El clorpirifós es un insecticida organofosforado altamente tóxico desarrollado en los 60 por el gigante Dow Chemical, que se utiliza en una gran variedad de cultivos diferentes en unos 100 países.
Pese
a ser uno de los productos más vendidos para el control de plagas, hasta la
fecha se ha mantenido lejos del foco mediático y son muy pocos los que lo
conocen.
Sin
embargo, está presente en muchos de los alimentos que ingerimos, con lo que se
ha convertido en una amenaza también para la especie humana, como ocurre con
otros pesticidas que afectan a otros organismos que no son el objetivo de los
tratamientos.
El
pesticida clorpirifós mata a los insectos por contacto, atacando su sistema
nervioso y se aplica para el control de numerosas plagas –insectos y ácaros–,
principalmente en cultivos de soja, maíz, trigo y girasol.
Como
indican los datos oficiales, fue el insecticida más usado en 2017 en argentina:
sólo ese año se importaron más de 278 millones de kilos de plaguicidas por los
que se pagaron algo más de 1611 millones de dólares.
El Servicio
Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) indica que el
clorpirifós es «altamente tóxico» para las abejas y «muy
tóxico» para aves, peces y organismos acuáticos. Lo considera de clase II,
es decir, un producto «moderadamente peligroso y nocivo», aunque
existen otras clasificaciones que lo señalan como altamente dañino. En 2009, el
por entonces Ministerio de Salud dispuso su prohibición para uso doméstico,
aunque lo habilitó en el ámbito rural. Es de venta libre.
El Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) indica que el clorpirifós es «altamente tóxico» para las abejas y «muy tóxico» para aves, peces y organismos acuáticos.
En
Estados Unidos, varios estudios han relacionado la exposición prenatal al
clorpirifós con disminución de peso al nacer, bajo coeficiente intelectual,
déficit de atención e hiperactividad y otros problemas de desarrollo en niños.
Pero en 2017, ya bajo la administración de Trump, la Agencia de Protección
Ambiental (EPA: Environmental Protection Agency), ignoró las conclusiones de
sus científicos y rechazó una propuesta presentada durante la administración
Obama para prohibir su uso en campos y huertos.
Aunque
algunos estados decidieron enfrentar el problema, por lo que Hawaii fue el
primer estado en aprobar la prohibición total de su uso a fines de 2018.
California acaba de aprobar lo mismo. Oregon, Nueva York y Connecticut tratan
de seguir los mismos pasos.
En
Europa, el pasado mes de agosto, la Autoridad Europea para la Seguridad de los
Alimentos (EFSA, por sus siglas en inglés), confirmó en su última evaluación
del plaguicida sus efectos genotóxicos y neurológicos en el desarrollo de los
niños. Por lo que todo apunta a su prohibición a partir de 2020, que es cuando vence
la actual autorización para su uso.
Este
veneno fue autorizado por primera vez en la Unión Europea en el 2006, aunque
ocho Estados -Alemania, Irlanda, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Eslovenia,
Letonia y Lituania- ya lo han prohibido.
VENENO EN LA MESA
Diversos
estudios han mostrado en los últimos años que los residuos y metabolitos de
clorpirifós están presentes en muchos productos de alimentación.
Según
un análisis publicado el pasado mes de junio por la organización Pesticide
Action Network , el clorpirifós está entre los 15 pesticidas más abundantes
en los alimentos, y sus residuos se han detectado sobre todo en los cítricos.
En concreto, el informe revela que el clorpirifós se encuentra en uno de cada
cuatro pomelos y limones, así como en un tercio de las naranjas y mandarinas.
“Efectivamente,
el clorpirifós está categorizado como altamente peligroso por la OMS y la FAO.
Aquí se usa muchísimo porque es un plaguicida barato. De hecho, a nivel
doméstico está en hormiguicidas y en correas para perros. Desde 2015 se intenta
incluirlo en el Convenio de Estocolmo, porque reviste las características de
contaminante persistente, pues tarda mucho tiempo en degradarse, se traslada
grandes distancias y puede bioacumularse, pero todavía no se ha podido lograr”,
explica Javier Souza Casadinho, ingeniero agrónomo y presidente de la Red de
Acción en Plaguicidas de América Latina.
El clorpirifós está entre los 15 pesticidas más abundantes en los alimentos, y sus residuos se han detectado sobre todo en los cítricos.
De
acuerdo al informe «El plato fumigado», realizado por el colectivo
Naturaleza de Derechos con datos del Senasa, entre 2011 y 2016 se detectaron
residuos de clorpirifós (en total, en la Argentina son 118 los formulados de
clorpirifós autorizados) en 33 alimentos, entre ellos, la acelga, el tomate, la
lechuga, el apio y la rúcula.
«No
puede ser que estemos comiendo constantemente residuos de agrotóxicos. Hay que
cambiar la matriz productiva. Gastamos millones en tratamientos oncológicos
porque los pools de siembra aplican lo que quieren sin control», dispara Melina
Álvarez, doctora en Biología y exbecaria del Conicet.
Entonces,
resta hacerse una sola pregunta, ¿Por qué no se ha prohibido antes si todo el
mundo sabía que era tan nocivo?, lamentablemente la respuesta a esa pregunta no
es simple ya que en el mundo de la producción de alimentos ya no se producen
alimentos, sino ganancias y ahí es donde comienza el problema.
Es
urgente que comencemos a replantearnos de que manera avanzamos hacia formas de
producción de alimentos más amigables con el ambiente y la salud de las
personas y no seguir aceptando recetas que van contra nuestros propios derechos
y que benefician solo a las grandes empresas de biotecnología que controlan el mercado
agroalimentario mundial.
En base a La Vanguardia / El Nuevo Herald / Tiempo Argentino
/ EFE
Estados Unidos oficializó su decisión de retirarse del Acuerdo de París sobre el clima y se convierte en el primer país que abandona este pacto, lo que provocó la preocupación de la comunidad internacional.
