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Camila Perochena: «En el gobierno de Cristina el pasado fue omnipresente»

Camila Perochena: «En el gobierno de Cristina el pasado fue omnipresente»

¿Qué lugar tiene el pasado en los discursos de Cristina Kirchner? ¿Qué importancia tiene la historia en la «batalla cultural»? El libro «Cristina y la historia» de la joven historiadora Camila Perochena nos presenta esta compleja relación entre política, memoria e historia.

Historiadora y docente, Camina Perochena, todas las semanas analiza alguna página de nuestra historia en el programa Odisea, conducido por Carlos Pagni (curiosamente también graduado de la carrera de Historia). A mitad de camino entre la divulgación histórica y el análisis con vistas a la actualidad, Perochena despliega con desparpajo y simpatía sus conocimientos en la pantalla chica. El logrado equilibrio entre el trabajo académico y el interés por trascender al gran público hacen de Perochena una rara avis de nuestros tiempos.

En su último libro, Cristina y la historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado (Crítica, 2022), este ejercicio se repite. Allí, la historiadora rosarina analiza los usos del pasado en el discurso de la dos veces presidenta y actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. A partir del abordaje crítico de sus discursos, Perochena intenta dar cuenta de las claves de una narrativa agonista forjada en inclusiones y exclusiones de acontecimientos y actores individuales y colectivos, en la cual el pasado parece servir para legitimar las acciones políticas del presente. Fundamentado en un pormenorizado trabajo sobre fuentes (principalmente discursos presidenciales, aunque no exclusivamente), el trabajo invita, a su vez, a pensar sobre las posibilidades de hacer historia reciente.

En conversación con Eduardo Minutella, Camila Perochena reflexiona sobre los desafíos que le representó la investigación sobre este tema y la publicación de su libro, dada la gravitación que la figura en cuestión sigue teniendo en la actualidad. Historia, política y memoria se entrelazan de forma compleja en nuestra vida pública y, todavía más, cuando la enunciadora tiene peso propio, como es el caso. Sobre este y muchos otros temas la autora habló con La Vanguardia.

La primera pregunta que quisiera hacerte es del orden de lo metodológico. ¿Qué dificultades encuentra un historiador cuando encara el análisis de un tema tan contemporáneo como el que decidiste trabajar? ¿Cómo se mantiene la distancia analítica necesaria para una investigación rigurosa cuando el efecto de agenda sobre el objeto abordado es prácticamente permanente?

Creo que diste en el punto de uno de los aspectos más difíciles de mi investigación y es que no sólo se trata de un tema contemporáneo que, aún hoy, sigue siendo tema de agenda y disputa política, sino que además vivimos en una sociedad que está completamente polarizada. La identidad política hoy es una identidad prevaleciente en argentina, quiero decir con esto que, en muchos casos, las personas asumen una serie de juicios de valor sobre otros a partir de las preferencias políticas que tiene. 

Teniendo esto en cuenta, lo que intenté en términos metodológicos, fue acercarme a mi objeto de estudio (los usos políticos del pasado en el gobierno de Cristina Kirchner) como si estuviera estudiando algo que sucedió hace cinco siglos en Francia. Marcar la diferencia entre mi rol como historiadora y mis preferencias como ciudadana. El éxito de esa intención puede, sin dudas, ser cuestionado, pero siempre sostuve la aspiración de establecer una distancia con el presente y analizarlo con pretensiones académicas y no cívicas. Dicho esto, soy consciente que en la selección del tema y en las preguntas que le hago se juega la subjetividad del historiador, ningún acercamiento al pasado o al presente puede ser completamente objetivo. A pesar de esa limitación, en las respuestas a las preguntas de investigación, busco no caer en la grieta, ni en las visiones simplistas de blanco o negro que, por momentos, predominan en el debate público. 

Caracterizás a Cristina Fernández de Kirchner, según la conceptualización de Michael Bernhard y Jan Kubik, como una “guerrera memorial”. ¿Hay algún caso homologable en la historia argentina del siglo pasado?

Cuando digo que Cristina Kirchner es una “guerrera memorial” me refiero a que ella buscó dar una “batalla por la historia” y que sostuvo que existe una “verdadera historia” que debe imponerse sobre una supuesta “historia falsificada”. Esta es una fórmula que Cristina Kirchner retomó del revisionismo histórico. Pero esa no es la única “guerra memorial” de nuestra historia. 

En muchos momentos se pueden reconocer ese tipo de batallas que suelen coincidir con períodos de fuertes antagonismos en las identidades políticas. Aquellos momentos en los que los “otros” pasaron de ser considerados adversarios a ser considerados enemigos. Cito sólo algunos ejemplos que me vienen a la cabeza. Con la caída de Rosas (incluso antes) se construyó una visión del pasado argentino donde el rosismo aparecía como la tiranía que había que derribar y dejar atrás. Esta voluntad de venganza se ve incluso en la memoria urbana. Donde alguna vez estuvo la quinta de Rosas, se construyó el parque 3 de febrero, fecha de su caída, se derribó la quinta donde vivía y, en el mismo lugar, se colocó una estatua de Sarmiento, uno de sus enemigos.

A esta batalla memorial, el revisionismo histórico respondió con una nueva “guerra memorial” al sostener que esa era una historia falsificada y que existía una “verdadera historia” que debía ser contada donde Rosas no era un tirano sino un héroe popular. Ese es el guante que recogió Perón. Pero, lo interesante, es que no fue durante su presidencia sino después de su caída que se hizo revisionista. Durante su presidencia Perón estaba lejos de ser un “guerrero memorial”, lo que hizo fue retomar una visión liberal de la historia. Pero cuando, luego de ser derrocado, el régimen de 1955 se identificó a sí mismo con la línea Mayo-Caseros, Perón pasó a identificarse con Rosas y a recoger las visiones de la historia que el revisionismo le había acercado, con mucha expectativa, durante su presidencia. Pero los adversarios de Perón también podrían pensarse como guerreros memoriales, al identificarse con Urquiza y al buscar dar su propia interpretación del pasado reciente que los llevó, incluso, a saquear y demoler la quinta donde había vivido Perón en su presidencia. Entonces, en diversos momentos dirigentes políticos se pensaron como “guerreros memoriales”, en ese sentido lo de Cristina no sería del todo novedoso. 

«Cristina Kirchner consideraba que para avanzar en el plano político, económico y social debía primero triunfar en la “batalla cultural” y, la base de esa batalla, era para ella la reescritura de la historia. Uno podría decir que ese lugar que le daba a la historia es un gesto mitrista, pero que no apareció como un aspecto tan central en otros presidentes».

Autores como Rorty o Sartori han sostenido que en la década de 1990 la izquierda a nivel mundial se habría refugiado en lo cultural. Y sin embargo, no fue aquella una época propicia a la emergencia de discursos que otorgaran centralidad a la denominada “batalla cultural”. En el nuevo siglo, en cambio, pudimos observar la pregnancia de esa concepción en discursos de lo más diversos, desde el sostenido por Cristina Fernández de Kirchner, como bien analizás en tu libro, hasta en fuerzas políticas de signo muy diverso, incluso posicionadas en las derechas. ¿Por qué te parece que esto fue posible?

Lo voy a tratar de pensar en clave latinoamericana. Creo que las crisis económicas y sociales que se dieron a principios de siglo fueron también crisis identitarias. Hubo una explosión de demandas de reconocimiento e identidad en toda Latinoamérica. No se trataba sólo de demandas materiales, sino que la cuestión cultural adquiría centralidad. Diferentes fuerzas de distinto signo ideológico tomaron nota de ese lugar central que pasó a tener la identidad e incluyeron la cuestión cultural en sus discursos.

xFrente a la pérdida de coordenadas identitarias, había que volver a responder a la pregunta de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. En el caso del kirchnerismo, creo que ese cambio en relación con el contexto de 1990 se puede ver en el lugar central que volvió a tener la idea de “revolución”. Cristina sostenía que el kirchnerismo venía a cumplir las promesas inconclusas de los revolucionarios de mayo de 1810 y de los jóvenes militantes de 1970. Ese “revival” de la idea de revolución es, también, una respuesta a la crisis identitaria de principios de siglo. 

