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Pablo Gerchunoff: «Alfonsín va a quedar en la historia como un constructor institucional»

Pablo Gerchunoff: «Alfonsín va a quedar en la historia como un constructor institucional»

El economista e historiador Pablo Gerchunoff, uno de los más destacados intelectuales de nuestro país, conversó con «La Vanguardia» sobre sus últimos trabajos. Crisis económicas, liderazgos políticos, la difícil tarea de construir un nuevo patrón de desarrollo y, por supuesto, una reflexión sobre Raúl Alfonsín.

Alfonsín saluda a una multitud.

 

 

 

 

Pablo Gerchunoff es economista, pero hace ya muchos años que es un referente de la, como la llama él, historia de la política económica. Agudo polemista, siempre combina el análisis retrospectivo con una preocupación por la actualidad, como lo demuestran sus recurrentes intervenciones en redes sociales y notas de opinión (la última, con gran repercusión, en La Nación).

En los últimos años, su producción, en especial de libros, se ha tornado casi vertiginosa. A su esperado y muy bienvenido Raúl Alfonsín. El planisferio invertido (Edhasa, 2022), dedicado a la biografía de Raúl Alfonsín, hay que sumarle la ficción histórica La caída, 1955 (Crítica, 2018), El eslabón perdido. La economía política de los gobiernos radicales (1916-1930) (Edhasa, 2017) y la compilación, junto a Daniel Heymann y Aníbal Jáuregui, Medio siglo entre tormentas. Fluctuaciones, crisis y políticas macroeconómicas en la Argentina (1948-2002) (Eudeba, 2022). A pesar de la multiplicidad de temas y perspectivas, sus preocupaciones orbitan sobre los mismos problemas y preocupaciones.

Las crisis económicas, el rol de los liderazgos políticos, la posibilidad y necesidad de un modelo de desarrollo. Estos ejes aparecen una y otra vez en la reflexión intelectual de Gerchunoff, no importa si trata sobre el gobierno conservador, sobre Raúl Alfonsín, sobre la caída de Perón o sobre el radicalismo de principios del siglo XX. A caballo entre la economía política y la historia, entre el pasado y la actualidad, Pablo Gerchunoff nos recibió en su despacho de la Universidad Torcuato Di Tella, donde es profesor emérito, para conversar con nosotros para La Vanguardia.

La primera pregunta, dado que te propuse hacer una lectura general de tu obra y que a mí me surge siempre que te leo, es esto de tu rol híbrido como historiador económico o economista historiador. ¿Cómo transitás en esos dos mundos de la economía y la historia? ¿Qué desafíos te representan intelectual y profesionalmente?

Bueno, lo primero que te diría es que hoy te puedo dar una respuesta que no es la misma que te hubiera dado hace diez años, ni es la misma que te hubiera dado hace veinte, ni es la misma cuando empecé yo a trabajar a los 18 años como periodista. Eso como primer punto.

Como segundo punto, yo creo que haría una leve corrección a tu pregunta. Vos me preguntás y me definís como “historiador económico”. Y yo no me defino como historiador económico, yo me defino como historiador de la política económica. Y como historiador de la política económica, así como algún historiador político se puede dedicar a, no sé, resultados electorales, yo me dedico a la política económica, en cuyo centro está la decisión política.

Entonces, dicho esto, es poca mi conexión con la historia económica y con la economía en general, salvo algunos conocimientos técnicos que me ayudan un poco más. Miro a la economía, a la política económica, desde el proceso de toma de decisiones de la política.

«Desde los comienzos de la organización nacional hay en la Argentina una especie de mirada de destino de grandeza que no perdimos nunca. Y que entonces, en la medida en que no pudimos cumplir con ese destino de grandeza, emerge el disenso distributivo. Y ese disenso distributivo se puede, como te decía, manifestar en muchos rasgos, y uno de ellos, el más actual, es el fiscal».

Quería empezar desde el libro que editaste y coordinaste con Heymann y Jáuregui para Eudeba. Allí parece deducirse un razonamiento en torno a las crisis económicas que parece advertir que nadie está exento en este país de sufrir las crisis económicas, que hay algo estructural. Y te quería hacer algunas preguntas: ¿Esta mirada estructural evita esa tentación sobre la pregunta por el huevo de la serpiente, de cuándo se jodió la Argentina? Y, por otro lado, ¿qué rasgos han presentado estas crisis? ¿Estamos en una situación donde esas crisis se han acelerado?

A ver, yo no sé si yo me definiría como un estructuralista. Porque ahí habría una contradicción. Si yo soy un historiador de la política económica: en todo caso es el político, que es aquello que yo estoy analizando (las decisiones de la política o esa clase política, en todo caso), el que tiene que lidiar con los problemas estructurales. Quiero decir: de la idea de que hay una estructura problemática, no puede derivarse la conclusión de que entonces hay un determinismo histórico ineludible y que nada puede ser cambiado, que alguna vez se jodió la Argentina y que, desde entonces, es un Big Bang que no se resolvió nunca.

Argentina tiene problemas estructurales y la política tiene que lidiar con ellos, y los va enfrentando, los va cambiando, los va modificando, o va fracasando en ese cambio. Eso es una de las cuestiones.

Con respecto a la segunda, yo tengo una mirada que en el fondo es una lectura sobre cuándo, siguiendo con la frase de Vargas Llosa, se jodió la Argentina, que es la siguiente: yo creo que la Argentina tuvo, a lo largo de su historia, dos patrones de crecimiento. Uno, si se quiere, después de las guerras civiles en el siglo XIX, desde 1860 en adelante, o desde 1880 en adelante. Depende donde queramos ponerlo: si queremos ser un poco mitristas, diremos desde los 60; si queremos ser un poco roquistas, diremos desde 1880.

Y ese patrón de crecimiento es interesante porque aún con sus momentos difíciles, con las transformaciones que ocurren en la economía y la sociedad argentina, involucra también al radicalismo. Yo siempre digo que Yrigoyen es, en términos económicos, un decimonónico. Siempre enfocó su crítica radical sobre el tema del sufragio libre, sobre el tema de la reparación democrática, sobre el tema de partir de la república verdadera, no pasar por la república posible, digamos. En ese sentido, nada alberdiano. Ese fue, yo diría, hasta la crisis del ‘30, un patrón de crecimiento con sus dificultades, con sus problemas y con, dada la dinámica que tenía, con sus cambios en el tránsito.

Y el otro patrón de crecimiento que nace justamente con la crisis del ‘30, aunque hay algunos granos que germinan antes: Pellegrini, por ejemplo, con su postura; el propio Alvear con alguna de sus posiciones. Es la industrialización protegida. La industrialización protegida no es lo mismo que el peronismo. Nació antes del peronismo, siguió durante el peronismo y continuó después del peronismo, con patrones distributivos distintos. Y eso yo no diría, como dicen muchos hoy, que fue un error de los políticos argentinos. No, eso simplemente dio sus frutos, dio su jugo, y en algún momento se agotó, en algún momento la sustitución de importaciones ya no tenía margen para darle crecimiento a la Argentina. Eso ocurrió a fines de los años ‘60, principios de los ‘70. Y desde entonces, hasta hoy, Argentina no pudo fundar y consolidar un nuevo patrón de crecimiento.

Entonces, si me pregunto ¿Cuándo se jodió la Argentina? (aunque la pregunta no me gusta, quiero que eso quede claro, pero si acepto el juego el juego de contestarla): diría que este es un país sin rumbo desde fines de los ‘60, principios de los ‘70. Antes, efectivamente, hubo algún momento en que empezó a crecer menos que en la época de Roca, pero eso es completamente normal, eso los economistas lo llamamos convergencia. No podés vivir en un barrio modesto, en una torre, en una casa de 800 metros cuadrados con seis piletas de natación, por explicarlo de un modo metafórico. Argentina tenía que converger con el resto de América del Sur. De modo que hay una especie de desaceleración del crecimiento económico hasta mediados de los ‘60, que yo no lo considero un problema central. En cambio, lo que ocurre desde los ’70 y en adelante, ahí sí es una Argentina desorientada o desnortada.

