Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors
Somme: el centenario triste

Somme: el centenario triste

c9cd2221e6e5e3015407bc9db330f550

Mientras todavía repercute el 52 por ciento de los votos alcanzado por los británicos que apoyaron el Brexit, se cumplen cien años de la batalla del Somme, uno de los capítulos centrales de la historia del siglo pasado. La coincidencia no deja de sorprender, tratándose aquél episodio bélico de uno en el que justamente los británicos, a contrapelo de su reciente defección, eligieron ir hacia Europa, en muchos casos por cuenta propia. Fue justamente en el contexto del Somme que miles de voluntarios se alistaron para integrar ese nuevo Nuevo Ejército que colaboraría con los franceses en la confrontación con las potencias centrales que –según se creía– ponían en jaque a la civilización europea.

Con más de un millón de muertos, y la incorporación de novedades tecnológicas, como por ejemplo los tanques, la batalla del Somme fue una de las más paradigmáticas de la Primera Guerra Mundial. Aunque la confrontación fue larga –se extendió entre el 1ero de julio y el 8 de noviembre de 1916– acaso fuera en su día inicial que resumió el sentido más trágico de aquella experiencia. Durante esa jornada, miles de británicos conducidos por el general Douglas Haig fueron enviados a una ofensiva imposible. Los miembros del Nuevo Ejército, muchos de ellos voluntarios, desafiaron las tempestades de acero provenientes desde las profundas e inaccesibles trincheras alemanas. La confrontación de aquel día tocó fin con un saldo de 20 mil británicos muertos y una cantidad de metros ganados bastante cercana a cero. La peor catástrofe de la historia militar británica se había perpetrado tan solo en unas horas.

Como ha señalado el historiador italiano Enzo Traverso, la batalla del Somme aparece como el ejemplo más acabado de un cambio radical en la concepción de la guerra. Ella denotó la caída definitiva de una práctica bélica forjada en una tradición jerárquica y aristocrática, que enfrentaba a unos ejércitos contra otros y, en cambio, consolidó –aún más que Verdún– la era de la guerra de masas, en la que el principal antagonismo comenzaba a plantearse entre soldados y máquinas. La cuestión no es menor, ante todo porque suponía el declive de un ideario que empezaba a revelarse anacrónico -el del campo del honor-, y la conformación de un nuevo credo bélico más tecnificado, impersonal y de amplia escala: el del matadero.

somme-6Los veinte mil muertos británicos del 1ero de julio nos revelan el costado más obsceno de la guerra moderna: el desencanto ante la muerte, exigida en volúmenes que se juzgan a la vez astronómicos e irrelevantes. Si sus aliados continentales estaban habituados a los rigores de la guerra terrestre, para los británicos el episodio se volvió tan novedoso como escalofriante. A partir de ese momento la muerte aparecía como muerte fría, tan solo un asunto de la estadística en la que, como ha señalado Roger Caillois, ya no había lugar para el heroísmo individual. En esa amputación de la posibilidad del atributo humano del honor reside ese legado triste y persistente del Somme que es el soldado desconocido, la persona reducida al número y subsumida en él. Una guerra sin medallas, que le valió a Haig el poco venturoso mote de “asesino de masas”.

Si el enemigo ya no era un otro reconocible sino una abstracción deshumanizada, invisibilizada detrás de las líneas del frente, su muerte era entonces una muerte remota, que rehuía a la carne. Así, el complejo tecnológico de tanques, aviones, ametralladoras y armas químicas que inauguró la era del exterminio masivo e industrial, preanunciaba y preludiaba la ruta a Auschwitz.

En su libro La batalla del Somme, el historiador Martin Gilbert recoge un testimonio valioso sobre aquél 1ero de julio. Según escribió un contemporáneo: “la cortina de fuego fue tan intensa y ensordecedora que se oyó en Hampstead Heath, en Londres, a casi trescientos veintidós kilómetros de distancia”. Es bueno recordarlo en estos días en los que es Gran Bretaña, ahora replegada, la que resuena sobre Europa.

El centenario de una intervención fundacional

El centenario de una intervención fundacional

Hace cien años, Romain Rolland publicaba su polémica obra «Por encima del conflicto». La misma fue un símbolo del pacifismo y puso al autor el centro de un debate que le ganó más enconos que amistades y lo obligó a abandonar su país para refugiarse en Suiza.

r-rolland-jpeg

 

Todos habían claudicado y Jaurés caía muerto. Las primeras semanas de agosto solo fueron un trágico diálogo conmigo mismo.