Algo muy interesante que se desprende de la lectura de tu libro es que en algunos aspectos el uso de la historia que hace Cristina Fernández de Kirchner no es muy diferente al que hicieron en su momento los artífices de la Argentina liberal. Por un lado, la historia aparece como una guía para la acción; por el otro, es un discurso que forja identidades. ¿Qué especificidades encontrás, más allá de esta condición en apariencia paradojal, en los usos del pasado que hace la expresidenta?

Creo que esas son las dos funciones que todo político le encuentra a la historia, ya sean de derecha, izquierda, peronistas, liberales. Los historiadores debemos ser una minoría que insistimos en que la historia no funciona como guía para la acción porque la historia no se repite, o que estudiamos el pasado sin el objetivo de forjar identidades. Dicho esto, creo que los usos del pasado de Cristina Kirchner tienen tres características específicas. Una es la intensidad con la que usa el pasado. En su gobierno el pasado fue omnipresente. En el 51% de sus discursos habló de historia, creó nuevos museos, nuevos feriados, inauguró monumentos y escenificó la historia en numerosos actos políticos. La segunda, se relaciona con el lugar central que ocupa la historia en su imaginario político. Cristina Kirchner consideraba que para avanzar en el plano político, económico y social debía primero triunfar en la “batalla cultural” y, la base de esa batalla, era para ella la reescritura de la historia. Uno podría decir que ese lugar que le daba a la historia es un gesto mitrista, pero que no apareció como un aspecto tan central en otros presidentes. Y la última característica es el uso polarizador del pasado que rastreaba en la historia los antagonismos que el kirchnerismo buscaba profundizar en el presente. Eso no sería una originalidad de Cristina Kirchner pero sí se podría decir que ese uso polarizador de la historia es más reiterativo y profundo que en otros presidentes anteriores. 

En lo que hace a la mirada histórica específica de Cristina Fernández de Kirchner, la presentás como artífice de una “nueva-vieja historia”. ¿Cuáles serían las características de esa tensión entre lo nuevo y lo viejo presentes en su concepción de la historia?

Cuando me refiero a “nueva-vieja historia” lo que quiero decir es que la visión del pasado que Cristina Kirchner presentaba como una nueva historia tenía poco de novedoso porque era una suerte de mix de diversas visiones del revisionismo histórico. Tampoco había una novedad en la visión del período revolucionario del siglo XIX donde Cristina retoma la interpretación más tradicional de la historia liberal. Lo novedoso, podríamos decir, está en convertir esas visiones revisionistas en historia oficial. Si bien ya se puede ver al revisionismo en los gobiernos de Cámpora o de Menem, los usos políticos que el kirchnerismo hizo de esas visiones son diferentes. Se podría sintetizar diciendo que Menem repatrió los restos de Rosas pero con el objetivo de “cerrar” un debate por el pasado y “reconciliar”. En el caso de Cristina Kirchner, se subió a Rosas al panteón con el objetivo de abrir la batalla por la historia y “polarizar”. 

Pero esta tensión entre lo viejo y lo nuevo podría reconocerse también en los propios objetivos del gobierno. Hay una paradoja que encierra este discurso y es que requiere hablar del pasado para posicionarse en un presente que se instituye como un nuevo origen. Es decir, hay una paradoja a la hora de hablar de un gobierno que para refundar la nación, para terminar con lo que Cristina llamaba “200 años de fracasos y divisiones”, restaura el pasado.

Lo político, indeterminado por definición, es un elemento central en el discurso de Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, en la construcción de una línea 1810/militancia revolucionaria de la década de 1970/kirchnerismo, el presente aparece como inscripto en el pasado, lo que te permite caracterizar a la expresidenta como una “filósofa de la historia”. ¿Cuál sería entonces el lugar para el azar y lo indeterminado en su concepción de la historia?

Esto que marcás es un punto buenísimo y ahora que lo presentás así pienso que me hubiese gustado que se me ocurriera cuando estaba escribiendo el libro. Como bien marcás, a mi me parece que Cristina Kirchner tiene un discurso donde el kirchnerismo se presenta como punto de llegada de un proceso iniciado en 1810 e interrumpido en diferentes momentos históricos. Ahora bien, esa idea de que hay algo de inexorabilidad en el proceso histórico deja poco lugar a la acción de los individuos. Por lo cual, esa es una visión de la historia que entra en tensión con otra idea de la historia que es central en el kirchnerismo: el rol de la voluntad para moldear la realidad. El voluntarismo revolucionario que se puede encontrar en la tradición francesa, rusa o guevarista de la revolución, por citar algunos ejemplos. Esa idea de que la voluntad política no tiene límites estuvo en Néstor Kirchner y en Cristina Kirchner. Entonces, por más paradójico que suene, creo que en el kirchnerismo conviven ambas concepciones de la historia, una que hace hincapié en la “necesidad histórica” y otra que lo hace en la “voluntad”. 

Un tópico que aparece en forma recurrente en los discursos que analizaste es el de la “complicidad”. ¿Cuáles son las razones de esa presencia y cuál es su valor performativo?

Hay algo constitutivo de la concepción que Cristina tiene de la historia y es que las derrotas propias se explican por el complot de los enemigos del pueblo, tanto en el presente como en el pasado. Así es como lee la caída de Rosas, el derrocamiento de Yrigoyen y Perón, el golpe de 1976 y su propio presente. En esta visión dicotómica aparece la idea de que existe un enemigo, acechando y complotando permanentemente en contra de los representantes del pueblo. De esta manera, Cristina construye una oposición entre una suerte de complot mediático-judicial, por un lado, y voluntad del pueblo, por el otro. 

Esta idea de complot es muy efectiva a la hora de generar adhesiones y movilizar a la acción. Francois Furet decía que en la revolución francesa, la idea de complot era lo que le daba energía a la acción revolucionaria. No alcanzaba con reivindicar la igualdad, la libertad y la fraternidad, para desatar la energía revolucionaria se requería del complot aristocrático: “Todo credo maniqueo necesita tener que vencer una maldición” decía Furet. Esto era lo que organizaba la acción política, lo que activaba un conjunto de convicciones y creencias.

«Con Cristina Kirchner la densidad histórica es mucho mayor, Cristina hablaba tanto del siglo XIX como del siglo XX, sostenía que venía a terminar con las promesas inconclusas de los revolucionarios de mayo de 1810. Hay ahí una ambición refundacional mucho más ambiciosa que la que podía verse en Néstor Kirchner. Además, hay una preocupación mayor por escenificar esa batalla cultural».

En el capítulo sobre los festejos del Bicentenario, uno de los más elocuentes del libro, recuperás una idea de Máximo Kirchner recogida en un documental: “con esto los quebramos culturalmente”. ¿Esa vocación de integrar historia y “batalla cultural” estaba mucho más presente en Cristina Fernández de Kirchner que en el expresidente Kirchner? ¿Por qué?