La próxima pregunta está fuertemente vinculada a eso. Una de las cosas que aparece todo el tiempo, al menos en tus libros con Lucas Llach y en los diálogos con Roy Hora, es la idea de que existe tensión, un poco irreductible, entre la gobernabilidad económica y la gobernabilidad política-social. Una tensión que pareciera que tuvo arreglos más o menos estables, como decís, en dos ciclos, con marcas distintas, y que en un momento se extravió. Por un lado, quiero preguntarte cuál es la raíz de esa tensión particular en la Argentina entre esas dos gobernabilidades y, por el otro, si hoy día ya no son viables las salidas gradualistas.

Sí, una vez más: vos estás poniendo en el centro de la escena la cuestión del disenso distributivo. Es decir, de que la Argentina no tiene, yo lo diría más o menos de este modo, un patrón colectivamente compartido de normalidad distributiva. Alguna vez yo puse el acento sobre la volatilidad cambiaria como emergente de ese problema, y que desde hace algunos años, desde hace un par de décadas, eso se trasladó muy fuertemente también a lo fiscal como otro ámbito en donde ese disenso distributivo se manifiesta.

¿Por qué existe eso? A mí me resulta un poco difícil contestar por qué existe eso. Yo cuando alguien me lo pregunta, me refugio bajo mi sombrero de historiador y digo: “bueno, todos los países son más o menos distintos, nosotros tenemos esa particularidad de que no nos ponemos de acuerdo desde hace muchas décadas”. Es una respuesta completamente insuficiente.

Si yo tuviera que decir algo provisorio, qué es lo que pienso ahora, a mí me parece lo siguiente: suele decirse que los salarios y la bonanza peronista colocaron una marca en la economía y en la sociedad argentina; y que todo el tiempo la sociedad se está mirando en ese espejo y declarando insatisfecha porque no se puede sostener, no puede volver a ese nivel de vida popular. Vos sabés que yo últimamente me estoy tirando un poco más atrás y estoy mirando a Perón más bien como un líder conservador popular. ¿En qué sentido? En el sentido de que es una especie de discípulo del general Sarobe que a la Argentina le dio un patrón de movilidad social, a toda la sociedad. Por supuesto hubo problemas, problemas sociales en esa sociedad, sino no hubiera existido Joaquín V. González, por ejemplo. Pero yo creo que en el fondo el Perón que construye su poder es un Perón que está mirando todo el tiempo el éxito del patrón agroexportador. Y se da cuenta, mientras va desarrollando su propio patrón de poder político, que eso no lo puede repetir con el modelo agroexportador, que tiene que darle un sesgo distributivo a la industrialización protegida. Y cree que con eso puede volver a las viejas épocas de Roca. Es decir: “Roca y Perón, un solo corazón”, al menos en ese sentido. Con métodos distintos, pero no tan distintos, constreñidos sí por restricciones distintas en cada momento.

Entonces, a lo que voy es a que desde los comienzos de la República unificada, no digo antes (no pongo la época de las guerras civiles como un tema porque simplemente no sé cómo incorporarlo acá en este razonamiento), desde los comienzos de la organización nacional hay en la Argentina una especie de mirada de destino de grandeza que no perdimos nunca. Y que entonces, en la medida en que no pudimos cumplir con ese destino de grandeza, emerge el disenso distributivo. Y ese disenso distributivo se puede, como te decía, manifestar en muchos rasgos, y uno de ellos, el más actual, es el fiscal.

Vinculado a eso, apareció de algún tiempo a esta parte una versión en torno a la necesidad de construir una coalición más amplia que salga “por arriba de ese conflicto”. Una coalición del 60% la llamó José Luis Machinea en algún momento. ¿Compartís este diagnóstico de que es necesaria esa “gran coalición de centro”, por ponerle un nombre? ¿te parece viable esa gran coalición? 

Yo no estoy muy seguro. Aquí lo que sí me parece es que la Argentina necesita un nuevo consenso. Ahora, ese consenso, como yo lo veo –me parece importante marcar esto–, siempre necesita un ganador que lo imponga, es decir, que persuada, que convierta su presencia en un liderazgo que involucra al otro. Eso no se trata de sentarse en una mesa y ponerse de acuerdo, en eso no creo mucho. Creo en alguien que llega, ejerce su liderazgo, ese liderazgo es de nuevo tipo, tiene una visión distinta del país, una visión que le puede devolver crecimiento al país. Un poco como Alfonsín con Cafiero, o como Roca imponiéndose sobre el conjunto de la sociedad, o como el propio Yrigoyen del ‘28 que termina imponiéndose.

Si en esa imposición hay un acuerdo formal o no hay un acuerdo formal es un problema que no me interesa mucho y mucho menos me interesa la idea de la matemática del 60 o 70%. Lo que a mí me importa es un liderazgo político democrático que pueda conducir al país por la senda de un crecimiento al que yo llamo “crecimiento popular exportador”.

Vinculado a eso, me puse a pensar en conjunto tus últimos tres libros y vi algunos tópicos que aparecen. El primero que me surgió, vinculando La caída con El planisferio invertido, es justamente esta cuestión de los liderazgos políticos: por un lado se nota esta cuestión de la importancia que le das y, al mismo tiempo, los desmarcás de sus aspectos más providenciales. ¿Cómo se traslada esto en términos analíticos? ¿Y si hace falta, desde tu punto de vista, pensar la política más desde estas contingencias?

La moneda en el aire, si querés. Sí, a ver, liderazgo no quiere decir que hay un rumbo predeterminado que se recorre con tranquilidad. Siempre está plagado de problemas, efectivamente, como vos decís, de contingencias, de contingencias inesperadas que ponen a prueba ese liderazgo.

¿Podemos ir para atrás? A mí hay un libro mío que me gusta mucho, que en realidad es mi libro preferido de todo lo que yo escribí, que es Desorden y progreso (con Fernando Rocchi y Gastón Rossi, Edhasa, 2011), que es sobre la época roquista, Roca y Juárez Celman. ¿Por qué lo traigo a colación? Porque la política de desarrollismo provinciano de Juárez Celman, es decir, trasladar el progreso material a las provincias en forma igualitaria, fue una contingencia inesperada para Roca, y tuvo que lidiar con la crisis que eso generó. Acordate, 1891, Roca tiene que pactar con Mitre para llevar a Luis Sáenz Peña a la presidencia y ver si puede recobrar un poder que está en cuestión a partir de la revolución de 1890. Eso en cuanto a Roca.

Yrigoyen es notable: contingencia en su nacimiento, en el momento en que llega a la presidencia por la Primera Guerra Mundial, y contingencia cuando nace su segundo gobierno por los primeros síntomas y vestigios de la Gran Depresión. Esto es pura contingencia. Digo, llega con una idea y esa idea se la tumba la moneda que cayó cruz.

Y Perón: él mismo construye su propia contingencia con la crisis con la iglesia, con la pelea con la iglesia. Que de alguna manera están diciéndonos que hay también elementos psicológicos en un líder, en un país presidencialista cuasi monárquico por momentos. Esto es, Perón se siente solo, Perón no sabe cómo seguir adelante, Perón tiene que cambiar el patrón distributivo inicial y termina en decisiones que lo deterioran muy profundamente. Y, básicamente, en la pelea con la iglesia, que yo describo en la caída como un punto central de su caída.

Y bueno, nada, podría seguir: Alfonsín, Menem, todos ellos son liderazgo y contingencia. Liderazgo, comprensión de la época y contingencia. Contingencias que los ponen a prueba.

«Alvear es el que levanta las banderas del primer programa al que uno podría llamar socialdemócrata en la Argentina en la elección de 1937, en la que termina siendo derrotado por el fraude. Y en ese punto Alfonsín era mucho más alvearista de lo que creía». 

Estoy notando mucho eso en el último tiempo en historiadores de la política económica, como vos te nombraste, que tratar de volver a juntar los aspectos más estructurales de la economía con las contingencias de los liderazgos. Como que hay una cuestión de ser un poco más indulgentes con esos dirigentes y, tal vez, evitar fórmulas sencillas para explicar procesos complejos.

