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Manuel DeLanda: pensar lo social desde sus ensamblajes

Manuel DeLanda: pensar lo social desde sus ensamblajes

Inscripto en el nuevo materialismo, Manuel DeLanda se propone revolucionar la teoría social y sus categorías. Su obra: abigarrada, compleja, incómoda, es analizada por Tomás Carrozza para La Vanguardia.
Manuel DeLanda: escritor, artista, programador, cineasta, ensayista, filósofo.

DELANDA: ANTROPOCENO Y NUEVO MATERIALISMO

Manuel DeLanda es un autor de origen mexicano, ante todo, inclasificable: escritor, artista, programador, cineasta, ensayista, filósofo. Su obra, tan prolífica como diversa, se ha publicado en su mayoría en inglés. Tras la edición en español de Mil años de historia no lineal (1997), la muy interesante editorial Tinta Limón ha decidido dar a conocer Teoría de los ensamblajes y la complejidad social en 2022. Ciertas reseñas (o comentarios “críticos”), como la que aquí proponemos, requieren un tiempo de reflexión respecto de la obra escogida y este es el caso por antonomasia. El autor nos invita una reflexión lúcida e innovadora respecto de cómo pensar la organización social, pero en una obra cuya densidad y recodos requiere algunas aclaraciones previas.

Esta obra, es posible ubicarla en los denominados “nuevos materialismos” encarnada en autores como Harman, Meillassoux, Morton, entre otros. Así, es central situarnos en un espacio en donde todas las entidades tienen influencia en el desempeño de nuestras sociedades. Las “ontologías planas” privilegian un enfoque donde nociones clásicas como “naturaleza” y “cultura” se disuelven y en donde desde distintas perspectivas se requiere pensar que no existe mundo posible sin la participación de lo humano y no-humano.

Estos análisis, vienen a contribuir con elementos en dos planos. Por un lado, situarse en un espacio diferente al posmodernismo (aunque en muchos casos se los sitúe en forma similar) y generar elementos que permitan análisis estrictos pero novedosos. Esto no implica que no estén exentos de tensiones o controversias y, en muchos casos, se emparenten al ya afamado “affaire Sokal”. Por otra parte, parten de una emergencia y una premisa sumamente clara: más allá de los avances concretos del conocimiento científico-técnico y su innegable aporte a la mejora de las condiciones de vida, existen un conjunto de elementos que requieren ser repensados tanto a nivel del papel que ha tenido ese conocimiento en las relaciones de poder globales, su aporte a las problemáticas de la explotación de recursos naturales y, sobre todo, las limitaciones de la llamada “interdisciplina”. 

En este sentido, entre las cuestiones que emergen en el contexto de estos análisis es la noción de antropoceno. Esto es, un nuevo periodo geológico definido por el impacto de las actividades humanas sobre la superficie terrestre y con diagnósticos en extremo negativo sobre el futuro de las sociedades en nuestro planeta. Esta era tiene como principal impulso los procesos de extracción de materias primas y recursos naturales los que, aunque en una versión renovada, replican los esquemas centro-periferias desarrollado hace décadas por las teorías económicas.

Más allá de los avances concretos del conocimiento científico-técnico y su innegable aporte a la mejora de las condiciones de vida, existen un conjunto de elementos que requieren ser repensados tanto a nivel del papel que ha tenido ese conocimiento en las relaciones de poder globales, su aporte a las problemáticas de la explotación de recursos naturales y, sobre todo, las limitaciones de la llamada “interdisciplina”. 

Cada proceso requiere la generación de una base cognitiva que permita su despliegue y, en este caso, una parte importante de los sistemas de generación de conocimiento juegan un papel central en profundizar estos procesos. Así, como fue tratado hace tiempo en esta misma revista, las preguntas sobre los conocimientos necesarios para los diferentes modelos desarrollo sigue vigente. Existen numerosos ejemplos, igualmente, de búsquedas de alternativas y discusiones serias sobre modelos alternativos en numerosos campos de conocimiento, así como también en las instituciones que dirigen las políticas de Ciencia y Tecnología.

La otra dimensión, derivada de las previas, es el papel del “inter” y “transdisciplinar”. Ambas cuestiones, propuestas desde hace tiempo como la forma en la que se deben pensar la producción de conocimientos se asocia hoy en día más a eslóganes y falsas articulaciones que a la emergencia de nuevas formas de conocimiento y diálogo real entre los diferentes campos disciplinares.  Así, en este contexto, varios autores plantean no solo críticas sino modelos alternativos concretos para pensar, no solo los problemas, sino algunas posibles soluciones. Como ha referido Bruno Latour (uno de los impulsores de estas discusiones) no se trata de negar la validez del conocimiento y actual o pensar en lógicas “seudocientíficas”, sino en comprender como reformular las bases de producción desde otras miradas igualmente robustas.

Sobre todo el conjunto de discusiones y las numerosas propuestas existe una parte de estos autores que hacen hincapié sobre todo ese conjunto de entendidas denominadas “no-humanas”. Las que, inicialmente, son aquellas sobre las que la ciencia y técnica “moderna” trabaja. Numerosos interrogantes son planteados sobre el papel de éstas en el desarrollo de las sociedades, el tipo de articulación que habido con las mismas, sus capacidades de “agencia”, entre otras cuestiones.

PENSAR LOS ENSAMBLAJES DE LO SOCIAL

En este sentido Manuel DeLanda, en su obra Mil años de historia no lineal (Gedisa, 1997) nos acerca una aproximación novedosa respecto de las formas de comprensión de estos objetos. Las escalas temporales tienen un papel central en “descentrar” a lo humano como forma principal de entender los fenómenos. Como el autor desarrolla a lo largo del libro, pensar las escalas temporales de otros objetos (como rocas o microbios) da lugar a perspectivas que permiten entender el papel de estos objetos en el desarrollo de las sociedades.

Así, este mismo autor nos explica que los ensamblajes son una forma teórica para pensar las organizaciones social desde un lugar en el cual lo humano y no-humano juegan el mismo papel. Fuera de cualquier relativismo y/o constructivismo, DeLanda nos invita a pensar las formas de organización social desde una visión netamente materialista. Cada momento histórico puede ser visto como un “ensamblaje” de elementos, el cual posee un conjunto de características particulares que son propias de tales ensamblajes también como elementos. Desde este punto de partida, los ensamblajes son múltiples y así los va definiendo a lo largo de su obra: comunidades, gobiernos, ciudades, países son pasibles de ser pensados como este tipo de articulación y, al igual que cualquier otra estructura, los mismos presentan características propias. 