Creo que esto era así porque para Cristina Kirchner, a diferencia de Néstor Kirchner, lo simbólico tenía la capacidad de moldear la realidad. En muchos discursos Cristina sostuvo que Argentina había sido derrotada política y económicamente porque antes la habían “colonizado culturalmente”. De esta manera, lo cultural y simbólico adquiría una preponderancia política que no tenía en la cosmovisión de Néstor Kirchner. Esto no significa que no hubiera un despliegue simbólico o una batalla por el pasado en el ex presidente, de hecho la hubo y es un tema que muy bien ha estudiado Sol Montero. Pero lo simbólico no tenía la centralidad que tuvo con Cristina Kirchner. Incluso, las batallas por el pasado de Néstor Kirchner se centraban en la historia argentina reciente, desde los 70 al presente principalmente. El siglo XIX casi no aparecía en los discursos de Néstor Kirchner. Con Cristina Kirchner la densidad histórica es mucho mayor, Cristina hablaba tanto del siglo XIX como del siglo XX, sostenía que venía a terminar con las promesas inconclusas de los revolucionarios de mayo de 1810. Hay ahí una ambición refundacional mucho más ambiciosa que la que podía verse en Néstor Kirchner. Además, hay una preocupación mayor por escenificar esa batalla cultural. Los rituales políticos con Cristina Kirchner estaban cuidadosamente diseñados. Cristina tenía a Javier Grosman que fue quien organizó todos los actos del gobierno desde el Bicentenario en adelante. La manera de representar la historia, la escenografía que rodeaba a la presidenta era tan importante como el contenido del discurso. Esa cuidadosa preocupación por “escenificar el poder” no estaba en el ex presidente. 

El “deber de la memoria” aparece en el discurso de la expresidenta como un imperativo moral, a la vez que, según afirmás, cumple una importante función polarizadora. ¿Cómo se salva, ante la opinión pública, la tensión entre una moral que aparece a la vez como absoluta y como utilitaria? ¿Encontrás un uso similar en otros dirigentes o fuerzas políticas en la Argentina actual?

No estoy segura de que Cristina Kirchner piense al “deber de memoria” al mismo tiempo desde una concepción deontológica (como imperativo moral) y utilitaria. En su discurso, la dimensión absoluta de la moral en lo que respecta a la memoria del pasado traumático es predominante. Creo que la idea más utilitaria aparece en los discursos que apuntan a un uso productivo del olvido, aquellos que sostienen que hay contextos históricos en los que olvidar es lo más “conveniente” desde una perspectiva utilitarista. Pienso en el caso de Carlos Menem y los indultos, por ejemplo. Allí no se piensa a la memoria como imperativo moral. Creo que en la actualidad, la mayoría de los dirigentes políticos entienden la memoria del pasado dictatorial como un imperativo moral, desde los dirigentes peronistas hasta los radicales. Creo que en el caso del PRO hay una división en ese sentido. Diría que en Horacio Rodríguez Larreta está la idea de memoria como imperativo moral que puede verse en ese video que grabó para un 24 de marzo contando el secuestro de su padre, pero que en Macri no aparece tan marcado porque, durante su presidencia, existió una deliberada voluntad por mirar al futuro y no al pasado.

Empezamos con una de orden metodológico y cerramos igual. Luego de haber realizado un intensivo trabajo en historia reciente: ¿qué sugerencias le harías a quienes quieran adentrarse en ese territorio todavía no tan transitado?

Que se acerquen a su objeto con la menor cantidad de juicios valorativos posibles, no es fácil, pero que al menos sea una aspiración. Desde ya que esto es un debate epistemológico muy profundo como para despacharlo en tres líneas, pero a mí me ayudó pensar ese acercamiento académico y no político con mi objeto.

QUIÉN ES

Camila Perochena (Rosario, 1987) es Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Magister en Ciencia Política por la Universidad Torcuato Di Tella y Profesora de Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Su tesis de doctorado se centra en los usos de la historia durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2008-2015) y Felipe Calderón en México (2006-2012).  Se desempeña como profesora en el Departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella. Realiza trabajos de divulgación histórica en el diario La Nación y el canal LN+. Es cocreadora de los podcast “La Banda Presidencial” y “Hay que pasar el Invierno” de La Nación. Su primer libro es Cristina y la historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado (Crítica, 2022).

¿Qué era ser socialista en 1930 para La Vanguardia?

¿Qué era ser socialista en 1930 para La Vanguardia?

Analizando una nota publicada en La Vanguardia, el historiador español rescata el valor de organizar y estudiar para transformar. Actualidad de ideas en tiempos de convulsión política por el retorno de los fascismos.
Portada de La Vanguardia el 7 de enero de 1928, recuperada por el proyectos Vanguardia Digital del CEHTI, disponible en https://www.vanguardiadigital.org.

En enero de 1930 encontramos una reflexión editorial realizada desde La Vanguardia, periódico socialista de la Argentina, que tuvo eco a primeros de marzo en El Socialista español, sobre el significado de ser socialista.

La Vanguardia publicó una columna porque consideraba que era un momento necesario para definir qué era ser socialista, habida cuenta de que el país vivía momentos de “gran confusión política y de polarización”. Parecía necesario recordar a los trabajadores, especialmente a los más jóvenes, que no había que impacientarse ni desesperar ante la realidad de la política criolla.

Recordemos que la crisis de 1929 generó mucha tensión y malestar social entre las clases trabajadoras y un cuestionamiento de la democracia por parte de los sectores políticos dominantes.

Precisamente, a principios de septiembre de aquel año de 1930 tuvo lugar un golpe militar, liderado por el general José Félix Uriburu, que derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen.

Pero el texto trascendía la coyuntura política argentina del momento para explicar en qué consistía ser socialista.

ORGANIZAR

La primera idea tenía que ver con la organización y el trabajo como ejercicio de disciplina. El socialismo siempre tuvo a la organización como un valor fundamental. El trabajo debía ser perseverante, guiado por la “justicia, la inteligencia y la solidaridad”.

El socialismo era una fuerza de trabajo lenta, pero enérgica que iba transformando la sociedad poco a poco, día a día. Era una obra férrea frente a la volatilidad de la política cotidiana.

No podían ser socialistas los que se movían por éxitos superficiales y efímeros, ni los que asociaban el socialismo a ambiciones para figurar o enriquecerse, ni tampoco los que solamente contemplaban la acción política en su aspecto electoral.

Ser socialista, en aquella editorial de La Vanguardia, no significaba obtener un carnet de afiliado en vísperas de una elección o al día siguiente de la misma.

ESTUDIAR

Ser socialista significaba un esfuerzo de estudio de cerca y profundamente de las condiciones de los trabajadores. También para discernir el sentido y la dirección de los acontecimientos económicos del pasado y del presente para darse cuenta exacta de la potencia real del capitalismo que dominaba el mundo.

Por fin, exigía un trabajo para percibir la solución socialista como la única posible entre tanta injusticia.

En una palabra, se estaba hablando, de nuevo, de la importancia del análisis y del trabajo, pero también de la convicción de que el problema era el capitalismo y de la necesidad de combatirlo.

Por todo eso, no podían ser socialistas los que se movían por éxitos superficiales y efímeros, ni los que asociaban el socialismo a ambiciones para figurar o enriquecerse, ni tampoco los que solamente contemplaban la acción política en su aspecto electoral, olvidando el carácter global del movimiento socialista.El artículo de La Vanguardia se publicó en El Socialista en el número de 2 de marzo de 1930.

Juicio a las Juntas: la trastienda periodística y fotográfica

Juicio a las Juntas: la trastienda periodística y fotográfica

Luego de ocho meses de crudos testimonios, donde periodistas de todo el mundo sacaron a la luz lo que buena parte de la sociedad ignoraba: el terrorismo de Estado. Cobertura. Por Natalia Benavides y Tavo Cataccio.
Los criminales en el banquillo. Foto de Eduardo Longoni.

El periodista Carlos Rodríguez y el fotógrafo Eduardo Longoni, durante el Juicio a las Juntas Militares de 1985, trabajaban en la Agencia de Noticias Argentinas (N.A), una de las más importantes en ese momento, de impronta federal e “independiente”, incluso superior a Télam. Rodríguez a su vez formó parte del equipo del Periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. “Un material que tenía mucha llegada y se agotaba”.

