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Antonio Di Benedetto: el hombre al que debemos leer y soñar

Antonio Di Benedetto: el hombre al que debemos leer y soñar

El progresivo interés en el escritor y su obra ha generado reediciones, homenajes, adaptaciones al cine y jornadas de estudio. Ese escritor de provincias, silencioso y silenciado escribió con un estilo propio e intenso. «Zama» es su novela más consagrada. La premiada escritora mendocina Mercedes Fernández lo conoció con cercanía y compartió años de bohemia y de dolor. Así lo evoca en su centenario.

Antonio Di Benedetto, después del exilio y poco antes de su muerte.

Hablar de Antonio Di Benedetto me retrotrae a un tiempo en el que creí que aquellos que se vivían eran tiempos de felicidad. Después, la vida me mostraría tantos rostros que aprendería (tal vez aún estoy en ese camino) que la felicidad cabe apenas en un suspiro.

Y al evocar esa etapa saltan, secretamente, dos nombres que significaron mucho en mi vida: Antonio Di Benedetto y Ana María Giunta. Dos nombres enlazados, imposibles de separar cuando desentierro del ayer tanto a uno como al otro.

Antonio, Ana y yo disfrutamos, en los años ´70, de un nutritivo aprecio. Y digo nutritivo porque la figura del escritor y periodista que ya era Di Benedetto fue como una especie de pan bueno que nos sirvió a ambas para crecer, para seguir madurando cada una en los diferentes caminos por los que transitamos.

Di Benedetto era en esos tiempos un hombre misterioso y lejano. Con fama de hosco y huraño. Por lo menos así lo describían quienes convivieron laboralmente con él. Pero para nosotras dos, osadas e intrépidas, era un camarada con el que salíamos a cenar dos o tres veces por semana y con quien nos llevábamos de maravilla.

Di Benedetto era en esos tiempos un hombre misterioso y lejano. Con fama de hosco y huraño. Por lo menos así lo describían quienes convivieron laboralmente con él. Pero para nosotras dos, osadas e intrépidas, era un camarada con el que salíamos a cenar dos o tres veces por semana y con quien nos llevábamos de maravilla. Teníamos lugares de preferencia: el restaurant-bar-café de la esquina de Las Heras y 25 de Mayo, hoy Mediterráneo, donde los viernes se realizaban peñas literarias y musicales. Se congregaba allí la bohemia de la noche mendocina. Ese y el Newery eran sitios obligados para recalar a la salida del cine, del teatro o del trabajo de las redacciones. 

Cuando concurríamos a algún acto, función o concierto (no nos perdíamos ninguno, eran tiempos de una voracidad que luego se convertiría en adicción) Antonio se sentaba siempre, siempre, entre las dos: prefería evitar el compartir espacios demasiado cercanos con la gente. Bien conocida era esa especie de fobia social que le endilgaron. Nosotras, casi vanidosamente, lo flanqueábamos, como si eso pudiera haber sido necesario. Compartíamos salidas, actos, obras de teatro (éramos habitués del mítico TNT y no se nos traspapelaba función alguna), las tertulias literarias del MAM, las presentaciones de libros y o charlas en el Hogar y Club Universitario. Los espacios que frecuentábamos eran todos del microcentro mendocino, alrededor del diario Los Andes. Es decir, el microcosmos por el que caminaba él. Y aquellos eran momentos de pequeñas fiestas cotidianas.

Yo había sabido de Antonio Di Benedetto como alguien de quien hablaba siempre mi padre, que trabajaba en el centenario Los Andes donde era linotipista y delegado gremial, secretario general de la FATI y del Sindicato Gráfico de Mendoza. Ese cargo le exigía enfrentarse continuamente con los directivos del diario en el que Antonio era vicedirector. Mi padre fue un gran defensor de los derechos del trabajador, hijo de anarquista, activo miembro de PC en ese momento, de ideas progresistas. Y un verdadero erudito, lo que le valió el respeto de Antonio Di Benedetto. “Ovidio Fernández es una de las pocas personas con la que se puede hablar de todo en este diario”, solía decir. Por eso es que, cuando Antonio me envió una carta en un pequeño papel membretado que aún conservo, ofreciéndome publicar un poema mío en el diario, temblé de emoción, porque ya mi padre hablaba con admiración de aquél hombre al que todos temían y respetaban.

Hablaba muy quedo, casi de forma inaudible

Cuando asustada novata, fui a verlo, con mi Poema Inútil (así se llamaba) sobre mi madre recientemente muerta, conocí a un hombre gentil y amable, que hablaba muy quedo, casi de forma inaudible, como si el aliento se le estuviera terminando en cada frase, obligando a quien le escuchaba, a bajar la cabeza para no perderse una palabra de lo que quería decir. Luego, enseguida, nos encontraríamos en un acto de la SADE y nos acercaríamos con Ana María Giunta (que lo deslumbraría, como a tantos) y nos haríamos compañeros de la noche.

¿Qué hizo que Antonio Di Benedetto, el autor de tanto renombre, se detuviera ante nosotras? No sabría responder. Tal vez fue nuestro entusiasmo, nuestro fervor por las letras en las que incursionábamos ambas, la pasión con la que nos bebíamos cuanto libro salía (cursábamos el mal llamado Boom de la literatura latinoamericano), las charlas cargadas de ingenuidad con la que le solicitábamos opiniones tanto sobre su obra, que bebí casi con adicción, como la de escritores que él traía a Mendoza. Escritores de la talla de Haroldo Conti (gran amigo de Antonio, a quien conocí muy especialmente cuando llegó para presentar del Alrededor de la Jaula, en el Centro Internacional del Libro, que estaba en ese momento en la Galería Tonsa en la rotonda del Cine City), Borges, Moyano, Mujica Láinez, Neruda, Donoso, Marguerite Duras, Sábato, Calvetti y tantos más. Fueron importantes relaciones. Haroldo Conti nos nombra a Di Benedetto y a mí en Los caminos, en ese libro maravilloso, La balada del álamo carolina, en un relato que denominó Homenajes.

En ese tiempo ya Antonio era un escritor del mundo. Ya era uno de los prosistas más importantes del siglo XX. Y había sido condecorado con órdenes internacionales, recibido premios, traducido a muchos idiomas. Y nosotras lo admirábamos, dios, cómo lo admirábamos. Zama, Pentágono, Declinación y ángel (la nouvelle más hermosa, creo de toda su obra), El silenciero, Grot, Mundo animal, El cariño de los tontos, Los suicidas, fueron nuestro alimento, nuestro pan bueno

En ese tiempo ya Antonio era un escritor del mundo. Ya era uno de los prosistas más importantes del siglo XX. Y había sido condecorado con órdenes internacionales, recibido premios, traducido a muchos idiomas. Y nosotras lo admirábamos, dios, cómo lo admirábamos. Zama, Pentágono, Declinación y ángel (la nouvelle más hermosa, creo de toda su obra), El silenciero, Grot, Mundo animal, El cariño de los tontos, Los suicidas, fueron nuestro alimento, nuestro pan bueno, como dije. Porque con estos libros nos acercamos a lo que un autor debe tener: la actitud del escritor, la forma de ver el mundo, la posibilidad de escaparse de esta realidad castradora de todos los días, la ficción fantástica, la raja en el cielorraso para poder volar y dejar la angustia atrás. Luego del horror y la vejación del ´76, vendrían Cuentos del Exilio y Sombras, nada más. Y me atrevo a decir que lamentablemente, Di Benedetto es ahora tal vez más conocido y leído por haber sido víctima de la dictadura (terrible infortunio que lo demolió) aunque ya su obra esplendía antes de los años en los que el cielo se derrumbara sobre nuestro país.

Bueno es recordar, y me sonrío sin quererlo acaso, que junto a Antonio conformamos un grupo secreto, una especie de secta que pocos conocieron: el Grupo Literario Sótano. Esa clase de cenáculo, en el que Ana María y yo éramos una especie de moscas en la leche, funcionaba en calle Montevideo entre 9 de Julio y Avenida España, justamente en un sótano que nos prestaba algún mecenas cuyo nombre nunca supe o que ya no recuerdo. Aquel grupo selecto (no por nosotras, claro) en el que estaban Ricardo Tudela, Vicente Nacarato, Guillermo Petra Serralta, Humberto Crimi, Draghi Lucero, Ramponi, Américo Calí, Bonardel, no funcionó mucho tiempo. Pero era una especie de lugar apartado en el mundo, en el que, entre empanadas, pizza y vino, se debatían ideas, libros, películas. Antonio era la voz directriz sin duda alguna, dado que era él quien decidía los nombres a invitar que repito, no eran muchos. Ahora que lo pienso, escribo estos nombres y pienso que sólo yo quedo de aquellas noches de literatura y vino, noches sin estridencias, sin más que la emoción de hablar, argüir, leer, analizar. Y siento que aquello tal vez fue sólo un sueño. O que nadie ha muerto. O que yo soy quien ya no está. Será cosa de soñarlo, diría Di Benedetto.

