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Otra vez sopa

Otra vez sopa

En febrero, cuando aún duraba la euforia por las vacaciones baratas, advertimos sobre las consecuencias que el nuevo ciclo de apreciación financiera y atraso cambiario iba a tener sobre la estabilidad económica. En esos meses, Milei tildaba estas advertencias como críticas de “mandriles” y reiteraba su latiguillo de “no la ven”.

El viernes pasado el “master plan gubernamental”, probó su límite y los argentinos amanecimos nuevamente endeudados con el FMI y otros organismos internacionales por 42 mil millones de dólares y con un nuevo régimen de flotación cambiaria.

Pese a la puesta en escena triunfalista del gobierno nacional, hay motivos reales para estar preocupados. Los argumentos se pueden ordenar en torno a tres puntos que dialogan con los principales mensajes que circularon en la opinión pública: en primer lugar la idea de que el gobierno devalúa es engañosa y fundamentalmente incompleta, porque no devalúa para todos, para algunos aprecia. La clave y el aspecto más importante de una política como la anunciada es la deuda pública en moneda extranjera tomada por el gobierno nacional y finalmente, no pretenden corregir los problemas previos (que el propio gobierno admite), sino comprar tiempo político con un altísimo costo social y productivo.

DEVALUACIÓN PARA UNOS, APRECIACIÓN PARA OTROS.

El viernes pasado el gobierno abandonó el esquema monetario en donde convivían múltiples tipos de cambio, pero al que podemos simplificar en dos grandes referencias: el tipo de cambio oficial o comercial, y el tipo de cambio paralelo, libre o financiero, que determinaban, lo que se denominaba, “la brecha”, es decir, la diferencia entre ambos.

La denominada “fase 3” del plan económico implica un tipo de cambio que fluctúa dentro de una banda móvil, con un piso de $1.000 y un techo de $1.400, cuyos límites se irán ajustando mes a mes a una tasa fija. Cada vez que el dólar pase esos límites el Banco Central de la República Argentina (BCRA) se compromete a intervenir para que la cotización no supere esos montos.

Hasta hace una semana, el dólar comercial estaba cotizando en torno a los 1.100 pesos y el financiero llegó a los 1.350 pesos aproximadamente. Con la nueva fluctuación, el gobierno eligió poner el piso cercano al dólar comercial y el techo cercano al financiero, es decir que, para el comercial, se habilitó una depreciación y para el dólar financiero una probable re-apreciación. Entonces ¿Se puede hablar lisa y llanamente de una devaluación?

Con la nueva fluctuación, el gobierno eligió poner el piso cercano al dólar comercial y el techo cercano al financiero, es decir que, para el comercial, se habilitó una depreciación y para el dólar financiero una probable re-apreciación. Entonces ¿Se puede hablar lisa y llanamente de una devaluación?

Para el dólar comercial, que afecta el costo de vida, el salario real y la actividad económica sí, pero para el dólar financiero, no. Los títulos en pesos que hasta la semana pasada llegaron a cotizar a 1.350 por dólar y estaban desarmándose para pasarse a posiciones dolarizadas, consumiendo reservas del BCRA, esta semana se revalorizaron con un nuevo tipo de cambio más bajo.

Sea donde sea que se ubique el dólar finalmente, supondrá cierta devaluación comercial y cierta apreciación financiera.

SIEMPRE FUE LA DEUDA

La opinión pública pasó por alto en los últimos días el enorme volumen de deuda externa anunciada por el gobierno. Si se suman todas las deudas anunciadas se llegaría a un total de 42 mil millones de dólares, el equivalente a la mitad de las exportaciones de la Argentina en un año ¿Para qué se toman estos niveles de deuda, sobre todo si se considera como dijo el presidente, que “todo marcha acorde al plan”?

Hasta el momento, el gobierno nacional apostó a una estabilización nominal y cambiaria sobre la base de una masiva transferencia al sector financiero, inflando el valor de la deuda pública por casi 100.000 millones de dólares. Sin embargo, en pocos meses entró en déficit la cuenta corriente, con salidas por importaciones de bienes y servicios, autos y turismo, y quedó en evidencia que estos dólares no están, y, por lo tanto, que la promesa financiera no puede sostenerse.

La fase inaugurada el viernes pasado, tiene por objetivo restaurar la confianza de los especuladores, anunciándoles que los dólares sí están, que los pondrá el FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, el gobierno Chino, los bancos privados, etc. Se trata, por lo tanto, de una deuda orientada a sostener un programa económico basado en el dólar barato y la especulación financiera sin un horizonte favorable apoyado en el crecimiento de la productividad y la capacidad de exportación.

La fase inaugurada el viernes pasado, tiene por objetivo restaurar la confianza de los especuladores, anunciándoles que los dólares sí están, que los pondrá el FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, el gobierno Chino, los bancos privados, etc. Se trata, por lo tanto, de una deuda orientada a sostener un programa económico basado en el dólar barato y la especulación financiera sin un horizonte favorable apoyado en el crecimiento de la productividad y la capacidad de exportación.

Esta deuda, agrega más inestabilidad futura, pues requerirá esfuerzos adicionales, para toda la población argentina, con menor nivel de vida, actividad económica y creación de riqueza, para poder destinar los excedentes de exportación al pago de estos compromisos. O, alternativamente, a desconocerlos, con las enormes implicancias que ello tiene.

LLEGAR A OCTUBRE, TAN SIMPLE COMO ESO

Como dijimos, dos grandes dificultades se acumularon en este año de gobierno, intrínsecas al modelo económico de Milei-Caputo, que fueron el incremento notable de la deuda pública evaluada en dólares y el acelerado atraso cambiario. El nuevo esquema, ¿puede corregir estos problemas?

En el caso del primero, todo lo contrario, pues en la medida en que el gobierno introduce un seguro de cambio e incluso perspectivas de apreciación cambiaria, está incitando a un nuevo ciclo de valorización financiera. Ello acrecentará el valor en dólares de la deuda pública, lo que supone una nueva promesa de mayor cantidad de dólares en el futuro, esta vez apelando al respaldo en los dólares prestados por los organismos internacionales mencionados.

Si bien el FMI le pidió al gobierno comprar reservas y, por lo tanto, le permite intervenir pudiendo evitar su apreciación dentro de las bandas de 1.000 a 1.400, el límite superior ya es un seguro de cambio muy cercano al valor previo del dólar financiero (que llegó a 1.350). El mensaje es claro: de mínima no habrá más pérdidas por devaluación para los tenedores de deuda en pesos, de máxima permitiremos una apreciación.

En el caso del atraso cambiario, es posible que la caída de la actividad ante un dólar comercial más caro reduzca el nivel de importaciones, sin embargo, en un contexto de aceleración inflacionaria, e incluso en el límite de la banda, es cuestión de tiempo para volver a tener una cuenta negativa. La historia demuestra que, el dólar barato, lleva siempre a una cuenta corriente negativa, salvo que se produzca una total destrucción de la trama productiva y de las condiciones de vida de las clases medias argentinas, el aspecto distintivo que separa a nuestro país de sus vecinos y lo aleja, al menos por ahora, de las formas típicas del subdesarrollo, con pocos muy ricos y muchos muy pobres.

En definitiva, con la finalidad de llegar a las elecciones con estabilidad cambiaria y dólar barato (al menos para algunos), el gobierno compró tiempo a un costo altísimo, haciendo recaer el peso del endeudamiento sobre los que producen y trabajan.

En definitiva, con la finalidad de llegar a las elecciones con estabilidad cambiaria y dólar barato (al menos para algunos), el gobierno compró tiempo a un costo altísimo, haciendo recaer el peso del endeudamiento sobre los que producen y trabajan.

Ya sean los exportadores que seguirán recibiendo precios bajos por su producción, ya sea el consumo interno que permanecerá con ingresos deprimidos. Sea cual sea la situación cambiaria es probable que eso no cambie estructuralmente e incluso empeore si se observa cierta apreciación.

¿ESTA VEZ ES DISTINTO?

Finalmente, es importante mencionar que el gobierno utilizó el gasto público como una de las variables de ajuste más directas frente a los desequilibrios: redujo drásticamente el ingreso de las jubilaciones, suspendió la obra pública y desfinanció a las provincias que son las que crean realmente las riquezas, rompiendo de este modo con pactos constitutivos del Estado Argentino.

La evidencia de este último año y medio (ver informes La Macro En La Mira, del Centro de Estudios Demos) demuestra que esto no es, ni será, suficiente para compensar las inconsistencias financieras, monetarias y cambiarias ya señaladas. Sin embargo, el gobierno, con la anuencia del FMI y al igual que ocurrió en el gobierno de Macri con el mismo equipo económico, insistirá por este camino, probablemente descargando un golpe aún mayor a este eslabón ya fuertemente debilitado.

No importa cuánto empeore la situación de los jubilados, cuando se degraden las rutas y caminos, o se descompongan los servicios públicos de salud, educación, justicia, seguridad y defensa, los problemas anteriores van a persistir con consecuencias enormes en materia de calidad de vida de toda la población.

Todas las estrategias basadas en el atraso cambiario y la especulación financiera han insistido en el gasto público como único factor de éxito, esta vez no es distinto. En todos los casos hicieron recaer sobre los jubilados y los servicios públicos el peso de un ajuste extraordinario, lograron superávits primarios y finalmente fracasaron con mega devaluaciones y salidas de capitales que decidían tomar las ganancias prometidas. Esta película ya la vimos y sabemos cómo va a terminar.

Todas las estrategias basadas en el atraso cambiario y la especulación financiera han insistido en el gasto público como único factor de éxito, esta vez no es distinto. En todos los casos hicieron recaer sobre los jubilados y los servicios públicos el peso de un ajuste extraordinario, lograron superávits primarios y finalmente fracasaron con mega devaluaciones y salidas de capitales que decidían tomar las ganancias prometidas. Esta película ya la vimos y sabemos cómo va a terminar.