Hay una foto icónica del Juicio a las Juntas: los genocidas ingresando en fila al banquillo de los acusados bajo la mirada del fiscal Julio César Strassera. A esa imagen, su autor la fotografió llorando. Así lo cuenta 37 años después. Hubo otros hechos sobre los que desde entonces tampoco se habló. Por ejemplo, las reuniones privadas de los periodistas acreditados con los miembros del tribunal y la conmoción que les causaron los testimonios de quienes fueron torturados. Dos de los trabajadores de prensa que cubrieron ese juicio histórico cuentan hoy detalles nuevos de una historia que nunca termina de actualizarse.

Carlos Rodríguez y Eduardo Longoni, sus otros colegas, los familiares y las víctimas del terrorismo de Estado que compartieron esa sala de madera en Tribunales, desde donde vieron todos los días a los responsables de las torturas, la desaparición de personas y robo de bebés sentados en primera fila. Entre ellos Jorge Rafael Videla, que llevaba una Biblia. “Cuando el fiscal Strassera (Julio) leyó el alegato escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana, fue una explosión. Era duro pero poético”, describió Rodríguez. “Nosotros estábamos al costado, debajo de las gradas. El día de la condena nos abrazamos entre todos”, recordó. 

Rodríguez es periodista y Longoni fotógrafo. Durante el Juicio a las Juntas Militares de 1985, trabajaban en la agencia de Noticias Argentinas (NA), una de las más importantes en ese momento, de impronta federal e “independiente”, incluso superior a Télam. Rodríguez a su vez formó parte del equipo del Periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. “Un material que tenía mucha llegada y se agotaba”.

LA FOTO DE LOS CRIMINALES EN EL BANQUILLO

En Tribunales, mientras él se organizaba junto a sus compañeros como postas de libretas y lapiceras desde el principio hasta el final de las maratónicas sesiones, Eduardo Longoni tomaba una fotografía que marcaría su trayectoria: en septiembre de 1985, ingresan en fila bajo la mirada del fiscal Julio César Strassera, los jefes de la dictadura rumbo al banquillo de los acusados. “El primer día que ingresaron los militares fue la primera foto que hice llorando, no podía creer que esos monstruos crearon la peor tragedia de la Argentina”.

Carlos Rodríguez y Eduardo Longoni, sus otros colegas, los familiares y las víctimas del terrorismo de Estado que compartieron esa sala de madera en Tribunales, desde donde vieron todos los días a los responsables de las torturas, la desaparición de personas y robo de bebés sentados en primera fila. Entre ellos Jorge Rafael Videla, que llevaba una Biblia.

En ese momento, el fotógrafo comprendió que podía “empuñar” la cámara como si se tratara de un lenguaje que le permitiera, desde esa profesión, combatir, militar, resistir y dejar su “granito de arena” en un embate contra la dictadura y frente a lo que comenzaba a ocurrir en la Argentina: se iniciaba la etapa donde la dictadura cívico-militar empezaba a opacarse y se vislumbraba un tiempo de cierta libertad. Cierta, porque todavía sobrevolaban sensaciones de temor. A la vez, con la llegada de la democracia y de Raúl Ricardo Alfonsín, en diciembre de 1983, se acercaban aires de memoria, verdad y justicia. 

El trabajo de Carlos Rodríguez estaba enfocado en la redacción, y como en todo juicio, no se podía utilizar grabadoras: “Yo salía y hablaba por teléfono de línea con la agencia. Pasaba la información que había tomado con los apuntes y luego le dábamos forma para publicarlo inmediatamente. Al final del día, la persona que estaba hacía la cabeza informativa uniendo toda la información”, explica el periodista.

LA NEGOCIACIÓN POR LAS FOTOGRAFÍAS

En una primera instancia tampoco se preveía fotos sobre el juicio. Luego de una reunión que mantuvieron distintos editores de fotografía, de la cual participó Eduardo Longoni por NA, se impulsó el pedido de audiencia con la Cámara Federal y fueron recibidos por éste órgano judicial. En ese encuentro le fue solicitado el permiso de ingresar a un fotógrafo y a partir de esa decisión, desarrollar un pool periodístico. Lo cubría Agencia de Diarios y Noticias (DYN), Télam y Noticias Argentinas, un día cada una.

La Cámara Federal designó al fotógrafo Juan Carlos Piovano como “custodio” de ese material y luego se realizaba una edición de una, dos o tres fotos del día entre los editores de varias de las agencias y esa misma foto se distribuían en todas las agencias nacionales e internacionales. De ese modo estaba cubierto a nivel mundial el juicio.

LAS REUNIONES CON EL TRIBUNAL

Durante los ocho meses que duró el juicio, los periodistas debían ser muy ordenados. Había pautas muy rigurosas. En varias oportunidades, se reunieron con los jueces para clarificar información. “A veces te quedaban dudas, por eso nos encontrábamos para desasnarnos”, comenta Carlos. En ese momento, las agencias difundía el material a los medios, y Noticias Argentinas llegaba a los del interior. “Fue como aprender periodismo todo el tiempo. Cómo cubrir, cómo generar empatía con la víctima”, agrega Rodríguez. “¿Cómo no te vas a conmover con alguien torturado? Más allá de ser periodista, sos una persona”. 

“Estar cerca de los responsables del terrorismo de Estado no era gratuito”. Más de una vez Longoni se sintió abrumado por verlos allí con “la soberbia con la que estaban”. Una de las cosas que más recuerda es que “Videla entró y salió todos los días que estuvo ahí con la Biblia en la mano leyéndola”. Al respecto, opina que “Videla era el peor en el sentido que era un cruzado. Los otros participaban de lo que estaba ocurriendo, de hecho, Massera habló en el juicio a diferencia de Videla que se sentía una deidad”.

 HISTORIAS DE FOTOGRAFÍAS

Previo al Juicio, Eduardo Longoni había fotografiado en funciones a varios de los responsables que estaban sentados en el banquillo de los acusados. Se cruzan por su mente imágenes de Galtieri y Videla riéndose en el palco del Regimiento Granaderos a Caballos como también las imágenes de los Comandantes en la misa de la Capilla de Stella Maris. “Para las Fuerzas Armadas, cada 24 de marzo era una celebración”, menciona el fotógrafo. En medio de estos particulares escenarios, Eduardo continuaba en la búsqueda de la imagen y con la cámara entre sus manos.

Entonces, Longoni tuvo la particular convivencia que le significó tanto para retratar a los militares en funciones como también para retratar a los militares en el banquillo de los acusados. En ese paralelismo, y como un as en la manga que podía reservarse en silencio, recuerda que “las fotos de las Madres o de las primeras Marchas eran de alguna manera puramente documental ya que podían servir en ese momento para intentar publicarlas en los diarios extranjeros para que de alguna manera se corriera el velo de lo que pasaba en la Argentina”. 

Entre pinceladas que define a este vasto fotógrafo y su relación con las imágenes que pasan por la lente de su cámara, las cuales reflejan cualquier hecho, además de la imagen que se crea en ese instante y más que la imagen que se crea en ese instante, también guardan otras sensaciones: olores, sonidos. 

Sobre la relación de las fotos que estaban vinculadas a los militares, el fotógrafo lo describe como “intentar ganar pequeños recortes de símbolos que pudieran servir a futuro. Cuando los militares entran al juicio y están sentados en el banquillo de los acusados, la cámara de nuevo corre a lo que era testimonial duro: estos son los acusados de ser asesinos y juzgados”.

También sostiene que “verlos sentados en el banquillo de acusados y verlos condenados es un hecho fundacional de la democracia argentina, y haber estado ahí me parece uno de los privilegios que me dio la cámara que para mí representa un pasaporte a ciertos lugares que no hubiera llegado de otra manera”.

Entre pinceladas que define a este vasto fotógrafo y su relación con las imágenes que pasan por la lente de su cámara, las cuales reflejan cualquier hecho, además de la imagen que se crea en ese instante y más que la imagen que se crea en ese instante, también guardan otras sensaciones: olores, sonidos. 

