaje que me llega, da cuenta de tu vida, no de tu muerte.

Yo fui testigo de tu obra, de tu capacidad para unir lo que nunca se unía. Y espero que no dejes de hacerlo. Que sigas siendo esa prenda de unidad que los junta a los integrantes del Frente para seguir peleando por la provincia que nos prometiste.

Que va, Hermes, que va. Si te encargaste de devolvernos la fe en la política a centenares de miles de santafesinos que comprobamos que era posible gestionar con decencia. Que era posible echar a los empresarios corruptos de la obra pública. ¿Te acordás cuando lo echaste a los de Odebrecht? ¿Te acordás que nadie los conocía y vos te plantaste, y dijiste que no? Que acá no. Que en Santa Fe se acababan los negocios. Y así fue, Hermes.

Y te fuiste del gobierno sin una sola denuncia por corrupción. Y además, llamaste a todos los ex gobernadores, a todos, y les pediste que te acompañen a la Corte para reclamar lo que la Nación nos debía. Y lo conseguiste, Hermes. Lo conseguiste. Y aunque hoy nos deban esa plata, y los que están en tu lugar se hagan los distraídos, todos sabemos que fue gracias a vos. Porque vos sí, defendiste a los santafesinos. Sin cacarear. Yendo a la justicia y reclamando lo que nos correspondía. Y ganaste. Y ganamos.

Hermes hace frío. El sol empezó a aparecer raramente entre las nubes. Los mensajes no paran de llegar. Todos nos consolamos y nos mandamos abrazos. ¿Cómo se muere alguien que genera tanto afecto, tanta complicidad, tanta comunión entre seres distintos, que hasta vos, eran desconocidos?

Sólo puedo dar fe de tu obra. De tu decencia. De tus proyectos. De las maquetas que se convirtieron en Salud Pública. De tu decisión de no separar nunca más a la gente de la Casa Gris. Y cumpliste, Hermes. Cumpliste.

No, Hermes, no. Yo no pienso escribir tu obituario. No voy a andar repitiendo esta fake news de tu muerte.

Vos te quedás acá, adentro del corazón y las cabezas de todos nosotros. Y vas a seguir enseñándonos con tus anécdotas, tus discursos, tus apelaciones al sentido común, tu formación permanente y constante. Y vas a obligarlos a todos a juntarse para volver a ocuparse de lo que realmente importa: los que vienen. Los hijos de nuestros hijos.

Qué se yo, Hermes. Te juro que no paro de llorar. Que tengo una sensación oscura en el pecho. Unas ganas de soltar patadas contra la pared. De gritar de furia. Pero prefiero dejarlo acá. Maldita sea la enfermedad que te alejó, maldita sea la vida humana que tiene límites y detiene corazones.

Es probable que hayas muerto, lo confirman los diarios de todo el país, sí. Pero no te vas a morir nunca, Hermes. Es imposible que eso ocurra. No lo vamos a permitir nunca. Nunca te vamos a olvidar. Nunca vamos a dejar de recordarte. Nunca vamos a permitir que lo intenten.

Ahí está mi hija más grande lagrimeando, todos nuestros hijos con mueca de tristeza. Ellos tampoco van a permitir que esto se termine. Tu vida es un regalo ejemplar. Sabremos recordarte para que ellos enseñen a hacerlo con los que vengan detrás.

Abrazo eterno amigo y maestro, Hermes. GRACIAS POR TU VIDA.

*Una versión de este artículo fue publicado en El Litoral.

No aprendimos nada

No aprendimos nada

Ni siquiera la pandemia pudo frenar la contaminación y la presión que ejercemos sobre de la naturaleza, la línea entre nuestra protección y la de los demás seres vivos se tapó de basura.

Durante la cuarentena decretada por la pandemia del Covid-19 se han visto diferentes imágenes que demostraron el impacto positivo de la misma en la naturaleza. Hay menos contaminación y hubo animales que se animaron a desplazarse por la ausencia de personas en las calles de diferentes ciudades del mundo.