Mis amigos, al menos los que me critican, siempre me dicen que yo soy demasiado indulgente con los gobiernos. Con todos los gobiernos, no con uno en particular. Tu rasgo distintivo, me dicen, es la indulgencia, la empatía con el que está a cargo. Además, es verdad, y es de tal naturaleza que me vuelvo más empático y más indulgente cuando más caído está alguien. Porque, para colmo, yo no estoy hablando de la sociedad, no estoy hablando de la oposición, en general me enfoco en los gobiernos y me vuelvo indulgente con los gobiernos cuando están pasando sus peores momentos.

Yo creo que la razón en mí (no digo en los demás), es que yo pasé alguna vez por el gobierno. Y al pasar por el gobierno uno se vuelve más indulgente (creo que lo digo en La moneda en el aire), uno muerde la manzana de la comprensión. Lo que me pasó es que mordí esa manzana de la comprensión y ya está, no me la puedo sacar de encima. Me han inoculado un virus al que yo ya no puedo combatir. No hay medicina para ese virus. Y creo que un buen historiador, no digo que yo lo sea, debería tener ese virus.

Haciendo un salto en esta mixtura de libros, también vi un punto interesante entre El eslabón perdido y El planisferio invertido con respecto a la economía política del radicalismo. El otro gran actor político de la historia argentina, con cierto complejo de inferioridad: ¿Por qué este interés tuyo, más allá de recuperar ese radicalismo en la gestión?

¿Por qué? me preguntas. La respuesta es muy sencilla, es una respuesta emocional. Esto es, yo trabajé con Alfonsín, y cuando trabajé con Alfonsín, en un momento dado me pregunté: «¿Quiénes fueron sus padres?».

¿Por qué me hice esa pregunta? Porque yo no tenía nada que ver con el radicalismo. Nunca tuve que ver, no tengo que ver con el radicalismo. Cualquiera puede mirar ahí en Twitter, red de la que soy un asiduo participante, que me dicen “el historiador o el economista radical”. Y yo no los desmiento, porque ya no tengo manera de desmentirlos, pero yo no he sido radical y no soy radical. Ahora, lo que sí tengo es un vínculo afectivo, que se puede notar en el último libro, con Alfonsín, que me hizo preguntarme acerca de los padres fundadores. ¿Quiénes son los que construyeron una arquitectura político-institucional que termina en Alfonsín?

Entonces, ahí volví atrás. No volví a la fundación del radicalismo, volví ahí nada más. Y sí, quise ver al radicalismo en acción. Dos veces lo quise ver al radicalismo en acción: en El eslabón perdido, y, después, en forma de biografía, quise ver a Alfonsín en acción en El planisferio invertido. Justamente digo este radicalismo.

Ahora, otra cosa es la política económica. Bueno, justamente, lo fundante del radicalismo es que no tiene una política económica, y no puede definir una política económica, porque toda idea que parta de la base de que lo fundacional es la construcción de la democracia, y que con la democracia se come, se educa y se cura, es una idea que no puede definirse. Quienes sostengan esa idea no pueden definirse por sus preferencias en términos de economía o de política económica. En Yrigoyen hay un intercambio con Molina, el senador cordobés, muy interesante, porque le pregunta Molina: “¿pero qué somos? ¿Somos proteccionistas o librecambistas?” Y no hay nada más divertido que leer la respuesta de Yrigoyen, porque no se entiende nada. Porque no le quiere contestar, entonces no se entiende nada. Igual a él no se le entendía nunca, no hablaba, pero cuando escribía tampoco se le entendía nada.

En ese sentido, en tu libro también hay una revisión de Alvear, que fue también un maldito de la propia historia del radicalismo durante mucho tiempo. De hecho pareciera que él ofrece más material para pensar una economía política radical y un modelo distributivo: ¿Qué podemos encontrar en la belle époque alvearista? 

Primero, digamos, yo en El planisferio invertido digo que Alfonsín no logra reconocerse como alvearista cuando en realidad lo es. ¿Y en qué es alvearista? No en un tema de política económica. Lo es en el reconocimiento del adversario como un adversario que forma parte del mismo sistema político. Alfonsín no propone una batalla campal para destruir al otro. No tiene el viejo régimen Alfonsín. ¿Por qué no lo tiene? Porque el viejo régimen es la dictadura militar, entonces ahí no hay nada que discutir. En cambio, Yrigoyen y Alvear tienen posiciones distintas sobre eso.

Alvear tuvo además la suerte de vivir una época razonablemente estable en la Argentina y entonces pudo pensar en la política económica. Antes hablábamos de un Yrigoyen que había heredado los efectos de la Primera Guerra Mundial. Lo que hereda Alvear es la normalización transitoria de la Argentina en los años ‘20. Entonces ahí sí puede pensar en términos de qué hacemos, cómo mantenemos el rumbo del progreso material con una política social distinta.

Es en ese sentido, Alvear es el que levanta las banderas del primer programa al que uno podría llamar socialdemócrata en la Argentina en la elección de 1937, en la que termina siendo derrotado por el fraude. Y en ese punto Alfonsín era mucho más alvearista de lo que creía, una vez más.

Yendo al libro sobre Alfonsín, que sin duda ha tenido un notable efecto público: ¿Por qué ir al Alfonsín antes del 83, por qué ir a la persona? ¿Por qué ver el proceso desde su balbinismo hasta la ruptura con el viejo líder? ¿Alfonsín fue una excepción o fue la regla en la historia del radicalismo? Me parece que en esa trama vos también tratás de entroncarlo como un radical genuino, más allá de sus aspectos idiosincráticos. 

Alguien me preguntaba, que digo al pasar, alguien me preguntaba qué posición tendría hoy Alfonsín frente a la coalición que el radicalismo termina armando con Macri. Es una pregunta inútil, pero yo pienso que era tan radical que probablemente hubiera protestado contra la coalición, pero, a diferencia de su hijo, se hubiera quedado adentro, porque nunca hubiera roto con el partido. Le hubiera molestado esa alianza, pero nunca hubiera roto. Hubiera tratado de influirla, de torcer el rumbo en alguna dirección.

Yo comprendo a radicalismo actual, yo comprendo mucho la convención de Gualeguaychú y la decisión tomada allí. Pero una vez que la comprendo, creo que el radicalismo no adquirió una personalidad política autónoma que tratara de torcer el rumbo en una dirección más parecida a lo que ellos pensaban. Y creo que sigue siendo así. Igual vos me estabas preguntando otra cosa.

¿Cómo se entronca Alfonsín en el radicalismo? En esa tradición y pensando con el radicalismo previo: es radical, es balbinista, es yrigoyenista, es «Intransigencia y Renovación». Y es muy importante una «Intransigencia y Renovación» que empieza a identificarse, no diría con la socialdemocracia, pero sí con el Labour Party inglés. Y entonces ahí, yo lo digo en el libro, Alfonsín es un dirigente que se siente despojado por el peronismo de la base social popular radical, esa base social que había tenido el Yrigoyen del ‘28 en el plebiscito. Entonces va por algo, libra una batalla imposible de ganar, que es dar vuelta a la historia, volver atrás, volver a la declaración de Avellaneda y a una elección del ‘46 que tiene un resultado distinto. Me quedo con la base social popular. Bueno, a mí me produce una enorme ternura ese objetivo de Alfonsín que no podía sino fracasar.

Bueno, vinculado a eso, leí hace algún tiempo un viejo texto de Torcuato Di Tella que un poco él se quejaba de eso, decía “¿dónde se vio una socialdemocracia sin sindicatos?” 

Bueno, un poco Alfonsín piensa lo mismo, por eso quiere volver, quiere darle batalla al sindicalismo peronista. Él tenía además esa coyuntura militar tan tremenda y por lo tanto veía a los sindicatos como potenciales aliados de los militares, era un problema para él. Pero él buscaba, aunque nunca dijo el término, el Tercer Movimiento Histórico. Lo dijo [Conrado] Storani, quiero decir, estaba presente, estaba la idea de torcer, de dar vuelta a la Argentina como una media y construir un movimiento, un tercer movimiento popular que fuera liderado por él. Pero un movimiento que no fuera idéntico a la Unión Cívica Radical. La Unión Cívica Radical era el punto de partida de esa idea.