En particular, las fotos que captó en el juicio invadieron y generaron otros sentimientos que están ligados a un “descenso a un lugar que no era posible dar crédito y de lo que el fiscal Strassera tuvo que probar respecto de plan sistemático de desaparición, tortura y muerte”.

“PARA NOSOTROS, EL JUICIO FUE UNA VÁLVULA DE ESCAPE”

Previo al proceso judicial a las Juntas Militares, el periodista Carlos Rodríguez como muchos de sus colegas, había leído los testimonios del informe realizado por la Organización de los Estados Americanos (OEA) que fue presentado en La Paz, Bolivia, en 1980. Carlos explica que si bien, parte de la sociedad argentina tenía conocimiento sobre lo que había pasado durante la dictadura, la gravedad era mayor. “Las propias Madres al principio no tenían dimensión. Ellas pensaban que eran unas pocas y después empezaron a darse cuenta que sucedía en todo el país. Fueron creciendo”, detalla. “Para nosotros (los periodistas) el juicio fue una válvula de escape. Vos querías estar ahí”, agrega Rodríguez.

Entre algunas menciones que se cruzan en la vida del fotógrafo Eduardo Longoni, describe la sensación que tuvo sobre varias de las imágenes que quedaron sueltas. Reconoce que “siente que dentro de los párpados de sus ojos quedaron muchas fotos que no pudo hacer. Nadie pudo fotografiar un secuestro, nadie pudo fotografiar el ocultamiento”.

En un balance que surge 37 años después, Carlos Rodriguez reflexiona que tenía los “anticuerpos necesarios” para soportar las más de 500 horas de testimonios desgarradores. Si bien en su vida transitó varios juicios orales, éste a su entender fue el más importante en su vida. “Lo que hizo Alfonsín fue audaz, pero estaba limitado por la presión de los militares”, opina el periodista.

Por su parte, Eduardo Longoni asume que no pudo hacer fotos de lo que significó el regreso de la democracia. “Tenía tan inscripto lo que era correcto fotografiar, de las fotografías de los organismos derechos humanos, de las Madres que no pude fotografiar la gente besándose, las fiestas. No me parecían que eran temas y hoy no tengo fotos del retorno de la democracia. Seguí fotografiando como una necesidad de seguir dando testimonio de las cosas más duras”.

Nota del editor: esta nota se reproduce por autorización de los autores. La Vanguardia ya publicó las anecdotas de otro de los fotógrajos del juicio a las Juntas, Daniel Muzzio. La podés volver a leer aquí.

Foto de Julio Menajovsky

TESTIMONIOS: jULIO MENAJOVSK

Julio Menajovsky, fotógrafo, tuvo “un exilio tardío” con relación al resto de los compañeros detenidos que estuvieron antes y durante la última dictadura cívico-militar. Estuvo preso en varias cárceles hasta 1982 y recién en 1983, cuando estaba bajo la condición de “libertad vigilada”,emigró a Francia para encontrarse con su mujer y su hijo. Todavía permanecía la dictadura en Argentina y no estaban dadas las condiciones para reunir a la familia con lo cual la decisión que prevaleció en ese tiempo fue exiliarse en ese país donde, hasta ese momento, sus familiares habían logrado cierta estabilidad cotidiana. Llegó al viejo continente poco antes de las elecciones que permitieron que retornara la democracia a la Argentina.

El presidente elegido para ese momento fue Raúl Alfonsín. Desde el exilio, observó con cierta sorpresa la asunción de Alfonsín como también la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y todo lo que derivó posteriormente en ese acto de audacia que tuvo el presidente logró así una relación diferente, no sólo con su electorado, sino también con aquellos que de alguna manera no estaban a fin a este partido político que conduciría el país luego de la dictadura. Con ese escenario en la Argentina, a la distancia, Julio recuerda y reconoce que fue “un acto auspicioso” que implicaría la trascendencia que luego se trasladó a la importancia de los informes que revelaría la CONADEP.                                                                                                                                                                

Luego de algunos años, donde Julio recuerda que logró sacarse “años de cárcel sobre su piel  y sobre su cuerpo y ya con la posibilidad de tomar el futuro en sus manos, tomaron la decisión de regresar a la Argentina y volver de alguna forma al curso cotidiano de la vida de la familia en la patria que los vió nacer”. Para fines de 1985 llegó primero Julio, y luego su familia. En esos tiempos se esperaba por la condena a los militares en el Juicio a las Juntas. 

Entre algunas de las reflexiones que lo llevan a Julio a reconstruir la época en la que vivió cuando retorno a la Argentina luego de su exilio y en un momento histórico y de búsqueda de la verdad destaca que “es factible pensar que, sin los primeros juicios, sin la tarea de la CONADEP y sin el despliegue periodístico con todas sus variables estaríamos todavía luchando por el derecho a la verdad y no por el juicio y castigo a los culpables. Esto es una gran enseñanza y una gran lección y es por esto que no cesarán ni en el presente ni en el futuro todos los intentos de negacionismo. La fotografía jugó un rol en este proceso que no fue menor ni central pero que supo estar a la altura de las circunstancias”. 

Por aquellos días, una tarde, Julio se encontró en la Plaza Lavalle, frente a Tribunales. Había un tumulto de gente escuchando la radio. Recuerda esa imagen y reflexiona que “era la única manera de poder seguir los acontecimientos que estaban ocurriendo en el Palacio de Justicia”. En ese contexto, se dispuso con su cámara “registrar a través de los gestos y actitudes esa escenografía que se había armado con carteles exigiendo justicia y castigo a los culpables”. Por aquél instante, reconoce que pudo registrar las primeras reacciones de los familiares directos cuando recibieron la noticia de las primeras condenas a cadena perpetua y las absoluciones. 

Como una necesidad imperiosa en la que Julio apela a la historia que aconteció en aquellos momentos agitados recuerda que “las fotografías tomadas por esos días podrán o no reflejar todo el dramatismo de lo escuchado y vivido durante el juicio, pero son los suficientemente importantes y contundentes como para dejar sentado en la historia que eso existió, fue verdad y revestirlo de todos los sentidos que otros documentos vienen a contribuir para completar aquello que la fotografía por sí misma no puede hacer”.

Según el fotógrafo, parte de esa justicia generó la “decepción como también el entusiasmo”. “Esto que alimentó la llegada de la justicia a la vez generó un sentimiento de desconfianza en un espacio acotado donde se escuchaban las consignas”.

Desde el sentido de sus fotografías, Menajovsky expresa los sentimientos que le generaron de “saber que se encontraba en un momento histórico, único que no sólo le pasaba al país sino a él también”. 

“La contundencia del documento fotográfico tuvo que ver con que hubo un país que pudo juzgar a sus propios criminales con su propia justicia y con los medios que tenía a su alcance en situaciones de una tremenda precariedad dándose un ejemplo así mismo, asentado a lo que significa su propia historia pero también posibilitando un mensaje para otros pueblos que pasaron por situaciones similares”. 

TESTIMONO 2: PABLO LLONTO

“La democracia se recuperó, pero había que comenzar a subir una escalera. Estaba bastante alto el primer peldaño, pero si se subía significaba que había fuerza para seguir con los otros. Y se logró”, dice el periodista, escritor y abogado, Pablo Llonto, al recordar su cobertura para el Diario Clarín del Juicio a las Juntas en 1985. “Cubrirlo fue electrizante, porque había un ritmo que se tenía que seguir”, agrega. 

El proceso judicial fue posible gracias a la movilización popular. Un reclamo que se expresaba en las calles, en los partidos políticos y en el movimiento de derechos humanos. “La primera respuesta de la democracia, fue la derogación de la Ley de Autoamnistía -establecida por la dictadura-, donde todas las corrientes políticas, inclusive la centro-derecho, votaron a favor”, explica Pablo Llonto, sobre la primera señal del gobierno de Raúl Alfonsín en 1983. 

En ese entonces, el Presidente promueve varias medidas que incluían la sanción de los decretos 157/83 y 158/83.