Un hombre amado y odiado

Un largo anecdotario de pequeños momentos en verdad, recorre mi memoria y tiene como protagonista a Di Benedetto, el hombre de la voz precisa, lúcida, amable, afilada, pero íntima, porque el tono con el que se expresaba parecía estar dirigido sólo a una, y eso lo hacía distinto. Un hombre amado y odiado, catalogado como una especie de fóbico social, aunque con los amigos fuera una persona entrañable. Y él agradecía ese rótulo que le servía para conformar una especie de círculo difícil de acceder si él no lo permitía.

Di Benedetto con Jorge Luis Borges, a mediados de los ’60.

Hay un momento de aquellos tiempos, que sin duda alguna me marcó. Un cierto anochecer (la bohemia es amiga de la noche y nosotros adorábamos las mesas de los bares iluminadas por la luz artificial) Antonio me dijo: “Mercedes, ¿usted quiere ser escritora?”.

Fuimos muy amigos, lo he dicho, pero jamás nos tuteamos. Era una forma de tratamiento que él disponía y que una sentía le daba un cierto señorío a la relación. Aquella pregunta dio vuelta mi vida. Le contesté que sí, que todo a lo que aspiraba era escribir. Entonces, me dijo, venga al diario, entrará a hacer notas en deportes. Me aterré. Sentí que caía en una de las tantas bromas a las que era muy afecto y de las que hacía gala para congelar al interlocutor con ese espíritu ácido que lo identificaba. Creí que me estaba diciendo que me dedicara a otra cosa. Debió ver mi cara de espanto. Por qué, le dije, si yo sabía que una pelota es redonda porque se dibujaba con un compás, pero que era y aún lo soy, una abúlica física que jamás hizo una actividad deportiva. Sin inmutarse ante mi “impertinencia”, muy seriamente agregó: “Primero, deportes, luego, policiales”. Peor aún: yo era una persona del medio pelo cultural de ese momento, ergo, si tenía que ser periodista alguna vez, debería ser en la sección cultura. Acepté a regañadientes. Conozco, desde entonces, los reglamentos de todos los deportes pues pasé por cada uno de ellos. Comencé trabajando con Rodolfo Braceli en diario El Andino y en Los Andes con Enrique Romero. Luego pasaría a hacer “bolos” en policiales. Y así comenzó mi carrera como narradora. “Porque en esas secciones, usted se acercará a la gente. Y eso la ayudará a usted a llegar a ser, tal vez, una escritora”.

El entusiasmo es la exaltación del ánimo que se produce por algo que cautiva o que es admirado. Para los griegos, “entusiasmo” significa “tener un dios dentro de sí”. Y si tuviera que calificar aquellos años de mi amistad con Di Benedetto, diría que fueron de entusiasmo pleno. Ya luego la vida nos daría a mí, cachetazos y caricias. A él, tortura y humillación, que provocarían el derrumbre como hombre aunque no como escritor.

Alguna vez, él escribió sobre sí mismo: “Soy argentino, pero no he nacido en Buenos Aires. Dios me guarde de tener que vivir algún día en esa ciudad. Nací el Día de los Muertos del año 22. Me gusta la música, especialmente la de Bach y la de Beethoven. Y el ‘cante jondo andaluz’. Bailar no sé, nadar no sé, beber sí sé. Auto no tengo. Prefiero la noche. Preciso el silencio. No hay más que decir sobre mí”.

Sí fuimos entusiastas en ese tiempo. Tiempos de largas caminatas, de largas conversaciones, de largas sobremesas. De recuerdos prolongados en la vaguedad de la memoria. Teníamos a ese dios dentro de nosotros. Inconscientemente tal vez, nos regocijábamos con la ligera idea de que aquello duraría para siempre.

Después, siempre hay un después, sobrevino el infierno que todos conocemos. Y con ese infierno, el terror, la separatidad, el desasimiento, la melancolía, el extrañamiento. Sentimientos claves para entender la literatura del exilio. Elementos que están en la obra de Di Benedetto que él escribiera en el extranjero. Cuentos del exilio y Sombras, nada más, son conmovedores testimonios de lo que el hombre puede hacer del hombre violado en sus derechos. 

Alguna vez, él escribió sobre sí mismo: “Soy argentino, pero no he nacido en Buenos Aires. Dios me guarde de tener que vivir algún día en esa ciudad. Nací el Día de los Muertos del año 22. Me gusta la música, especialmente la de Bach y la de Beethoven. Y el ‘cante jondo andaluz’. Bailar no sé, nadar no sé, beber sí sé. Auto no tengo. Prefiero la noche. Preciso el silencio. No hay más que decir sobre mí”.

Después del exilio

Como una especie de premonición en las que tanto creía entre bromas, terminó su vida en Buenos Aires. Acciones paralelas, contrastes de presencia y ausencia, transfiguración, enjambre de imágenes visuales convergiendo adquiriendo relieves humanos y poéticos. Di Benedetto hombre y Di Benedetto escritor siempre anduvieron hermanándose y desencontrándose. Uno se fue. El otro queda. 

Volvimos a verlo a Antonio Di Benedetto ya con la democracia, cuando pudo volver a Mendoza, en ocasión de un homenaje que se le realizó. Lo vimos acá y en la Feria del Libro en Buenos Aires. También entonces lo flanqueamos con Ana María. Cada una de cada lado. En medio de la multitud desconocida. Sabiendo el horror que le tenía a las aglomeraciones, lo tomamos del brazo y lo acompañamos. Como antes. Pero ya no era aquel hombre de antes. Ya no era el Antonio Di Benedetto seductor, ocurrente, brillante, de las noches mendocinas de antaño. Llevábamos del brazo a un hombre de larga barba gris que tenía esa grisura también en la mirada, en el andar, en la voz. Un hombre que en un momento dado, en medio de una charla del programa de la feria, se inclinó hacia mí y, esta vez sí con el escaso aire que le quedaba, me murmuró casi amablemente al oído: “Mercedes, usted que se quedó en Mendoza, ¿me puede decir si se supo alguna vez por qué me detuvieron?”.

No escribo más. Hay momentos en que evocar me hace mal. Prefiero abrir uno de mis libros predilectos y leer, despejar la oscuridad de haber callado ante aquella pregunta que no supe contestar. Insisto: Declinación y ángel o El abandono y la Pasividad (primer título de la obra), es una de las nouvelles más bellas de Antonio Di Benedetto, en cuya primera página el autor declarara en la primera edición de 1958: “El abandono y la Pasividad está compuesto sólo con cosas, pero no simulándoles vida y lenguaje como en las fábulas. El florero es florero y la carta carta. Si el vidrio y el agua hacen estragos es en función meramente pasiva. El drama humano se halla implícito.”

El drama humano. Cierro la evocación. Ya no están Ana María Giunta ni Antonio Di Benedetto. Habrá que soñarlos.

El trabajo decente de las mujeres en el norte, inclusión y transición justa

El trabajo decente de las mujeres en el norte, inclusión y transición justa

La participación relativa de las mujeres creció. Por un lado, representa un desafío en cuanto a políticas de cuidados. Por otro lado, el empleo minero incluye cada vez más mujeres y diversidades. El litio es una oportunidad para la inclusión laboral con igualdad de géneros en las provincias del noroeste.

En el segundo trimestre de 2022 según un informe del Ministerio de Trabajo Empleo y Seguridad Social la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, es la más elevada de la serie estadística que comienza en el año 2004 (medida para los segundos trimestres de cada año). En efecto, la tasa de actividad de las mujeres (medida para la población de 14 años o más) alcanza al 51,7 por ciento, siendo el valor más elevado de los últimos 18 años. 

La mayor participación laboral de las mujeres se produce en un marco en el que se verifica además el mayor porcentaje de mujeres ocupadas. En el primer trimestre de 2022, el porcentaje de mujeres ocupadas alcanza el 47,7 por ciento, un incremento de 3,4 puntos porcentuales con respecto a la tasa de empleo del 2019, previo a la pandemia, que además había sido el mayor índice hasta ese entonces.