En esa lectura, ¿vos creés que el fracaso de la ley Mucci es un punto crítico en ese proyecto?

Mucho menos que lo que se dice. A mí me parece que esa ley, que era muy moderada y lo único que pretendía era la representación de las minorías. No hubiera cambiado el curso de la historia. Tal vez hubiera habido minorías, y ni siquiera sé si radicales, porque probablemente hubiera habido más minorías de izquierda que radicales. Tal vez nada demasiado relevante hubiera sido distinto si la ley Mucci se aprobaba.

Sí es cierto que es una derrota política y, en ese sentido, sí marca un problema para el gobierno de Alfonsín. Pero el contenido mismo de la ley no me parece tan interesante como se lo dice.

«La presencia de Alfonsín vino a ponerle política de poder factible a algo que nosotros ni siquiera podíamos todavía construir como una arquitectura intelectual coherente. Creo que por eso lo amamos tanto a Alfonsín. Siendo que él no era un intelectual, aunque por momentos pretendía serlo, él dio el puntapié inicial para que nuestra conversión terminara de anclarse en nosotros».

Vinculado al momento actual, parecer haber un reverdecer de las lecturas sobre los ’80: la película “Argentina, 1985”, los cuarenta años de democracia y la publicación de dos libros, uno el tuyo y otro el de Juan Carlos Torre, como dos formas de leer esos años. Allí hay algo de un modo de rever los ‘80, de repensarlos, de derrumbar algunos mitos, pero a la vez también discutir cierta mirada actual, un tanto cruel, sobre el proceso alfonsinista y su fracaso en la gestión económica. ¿Cómo discutimos Alfonsina 40 años de democracia? 

Alfonsín es un constructor institucional, antes que nada. Va a quedar en la historia como un constructor institucional. Yo en el libro lo digo, sobre todo, por dos momentos de inspiración: el del 82-83, que nos da la democracia, y el 93-94, que convierte el afán reeleccionista de Menem en una oportunidad para darnos una Constitución más moderna, pero además más competitiva políticamente, es decir, con movimientos políticos que puede ganar uno o ganar el otro. Esto es así por primera vez en la historia, no fue así con Perón, no fue así con Yrigoyen, no fue así con Roca. En un constructor institucional que, a medida que pasa el tiempo, lo vamos a valorar, la historia y los historiadores lo van a valorar mucho más como eso.

Entonces, yo siempre me digo: “¿y qué le pedimos?”, que además se acierte con la economía. Uno que acaba de llegar y no tiene ni la menor idea de qué está pasando: la primera experiencia gubernamental de su partido desde el año ‘66, que además hereda una dictadura fracasada, que es lo peor que le puede pasar a una democracia. Porque al menos en Chile heredaron un orden, la democracia heredó un orden. Alfonsín no heredó ningún orden, heredó un caos. Y en ese caos tampoco sabía muy bien qué hacer. Entonces, que le fuera bien es ridículo, es de mal historiador pensar que también le podía ir bien en la economía.

Una de las cosas que aparecen, y que vos has mencionado de tu propia trayectoria (recuerdo un artículo muy lindo en el libro homenaje a Juan Carlos Portantiero que coordinó Claudia Hilb), es lo que pasó con esa generación socializada en la política de los ’60 y ’70 que transitó una conversión en los ’80. ¿Qué pasaba con ese proyecto? ¿Qué cambió? ¿Cómo cambió esa generación con Alfonsín?

¿Cuándo decís esa generación estás pensando en Juan Carlos Portantiero, en De Ípola, y en alguno más? Yo participaba de eso, solo que estaba en el Ministerio de Economía, y dialogaba mucho, como lo viste en esa memoria afectiva que yo escribí sobre Juan Carlos, yo era muy amigo de Juan Carlos Portantiero. Así como soy muy amigo de Juan Carlos Torre, fui muy amigo de Juan Carlos Portantiero. Quiero traducir la pregunta porque me enredé yo solo, lo que vos decís es: “bueno, ninguno de nosotros era radical, sin embargo fuimos alfonsinistas”.

¿Qué representó el alfonsinismo en esa trayectoria vital de ustedes? 

Ponerle palabras y política a lo que nosotros estábamos intuyendo de forma vacilante, que era la democracia. Nosotros no éramos democráticos, a nosotros nos interesaba la revolución social, el desarrollo económico, la equidad, un coronel nasserista que viniera a salvarnos a todos, cualquier cosa menos la democracia. Empezamos a pensar la democracia todos en forma balbuceante durante la dictadura, algunos en la Argentina, algunos en el exilio.

Entonces la presencia de Alfonsín vino a ponerle política de poder factible a algo que nosotros ni siquiera podíamos todavía construir como una arquitectura intelectual coherente. Creo que por eso lo amamos tanto a Alfonsín. Siendo que él no era un intelectual, aunque por momentos pretendía serlo, él dio el puntapié inicial para que nuestra conversión terminara de anclarse en nosotros.

La última pregunta, dado que estamos en un medio del Partido Socialista, tiene que ver con la posibilidad de la construcción de algo así como una socialdemocracia argentina: ¿Hay todavía espacio para pensar una propuesta socialdemócrata? ¿Y qué rol tienen estos actores como el socialismo, como el radicalismo o figuras como Alfonsín? ¿Se puede reconstruir un camino alternativo? 

Siempre se puede reconstruir la idea, la utopía, si querés, de una postura más igualitaria dentro de una democracia capitalista. Pero a condición de que en cada momento entendamos la coyuntura y cómo es la sociedad. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que si nosotros vamos a pronunciar la palabra socialdemocracia con el mismo sentido que tenía en los ‘60 y los ‘70, nos vamos a equivocar. Porque la sociedad es distinta, porque no existe aquella clase obrera. No sé si fue al paraíso o al infierno, pero a algún lado se fue. Es una sociedad distinta. Yo tiendo a pensarme a mí mismo hoy, en ese sentido, más como un liberal de izquierda que como un socialdemócrata de aquella época. Para mí, la manera de nombrar la socialdemocracia moderna es llamarnos a nosotros mismos liberales de izquierda.

QUIÉN ES

Pablo Gerchunoff es economista e historiador. Profesor Emérito de la Universidad Torcuato Di Tella; Profesor Honorario de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires; profesor visitante en diversas universidades extranjeras. Investigador Asociado del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Alcalá de Henares, Miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y becario de la Fundación Guggenheim (2008/2009). Ha recibido el Premio Konex 2016 como personalidad destacada de las Humanidades Argentinas en la categoría “Desarrollo Económico”.

Ha escrito extensamente sobre temas de economía política, solo o en colaboración. Entre sus publicaciones más importantes se destacan El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas (varias ediciones, junto a Lucas Llach), Entre la equidad y el crecimiento. Ascenso y caída de la economía argentina 1880-2002 (2004, con Lucas Llach), ¿Por qué Argentina no fue Australia? Una hipótesis sobre un cambio de rumbo (2006), Desorden y Progreso. Historia de las crisis económicas argentinas 1875-1905 (2007, con Gastón Rossi y Fernando Rocchi), El eslabón perdido (2017), La caída (2018) y La moneda en el aire. Conversaciones sobre la Argentina y su historia de futuros imprevisibles (2021), junto a Roy Hora.

Urge repensar el modelo productivo en América Latina

Urge repensar el modelo productivo en América Latina

El 19 de diciembre culminó la COP15. Se firmó el acuerdo Kunming-Montreal por la preservación de la biodiversidad. Los países signatarios se comprometen a preservar el 30% del planeta, restaurar 30% de los ecosistemas degradados y eliminar subsidios que afectan a la biodiversidad.

António Guterres inauguró en la Conferencia de Diversidad Biológica (COP 15) resaltando la gravedad del momento: la humanidad ha “perdido toda armonía con la naturaleza”, para convertirnos en un “arma de destrucción masiva”. 