En el primero, se establecía juzgar a las cúpulas de las organizaciones guerrilleras como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros.

En el segundo, se ordenaba procesar a las tres juntas militares que habían gobernado la Argentina de manera anticonstitucional.

“Ya en ese momento, teníamos claro que era un acontecimiento histórico, que no era menor. Fue decisivo ese primer paso”, expresa el periodista Llonto, sobre el significado del juicio. Una dimensión que con los años creció. “El Nuremberg argentino se lo denominaba y no era menor con ese título”.

El proceso judicial se inició el 22 de abril de 1985 y finalizó el 25 de agosto de ese mismo año. El nueve de diciembre se dictó sentencia: Jorge Rafael Videla y Eduardo Emilio Massera fueron condenados a prisión perpetua, mientras que Roberto Viola a 17 años de prisión; Armando Lambruschini a ocho años de prisión y Orlando Ramón Agosti a cuatro años de prisión. Ese día, Pablo Llonto estuvo en el palco de periodistas en Tribunales. “Fue tremendamente emotivo”. Si bien el clima era de “por fin, se los condenó”, más tarde hubo una protesta encabezada por Madres de Plaza de Mayo sobre Avenida Corrientes contra las absoluciones. “La consigna era juicio y castigo a todos los responsables, y se marchó pidiendo eso”, aclara el periodista.

No comerás al prójimo

No comerás al prójimo

«Hasta los huesos» (Bones and all), la película de Lucas Guadagnino, reformula dos grandes prohibiciones de nuestra cultura en una obra tan ambigua como ambiciosa. El espejo con “Porcile” de Pasolini
La película de Guadagnino aborda el parricidio totémico y el tabú del canibalismo.

“He matado a mi padre, comido carne humana, tiemblo de alegría”. El silencio horrorizado de los pobladores de una montaña volcánica acompaña las últimas palabras del caníbal al que han dado cacería. La atroz declaración corresponde al personaje principal de «Porcile», película de Pier Paolo Pasolini. El legendario director italiano llevó en 1969 al cine dos temas centrales para la cultura: el parricidio totémico y el tabú del canibalismo.
Cincuenta años después, el también italiano Luca Guadagnino aborda en «Hasta los huesos» estos dos grandes temas en un filme totalmente distinto al de Pasolini, en una obra que se destaca por sobre todas las cosas por ser un abigarrado homenaje al séptimo arte.

«Hasta los huesos» es una road movie y también un filme de coming-of-age, es terror gore y también un intenso drama existencialista. Las referencias son variadas y grandilocuentes. «Paris, Texas», de Wim Wenders o «Badlands», de Terrence Malick. Más acá en el tiempo, la saga híper taquillera de «Crepúsculo» o la premiada «Nomadland». Parece mucho y posiblemente lo sea. «Hasta los huesos» es una obra henchida de pulsión narrativa.

CANIBALISMO COMO METÁFORA SOCIAL


Quizás la ambición visualmente preciosista y súper estilizada de Guadagnino le haya quitado potencia política a «Hasta los huesos». Pero no por ello hay que dejar de destacar su decisión de revisitar y de resignificar desde la cultura popular -porque «Hasta los huesos» es una película destinada al público masivo- uno de los tabúes que nos permite perpetuarnos como especie. No comerás al prójimo. Porque si comenzáramos a devorarnos entre nosotros la civilización se extinguiría en cuestión de días.

¿Por qué sufren los protagonistas de «Hasta los huesos»? Porque el mal que los aflige, ese apetito de carne humana, los condena a la más extrema soledad. Guadagnino, que decidió adaptar la novela de Camille DeAngelis, pinta a sus personajes como seres sufrientes, dañados, enfermos, adictos. No pueden habitar una vida normal, deben estar en constante fuga. Cada vez que sacian su hambre tienen que huir. Y con los años, el apetito se vuelve más demandante.

No pueden habitar una vida normal, deben estar en constante fuga. Cada vez que sacian su hambre tienen que huir. Y con los años, el apetito se vuelve más demandante.

«Hasta los huesos», como «Porcile» de Pasolini, corren el peligro de ser incomprendida. En ambos casos, son obras deliberadamente arriesgadas en términos estéticos. En «Porcile», Pasolini conjugaba el lirismo extremo con la diatriba política, casi panfletaria.

En «Hasta los huesos», Guadagnino decide hacer convivir un lirismo impresionista con escenas literalmente viscerales. El tránsito entre estos dos registros, que son parte de una misma voluntad narrativa, a veces es difícil de “digerir”. Guadagnino es muy consciente del tono dual de su propuesta, de que la ambigüedad pueda alejar espectadores en lugar de atraparlos, pero también se muestra como un director muy seguro de sí mismo y logra dotar a su película de enorme poderío.

La historia de «Hasta los huesos» es la de una adolescente llamada Maren (extraordinaria Taylor Russell) que desde niña lucha contra su propia naturaleza caníbal. Abandonada por su padre, sale en busca de su madre que la dejó cuando nació. En el camino descubre que no es la única persona que sufre lo que ella entiende que es su enfermedad. Los caníbales son pocos, pero existen y están desparramados por toda la geografía. Se reconocen por el olfato y esos encuentros pueden ser muy problemáticos. Por eso un caníbal veterano (Mark Rylance) le advierte a la jovencita que en su casa no se comen entre ellos.

AMOR Y TABU

Así como los caníbales están condenados a la soledad y a la tristeza, también pueden enamorarse. Maren conoce a Lee (Thimotheé Chalamet) y los dos jóvenes inician un romance que los lleva de una punta a la otra de Norteamérica. En el camino deben saciar cada tanto el hambre de carne humana y seguir huyendo.

Gran parte del filme flota entre climas bucólicos que contrastan con esos instantes donde la sangre mancha la totalidad de la pantalla. Guadagnino nos regala jóvenes rostros sufrientes -como los que retrataba Pasolini- para luego lanzarnos a una orgía sangrienta y estremecernos con imágenes potentísimas del goce caníbal (porque quien come carne humana se siente liberado, en éxtasis).

Es una radiografía de la sociedad a la que el sueño americano no llegó. Sucede a fin de los años ’80s, en los Estados Unidos de Ronald Reagan, en pueblos o pequeñas ciudades grises y tristes

Guadagnino logra que suframos por estos jóvenes amantes y a la vez nos distanciemos de ellos en los momentos en que rompen el tabú. Así, lo que aparecía en principio como un desatino, una convivencia problemática de tonos e hilos narrativos se convierte en un acierto que incomoda.

Aclaración: Guadagnino, así como antes Pasolini, no nos ofrece una película de terror ni de horror. Sí, las escenas de canibalismo son espeluznantes, plenamente disfrutables para quienes gusten del gore. Pero Hasta los huesos es un drama existencial protagonizado por almas solitarias y condenadas. Y aunque carezca de la furia política de «Porcile», «Hasta los huesos» es una radiografía de la sociedad a la que el sueño americano no llegó. Sucede a fin de los años ’80s, en los Estados Unidos de Ronald Reagan, en pueblos o pequeñas ciudades grises y tristes. La crítica cultural del texto es evidente. Hasta los huesos es mucho más que entretenimiento de masas.

El mundial de Qatar y mi culposo disfrute

El mundial de Qatar y mi culposo disfrute

El gesto de la selección alemana de taparse la boca en Qatar es nada, podrá pensarse, pero al lado de la impasibilidad de todo el resto del mundo… es muchísimo. Hay gente (¿ingenua, cómplice, terca?) que sigue creyendo que “la pelota no se mancha”. En esta columna Américo Schvartzman hace «un poco de catarsis» para poder seguir mirando tranquilo los partidos.
La selección alemana se tapa la boca como gesto de protesta en su primer partido durante el Mundial de Qatar.