Cada ensamble puede ser entendido como señala Karla Castillo Villapudua desde una condición “histórica, multiescalar y contingente”. De este modo, en nuestras sociedades, en su historia, conformación y continuación la interacción entre estos ensamblajes de múltiples entidades humanas y no-humanas dan lugar a pensar el funcionamiento de las mismas. Pero, como también explica en su obra el autor hay cuestiones que no pueden ser explicadas desde las partes al todo. Esta teoría se basa en entender la existencia de la “exterioridad de las relaciones entre las partes y la emergencia de las propiedades del todo”.

La apuesta de este autor es la de forjar nuevos conceptos, poniendo en cuestión las divisiones disciplinares que, en parte, han sido las responsables de dicha ausencia de teorías acordes a un planeta en una crisis socioecológica de magnitud absoluta. DeLanda se propone combinar posturas históricamente irreconciliables, donde Bunge y Deleuze parecen arribar a un espacio en común. 

Observar las sociedades, sus trayectorias y sus ontologías como ensamblajes múltiples los cuales a partir de la territorialización y codificación permiten ir generando las diversas estructuras con identidades propias. 

¿Cómo pensar la teoría después de la teoría? Podría ser la pregunta que se propone responder Manuel DeLanda en Teoría de los ensamblajes y la complejidad social. La obra de este filosofo se produce en momentos donde la teoría social se encuentra en momentos de constante tensión, donde la necesidad de conceptos que puedan dar una explicación clara de la realidad (y las herramientas para resolver sus problemas subyacentes) es cada vez más urgente.

La apuesta de este autor es la de forjar nuevos conceptos, poniendo en cuestión las divisiones disciplinares que, en parte, han sido las responsables de dicha ausencia de teorías acordes a un planeta en una crisis socioecológica de magnitud absoluta. DeLanda se propone combinar posturas históricamente irreconciliables, donde Bunge y Deleuze parecen arribar a un espacio en común. 

Este libro nos pone en un espacio de incomodidad, no sólo desde la construcción de nuevos conceptos teóricos donde lo “viejo” y lo “nuevo” parecen articularse virtuosamente, sino como un mensaje al interior de muchas de nuestras instituciones de Ciencia y Técnica donde la interdisciplina y transdisciplina son más figuras retóricas que formas de generar conocimientos que permitan dar respuestas claras a la “crisis antropocéntrica” que nos toca vivir.

El fetichismo de la tecnología y el futuro del socialismo

El fetichismo de la tecnología y el futuro del socialismo

La tecnología nos permite correr los límites y vislumbrar un futuro alternativo, pero en ella no residen las soluciones a todos nuestros problemas. La respuesta tiene que ser política, participativa y solidaria.

La vida en la tierra se encuentra en un momento crítico, cuatro de sus nueve sistemas geológicos más relevantes se encuentran operando por fuera de los límites de seguridad. Y ello ha ocurrido en las últimas décadas, observándose una concentración extrema en los gases de efecto invernadero (GEI) así como el avance de la deforestación que ha generado una crisis en la biodiversidad de la tierra cuya magnitud cuesta dimensionar. La gravedad del momento, en definitiva, plantea la necesidad de transformar el modelo de producción actual que, además de ser excluyente en lo social se basa en la externalización de sus costes ambientales. También del enfoque económico dominante, cuyo énfasis en la rentabilidad y productividad privilegia el corto plazo, penaliza el logro del bien común.

Si algo caracteriza al modelo extractivo que evidencia la región, ciertamente, es su fuerte competitividad así como el alto acervo tecnológico. Tanto el agronegocio como la megaminería, por citar dos de los complejos exportadores más dinámicos de la región, representan sectores capital-intensivos. También resultan fuertemente conflictivos en lo social, altamente contaminantes cuando observamos su derrotero ambiental. El crecimiento económico, la falta de empleo y la necesidad de divisas justifican la re-zonificacion de territorios vírgenes para avanzar con la mega-minería, tanto como la quema de humedales que permita la cría de ganados.

Quienes se ubican en la izquierda democrática no pueden centrar sus esperanzas en las nuevas tecnológias, sino en el saber de su gente. Debemos comenzar a transitar un nuevo modelo, más solidario, inclusivo y sustentable.

Ciertamente, en ambos sectores existen varias empresas que han decidido apostar por la innovación y así reducir su “huella ambiental”. Consideremos el complejo agro-alimenticio. Numerosos autores destacan la “revolución tecnológica”, la llegada de la bio-economía que permite al campo complementar mayor producción con protección ambiental -también prometen dejar atrás el uso de agroquímicos peligrosos, como el glifosato. 

La tecnología no solo logra mejores rindes, también resulta mágica: un productor agropecuario cordobés plasmar la cara de Lionel Messi en su siembra. El diseño que plasmó la sembradora resulta una muestra de la tecnología que dispone el campo, del potencial de la bioeconomía. Recientemente, Emilce Terré, de la Bolsa de Comercio de Rosario, comentaba el fuerte  crecimiento que obtuvo la producción de maíz en los últimos años: 120 % en el periodo 2017/21 versus 2007/11. Aún cuando la mayor parte de dicho crecimiento se asocia con una expansión del área sembrada, la mejora en la productividad también resultó relevante. Ello redunda también en oportunidades de agregar valor, avanzar con nuevas tecnologías. Por varios motivos, en definitiva, el avance del complejo resulta alentador.

La tecnología resulta así, la respuesta a los grandes desafíos que tenemos por delante. Ello permitiría revertir la pérdida de biodiversidad, bien solucionar el problema climático. Estos últimos sueñan con tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCO por sus siglas en inglés), aun cuando la comunidad científica muestra lo incapacidad de dicha tecnología para resolver el problema climático. Que existan alternativas tecnológicas se encuentra fuera de duda, tanto como inversores dispuestos a financiar este tipo de proyectos. De allí que las mismas resuelvan el problema es otra cosa.

Las promesas de la biotecnología no deben ocultar sus límites.

Pero el problema surge cuando el “invento milagroso” atrapa la visión del político, más cuando este cree que lo tecnológico vendrá a revertir la fuerte desigualdad que persiste en la región. 