Cien años atrás, mientras se hacía evidente que la Guerra del ´14 se convertía en la Gran Guerra , el escritor francés Romain Rolland publicaba una obra que se convirtió en ícono de la intervención intelectual: Por encima del conflicto. El libro, que rápidamente devino en símbolo del pacifismo, puso al autor de la saga de Jean Cristophe en el centro de un debate que le ganó más enconos que amistades y lo obligó a abandonar su país para refugiarse en Suiza.

Al comienzo de la contienda, el consenso acerca de la legitimidad y la necesidad de la guerra era ampliamente mayoritario, y exponía a los escasos oponentes a la violencia y el escarnio público. En ese contexto, la voz de Rolland se destacó por sobre la monotonía discursiva de los nacionalistas, los belicistas y la prensa, alineada casi unánimemente con la Unión Sagrada.

Antes que una obra orgánica, el libro que Rolland publicó en el exilio es un conjunto de artículos escritos durante el primer año de la guerra. Las polémicas se suscitaron ya desde el título. El fabiano y belicista H. G. Wells, interpeló a Rolland directamente: no era posible posicionarse por encima del conflicto, estaban todos adentro. El francés replicó que situarse por encima de la contienda no implicaba desentenderse de ella. Al contrario, significaba valorizar públicamente el espíritu del humanismo universalista por sobre los valores patrióticos y el alineamiento acrítico con los gobiernos beligerantes y los partidos que los apoyaban. Para el autor Eran especialmente los intelectuales quienes, en virtud de su “superioridad espiritual”, tenían la obligación histórica de velar por aquellos valores y defenderlos por sobre las razones y los intereses propios de la coyuntura. De allí su interpelación directa a aquellos que se mostraban claramente partidarios del conflicto, desde Gerhart Hauptmann y Thomas Mann hasta Maurice Barrés, François Aulard y los académicos alemanes que firmaron el célebre Manifiesto de los 93 en apoyo de la guerra, entre los que se encontraban Ernst Haeckel, Max Planck, Max Scheler, Werner Sombart y Ernst Troeltsch.

couv1ok
Por supuesto que no fue Rolland el único que se alzó contra la guerra. Ya antes de 1914 los miembros de la Segunda Internacional se habían comprometido a oponerse a los gobiernos de sus países en caso de que estos decidieran intervenir en contiendas interiimperialistas. Según alegaban los socialistas de preguerra, un conflicto de esa naturaleza solo beneficiaría a las burguesías de cada país en detrimento de la clase obrera. Sin embargo, una vez iniciado el conflicto los partidarios de aquella postura quedaron en absoluta minoría. La situación se hizo especialmente evidente en septiembre de 1915, cuando el líder socialista suizo Robert Grimm convocó a la izquierda antibelicista a la pequeña aldea alpina de Zimmerwald, donde se realizaría una conferencia más célebre que eficaz. Ante la magra concurrencia, que no alcanzaba las cuatro decenas de participantes, Trotsky manifestaría que el socialismo antibelicista europeo cabía en un par de autobuses de montaña. Así, aunque Rolland no estaba solo, su voz fue, a todas luces, la más resonante.

El fracaso de Zimmerwald, que había contado con el apoyo de Rolland, no lo desalentó a impulsar una Internacional del Espíritu que, en clave tolstoiana, erigía a los escritores y artistas en guardianes de los valores humanistas. Pero cuando ese proyecto comenzó a tomar forma la guerra ya había terminado y las voces que la condenaban podían hacerse oír con menos resistencia.
av_rolland_zweig_welt_hhh_rz.indd
Hubo, claro está, quienes ya durante el conflicto evitaron alinearse en favor de la postura belicista, aunque pocos se atrevieron a manifestar públicamente su rechazo a la guerra. Frente a la apología de la tribuna propuesta por Rolland, su amigo Stefan Zweig optó por la estrategia del silencio, “que es también una opinión”. Otros lo siguieron en esa opción, entre ellos Heinrich Mann, Arthur Schnitzler y Rainer Maria Rilke, quien hizo todo lo que pudo por evadir el reclutamiento, para luego hacer de la introspección un credo. En esa línea, Carl Sternheim manifestó su “asco” y desinterés hacia la guerra y optó por refugiarse en la lectura de autores franceses como Flaubert y Maupassant. Así, durante 1914 y gran parte de 1915, la voz pública de Rolland aparecía casi solitaria en su condena al conflicto.