Como hemos señalado en otras oportunidades, son estos ciclos de atraso cambiario y valorización financiera, con sus crisis inherentes los que generan inestabilidad en la economía argentina y no a la inversa. Por eso estamos convencidos que existe otra salida posible, que todavía no se ha intentado: hacer que nuestra economía sea realmente federal. Para eso, necesitamos cambiar las instituciones que deciden la política monetaria, cambiaria y tributaria, reconociendo e integrando a todas las regiones y sectores productivos del país.

Reconvertir la economía argentina, de perspectiva ambacéntrica, hacia una economía verdaderamente federal debería ser una prioridad para reconstruir el país. Tal vez sea la única forma de evitar que en los próximos días haya fiesta financiera, optimismo mediático, sobreactuación de funcionarios nacionales, revalorización de activos y se inicie un nuevo ciclo de especulación que unos pocos sabrán aprovechar y muchos tendremos que pagar en un futuro no tan lejano.

24 de marzo: en torno al número de víctimas de la dictadura y los desafíos actuales de la democracia

24 de marzo: en torno al número de víctimas de la dictadura y los desafíos actuales de la democracia

A casi medio siglo de distancia, la polémica en torno al número de víctimas de la dictadura se repite una vez más. El historiador Roy Hora propone trascender esta discusión para ponderar la gravedad del autoritarismo y considerar con más amplitud los desafíos de una sociedad democrática. 

Imágenes de los desaparecidos por la última dictadura militar.

Cada 24 de marzo, en torno a la conmemoración del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, se reabre el debate sobre cuántas víctimas dejó la dictadura militar de 1976-1983. La discusión se origina en el hecho de que la naturaleza esencialmente ilegal y clandestina del programa represivo desplegado por el Proceso de Reorganización Nacional nos priva de un registro exhaustivo de la cantidad de vidas tronchadas por el terrorismo estatal. De allí que toda reconstrucción sobre la cantidad de “desaparecidos” sea estimativa. En una sociedad cuya vida pública se despliega en un clima agonal, esto también significa que esa estimación, junto con su trasfondo, están sujetos a opinión y polémica.

“30.000 desaparecidos”: la cifra y la idea nacieron en el otoño de la dictadura. Como parte de la lucha contra ese régimen opresivo, varios organismos de derechos humanos proclamaron que ése era el número de personas asesinadas por los hombres de armas tras el desembarco de la Junta Militar en la Casa Rosada. “Treinta mil desaparecidos” no resultó de una reconstrucción exhaustiva, imposible en ese contexto, todavía marcado por la presencia amenazante de un Estado que actuaba al margen de la ley. Hay varias historias sobre cómo nació ese número, pero lo importante es recordar que se impuso como una consigna política y un lugar de memoria, dirigido a llamar la atención sobre la excepcional envergadura del proyecto represivo del régimen militar más sanguinario de América del Sur. Sirvió, en esos tiempos difíciles, para ponerle nombre al horror. Y frente al silencio culposo de la dictadura, como emblema de un reclamo de reparación y justicia. Más que a cualquier cómputo preciso de muertos o desaparecidos, su verdad más profunda estuvo asociada a esa demanda.

A pocos días de asumir la presidencia, el 15 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Tras los nueve meses de trabajo que llevó la elaboración del Nunca Más, la CONADEP ofreció otra cifra: la violencia de la dictadura había dejado 8.961 muertos y desaparecidos. Elaborado sobre la base de denuncias y testimonios de familiares y sobrevivientes, el Nunca Más por primera vez incluyó también los nombres y apellidos de las personas cuyas vidas fueron segadas por la violencia estatal. Es importante recordar que, al presentar su informe, la CONADEP advirtió que se trataba de una lista abierta, sujeta a ampliaciones y correcciones. Sin embargo, investigaciones posteriores no produjeron ningún cambio de fondo respecto del recuento de la CONADEP. La prueba es que en 2007, cuando se inauguró en el Parque de la Memoria un monumento que recuerda a las víctimas del terrorismo de Estado, el listado no había sufrido grandes modificaciones.

Este baldón de nuestra cultura cívica sugiere que ha llegado el momento de apartarnos de la ya estéril polémica en torno al número para ampliar la mirada y tomar conciencia más plena de que la cruel suerte de los asesinados por el gobierno militar es sólo un aspecto, dramático pero parcial, del enorme daño que el régimen del terror le infringió a nuestra sociedad.

No obstante, cada 24 de marzo se abre un nuevo capítulo de la disputa por el número. En las últimas dos décadas, las inevitables diferencias de opinión sobre el tema se vieron amplificadas por el ambiente beligerante que imperó en nuestra vida pública. Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, la idea de “30.000 desaparecidos” volvió a ganar relieve de la mano de la alianza de los principales organismos de derechos humanos con la Casa Rosada. Fue la contracara de la política de reconciliación a través de indultos que empujó la anterior administración peronista, la de Carlos Menem. El retorno de la idea de “30.000 desaparecidos” se dio en el marco de una revalorización de la movilización política de la primera mitad de la década de 1970 y se acompañó de la reivindicación de los grupos juveniles que fueron sus principales protagonistas.

Esta recuperación pasó por alto toda discusión sobre aspectos más problemáticos de la etapa previa al golpe de 1976, entre las que se destaca la apelación a la violencia, una práctica ejercida por distintos actores incluso durante los años de vigencia del orden constitucional de 1973-1976. En esta manera de encuadrar esa etapa tuvo primacía la reconstrucción militante por sobre el esfuerzo por comprender las razones del descenso hacia la violencia y el horror, y la memoria y las demandas asociadas a las víctimas se impusieron sobre la reflexión histórica. Y ello al punto de que, asociada a la idea de que no había habido errores sino simplemente una derrota, por momentos terminó idealizándose la lucha armada, y celebrándose sus banderas. Por otro lado, la estatalización de una parte del movimiento de derechos humanos produjo sucesivas fracturas en su seno (que se vieron reflejadas, por ejemplo, en las marchas conmemorativas) y otro tipo de problemas como el resonante caso de corrupción que involucró al proyecto «Sueños compartidos».

Este alineamiento partisano suscitó, desde otras trincheras políticas, respuestas igualmente partisanas. De este modo quedó opacada la magnitud de la tragedia, cuyo recuerdo quedó subordinado a distintas apropiaciones, muchas veces al servicio de disputas políticas menores. No extraña que, en el vasto arco de expresiones políticas que va del centro a la derecha, donde la condena del terrorismo estatal nunca había sido asimilada completamente como un drama de todos, los discursos que relativizaban o negaban gravedad a los hechos del pasado ganaran mayor legitimidad pública. Al punto de que, unos años más tarde, desde las cumbres del Estado se vilipendió la idea de “30.000 desaparecidos” y se habló con ligereza de los “curros” asociados a la política de derechos humanos. En el gobierno actual, sobre todo en torno a la figura de la vicepresidenta Victoria Villarruel, asistimos a la legitimación de un igualmente condenable reclamo de “memoria completa” que reproduce, de manera invertida, los vicios que viene a criticar y exige el reconocimiento de una guerra que en realidad nunca ocurrió.

En este contexto, los ideales asociados a la consigna “30.000 desaparecidos” se fueron opacando. Lo que en el otoño de la dictadura fue emblema de una valiente demanda de reparación y justicia se tornó instrumento de lucha partisana, en el que confluyen figuras de antecedentes intachables con otras problemáticas (por caso, el general César Milani, promovido a jefe del ejército en 2013, y que en su momento fue él mismo protagonista de la represión que más tarde dijo condenar). Del otro lado, la constatación fáctica de que no había habido treinta mil desaparecidos sirvió de argumento para relativizar y disculpar los delitos cometidos por el Proceso, y en algunos casos incluso reivindicar su «guerra contra la subversión». Hace tiempo que la discusión sobre la cifra está atrapada entre algunos sectores de la dirigencia política que la emplean para otorgar legitimidad a sus posiciones y reclamos y otros que la impugnan para denegar legitimidad a las demandas de sus rivales.

«Son 30.000» es un lema recurrente en la conmemoración de cada 24 de marzo.

A casi medio siglo de los trágicos eventos que tiñeron de luto a nuestra nación, ha sido esta manipulación, más que el desgaste producido por el mero paso del tiempo o el avance de los juicios a militares acusados de delitos de lesa humanidad, el factor que más ha dañado la capacidad de este símbolo de la lucha contra el Estado terrorista de evocar nuestra mayor recaída en la barbarie. El resultado es que, en el país que, gracias al Juicio a las Juntas, se convirtió en un referente global por su tratamiento de las violaciones a los derechos humanos en el marco del Estado de derecho, una parte considerable de la ciudadanía de convicciones democráticas ha dejado de sentirse representado por la consigna “30.000 desaparecidos”. Es preciso ir más allá.

Este baldón de nuestra cultura cívica sugiere que ha llegado el momento de apartarnos de la ya estéril polémica en torno al número para ampliar la mirada y tomar conciencia más plena de que la cruel suerte de los asesinados por el gobierno militar es sólo un aspecto, dramático pero parcial, del enorme daño que el régimen del terror le infringió a nuestra sociedad. Y, sobre todo, para tomar distancia de una visión empobrecida de la problemática de la violación de los derechos humanos durante la dictadura que, centrada en la suerte de los activistas que la enfrentaron o en las personas que fueron sus víctimas más directas, ya sea para celebrarlos o para condenarlos, presta poca atención a las muchas otras violencias que en esos años golpearon a nuestro país.