En La imaginación técnica: sueños modernos de la cultura argentina (Nueva Visión, 1992) Beatriz Sarlo destacaba el rol movilizador que, a principios del siglo xx, tenía la radio y otros “inventos milagrosos”. En sus párrafos se planteaba la resonancia cultural de los cambios tecnológicos, cómo la figura del inventor se implantaba en la sociedad. Alli Sarlo describe el primer texto de Roberto Arlt, “las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires”, destacando que allí “Arlt construye una estrategia de oposición a esa dupla que lo ocupará toda su vida: el saber y el poder”. Es en este último aspecto donde intentamos centrarnos: el poder.  

La innovación tecnológica no resulta un hecho aislado, ajeno a los intereses del poder -tal como lo muestra la puja geopolítica que genera el ascenso tecnológico de China. Tambien resulta naïve pensar como desinteresado el optimismo de la industria petrolera por las tecnologías de captura y almacenamiento. O pensar que la bioeconomía puede lograr revertir la pobreza en la Argentina. Aún cuando pueda “alimentar al mundo”, entre los hombres de campo siempre primará la visión estrecha de los negocios que 50 años atrás difundiera M. Friedman (“the business of business is business”) nada dice de la responsabilidad social. Obviamente, ello resulta válido desde lo personal. Pero una visión solidaria del futuro implica considerar al otro, involucrarlo en el diseño del porvenir.

La creencia fetichista presenta una mirada del progreso como algo inevitable y bueno, considerando imparcial a toda tecnología que irrumpe. Esta visión plantea una esperanza, una fe ciega en la tecnología que abra el camino hacia una nueva modernidad.

En un mundo distópico, todo diagnóstico que plantea lo insostenible del modelo actual es confrontado por narrativas de futuros imaginarios sustentables. La idea de crisis o emergencia es confrontada por una visión alternativa, donde resulta posible la vuelta a la normalidad, justificando así la vuelta a los negocios sin mayores cambios: la tecnología lo puede todo.

La creencia fetichista presenta una mirada del progreso como algo inevitable y bueno, considerando imparcial a toda tecnología que irrumpe. Esta visión plantea una esperanza, una fe ciega en la tecnología que abra el camino hacia una nueva modernidad. Sin embargo, ello desconoce que la tecnología se halla imbuida en las relaciones de poder tanto como en los procesos sociales, en fin, en la mentalidad de la gente. Como es conocido, la tecnología ha sido largamente utilizada como forma de disciplinar el trabajo y dominar la naturaleza. América Latina ha venido probando con diversos modelos de desarrollo, todos han sido impuestos desde arriba – sean aquellos que priorizan el mercado, bien los centrados en el Estado.

Pensar que la bioeconomía viene a alterar las relaciones sociales, a resolver el problema distributivo resulta naïve. Su desarrollo de seguro no implicará una nueva redistribución de rentas, tampoco garantiza un mayor cuidado de la naturaleza. Se requiere de una nueva visión política, una que se ancle en la urgencia que nos impone el momento, una que priorice a las mayorías y no que perpetúe el modelo del 1%.

Quienes se ubican en la izquierda democrática no pueden centrar sus esperanzas en las nuevas tecnologías, sino en el saber de su gente. Debemos comenzar a transitar un nuevo modelo, más solidario, inclusivo y sustentable. Un proceso de transición que surja de abajo hacia arriba, fruto de la participación y el debate. De esta forma surgirá la semilla que nos garantice un futuro para todos.  

Paulette Dieterlen: «Deberíamos ser capaces de pensar en un mundo en el que no exista la pobreza»

Paulette Dieterlen: «Deberíamos ser capaces de pensar en un mundo en el que no exista la pobreza»

Paulette Dieterlen es una destacada intelectual mexicana que ha desarrollado una interesante obra sobre la justicia y la desigualdad. En sus indagaciones, poliédricas y complejas, ha recorrido aristas diversas como la salud y la pobreza.

Desde hace décadas, Paulette Dieterlen, profesora e investigadora de la Universidad Autónoma de México (UNAM), se ha preocupado por la cuestión de la desigualdad y sus múltiples aristas. Problema perenne de nuestras sociedades, las desigualdades -para muchos inmanentes a la condición humana- han ido erosionando poco a poco las bases para nuestra convivencia y forjado comunidades cada vez más fragmentadas y segregadas.

En libros tales como Justicia distributiva y salud (FCE, 2015) o La pobreza: un estudio filosófico (FCE, 2003), entre muchos otros, Dieterlen ha propuesto combinar el análisis filosófico con una preocupación explícita por las asimetrías que afectan a nuestras sociedades. Reponiendo algunos debates, en particular anglosajones, sobre la teoría de la justicia y poniéndolos en diálogo con la realidad mexicana y latinoamericana, nuestra entrevistada ha procurado combinar la densidad analítica con una honda preocupación por el presente y el futuro. Entre sus preocupaciones más recientes, e incluso antes de que la pandemia del COVID-19 azotara el mundo, Dieterlen ha puesto el foco en el problema de la salud como un bien particularmente sensible en el camino de bregar por una sociedad más justa.

A raíz de sus muchos y muy interesantes trabajos sobre estos temas, que sin duda han ganado actualidad, le propusimos a Paulette Dieterlen este diálogo con La Vanguardia. Un recorrido que va desde algunas discusiones abstractas hasta los desafíos más urgentes y concretos, siempre con la misma preocupación: ¿Cómo construir una sociedad más igualitaria y, sobre todo, sin pobreza?.

En tu libro Justicia distributiva y salud se recorre un tema acuciante para las teorías de la justicia y que, lógicamente, ganó actualidad durante la pandemia reciente: ¿Por qué es la salud un tema tan complejo y, al mismo tiempo, central para pensar los problemas vinculados a la justicia?

En efecto, la salud es un problema sumamente complicado de tal suerte que solo podemos hablar, desde el punto de vista de la justicia distributiva, de su protección. Es un tema complejo porque, en general aquello que necesitamos para protegerla, está relacionado con bienes que son escasos. Durante la pandemia, la escasez tanto de bienes para combatirla y prevenirla, como para atender otras enfermedades, como el cáncer, apresuró  la necesidad de pensar en  políticas de distribución justas.

Entre los puntos centrales de esta discusión, que tocan obras tan disímiles como la de Michael Walzer o Ronald Dworkin, está el criterio de la “necesidad” como el que debería regular esta área tan sensible, sin embargo usted plantea algunas objeciones: ¿Cuáles son los problemas teóricos y prácticos de colocar la necesidad en el centro de esta discusión? ¿Qué alternativas existen?