El presidente
estadounidense había anunciado su intención de romper con ese consenso ya el 1
de junio de 2017, cuando no llevaba ni seis meses en la Casa Blanca, y lo ha
formalizado justo el primer día que le estaba permitido según las normas del
pacto. La salida efectiva, sin embargo, no puede darse hasta noviembre de 2020,
es decir, justo después las elecciones presidenciales estadounidenses, lo que
deja aún un resquicio de esperanza para la ONU.
«Hoy Estados
Unidos inicia el proceso de retirada de los acuerdos de París. Conforme a los
términos del acuerdo, Estados Unidos sometió una notificación formal de su
retirada a las Naciones Unidas. La retirada será efectiva un año después de la
notificación», declaró el secretario de Estado, Mike Pompeo.
La
salida de Estados Unidos del acuerdo para disminuir las emisiones de gases de
efecto invernadero tiene un doble efecto: sin duda, constituye un mensaje
político de la primera potencia económica global, pero, al mismo tiempo, la
posición del presidente estadounidense generó un fuerte rechazo del resto del
mundo y una rebelión de grandes ciudades de EEUU, además de una reactivación de
la militancia ambiental.
Las
reacciones internacionales a esta retirada no se hicieron esperar. La Unión
Europea (UE) dijo que estaba dispuesta a «reforzar la cooperación»
con las otras partes del Acuerdo de París e insistió en que las bases del pacto
son «sólidas».
«El
Acuerdo de París tiene bases sólidas y está aquí para quedarse. La UE y sus
socios están dispuestos a reforzar la cooperación con todas las partes para
aplicarlo», tuiteó el comisario europeo de Acción para el Clima, Miguel
Arias Cañete.
China,
primer emisor mundial de gases de efecto invernadero, aseguró que lamentaba la
decisión de Estados Unidos. «Esperábamos que Estados Unidos diera muestras
de una mayor responsabilidad y que contribuyera más en el proceso de
cooperación multilateral, en lugar de añadir más energía negativa»,
sostuvo un portavoz de la diplomacia china, Geng Shuang.
No hay nada fácil en este camino, con o sin el apoyo de Estados Unidos: desde 2015, cuando se firmó el pacto de París, las emisiones globales han aumentado.
Cuesta
imaginar el éxito de semejante acuerdo multilateral sin la implicación de la mayor
economía del mundo.
John
Kerry, secretario de Estado cuando se pactó el Acuerdo, señaló en un artículo
de opinión en The Washington Post que “el presidente Trump dio el paso
que prometió en 2017 para retirar oficialmente a Estados Unidos del Acuerdo que
todos los demás países de la Tierra han firmado. Esto no es Estados Unidos
primero; una vez más, es Estados Unidos aislados”.
Hasta
la fecha 197 países lo han ratificado ya y han presentado planes de recorte de
sus emisiones de gases de efecto invernadero, como especifica el pacto. Los
planes de cada Gobierno deben cumplir como objetivo que el aumento global de la
temperatura no supere a finales de siglo el umbral de los dos grados respecto
de los niveles preindustriales.
No
hay nada fácil en este camino, con o sin el apoyo de Estados Unidos: desde
2015, cuando se firmó el pacto de París, las emisiones globales han aumentado.
Los
países que forman parte de la Convención Marco de la ONU de Cambio Climático
—prácticamente todos los Estados del mundo— discuten desde hace 25 años cómo frenar
un problema que ya ha hipotecado a las futuras generaciones que habitarán el
planeta: el calentamiento global.
A
partir de 2020, fecha en la que expira el Protocolo de Kioto. Está previsto que
las medidas de recorte de emisiones comprometidas por los Estados firmantes del
acuerdo se empiecen a aplicar. Estados Unidos, que ya se desmarcó de Kioto bajo
la Administración de George Bush hijo, opta por el mismo camino y con un
argumento similar: la economía.
CÓMO APLICAR EL ACUERDO DE PARÍS
Se
han celebrado 24 cumbres (normalmente anuales) pero hubo que esperar a la de
2015 para cerrar un pacto que involucrara a todos los países en la lucha contra
ese calentamiento: el Acuerdo de París.
Con
el pacto de París se creó el marco general (que incluye los objetivos y marca
las vías para intentar conseguirlos), pero faltaba el desarrollo técnico, que
debe completarse antes de 2020, cuando caduca el Protocolo de Kioto y entra en
funcionamiento el Acuerdo de París.
“En
París inventamos el fútbol, ahora necesitamos crear las reglas”, suele explicar
Ángel Gurría, secretario general de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE).
La aplicación completa del Acuerdo de París supondrá una transformación de la economía mundial y dejar de lado los combustibles fósiles, responsables de la inmensa mayoría de gases que calientan el planeta.
Ese reglamento es lo que, en su
mayoría, se ha logrado aprobar en la cumbre de Katowice, celebrada en 2018: un
complejo documento de casi 120 páginas que contiene las reglas de
transparencia, financiación, adaptación y recortes de emisiones de gases de
efecto invernadero para que funcione el Acuerdo de París.
Estas reglas fijan, por ejemplo, la
forma en la que cada país tiene que notificar sus planes de recorte, qué tipos
de gases se deben combatir, los plazos en los que se revisarán los compromisos
nacionales contra el calentamiento y cómo se hará o el seguimiento de las
promesas de financiación. El Acuerdo de París ya recogía el objetivo de que a
partir de 2020 los países más ricos contribuyan a un fondo de 100.000 millones
de dólares para ayudar a los Estados con menos recursos a adaptarse a los
impactos del cambio climático. Ahora también se incluyen normas para hacer el
seguimiento de ese compromiso.