Todo balance sobre el daño que causó la dictadura debe ampliar el foco para contemplar a todos los que vieron su vida degradada por la acción de ese régimen. Pues esa dictadura que hizo del terror uno de sus instrumentos políticos privilegiados no sólo asesinó a varios miles sino que oprimió los cuerpos y las mentes de los vivos, cercenando los derechos y las libertades de los que fueron obligados a reprimir su sexualidad, esconder sus preferencias estéticas o políticas, silenciar sus opiniones y acallar sus deseos. Humilló a todos los que tuvieron que agachar la cabeza por temor a ser señalados o castigados, y dejó su marca en muchos otros que tuvieron miedo de que sus seres queridos no regresaran del trabajo, la escuela o la universidad. Y, tras doblegar a la prensa, también trabajó para anular el libre debate de ideas y crear una realidad paralela, con capítulos ominosos como la idea de que las violaciones a los derechos humanos eran un invento de los enemigos del país.

Visto desde este ángulo, las víctimas de la dictadura no fueron ni 8.961 ni 30.000, ni ningún otro número de cuatro o cinco cifras. Fueron muchos millones los que, aún sin percibirlo del todo, vieron su existencia cotidiana y sus sueños dañados y empobrecidos por el espíritu reaccionario y represivo de un gobierno que quiso convertir al país en una combinación de cuartel y prisión con jardín de infantes.

Visto desde este ángulo, las víctimas de la dictadura no fueron ni 8.961 ni 30.000, ni ningún otro número de cuatro o cinco cifras. Fueron muchos millones los que, aún sin percibirlo del todo, vieron su existencia cotidiana y sus sueños dañados y empobrecidos por el espíritu reaccionario y represivo de un gobierno que quiso convertir al país en una combinación de cuartel y prisión con jardín de infantes. Aceptar este razonamiento invita a formular una observación adicional, que algunos quizás encuentren polémica. La visión imperante sobre el problema de los derechos humanos, moldeada de manera decisiva por las organizaciones que se movilizaron desde los años de la dictadura para buscar respuestas a la candente cuestión de los desaparecidos, no es lo suficientemente comprensiva como para captar adecuadamente este panorama más complejo. Fijada en el pasado, no es, tampoco, la mejor guía para pensar los dilemas del presente y, en particular, de qué manera pensar el concepto de derechos humanos como vara rectora y horizonte ideal de una sociedad democrática en nuestros días.

A medio siglo de distancia, muchos protagonistas de los dolorosos conflictos de los años del Proceso ya nos han abandonado. A la vez, el recuerdo de la dictadura pierde nitidez entre los más jóvenes, y otras preocupaciones ganan espacio en nuestras mentes. La historia no se repite, afirma, con toda razón, un viejo adagio. Sin embargo, la reflexión sobre la experiencia pasada también enseña. De allí que, cuando el horizonte de la democracia se puebla de nubes oscuras que ponen en entredicho el ideal de una sociedad abierta, solidaria y tolerante, es bueno tener presente que un gobierno autoritario que se cree dueño de la verdad no sólo se ensaña con sus contradictores más abiertos. También daña y empobrece la vida de toda la comunidad, incluyendo la de aquellas personas que, aun prestándole voluntaria obediencia, a veces no son capaces de advertir cuánto les quita. Esta es una de las razones por las cuales conviene recordar un hito tan triste y tan lúgubre como el 24 de marzo de 1976 no sólo como una pesadilla que hemos dejado atrás sino también como una invitación a trabajar para que nunca más asistamos a un retroceso de la democracia y la libertad en nuestro país.

Debajo del radar: la discusión sobre el derecho a la educación

Debajo del radar: la discusión sobre el derecho a la educación

Propone una agenda educativa nacional en la Argentina, que define la educación como derecho constitucional frente a embates neoliberales. Aboga por políticas progresistas que prioricen inclusión, calidad y equidad, superando debates provinciales para garantizar reformas sistémicas y proteger la educación pública.

Pasan tantas cosas en el país, la agenda cobra un vértigo inaudito incluso para tiempos acelerados como los de la contemporaneidad o para quienes estamos habituados a la incertidumbre en la que acostumbra vivir un país de crisis en crisis como gusta pensarse -o quizás lo sea- el nuestro. Tenemos el inicio de clases a la vuelta de la esquina. Este año muy posiblemente los conflictos, tensiones y acuerdos propios de cada comienzo del ciclo lectivo ocurren más a nivel provincial que como parte de un debate de alcance nacional.

En este texto buscamos ir contra este clima de época e insistir en la necesidad de presentar ideas que permitan reponer el debate sobre una agenda de la política educativa a nivel nacional. Si bien en un país federal como el nuestro la educación es responsabilidad de cada provincia, sostenemos la necesidad de contar con proyectos que planteen ejes comunes, respetando las idiosincrasias y necesidades de las localidades y contextos, pero sin que esto signifique dejarles ni a su voluntad ni a la deriva.

El debate educativo es aquello que actualmente pasa debajo del radar. Las declaraciones del Presidente Milei el 23 de enero en Davos despertaron la consecuente respuesta de parte de organizaciones del colectivo LGBTQ+ y la sociedad civil en múltiples lugares del país. Asimismo, lejos de reconocer demandas de un sector importante de la sociedad, el gobierno insistió con su cruzada de “batalla cultural”. Debajo del radar pasó otra parte de la alocución de Milei en Davos, precisamente esas frases en las que puso en cuestión ni más ni menos que otro pilar fundamental de los estados modernos en el mundo occidental: el derecho a la educación. Un derecho que está enraizado con los textos constitucionales de los países latinoamericanos post independencia y que fueron incorporados en las sucesivas reformas de nuestra Constitución. En la Argentina en particular este andamiaje se tradujo en la Ley 1420, construyéndose un Estado pedagógico en donde lo educativo se hizo ley.   la posterior Ley Lainez en 1905, que diseminó un proyecto educativo a la par del desarrollo del Estado moderno. Un Estado liberal, en lo económico y en lo social. Un Estado preocupado por impulsar el proceso formativo de una sociedad que en la complejidad de sus mezclas constituyó una identidad novedosa.

En tiempos de tensiones y trabajosos equilibrios en la distribución de responsabilidades entre las provincias y el naciente Estado nacional este cumplió un rol central motorizando el acceso a la experiencia educativa. pocas dudas caben que la distribución de escuelas en distintos rincones del país, y la posterior expansión del sistema dicha interrelación Estado-sociedad contribuyó a construir una narrativa que hizo de la educación una esfera que concentró propiedades positivas en tanto garante del ascenso social, a la vez que configuró un relato que combinaba el mérito, el esfuerzo y el igualitarismo. Un camino que otorgaba previsibilidad en la construcción de un horizonte de futuro. Esos elementos, tal como mencionamos, no eran inocuos, establecieron, al igual que en cualquier otra gramática escolar de cualquier latitud, la validación de ciertos saberes por sobre otros en la organización curricular, la organización de aulas, rituales y un sentido de la identidad nacional. Una disciplina escolar de formas rígidas basada en la centralidad del adulto. Una construcción de la igualdad a través de de la homogeneidad de la que dio cuenta Inés Dussel en referencia a los guardapolvos como un elemento más del régimen de apariencias que estableció límites entre quiénes estaban dentro y fuera de la escuela. A la vez, la escuela contó con una tradición particular, que pasó de generación en generación, sensación de pertenecer y de hacer algo significativo para ellos y el país (Dussel, Brito y Nuñez, 2007)[1]. Una autoridad que aún en tiempos de mayor incertidumbre relata con maestría Celina Murga en Escuela Normal hilvanando imágenes de la escuela normal de Paraná, Entre Ríos.

DERIVA

La expansión del sistema tuvo desde entonces sus dimes y diretes, un crecimiento amorfo, oleadas de expansión, derivas y una reconfiguración a partir de inicios de la década del noventa con la Ley Federal de Educación y la Ley de Transferencia que estructuró sus bases actuales: el traspaso de la gestión educativa a cada provincia y el corrimiento, a veces más marcado que en otras, junto con su masificación y posterior sanción de la obligatoriedad. Efectivamente la expansión del sistema ya daba frutos en dicha década (la obligatoriedad social previa a la legal a la que refieren varias colegas). Contornos que dibujaron tanto las nuevas universidades del Plan Taquini como años después la Ley Federal de Educación. Para cerrar este somero resumen la Ley de Educación del año 2006, como ya sabemos, estableció derechos, amplió la obligatoriedad al nivel secundario dinámicas de participación, reconocimiento de instancias de diálogo. Años después se extendió la cantidad de años de escolarización a garantizar con la ampliación a sala de 4 años. Un derecho a garantizar por parte del Estado, no ya como responsabilidad de las familias.

Pero volvamos al punto. Esta iba a ser una típica nota más sobre los desafíos de la política educativa al inicio del calendario escolar. Sin embargo, el escenario nos coloca ante nuevos embates contra las universidades y la educación superior en general, hacia la ESI, contra la participación estudiantil, a cuestionar el mismo derecho a la educación. A días del momento de izar las banderas, volver a los olores que trae la escuela, a los nervios del cambio de nivel, a la previsa de planchar el guardapolvo y revisar que estén todos los útiles, creemos necesario volver a insistir en los elementos que garantizan el derecho a la educación.

El debate educativo es aquello que actualmente pasa debajo del radar. […] el gobierno insistió con su cruzada de ‘batalla cultural’ […] puso en cuestión […] el derecho a la educación.

Uno de esos elementos es la discusión salarial que seguramente ocurrirá en cada provincia y afectará el inicio del ciclo escolar. Una discusión salarial, necesaria, pero que pareciera ser que es la única oportunidad de debate de la política educativa. Y cuando no se debate educación anidan los discursos de la batalla cultural que detrás de la denuncia del supuesto adoctrinamiento siembran la semilla del cuestionamiento de ese derecho a la educación que desde la generación del 80 se yergue como un mantra que anuda tradiciones políticas de las más diversas.