De hecho, yo defiendo el concepto de necesidades. Por ejemplo, me baso en la idea de Norman Daniels  de que la necesidad de proteger la salud incrementa la posibilidad de tener acceso a un mayor número de oportunidades. Michael Walzer, por otra parte, también se refiere a tres criterios para distribuir ciertos bienes: las necesidades, el mercado y el mérito. Considera que la salud, también, pertenece al ámbito de las necesidades. Por su parte Ronald Dworkin se refiere más bien a los recursos que las personas eligen. Alguien puede escoger un seguro médico o adquirir algún otro bien.

«La salud es un problema sumamente complicado de tal suerte que solo podemos hablar, desde el punto de vista de la justicia distributiva, de su protección. Es un tema complejo porque, en general aquello que necesitamos para protegerla, está relacionado con bienes que son escasos».

Una de los problemas que se ven es que los sistemas de salud realmente existente suelen combinar modalidades privadas, públicas o mixtas (como en Argentina, donde efectores privados ofrecen servicios a obras sociales sindicales): ¿Cómo se conjuga esto con un debate sobre teorías de la justicia con pretensiones universalistas? ¿Hay alguna forma en que debates en apariencia tan abstractos impacten en reformas de sistemas de salud?

Me parece que en muchos países conviven tres modelos de distribución de la protección a la salud, privada, pública y mixta. Existen países en los que la seguridad pública es mínima como en los Estados Unidos y otro en los que, al contrario, lo que prevalece es la medicina pública como en Canadá. No hay que olvidar que las teorías de la justicia distributiva, por lo general, se basan en dos conceptos: la libertad y la igualdad. Los países que dan más peso a la libertad darán prioridad a la existencia de servicios privados, mientras que aquellos que valoran la igualdad propondrán y defenderán los servicios públicos.  Sin embargo, la defensa del concepto de la libertad plantea una noción de esta que no vaya en contra de la libertad de otras personas. Igual, están de acuerdo en que una enfermedad o discapacidad vulnera  la libertad porque disminuye las alternativas de elección. Por su parte la igualdad se ve afectada porque distingue de manera muy clara entre sanos y enfermos o discapacitados. Si valoramos los conceptos -libertad e igualdad- que acabamos de mencionar, la protección de la salud podría ser universal. Esperaríamos que estas discusiones tengan un impacto a la hora de implementar políticas públicas.

Una de las cuestiones que aparecen de forma recurrente en algunas teorías de la justicia es la enfermedad o la discapacidad como un factor que obtura la posibilidad de llevar una vida normal y, por lo tanto, obstaculiza la realización de ciertos proyectos de vida: ¿Esta noción de “normalidad” no puede ser discutida desde teorías críticas? ¿Qué desafíos plantea, como por ejemplo hace el igualitarismo de la suerte, la clasificación de dolencias y la hipótetica responsabilidad de quien la sufre (pienso, por ejemplo, en el caso de los fumadores)?

Efectivamente,  en la Teoría de la justicia John Rawls menciona la idea de la “normalidad”, lo que ha causado muchas críticas. Si bien, entiendo por qué se refiere a esta idea, no me parece adecuada para tratar problemas de protección de la salud. Creo que en las teorías críticas anticapitalistas definitivamente la normalidad no tiene cabida. Existen teorías de la justicia en la protección de la salud, como la de Norman Daniels, que se basan en una idea biológica de los seres humanos y definen la enfermedad o discapacidad como una desviación natural de un miembro típico de una especie. Hay otro grupo de filósofos que siguen la idea de Dworkin de que existe una suerte bruta y otra opcional. De acuerdo con la primera, una enfermedad puede surgir, aunque no hayamos hecho nada para que se manifieste, mientras que la segunda se debe a decisiones que las personas tomaron. Esta es la posición de los igualitaristas de la suerte. Por otro lado, la idea de la realización de ciertos proyectos de vida es difícil si pensamos en las personas de la tercera edad.

Otro de sus libros, La pobreza: un estudio filosófico, propone un objeto muy visitado por otras disciplinas, como la sociología o la economía, pero soslayado a veces por la filosofía política: ¿Qué peculiaridades presenta la pobreza como objeto de reflexión filosófico? ¿Qué puntos de contacto y qué diferencias tiene con la cuestión de la igualdad/desigualdad?

Me parece necesario que abordemos la pobreza desde un punto de vista filosófico ya que frente a este problema subyacen conceptos éticos como la forma en la que vemos a las personas. Por ejemplo, podemos considerarlas como generadores de una utilidad mínima, que no están informados sobre lo que les conviene o bien como fines en sí mismos, es decir, que tienen un valor inherente. Otro concepto que necesita un estudio desde el punto de vista de la filosofía es el de bienestar. Este concepto no es meramente cuantitativo sino también debe ayudarnos a visualizar ciertos fines y encontrar los medios para acercarse a ellos. Precisamente con el desarrollo de las teorías de la justicia distributiva el tema de la pobreza se ha vuelto central, ya que estas nos hablan de la posibilidad de acercarnos a sociedades más justas. Es necesario, para comprender la pobreza, el estudio de las grandes brechas de desigualdad, como las que existen en ciertos países en los que encontramos poderosas cúpulas empresariales junto a grupos de personas que están en un estado de pobreza extrema.

La cuestión de la pobreza trae aparejado siempre reflexiones que invitan, como por ejemplo en Peter Singer, al altruismo o a tomar conciencia de las causas evitables que conducen a daños e incluso a la muerte prematura: ¿Es preciso pensar la pobreza a una escala planetaria o se puede encarar de forma acotada a las comunidades nacionales? ¿El altruismo es suficiente o debemos pensar, como ocurre usualmente, en la intervención estatal?

Deberíamos ser capaces de pensar en un mundo en el que en ningún país existan personas en un estado de pobreza, es decir, que no tengan las necesidades mínimas satisfechas. Actualmente, en filosofía hay intentos muy interesantes sobre la pobreza global y sobre los conceptos filosóficos que deben respetarse en cualquier parte del mundo. Esto lo ha explicado y defendido Thomas Pogge. Quizá el más importante sea el de los derechos humanos, que si bien proceden de una cultura principalmente occidental han ayudado a establecer los límites mínimos de cómo no tratar a las personas. Los derechos humanos establecidos en diversas constituciones evitan que, por los usos y costumbres, se denigre a los seres humanos. Respecto al altruismo, la posición de Peter Singer ayuda porque nos permite considerarlo como una forma en la que el bienestar de los demás contribuye al propio. Esto sería la motivación por la que llevamos a cabo acciones altruistas. Hay otra forma de considerar el altruismo como racional, esto lo propone Thomas Nagel, que es la posibilidad que tenemos, por decirlo de alguna manera, de ponernos en los zapatos del otro. Sin embargo, parece que sólo en muy pocos casos podemos recurrir al altruismo para mitigar problemas como la pobreza, es necesaria la intervención estatal para generar políticas públicas para combatirla.