La brecha entre las mujeres y los varones que acceden a un empleo se reduce considerablemente en el último período relevado, y es la menor de toda la serie desde el año 2004. Durante el período 2017-2019, el porcentaje de mujeres que accedían a un empleo era entre un 33 y un 30 por ciento inferior al porcentaje que detentaban los varones. En el segundo trimestre de 2022, la misma relación se reduce a un 28 por ciento.

Menos desempleo femenino

Además, como resultado del mayor crecimiento del empleo en relación a la expansión de la población económicamente activa, se produce una reducción de la tasa de desempleo de las mujeres. En efecto, en el segundo trimestre de 2022, la tasa de desempleo de las mujeres alcanza al 7,8 por ciento. Este valor se encuentra 3,4 puntos porcentuales por debajo de la tasa verificada en el mismo trimestre de 2019 (11,2 por ciento) y es el índice más bajo desde el año 2004. 

Ahora bien, estar ocupada no significa tener un empleo, y tener trabajo no significa que sea pago, es conocido que los sectores productivos altamente feminizados en su mayoría representan actividades de baja remuneración y en muchos casos de precarización, aún con esfuerzos notables de políticas públicas como registradas que fomenta la formalización de trabajadoras de casas particulares, que por cierto ha garantizado que cientos de miles de trabajadoras accedan a la seguridad social y la protección legal en nuestro país, las mujeres en la Argentina acceden al mercado de trabajo con grandes asimetrías, precarización entre otras cuestiones estructurales. Esas desigualdades crecen a medida que nos alejamos del centralismo porteño.

La brecha entre las mujeres y los varones que acceden a un empleo se reduce considerablemente en el 2022.

El Partido Socialista a través de la diputada nacional Mónica Fein, presentó en 8 de marzo del 2022 una iniciativa parlamentaria para la creación de un Sistema Nacional e Integral de Cuidados. Pone el acento en la enorme necesidad de reconocer las tareas de cuidado como una cuestión pública que debe abordarse desde el Estado, para garantizar que no recaigan únicamente en los cuerpos feminizados. Busca que exista una distribución equitativa que permita a las mujeres y diversidades acceder al mercado de trabajo formal en igualdad de condiciones.

Es conocido que el uso del tiempo es diferente entre quienes tienen a cargo las tareas de cuidado. Este factor trae como consecuencia el acceso a trabajos de menores cargas horarias o precarizaciones en contextos donde las mujeres además de “salir a trabajar” debemos ocuparnos del trabajo doméstico, las tareas del hogar y cuidados de personas. El proyecto de ley presentado por el bloque socialista propone entre otros aspectos el monitoreo de políticas públicas que generen equidad en el acceso a empleos formales rompiendo cualquier tipo de barreras.

Hacia un modelo de desarrollo inclusivo con equidad y trabajo decente

Es oportuno preguntarnos entonces qué modelo de desarrollo y crecimiento permite a las mujeres ser incluidas equitativamente al trabajo decente, que a su vez garantice la formación profesional hacia una transición justa. El mundo del trabajo cambia a ritmos acelerados y las mujeres no debemos quedar atrás, también para disputar el mercado de trabajo de mayores ingresos.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) describe la transición justa como el proceso de «hacer que la economía sea lo más justa e inclusiva posible para todos los interesados, creando oportunidades de trabajo decente y sin dejar a nadie atrás». Desde una perspectiva de movimiento laboral, el objetivo de una transición justa, inclusiva y sensible al género, es garantizar que las mujeres puedan obtener buenos empleos en sectores tradicionalmente dominados por los hombres, como la energía, minería y la construcción, entre otros.

Desde una perspectiva de movimiento laboral, el objetivo de una transición justa, inclusiva y sensible al género, es garantizar que las mujeres puedan obtener buenos empleos en sectores tradicionalmente dominados por los hombres, como la energía, minería y la construcción.

Hablamos entonces del futuro del trabajo, el cuidado de la casa común y los derechos de las mujeres en el mismo eje. Y cómo se proyecta para quienes habitamos el norte del país.  La Argentina, Bolivia y Chile concentran más de la mitad de los recursos de litio a nivel mundial. Nuestro país cuenta con el 22% de esas reservas: es el segundo país productor de litio en salmuera y el cuarto a partir de cualquier tipo de extracción.

Las provincias litíferas son Catamarca, Jujuy y Salta, donde la desocupación de mujeres (especialmente entre 18 a 35 años) triplica la media nacional. Una región rica pero sin oportunidades para las mujeres.

Litio como oportunidad de desarrollo sostenible

“¿Cuál es el fin del litio?”, se pregunta un ensayo de la Fundación Rosa Luxemburgo. ¿Transición energética corporativa o transición energética justa? Afirma que “la transición energética popular es un concepto operativo capaz de disponer en un suelo proyectivo común la necesidad de abandonar el perfil extractivista de nuestra región, junto con la paralela necesidad de crear bases industriales, tecnológicas y sociales de un nuevo tipo de desarrollo…”. Concluye en que estamos frente a una oportunidad, para potenciar lo público, cambiar las bases sobre las que se sustenta nuestro modelo político-cultural de desarrollo, pensar la escala de prioridades y los sentidos de lo que hacemos en común.

El litio pone en el centro la cuestión de la transición justa. Es la llave que nos lleva a un modelo de electromovilidad. Nos implica repensar el modelo de consumo y del mundo del trabajo. Abre la posibilidad a nuevos empleos, nuevas unidades productivas. Entonces, ¿hay lugar para las mujeres? ¿Cuál es el rol del Estado en crear las bases industriales y tecnológicas que impliquen la generación de empleos decentes con justicia social y ambiental? ¿Qué aportes podemos hacer desde los feminismos para conciliar las ideas de desarrollo versus depredación ambiental?

Según informe de OIT sobre las Mujeres en la minería hacia la igualdad de género: “existe una gran variabilidad en función de la región: las mujeres representan hasta el 10 por ciento de la fuerza de trabajo en Asia, entre el 10 y el 20 por ciento en América Latina y entre el 40 y el 100 por ciento en algunos países africanos”.

Para que los suelos de sal no se conviertan en techo de cristal, hay que repensar políticas públicas discutiendo el rol de las mujeres y diversidades en el desarrollo económico de las regiones.

En la Argentina, según el informe Igualdad de género en minería, de la Secretaría de Minería de la Nación, el 80,1 por ciento del empleo minero es explicado por 7 provincias. Santa Cruz se encuentra en primer lugar con 9.408 puestos, seguida de San Juan con 5.111 trabajadores mineros. Estas dos provincias acumulan el 39 por ciento del empleo minero total. En cuanto a las provincias de la región NOA (Salta, Jujuy y Catamarca), acumulan 8.878 trabajadores (23,8 por ciento del empleo minero total). Dentro de la región Pampeana aparecen Buenos Aires y Córdoba con 4.279 y 2.184 puestos respectivamente, concentrando el 17.3% del empleo minero total.

En agosto del 2022 se registraron 37.269 empleos en el sector minero argentino, incrementándose en 3.739 puestos en comparación con el mismo mes de 2021. Este crecimiento interanual del 11,2 por ciento fue explicado en mayor medida por la provincia de Salta, que registró en su nómina de trabajadores mineros un aumento interanual del 37,5 por ciento (1.027 nuevos empleos mineros). De estos nuevos empleos 361 correspondieron al rubro de servicios mineros y actividades relacionadas. Detrás le sigue la provincia de Jujuy, con un aumento del 30,4 por ciento (759 nuevos puestos). Las siguientes provincias con mayor crecimiento interanual son San Juan (15 por ciento), Catamarca (14,1 por ciento), Córdoba (6,6 por ciento), Buenos Aires (3,5 por ciento) y Santa Cruz (0,8 por ciento). 

El empleo minero femenino alcanzó los 3.880 puestos de trabajo, lo que representó un 10,4 por ciento del total. El rubro que más mujeres empleó fue el de la producción del litio que en agosto de 2022 ocupó a 475 mujeres (12,2 por ciento del empleo minero femenino) abarcando el 20,1 por ciento.

Para que los suelos de sal no se conviertan en techo de cristal, hay que repensar políticas públicas discutiendo el rol de las mujeres y diversidades en el desarrollo económico de las regiones. En las mesas políticas y sociales, en las empresas y en los sindicatos, necesitamos crear un modelo de desarrollo que genere una industria con tecnología para pasar del modelo extractivista a un modelo de desarrollo asociado a los recursos naturales.

David Alegre: «El consenso antifascista de la posguerra se ha debilitado»

David Alegre: «El consenso antifascista de la posguerra se ha debilitado»

David Alegre es un joven historiador que ya cuenta con una prolífica y destacada obra. Especialista en historia bélica, su trabajo busca echar luz a algunos procesos nodales del mundo contemporáneo. Con él, conversó Salvador Lima para La Vanguardia.