Vale la pena ver el documental “FIFA Uncovered” (en español lo titularon “Los entresijos de la FIFA”). Está en Netflix. Primero, pone en el tapete cómo la FIFA pasó de ser una asociación internacional de bienintencionados dirigentes deportivos a una mafia comandada por el afán de lucro, a partir del ascenso de Joâo Havelange. Y muestra el rol central que tuvo el Mundial de Argentina 78 en la consolidación de ese camino irresistible de ONG de nobles fines a empresa capitalista internacional.

El uso del deporte competitivo como forma de blanquear regímenes aberrantes tiene una larga historia. Y el documental pone en un mismo nivel de uso aberrante del deporte a tres hitos: las Olimpíadas de Berlín bajo el nazismo, en 1936; el Mundial de Argentina 1978 en plena dictadura militar; y ahora Qatar 2022, en un país que combina las peores prácticas de un régimen medieval con la tecnología de punta, gracias a que nadan en el dinero sucio de los combustibles fósiles, la causa central del desastre climático al que se asoma inexorablemente la humanidad, gracias a dirigencias putrefactas como las del petróleo.

Superficial en algunos aspectos, bien crítico en otros, con mucha documentación y con entrevistas sorprendentes a los tipos “del riñón”, del riñón podrido de la FIFA, como Infantino o el mismo Blatter, la miniserie ocupa solo cuatro capítulos. No hay nada nuevo para quienes gustan de leer sobre estos temas, pero seguramente resultará novedoso para muchas otras personas.

Lo cierto es que si uno lo toma con rigurosidad, y si casi medio siglo después no se puede entender que ningún país –¡ni uno solo!– boicoteara de veras y con fuerza el Mundial 78, menos, mucho menos, se puede entender que todo el mundo vaya tranquilito a Qatar como si nada. Y deja la clara idea, “clara y distinta” diría Descartes, de que en el futuro se va a ver lo de Qatar con los mismos ojos de asombro que hoy vemos las Olimpíadas de Hitler o el Mundial de Videla.

“Esos ojos negros que miraban

cómo se ganaba en el Mundial

estaban tejiendo en su retina

una historia prohibida”

El gesto de la selección alemana de taparse la boca en Qatar es nada, podrá pensarse, pero al lado de la impasibilidad de todo el resto del mundo… es muchísimo. Hay gente (¿ingenua, cómplice, terca?) que sigue creyendo que “la pelota no se mancha”. O que, como todo “lo popular”, siempre habrá quien haga negocios con ello y, claro, ya se sabe: “los negocios no tienen límites”. Pero el documental tiene una virtud: muestra que sí hay límites, y ese es el punto.

El uso del deporte competitivo como forma de blanquear regímenes aberrantes tiene una larga historia. Y el documental pone en un mismo nivel de uso aberrante del deporte a tres hitos: las Olimpíadas de Berlin bajo el nazismo, en 1936; el Mundial de Argentina 1978 en plena dictadura militar; y ahora Qatar 2022, en un país que combina las peores prácticas de un régimen medieval con la tecnología de punta, gracias a que nadan en el dinero sucio de los combustibles fósiles, la causa central del desastre climático al que se asoma inexorablemente la humanidad, gracias a dirigencias putrefactas como las del petróleo.

Añado que se trata de una cuestión de responsabilidad individual y colectiva: si dejamos de exigir que se pongan límites, entonces asumiríamos que no hay reglas para los poderosos (aquello que el Martín Fierro señala desde hace 150 años: “la ley es tela de araña”). Y ¿por qué lucharíamos por lo que es justo? Precisamente aceptar que en algún terreno no hay límites, o que para algunas personas no hay límites, es en gran parte la raíz del problema.

Por desgracia para ciertas mentalidades, es tabú cuestionar cualquier cosa que sea «popular» (¡definamos popular!), y así nos va. Asusta, asombra, (al menos a mí) la complicidad de intelectuales, personas del mundo académico, referentes sociales y pensadores “progres” con el emporio burgués que organiza esta fiesta en la que (como diría el gran Juan L. Ortiz) uno preferiría no estar, “porque sabemos de qué está hecha”.

Y todo esto sin perjuicio de que después, como cualquier otro imbécil (o como cualquier griego panhelénico en los tiempos heroicos de las Olimpiadas de la Hélade), yo también me hipnotice durante horas, mirando jugar a la flor y nata del fútbol mundial, o emocionándome con jugadas impares y llorando como gurí chico si la élite argentina de este deporte logra algún resultado relevante. Así somos. Como sintetizó el Gringo Villanova: quiero boicotear Qatar, pero también quiero ver a Messi y a la “Scaloneta” campeones del mundo.

“Qué lástima que la gente no es tan sabia

de mirar sólo a los ojos para la verdad saber

y quitar respaldo popular

si otra cosa no se puede hacer”

Volviendo a los límites: sí los hay. Hace siete años que metieron presa a buena parte de la conducción de la FIFA, entre ellos a un argentino. Y varios de ellos siguen presos. De modo que sí hay algunos límites, por lo cual me parece que deberíamos pedir más límites, no resignarnos a que no los haya. Al menos quienes tenemos la posibilidad de no aceptar sumisamente lo que nos imponen los medios. En nuestro caso, en el caso argentino me refiero, con la paradoja tremenda,  para el discurso (supuestamente) cuestionador de los medios que le encanta enarbolar al partido de gobierno: el adormecedor, el distractor, se aplica desde la propia TV Pública, que se enorgullece y saca pecho de ser “el canal del Mundial”).

Todo el Gobierno parece depender hoy de que “nos vaya bien” en el Mundial. Algo que uno, aplicando pensamiento mágico, también desea, pero que la lógica más rigurosa rechaza: ¿por qué nos iría bien ahí, si en todo lo demás somos un desastre? No importa, el Gobierno y nuestro pensamiento mágico recurren al viejo axioma de Dante Panzeri y reclaman que el fútbol es “la dinámica de lo impensado” y por lo tanto, podría ocurrir perfectamente que en eso, solo en eso, seamos los mejores del mundo, al menos por esta vez. (Dicho sea de paso es para lo único que recurren al gran Panzeri. Nadie, absolutamente nadie de los que citan y desgastan esa frase ya casi arruinada, pierden su tiempo leyendo “Burguesía y gangsterismo en el deporte”, el extraordinario libro de Panzeri publicado en 1974, cuando la FIFA apenas empezaba su derrotero burgués y “gangsteril”.)

Ni quise averiguar cuánto nos cuesta esto. Pero ni es necesario para indignarse. Hace dos semanas en el basural de Paraná moria un gurí en esa condena en vida que es la recolección de los restos que arrojan sus copoblanos, en esa síntesis de violación múltiple de derechos humanos que no parece preocuparle demasiado a ninguno de los numerosos organismos estatales que supuestamente se dedican a protegerlos… Y mientras eso ocurre en la capital provincial, el Banco de Entre Ríos (el banco “oficial” de la provincia, aunque hace rato no es de la provincia sino de un grupo burgués amigo del peronismo) regala viajes a Qatar. Un horror, por donde se lo mire. El reino de la injusticia garantizada desde el Estado y sus socios capitalistas. Pese a que el Estado es, legalmente, el garante de los derechos humanos de ese gurisito muerto atrozmente (y de cada una de esas personas que cada día van a revolver los desechos de las demás para procurarse su comida). Otra vez vuelvo al Martín Fierro: “Es el pobre en su orfandá / de la fortuna el desecho”.

“Esos ojos negros que miraban

la poca esperanza del país…

también se aprovecharon de la fe

y la voluntad de vivir”

Quizás la forma de no resignarnos sea empezar a pensar cómo boicotear estas cosas, en lugar de prepararnos para disfrutar, para evadirnos de lo cotidiano. Desafiarnos a nosotros mismos. Salir de nuestra zona de confort. Hablar en la escuela, en el trabajo, en el almacén, de estas cosas. Aunque después, culposamente y cuando nadie nos vea, también nos sentemos a mirar los partidos de hoy.