«Es necesario, para comprender la pobreza, el estudio de las grandes brechas de desigualdad, como las que existen en ciertos países en los que encontramos poderosas cúpulas empresariales junto a grupos de personas que están en un estado de pobreza extrema».

El debate de las teorías de la justicia, en especial a partir de Rawls, tiene un sesgo marcadamente liberal (sacando quizá el contingente heterogéneo de los comunitaristas) y anglosajón. Usted ha trabajado muchos años sobre estos autores: ¿Qué lugar tienen estas perspectivas en el debate intelectual y público mexicano y latinoamericano? ¿Existe una manifestación de ese liberalismo igualitario en nuestros países (mi intuición me indica que no o de forma muy marginal)?

A mi parecer, por lo menos en México, no ha habido una discusión en el ámbito político de estas teorías. Los debates se han quedado circunscritas al espacio académico. Lo más que ha pasado  es que a partir del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoce en el artículo segundo: “El derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional de autonomía que asegure la unidad nacional. El reconocimiento de los pueblos y comunidades indígenas se hará en las constituciones y leyes de las entidades federativas, las que deberán tomar en cuenta, El derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional de autonomía que asegure la unidad nacional”. Sin embargo, se habla de los límites en los que esto puede ejercerse y, para ello, se menciona los derechos humanos, como la libertad y la autonomía.

En la actualidad, a pesar de las manifestaciones académicas, estamos ante el avance de ciertas derechas e incluso extremas derechas (y tal vez algunas izquierdas) que riñen de forma explícita con estas banderas igualitarias y liberales (con excepción, tal vez, del feminismo): ¿Concuerda con este diagnóstico? ¿Cuáles creen que son los principales desafíos políticos del liberalismo progresista frente a este panorama?

Los desafíos del liberalismo progresista frente a los ataques de la extrema derecha y de algunas izquierdas se podrán lograr pueden si tomamos seriamente la lucha por los derechos humanos y la obligación el Estado de protegerlos. También es necesario que se respeten los derechos que han adquirido ciertas comunidades como las indígenas. Además, no podemos dejar que la desigualdad siga abatiendo a nuestros países. Asimismo, es indispensable que el Estado lleve a cabo políticas públicas que combatan, definitivamente, la pobreza.  

QUIÉN ES

Paulette Dieterlen obtuvo la Licenciatura en Filosofía por la Universidad Iberoamericana, la Maestría y el Doctorado en la misma disciplina por la UNAM y realizó estudios de maestría en el University College de la Universidad de Londres. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México desde 1990. Es investigadora del Instituto de Investigaciones Filosóficas, del cual fue Directora de 2000 a 2004, y es profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Ha publicado y compilado diversos libros sobre la justicia distributiva, la desigualdad y la pobreza, entre los que se destacan Justicia distributiva y salud (FCE, 2015), La pobreza: un estudio filosófico (FCE, 2003), Los derechos economicos y sociales: una mirada desde la filosofía (UNAM, 2010) y Justicia distributiva y pobreza (UNAM, 2016).

Atilio Stampone y el tango: una modernización posible

Atilio Stampone y el tango: una modernización posible

En noviembre de 2022 se extinguió la llama de uno de los más importantes referentes del tango en la Argentina, Atilio Stampone. La innovación y la fusión fueron sus banderas para mantener vigente un género tan prolífico como, en ocasiones, subestimado.

Con el fallecimiento de Atilio Stampone, ocurrido el último 2 de noviembre, el tango perdió a uno de los exponentes que más hicieron por la renovación del género en la segunda mitad del siglo pasado. Imbuido del lenguaje de la modernización que impregnó a buena parte de la cultura argentina desde mediados de la década de 1950 hasta el golpe de Estado de 1976, Stampone puso en diálogo, a veces en forma explícita, a la música de Buenos Aires con el jazz, los ritmos del Brasil o la tradición académica. Como compositor, dejó firmados clásicos como Afiches, con letra de Homero Expósito, y el instrumental Mi amigo cholo; como arreglista y director de orquesta, suele ser recordado por su trabajo con Roberto Goyeneche.

Sin embargo, su principal legado musical es sobre todo el del explorador de una vía no piazzolliana a la renovación posible del género, como puede constatarse en sus álbumes de la primera mitad de los setenta que hoy son (¿casi?) de culto: Concepto, Imágenes y Jaque Mate. Contra lo que puede suponerse, sus años productivos más interesantes estuvieron signados por el afán de exploración, pero también por la necesidad de lidiar con la explosión de un mercado discográfico que se reorientaba hacia un público joven, primero nuevaolero (a partir de que Billy Cafaro grabara su clásico Pity Pity) y luego, aunque muy paulatinamente, rockero. Un mercado que —la única verdad es la realidad, y muchos músicos de tango así lo entendieron— empezaba a relegar al tango en forma creciente en las preferencias de un público que se decantaba por el cada vez más popular auge de la música de inspiración folklórica, las canciones populares y, en algunos segmentos sociales, hasta la clásica y el jazz.

I. CLÁSICA Y MODERNA

Como todo artista relevante, Atilio Stampone estuvo a tono con su tiempo, y el suyo fue uno profuso en transformaciones. El diálogo entre las formas culturales caracterizadas como bajas y altas, que se venían produciendo con fuerza en el jazz y, en menor medida, en el tango desde la década de 1950, y la reivindicación del pop desde las alturas de la crítica académica a partir de la década de 1960, ponían en tela de juicio las divisiones taxativas entre lo culto y lo popular. El tránsito a través de esas fronteras difusas entre lo académico y lo que no lo era podía ser abordado por compositores forjados en la tradición de la música de concierto, pero también por músicos innovadores y no carentes de ambiciones artísticas forjados en los géneros populares. Astor Piazzolla, por ejemplo, abrevaba profusamente en Bach o en Bartók, y Eduardo Rovira (en realidad un anfibio, como suele decirse por estos días) componía tangos con títulos como Triálogo o Serial dodecafónico que no se parecían en nada al de clásicos del género como La pastora, Nobleza de arrabal u Organito de la tarde.

Stampone puso en diálogo, a veces en forma explícita, a la música de Buenos Aires con el jazz, los ritmos del Brasil o la tradición académica.