Paradójicamente, esa mayor exposición pública lo colocó, en 1915, como favorito para recibir el Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, ante los ataques de la prensa beligerante alineada con la Unión Sagrada, la fundación sueca decidió declarar el premio desierto. Cuando Rolland finalmente lo obtuvo –un año después y en compañía del belicista Vener von Heidenstam– los matutinos franceses echaron mano de la tradición bíblica y sugirieron que las 150.000 coronas con las que se gratificaba al ganador fueran reemplazadas por treinta monedas de plata. Más directo y explícito, el crítico antimodernista y católico Henri Massis publicó inmediatamente una obra que ya desde el título clausuraba cualquier matiz: Romain Rolland contra Francia.

Concluida la guerra, el pacifismo se expandió por gran parte de Europa. Figuras como Albert Einstein, Henri Barbusse o Erich Maria Remarque difundieron públicamente esos principios. Sin embargo, el avance del fascismo obligó lentamente a reconsiderar los posicionamientos políticos e ideológicos. El Rolland de la década del treinta había virado hacia posturas más cercanas al comunismo soviético, del que se consideraba un “compañero de ruta”. Para esa época había adoptado una retórica antiimperialista y se expresaba en términos de clase. Cuando murió, sobre el final de la Segunda Guerra, el pacifismo no era una opción para casi nadie. Solo después de Hiroshima volverían a escucharse masivamente las voces del antibelicismo. Aunque para entonces, claro está, el mundo ya había cambiado.

Un dibujante industrial

Un dibujante industrial

El dibujante Alfredo Grondona White murió el mes pasado. La noticia inmediatamente nos trasladó a otra época, a la primera referencia que mucho de nosotros tuvimos de Grondona White: Hum®, la revista humorística nacida durante la dictadura militar, en la cual Grondona integró el comité editorial, diseñó el logo y colaboró desde el primer número hasta su cierre en 1999, estrangulada por las bajas ventas y los treinta juicios por calumnias e injurias que le inició el gobierno menemista. En lo personal, también recordé una de las últimas noticias que tuvimos de él: una carta de lectores que envió al diario la Nación en los días del conflicto por el campo, comparando a Cristina Kirchner con Hitler en su búnker: Entre esos dos puntos aparentemente inconexos se tiende una línea, la más directa posible: la línea ondulada de la trayectoria de Grondona White, que es la historia de cierto humor, y la de cierto liberalismo.

grondona_white

Grondona White nació en Rosario en 1938, en el seno de una familia de clase media, sin más particularidad que la de una abuela inglesa y el mandato de combinar la educación pública, gratuita y obligatoria con largas tardes en la Asociación Cultural Inglesa. En la biblioteca de “la Cultural” Alfredo y sus hermanos conocieron las revistas Help, Mad y Punch, y al que sería su dibujante preferido: Ronald Searle, cronista gráfico de la Segunda Guerra Mundial y los juicios de Nuremberg, más adelante reconvertido en sutil ironista de las costumbres británicas. “Mientras que el inglés se ríe de sí mismo y es chistoso, el latino se ríe de la desgracia ajena, no se pone en el lugar de la víctima […] Los españoles, los tanos, los latinoamericanos, todos apuestan al ganador”.
A la serena ambición de clase media de acomodarse en el pequeño pero generoso capitalismo argentino de posguerra, Grondona le adosó el sueño de hacer una carrera como dibujante en la manera industrial en que lo hacía todo el mundo: dibujando a cambio de un sueldo en alguna gran editorial. A los 15 años, Alfredo entró como cadete del diario Democracia, que, recordarías después, “como todo los diarios en esa época, era de Perón”. Allí le permitieron publicar su primer dibujo y, más tarde, llegó a ganar el concurso de Mejor Dibujo de Tapa de la revista Dibujantes, de Osvaldo Laino. En 1955 la Revolución Libertadora cerró el diario y Alfredo egresó del secundario para empezar la carrera de Arquitectura, para luego hacer el servicio militar y finalmente comenzar su derrotero de empleado de cuello blanco en las grandes corporaciones de la industria argentina y trasnacional: SoMISA, Petroquímica, Duperial y Chrysler. Mientras tanto, no se rendía: daba clases de dibujo para la Escuela Panamericana de Arte y seguía enviando sus ilustraciones a publicaciones rosarinas y extranjeras: a veces se las elogiaban, a veces se las pagaban, a veces los publicaban con la firma de otro y él jamás veía el cheque. Con todo, le quedaba el placer cosmopolita de ver cada tanto su material en las páginas de Playboy o Esquire.