La
aplicación completa del Acuerdo de París supondrá una transformación de la
economía mundial y dejar de lado los combustibles fósiles, responsables de la
inmensa mayoría de gases que calientan el planeta. Por eso, muchos países que
dependen de esos combustibles suelen desacreditar las cumbres o como en el caso
de Estados Unidos, argumentar el impacto en su economía para salirse y poner
por delante sus empresas y sus negocios por sobre el bienestar de toda la humanidad.
¿Cómo se deben tomar las decisiones acerca de cuestiones
que van a afectar a muchas personas? ¿Puede un puñado de personas decidir en
nombre de todas las que recibirán el impacto de esa decisión, sin haberlas
consultado? ¿Es ético? ¿Es democrático?
¿Cómo se deben
tomar las decisiones acerca de cuestiones que nos van a afectar a muchas
personas? ¿Quiénes deben participar del proceso por el cual se autoriza una
acción privada de alcance social, cuando la evidencia científica indica que
será riesgosa para la salud o el ambiente?
Qué tema ¿no? Es quizás una de las
discusiones contemporáneas más importantes y, paradójicamente, casi nunca es
abordada en estos términos. Por lo general, se discute cuando se consumó algún
hecho que amenaza a las comunidades, o peor aun, cuando el desastre ya se
produjo. Un ejemplo del primer caso fue la autorización a la instalación de
Botnia frente a Gualeguaychú. Un caso del segundo tipo fue el derrame de un millón de litros de solución cianurada en San Juan, en la Mina Veladero, en
2016.
¿Está legitimado un órgano del
Estado para resolver o autorizar acciones que nos perjudicarán a otras
personas, sin que esas personas tengan la posibilidad de dar su opinión, y
mucho menos, de decidir al respecto?
Nunca discutimos esta pregunta: por lo general, se discute cuando se consumó algún hecho que amenaza a las comunidades, o peor aun, cuando el desastre ya se produjo.
La semana pasada, en Entre Ríos, el Superior Tribunal de Justicia –un puñado de personas que cobran medio millón de pesos por mes– resolvió que se puede fumigar con veneno a 100 metros de las escuelas. (Veneno, sí, porque aunque se disimule llamándolo «fitosanitarios», es veneno. Para quienes no saben cómo funciona, detengámonos un segundo para comentar cómo es: se modifica genéticamente una especie vegetal, para que resista a un determinado producto tóxico; ese producto mata todo aquello que no ha sido inmunizado. Está claro que se trata de un veneno ¿verdad?).
Cinco personas resolvieron por todos
nosotros. ¿Vivirá alguno de ellos a 100 metros de una escuela rural? Yo no
conozco a ninguna de ellas. Pero intuyo que difícilmente esas personas, tan
inteligentes, tan preparadas que han llegado a ocupar el máximo lugar en la
cúspide de la justicia entrerriana (y que en fallos anteriores habían resuelto
exactamente en contrario) esas personas que tienen sueldos mensuales de medio
millón de pesos (540 mil para ser exactos), difícilmente vivan a menos de cien
metros de una escuela rural.
Y de nuevo la pregunta: ¿pueden
decidir en nombre de todos los que seremos afectados? ¿Es ético? ¿Es
democrático?
Para la filosofía está claro que no.
Ni ético, ni democrático. Nadie debería poder decidir por otros, porque en eso
consiste la idea de autonomía. Hace muchos años, en Grecia, cuando nació lo que
llamamos democracia, era más bien un principio de sentido común: ¿Cuál era ese
principio? Que “si algo atañe a todos, deben decidirlo entre todos”. Claro que
ese todos no incluía a todos, porque no todos eran ciudadanos. Pero
quienes eran considerados ciudadanos, formaban parte de la discusión y de la
decisión.
También el derecho romano recogió
esa idea, que fue incluida en el Código del emperador Justiniano: «Lo que a todos toca, todos deben tratarlo y aprobarlo». Ese adagio se mantuvo en
el derecho medieval aunque solo entre miembros de ordenes religiosas o
autoridades eclesiásticas. Se incluía en la decisión a quienes se consideraba
“iguales”. Dentro de los sectores de la elite de la Iglesia, tenían ese derecho
solo por serlo.
Casi hasta nuestros días, en
Occidente a nadie se le ocurrió que ese principio pudiera incluir a los
sectores subalternos, a los “de abajo”. Recién las revoluciones liberales lo
adoptaron, pero solo para los burgueses constituidos como nuevos sectores
dominantes. Y hace poco tiempo la filosofía política contemporánea –con nombres
como Habermas, Rawls, Cohen, y el argentino Carlos Nino entre otros– retoman esa idea, a la que llaman “deliberación” y la consideran el elemento
principal de la democracia.
“La oportunidad de participar en los procesos de adopción de decisiones”: eso es lo que se nos está negando.
Para muchos científicos y filósofos
de la ciencia actuales, las cuestiones ambientales no pueden resolverse sin la
participación de las personas que serán potencialmente afectadas por esas
cuestiones. De eso habla la propuesta de dos reconocidos científicos y
epistemólogos, el argentino Silvio Funtowicz y el británico Jerome Ravetz, autores de un libro de
enorme impacto en el que proponen precisamente eso: “Ciencia posnormal. Ciencia
con la gente”.
Algo parecido dice la Declaración de
Río de Janeiro, un tratado ambiental internacional, del cual la Argentina es firmante.
Fíjense lo que dice en su principio número 10: “El mejor modo de tratar las
cuestiones ambientales es con la participación de todos los ciudadanos
interesados, en el nivel que corresponda. En el plano nacional, toda persona
deberá tener acceso adecuado a la información sobre el medio ambiente de que
dispongan las autoridades públicas, incluida la información sobre los materiales
y las actividades que encierran peligro en sus comunidades, así como la
oportunidad de participar en los procesos de adopción de decisiones”.
La oportunidad de participar en los
procesos de adopción de decisiones. Eso es lo que se nos está negando. Nada menos, nada más.