Los imperios modernos no han sido gobernados únicamente por la fuerza. Algún grado de resignación o de colaboración de las poblaciones locales resulta necesario para la administración imperial. A pesar de su breve duración, el Tercer Reich no era extraño a esta lógica. Entre 1940 y 1944, miles de ciudadanos europeos participaron en las políticas nazis de dominación y expoliación de sus propios países, impulsados por sus inclinaciones fascistas e inspirados por los deslumbrantes triunfos de la Alemania de Hitler. Su ascenso y caída estuvieron inevitablemente vinculados a la supervivencia del régimen nazi y componen el tema principal del último libro de David Alegre, Colaboracionistas. Europa occidental y el Nuevo Orden nazi (Galaxia Gutenberg, 2022). Nacido en Teruel, España, en 1988, este investigador y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona profundiza en las experiencias de los colaboracionistas, su universo mental, sus estrategias políticas y sus tormentosas relaciones con los alemanes, incluyendo la creación de unidades voluntarias para la guerra contra la Unión Soviética. Lejos de verse a sí mismos como meros peones, los colaboracionistas creían que una cooperación estrecha y leal con los ocupantes sería la forma más rápida y eficaz de promover sus intereses personales y sus proyectos políticos. Marginados por sus convicciones como traidores y perseguidos por la Resistencia, terminarían firmando un pacto de sangre con los ocupantes, contribuyendo al saqueo de sus países y empujando a sus comunidades al borde de la guerra civil.

¿De dónde surge tu interés por el fenómeno de la colaboración en la Segunda Guerra Mundial?

Siempre he pensado que la historia debe servir para abordar las grandes cuestiones sobre la naturaleza humana y sus interacciones dentro de una comunidad específica. En otras palabras, la historia debe ser ambiciosa y abordar temas que consideren lo local, lo nacional y lo global. El colaboracionismo fascista permite tal complejidad. Sucedió a diferentes escalas y en un contexto de violencia extrema en Europa. Fue un momento de ruptura de los equilibrios sociales, culturales y políticos dondequiera que ocurriera la ocupación alemana, o sus movimientos aliados llegaran al poder. Por lo tanto, tratar de entender cómo los individuos y los grupos reaccionaron a tales experiencias traumáticas, como la invasión, las purgas y la agitación de la guerra, podría traer diferentes perspectivas sobre el comportamiento social y personal en contextos extremos.

¿Quiénes fueron los colaboracionistas nazis de la Europa ocupada?

Eran parte de un colectivo muy variopinto, dentro del cual había muchos perfiles diferentes. Los partidos u organizaciones fascistas que en 1939/1940 optaron por la colaboración con los ocupantes nazis sufrieron un fuerte drenaje de sus militantes en ese mismo momento. Después de todo, el núcleo ideológico de estos partidos era una forma de nacionalismo de extrema derecha, un rasgo que define al fascismo como una cultura política. Sus proyectos buscaban la grandeza y la expansión nacional a través de la violencia. Por lo tanto, a partir de 1940, la mayoría de estos militantes nacionalistas en los Países Bajos, Bélgica, Francia y Escandinavia no podían apoyar a unas organizaciones cuyos liderazgos habían optado por ayudar a una potencia ocupante, incluso si estaban de acuerdo con la ideología nazi en muchos aspectos. Ese espacio dejado por los miembros originales fue tomado por oportunistas de última hora, escaladores sociales que no tenían ningún apego ideológico a la causa fascista. Buscando riqueza, poder e influencia, muchos de ellos terminaron por politizarse extremadamente, hasta el punto de ofrecerse como voluntarios en el Frente Oriental. Después de todo, en 1940, el Tercer Reich parecía marchar hacia la victoria total, por lo que muchos jóvenes en los países ocupados vieron la colaboración como una oportunidad para participar en una campaña gloriosa.

Dicho esto, lo que pretendía con este libro era encontrar una definición adecuada del colaboracionismo. La colaboración podía abarcar diferentes actitudes y reacciones. De hecho, hay muchas maneras, pasivas o activas, de convivir con la ocupación y no todas ellas tienen fines políticos. Si no consideramos estas diferencias estaríamos acusando a muchos individuos o grupos, que solo intentaban sobrevivir, de ser colaboradores. Especialmente las mujeres. Muchas viudas o mujeres solteras de los territorios ocupados no tuvieron otra opción que buscar la protección de funcionarios o militares alemanes, casándose en algunos casos con ellos, para estar a salvo de la violencia masculina y tener medios de vida. ¿Eso es colaboración? Creo que no, al menos no desde un punto de vista político. Es supervivencia.

«En los países ocupados, las agencias de la policracia nazi preferían trabajar con las élites socioeconómicas, como los industriales y los partidos conservadores, en lugar de con los partidos fascistas. Esto parece contradictorio, pero tiene su lógica. Los nazis eran prácticos. Debido a su legitimidad social, estatura política y recursos económicos, las élites tradicionales tenían mucha más credibilidad dentro de sus sociedades y podían ser aliados confiables con los incentivos adecuados».

¿Qué otras formas de colaboración o convivencia para con la ocupación encontramos en la Europa ocupada?

Está la cuestión de la colaboración económica, la cual no pude abordar de manera profunda en el libro ya que se requiere otro tipo de herramientas intelectuales y de investigación y, sobre todo, mucho espacio y tiempo para tratarla. A modo de ejemplo, en Francia, las grandes industrias siguieron trabajando bajo la ocupación alemana y con el régimen de Vichy. Si algunas de ellos tuvieron fluctuaciones en su rendimiento y productividad, fue debido a las necesidades cambiantes de la máquina de guerra alemana, no a formas de «resistencia económica». Más tarde, durante las purgas de 1944, los industriales franceses justificaron su colaboración como una forma de evitar que el tejido industrial francés fuera desmantelado y reubicado en Alemania, junto a miles de trabajadores franceses.

Este caso es un buen ejemplo del tipo de colaboradores que los nazis buscaban. En los países ocupados, las agencias de la policracia nazi preferían trabajar con las élites socioeconómicas, como los industriales y los partidos conservadores, en lugar de con los partidos fascistas. Esto parece contradictorio, pero tiene su lógica. Los nazis eran prácticos. Debido a su legitimidad social, estatura política y recursos económicos, las élites tradicionales tenían mucha más credibilidad dentro de sus sociedades y podían ser aliados confiables con los incentivos adecuados. Por el contrario, los partidos fascistas eran vistos como unas organizaciones extremistas y marginales de carácter casi mafioso. Por esta razón, los fascistas locales se toparon sistemáticamente con el desprecio de Himmler. Además, las prioridades nazis eran cambiantes y su método de ocupación no era un sistema perfecto. Cada agencia nazi tenía sus propios funcionarios y ambiciones y tendían a competir entre ellas por el poder y el dinero. La relación entre la Wehrmacht y las Waffen SS no era armónica. Esto trajo diferentes ventanas de oportunidad para los colaboradores inteligentes, pero también hizo que la colaboración en sí fuera una empresa muy difícil, dadas las tendencias fluctuantes y la corrupción de las autoridades alemanas. Como resultado, hubo un ambiente de desconfianza y competencia entre los colaboracionistas, que no tuvieron más remedio que intensificar sus actitudes fascistas si querían ser respetados por los ocupantes.

Hablaste de las preferencias de las agencias nazis, pero ¿cuál fue la actitud de las elites de cada país frente a la ocupación?

Para las élites tradicionales, la colaboración con los alemanes era una forma de garantizar la continuidad de sus naciones, evitando la anexión total, así como una herramienta para fortalecer sus mecanismos de control económico y social. Este es un punto muy importante, ya que lo que demuestra la colaboración de las élites sociales y de los partidos de derecha es hasta qué punto el fascismo realmente existente se basaba en los grupos contrarrevolucionarios tradicionales. Estos pueden no haber compartido todos los métodos e ideas violentas de fascistas, pero, en general, compartían el mismo anticomunismo furioso y opiniones reaccionarias sobre la sociedad y la política democrática. Basta ver el proceso de crecimiento del Partido Nacionalsocialista. El partido había sido una organización marginal hasta que las élites económicas alemanas se dieron cuenta de que ofrecía una forma alternativa y no democrática de ganar el poder. Esta observación es crucial para España, donde el debate sobre el carácter fascista del régimen de Franco aún sigue abierto. Si la construcción de un régimen fascista dependió en gran medida de la agregación de las élites tradicionales y los sectores contrarrevolucionarios, entonces es legítimo preguntarse si el Estado franquista fue parte de la familia fascista. Después de todo, así lo interpretó el propio Mussolini.