losmetidos1-copia
De a poco, el sueño militar de una Argentina industrializada y obediente comenzaba a disiparse: en 1972 Chrysler cerró su planta en Argentina y Grondona entró a trabajar en una imprenta hasta que recibió un llamado de Andrés Cascioli.
Cascioli era el tipo de empresario aventurero que podía dar la desordenada industria cultural de la época: desde el Servicio Militar, en donde dibujaba para sus superiores a cambio de zafar del cuartel, Cascioli se había acostumbrado a jugar al límite con la autoridad. Ahora pretendía ganar dinero con revistas de humor político en el complicado tablero político cultural de un país que se cagaba a tiros en cuanto tenía la oportunidad. Luego de ser director de arte de varias agencias publicitarias, Cascioli fundó la revista Satiricón junto Oskar Blotta y varios publicitarios con veleidades periodísticas, poniendo como buque insignia sus propias ilustraciones de tapa, que le valieron una serie de aprietes, cierres y resurrecciones: luego de Satiricón vino Chaupinela, luego el Ratón Ilustrado y luego otra vez Satiricón. En eso estaba cuando se cruzó con el anglófilo y trabajador Grondona White y sellaron una alianza artística y editorial destinada a perdurar. Tiempo después del cierre definitivo de Satiricón, Cascioli lo llamó a Grondona White para una nueva aventura: Humo®. Era junio de 1978.

Terrorismo de noche, liberalismo de día

“Con el Papa no se puede fusilar”. Esa frase de Massera resume el realismo político con que la dictadura encaró su plan de exterminio. Para evitar espectáculos desagradables como el del Estadio Nacional de Chile, la represión debería operar de noche, a escondidas, y tender un manto de malsana normalidad de día, en donde incuso era posible criticar al Ministro de Economía o quejarse de la censura. Para 1978, los militares admitían puertas adentro haber terminado su trabajo: todos los movimientos que habían repudiado el orden capitalista liberal, desde la guerrilla y el sindicalismo clasista hasta el cristianismo tercermundista, estaban aniquilados. Quedaba una superficie de consumismo y fiesta de todos, que se vivía flotando en quieta desesperación de acuerdo a los valores de ese capitalismo liberal rescatado por el autoritarismo, cambiando lo amargo por miel y la gris ciudad por rosas. En ese clima putrefacto y asfixiante fermentó la apuesta de Hum®.
“Humor no era una revista de izquierda”, dijo Cascioli muchos años después. Como señala Eduardo Blaustein, Hum® ni siquiera era una revista crítica con el gobierno, el blanco del grueso de sus burlas eran las costumbres que el Proceso había prohijado: el mal gusto de la clase media con dólar subvencionado, la mala calidad de una industria cultural protegida por los aranceles de la censura y el paladar castrense en materia de cine, música y literatura, que pasaba de homenajear a Borges como antiperonista mundialmente famoso (y de paso, escritor) a estrenar películas de Palito Ortega. Así, Humo® se transformó en uno de los pocos rincones en donde los asustados y prolijos ciudadanos del terrorismo de Estado podían hablar mal de algo. Y en ese clima, Grondona White encontró su zoológico para cazar.