La cuestión climática y el problema del desarrollo son dos tópicos cuya actualidad tiene un correlato con la urgencia del problema, que aumenta día a día. Las reflexiones, siempre necesarias, son sobre todo un llamado a la acción.
Exactamente cincuenta años después de la publicación del ya clásico ensayo de interpretación sociológica Dependencia y Desarrollo en América Latina por Cardoso y Faletto, Siglo XXI Editores vuelve a hacer una gran apuesta de la mano de Beling y Vanhulst. Las casi trescientas páginas de Desarrollo non sancto presentan un giro de tuerca fundamental para la cuestión ambiental y climática al integrar a la religión con un elemento que moviliza creencias hacia acciones hoy ya consensuadas como urgentes a escala global. “El jardín de las delicias”, una de las grandes obras de El Bosco, fue la metáfora que con la que Leonardo DiCaprio presenta la problemática del cambio climático en un documental que muchos ambientalistas consideran de culto: Antes de la inundación (2016). Este despliegue de información y entrevistas con expertos y políticos de distintas esquinas del mundo, incluye una visita de DiCaprio al papa Francisco en el Vaticano, donde el actor hollywoodense le expresa su preocupación sobre la actual crisis climática y recibe a cambio una copia de Laudato si’, la encíclica del papa Francisco sobre “el cuidado de la casa común”.
Arrancando con un primer y poderoso prólogo por el ecoteólogo de la liberación, Leonardo Boff, se aborda el contexto en el que se difunde la encíclica Laudato si’, hacia mediados del 2015, poco antes de la redacción del Acuerdo de París. La idea de poner orden en la casa común, la Tierra junto con la pregunta de ¿en qué medida la fe cristiana, y concretamente la Iglesia, pueden contribuir a evitar un eventual Armagedón bio-socio-ecológico? invita a ver a la carta encíclica como no dirigida a los cristianos sino a la humanidad. Boff considera que estamos ante nuevo paradigma ecológico, del Ecoceno (en contraposición al Antropoceno), y si miramos de cerca el texto de la encíclica, veremos que toda ella está estructurada dentro del rito metodológico que maduró en América Latina a través de los textos oficiales del Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM) y en los preceptos la Teología de la Liberación: ver, juzgar, actuar y espiritualizarse. También se explica la manera en que el Papa organiza los materiales en la línea de las cuatro ecologías –la ambiental, la político-social, la cultural-mental y la espiritual– las cuales conforman una ecología integral. Boff resalta los datos mencionados para explicar la actual crisis ecológica del sistema-vida y del sistema-Tierra, los modos que se están ensayando para superarla, con la conciencia de que se trata de algo sistémico y que, por eso, reclama un cambio radical en los fundamentos que sustentan nuestra forma de habitar la casa común.
Desarrollo non sancto sin duda acompaña los gritos que exigen una revolución climática antes de que el reloj de la medianoche anuncie la catástrofe climática.
Un segundo
prólogo por Wolfgang Sachs se concentra en la imagen del papa Francisco sobre
el sistema de la alta política internacional, con su visita a los Estados
Unidos, su encuentro con Obama y su discurso ante la Asamblea General de las
Naciones Unidas. Para Sachs resulta claro que los Objetivos del Desarrollo Sostenible
de la Agenda 2030 y Laudato si’ se superponen. En estas primeras páginas
se deconstruye el proceso a través del cual el papa Francisco lleva la
desmitificación del “desarrollo” un paso más allá, coincidiendo con debates
actuales sobre la necesidad de pensar no solo el decrecimiento del capitalismo
en algunas áreas, sino directamente en el poscrecimiento
del sistema de producción en general. Luego Adrián Beling y Julien Vanhulst
introducen el texto con una revisión de la literatura de desarrollo económico,
ecología política y políticas de desarrollo sustentable desde la revolución
industrial hasta la fecha. Además, presentan los andariveles teóricos
–Antropoceno, modo de vida imperial y modernización ecológica, entre otros–
sobre los que discurrirán los capítulos del libro, el cual se encuentra
dividido en tres partes interconectadas que sostienen la narrativa como pilares
a lo largo de las páginas.
El primer pilar
consiste de un llamado a construir una “ecología integral” a través de una
nueva narrativa eclesial en el contexto de crisis civilizatoria, con un
capítulo dedicado a la convocatoria papal a un diálogo cosmopolita; luego otro
sobre justicia social partiendo de la sostenibilidad y la interculturalidad, y
finalmente un abordaje de la “ecología integral” como un nuevo relato religioso
en el sobre el cual debatir a escala global un desarrollo socioecológicamente
sustentable. Esta primera parte del libro ciertamente representa una vuelta de
tuerca sobre una dimensión específica del debate climático, la religión, la
cual había pasado casi desapercibida en recomendables best-sellers como los que
publicó Naomi Klein para la audiencia no especializada en los últimos años: Esto
lo cambia todo, Decir NO no basta y En llamas.
El segundo pilar aborda las sinergias con otros discursos de transición, y el papel de la religión y las iglesias en la transformación socioecológica a partir de debates sobre decrecimiento y postextractivismo. Este diálogo con otras tradiciones de pensamiento religioso se profundiza en un segundo capítulo con la reflexión sobre alternativas al desarrollo a partir del diálogo con la visión andina de “suma qamaña” y el budismo. En el tercer apartado de este pilar, se plantea la pregunta de ¿qué entendemos por buen vivir?, y, como remate sobre el debate entre discursos de transición se enlaza a la Laudato si’ con el Acuerdo de París y se preguntan si efectivamente son caminos convergentes hacia una “Gran Transformación” socioecológica. Para sumar al contexto sociopolítico de esta segunda parte de Desarrollo Non Sancto y destacar su relevancia como publicación de primer nivel en español, vale la pena rescatar La política del cambio climático, escrito por Anthony Giddens cinco años antes del Acuerdo de París, y Facing An Unequal World, editado por Raquel Sosa Elizaga, el cual fue publicado el año pasado pero que aun no cuenta con una versión en castellano.