Por otro lado, la reducción de la actividad industrial y el transporte con vehículos de combustión también está dejando efectos secundarios relativamente positivos para el ambiente y la salud de las personas en las principales zonas afectadas.

Pero no todos los impactos sobre la naturaleza son positivos, en la ciudad de Cannes, Francia, los buzos de la ONG francesa Opération Mer Propre (Operación Mar Limpio) compartieron fotos y videos que muestran barbijos y guantes descartables, usados como protección contra el Covid-19, dispersos en el lecho del mar Mediterráneo, entre latas de cerveza, colillas de cigarrillos y todo tipo de basura.

“Esto es sólo el comienzo, y si nada cambia se convertirá en un verdadero desastre no sólo ecológico, sino también sanitario «, escribió la organización en sus redes sociales.

Los barrenderos de París y servicios de limpieza y recolección de residuos de diferentes ciudades en todo el mundo también han emitido una alerta por el incremento de mascarillas y guantes hallados en las calles.

Estas imágenes, compartidas para concientizar sobre el desecho de residuos durante la pandemia, rápidamente dieron la vuelta al mundo.

Desde la organización reclamaron a los gobernantes y realizaron un pedido a los ciudadanos de tomar conciencia y asumir la responsabilidad de prevenir este nuevo tipo de contaminación: «Esta crisis nos permitió ver lo mejor y lo peor dentro de nosotros. Si no hacemos nada, lo peor surgirá nuevamente».

Por lo pronto, no solo los buzos y activistas del medio ambiente en Francia han advertido sobre los peligros de la contaminación con material sanitario de hospitales para Covid-19, ya que los barrenderos de París y servicios de limpieza y recolección de residuos de diferentes ciudades en todo el mundo también han emitido una alerta por el incremento de mascarillas y guantes hallados en las calles.

ENTENDER HACIA DONDE DEBEMOS IR

Como especie nos enfrentamos a una situación única que hace mucho tiempo no vivíamos, enfrentamos una amenaza, tanto sanitaria como económica de impacto mundial, que ya se llevo la vida de cientos de miles de personas y que trasformo nuestra forma de movernos, de trabajar y de interactuar con otros, pero no debemos olvidar que además esto afecta también al entorno en el cual estamos y del cual dependemos para obtener nuestros alimentos, el agua y hasta el mismísimo aire que respiramos.

Ese entorno lo compartimos con otras especies que son fundamentales para el delicado equilibrio del ecosistema global del cual dependemos y al cual muchas veces no respetamos como deberíamos. En reiteradas ocasiones esas especies con las que coexistimos nos advierten, con su grito silencioso de agonía, cuando cruzamos esa línea entre aprovechar los recursos y agotarlos.

Esta pandemia nos aisló para cuidarnos, pero también nos hizo prestar más atención a lo que es esencial para sobrevivir como sociedad, a lo que tenemos que cuidar, lo que nos falta y también a lo que nos sobra.

Esta pandemia nos aisló para cuidarnos, pero también nos hizo prestar más atención a lo que es esencial para sobrevivir como sociedad, a lo que tenemos que cuidar, lo que nos falta y también a lo que nos sobra, pero no dejemos que todo eso se convierta solo en palabras y hagámoslo realidad, y prestar atención a lo que hacemos con nuestros desechos tiene que ser el primer paso de muchos otros que nos lleven a volver a una normalidad mejor.

Tenemos la posibilidad única de cambiar las cosas y de que ese cambio, por más pequeño que sea, tenga una difusión y un alcance global. Tuvimos el tiempo suficiente para observar y entender el impacto que causa en el ambiente lo que hagamos o dejemos de hacer como sociedad.

Aprovechemos este momento para exigir que desde ahora en más algunas cosas se hagan de una mejor manera y que cambien las que están mal, pero sobre todo aprovechemos para cambiar nosotros individualmente, porque si cada uno se vuelve mejor persona el impacto realmente será global.

En base a BBC / La Nación / Los Andes

Foto portada: Opération Mer Propre