Humor liberal

Con los guiones de Héctor García Blanco, Tomás Sanz o Aquiles Fabregat, Grondona White se dedicó a retratar usos y consumos de la clase media porteña. Si bien creó algunos personajes, como el Doctor Piccafeces, los Bespi o Rob Scanner, el verdadero héroe de las tiras de Grondona es el ciudadano rubio con cara de boludo, chomba dentro de las bermudas y mocasines. O el oficinista de gesto agrio y anteojos, la pin up tarada con las carnes suculentas atrapadas en una bikini vinílica, o su madre, gorda y conchuda, con lentes de sol de marco blanco, todos dibujados con una línea clara finísima pero sucia, en la que el rotring ondula de manera casi líquida sobre el papel impregnado por la grasa de las capitales. Mientras dibujantes como Quino o Caloi ambientaban a sus dibujos en un espacio atemporal vintage, Grondona encaraba con valor la máxima baudelariana de ilustrar su propia época: con la pericia aprendida como profesor de Dibujo Publicitario en la Escuela Panamericana, ilustró como nadie los Renault 12 y las blusas de bambula de los setenta, las remeras con leyendas en inglés y los electrodomésticos de los ochentas.
Si bien el humor necesita saltar los valores y no se lleva bien con las ideologías, hay un talante liberal que se lleva bien con el humor. Desde Constant viendo al ciudadano virtuoso de la Revolución Francesa claudicar ante la comodidad de su hogar burgués, hasta Tocqueville asistiendo al efecto de la democracia en la conducta aldeana y envidiosa de los norteamericanos, hay algo en el escepticismo, la distancia dandy y la obsesión por la sociedad civil que habilita al liberalismo a reírse de su propio entorno. Y Grondona White, con su educación sentimental anglófila y su conocimiento de primera mano de los mitos y leyendas de la clase media industrial argentina, fue el mejor exponente, el más talentoso, del humor liberal argentino.
En un país en donde casi nunca tuvo los votos necesarios para gobernar en democracia, el destino del liberalismo pareció ser el de trinchera cultural para cascotear esa realidad adversa, con suerte despareja, desde las tertulias de Borges, Bioy y las Ocampo hasta las bravatas de Fernando Iglesias desde su cuenta de Twitter. Humo® fue quizás el mejor artillero de esa trinchera y los dibujos de Grondona White, su arma más poderosa.
Al final de la dictadura, dice Claudio Uriarte, los militares se enfrentaron al imaginario de una Argentina liberal y burguesa a la que siempre habían respetado, pero ésta no los perdonó. Al juicio y caída de los militares siguió un intento de reformismo liberal liquidado por las fuerzas del mercado y un exitoso ciclo de liberalismo duro y puro, desprovisto de los modales burgueses y conducido por un peronista del interior. La tinchera liberal se deshizo, Humo® quedó sola en medio de un campo de batalla abandonado, denunciando corrupción y desigualdad social para nadie. Grondona siguió brillando, denunciando el nuevo consumo globalizado y convertible de la vieja clase media, pero ya nadie escuchaba, y eso los amargó. Al final, era fácil confundir a un gobierno populista en problemas con un líder totalitario en un búnker.
Grondona murió y Cascioli también, el resto se dispersó en un retiro más o menos digno. Son los héroes olvidados de una cruzada maravillosa, la del lugar más digno que ha tenido el liberalismo argentino en los últimos años: hacernos reír.

Algunos dibujos de Grondona White aquí: http://dbimaginarte.blogspot.com.ar/2015/02/donde-esta-grondona-white.html


 

When I was a teenager, I actually ended up in beauty school.

When I was a teenager, I actually ended up in beauty school.

I was going through a bit of a difficult time and my grandmother thought she was putting me in etiquette school…she obviously didn’t read the fine print.

Horrific, but the best thing that came out of it was that a scout came one day and told me about modeling. He said, ‘You’re going to be a supermodel.’ I was like, ‘I’m sorry, but what’s a supermodel?’ I wasn’t into fashion. I was into music and Goth girls at the mall. He showed me Vogue, and I had never seen women like that. I had no idea of that level of beauty. That was the beginning. I dedicated my whole life to understanding fashion from then on. I looked it all very specifically—What is the light? How are they creating that light in their eye when it sparkles? How do they get those cheekbones? I don’t have prominent cheekbones—how do I make it look like I have them? What do I even look like? I’m not the type of model that’s like, ‘Just throw me in front of the camera.’ I have to work. It’ a job.

Tonight I’m going to the Save Venice Masked Ball. I’m very glamorous when I go out at

Because I have to wear a mask, I’m thinking an extraordinarily strong.