Ya que mencionas a Mussolini, ¿por qué elegiste dejar afuera de tu estudio al caso italiano? El libro es de una amplitud notable. Has abordado la historia de los colaboracionistas en Francia, Bélgica, Holanda, España y los países escandinavos, lo cual habla de un enorme trabajo de archivo e historiográfico de tu parte.

Este libro ha sido un gran desafío. La versión final fue el resultado de muchos años de maduración personal como historiador. Mi intención fue combinar la experiencia específica del colaboracionismo en cada país con el movimiento transnacional fascista en su conjunto. El problema es que, para abordar el tema con esta ambición, la historia de la Italia fascista es extremadamente compleja y particular. Su posición era muy diferente al resto de Europa. En primer lugar, fue el lugar de nacimiento del fascismo. No fue un país ocupado, sino más bien un aliado de la Alemania nazi, al menos hasta 1943. En este año, surgieron focos de poder alternativo contra el estado italiano y se intensificaron los enfrentamientos entre partisanos y fascistas, al tiempo que se producían los desembarcos aliados. La misma dinámica de la República de Saló no es fácil de explicar. En conclusión, es un caso que diverge ampliamente sobre los otros casos nacionales que incluí en un libro que ya es suficientemente complejo y largo. Después de todo, cada investigador debe elegir dónde trazar la línea de su investigación, es imposible y desaconsejable cubrir todo. Dicho esto, hay excelentes trabajos académicos sobre la experiencia fascista italiana y sus colaboradores, como es la investigación del historiador italiano Claudio Pavone.

¿Qué desafíos implicó la inclusión de España en tu libro? Después de todo, el estado franquista no participó en la guerra, ni fue ocupado o invadido.

Ha sido una de las grandes luchas de la academia española para llevar a nuestro país a la tradición historiográfica sobre el fascismo y la Segunda Guerra Mundial. Es necesario erradicar ese estereotipo sin sentido sobre la excepcionalidad de España en la primera mitad del siglo XX. La excepcionalidad española comienza en 1945: cuando los regímenes fascistas se derrumbaron en Europa, la España franquista permaneció viva durante treinta años más. La historia española de la época fascista es atlántica, europea y mediterránea, por lo que no podemos descartar sus conexiones con los países ocupados, Italia y Alemania. Debemos integrar plenamente a España en el contexto de violencia y agitación política de los años 30 y 40, no solo considerando la Guerra Civil Española, sino también el movimiento transnacional de la Resistencia, la inspiración fascista de Falange, la postura de Franco ante la guerra y la participación militar española en el Frente Oriental. Además, no cabe duda de que nuestra Guerra Civil fue un punto de inflexión en la evolución del fascismo y su proceso de radicalización. Italia y Alemania colaboraron con el Ejército rebelde y el régimen militar resultante adoptó, inicialmente, algunos de los principios fascistas. Por otro lado, la Segunda Guerra Mundial tuvo una profunda influencia en la sociedad española. También fue un tema principal para la solidaridad y las redes políticas del catolicismo nacional español y los cuadros de Falange, y dio al Ejército la posibilidad de colaborar en la lucha contra la Internacional Comunista.

«En retrospectiva, la guerra germano-soviética es crítica para entender el desarrollo posterior de la extrema derecha. La experiencia de los voluntarios en el Frente Oriental es el gran mito narrativo y fundacional de los partidos neofascistas y ultranacionalistas en las democracias europeas. La guerra contra la Unión Soviética fue el gran argumento esgrimido por grupos ultraderechistas de todos los países europeos, durante la Guerra Fría, para justificar su legítimo lugar en la alianza anticomunista occidental».

Precisamente, la lucha contra el comunismo y la guerra Germano-Soviética son una sombra que sobrevuela toda tu obra. ¿Cuál fue el significado ideológico y espiritual del Frente Oriental para los nacionalistas de extrema derecha en la Europa Occidental?

En 1941, en el campo fascista, no había duda de que la victoria alemana en Rusia sería rápida y gloriosa. Así, miles de colaboracionistas europeos se apresuraron a alistarse en las unidades de voluntarios de las Waffen SS. Fue la oportunidad de demostrar su compromiso con la causa alemana y de ganar una nueva influencia política en sus propios países y ante las agencias nazis. Sin mencionar las expectativas de aventura que la Cruzada antibolchevique inspiró en todos estos grupos ultranacionalistas. Al lado de estos idealistas, estaba también el elemento clásico de toda fuerza militar voluntaria en la historia: mercenarios, trabajadores desempleados o insatisfechos, fugitivos de la justicia y otros marginales. Además, las Waffen SS necesitaban más soldados. Por lo tanto, el proceso de alistamiento e instrucción de los voluntarios a la guerra germano-soviética fue demasiado rápido y mal preparado. Como regla general, los cuadros alemanes subestimaron la fuerza militar soviética y pensaron que los voluntarios extranjeros tendrían la oportunidad de convertirse en soldados experimentados durante la campaña.

En retrospectiva, la guerra germano-soviética es crítica para entender el desarrollo posterior de la extrema derecha. La experiencia de los voluntarios en el Frente Oriental es el gran mito narrativo y fundacional de los partidos neofascistas y ultranacionalistas en las democracias europeas. La guerra contra la Unión Soviética fue el gran argumento esgrimido por grupos ultraderechistas de todos los países europeos, durante la Guerra Fría, para justificar su legítimo lugar en la alianza anticomunista occidental. La participación española con la División Azul es el ejemplo paradigmático. En la década de 1950, cuando los últimos prisioneros de guerra españoles fueron liberados por la Unión Soviética, la propaganda franquista sobre la División Azul se hizo más presente que nunca en la opinión pública española y la cultura popular. Para el régimen de Franco, enfatizar la Cruzada en el Frente Oriental fue una forma de señalar que España ya había luchado contra los soviéticos, ha estado en la vanguardia europea en la lucha contra la invasión asiático-comunista, por lo que era pleno miembro del bloque cultural occidental y de las potencias atlánticas. En el resto de las democracias de Europa occidental, los partidos de derecha, integrados por ex fascistas y veteranos del Frente Oriental, utilizaron la misma narrativa para subrayar su legitimidad como actores políticos.

Siguiendo el hilo de tu historia, uno concluye que la colaboración, la Resistencia y las eventuales purgas tuvieron una influencia capital en la organización de la Europa de la posguerra y sus culturas políticos. ¿Te parece que este pasado sigue incidiendo hoy en los debates de las democracias europeas?

Yo diría que ya no. Ha pasado mucho tiempo y la vieja generación de la guerra ha desaparecido. La Segunda Guerra Mundial y la experiencia fascista son casi prehistoria para el público en general. Por otro lado, el mito de la posguerra en torno a la Resistencia y la lucha antifascista ha sido desacreditado hace ya muchas décadas. Durante años, el “resistencialismo”, es decir, la idea general de que la mayoría de la población se opuso a la ocupación nazi al unirse a la Resistencia o a las fuerzas aliadas, fue muy popular y se integró plenamente en las narrativas nacionales de cada país. Era una manera de lidiar con el pasado traumático y de restaurar la autoestima nacional. Después de todo, lo que la ocupación y la colaboración nazis habían revelado era la debilidad de la nación, ese ídolo esencial e incuestionable del siglo XIX que constituía el núcleo de la cultura política europea del siglo XX. Los colaboracionistas demostraron que la nación no es una esencia natural que garantice la cohesión social armónica, rompieron la creencia popular en ello. Esa fue la razón de la extensión de las purgas de colaboracionistas políticos, como una manera de borrarlos de la historia, y la necesidad de reconstruir el tejido social con el mito que rodea al movimiento de resistencia y la guerrilla partisana. Sin embargo, desde la revolución cultural de 1968, la nueva generación de baby boomers ha desafiado las lecturas convencionales construidas por la generación de sus padres. La recesión económica de los ’60 y la crisis internacional producida por la lucha anticolonial en Vietnam y Argelia hizo que muchos estudiantes y trabajadores comenzaran a ver el orden de posguerra como un fraude que no había cambiado los vicios esenciales del sistema. El resultado fue el fin del mito de la resistencia y la revisión de la experiencia fascista a través de diferentes perspectivas. Después de todo, nos guste o no, el fascismo forma parte de la historia europea. Por ello, una nueva generación de historiadores se dio cuenta de que no podían seguir ocultándolo en sus historias nacionales. Esto significó una necesaria renovación de las líneas de pensamiento y estudio sobre el fascismo, la guerra y las purgas.