Más de 150.300 especies están amenazadas de extinción. Del total de las especies hasta hoy evaluadas que forman parte de la lista roja emite la Unión Internacional para la Conservación, el 28% está bajo amenaza

Sin la naturaleza para de darnos esos servicios, estaremos en un gran, gran problema.

Tenemos que detener esa pérdida.

La mayoría de las personas aún no visualiza el peligro que trae la pérdida de biodiversidad. El avance de las actividades extractivas hacia zonas vírgenes rompe ecosistemas, pone en peligro la vida de miles de especies al tiempo que aumenta la probabilidad de la irrupción de nuevos virus.

Estamos sufriendo eventos extremos. El calentamiento global impulsa catástrofes ambientales cada día más virulentas. La emergencia climática se superpone a la crisis de la biodiversidad. Interactúan diversos tipos de shocks que se potencian generando una superposición de crisis (policrisis). 

Preservar la biodiversidad no solo resulta un imperativo moral.

Tenemos una economía desembebida, funcionando fuera de la sociedad. 

Según Swiss Re (empresa reaseguradora Suiza), el buen manejo de la naturaleza garantiza la salud de la economía global: más de la mitad del PBI global depende del funcionamiento armonioso del planeta.

Por eso tenemos que redefinir el concepto mismo de crecimiento. Replantear la desconsideración que la economía tradicional impone sobre la pérdida de la biosfera o la destrucción del medio ambiente.

Sin embargo, las externalidades no entran en la ecuación económica. Son tratadas como un costo que debe asumir la sociedad en pos del progreso. Es una idea compartida por neoliberales y neodesarrollistas.

Obviamente, todo esto genera una fuerte conflictividad e incrementa la desigualdad. Son dos fenómenos que caracterizan a América Latina y explican su debilidad democrática.

En conclusión, tenemos una economía desembebida, funcionando fuera de la sociedad. 

LOS LIMITES DEL PLANETA

Aunque los activos naturales brindan bienes y servicios imprescindibles para la vida humana, el mercado los invisibiliza al tiempo que desestima los costos que genera el modelo productivo. Ni el capital natural ni los ecosistemas se hallan dimensionados en las estadísticas, situación que se muestra a todas luces incoherente.

Considerar los “límites del planeta” nos permite tomar el capital natural como “un activo y un bien económico que reduce riesgos y aumenta la resiliencia frente a choques externos como el cambio climático”.

Ningún gobierno, sea neoliberal o neodesarrollista, está dispuesto a escuchar a quienes padecen el avance de la mega minería, la explotación petrolera, la agroindustria, la destrucción de los bosques, la contaminación de las aguas, la desaparición de especies. Ambos modelos generan “zonas de sacrificio

El individualismo dominante permea la cohesión social, impide la coordinación necesaria para sostener la creciente complejidad que muestran las sociedades modernas.

Democracia y mercado devienen conceptos antagónicos, tal como lo planteó Karl Polanyi en “La Gran Transformación”. 

En América Latina, en los ‘90, se impuso un «doble movimiento» que impulsó el libre mercado al tiempo que extendió los derechos de las comunidades indígenas (a partir del reconocimiento de la resolución 169 de la Organización Internacional del Trabajo). Se trata de 45 millones de personas y más de 800 grupos.

Con la llegada de la democracia avanzó la agenda ambiental. Después comenzó el reconocimiento de los derechos de la naturaleza. En paralelo, sin embargo, hubo una nueva configuración macroeconómica que permitió a las elites arbitrar el capital y colocar sus excedentes en algún paraíso fiscal.

Años más tarde, la entrada de China consolidó el modelo de inserción. Tiene mayor volatilidad económica e impone fuertes tensiones políticas. El activismo ambiental devino en una actividad de alto riesgo: América Latina se convirtió en la región más letal.

Más recientemente con la aprobación del Acuerdo Escazú se consagraron otros derechos: acceso a la justicia, al acceso a la información medioambiental, a participar en la toma de decisiones y le impone a los estados la obligación de prevenir e investigar los ataques contra activistas ambientales. 

Lamentablemente, este tipo de avances institucionales no lograron influir en el proceso de toma de decisiones económicas. El individualismo dominante permea la cohesión social, impide la coordinación necesaria para sostener la creciente complejidad que muestran las sociedades modernas.

LA GRAN EXTINCIÓN

Retomando el acuerdo alcanzado en la COP 15, observamos cierta desconfianza por parte de la comunidad científica.

Para muchos, nada garantiza que se cumplan este tipo de acuerdos. Existe consenso que el reforzar los derechos de los pueblos originarios acrecentaría las perspectivas de cumplimiento, pues son las comunidades originarias las que históricamente han protegido la biodiversidad. Es lo primero que atacan los sectores conservadores.

En Perú, por ejemplo, luego del conflicto institucional que terminó con la salida de Pedro Castillo del gobierno, las elites estan presionando por despojar de derechos a estas comunidades, reducir las áreas de reserva natural.

El proyecto, que cuenta con el aval del partido de Keiko Fujimoro, atenta contra los derechos y la vida de los pueblos que han vivido aislados.

Un avance similar se observó bajo el gobierno de Jair Bolsonaro, que liberó el Amazonas al avance del extractivismo más salvaje, avanzó la minería ilegal, se multiplicó la deforestación. Terminaron liberando tierras para beneficio del agro-negocio.

Es tiempo de repensar el patrón de crecimiento económico y avanzar hacia un futuro inclusivo y sustentable.

De no protegerse los derechos ya consagrados, el acuerdo 30 – 30  (convertir el 30% del planeta en área protegida para el 2030) puede terminar en una carrera por la apropiación de tierras en el Sur Global. 

La “gran extinción” implica reconocer la existencia de una “crisis Karl Polanyi”, tal el planteo de José Antonio Sanahuja. Como destaca el artículo recientemente publicado por Nueva Sociedad, tal situación afecta las “bases económicas y sociales, de su andamiaje institucional y normativo y de las asunciones colectivas sobre democracia, sociedad y mercado, lo que pone en cuestión la legitimidad del sistema”.

A esto se suma que, a diferencia de lo que puede observarse con el activismo en otras latitudes, en América Latina el retroceso del Estado ha terminado por debilitar a la sociedad civil.

América Latina es una de las zonas más afectadas por el cambio climático y con mayor destrucción de biodiversidad. El modelo de inserción que se persigue en la región no es ajeno, ni resulta impune al alto grado de desigualdad. Es tiempo de repensar el patrón de crecimiento económico y avanzar hacia un futuro inclusivo y sustentable.

Tensiones cruzadas de la realidad económica argentina

Tensiones cruzadas de la realidad económica argentina

La economía argentina se apoya sobre un conjunto de tensiones socioeconómicas que se caracterizan por tener fundamentos u orígenes parcialmente separables. Se manifiestan y desarrollan sobre un mismo momento institucional que vela estas diferencias en la administración de la divisa de uso internacional en donde, bajo la rúbrica del tipo de cambio, todos los gatos se vuelven pardos.

Analizar cómo tensiones socioeconómicas más o menos separables se cruzan y confunden entre sí, tiene por meta-objetivo tratar de pensar las bases indispensables que rigen los sistemas de coordinación económica a fin de que eviten dificultades propias de las regulaciones cruzadas o indirectas. A saber, que suelen ser ineficientes y muchas veces ineficaces, en segundo lugar, suelen alentar comportamientos especulativos que generan inestabilidad estructural o riesgos sistémicos adicionales ya que acelera e intensifica la conflictividad retroalimentando tensiones.

Veamos entonces con más detalle esta situación tomando cinco tensiones primarias de la economía argentina, cuyos fundamentos serían más o menos separables, más allá de las íntimas y estrechas relaciones que pueden mantener a posteriori. Precisamente es a posteriori donde todas estas tensiones se encuentran y velan sus diferencias haciendo de la regulación y la coordinación un esfuerzo infructuoso, muchas veces contraproducente y finalmente sumamente desmoralizante para toda la comunidad.