Hasta hoy.

En el pasaje de límites el mileismo ha corrido uno más y colocó al derecho a la educación en el centro de la discusión. Por supuesto que esto no es culpa del progresismo, otro de los tópicos habituales de la discusión política -como si el problema hubiera sido otorgar derechos como el matrimonio igualitario, el cupo trans, la ESI, el derecho al voto desde los 16 años o la expansión  y obligatoriedad del nivel secundario- Dicho esto, a la vez creemos necesario que desde los sectores y una educación progresista  se abra la discusión sobre qué de todo eso realmente implicó la consagración de derechos efectivos y sobre la necesidad de reorientar la política educativa. El momento de reconocer avances, pero también los límites que se construyeron.

Si tiempo atrás la idea de una época dorada de la educación restringía la posibilidad de pensar por fuera de la antigua creencia de que “todo tiempo pasado fue mejor” o frases como “en mi tiempo no pasaba” resulta factible señalar que algo similar ocurrió con la cristalización de una década de inclusión que casi no registra posibles críticas. Ambos discursos se asemejan al diálogo que Vivian Gornick narra en Apegos feroces[2], el libro donde cuenta la relación que la autora tuvo con su madre, esa figura anclada en otro tiempo. Una persona que “lo único que odia es el presente; en cuanto el presente se hace pasado, comienza a amarlo inmediatamente”. En este texto queremos impulsar una discusión que rompa con la idea de un pasado como mantra de lo mejor lo que implica debatir, desnaturalizar, formar parte de la conversación actual antes que privilegiar la mirada inquisidora que anhela con nostalgia, casi como la del lamento de un tango, un tiempo que ya no volverá. Ni el de mediados del Siglo XX ni el de la década pasada.

El texto tiene dos objetivos: en primera instancia aportar al diseño de una agenda pública educativa a nivel nacional y, en segundo lugar, el abordaje de la política educativa desde una impronta progresista que repara en conceptos claves como son los de inclusión, evaluación y calidad sin relegar -o precisamente a fin de dar otra impronta a los términos- el sentido político de la educación.

REPENSAR LA INCLUSIÓN EDUCATIVA

La educación desde una perspectiva progresista se define como política y  se inscribe en postulados que abarcan varias dimensiones, especialmente qué se entiende por cultura y cómo se transmite en la sociedad. Antes de comenzar cabe señalar algunas cuestiones contextuales. Este documento fue elaborado en un tiempo de ajuste, recorte y la precarización de los y las trabajadores/as de la ciencia y los y las docentes, del sector científico y tecnológico; deslegitimando la labor de las instituciones educativas. Se trata, también, de una época en la que el gobierno nacional ha elegido confrontar con el sentido público de la educación para polarizar posiciones en el marco de la remanida batalla cultural.

El diseño y la ejecución de políticas educativas tiene efectos significativos y de magnitud en la población de estudiantes en sus diferentes niveles del sistema. Las trayectorias estudiantiles, contenidos escolares, formas de distribución y organización de la matrícula -y los posibles o no cruces entre diferentes sectores sociales, cada vez más difíciles en un sistema entre fragmentado y diversificado-, los programas específicos, la cantidad de horas y días de clase (tiempo), pero también el tiempo concreto, la experiencia cotidiana relacionada con la intensidad de aprendizajes logrados y vínculos construidos se juega en una extensa concatenación de acciones que van desde el diseño e implementación de una política pública hasta su concreción en cada territorio, aula, práctica docente.

Desde hace años las discusiones educativas han quedado atrapadas en la vorágine de una noticia detrás de otra y posiciones enfrentadas que reflejan una polarización incluso mayor que ante otras temáticas. Las voces suelen oscilar entre un apoyo pleno y el rechazo total, sin lograr hallar puntos de contacto, negociaciones y posibilidades de articulación. A su vez, existe cierto consenso en la literatura y varias experiencias de gestión educativa sobre cómo pensar un sistema atento a los dilemas contemporáneos y qué tipo de propuestas de modificación, aunque muchas veces las políticas oscilan entre los cambios orientados al apoyo de las trayectorias hasta otros de mayor alteración del dispositivo institucional.

En primer lugar, creemos que es necesario repensar desde nuevas coordenadas el concepto de inclusión que comprende significados que hoy se han  ampliado y que proponemos pensar como capas o niveles. En una primera capa se aspira a la escolarización plena de toda la población en los niveles definidos como obligatorios por la legislación nacional. Asimismo, se pretende garantizar condiciones mínimas para niños y niñas que asisten a la escuela: edificios, equipos docentes, recursos pedagógicos curriculares, tiempo de clase. Es fundamental que en un contexto de incertidumbre el sistema funcione de manera plena, se reconstruya la autoridad docente, los establecimientos cuenten con recursos didácticos y materiales y los planteles docentes se sientan respaldados. En tal sentido, se parte de la premisa de la educación como derecho social, político y práctica que potencia la igualdad desde los inicios de lo humano. La educación excede el territorio de lo escolar, se instituye como lugar propio y específico de actividades de transmisión en sociedades a lo largo del tiempo: inscribiendo, construyendo identidad, pertenencia, creando lazos, transmitiendo ritos, participando de la cultura y una cosmovisión del mundo, tejiendo vínculos con el conocimiento, con los otros y con el mundo. Es tiempo de una segunda instancia de expansión del derecho a la educación que anude acceso con experiencias de aprendizaje y sociabilidad intensas.

En una segunda capa de inclusión, se advierte que el acceso a la escuela no promueve aprendizajes para todos/as, y por ende la inclusión se complejiza y se anuda con las desigualdades y la segmentación. Los tiempos de aprendizajes y en que tienen lugar las experiencias son distintos, heterogéneos e implican en la práctica trayectorias diversas. Si bien la Ley de Educación Nacional significó avances en materia de democratización de acceso al sistema, el derecho social a la educación se encuentra aún lejos de estar plenamente garantizado.

Hablar de inclusión es delinear una política del resto, de quienes forman parte del mundo común – incluidos- y de los otros y las otras -excluidos- que quedan fuera.

En una tercera capa, decimos que si bien la función social de la escuela es una formación común y compartida, las diferencias propias de lo singular de lo humano no deben ser motivo de desigualdades. De este modo, el concepto de  inclusión se amplía porque debe vincularse tal formación común -sea el origen diverso- con la cultura de lo propio, lo antropológico y lo  local de niños y niñas, adolescentes y  adultos que asisten a la escuela. En los orígenes de la escuela moderna se arrasa con la cultura, los rituales, lo distinto de quienes asisten. Desde una educación progresista creemos que la escuela democrática y justa no deja fuera de sus muros lo propio de las culturas donde se encuentre, no clasifica ni jerarquiza saberes, promueve una formación común en donde las experiencias son prioridad, transitan saberes en plural, se retoman intereses de los otrxs como parte de lo que la escuela disponga.  Dicho esto entonces, hablar de inclusión es delinear una política del resto, de quienes forman parte del mundo común – incluidos-  y de los otros y las otras -excluidos-que  quedan fuera.

Finalmente, en tercer lugar, hablar de educación inclusiva exige garantizar el derecho a la educación de todas las personas (niñas, niños y distintas maneras de nombrar infancias y adolescencias y adultos) identificando y atendiendo a las diversas necesidades.

CALIDAD EDUCATIVA: ¿CÓMO MEDIR?

El segundo punto que quisiéramos resaltar refiere a poner en discusión la cuestión de la calidad educativa, que suele organizarse a partir de una falsa antinomia versus la inclusión. Se podría decir que, en la actualidad, el sistema educativo incluye mucho más que en otras décadas, pero esa constatación se ve afectada por el ratio cantidad estudiantes/egresados/as y los aprendizajes que adquieren al finalizar los distintos ciclos educativos. Asimismo, esta noción desde la década de los 90 se anuda con otros: “equidad”, “eficacia” y “eficiencia” con una concepción tecnocrática de la educación.

En este documento tomamos otro camino a fin de reponer una perspectiva desde miradas progresistas que tengan en cuenta los contextos y problemáticas. Retomando la historia del término resulta plausible observar su articulación con la noción de evaluación y se potencia en ciertos niveles -como el Superior-: en acreditación.  Se sabe que la educación en sus diferentes ámbitos configura la calidad educativa,  que a su vez responde a las necesidades de la sociedad contemporánea.  La calidad educativa, en parte, se relaciona con las preguntas “qué y para qué se enseña”, contemplando así el terreno curricular.  Es necesario recuperar estos sentidos para dar centralidad a los procesos plurales de enseñanza y de aprendizaje, en donde la praxis educativa plantea un interjuego de tiempo, espacios, currículum, evaluación y vínculos.  En este punto, se trata de colocar a los niños y niñas, y adolescentes como protagonistas de su propia historia, como seres contextuados con capacidad crítica y transformadora. Un/a estudiante que desarrolla aprendizajes múltiples cuenta con herramientas para su vida y elegir entre diversas maneras de ser en el mundo.

Pensar en términos de calidad implica también complejizar algunas lecturas e ideas instaladas en el debate público. Por esto, aunque suene impopular, cabe destacar que más días de clase no es mejor calidad educativa. En esta cuestión predominan dos tendencias. Muchas veces la discusión pública demanda más días de clase, en una suerte de carrera contra el tiempo a ver qué jurisdicción garantiza más mientras que la contracara de esta supuesta preocupación es otra. Ni más ni menos que poder garantizar la organización de la cotidianeidad. En este documento abogamos por sostener un sentido que enfatiza en la mejora de la calidad pedagógica y didáctica, en la organización de tiempos de clases que potencien aprendizajes y promuevan propuestas de enseñanza con corrimiento del  tiempo administrativo o de la burocracia escolar.