Stampone, otro explorador de zonas fronterizas, reprodujo a su manera aquel diálogo en una clave que algunos analistas podrían considerar como burguesa, desarrollista y no exenta de reverencia hacia los grandes maestros de la música universal. De ahí que en las incursiones instrumentales que condujo al frente de sus propios conjuntos, sobre todo en su fecunda década de 1970, aparecieran reminiscencias impresionistas de espíritu raveliano, fraseos de inspiración bachiana o citas textuales a conocidas obras del repertorio de concierto, un juego que se intuye como de complicidades con un oyente (¿burgués? probablemente por entonces se lo caracterizara de ese modo) en el que se presuponen determinados conocimientos y códigos compartidos en lo que hacía a bienes culturales consagrados y legitimados. Así, no resultan extraños, el gesto impresionista raveliano en  El día que me quieras, el contrapunto barroco en Mala Junta, la intro bachiana en un medley de laboratorio (a lo Beatles) que superpone en un patchwork tal vez demasiado evidente clásicos tangueros y de los otros, y hasta un kirye eleison en el comienzo de Responso que le costó un modesto llamado de atención del mismo Aníbal Troilo, ante la extrañeza que le supuso a Pichuco aquella apropiación que había hecho Estampita del tango compuesto en ocasión de la muerte de Homero Manzi.

En los setenta, Stampone repitió aquel diálogo una y otra vez, incluso en un sentido inverso: por caso, Adagio, del disco jaque Mate, no es otra cosa que un arreglo, por momentos reducido al formato clásico por excelencia —el cuarteto de cuerdas— de Yo te bendigo, un tango clásico de 1925 compuesto por Juan de Dios Filiberto. Todo aquello, sin embargo, amalgamaba con naturalidad bajo la dirección de Stampone y la expertise instrumental de unos músicos que aunaban oficio y estudio en partes iguales. Porque, además, la operación podía leerse también de forma inversa: no como préstamo cultural de la cultura burguesa consagrada, sino como apropiación para el tango de unos temas, formas y motivos hasta el momentos sacralizados y reservados a un público que no era principalmente el popular. Al fin y al cabo, una operación que subvertía jerarquías y mostraba vocación universalista. Los álbumes Concepto, Imágenes y Jaque Mate recogen un momento prodigioso de aquella inventiva que ya se había revelado prodigiosa en la década anterior en los arreglos y orquestaciones realizados por Stampone para tangos clásicos como Mi refugio (Juan Carlos Cobián), El Marne (Eduardo Arolas) o El Once (Osvaldo Fresedo).

II. UN BOLICHE

Stampone fue, además, uno de los artífices de Caño 14, un local para 150 personas ubicado inicialmente en Uruguay y Marcelo T. de Alvear, y poco después en su domicilio clásico del sótano de Talcahuano 975, por el que pasaron buena parte de los artistas que intentaron renovar, o al menos actualizar, el tango en la década de 1960. Desde 1965, tocaron allí el Quinteto Real, el cuarteto de Aníbal Trolio con Roberto Grela en guitarra, el dúo Salgán-De Lío y otros artistas que adaptaban a formatos más reducidos y acordes a los tiempos en los que el tango dejaba de ser una música de multitudes las composiciones que habían interpretado en la “época de oro” de las Orquestas Típicas.

La peculiaridad de Caño 14 era que allí principalmente se escuchaba tango, cuando lo que había imperado en las décadas anteriores eran los salones de baile. El local fue uno de los lugares en los que se acunó un nuevo tango, de ambición concertante, que reclamaba nuevos lugares para su consumo, y oyentes más atentos a las posibilidades de los instrumentistas, directores y compositores. Fue también reducto de cierta intelligentsia modernizadora y proveedora de un anecdotario vasto (y a veces dudoso). Por caso, si en pleno gobierno de Illia el vicepresidente Perette pudo efectivamente ingresar o no al local, por hallarse su capacidad desbordada, termina siendo un dato menor. Lo que importa, en cambio, son los esfuerzos de un conjunto de músicos por seguir creando dentro de los márgenes de un género que ya había dejado atrás sus años de gloria y que debía optar por el revisionismo o la reinvención, una tensión muy propia de la época.

La peculiaridad de Caño 14 era que allí principalmente se escuchaba tango, cuando lo que había imperado en las décadas anteriores eran los salones de baile. El local fue uno de los lugares en los que se acunó un nuevo tango, de ambición concertante, que reclamaba nuevos lugares para su consumo, y oyentes más atentos a las posibilidades de los instrumentistas, directores y compositores.

Oscar Terán dio cuenta de esa tensión en su abordaje del mundo intelectual de la década de 1960, y describió al grupo constituido en torno a la figura de Gino Germani como uno de “héroes modernizadores”, abierto al mundo y de aspiraciones universales. Junto con Piazzolla, Rovira y Salgán, Stampone aparece como un equivalente tanguero de aquel espíritu renovador.

Como muchos de sus coetáneos, Enrique Mario Francini, gran violinista, compositor, director de orquesta y exintegrante del Octeto Buenos Aires y el Quinteto Real, entendió que los tiempos estaban cambiando y que el combate de la hora era por la recuperación de la dimensión audible del tango, que empezaba a aparecer como prioritaria respecto de su funcionalidad dancística, en un contexto en que los jóvenes, claramente, comenzaban a preferir otras músicas para bailar: «Uno de los conceptos más equivocados, y de los que más me perturban, es el que hace aparecer al tango exclusivamente como música bailable, tal como si hubiera que escucharlo con los pies. Hay hasta directores que fomentan esta concepción que yo juzgo errónea. ¿Acaso uno de los mejores momentos del tango no fue Gardel? ¿Gardel era una expresión melódica o bailable del tango? ¿Quieren que sintetice mi opinión? El tango es hasta bailable».

Uno de sus animadores recurrentes, Francini fue protagonista de un hecho luctuoso en pleno escenario de Caño 14: el 27 de agosto de 1978, en un país atravesado por la muerte, se descompensó en plena actuación y dejó su vida sobre las tablas. Algo estaba empezando a terminar, y el casi absoluto silencio discográfico de Stampone en las décadas siguientes parecía dar cuenta de aquella intuición.