En primer lugar, podemos traer a colación la tan mentada inflación distributiva. Esta se define por la capacidad de los principales empleadores y asalariados de sostener una puja por el excedente que se traduce en aumentos permanentes de precios y salarios. Inmediatamente se pone en marcha la actividad económica en la Argentina se desarrolla esta dinámica de precios que pone como base una inflación anual de, aproximadamente, del 20 a 25 por ciento. En el caso argentino, se observa una particular condición (que como veremos se va a repetir en otros casos), ya que los grupos socioeconómicos conservan capacidad para pujar por el producto pero de una forma no coordinada, no orientada, elevado a lema general de “paritarias libres sector por sector”. Esto favorece la dinámica inflacionaria ya que las pautas orientadoras se tornan débiles ante una puja descentralizada. Se trata de un poder inorgánico, sin orientación que contrasta con la estabilidad de precios en países vecinos sobre la base de una asimetría total entre los propietarios de los medios de producción y la fuerza de trabajo. Pero también contrasta con aquellos casos en donde el poder de negociación persiste aunque bajo una unidad de propósito y orientación con la capacidad suficiente de poner límite a esta dinámica nominal.

En segundo lugar, puede agregarse lo que suele denominarse el problema de la restricción externa. Este momento se define por el hecho de que nuestras importaciones se aceleran cuando la Argentina crece, al menos en mayor medida que lo que se aceleran nuestras exportaciones cuando es el resto del mundo el que crece. Esto obliga a la Argentina a mantener en el largo plazo una tasa de crecimiento menor que el resto del mundo a lo que se agrega el hecho de que este crecimiento, limitado por las exportaciones, suele ser insuficiente para emplear en el sector de altos ingresos a la totalidad de la población. En términos generales un tercio de la población queda excluida de los beneficios del progreso técnico general. El origen de esta realidad se halla en la especialización productiva de nuestro país, caracterizado por la incapacidad para producir en la frontera tecnológica bienes de capital o insumos industriales. Esto introduce una fuente de conflictividad interna significativa entre los agentes económicos importadores y exportadores. El crecimiento de los primeros entra en contradicción con la acumulación de los segundos cuando la dinámica de las importaciones se acelera y ello suele implicar una puja muy agresiva sobre el flujo anual de la divisa internacional.

El espacio nacional argentino está atravesado por las mismas tensiones que estructuran a toda sociedad moderna, mientras que el logro de cierta unidad de propósito y reconocimiento mutuo, superando las distinciones socioeconómicas que nos separan, aplica como clave de interpretación general de todo proceso de desarrollo. Incluso esto puede ser pensado de un modo más corpóreo o material.

En tercer lugar, puede mencionarse una situación muy particular de la economía argentina, que suele estar caracterizada por la idea de la fuga de capitales. En rigor, esta tensión se define por el hecho de que los agentes económicos internos acumulan activos externos de muy bajo rendimiento (billetes y monedas) y pasivos externos de altos rendimientos (inversión extranjera directa y deuda pública sobre todo). Esto implica no sólo que la economía en su conjunto no puede movilizar sus excedentes de forma productiva (real o financiera o interna o externamente), sino que además se trata de un proceso de destrucción de riqueza realmente inédito y poco frecuente. Esta tan particular situación encuentra su fundamento en una paradójica situación de elevada conflictividad e inestabilidad interna combinada con una persistente capacidad de la economía nacional de generar y acumular excedentes, apoyada en la disponibilidad de recursos naturales, cierto desarrollo científico-tecnológico, formación y destreza de la fuerza de trabajo, y habilidad empresarial. Suele ser leído también como un problema de bimonetarismo de la economía nacional, lo cual, al igual que la etiqueta de fuga de capitales, puede ser algo engañoso o no reflejar el verdadero problema. Pues no se trata de que “los argentino ahorren en divisa extranjera”, todos los países mantienen excedentes en divisas externas, sino que, por el contrario, se trata de la incapacidad de orientar productivamente dichos excedentes. La economía argentina tiende a destruir su riqueza, literalmente, en vez de establecer mecanismos sustentados en confianzas mutuas entre los agentes económicos, para darle un destino productivo.

En cuarto lugar, la economía argentina (y esto también es un problema de todos los países del mundo integrados al comercio internacional), se encuentran ante la siempre difícil disyuntiva de desacoplar los precios internos de los internacionales, particularmente en aquellos bienes que definen el costo en divisa de la canasta básica y los insumos críticos de las empresas. Me refiero concretamente a alimentos y energía. En el caso de los países exportadores de alimentos o energía, ello parece tener una tonalidad más dramática, y ser interpretado como un problema, o una “enfermedad”. Algo que, en rigor, no puede ser comparado con una situación decisivamente más delicada de debilidad estructural, como es la de países importadores de alimentos y otros recursos esenciales. En estos casos la debilidad es máxima, en particular en momentos críticos o de escasez relativa y requieren esquemas políticos más estrictos, condiciones internacionales favorables que sobre limitan el margen de maniobra y un esfuerzo interno más que proporcional, por ejemplo los países del este asiático. 

De cualquier manera, hay aquí un patrón que se repite, la Argentina se halla en una posición estructural muy sólida en recursos pero no puede aprovechar esa ventaja para lograr una mejora en su posición internacional. La variabilidad internacional de los precios internacionales no logra ser contenida internamente o, si se lo hace, es al costo de una conflictividad creciente. Para ver mejor este problema tómese el caso actual de los precios al alza de energía y alimentos. En primer caso, en el energético, el Estado promueve el consumo de energía bajado su precio relativo subsidiando a los consumidores en el tramo fundamentalmente de la generación (aunque el AMBA agrega subsidios en tramo de la distribución), de modo que las empresas reciben el precio pleno en divisa y no se imponen restricciones (incluso se alienta) al consumo de energía (muchas veces de lujo) pagándose plena la cuenta internacional. Como resultado de ello se crea un poder de compra adicional que presiona en el mercado de la divisa internacional agregando en este punto inestabilidad. En el caso de los precios de los alimentos, el desacople no se realiza mediante un subsidio, sino fundamentalmente mediante detracción directa a los exportadores, mediante impuesto y administración del precio de la divisa. En el caso del impuesto (retenciones) el Estado baja el precio de las exportaciones quitando poder de compra sobre la divisa internacional a los exportadores. En el caso de la administración de la divisa, el Estado quita poder de compra abaratando el precio que recibe el exportador pero lo crea por otro lado abaratando el precio que paga el importador por la divisa. Esta situación permite la acumulación de bienes de capital en los sectores importadores y el abaratamiento de la canasta básica medida en divisa.

En general, la ventajas comparativas de los complejos exportadores, permiten sostener estas detracciones, particularmente cuando se trata de grandes explotaciones sumamente capitalizadas que trazan planes de negocio a escala mundial, y operan en otro nivel, haciendo de las detracciones internas un componente relativamente menor. Sin embargo, existe un extenso espacio de productores internos que alimentan la vida de ciudades intermedias en particular en las provincias pampeanas, y los centros de las grandes ciudades, que encuentran aquí una fuente de descontento y de conflictividad muy intensa ya que sus márgenes sufren ante sustracciones que son directas y visibles.

Finalmente debe mencionarse un último momento problemático de la realidad socioeconómica de la Argentina, que podría resumirse en la fragilidad financiera del Estado argentino a partir de la fuente de desestabilización provocada por la deuda contraída en moneda extranjera. En este caso, se trata de una situación también particular producida por las demagógicas e irresponsables aventuras de endeudamiento externo y entrada masiva de capitales para el aprovechamiento de rentas extraordinarias garantizadas por el Estado. Esto constituye otro golpe directo a la estabilidad del sistema económico y suele ser protagonizado por gobiernos que llegan de la mano de agentes financieros de “la city”. En general todo concluye con un endeudamiento masivo del Estado en moneda extranjera, que supone una presión gigantesca y directa sobre el la divisa internacional que acaba concluyendo con una mega devaluación o hiperinflación, garantizando la posición de los acreedores externos sobre el flujo y los activos argentinos sobre los que ganan posiciones patrimoniales. Se agrega la capacidad permanente de condicionar política y geopolíticamente a los gobiernos altamente endeudados. Martínez de Hoz, Cavallo, Sturzenegger fueron los casos emblemáticos de este tipo de estrategias que suelen terminar con situaciones catastróficas de aguda conflictividad, disolución de la solidaridad mínima, descomposición de las instituciones estatales, como el propio dinero nacional, disgregación territorial y ruptura de unidades familiares, etc. De todas las fuentes de conflictividad esta es, probablemente la más difícil y lacerante de la vida común.