Por ello, es preciso reconocer ambas tensiones, queremos/necesitamos certezas y organización, que las escuelas funcionen la mayor cantidad del tiempo y también que ese tiempo sea más gratificante. Tiempo y espacios que mejoren la enseñanza y los aprendizajes de estudiantes.

Entendemos a la educación como un derecho que se reconfigura y precisa de nuevos mecanismos para su garantía. En este último tiempo se suceden discursos de la política educativa nacional que plantean la necesidad de declarar a la educación como servicio esencial, cuestión que se corre del principio que organiza la intervención estatal en derredor de políticas, programas y proyectos que generen acciones para sostener precisamente ese derecho. Un aspecto que precisa problematizarse en varias aristas. Por empezar afecta el derecho a huelga y podría implicar el desconocimiento por parte del país de tratados internacionales y de regulaciones de la OIT.

En este texto planteamos una mirada diferente, se precisa disminuir la conflictividad con la docencia, garantizar mejores condiciones de trabajo, condiciones salariales, que los y las docentes usen más su tiempo para clases y menos para actividades administrativas, revalorizar su tarea esencial (la de enseñar y aprender como procesos y prácticas vinculantes). Una agenda educativa progresista debe enfocarse en dar tiempo de calidad en donde se discuta en las escuelas: qué contenidos priorizar, qué cultura, qué queremos lograr, qué no debe faltarle a nadie, cómo logramos impulsar la educación como política de disminución de desigualdades desde los orígenes.

Finalmente, en lo que refiere a evaluación partimos de reconocer que para la toma de decisiones en la política pública es clave contar con información. Esa información, en el caso de la educación, debe estar provista por agencias que cuentan con estadísticas rigurosas, equipos sólidos, con recursos, que puedan construir informes y un sistema de indicadores robusto, similar a experiencias en otros países. La información no es únicamente evaluación, no significa que no se deba evaluar, pero abogamos por discutir el sentido de la evaluación para la toma de decisiones que son educativas. En este punto, se la define como práctica. La planteamos, haciendo uso de la metáfora de un caleidoscopio: es social, situada, humana, histórica. El caleidoscopio mirado frente a la luz, enuncia formas, colores, figuras, bocetos, líneas difusas y dinámicas a la vez, sale a la luz, y propone una acción como la acción de evaluar: mirar, valorar y construir el objeto que será investigado.  El concepto evaluación, remite a valorar, juzgar, se vincula con acciones de enseñanza(s) y prácticas de aprendizaje(s), con programas de análisis y diagnóstico institucionales, de niveles, de ciclos de los sistemas educativos. Como en el calidoscopio, la evaluación se anuda a los contenidos que se enseñan, a las maneras de proponer clases, a inicios de proceso de enseñanza o a cierres, o ahí: en el entre algo se va enseñando y -tal vez- otro poco aprendiendo.  Por lo tanto pertenece a macropolíticas del planeamiento educativo, como también, a las micropolíticas de instituciones y aulas (didáctica y pedagogía).

Sin dejar de dar vuelta este calidoscopio que a modo de juego  ayuda a pensar acerca de este objeto complejo y de construcción permanente queremos enunciar la relación que tiene la acción de evaluar con la comunicación.  La evaluación enuncia, informa, comunica, da cuenta de procesos, publica informes, explícita vacancias, informa sobre aprendizajes. Por ello nos preguntamos: ¿desde dónde miramos la evaluación? ¿Cómo “enunciamos” a la evaluación? ¿Qué posicionamientos teóricos, epistemológicos sostenemos al mirar? ¿Qué intereses se tienen a la hora de evaluar? ¿Quiénes evalúan? ¿Qué formatos conocemos y cuáles otros existen y podrían diseñarse?

El sistema educativo con sus claroscuros hoy garantiza aquello que otras instituciones han perdido: es el lugar de la obligatoriedad de la interacción y epicentro de la diversidad de la sociedad.

Desde estos sentidos, existe la posibilidad de ir hacia un modelo de evaluación que amplíe y mejore lo que ya sabemos. Esto implicaría aprovechar no sólo los operativos de evaluaciones estandarizadas sino, fundamentalmente, el conjunto de instituciones y personas que estudian, investigan y transitan el sistema educativo. Finalmente, y en sintonía con el punto anterior, para evaluar primero tenemos que tener claridad y retomar las preguntas de inicio, acerca de los sentidos de la práctica de evaluación, sobre cuáles son los saberes que consideramos indispensables, qué queremos que ocurra en las escuelas, qué aprendizajes nos parecen necesarios para el mundo contemporáneo y la vida en común.

La voluntad política es clave para lograr llevar adelante las propuestas de políticas educativas progresistas. Esa voluntad no siempre es sencilla en el nuevo clima de época puesto que hoy, a diferencia de lo que ocurría en la década del noventa donde los debates parecían organizarse más en torno a cuánto estado y cuánto mercado, está impregnado por estertores de la batalla cultural que busca desmontar sentidos de lo público, los derechos y el rol del Estado. En la actualidad las sensaciones son mucho más complejas y pareciera privilegiarse el posible éxito vía el emprendedorismo en una suerte de una confianza exacerbada en el crecimiento individual sin necesidad de un otro, de un colectivo, de una comunidad.

Desde un marco progresista de la educación creemos imprescindible recuperar la capacidad de estadidad que implica un Estado fuerte, ni grande ni mínimo sino orientado a la construcción de la igualdad y con gestión eficiente y transparente de los recursos; efectivo en la acción de garantizar derechos y el bienestar de las personas. No dejarnos llevar por el aquí y el ahora, tarea difícil en tiempos de incertidumbres y de reconfiguración de los sentidos de la libertad y la igualdad. La construcción con otros otorga a la escucha como el principal punto de partida para elaborar una propuesta educativa progresista:  inventar sería la acción siguiente.

COLOFÓN

El sistema educativo con sus claroscuros hoy garantiza aquello que otras instituciones han perdido: es el lugar de la obligatoriedad de la interacción y epicentro de la diversidad de la sociedad. Una doble condición que le otorga un carácter especial. Y que le atribuye, aún con las críticas a la gestión -generalmente a las escuelas estatales-, a la docencia y a una escuela donde supuestamente no se entiende lo que se lee- porque continúa asociada a la posible resignificación de la construcción de un horizonte de igualdad, de saberes y conocimientos, de las formas de ser, ejercer y padecer la ciudadanía.

Asimismo, en un esfuerzo desigualmente distribuido recaen sobre el sistema educativo múltiples demandas desde qué y cómo enseñar, cómo vincularse con el mercado del trabajo y la vida contemporánea, temáticas específicas a tratar, cómo lidiar con temores e incertidumbres. Pocas veces se valora lo que se hace en instituciones que conviven con un mundo en constante transformación, en el que los soportes institucionales que ya no cuentan con el mismo peso y que permitían a las personas generar comunidad, integración y sostenerse entre tembladales. A pesar de semejantes esfuerzos, y posiblemente más como consecuencia de las transformaciones en otras instancias de integración social que en el mismo sistema educativo, aún no se ha logrado conformar una narrativa identitaria con la capacidad de edificar significativamente el encuentro que se produce en esta instancia de socialización.

La reciente discusión y la marcha del 1F dan cuenta de la importancia que tiene la ESI en el sistema educativo. La importancia de “poder hablar” lo que a cada quien le pasa, bridando aprendizajes y espacios allí donde quizás en otros ámbitos no se pueden expresar. También sabemos de los límites de la inclusión si no es factible plantear que efectivamente ocurra allí algo distinto, se pueda acceder a saberes.

No se trata de autoflagerse pero tampoco de pensar con indulgencia. Se trata más bien de construir una nueva narrativa que de un lugar re anude derechos-calidad-igualdad-mérito. la escuela, tal como nos incentivaron a pensar Simons y Masschelein[3] implica una forma de vida común, que tiene sentido en sí misma dado que el riesgo del encuentro vale en tanto habilita una vida de aventuras a través del aprendizaje escolar. Una escuela secundaria que dialogue con el mundo contemporáneo, que (co)partícipe de sus tiempos, desasosiegos y esperanzas. Una institución que permita descubrir, conocer, para salir, como narra Damián González Bertolino precisamente en El origen de las palabras[4], de “el relativo letargo de mis (sus) horas de secundaria”.

En muchas ocasiones “los “especialistas”, la gente que opina en las redes sociales, el funcionariado o desde ciertas organizaciones tendemos a pedirle a docentes y estudiantes “más de lo que pueden hacer”. Sin voluntad política no se pueden implementar políticas, tampoco sin contar con la voluntad de quienes transitan cotidianamente las escuelas. Y esto implica intentar “hacer las cosas de manera simple”. No es dejar el status quo que sabemos que debemos modificar si no acompañar, brindar pautas claras, contar con una hoja de ruta, acompañar lo que se hace, evaluar en un sentido amplio, proponer y mejorar la formación de docentes. Es, también, aprender de la canción de Cazuza y evitar que el futuro repita el pasado y, por el contrario, abra nuevos caminos de garantía del derecho a la educación.

El texto presenta algunos de los puntos planteados en el Documento «Inclusión, calidad y evaluación en la Argentina. Una mirada progresista para la educación», con aportes de quienes integran la Comisión Educación del CEMUPRO y, especialmente de Sofía Cattáneo, Virigina Cofre, Germán Falo, Florencia Galván Darrichón, Daiana Gallo Ambrosi, Rodrigo Martínez, Viviana Muga, Diego Piedrabuena y Gustavo Trungelliti.

[1] Más allá de la crisis. Visión de alumnos y profesores de la escuela secundaria argentina, de Inés Dussel, Andrea Brito y Pedro Núñez (Buenos Aires: Santillana, 2007).