Because I have to wear a mask, I’m thinking an extraordinarily strong.

night because that’s when you get photographed in New York. So I like to create a character at night—it’s like I’m born again. I become this vampy, glamorous thing. That’s not how I am in the rest of my life at all. If I have any inspiration tonight, it’s Dita Von Teese. I’m wearing all Giorgio Armani tonight—I’m a big fan of his. When I tried this dress on, I was in a comfortable-yet-romantic mood. It’s not my usual—I usually wear a major gown and crazy things. At the same time, I like to feel comfortable. If I could wear sweatpants, I’d wear a sweatpants dress. Because I have to wear a mask, I’m thinking an extraordinarily strong cat eye would be good. With that, it’s nice to do a burgundy—what I like to call ‘fuck off’—lip.

I have this lip trick—I have these exfoliating witch hazel pads, and I do like a real scrub with them on my lips. I go inside the mouth, which brings blood forth to the lips, and if you’re doing a natural lip, you don’t even need any color with this. You look like you just had Botox, which I won’t do. But if I need bigger lips immediately, for a shoot or something, I can do this, and it really works. I also like using Neosporin instead of lip balm on my lips. I like my lips to glide.

I have Emi Kaneko doing my makeup tonight. From working in fashion, I feel like I can fake a good lip and a good eye myself, but I have not perfected unbelievable skin like she can do for me. It’s very hard to get the shine in the right spot and the contouring right, especially when your dress will change the texture of your skin. Shiny skin on a shiny dress is a big, sweaty mess. Whether you’re sweaty or not, you will look like a sweaty mess.

[blockquote author=»» pull=»normal»]“Dekker is playing with maximum efficiency and extreme confidence.”[/blockquote]

So tonight we’re using Lancôme Visionnaire Advanced Skin Corrector that makes everything smooth and erases the look of pores when you put foundation on. It makes your skin look great. Then, over that, she used Tom Ford Traceless Perfecting Foundation. Mostly it’s the shade 05 Natural, but I like to mix a little bit of 04 Beige in because it’s not like my face is one dimensional. My makeup artist says it builds depth that way. Around my nose, it’s a little red, so she uses a slightly different color for more olive skin to cancel it out.

When I don’t have a makeup artist doing my makeup

When I don’t have a makeup artist doing my makeup

Around my nose, it’s a little red, so she uses a slightly different color for more olive skin to cancel it out. When I don’t have a makeup artist doing my makeup, I love using Giorgio Armani’s Luminous Silk Foundation, Chanel Vitalumière Aqua, and Laura Mercier Silk Crème Foundation. Those are my go-tos for night, usually.On my brows, I love using Lancôme Hypnôse Mascara. I darken them with it—you can imagine how intense that it, and it keeps them in place like a gel. Funnily enough, I don’t like mascara on lashes so much. I like the eyelash-less look in a weird way… Maybe people on the street look at me like they’re scared, but I’m not scared. I look in the mirror and I’m like ‘That’s exactly how I want to be.’

Hair

I like the idea of experimental hair. One of my favorite looks I’ve ever done was for the Met Gala 2011. I went with Zac Posen and was wearing one of his dresses—I called it the spider web dress, and I asked for a spider web out of my hair. It was like a sci-fi ‘40s thing. I can scare people with my reference points—I sort of have to bring it back and be realistic. Like, OK we can sit here for 20 hours and do my hair, or we can be human beings about it.

Tonight I’m going for a nice, soft wave in the front that will come down over my eyebrow and roll in on the back to create this faux-bob. All the products are Oribe, but I also have a lot of Redken in my own collection. First my hairstylist, Leonardo Manetti, used the Maximista Thickening Spray, then the Grandiose Hair Plumping Mousse before blowing it out for a super-shiny texture. And then he finished it off with the Soft Lacquer Heat Styling Hair Spraysince this is a really sculptural look. I use Oribe all the time, but I just jump from product to product. I like to use it very thoroughly, and once I’m done with that, I’ll jump to another company.

Pablo Stefanoni: Diálogo sobre las izquierdas y los desafíos del progresismo en América Latina.

Pablo Stefanoni: Diálogo sobre las izquierdas y los desafíos del progresismo en América Latina.

Pablo Stefanoni es periodista, economista y Doctor en Historia.  Actualmente se desempeña como Jefe de Redacción de la Revista Nueva Sociedad (Fundación Friedrich Ebert). Fue director de Le Monde Diplomatique-Bolivia y miembro del consejo editorial del semanario Pulso. Es coautor de «La revolución de Evo Morales» (Capital Intelectual) y de Debatir Bolivia (Taurus).