Como puede observarse las cinco tensiones que atraviesan la realidad económica nacional tienen fundamentos diferentes, es decir, orígenes o realidades de fondo al menos parcialmente separables. A posteriori, estas tensiones suelen confluir sobre el activo primario, que al decir de Aristóteles es el término medio, medida de todas las cosas y nomos de aceptación general en la que todas las cosas igualan. En español… las tintas se cargan en la puja por el dólar. En consecuencia, es posible preguntarse cómo administrar estas tensiones que, por otra parte, son generalizables a todas las economías del mundo, con las particularidades del caso que ya fueron señaladas. Para ello es preciso tener en cuenta dos principios con los cuales cerraré estas notas.

Los distintos grupos, estamentos, clases y territorios, que convergen en la unidad del espacio nacional, valoren mutuamente las  actividades productivas que proveen los demás. Requiere que todos estos componente de la comunidad, se comprometan mutuamente con el incremento de la calidad de las actividades que realizan, en una suerte de sofisticación generalizada de nuestra acción material productora del mundo en el que vivimos.

En primer lugar, como puede observarse, en todos los casos se pone en juego una tensión distributiva no cooperativa sobre la base de una unidad nacional que persiste. Es clave observar este sostenimiento que se materializa como una posición positiva en su capacidad de organización y producción de riquezas. Persiste una fuerza social organizada, destrezas productivas, recursos estratégicos, incluso la capacidad para tomar activos externos en condiciones difíciles. Las pujas internas cruzadas ponen en movimiento una dinámica de infinita variabilidad en el tipo de cambio y la existencia de múltiples regulaciones cruzadas que limitan su acceso. Sin embargo esto vela las tensiones distributivas de fondo y, por lo tanto, se percibe de forma generalizada la debilidad estructural de estas regulaciones que suelen quebrarse en el mediano plazo reiniciando el caos monetario-cambiario. En definitiva, es probable que la explicitación de estos traumas distributivos sea algo necesario para trazar un entendimiento mutuo mínimo que proyecte una marco de cooperación general y proyección estratégica que limite la conflictividad y permita activar plenamente las capacidades diferenciales del espacio nacional argentino.

“No se trata de ir sobre un planificación estricta incompatible con la democracia, sino apoyarse en la democracia parlamentaria y el diálogo social para construir marcos que den orientación y objetivos comunes para el de mediano y largo plazo.”

En segundo lugar, lo anterior puede traducirse en la necesidad de diseñar sistemas de coordinación económica que vayan directamente sobre la tensión de base, y no sobre su traducción a posteriori como un problema genérico en el manejo de la divisa que vela las tensiones de fondo. Naturalmente, en última instancia de trata de componer acuerdos distributivos marco que orienten tensiones cruzadas: entre empleadores y asalariados, entre exportadores e importadores, en tres consumidores y productores de alimentos y energía, entre los que prestan y los que piden prestado, entre agentes interno y agentes externos. Establecer pautas de largo plazo para la dinámica de los salarios reales, definir el costo real de la canasta básica (alimentos y energía), la pauta de crecimiento de las importaciones de bienes de capital e insumos, los límites y la funcionalidad del endeudamiento externo, las condiciones financieras que permitan la movilización de los activos financieros de los argentinos, son metas que están en la base de toda sociedad política jurídicamente organizada y constituyen el punto de partida de su proyección en la arena internacional. No se trata de ir sobre un planificación estricta incompatible con la democracia, sino apoyarse en la democracia parlamentaria y el diálogo social para construir marcos que den orientación y objetivos comunes para el de mediano y largo plazo.

La idea de que existen dos “proyectos de país” en un “empate hegemónico inestable”, según los argumentos aquí planteados, resulta una ficción sumamente improductiva. No hay dos facciones, tampoco tres o cuatro. En todo caso, el espacio nacional argentino está atravesado por las mismas tensiones que estructuran a toda sociedad moderna, mientras que el logro de cierta unidad de propósito y reconocimiento mutuo, superando las distinciones socioeconómicas que nos separan, aplica como clave de interpretación general de todo proceso de desarrollo. Incluso esto puede ser pensado de un modo más corpóreo o material. En definitiva lo que aquí se proyecta exige que los distintos grupos, estamentos, clases y territorios, que convergen en la unidad del espacio nacional, valoren mutuamente las  actividades productivas que proveen los demás. Esto, a su vez, requiere que todos estos componente de la comunidad, se comprometan mutuamente con el incremento de la calidad de las actividades que realizan, en una suerte de sofisticación generalizada de nuestra acción material productora del mundo en el que vivimos, y en el que la República Argentina, y toda la América de los Latinos, se realiza.

Los senderos posibles de la economía que viene

Los senderos posibles de la economía que viene

La realidad económica es un entramado complejo, signado por muchas dimensiones importantes y por muchas interrelaciones, no siempre obvias o superficiales. Un enfoque que ignore esa complejidad está destinado al fracaso desde el inicio, porque será incapaz de realizar un diagnóstico acertado y mucho más de inspirar políticas adecuadas, como fue advertido por muchos y muchas.

El día después de la asunción presidencial, el nuevo Ministro de Economía, Martín Guzmán, anunció los trazos gruesos del plan económico a implementar por el nuevo gobierno, y sobre todo su manera de pensar la economía argentina. Ese primer planteo, sumado a las medidas que se fueron conociendo los siguientes días, permite comenzar a imaginar cómo puede desenvolverse la economía argentina en el futuro, con las salvedades de ese tipo de ejercicios.

Un primer paso para imaginar posibles escenarios futuros es tener un enfoque adecuado sobre la economía argentina. El enfoque del gobierno anterior fue centrarse casi exclusivamente en la búsqueda del tan mentado “equilibrio fiscal” (primario), a cualquier costo, acompañado de política monetaria contractiva y otra batería de medidas neoliberales, entre las que destacan la eliminación abrupta del cepo y el endeudamiento. El centro de todos los esfuerzos estuvo siempre en lograr el equilibrio fiscal, bajo la premisa, un tanto simplista, de que el déficit era la causa de los principales (y diversos) males de la economía, y por tanto que al llegar al equilibrio esos males desaparecerían. El gobierno nunca logró llegar al equilibrio, si bien se acercó bastante, y la argentina pagó el precio de la vía elegida con recesión, aumento del desempleo, aceleración inflacionaria y las devaluaciones y crisis cambiaria y (casi) bancaria de 2018-2019. 

Es esperable que si un gobierno se centra en una sola variable, ignorando y/o sacrificando las demás en función de aquella, el panorama completo de la economía luzca bastante desalentador al final. La realidad económica es un entramado complejo, signado por muchas dimensiones importantes y por muchas interrelaciones, no siempre obvias o superficiales. Un enfoque que ignore esa complejidad está destinado al fracaso desde el inicio, porque será incapaz de realizar un diagnóstico acertado y mucho más de inspirar políticas adecuadas, como fue advertido por muchos y muchas.

Si un gobierno se centra en una sola variable, sacrificando las demás en función de aquella, el panorama completo de la economía será desalentador al final.

Por eso, el enfoque del equilibrio, tan tradicional en economía, es insuficiente para captar la complejidad de la situación económica actual y mucho más su posible evolución futura. A dicho enfoque le falta complejidad y dinámica, constriñe la capacidad de captar diversas dimensiones de la realidad que son parte e interactúan con la dimensión más económica, nunca separable completamente de las otras. La idea de equilibrio confunde porque le achaca inmovilismo a una sociedad que en el capitalismo es eminentemente dinámica. Esas anteojeras le impidieron ver a la elite local que estaban minando su propia supervivencia política, de manera posiblemente similar a la elite chilena.