[2] Apegos feroces, de Vivian Gornick (Madrid: Sexto Piso, 2017).

[3] https://www.flacso.org.ar/conversatorio-dialogos-sobre-la-escuela-como-cuestion-publica/

[4] El origen de la palabras. de Damián González Bertolino (Montevideo: Estuario Editora, 2021).

Clubes, sociedades anónimas y deporte en la Argentina

Clubes, sociedades anónimas y deporte en la Argentina

Son pilares del tejido social y el desarrollo comunitario. Sin embargo, su modelo actual necesita modernización frente al avance de las sociedades anónimas deportivas, que podrían impactar negativamente su esencia inclusiva y educativa.

Los clubes sociales y deportivos en la Argentina han jugado un papel central a lo largo de la historia del país, trascendiendo su función como simples lugares de esparcimiento y competencia para convertirse en instituciones claves en la construcción del tejido social. Desde sus orígenes, muchas de estas entidades han sido pilares en el desarrollo comunitario, al generar espacios de encuentro, educación y cultura. En un contexto en el que, históricamente, el Estado argentino delegó en los clubes la promoción y el fomento del deporte, estos han adquirido una relevancia indiscutible como actores fundamentales para el bienestar social y la actividad física, especialmente en sectores populares.

La mayoría de los clubes deportivos en la Argentina operan bajo la figura de entidades civiles sin fines de lucro. Estos clubes han sido responsables, en gran parte, de la formación de miles de jóvenes, brindándoles un sentido de pertenencia y oportunidades de desarrollo en un entorno inclusivo.

Los clubes no sólo desempeñan un rol deportivo, sino que también se constituyen como auténticas «escuelas de vida», donde los valores de trabajo en equipo, disciplina, solidaridad e inclusión social se refuerzan a través de la práctica deportiva. Los clubes trascienden lo estrictamente físico y se convierten en espacios de transformación social.

No obstante, la estructura y el modelo de funcionamiento de los clubes actuales, particularmente frente a los desafíos de un mundo cada vez más profesionalizado, han quedado desactualizados. La necesidad de reformular estos modelos se vuelve urgente, especialmente si se pretende crear políticas públicas que logren adaptar estos espacios a las demandas de un sistema deportivo globalizado y profesional.

DEPORTE SOCIEDAD ANÓNIMA

Uno de los modelos que actualmente se encuentra en debate es el de las sociedades anónimas deportivas (SAD). Este modelo ha sido propuesto como una solución para la modernización de los clubes, al ofrecer nuevas formas de financiamiento y estructuración. Sin embargo, el modelo de SAD plantea riesgos para la esencia social de los clubes deportivos.

Es pertinente preguntarse: ¿qué sucedería con aquellos clubes menos populares, como los que participan en ligas barriales o en pueblos pequeños, si el modelo de SAD prioriza la rentabilidad sobre el desarrollo integral del deporte? Es crucial que cualquier reforma en esta dirección considere no sólo los aspectos económicos, sino también el impacto social y el acceso al deporte como un derecho universal, sin distinciones socioeconómicas. 

Un obstáculo recurrente en el debate sobre la implementación de las SAD en la Argentina es la dificultad para mantener discusiones profundas y consensuadas sobre los temas clave relacionados con el deporte. El país presenta un desafío significativo para pensar en términos de largo plazo y, en lugar de fomentar el diálogo técnico y racional, muchos debates se limitan a posturas polarizadas que dificultan la construcción de acuerdos sostenibles. Este fenómeno es evidente en la discusión y debate sobre las SAD, donde las posturas se simplifican en un «sí» o un «no», dejando de lado la complejidad de los pros y los contras que implica la implementación de este o cualquier otro modelo. La falta de acuerdo entre actores políticos, económicos y sociales sobre el futuro del deporte en el país impide que se avance en una reforma integral y coherente que logre conjugar la modernización del sistema deportivo con el mantenimiento de los valores sociales de los clubes.

Una clave es pensar un programa nacional de apoyo integral a los clubes sociales y deportivos, priorizando a aquellos en zonas vulnerables. Este programa podría incluir incentivos fiscales, además de financiamiento para infraestructura y capacitación dirigida a dirigentes y entrenadores.

TEMA DE DISCUSIÓN

En este contexto, el debate sobre las SAD debe ser abordado de manera seria y bien informada. El documento «Otro destino para los clubes», elaborado por CEMUPRO, ofrece una mirada crítica sobre el futuro de los clubes deportivos en Argentina, destacando los riesgos de un modelo que prioriza la rentabilidad. Este escrito subraya la importancia de pensar en el deporte como un bien público y no como una mercancía. El análisis de las consecuencias sociales y deportivas de las SAD es fundamental para evitar que el sistema deportivo pierda su carácter inclusivo y accesible. El documento está disponible para su descarga aquí.

Con este interés se realizó el I° Encuentro Programático de Políticas Públicas Deportivas, organizado por CEMUPRO y la Fundación Alem. Ambos espacios que se dedican al estudio de políticas públicas, construyeron una valiosa oportunidad para abordar los desafíos que enfrenta el deporte en la Argentina. Este evento reunió a deportistas, dirigentes de clubes y federaciones, académicos y representantes del Estado, creando un espacio para la reflexión y la construcción colectiva. Durante el encuentro, se trataron cuestiones fundamentales como la profesionalización del deporte, la sostenibilidad de los clubes, las políticas públicas necesarias para garantizar el acceso al deporte y la relación entre el Estado y las instituciones deportivas.

El deporte debe ser una herramienta para la inclusión y la integración social, y debe ser diseñado para promover la igualdad de oportunidades para todos. Además, es crucial que se impulse la investigación deportiva y la generación de conocimiento, trabajando conjuntamente con las instituciones académicas para acompañar el crecimiento del sistema deportivo y fortalecer su sostenibilidad.

Una clave es pensar un programa nacional de apoyo integral a los clubes sociales y deportivos, priorizando a aquellos en zonas vulnerables. Este programa podría incluir incentivos fiscales, además de financiamiento para infraestructura y capacitación dirigida a dirigentes y entrenadores.

Asimismo, sería fundamental establecer alianzas estratégicas con universidades y centros de formación técnica para impulsar proyectos de investigación aplicada en el ámbito deportivo, desde la gestión de clubes hasta el desarrollo de tecnologías adaptadas a las necesidades actuales que les permitan generar recursos para su sostenimiento. Estas permitirían no sólo modernizar las instituciones deportivas, sino también reforzar su papel como espacios inclusivos y de transformación social.

Pensar un sistema de planificación deportiva a nivel federal que contemple la articulación entre el Estado, las asociaciones civiles y el sector privado es algo urgente que nos debemos para mejorar el deporte en Argentina.

Carlos Rodríguez: “Hay que ponerse al lado de los trabajadores y trabajar con ellos”

Carlos Rodríguez: “Hay que ponerse al lado de los trabajadores y trabajar con ellos”

Médico, docente y funcionario público, con especialización en medicina del trabajo en la Clinica del Lavoro “Lugi Devoto” -Milán, Italia. Carlos Rodríguez es un referente del Partido Socialista por su labor como Ministro de Trabajo y Seguridad Social de la Provincia de Santa Fe (2007-2011).

En esa gestión puso en marcha la Agenda Provincial de Trabajo Decente, la participación de los trabajadores en salud y seguridad en el trabajo, los programas contra el trabajo infantil, entre otras políticas públicas.

Se desempeñó como Profesor Titular, de Condiciones y Medio Ambiente de Trabajo en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y de Patología del Trabajo en los Cursos de Postgrado de la Facultad de Medicina y la Facultad de Agronomía de la misma universidad, y de la Universidad Tecnológica Nacional.
También se desempeñó como experto de la Organización Internacional del Trabajo, en salud y seguridad en el trabajo, y desarrollo de programas de trabajo decente en Latinoamérica.

Para empezar, queremos preguntarle por los comienzos. ¿Cómo fue su educación?

Sí, me crié en la escuela pública. Hice el primario y el secundario en Adrogué, en el Nacional Almirante Brown, y de allí fui a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, hasta recibirme de médico. Formé parte del consejo tripartito que tenían las distintas Facultades. Y ahí llegué a hacer las primeras armas en materia de política, en este caso universitaria. A posteriori, y por cuestiones de la vida, me interesé en los problemas laborales, y comencé a estudiar la influencia del trabajo sobre la salud. En paralelo entré a trabajar en una fábrica muy importante de Argentina: Olivetti. Ahí entré con la última jerarquía y terminé como jefe del servicio. Por eso, tuve la oportunidad de viajar a Japón a capacitarme. Ahí me dí cuenta de que la medicina del trabajo era algo mucho más amplio de lo que pensaba. Escuchar la experiencia de otros países fue para mí una cosa enriquecedora y que me permitió a la vuelta, entablar discusiones en el ámbito local. Yo ya estaba cursando la especialidad en medicina del trabajo.

¿Cómo fue su primer vínculo con Hermes Binner?