El tercer y
último pilar aborda la religión como agente de transformación socioecológica,
empezando por un artículo sobre el rol de las iglesias y religiones en “El cuidado de la casa común”. Un
segundo elemento se dedica a explicar las intersecciones entre movimientos
socioambientales latinoamericanos y la encíclica Laudato si’ a partir de
un abordaje de los conflictos socioambientales en la región, sin dejar de lado
las singularidades de cada organización. Por último, se reflexiona sobre la
posibilidad de la religión como agente transformador en una sociedad mundial
pluralista y (post)secular. Este tercer segmento del libro es particularmente
importante si tenemos en cuenta los recientes debates en torno a la adopción
por parte de los países de nuestra región del acuerdo regional de Escuazú sobre
el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia
en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe. Considerado como un
acuerdo pionero y visionario por la CEPAL, es uno de los principales tratados
ambientales en el mundo de los últimos veinte años, además de un instrumento
legal sin precedentes en nuestra región. Además de ser el primer tratado
ambiental de nuestra región, es el único que surgió de la cumbre Rio+20 y es el
primero en el mundo en establecer provisiones específicas para la promoción,
protección y defensa de los derechos humanos de los activistas ambientales.
El texto aborda la religión como agente de transformación socioecológica, explora intersecciones entre movimientos socioambientales latinoamericanos y la encíclica ambiental Laudato si’, y releva el diálogo con otras tradiciones de pensamiento religioso, como la visión andina y el budismo.
A modo de
cierre, el epílogo sumariza la la gran transformación desde un desarrollo non
sancto a una ecología integral viendo a Laudato si’ como un documento
antisistémico, cuya discusión pone en entredicho el “santo grial” del
desarrollo. Si bien los autores coinciden con Morin en que nos encontramos en
una época de “desierto del pensamiento”, esta obra coincide con recientes
discusiones extra-académicas como la del documental InnSaei (2016) que aborda la relación entre espiritualidad e
intuición como herramientas de movilización ecológica, de la misma manera que
la serie Los Años de Vivir Peligrosamente
(2017) divulgó los desafíos de conservación y catástrofe climática.
En los tiempos que corren, con la juventud de los cinco continentes saliendo a las calles demandando acción por parte de la clase política y una cumbre sobre cambio climático en Madrid que se avecina para los primeros días de diciembre, el mensaje de Desarrollo Non Sancto sin duda acompaña los gritos que exigen una revolución climática antes de que el reloj de la medianoche anuncie la catástrofe climática. Los recientes informes del IPCC sobre usos del suelo y la situación de los océanos, en lo que hasta ahora fue el año más caliente del que se tenga registro, con incendios forestales como nunca antes se habían visto, convierte en necesario entender los preceptos de una doctrina que pueda aliviar a una tierra arrasada y reencauzarla hacia un desarrollo sustentable: que cambie el sistema y no el clima, de eso se trata.
Terminando el año en que se cumplen cien de su nacimiento, en un repaso por la vida y las ideas del científico y filósofo de la ciencia Rolando García -legendario decano de Exactas, impulsor de la creación del CONICET y epistemólogo pionero en temas ambientales- parece verse el rumbo que tuvo el país, con sus profundas crisis, sus grandes esplendores y, quizás, sus promesas incumplidas.
“[…] Rolando García engaña a mucha gente: viaja con frecuencia a Estados Unidos de donde trae -merced a su camuflaje científico-democrático- abundantes dólares que las fundaciones Ford y Rockefeller le proporcionan con toda buena fe pero con evidente vocación suicida. Estos dólares, manejados con total libertad, se emplean, como primer objetivo, en consolidar la hegemonía comunista del Grupo Universitario que dirige Rolando García y luego marxistizar a la juventud argentina. Y ahora Rolando García acaba de regresar de Moscú y de inmediato, el día 5 de mayo de 1965, se apura a poner en práctica las órdenes recibidas; aprovecha el dolor del pueblo dominicano para la planear la demostración antinorteamericana (¡qué dirán las Fundaciones Ford y Rockefeller!) y sus posteriores desmanes. […] El Decano García acaba también de ordenar una semana de suspensión de trabajos prácticos para que sus activistas bolcheviques puedan seguir organizando el terror. Sirva esto de advertencia: en Moscú le han dicho que ya está cercano el día que pueda gritar: he sido, soy y seré marxista-leninista.”
“En esto consistía, señor Juez, la ‘heroica’ actitud policial: en vejar con insultos y palos a mujeres y hombres de paz, indefensos y desarmados. La historia juzgará a esa tropelía contra la cultura de nuestro pueblo”.
Corría el año 1965, aún era presidente Arturo Illia y un señor nacido en 1919, maestro, profesor normal y licenciado en ciencias fisicomatemáticas llamado Rolando García era el decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. La «Época de Oro» de la UBA estaba en pleno auge y Exactas era una de las facultades que lideraba ese esplendor: Rolando García era sin dudas un protagonista. Lo acompañaban también algunos gigantes: Manuel Sadosky, como vice, y Risieri Frondizi como rector de la UBA. Este último, responsable de las gestiones para que se llevara a cabo uno de los sueños de Rolando García: la construcción de la Ciudad Universitaria, un modelo de la universidad por venir, organizada por departamentos (sin cátedras eternas), con profesores-investigadores, cargos de dedicación exclusiva y una facultad de Exactas vinculada con la de Ingeniería. Se cumplió. Se creó Ciudad Universitaria, el pabellón de ‘Industrias’, la organización por departamentos. Un sueño que se logró y aún perdura, aunque no lograse imponerlo al resto de la UBA, como quería.
En 1959, llegaría Clementina, la primera computadora de Latinoamérica, gracias al trabajo de Sadosky y el apoyo decidido de García, y con ella la primera carrera universitaria de computación. Además, como decano, impulsó el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, a manos de Federico Leloir. Por si fuera poco, fue también co-organizador del CONICET y co-fundó la Universidad Nacional del Sur.