Afortunadamente existe una serie de corrientes de pensamiento económico que toman en cuenta la dinámica y la complejidad, si bien son minoritarias, y muchas directamente no se estudien en las universidades en la que se formó “el mejor equipo de los últimos 50 años”. El nuevo ministro de economía parecía tener implícitamente en cuenta esas nociones cuando anunció su plan económico, del cual se pueden analizar muchas aristas.

En primer lugar, hizo varias veces alusión a “senderos”, “convergencia”, “proceso paulatino”, etc. Es decir, a nociones dinámicas. Si bien no profundizó en ello, la idea de “sendero” es muy ilustrativa para enfocar la situación actual y la posible evolución futura de la economía. El desafío actual no es llegar a algún “equilibrio” en alguna variable, sino lograr que las distintas variables económicas vayan, paulatinamente, convergiendo a ciertos valores “objetivo”, considerados deseables y, sobre todo, que guarden consistencia entre sí. Este proceso de convergencia paulatina llevará todo el gobierno de Alberto Fernández y más, pero podrá ir evaluándose mes a mes, trimestre a trimestre. Lo central no es tanto el punto de llegada, sino que las trayectorias de las principales variables económicas estén encaminadas en el sentido correcto, y evolucionen de acuerdo a lo planeado.

¿Cuáles son esas principales variables a alinear, y en qué senderos?

El déficit fiscal no desaparecerá en 2020, aunque no parece que vaya a incrementarse, y de hecho posiblemente se reduzca en términos reales. Irá convergiendo al equilibrio o superávit en los siguientes años. El año 2020 será un año de recesión económica por arrastre del actual, pero también será el año donde comience a verse la recuperación del PBI, quizás a mitad de año. Esa recuperación posiblemente sea modesta, como el crecimiento que esperemos continúe durante los siguientes años, pero permitirá “frenar la caída” y detener con ella la destrucción de puestos de trabajo, como primer paso para una posterior disminución del desempleo y la pobreza. Las tarifas, según anunció el gobierno, no van a congelarse, aunque restan definiciones sobre su ritmo de incremento. El Tipo de Cambio real tendrá que desplazarse por la estrecha senda que existe entre la apreciación cambiaria para evitar fogonear la inflación, y el aumento para no perder competitividad y proteger la producción nacional. Es decir, un escenario plausible es que el dólar aumente, pero menos que la inflación. 

Si el crecimiento del PBI es modesto, y el dólar mantiene su competitividad real sin traccionar la inflación, entonces es esperable que las exportaciones e importaciones se mantengan en un sendero de superávit, es decir que exportemos más de lo que importamos, y por tanto sobren algunos dólares para hacer frente a la deuda renegociada y para fortalecer las reservas del BCRA. Aquí está implícito un sendero para la inflación de baja paulatina pero continua durante el próximo año y los siguientes. Sobre las tasas de interés no hubo precisiones, pero es esperable que en el marco descripto, acompañen la baja progresiva en la inflación y el ordenamiento de las demás variables, atendiendo las complejidades del stock remanente de Leliq.

El escenario planteado tiene como pre-condición una rápida y exitosa renegociación de la deuda externa pública.

Por ejemplo, dados los senderos analizados para la evolución del PBI, del dólar, los salarios reales (que podrían mejorar en forma también paulatina), las tarifas, el déficit fiscal, la emisión monetaria (que Guzmán descartó, al menos a gran escala) y las expectativas ante una deuda renegociada y una economía estabilizada que se aleja del colapso, entonces es factible esperar que la inflación baje a alrededor del 40% durante 2020. No parece un número alentador, pero implicaría bajar 15 puntos porcentuales la inflación en un solo año, además de romper con la tendencia alcista que impera desde 2017. Si el año siguiente se lograra bajar unos diez puntos la inflación hasta llegar a niveles del 30%, volveríamos a una inflación similar al promedio de 2011-2015, aún alta, pero mucho menor a al promedio de la era Macri, superior al 40%. Bajar la inflación es un problema urgente porque no es lo mismo partir de un 55% anual que de un 25-28%, en lo que respecta a espiralización y aceleración de la inercia inflacionaria, con su impacto en la (in)estabilidad general de la economía.Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente. Por ejemplo, dados los senderos analizados para la evolución del PBI, del dólar, los salarios reales (que podrían mejorar en forma también paulatina), las tarifas, el déficit fiscal, la emisión monetaria (que Guzmán descartó, al menos a gran escala) y las expectativas ante una deuda renegociada y una economía estabilizada que se aleja del colapso, entonces es factible esperar que la inflación baje a alrededor del 40% durante 2020. No parece un número alentador, pero implicaría bajar 15 puntos porcentuales la inflación en un solo año, además de romper con la tendencia alcista que impera desde 2017. Si el año siguiente se lograra bajar unos diez puntos la inflación hasta llegar a niveles del 30%, volveríamos a una inflación similar al promedio de 2011-2015, aún alta, pero mucho menor a al promedio de la era Macri, superior al 40%. Bajar la inflación es un problema urgente porque no es lo mismo partir de un 55% anual que de un 25-28%, en lo que respecta a espiralización y aceleración de la inercia inflacionaria, con su impacto en la (in)estabilidad general de la economía.

El escenario recién planteado, uno de muchos posibles, tiene como pre-condición una rápida y exitosa renegociación de la deuda externa pública. Esto permitiría que el sendero de salida de dólares por pagos de deuda sea consistente con el resto de las trayectorias previstas para las demás variables, es decir, que sea consistente con una recuperación económica del país. Una negociación satisfactoria para el país es factible, porque de hecho las cotizaciones de los bonos de deuda argentina están a niveles muy bajos, dado que tienen descontada una quita de importante magnitud. Esta situación del mercado puede fortalecer la posición negociadora de la argentina y acelerar la resolución del conflicto. 

Sean cuales sean los senderos que efectivamente tengan las variables económicas analizadas, la gestión de Martín Guzman deberá cuidar que esas trayectorias temporales sean consistentes entre sí. La mención en su conferencia a la necesidad de mantener un “plan macroeconómico consistente” es una buena señal inicial. Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente. 

Respecto a Cambiemos, entre 2015 y 2019 la trayectoria de la deuda y la salida de capitales eyectó al dólar de cualquier trayectoria consistente, generando a su vez una inflación desestabilizante. A mismo tiempo, la reducción del déficit y los tarifazos asociados contrajeron la economía y llevaron a la quiebra a miles de empresas, incrementando el desempleo y, paradójicamente, retrayendo la recaudación. Esta menor recaudación, junto con intereses de una deuda creciente y dolarizada, conspiraron contra el objetivo inicial. Eso es un plan inconsistente. 

Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente. 

Respecto al último gobierno de CFK, la inflación era elevada aunque relativamente estable, el déficit fiscal tenía una tendencia creciente, el tipo de cambio real se apreciaba continuamente y eso generaba mayores importaciones y menores exportaciones, por lo tanto la balanza comercial y la fuga de capitales tendían a empeorar, y todo ello derivaba en años de crecimiento moderado seguidos de años de recesión. La resultante para esos 4 años de gobierno es un magro 0,4% promedio anual acumulativo para el PBI, es decir, estancamiento. Por supuesto, como la escasez fue “administrada”, las consecuencias negativas se notaron menos. Pero el plan era igualmente inconsistente y tendía al estancamiento y al agravamiento de los problemas no resueltos, y no hay desarrollo posible con estancamiento. 

Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente. Por ello, la búsqueda de consistencia macroeconómica, sin sacrificar el todo en función de una de las partes, es valorable. Para lograr dicha consistencia se requerirá, mucho más que la “sintonía fina” anunciada pero nunca ejecutada al iniciar el segundo gobierno de CFK, una “precisión quirúrgica” en las medidas tomadas y en el alineamiento de los senderos económicos -y sociales y políticos-, para que cada variable vaya convergiendo hacia trayectorias mutuamente compatibles y sinérgicas, que nos alejen de los círculos viciosos y nos acerquen a un sendero de desarrollo integral sostenible.