Creo que fue en 1978. Yo me había dado cuenta que hay otra medicina del trabajo posible, no la que me habían enseñado en la Universidad. Por eso me dediqué a hacer la especialidad en medicina del trabajo.
En el exilio en España, descubrí la posibilidad de hacer cosas nuevas. Realmente estoy muy agradecido a los compañeros catalanes que me aceptaron y me permitieron que liderara una cantidad de proyectos. Por ejemplo, la creación de los primeros centros municipales de salud laboral, en los cuales el punto de abordaje era distinto al que se hacía en una empresa, porque partía de la salud y no del trabajo.
Lo cierto es que un día me llaman del Hospital Italiano de Buenos Aires para que dé una charla sobre la experiencia italiana en materia de salud y trabajo. Para esto, yo ya tenía muy estudiado el tema. La persona que me pide dar la charla era Raúl Matera, un dirigente peronista destacado. Y como resultado de esa charla que doy, aparecen quienes estaban en esos momentos dentro del staff del Hospital Italiano, Cloris Elisic incluida, que después fue diputada por el Partido Socialista. Cloris conversó con Binner respecto a mi persona y por eso quiso charlar conmigo.
Con Binner tuvimos una larga conversación sobre cómo veía las cosas. Mi posición era muy anticultural, incluso me traía problemas con los colegas, que hacen medicina al servicio del patrón y no de los trabajadores.
La cuestión es que Binner se entusiasmó mucho con mis ideas respecto al trabajo y a la salud laboral. Y pasados los años, cuando él se instala como dirigente político, me dice que: “si ganamos la provincia de Santa Fe vos sos mi ministro de trabajo”. Y yo le dije: “vos estás loco, yo no puedo”. Y fue así, que el Socialismo ganó la gobernación de Santa Fe en 2007 y me llamaron. Yo realmente no tenía en mi cabeza en esos momentos asumir una tarea de semejante envergadura. Y ahí comencé. Esa es la historia abreviada de todos esos años.

«Binner se entusiasmó mucho con mis ideas respecto al trabajo y a la salud laboral. Y pasados los años, cuando él se instala como dirigente político, me dice que: ‘si ganamos la provincia de Santa Fe vos sos mi ministro de trabajo’. Y yo le dije: ‘vos estás loco, yo no puedo’. Y fue así, que el Socialismo ganó la gobernación de Santa Fe en 2007 y me llamaron».

Además de trabajar en España, también conoció las experiencias de Italia en materia de salud laboral.

La seguí muy de cerca, porque Italia fue innovadora, sobre todo el movimiento obrero italiano, que convirtió el tema de la salud laboral en una cosa propia de los trabajadores. Inclusive con publicaciones muy buenas, había una revista periódica que editaba el movimiento obrero. O sea, la experiencia italiana es muy reconocida, y es la experiencia más interesante que he oído. Y de alguna forma fue para mí la inspiración para hacer cosas propias. A todo esto, cuando finalmente decidí ser ministro de Binner, yo ya era asesor de la Organización Internacional del Trabajo -OIT. Ya había trabajado en varios países, tratando de colaborar en el desarrollo de la salud ocupacional.

¿Qué situaciones recuerda de esos inicios en la gestión de Binner?

La primera gran discusión fue por la participación de los trabajadores en los comités de salud y seguridad del trabajo. Esa fue una lucha que yo había desarrollado muchísimo en la Argentina a nivel nacional. Lo había peleado y siempre perdía con los empleadores. Siempre los únicos que podían participar eran los empleadores y en algunos casos el Estado, nunca los trabajadores.
Antes no había ningún comité. O sea, que era el Servicio de Medicina del Trabajo y de Higiene y Seguridad que marcaba la ley, y los trabajadores eran mudos. La propuesta nuestra era tener comisiones bipartitas que se ocuparan del tema. Cada vez que quisimos imponerlas en el nivel nacional, la UIA -Unión Industrial Argentina-, la rechazaba fuertemente. Entonces uno se preguntará ¿Qué pasó en Santa Fe para que saliera la primera ley de este país en materia de participación de los trabajadores en la defensa de su salud?

«La primera gran discusión fue por la participación de los trabajadores en los comités de salud y seguridad del trabajo. Esa fue una lucha que yo había desarrollado muchísimo en la Argentina a nivel nacional. Lo había peleado y siempre perdía con los empleadores. Siempre los únicos que podían participar eran los empleadores y en algunos casos el Estado, nunca los trabajadores».

Estamos hablando de la ley provincial 12.913.

Exacto. Esa ley fue interesante porque primero tuve que llevársela a la CGT -Confederación General del Trabajo- y a la CTA -Central de Trabajadores de la Argentina. Allí tuve que arreglar algunas cosas porque se oponía a los comités uno de los delegados, me acuerdo que era de una empresa automotriz, porque ellos tenían comité por convenio. Entonces se puso una cláusula en la ley que los trabajadores podían escoger cuando tenían dos posibilidades. Con eso pude arreglar con la CGT y la CTA, se habían entusiasmado de entrada con el proyecto. Entonces ahí viene el gran tema, porque empezaron a moverse los empleadores. Entonces yo acepto verlos, pero antes de verlos, ya con la ley terminada, la presentamos en legislatura. Entonces cuando me vienen con objeciones, les digo que “la ley ya no es mía, vayan a pelear a la Legislatura”. Creo que fue genial, porque por ese proceder tenemos una ley. Dos años después recién pudo la provincia de Buenos Aires sacar una ley, que la usan en el sector público, sobre todo.
Y funcionó bien lo de la ley en Santa Fe, insistí mucho e incluso tomé a mi cargo la capacitación de dirigentes sindicales, cosa que sigo haciendo.

¿Cuál fue el mayor aporte de su gestión en un gobierno Socialista?

Haber puesto en marcha los comités mixtos de salud, higiene y seguridad en el trabajo, fue una de las cosas que a mí me dejó más contento, pero no me quedé solo en eso. Entonces fuimos por la incorporación de Santa Fe a Programas de Trabajo Decente. Por ejemplo, uno de los programas se ocupaba de tomar a los niños de las escuelas, garantizar que asistan a clase y no vayan a trabajar. Son los Centros de cuidado infantil. ¿A raíz de qué venía eso? De lo que sucedía en Coronda, donde era muy común el trabajo infantil en la producción de frutilla. Entonces yo libro una lucha contra el trabajo infantil y logro que se formen pequeños centros en distintos lugares de la provincia, en los cuales se trata de controlar el trabajo infantil.

¿Que significó Hermes Binner en su trayectoria?

Binner era un sujeto distinto. Casi idílico, te diría. Yo te conté parte de la historia. Él te contaría qué pasó con los empleadores para conmigo. Porque iban a quejarse con él. Él jamás me dijo nada. Un buen día me dijo algo al pasar y después, charlando con la secretaria, me contó las veces que habían ido a pedir mi cabeza. Realmente era un tipazo, con una gran calidad humana, aparte del conocimiento técnico, científico. Era un líder real. De esos que uno siempre quisiera tener.

¿Qué mensaje les daría a los jóvenes que hoy hacen política desde la militancia y la gestión pública?

—Yo creo que hay que ponerse al lado de los trabajadores y trabajar con ellos. No se puede ser un iluminado que trabaje sin los trabajadores. Es indispensable tener sindicatos modernos, y aprender de las necesidades, porque vos podés tener toda la razón, pero además tener que tener el conocimiento con qué sostener esa razón. Es indispensable la capacitación en el ámbito sindical.

«Hay que ponerse al lado de los trabajadores y trabajar con ellos. No se puede ser un iluminado que trabaje sin los trabajadores. Es indispensable tener sindicatos modernos, y aprender de las necesidades, porque vos podés tener toda la razón, pero además tener que tener el conocimiento con qué sostener esa razón. Es indispensable la capacitación en el ámbito sindical».

Teniendo en cuenta la postura del gobierno nacional actual ¿hacia dónde tienen que ir las reformas para cambiar el mundo del trabajo?

Primero hay que tener una visión realista, porque lo cierto es que seguramente a través del tiempo las condiciones de trabajo van a variar con las condiciones de producción, que son distintas. Con las nuevas tecnologías hay que adaptar seguramente muchas cosas del derecho laboral, pero con sentido ético y con sentido de protección del trabajador, y no de usufructuar hasta la muerte, ¿no? Es decir, sin ninguna duda, hace falta en ese sentido una cuestión humana.

La dignidad en tiempos de algoritmos

La dignidad en tiempos de algoritmos

El ser humano siempre trabajó. Primero para procurarse alimento y proteger a los suyos, en esencia para vivir. Con sus manos cultivó la tierra y cazó en los bosques; pero un día, la máquina se apoderó de las manos y del tiempo. Llegó la Revolución Industrial y, con ella, el trabajo se volvió cárcel. En fábricas y minas, el obrero dejó de ser hombre para ser pieza.

La opresión parió resistencia. La huelga fue su primer arma genuina y efectiva: los obreros detuvieron las máquinas para recordar al patrón que, sin ellos, el mundo dejaba de girar. Así nació el grito colectivo, y de esos gritos surgió algo nuevo: el convenio colectivo, donde las fuerzas opuestas pactaban treguas y los trabajadores encontraban un espacio común para ser escuchados.

Más tarde, el Estado asumió un rol: no sólo vigilar, también proteger y el derecho del trabajo se fue moldeando como una promesa de dignidad. Porque no se trataba solo de trabajo; se trataba de vida. Con el tiempo, el derecho laboral se volvió derecho humano, y el diálogo entre obreros, patrones y Estado se convirtió en un ejercicio de construcción colectiva, un acto de justicia para que cada día trabajado fuera un paso hacia la libertad.

La opresión parió resistencia. La huelga fue su primer arma genuina y efectiva: los obreros detuvieron las máquinas para recordar al patrón que, sin ellos, el mundo dejaba de girar. Así nació el grito colectivo, y de esos gritos surgió algo nuevo: el convenio colectivo, donde las fuerzas opuestas pactaban treguas y los trabajadores encontraban un espacio común para ser escuchados.

Hoy, en esta nueva revolución de pantallas y cables, el trabajo se oculta, se disfraza, se vuelve nube. Las máquinas ya no echan humo; son invisibles, de código, de ceros y unos; aun así siguen queriendo que el ser humano sea pieza, que sea parte, no persona.

El derecho del trabajo, nacido de huelgas y sueños, se enfrenta al desafío de defender a ese trabajador sin rostro, que vive en horarios que no existen, en oficinas sin paredes, en un tiempo sin relojes. Hoy, como entonces, la lucha sigue siendo la misma: que el trabajo no sea condena, que no nos arranque la vida, que no nos robe los abrazos. Porque el futuro, el verdadero, es aquel donde el trabajo también sueña, donde construye, donde libera.