Ahora bien, las sociedades europeas han cambiado radicalmente desde entonces, por lo que han acumulado nuevos problemas. La derecha y la izquierda también se han adaptado a la nueva era, remodelando sus programas y discursos a temas modernos. Ya nadie recuerda lo que es estar bajo un régimen fascista. Por lo tanto, el consenso antifascista de la posguerra se ha debilitado. Si a eso agregamos el lento agotamiento del Estado de Bienestar y del modelo económico asociado a él, se comprende la expansión del electorado de extrema derecha como «voto de castigo» contra un sistema que ya no ven como una garantía de progreso social. Dado el crecimiento de unos partidos que no temen sacudir los viejos consensos y reivindicar elementos del pasado fascista, considero que es crucial entender la historia de la colaboración de los europeos de los países ocupados. Solo así podemos desentrañar los mitos fundacionales de la extrema derecha moderna y comprender su naturaleza y aspiraciones en perspectiva histórica.

QUIÉN ES

David Alegre Lorenz (Teruel, 1988) es Doctor Europeo en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona con la tesis titulada Experiencia de guerra y colaboracionismo político-militar en Bélgica, Francia y España bajo el Nuevo Orden (1941-1945). Desde el año 2014 es coeditor de la Revista Universitaria de Historia Militar, un espacio de encuentro transatlántico para el análisis y el debate donde se promueven los estudios de la guerra.

Ha realizado estancias de investigación en Alemania y ha publicado diversos trabajos sobre los estudios de la guerra, la identidad del combatiente, la experiencia de guerra y el fascismo, todos ellos centrados por lo general en la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial y sus posguerras. Ha publicado los libros Bajo el fuego cruzado: los voluntarios franceses en el Frente del Este (2015); La batalla de Teruel. Guerra total en España (2018) y, en colaboración, Europa desgarrada. Guerra, ocupación y violencia, 1900-1950 (2018).

Arturo Illia, un político molesto

Arturo Illia, un político molesto

Un hombre de convicciones, presidente en tiempos de proscripción y violencia. Honesto y austero, pero también mucho más. Santiago Navarra reivindica, a 40 años de su fallecimiento, a Arturo Umberto Illia.

Arturo Illia resultó ser un político molesto en muchos sentidos. Tal vez atrevido, aunque él no lo aceptaría.

En el actual contexto de nuestra política nacional, alguien que acepta cumplir con lo propuesto en su campaña, sale de lo común. Y es ahí donde aparece la primera diferencia, la primera «molestia». En sus poco más de dos años y medio de gobierno, Illia trazó una marca que debería habernos marcado a fuego. Pero no fue así.

En su campaña proselitista, no solo propuso dar marcha atrás con los contratos petroleros firmados en la presidencia de Frondizi así como también prometió declarar los medicamentos como bienes sociales, sino que además levantó la proscripción del peronismo a dos días de haber asumido. Tres promesas de campaña, tres logros indiscutibles.

No sólo eso, le dio impulso a la educación (casi el 25% del presupuesto) y nombró a cargo del área educativa a una mujer que era lesbiana (todo un acto revolucionario en esa época). Consiguió uno de los índices de alfabetización todavía poco superados.

También consiguió una victoria diplomática en las Naciones Unidas respecto de la soberanía sobre las Malvinas. Como si fuera poco, fue el primer presidente en comerciar con la China comunista de Mao y hablar de un «Mercosur», cuando nadie lo soñaba siquiera.

En su campaña proselitista, no solo propuso dar marcha atrás con los contratos petroleros firmados en la presidencia de Frondizi así como también prometió declarar los medicamentos como bienes sociales, sino que además levantó la proscripción del peronismo a dos días de haber asumido. Tres promesas de campaña, tres logros indiscutibles.

Debemos aclarar que sólo había logrado el 25% de los votos en tiempos de proscripción y a lo largo de su presidencia tuvo que enfrentar alrededor de doce mil tomas de fábricas por parte de un sindicalismo furioso, embanderado en la propuesta de «peronismo sin Perón».

Pero, esta la Argentina que se debate entre la impunidad y la corrupción, que ha hecho del amiguismo y la falta de méritos una bandera, las férreas decisiones y el coraje de don Arturo Illia para cumplir con lo prometido, no iban a congeniar nunca.

En el país de «no me acuerdo», en el que nadie es responsable, ser auténtico es un pecado. Y así lo pagó Illia.

Mientras lo estaban desalojando de su despacho, su mujer se debatía entre la vida y la muerte en una sala de cirugía, en Estados Unidos, viaje y operación costeados mediante la venta del automóvil particular de la familia Illia.

¿Era posible una Argentina para don Arturo? No. Nunca estamos preparados para la buena gente, incluido este político ejemplar.

Pasó a ser un mito. El ex presidente sin guardaespaldas. El que nunca quiso la jubilación que le otorgaba por Ley el Congreso, ni cuando Cámpora se la quiso dar por decreto. El presidente «viejito y bueno».

La historia oficial nos lo vende como eso, pero don Arturo fue mucho para un país que quiere soluciones inmediatas, que acepta líderes que regalan todo con dinero que no es de ellos, que acepta dádivas en vez de buscar ser mejor.

Y acá, justamente acá, es donde Illia nos pega duro y fuerte: ¿Somos capaces los argentinos de querer un país de verdad, a la altura de las grandes potencias, o queremos ser un país mediocre, donde todo sea clientelismo?

La bisagra que abrió las puertas en la presidencia  de Illia, difícilmente se pueda volver a girar. Llevamos mucho tiempo dejando que los mediocres nos gobiernen y eso es un costo altísimo en la dura competencia mundial. Escribí Arturo Umberto Illia. El hombre necesario para mostrar una cara distinta de la actividad política.

A lo largo de casi sesenta años, se guardaron los discursos parlamentarios de Illia cuando era diputado nacional y defendía a sus colegas exonerados por el entonces presidente Juan D. Perón. También se pasa por alto y se busca olvidar que era seguido y vigilado permanentemente por la policía. Todo esto que, aclaro, es para poner en foco la actitud tomada por el líder radical cuando fue electo presidente.

Como dice Pablo Gerchunoff en Alfonsín. El planisferio invertido (EDHASA, 2022), “necesitamos un liderazgo que capture el espíritu de la época, del potencial que tiene la Argentina para construir que lo sepa comunicar…”. Entonces, no es raro que sean requeridos por las nuevas generaciones libros y películas referidas a revisar nuestra historia y quiénes tuvieron actuaciones destacadas.

Generaciones que se preguntan por qué los argentinos somos de una o de otra manera y tendemos a repetir los errores: Illia enfrentado a los sindicatos; Alfonsín enfrentado a los sindicatos y cualquier otro gobierno que no sea del signo partidario afín a los sindicatos, tiende a ser enfrentado por los movimientos sindicales. Una historia repetitiva e incómoda. Illia enfrentó a las corporaciones (petroleras, sindicales, farmacéuticas, militares).

Entonces, ¿vivimos los argentinos en una realidad cíclica, repetida y difícil de modificar? Muchos necesitan de líderes que hagan las tareas que el pueblo no es capaz de hacer. Una realidad tergiversada y utilizada por personajes políticos adictos a la manipulación.

Arturo Illia desechó la posibilidad de utilizar los medios de comunicación para comunicarse con la ciudadanía: “una Nación está en peligro cuando su presidente habla todos los días y se cree la persona más importante del país”, fue una de sus frases preferidas. Mostró que su obsesión era gobernar supeditado en todos sus actos a la Constitución Nacional. Otra suprema molestia por parte de Illia a la normalidad de la política.

Arturo Illia y Raúl Alfonsín, mostraron signos de cambio y eran de alguna manera, estadistas necesarios. Ambos pecaron de ingenuidad al creer que esas mismas corporaciones que permitieron su ascenso en la política, los dejarían gobernar. Esas corporaciones que, al fin y al cabo, boicotearon muchas de sus iniciativas.

Buscando revalorizar los actos de gobierno producidos en el período que le tocó ejercer la primera magistratura del país es un intento de mostrar que otro tipo de formación política es posible en nuestro país. Reivindicar la actitud y la actividad gubernamental de Illia, es casi obligatorio para entender nuestra realidad actual.

El tren de la historia rara vez permite a los países equivocarse en cuanto a la toma de su rumbo. En el caso de la Argentina, todas estas interrupciones a los procesos democráticos, la toma de poder por parte de las corporaciones actuando de acuerdo a sus propios intereses en vez de favorecer a las mayorías postergadas, manifiesta a las claras la poca imaginación de los líderes políticos.