Exactas crecía y su prestigio se agigantaba a medida que formaba científicos sumamente relevantes para el futuro del país y del mundo. Como todo proceso de esplendor, tuvo hitos: la primera química nuclear, Sara Rietti, se formó en esos años. Amiga de César Milstein, su trabajo y el de sus colegas expresaba -como contara ella en una entrevista al diario La Nación– una clara línea de continuidad: «Un premio Nobel puede ser una casualidad para un país; dos, también, pero ya tres, y en la misma rama, la biociencia, habla de una línea de continuidad. En 1947, Bernardo Houssay fue el primer premio Nobel de Medicina, no sólo de la Argentina, sino de América latina. Houssay había fundado el Instituto de Fisiología en la UBA, que se fue convirtiendo en un semillero de excelencia mundial en investigación. Es, en ese contexto, desde donde surgen los otros dos máximos galardones mundiales, Leloir y Milstein”, afirmaba.
Quedaba comprobado que si se sostiene una
política pública y se la impulsa con pasión, los éxitos aparecen y las energías
creativas se despliegan. El crecimiento
no impedía, sin embargo, que a veces hubiera problemas. En 1962 el
gobierno restringió la compra de muebles y útiles para la facultad, pero
Rolando se las ingenió: pidió “soportes antigravitatorios para material
científico” y “transcriptores de fonemas”. El Estado accedía a esos pedidos,
pensando probablemente que se trataba de equipamiento técnico muy específico.
Pero no: eran mesas y máquinas de escribir.
Desarrolló, junto con Piaget y en obras propias, una epistemología de lo que llamaría “los sistemas complejos”, en la que aborda el problema de definir qué es un sistema, qué significa que sea complejo, el rol central del marco epistémico y la necesidad de la interdisciplina.
Argentina estaba encaminada, muchos
científicos se instalaron en el país, crecían los laboratorios, los edificios
universitarios, las nuevas carreras, los galardones; algo completamente inédito
para un país tan chico, lo cual reafirmaba lo acertado del rumbo.
Pero algo más estaba pasando en el país. Ese volante que le dedicaran nada menos que al decano de Exactas era premonitorio. Y para lo que estaba por venir faltaba sólo un año y signaría el quiebre de un período dorado: la “Noche de los Bastones Largos”, episodio que llevaría a la fama a Rolando García.
“En un momento dado, previa rotura de los
vidrios (…) comenzaron a introducirse por los huecos bombas de gases
lacrimógenos (…) El aire se tornó irrespirable (…) Mientras nos dirigíamos en
demanda de la calle, vimos salir del Aula Magna de la Facultad una fuerza
policial, que se desplegó en el patio interior de la casa (…) Me adelanté hasta
llegar al lado de un oficial de Policía (…) que resultó ser quien encabezaba la
fuerza de ocupación, y le hice presente mi condición de decano (…) El oficial
me respondió que, como decano, nada me acaecería, pero simultáneamente un
policía uniformado que estaba a su lado, profiriendo una especie de alarido
mezclado con insultos de grueso calibre (…) descargó un fuerte golpe sobre mi
cabeza (…) No obstante ello, volví a dirigirme a otro oficial (…) la respuesta
no se hizo esperar: un nuevo golpe se descargó sobre mi cabeza. Mientras tanto,
la fuerza policial seguía profiriendo insultos de grueso calibre, mezclados con
gritos antisemitas (…) No se respetó a mujeres ni a hombres mayores (…) En esto
consistía, señor Juez, la ‘heroica’ actitud policial: en vejar con insultos y
palos a mujeres y hombres de paz, indefensos y desarmados. La historia juzgará
a esa tropelía contra la cultura de nuestro pueblo”, afirmaba Rolando García en
su querella.
Tras enfrentar a la policía, el 75% de los profesores de la facultad renunciaron y recibieron un masivo apoyo internacional como señal de protesta. Fue en vano. La universidad se intervino y se destruyó el legado de más de 10 años de ardua labor. A Rolando García no le quedó más alternativa que emigrar: primero a Ginebra, donde conoció a Jean Piaget y con el que colaboró asiduamente y, luego, a México. Tras esa noche, Rolando García volvería a la Argentina, pero nunca echaría nuevamente raíces: volvió en 1970, pero tras recibir amenazas emigró nuevamente en 1974 y se instaló en México definitivamente en 1980.
Para él, era fundamental entender los problemas sociopolíticos, de los cuales no estaban exentos los ambientales. El trabajo interdisciplinario, entonces, se vuelve nuclear.
Rolando García nunca renegó de haber sido acusado de hombre de izquierda, como rezaba (más agresivamente) el panfleto, ni de haber integrado el Consejo Tecnológico del Movimiento Nacional Peronista. Era firme en aclarar -no obstante- que tener una visión política era fundamental para el desarrollo científico y que eso no era equivalente a sostener una postura partidaria. En su gestión, llevó a la práctica esa convicción y para la construcción de la Ciudad Universitaria le encargó a un férreo opositor que gestionara la administración del presupuesto. Éste, sorprendido, le recomendó a alguien de su confianza. De esa manera, García se aseguró de no ser acusado de malversar fondos por parte de sus detractores. Además, de este modo, se ganó el respeto de sus opositores, con quienes discutía duramente, pero desde un piso básico de cordialidad y respeto mutuo. Priorizar el desarrollo académico por encima de las diferencias partidarias era su guía, y vaya que los resultados lo demostraron.