Esta brevísima historia distorsionada, tejida de luchas, derechos y trabajo, abre la puerta para pensar el tiempo que vivimos, el pulso de nuestro país en esta hora incierta. Hoy, el gobierno juega a desandar lo ganado, disfraza de progreso lo que es retroceso y avanza sobre conquistas con el arma sutil del engaño, manipulando una opinión pública que confía y sin saberlo, es llevada al abismo de lo perdido. En este paisaje de promesas torcidas, el derecho al trabajo y la dignidad vuelven a ser trincheras. Nos toca recordar que cada logro, cada derecho es también una historia de resistencia, que la justicia y la dignidad nunca son regalos sino frutos de la memoria y de la lucha que sigue cada día.

REDISTRIBUIR EL TRABAJO Y LA RIQUEZA: UN HORIZONTE JUSTO PARA LAS PERSONAS QUE TRABAJAN.

La reforma laboral que Argentina necesita no es una simple actualización de palabras: es una transformación que ponga a quienes trabajan en el centro, frente a un modelo que prioriza el lucro y el capital. Se trata de que el progreso beneficie a toda la sociedad y no quede concentrado en manos de unos pocos propietarios y feudos de las Big tech, como bien lo describe Yanis Varoufakis en su libro Tecnofeudalismo.

En un mundo donde las políticas laborales se encuentran en una encrucijada, el socialismo nos recuerda algo esencial: el trabajo no es solo un medio de subsistencia; es el núcleo mismo de la dignidad humana. Mientras el capital financiero dicta el rumbo de las economías globales y nos enfrenta a una crisis de desigualdad alarmante, el socialismo propone una reforma profunda, pensada para quienes sostienen el tejido productivo y social de nuestra Argentina. No es casualidad que esta propuesta llegue en un contexto donde cada vez más trabajadores se ven precarizados, excluidos y, a menudo, desprotegidos.

Mientras el capital financiero dicta el rumbo de las economías globales y nos enfrenta a una crisis de desigualdad alarmante, el socialismo propone una reforma profunda, pensada para quienes sostienen el tejido productivo y social de nuestra Argentina. No es casualidad que esta propuesta llegue en un contexto donde cada vez más trabajadores se ven precarizados, excluidos y, a menudo, desprotegidos.

UNA REFORMA LABORAL PARA EL PROGRESO, NO PARA LA PRECARIZACIÓN

El término “reforma laboral” ha sido manoseado hasta el cansancio por las voces que claman, sin el menor rubor, por “flexibilizar” las relaciones de trabajo. En este uso tergiversado, “flexibilidad” no implica mejores condiciones para quienes trabajan, sino mayor poder para quienes se benefician de su esfuerzo. Para algunos, cualquier cambio hacia adelante es una amenaza, cuando en realidad lo que defendemos es el derecho elemental de los trabajadores a vivir en dignidad. Si de algo debemos “flexibilizarnos”, es de las rigideces mentales que limitan la creatividad y la capacidad de ver el trabajo como algo más que una simple línea de costo.

UNA ECONOMÍA AL SERVICIO DEL SER HUMANO

Nos podríamos preguntar: ¿Para quién es la economía? Y la respuesta es clara: la economía debe servir a las personas, no al revés. Esto es radicalmente opuesto al modelo neoliberal, que promueve la acumulación de riqueza en manos de unos pocos, mientras el resto ve desmoronarse los logros que tanto costó alcanzar. Es una verdad irónica que quienes exaltan las maravillas de la “mano invisible” del mercado suelen olvidar la otra mano, esa que impone condiciones de explotación y recorta derechos ganados.

Frente a esa visión, la propuesta socialista se sostiene en la justicia social y en la igualdad. En lugar de sacrificar derechos, el PS propone la modernización del sindicalismo y la democratización del trabajo, dos pilares para asegurar que el progreso económico se traduzca en beneficios reales para todos los sectores.

TECNOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS: EL DESAFÍO DE LA AUTOMATIZACIÓN

La irrupción de nuevas tecnologías y la automatización del trabajo son una realidad innegable. Ante este avance, hay quienes creen que el ser humano debe adaptarse sumisamente, convirtiéndose en una pieza más de una maquinaria que prioriza la eficiencia por sobre la humanidad. El socialismo ofrece una perspectiva distinta: aprovechar los avances tecnológicos, obviamente, pero con un enfoque que asegure que todas las personas que trabajan, tanto los formales como los autónomos y precarizados, puedan adaptarse y prosperar en este nuevo contexto.

Esto implica establecer políticas de formación continua, donde el Estado, los empleadores y las organizaciones sociales trabajen en conjunto. Porque, en última instancia, la tecnología debería ser una herramienta para mejorar la vida de las personas, no una excusa para despojarlas de sus derechos.

DEMOCRATIZAR EL TRABAJO Y LA ECONOMÍA: EL TRABAJO HACIA LA IGUALDAD

Es evidente que las viejas estructuras ya no bastan. La reforma que planteamos va más allá de mejorar condiciones laborales; busca construir una sociedad donde las decisiones económicas estén guiadas por el bienestar común. Propuestas como la participación en el debate público de las personas que trabajan así como la limitación de los mandatos sindicales son pasos concretos hacia una mayor transparencia y representatividad. La verdadera transformación implica que los trabajadores no sólo sean testigos, sino protagonistas de su destino.

UNA VISIÓN CONTRA LAS REFORMAS REGRESIVAS Y LA BANALIZACIÓN DE LA POLÍTICA

La recientemente sancionada ley 27742 y su reglamentación, que derogan derechos laborales fundamentales, es una regresión no solo peligrosa, sino también anticonstitucional e inconvencional, al violar normas internacionales que protegen los derechos de los trabajadores. Las bases de nuestra Constitución y de los tratados de derechos humanos que Argentina ha suscrito establecen que cualquier cambio debe ser progresivo y no regresivo, protegiendo y ampliando los derechos adquiridos.

Lo más preocupante de este contexto (y no afecta solamente a lo relacionado con el trabajo) es cómo la política se ha convertido en un espectáculo vacío. Transformar el debate público en un desfile de memes y frases superficiales es una falta de respeto a la inteligencia y a la capacidad crítica de la ciudadanía. Necesitamos dirigentes que comprendan la verdadera complejidad de los problemas y que propongan soluciones con la profundidad y el compromiso que nuestra realidad exige.

La recientemente sancionada ley 27742 y su reglamentación, que derogan derechos laborales fundamentales, es una regresión no solo peligrosa, sino también anticonstitucional e inconvencional, al violar normas internacionales que protegen los derechos de los trabajadores. Las bases de nuestra Constitución y de los tratados de derechos humanos que Argentina ha suscrito establecen que cualquier cambio debe ser progresivo y no regresivo, protegiendo y ampliando los derechos adquiridos.

UN NUEVO PACTO SOCIAL: REPARTIR CON EQUIDAD

Una sociedad justa es aquella en la que las personas no solo trabajan para vivir, sino que pueden desarrollarse plenamente gracias al fruto de su trabajo. Frente al avance de la automatización, la reducción del tiempo de trabajo es una de las medidas más efectivas para redistribuir la riqueza generada. Porque repartir no es una palabra sucia, como algunos creen, sino un acto necesario en tiempos de crisis. Repartir mejor el tiempo y la riqueza.

Entendemos que este proceso de redistribución debe involucrar a todos: al Estado, a las empresas, a las organizaciones sindicales y a cada ciudadano.

REFORMA LABORAL, FISCAL Y TRIBUTARIA

En la práctica, adoptar un sistema tributario con aportes progresivos implica estructurar las contribuciones empresariales en función de la capacidad económica y del tamaño de cada empresa, de manera que las pequeñas y medianas empresas (PyMES) se verán aliviadas de una carga impositiva que muchas veces limita su crecimiento.

Por otro lado, las grandes corporaciones, con mayor capacidad económica y recursos financieros, asumirán una carga impositiva proporcionalmente mayor. Esta mirada progresiva no solo apunta a una distribución más equitativa de las cargas tributarias, sino que también busca generar un entorno donde la competitividad y el desarrollo de las empresas no se vean obstaculizados por una estructura fiscal casi oscurantista y uniforme. Las PyMES podrían contar con un régimen de simplificación (como el monotributo para particulares). Las PyMES deben ser nuestras aliadas estratégicas, nadie puede ganar cuando enfrentamos los últimos con los penúltimos.

POR UNA ARGENTINA MÁS JUSTA Y HUMANA

El camino que proponemos es audaz, pero también profundamente humano. Ante las voces que buscan reducir la vida a simples cifras de productividad y eficiencia, de riesgo país, déficit y superávit, el socialismo levanta la bandera de la dignidad y la justicia social. Porque, al final del día, el verdadero progreso no se mide en términos económicos, sino en la calidad de vida de las personas.

Esta reforma, lejos de ser una utopía, es una llamada a la acción para construir una Argentina donde cada persona que trabaja, sin importar su rol o condición, pueda vivir con dignidad y seguridad. Porque un país no es solo una suma de cuentas bancarias; es, ante todo, una comunidad de personas que merecen vivir y trabajar con respeto y libertad.

Para finalizar, los invito a leer el documento que elaboramos junto a un grupo de compañeras y compañeros del PS, nucleados en la comisión de asuntos laborales del CEMUPRO. Donde exploramos en profundidad cada uno de estos temas, debatiendo ideas que pueden marcar el rumbo hacia una Argentina más justa y digna para quienes trabajan. El documento lleva por título: “Hacia un Nuevo Horizonte Laboral – El PS y el futuro del trabajo”.