Arturo Illia y Raúl Alfonsín, mostraron signos de cambio y eran de alguna manera, estadistas necesarios. Ambos pecaron de ingenuidad al creer que esas mismas corporaciones que permitieron su ascenso en la política, los dejarían gobernar. Esas corporaciones que, al fin y al cabo, boicotearon muchas de sus iniciativas.

No es casual entonces que se busque información sobre los dos exponentes del radicalismo más importantes de las últimas décadas, para encontrar respuestas a preguntas tales como el porqué de los fracasos constantes en materia de formación política y ciudadana. Ojalá que la historia en algún momento deje de repetirse, por el bien de las generaciones futuras.

Intenté retratar la realidad de un país que hace sesenta años tenía el mismo Producto Bruto Interno que Japón. Hoy, está en el podio respecto a la inflación, sospechas de corrupción, acomodos políticos y futuro incierto. La época actual, condicionada por la tecnología en extremo, debería permitirnos evolucionar constantemente revisando el pasado.

Manuel DeLanda: pensar lo social desde sus ensamblajes

Manuel DeLanda: pensar lo social desde sus ensamblajes

Inscripto en el nuevo materialismo, Manuel DeLanda se propone revolucionar la teoría social y sus categorías. Su obra: abigarrada, compleja, incómoda, es analizada por Tomás Carrozza para La Vanguardia.
Manuel DeLanda: escritor, artista, programador, cineasta, ensayista, filósofo.

DELANDA: ANTROPOCENO Y NUEVO MATERIALISMO

Manuel DeLanda es un autor de origen mexicano, ante todo, inclasificable: escritor, artista, programador, cineasta, ensayista, filósofo. Su obra, tan prolífica como diversa, se ha publicado en su mayoría en inglés. Tras la edición en español de Mil años de historia no lineal (1997), la muy interesante editorial Tinta Limón ha decidido dar a conocer Teoría de los ensamblajes y la complejidad social en 2022. Ciertas reseñas (o comentarios “críticos”), como la que aquí proponemos, requieren un tiempo de reflexión respecto de la obra escogida y este es el caso por antonomasia. El autor nos invita una reflexión lúcida e innovadora respecto de cómo pensar la organización social, pero en una obra cuya densidad y recodos requiere algunas aclaraciones previas.

Esta obra, es posible ubicarla en los denominados “nuevos materialismos” encarnada en autores como Harman, Meillassoux, Morton, entre otros. Así, es central situarnos en un espacio en donde todas las entidades tienen influencia en el desempeño de nuestras sociedades. Las “ontologías planas” privilegian un enfoque donde nociones clásicas como “naturaleza” y “cultura” se disuelven y en donde desde distintas perspectivas se requiere pensar que no existe mundo posible sin la participación de lo humano y no-humano.

Estos análisis, vienen a contribuir con elementos en dos planos. Por un lado, situarse en un espacio diferente al posmodernismo (aunque en muchos casos se los sitúe en forma similar) y generar elementos que permitan análisis estrictos pero novedosos. Esto no implica que no estén exentos de tensiones o controversias y, en muchos casos, se emparenten al ya afamado “affaire Sokal”. Por otra parte, parten de una emergencia y una premisa sumamente clara: más allá de los avances concretos del conocimiento científico-técnico y su innegable aporte a la mejora de las condiciones de vida, existen un conjunto de elementos que requieren ser repensados tanto a nivel del papel que ha tenido ese conocimiento en las relaciones de poder globales, su aporte a las problemáticas de la explotación de recursos naturales y, sobre todo, las limitaciones de la llamada “interdisciplina”. 

En este sentido, entre las cuestiones que emergen en el contexto de estos análisis es la noción de antropoceno. Esto es, un nuevo periodo geológico definido por el impacto de las actividades humanas sobre la superficie terrestre y con diagnósticos en extremo negativo sobre el futuro de las sociedades en nuestro planeta. Esta era tiene como principal impulso los procesos de extracción de materias primas y recursos naturales los que, aunque en una versión renovada, replican los esquemas centro-periferias desarrollado hace décadas por las teorías económicas.

Más allá de los avances concretos del conocimiento científico-técnico y su innegable aporte a la mejora de las condiciones de vida, existen un conjunto de elementos que requieren ser repensados tanto a nivel del papel que ha tenido ese conocimiento en las relaciones de poder globales, su aporte a las problemáticas de la explotación de recursos naturales y, sobre todo, las limitaciones de la llamada “interdisciplina”. 

Cada proceso requiere la generación de una base cognitiva que permita su despliegue y, en este caso, una parte importante de los sistemas de generación de conocimiento juegan un papel central en profundizar estos procesos. Así, como fue tratado hace tiempo en esta misma revista, las preguntas sobre los conocimientos necesarios para los diferentes modelos desarrollo sigue vigente. Existen numerosos ejemplos, igualmente, de búsquedas de alternativas y discusiones serias sobre modelos alternativos en numerosos campos de conocimiento, así como también en las instituciones que dirigen las políticas de Ciencia y Tecnología.

La otra dimensión, derivada de las previas, es el papel del “inter” y “transdisciplinar”. Ambas cuestiones, propuestas desde hace tiempo como la forma en la que se deben pensar la producción de conocimientos se asocia hoy en día más a eslóganes y falsas articulaciones que a la emergencia de nuevas formas de conocimiento y diálogo real entre los diferentes campos disciplinares.  Así, en este contexto, varios autores plantean no solo críticas sino modelos alternativos concretos para pensar, no solo los problemas, sino algunas posibles soluciones. Como ha referido Bruno Latour (uno de los impulsores de estas discusiones) no se trata de negar la validez del conocimiento y actual o pensar en lógicas “seudocientíficas”, sino en comprender como reformular las bases de producción desde otras miradas igualmente robustas.

Sobre todo el conjunto de discusiones y las numerosas propuestas existe una parte de estos autores que hacen hincapié sobre todo ese conjunto de entendidas denominadas “no-humanas”. Las que, inicialmente, son aquellas sobre las que la ciencia y técnica “moderna” trabaja. Numerosos interrogantes son planteados sobre el papel de éstas en el desarrollo de las sociedades, el tipo de articulación que habido con las mismas, sus capacidades de “agencia”, entre otras cuestiones.

PENSAR LOS ENSAMBLAJES DE LO SOCIAL

En este sentido Manuel DeLanda, en su obra Mil años de historia no lineal (Gedisa, 1997) nos acerca una aproximación novedosa respecto de las formas de comprensión de estos objetos. Las escalas temporales tienen un papel central en “descentrar” a lo humano como forma principal de entender los fenómenos. Como el autor desarrolla a lo largo del libro, pensar las escalas temporales de otros objetos (como rocas o microbios) da lugar a perspectivas que permiten entender el papel de estos objetos en el desarrollo de las sociedades.

Así, este mismo autor nos explica que los ensamblajes son una forma teórica para pensar las organizaciones social desde un lugar en el cual lo humano y no-humano juegan el mismo papel. Fuera de cualquier relativismo y/o constructivismo, DeLanda nos invita a pensar las formas de organización social desde una visión netamente materialista. Cada momento histórico puede ser visto como un “ensamblaje” de elementos, el cual posee un conjunto de características particulares que son propias de tales ensamblajes también como elementos. Desde este punto de partida, los ensamblajes son múltiples y así los va definiendo a lo largo de su obra: comunidades, gobiernos, ciudades, países son pasibles de ser pensados como este tipo de articulación y, al igual que cualquier otra estructura, los mismos presentan características propias. 

Cada ensamble puede ser entendido como señala Karla Castillo Villapudua desde una condición “histórica, multiescalar y contingente”. De este modo, en nuestras sociedades, en su historia, conformación y continuación la interacción entre estos ensamblajes de múltiples entidades humanas y no-humanas dan lugar a pensar el funcionamiento de las mismas. Pero, como también explica en su obra el autor hay cuestiones que no pueden ser explicadas desde las partes al todo. Esta teoría se basa en entender la existencia de la “exterioridad de las relaciones entre las partes y la emergencia de las propiedades del todo”.

La apuesta de este autor es la de forjar nuevos conceptos, poniendo en cuestión las divisiones disciplinares que, en parte, han sido las responsables de dicha ausencia de teorías acordes a un planeta en una crisis socioecológica de magnitud absoluta. DeLanda se propone combinar posturas históricamente irreconciliables, donde Bunge y Deleuze parecen arribar a un espacio en común. 