III. FINALE

Para la década del ochenta, lo mejor de la obra de Stampone ya había sido producido. El álbum Vivencias (1980), en el que cumple un rol central como letrista Eladia Blazquez, se adentraba sin mucha suerte en el tango cantado. La ejecución era impecable e incluía pasajes solistas de excelencia, fruto de la participación de instrumentistas virtuosos como Néstor Marconi, Antonio Agri o Fernando Suárez Paz. Sin embargo, sus ideas musicales ya habían perdido algo de frescura y las señales de repetición y agotamiento se percibían desde los primeros surcos. Llegaba la hora de mirar a las nuevas olas o ser parte de un mar recóndito redoblando la apuesta hacia territorios todavía inexplorados, pero cada vez más alejados de las posibilidades de acceder a audiencias masivas.  No sucedió.

Caño 14 también debió lidiar con un tiempo que ya no era el suyo. Para entonces se había convertido más que nada en una marca. El local padeció la crisis de los 80 y en 1997, ya con otros dueños, reabrió en el barrio de Recoleta con una impronta bastante más impersonal y orientada al público más turístico. Stampone, por supuesto, siguió trabajando en el mundo de la música: compuso la banda de sonido de la oscarizada La Historia Oficial, dirigió la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto y hasta llegó a presidir SADAIC. Políticamente permaneció desarrollista y leal a la figura de Arturo Frondizi hasta sus últimos días, e incluso integró la Fundación que recuerda al exmandatario en calidad de vicepresidente 2do. El tango Impar, de hecho, alude a la condición de hombre inigualable que Stampone le atribuía a la figura más identificable del desarrollismo argentino.

Hasta sus últimos años, y sin renegar jamás de la condición del tango como música de baile, Stampone continuó reivindicando para la música de Buenos Aires la cualidad de obra para ser escuchada.

Hasta sus últimos años, y sin renegar jamás de la condición del tango como música de baile, Stampone continuó reivindicando para la música de Buenos Aires la cualidad de obra para ser escuchada; la misma que había conquistado definitivamente el jazz a partir de la década de 1950. “¿Acaso no era eso el sexteto de Julio De Caro?”, solía decir. Aquella ambición —llamémosla— concertante todavía respira en la obra de músicos de distintas generaciones, como Gustavo Beytelmann (1945), Diego Schissi (1969) o Julián Corach (1985).

Atilio Stampone murió con 96 años, cuatro menos que los que alcanzó Horacio Salgán, a quien siempre reconoció como su principal referente. Fue enterrado en el panteón de artistas del Cementerio de la Chacarita. Su música ya es parte de un legado perenne.

Urge repensar el modelo productivo en América Latina

Urge repensar el modelo productivo en América Latina

El 19 de diciembre culminó la COP15. Se firmó el acuerdo Kunming-Montreal por la preservación de la biodiversidad. Los países signatarios se comprometen a preservar el 30% del planeta, restaurar 30% de los ecosistemas degradados y eliminar subsidios que afectan a la biodiversidad.

António Guterres inauguró en la Conferencia de Diversidad Biológica (COP 15) resaltando la gravedad del momento: la humanidad ha “perdido toda armonía con la naturaleza”, para convertirnos en un “arma de destrucción masiva”. 

Más de 150.300 especies están amenazadas de extinción. Del total de las especies hasta hoy evaluadas que forman parte de la lista roja emite la Unión Internacional para la Conservación, el 28% está bajo amenaza

Sin la naturaleza para de darnos esos servicios, estaremos en un gran, gran problema.

Tenemos que detener esa pérdida.

La mayoría de las personas aún no visualiza el peligro que trae la pérdida de biodiversidad. El avance de las actividades extractivas hacia zonas vírgenes rompe ecosistemas, pone en peligro la vida de miles de especies al tiempo que aumenta la probabilidad de la irrupción de nuevos virus.

Estamos sufriendo eventos extremos. El calentamiento global impulsa catástrofes ambientales cada día más virulentas. La emergencia climática se superpone a la crisis de la biodiversidad. Interactúan diversos tipos de shocks que se potencian generando una superposición de crisis (policrisis). 

Preservar la biodiversidad no solo resulta un imperativo moral.

Tenemos una economía desembebida, funcionando fuera de la sociedad. 

Según Swiss Re (empresa reaseguradora Suiza), el buen manejo de la naturaleza garantiza la salud de la economía global: más de la mitad del PBI global depende del funcionamiento armonioso del planeta.

Por eso tenemos que redefinir el concepto mismo de crecimiento. Replantear la desconsideración que la economía tradicional impone sobre la pérdida de la biosfera o la destrucción del medio ambiente.

Sin embargo, las externalidades no entran en la ecuación económica. Son tratadas como un costo que debe asumir la sociedad en pos del progreso. Es una idea compartida por neoliberales y neodesarrollistas.

Obviamente, todo esto genera una fuerte conflictividad e incrementa la desigualdad. Son dos fenómenos que caracterizan a América Latina y explican su debilidad democrática.

En conclusión, tenemos una economía desembebida, funcionando fuera de la sociedad. 

LOS LIMITES DEL PLANETA

Aunque los activos naturales brindan bienes y servicios imprescindibles para la vida humana, el mercado los invisibiliza al tiempo que desestima los costos que genera el modelo productivo. Ni el capital natural ni los ecosistemas se hallan dimensionados en las estadísticas, situación que se muestra a todas luces incoherente.

Considerar los “límites del planeta” nos permite tomar el capital natural como “un activo y un bien económico que reduce riesgos y aumenta la resiliencia frente a choques externos como el cambio climático”.

Ningún gobierno, sea neoliberal o neodesarrollista, está dispuesto a escuchar a quienes padecen el avance de la mega minería, la explotación petrolera, la agroindustria, la destrucción de los bosques, la contaminación de las aguas, la desaparición de especies. Ambos modelos generan “zonas de sacrificio

El individualismo dominante permea la cohesión social, impide la coordinación necesaria para sostener la creciente complejidad que muestran las sociedades modernas.

Democracia y mercado devienen conceptos antagónicos, tal como lo planteó Karl Polanyi en “La Gran Transformación”. 

En América Latina, en los ‘90, se impuso un «doble movimiento» que impulsó el libre mercado al tiempo que extendió los derechos de las comunidades indígenas (a partir del reconocimiento de la resolución 169 de la Organización Internacional del Trabajo). Se trata de 45 millones de personas y más de 800 grupos.

Con la llegada de la democracia avanzó la agenda ambiental. Después comenzó el reconocimiento de los derechos de la naturaleza. En paralelo, sin embargo, hubo una nueva configuración macroeconómica que permitió a las elites arbitrar el capital y colocar sus excedentes en algún paraíso fiscal.