Pero el trabajo como funcionario público y en la universidad no fue la única rama donde podemos hallar el legado de Rolando García, que no se limita al conocido episodio policial de esa noche de 1966. Fue uno de los primeros meteorólogos del país y desarrolló, junto con Piaget y en obras propias, una epistemología de lo que llamaría “los sistemas complejos”, en la que aborda el problema de definir qué es un sistema, qué significa que sea complejo, el rol central del marco epistémico y la necesidad de la interdisciplina. Para él, era fundamental entender los problemas sociopolíticos, de los cuales no estaban exentos los ambientales. El trabajo interdisciplinario, entonces, se vuelve nuclear. Un ejemplo ilustrativo para García eran las llamadas “crisis alimentarias”: si el análisis para explicar la crisis consiste en culpar a las catástrofes naturales, como las sequías, la superpoblación y la ineficiencia productiva de los países pobres, es natural que las soluciones irán en esa dirección: mejorar la producción, incorporar tecnología en esos países, limitar la natalidad, etcétera. Si uno cambia el marco epistémico, entonces, cambian también las soluciones. En palabras de García en su libro Sistemas complejos: “El programa SAS (Sistemas Alimentarios y Sociedad) fue concebido en términos diferentes. El marco epistémico varió y, por consiguiente, cambió el dominio empírico investigación. La pregunta conductora no se refería a la cantidad producción, al aumento de la productividad o a los circuitos de distribución comercial de alimentos (lo cual no significó, en modo alguno, ignorar o dejar de lado estos problemas). Desde una concepción socioeconómica diferente, el programa SAS se planteó la siguiente pregunta conductora: ¿cómo y porqué se ha modificado el acceso a los alimentos, por parte de los sectores populares? A partir de esta cuestión central, el dominio empírico ya no se restringió a «seguir al alimento» desde su producción hasta el consumo. El estudio se orientó principalmente a la investigación de las relaciones medio físicoproducción-sociedad, y a la identificación de los factores que alteraron dichas relaciones.”
Este trabajo y su interés por una epistemología
del conocimiento lo llevaron a ser contratado por numerosos organismos
internacionales: fue designado por la Organización Internacional de la Aviación
Civil de la ONU para hacer trabajos sobre la formación de hielo y el efecto de
la turbulencia atmosférica en los aviones, estuvo en Suiza como director del
‘Global Atmospheric Research Programme’, trabajó en el Instituto de
Investigaciones de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social y dirigió el
programa “La sequía y el hombre”, organizado por la Federación Internacional de
Institutos de Estudios Avanzados, entre muchas otras designaciones y
participaciones.
En cuanto a la teoría del conocimiento y la
consiguiente labor epistemológica, su trabajo fue en equipo con Jean Piaget:
escribió libros con él, formó parte del Centro Internacional de Epistemología
Genética y fue profesor en varias universidades, como Ginebra y UCLA. Su labor
en la UNAM de México terminó siendo el más intenso, tras su mudanza en 1980.
Creó la Sección de Metodología y Teoría de la Ciencia del Centro de
Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. Fue
también investigador de la UNAM y galardonado por numerosas universidades.
Para García entender el proceso de aprendizaje era también un modo de entender el progreso científico.
Su trabajo en epistemología genética
consistió, básicamente, en entender cómo es que los seres humanos adquirimos
conocimiento. En línea con Piaget, investigó el proceso de aprendizaje desde la
niñez, lo cual para García era indisoluble del conocimiento humano general, de
modo que entender el proceso de aprendizaje era también un modo de entender el
progreso científico, al punto que entre sus tesis propone una continuidad entre
los modos de conocer de un bebé y los de la ciencia, a los que considera
desarrollos sofisticados de aquellos. El trabajo interdisciplinario, la
comprensión del marco en el que se investiga, y la incorporación de la
participación social en la discusión sobre la aplicación, son algunas de las
líneas que sugiere hacia el futuro la epistemología compleja de García.
Al repasar la vida de Rolando García, no se puede menos que ver en su derrotero el rumbo que tuvo el país, con sus profundas crisis y sus grandes esplendores. A pesar de la injusticia de que hubiera terminado exiliado, nos queda al menos el consuelo de que fue reconocido en vida: en 2006, tras una (interesantísima) charla llamada “¿Hacia dónde van las universidades?”, el decano Jorge Aliaga le otorgó una placa de reconocimiento y en 2009 el consejo directivo de la facultad decidió llamar ‘Rolando García’ al Pabellón 1 de Ciudad Universitaria. Si bien existe un declive académico, afirmaba Rolando en 2006 que sin dudas se puede reconstruir la universidad. “Para ello, el análisis de nuestra propia historia es indispensable”, decía. Vaya entonces este pequeño artículo, como aporte a la reconstrucción de ese gran legado.
Mario Bunge cumplió 100 años. Multifacético, heterodoxo, riguroso, incisivo, su obra no dejó tema inexplorado. Uno de los más importantes pensadores argentinos, sin embargo no ha sido especialmente valorado en su país.
Este sábado, además de comenzar formalmente la primavera, cumplió 100 años Mario Augusto Bunge. Un siglo de vida, nada menos, para el físico y filósofo argentino radicado en Canadá desde 1966.
Si bien la obra de Bunge no es lo suficientemente conocida ni difundida entre las universidades como debiera, lo cierto es que mucho se ha escrito sobre su vida, más aún cuando se cumple algún aniversario o cuando visita nuestro país, cosa que -lamentablemente- hace años que no ocurre. Por este motivo, me propongo en este breve artículo contar algunas cosas que no se conocen o se conocen menos, y destacar aspectos que se suelen olvidar. Pero sobre todo quisiera dejar un mensaje: la obra de Mario Bunge está viva, tanto por la vigencia de su programa filosófico como por las discusiones que él planteó por vez primera o profundizó, que siguen formando parte de un repertorio de preguntas abiertas y de debates que están frescos, incluso de parte del propio Mario, quien hasta hace muy poco ha escrito papers, cuestionado fenómenos de la física considerados sabidos (como el efecto Aharanov-Bohm, por caso, al que le dedicó una charla en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, el 16 de octubre de 2013) y debatido sobre su propia obra, siempre dispuesto a cambiar de opinión o reformularla.