Observar las sociedades, sus trayectorias y sus ontologías como ensamblajes múltiples los cuales a partir de la territorialización y codificación permiten ir generando las diversas estructuras con identidades propias. 

¿Cómo pensar la teoría después de la teoría? Podría ser la pregunta que se propone responder Manuel DeLanda en Teoría de los ensamblajes y la complejidad social. La obra de este filosofo se produce en momentos donde la teoría social se encuentra en momentos de constante tensión, donde la necesidad de conceptos que puedan dar una explicación clara de la realidad (y las herramientas para resolver sus problemas subyacentes) es cada vez más urgente.

La apuesta de este autor es la de forjar nuevos conceptos, poniendo en cuestión las divisiones disciplinares que, en parte, han sido las responsables de dicha ausencia de teorías acordes a un planeta en una crisis socioecológica de magnitud absoluta. DeLanda se propone combinar posturas históricamente irreconciliables, donde Bunge y Deleuze parecen arribar a un espacio en común. 

Este libro nos pone en un espacio de incomodidad, no sólo desde la construcción de nuevos conceptos teóricos donde lo “viejo” y lo “nuevo” parecen articularse virtuosamente, sino como un mensaje al interior de muchas de nuestras instituciones de Ciencia y Técnica donde la interdisciplina y transdisciplina son más figuras retóricas que formas de generar conocimientos que permitan dar respuestas claras a la “crisis antropocéntrica” que nos toca vivir.

El fetichismo de la tecnología y el futuro del socialismo

El fetichismo de la tecnología y el futuro del socialismo

La tecnología nos permite correr los límites y vislumbrar un futuro alternativo, pero en ella no residen las soluciones a todos nuestros problemas. La respuesta tiene que ser política, participativa y solidaria.

La vida en la tierra se encuentra en un momento crítico, cuatro de sus nueve sistemas geológicos más relevantes se encuentran operando por fuera de los límites de seguridad. Y ello ha ocurrido en las últimas décadas, observándose una concentración extrema en los gases de efecto invernadero (GEI) así como el avance de la deforestación que ha generado una crisis en la biodiversidad de la tierra cuya magnitud cuesta dimensionar. La gravedad del momento, en definitiva, plantea la necesidad de transformar el modelo de producción actual que, además de ser excluyente en lo social se basa en la externalización de sus costes ambientales. También del enfoque económico dominante, cuyo énfasis en la rentabilidad y productividad privilegia el corto plazo, penaliza el logro del bien común.

Si algo caracteriza al modelo extractivo que evidencia la región, ciertamente, es su fuerte competitividad así como el alto acervo tecnológico. Tanto el agronegocio como la megaminería, por citar dos de los complejos exportadores más dinámicos de la región, representan sectores capital-intensivos. También resultan fuertemente conflictivos en lo social, altamente contaminantes cuando observamos su derrotero ambiental. El crecimiento económico, la falta de empleo y la necesidad de divisas justifican la re-zonificacion de territorios vírgenes para avanzar con la mega-minería, tanto como la quema de humedales que permita la cría de ganados.

Quienes se ubican en la izquierda democrática no pueden centrar sus esperanzas en las nuevas tecnológias, sino en el saber de su gente. Debemos comenzar a transitar un nuevo modelo, más solidario, inclusivo y sustentable.

Ciertamente, en ambos sectores existen varias empresas que han decidido apostar por la innovación y así reducir su “huella ambiental”. Consideremos el complejo agro-alimenticio. Numerosos autores destacan la “revolución tecnológica”, la llegada de la bio-economía que permite al campo complementar mayor producción con protección ambiental -también prometen dejar atrás el uso de agroquímicos peligrosos, como el glifosato. 

La tecnología no solo logra mejores rindes, también resulta mágica: un productor agropecuario cordobés plasmar la cara de Lionel Messi en su siembra. El diseño que plasmó la sembradora resulta una muestra de la tecnología que dispone el campo, del potencial de la bioeconomía. Recientemente, Emilce Terré, de la Bolsa de Comercio de Rosario, comentaba el fuerte  crecimiento que obtuvo la producción de maíz en los últimos años: 120 % en el periodo 2017/21 versus 2007/11. Aún cuando la mayor parte de dicho crecimiento se asocia con una expansión del área sembrada, la mejora en la productividad también resultó relevante. Ello redunda también en oportunidades de agregar valor, avanzar con nuevas tecnologías. Por varios motivos, en definitiva, el avance del complejo resulta alentador.

La tecnología resulta así, la respuesta a los grandes desafíos que tenemos por delante. Ello permitiría revertir la pérdida de biodiversidad, bien solucionar el problema climático. Estos últimos sueñan con tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCO por sus siglas en inglés), aun cuando la comunidad científica muestra lo incapacidad de dicha tecnología para resolver el problema climático. Que existan alternativas tecnológicas se encuentra fuera de duda, tanto como inversores dispuestos a financiar este tipo de proyectos. De allí que las mismas resuelvan el problema es otra cosa.

Las promesas de la biotecnología no deben ocultar sus límites.

Pero el problema surge cuando el “invento milagroso” atrapa la visión del político, más cuando este cree que lo tecnológico vendrá a revertir la fuerte desigualdad que persiste en la región. 

En La imaginación técnica: sueños modernos de la cultura argentina (Nueva Visión, 1992) Beatriz Sarlo destacaba el rol movilizador que, a principios del siglo xx, tenía la radio y otros “inventos milagrosos”. En sus párrafos se planteaba la resonancia cultural de los cambios tecnológicos, cómo la figura del inventor se implantaba en la sociedad. Alli Sarlo describe el primer texto de Roberto Arlt, “las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires”, destacando que allí “Arlt construye una estrategia de oposición a esa dupla que lo ocupará toda su vida: el saber y el poder”. Es en este último aspecto donde intentamos centrarnos: el poder.  

La innovación tecnológica no resulta un hecho aislado, ajeno a los intereses del poder -tal como lo muestra la puja geopolítica que genera el ascenso tecnológico de China. Tambien resulta naïve pensar como desinteresado el optimismo de la industria petrolera por las tecnologías de captura y almacenamiento. O pensar que la bioeconomía puede lograr revertir la pobreza en la Argentina. Aún cuando pueda “alimentar al mundo”, entre los hombres de campo siempre primará la visión estrecha de los negocios que 50 años atrás difundiera M. Friedman (“the business of business is business”) nada dice de la responsabilidad social. Obviamente, ello resulta válido desde lo personal. Pero una visión solidaria del futuro implica considerar al otro, involucrarlo en el diseño del porvenir.

La creencia fetichista presenta una mirada del progreso como algo inevitable y bueno, considerando imparcial a toda tecnología que irrumpe. Esta visión plantea una esperanza, una fe ciega en la tecnología que abra el camino hacia una nueva modernidad.

En un mundo distópico, todo diagnóstico que plantea lo insostenible del modelo actual es confrontado por narrativas de futuros imaginarios sustentables. La idea de crisis o emergencia es confrontada por una visión alternativa, donde resulta posible la vuelta a la normalidad, justificando así la vuelta a los negocios sin mayores cambios: la tecnología lo puede todo.

La creencia fetichista presenta una mirada del progreso como algo inevitable y bueno, considerando imparcial a toda tecnología que irrumpe. Esta visión plantea una esperanza, una fe ciega en la tecnología que abra el camino hacia una nueva modernidad. Sin embargo, ello desconoce que la tecnología se halla imbuida en las relaciones de poder tanto como en los procesos sociales, en fin, en la mentalidad de la gente. Como es conocido, la tecnología ha sido largamente utilizada como forma de disciplinar el trabajo y dominar la naturaleza. América Latina ha venido probando con diversos modelos de desarrollo, todos han sido impuestos desde arriba – sean aquellos que priorizan el mercado, bien los centrados en el Estado.

Pensar que la bioeconomía viene a alterar las relaciones sociales, a resolver el problema distributivo resulta naïve. Su desarrollo de seguro no implicará una nueva redistribución de rentas, tampoco garantiza un mayor cuidado de la naturaleza. Se requiere de una nueva visión política, una que se ancle en la urgencia que nos impone el momento, una que priorice a las mayorías y no que perpetúe el modelo del 1%.

Quienes se ubican en la izquierda democrática no pueden centrar sus esperanzas en las nuevas tecnologías, sino en el saber de su gente. Debemos comenzar a transitar un nuevo modelo, más solidario, inclusivo y sustentable. Un proceso de transición que surja de abajo hacia arriba, fruto de la participación y el debate. De esta forma surgirá la semilla que nos garantice un futuro para todos.