Años más tarde, la entrada de China consolidó el modelo de inserción. Tiene mayor volatilidad económica e impone fuertes tensiones políticas. El activismo ambiental devino en una actividad de alto riesgo: América Latina se convirtió en la región más letal.

Más recientemente con la aprobación del Acuerdo Escazú se consagraron otros derechos: acceso a la justicia, al acceso a la información medioambiental, a participar en la toma de decisiones y le impone a los estados la obligación de prevenir e investigar los ataques contra activistas ambientales. 

Lamentablemente, este tipo de avances institucionales no lograron influir en el proceso de toma de decisiones económicas. El individualismo dominante permea la cohesión social, impide la coordinación necesaria para sostener la creciente complejidad que muestran las sociedades modernas.

LA GRAN EXTINCIÓN

Retomando el acuerdo alcanzado en la COP 15, observamos cierta desconfianza por parte de la comunidad científica.

Para muchos, nada garantiza que se cumplan este tipo de acuerdos. Existe consenso que el reforzar los derechos de los pueblos originarios acrecentaría las perspectivas de cumplimiento, pues son las comunidades originarias las que históricamente han protegido la biodiversidad. Es lo primero que atacan los sectores conservadores.

En Perú, por ejemplo, luego del conflicto institucional que terminó con la salida de Pedro Castillo del gobierno, las elites estan presionando por despojar de derechos a estas comunidades, reducir las áreas de reserva natural.

El proyecto, que cuenta con el aval del partido de Keiko Fujimoro, atenta contra los derechos y la vida de los pueblos que han vivido aislados.

Un avance similar se observó bajo el gobierno de Jair Bolsonaro, que liberó el Amazonas al avance del extractivismo más salvaje, avanzó la minería ilegal, se multiplicó la deforestación. Terminaron liberando tierras para beneficio del agro-negocio.

Es tiempo de repensar el patrón de crecimiento económico y avanzar hacia un futuro inclusivo y sustentable.

De no protegerse los derechos ya consagrados, el acuerdo 30 – 30  (convertir el 30% del planeta en área protegida para el 2030) puede terminar en una carrera por la apropiación de tierras en el Sur Global. 

La “gran extinción” implica reconocer la existencia de una “crisis Karl Polanyi”, tal el planteo de José Antonio Sanahuja. Como destaca el artículo recientemente publicado por Nueva Sociedad, tal situación afecta las “bases económicas y sociales, de su andamiaje institucional y normativo y de las asunciones colectivas sobre democracia, sociedad y mercado, lo que pone en cuestión la legitimidad del sistema”.

A esto se suma que, a diferencia de lo que puede observarse con el activismo en otras latitudes, en América Latina el retroceso del Estado ha terminado por debilitar a la sociedad civil.

América Latina es una de las zonas más afectadas por el cambio climático y con mayor destrucción de biodiversidad. El modelo de inserción que se persigue en la región no es ajeno, ni resulta impune al alto grado de desigualdad. Es tiempo de repensar el patrón de crecimiento económico y avanzar hacia un futuro inclusivo y sustentable.

Los desafíos de la salud postpandemia

Los desafíos de la salud postpandemia

Balance de la diputada Mónica Fein, presidenta de la Comisión de Salud y presidenta del Partido Socialista. Propone atender a las necesidades reales que la sociedad requiere, para fortalecer y humanizar el sistema de salud.
Diputada nacional y presidenta del Partido Socialista, Mónica Fein.

Si hay algo que la pandemia dejó en claro es la imperiosa necesidad de dejar de lado el rédito político particular en pos de trabajar mancomunadamente, apostando al diálogo y a la búsqueda de consensos. Porque si priorizamos los acuerdos sobre las diferencias, podemos construir la Argentina del futuro.

Así me propuse trabajar cuando acepté presidir la Comisión de Acción Social y Salud Pública de la Cámara de Diputadas y Diputados de la Nación, sabiendo que lo que sucede en el Congreso Nacional es el fiel reflejo de la política nacional, donde las diferencias irreconciliables suelen ponerse por delante de los objetivos comunes. 

Desde el socialismo siempre creímos que el funcionamiento pleno de las instituciones, la búsqueda de acuerdos y la promoción de la participación ciudadana, son centrales para mejorar nuestra democracia. 

Cuando asumí la presidencia, lo hice con la convicción de trabajar para fortalecer el sistema de salud y ampliar los derechos de la ciudadanía. Las leyes y proyectos que aprobamos fueron producto de debates entre integrantes de la comisión y distintas organizaciones de la sociedad civil, porque cuando el espíritu que nos guía es superador, es posible avanzar.

Hemos dictaminado leyes que promueven mayor humanización del sistema de salud. Logramos la media sanción de la Ley de Procedimientos Médico-asistenciales para la atención de mujeres y personas gestantes frente a la muerte perinatal y Cardiopatías Congénitas y colaboramos con otras comisiones dando pronto despacho a aquellos proyectos que lo requerían.

Podemos destacar algunas de gran impacto como Cuidados Paliativos, Resistencia Antimicrobiana (para promover un uso responsable de antibióticos) la ley de Formación en Enfermería y se puso en discusión un proyecto que promueve mejoras en las condiciones de trabajo de las y los enfermeros, a través de la aprobación del Convenio 149 Organización Internacional del Trabajo.

En nuestra primera reunión del año pusimos a consideración la Ley de VIH, una de las mayores deudas que teníamos en el Parlamento. Recuerdo que el día de la asunción me reuní con las organizaciones autoras del proyecto, para comprometer su tratamiento y dictamen. Tras 30 años, hoy podemos decir que la Respuesta integral al VIH, Hepatitis Virales, otras ITS y Tuberculosis, es una ley nacional.

Hemos dictaminado leyes que promueven mayor humanización del sistema de salud. Logramos la media sanción de la Ley de Procedimientos Médico-asistenciales para la atención de mujeres y personas gestantes frente a la muerte perinatal y Cardiopatías Congénitas y colaboramos con otras comisiones dando pronto despacho a aquellos proyectos que lo requerían.

Nos queda por delante un año más de trabajo, en medio de un sistema de salud en crisis que afecta la garantía de la atención equitativa de las personas y que no reconoce con condiciones y salarios adecuados a quienes trabajan todos los días. Debemos seguir ocupándonos.

Es fundamental atender a las necesidades reales que la sociedad requiere. Es mi objetivo en la comisión, y como Diputada Nacional, continuar promoviendo un diálogo fecundo que resulte en proyectos que mejoren las condiciones de vida de toda la población.