Mario Bunge es sobre todo un físico y un filósofo. Ha escrito ampliamente sobre ambas cosas, aunque con el tiempo ha ido virando en sus intereses filosóficos al punto tal de haber admitido que, de poder volver a elegir, hoy optaría por estudiar ciencias sociales.
[blockquote author=»» pull=»normal»]La obra de Mario Bunge está viva, tanto por la vigencia de su programa filosófico como por las discusiones que él planteó por vez primera o profundizó.[/blockquote]
En su larga lista de temas hay algunos muy conocidos: su lucha contra las pseudociencias (en particular el psicoanálisis), su defensa del cientificismo (que no es positivismo, al que critica), su trabajo en epistemología, su dura crítica al posmodernismo, su formación física en la Universidad de La Plata y su formación filosófica autodidacta.
Menos conocida es su obra sobre ética, filosofía de la lingüística, filosofía de la medicina, de la psicología, de la economía, de la tecnología (o ‘técnica’) e incluso su gran libro sobre filosofía política. Esto, lejos de ser el opinar de un todólogo, ha sido un cauteloso trabajo de revisión y examen de los presupuestos filosóficos que sostienen a esas disciplinas. Por ejemplo, en lingüística, le ha objetado a Noam Chomsky la existencia de una ‘gramática universal’, como postula en su teoría de la gramática generativa. De paso, profundiza en el estudio de lo que los lingüistas llaman ‘lenguaje’ y aporta preguntas metolodógicas y filosóficas para la disciplina. En sus textos referidos a la psicología ha alertado sobre el problema filosófico del dualismo mente-cerebro, asunto plenamente ligado a la psicología y que presupone que, de no haber tal dualismo, para estudiar psicología se debe estudiar también al cerebro y no sólo a una espectral ‘mente’ que vive en algún otro mundo paralelo, distinto al material. De aquí su famosa y dura crítica al psicoanálisis que, entre otros problemas que presenta, afirma la existencia de este dualismo.
En cuanto a la economía ha sido un duro crítico de los presupuestos dogmáticos o “difusos, errados o incomprobables” de lo que con precisión Bunge llama economía ‘neoclásica’. Entre esas objeciones, Bunge señala que es falso que los mercados sean libres y se autorregulen, que todos los seres humanos seamos egoístas o que los recursos sean inagotables, presupuestos que maneja esta disciplina y a la que Bunge no duda en calificar de pseudocientífica y culpable de duras crisis económicas en numerosos países, justamente por fundamentarse en presupuestos erróneos o confusos (cuando no de intereses inconfesables).
En el caso de filosofía política, Bunge da un paso más y propone un sistema: la democracia integral. Lejos de tratarse de un modelo cerrado o irrealizable, Bunge propone avanzar hacia una sociedad donde se extienda la democracia hacia otros terrenos, como la administración de la riqueza y la cultura. Propone para ello la preparación tanto de dirigentes como de científicos sociales para que las decisiones y discusiones públicas estén basadas en la evidencia que ofrecen los distintos estudios sociales, y en la ética. Elogia modelos como el de los países escandinavos, las experiencias cooperativas exitosas y llama la atención sobre la evidencia existente que demuestra que las sociedades más igualitarias y justas son las más dignas y felices para ser vividas.
Sus opiniones políticas son también otra muestra de su apertura y honestidad intelectual. Un ejemplo claro han sido sus opiniones sobre el peronismo: su militancia en el Partido Socialista y sus estadías en la cárcel no le impidieron realizar autocríticas y reconocer méritos en el peronismo, señalando que para entender a la Argentina había que “entender al peronismo”, más allá de su postura ideológica personal. Y, sobre todo, haciendo énfasis en la importancia de los estudios sociales, la politología, la sociología y todo aquello que sirva para entender la realidad (¿será por eso que afirmó que, de volver a nacer, estudiaría ciencias sociales?).
[blockquote author=»» pull=»normal»]Frente a este panorama tan rico de un científico y filósofo argentino, sorprende su aparente ausencia, al menos en los programas de las universidades argentinas. [/blockquote]
Frente a este panorama tan rico de un científico y filósofo argentino, sorprende su aparente ausencia, al menos en los programas de las universidades argentinas. Es tan grande la paradoja que, cuando se estudia epistemología o filosofía de la ciencia, siempre leemos a autores como Kuhn, Lakatos o Popper, todos ellos amigos o conocidos de Bunge y con quienes mantuvo enriquecedores debates. No obstante, cualquier estudiante universitario conoce a esos 3 autores, pero no siempre a Bunge, con la paradoja adicional de que Bunge es argentino. Y ojo: no se debe a que Bunge no sea importante. Se trata de un autor sumamente conocido no sólo para estos filósofos que mencioné, sino incluso para las más de 20 universidades que le otorgaron Honoris Causa o para sociedades filosóficas activas e importantes, como por caso el Centro para la Filosofía de la Ciencia, cuyo co-presidente, Nicholas Rescher, es lector de Bunge y se admiran mutuamente.
Pero no todas son malas noticias. En 2015 se realizó en Argentina -¡y nada menos que en la Facultad de Filosofía y Letras!- el Primer Encuentro Latinoamericano de Filosofía Científica en homenaje a Mario Bunge. Además, se realizará este año (y se han realizado) numerosos congresos, charlas y ponencias en homenaje a su obra en toda latinoamérica.
Hay algo más a señalar: existe una nutrida comunidad científica y filosófica en Argentina que lee y discute la obra del maestro, en encuentros personales y virtuales. Esa comunidad se extiende además a otros países de latinoamérica -incluso Brasil, a pesar del idioma- y hay relación permanente entre sus miembros.
Y con esto quisiera volver al comienzo: el mensaje más importante es que el pensamiento y el trabajo están vivos y continúan creciendo. Está disponible para todos aquellos que estén interesados y quieran saber. Alcanza con ser curioso.