Como dijo el Kika Kneeteman en la apertura del Congreso del PASSS, en Gualeguaychú, hace pocos días: si nos seguimos quedando quietitos, sentaditos, calladitos, no nos asombremos dentro de algunas décadas cuando nuestros propios descendientes (nietos, bisnietos) nos juzguen como cómplices de delitos de lesa humanidad… Y sé que parece exagerado, pero no lo es. En absoluto. Es más, tan poco exagerado es eso, que lo decía Belgrano hace 200 años: “Se presiente ya lo detestables que seremos a la generación venidera”…

Quizás la forma de no resignarnos sea empezar a pensar cómo boicotear estas cosas, en lugar de prepararnos para disfrutar, para evadirnos de lo cotidiano. Desafiarnos a nosotros mismos. Salir de nuestra zona de confort. Hablar en la escuela, en el trabajo, en el almacén, de estas cosas. Aunque después, culposamente y cuando nadie nos vea, también nos sentemos a mirar los partidos de hoy.

Mientras tanto, disfrutemos del Mundial. Celebremos que la TV Pública usa su presupuesto para garantizar el derecho humano a ver el Mundial, mientras esperamos que en cualquier otra ciudad del país, otro gurisito muera atropellado por un camión recolector mientras busca comida en un basural. Porque hay derechos y derechos. Es decir, sigamos siendo esa mezcla de Homero Simpson y Pepe Argento, necio y orgulloso de su necedad, que muestra un chiste de Tute (cada uno sabrá si es a favor o en contra). En una mesa del bar, un tipo le dice a otro: “Eso del Mundial es para tapar la realidad politica, económica y social”. El otro, embanderado con los colores de la Selección, simplemente responde: “Y a mí qué me importa”. Bien mirado, el solo hecho de que el chiste nos cause gracia es una desgracia. Y de nuevo el Martín Fierro: “Pues son mis dichas desdichas /las de todos mis hermanos”.

Y no es que no podamos mirar la cosa con humor. Al contrario, no sé si no es la única (o una de las únicas) miradas lúcidas que nos quedan. El suplemento de humor de Análisis de Paraná, a cargo de Maxi Sanguinettii, publicó la semana pasada una de las observaciones (a mi juicio) más sensatas en este asunto. Por eso la transcribo en parte: 

“(…) Pese a todo esto, el Mundial seguirá siendo un evento observado y ansiado por miles de millones. Seguirá alimentando la competencia, la idolatría de los millonarios y el nacionalismo. Justamente en estas últimas semanas observamos el fervor en grandes y chicos por las figuritas del mundial. No sorprende, aunque entristece, ver cómo en esta región donde la vinculación entre deporte y genocidio alcanzó uno de sus hitos históricos en el ’78 y donde parecería que ese hecho sigue siendo parte de nuestra memoria colectiva, hacemos oídos sordos a los genocidios ‘distantes’”.

Tal cual.

“Tarda un tiempo el pueblo

para abrir su puerta pero

cuando la abre pone llave

y te encierra”.

Listo. Ya hice catarsis. Gracias por leerme. Ya puedo seguir disfrutando del deporte más hermoso del mundo, que engrosa los bolsillos de los burgueses y mandamases más codiciosos e hipócritas del mundo.

(Las estrofas reproducidas como separadores son de la canción de León Gieco “Esos ojos negros”, de 1985).

Gustavo Gamallo: «Tenemos un Estado que se parece más a la sociedad del pasado»

Gustavo Gamallo: «Tenemos un Estado que se parece más a la sociedad del pasado»

En «De Alfonsín a Macri» (EUDEBA, 2022), Gustavo Gamallo junto a un gran equipo de investigadores recorre las políticas sociales argentinas de las últimas cuatro décadas. En entrevista con Fernando Manuel Suárez, Gamallo conversó sobre los balances y desafíos que enfrenta el Estado argentino.
Gustavo Gamallo, Doctor en Ciencias Sociales y profesor de la Universidad de Buenos Aires, compilador del libro «De Alfonsín a Macri».

La estatalidad y las políticas sociales son cada vez más heterogéneas y complejas: los problemas se multiplican y las demandas también. Argentina no es una excepción, ni mucho menos. Es por ello que el libro que ha coordinado Gustavo Gamallo (De Alfonsín a Macri. Democracia y política social en Argentina, 1983-2019) y que ha publicado EUDEBA este año resulta tan buena noticia. Este libro colectivo viene a llenar un vacío y a ordenar la discusión, parece destinado a convertirse en un material de referencia dada la rigurosidad de los análisis y la sistematicidad de los datos que allí se presentan. El libro cuenta con un grupo de autores y autoras, de diferentes edades y trayectorias, abocados/as cada uno/a de ellos/as a su tema de especialidad: Aldo Isuani (políticas sociales); Damián Bonari, María Marcela Harriague y Caterina Colombo (gasto público social); Mariano Palamidessi y Jorge Gorostiaga (educación básica); Lucas Luchillo (educación superior); Carlos Vasallo Sella, Adolfo Sánchez de León y Guillermo Oggier (salud); Patricia Aguirre y Laura Pautassi (cuestión alimentaria); Pilar Arcidiácono (en coautoría con Gamallo, asignaciones familiares); Camila Arza (sistema previsional); María Mercedes Di Virgilio y María Carla Rodríguez (políticas habitacionales); y Corina Rodríguez Enríquez (en coautoría con Pautassi, políticas de cuidado).

Estudiar las políticas sociales y la estatalidad es montar un rompecabezas, máxime en un país federal, y el libro lo logra con creces. Los artículos iniciales contribuyen mucho a ese objetivo, ofreciendo una lectura general de la heterogeneidad, un orden ante la multiplicidad de lógicas y áreas que intervienen en las políticas sociales de nuestro país. También ofrece una mirada equilibrada, ni demasiado optimista, pero tampoco catastrofista, sobre las prestaciones sociales del Estado argentino, sus capacidades y principales limitaciones. Un libro que contribuye a delinear un panorama amplio y riguroso de las políticas sociales de nuestro país en las últimas cuatro décadas. A raíz del lanzamiento de esta obra colectiva, conversamos con Gustavo Gamallo para La Vanguardia sobre los muchos temas que allí se tratan, los principales desafíos de las políticas sociales en Argentina y los más duros escollos que enfrenta.

Uno de los méritos indudables es dar una mirada de conjunto de las políticas sociales de 1983 para acá y ofrecer una lectura general específica, no atada a las lógicas exclusivas de la política o la economía: ¿Cómo se puede subperiodizar la historia reciente en términos de las políticas sociales? ¿Qué visiones del sentido común es preciso revisar o matizar?

Nosotros tenemos en estos años de democracia dos períodos largos: el período de las presidencias de Menem y de Néstor y Cristina [Kirchner]. Entonces, hay como dos momentos importantes que creo que para el campo son decisivos por distintas razones. El más interesante, creo que por la distancia temporal, es la discusión con los ’90. Como señala ahora una serie que emite Encuentro: “La década que amamos odiar”. Entonces, por un lado, es un período de transformaciones profundísimas en distintos ámbitos. Y, en particular con las reformas del Estado, sobre todo Aldo Isuani, que es el autor del capítulo 2 del libro, había insistido –ya por esos momentos– en la necesidad de distinguir las reformas del Estado benefactor o social de las reformas del Estado empresario.

Yo en esos años trabajaba en Gas del Estado, entonces éramos víctimas directas de esas transformaciones que tuvieron que ver con  fundamentalmente la concesión y la privatización de los servicios públicos de distinto tipo al sector privado. Según tenemos identificado, se privatizaron o se dieron en concesión, aproximadamente, unas ciento veinte empresas. Y, en ese sentido, a veces la discusión sobre la política social quedó como a la sombra de eso.

Cuando uno mira con detalle la transformación del Estado social, encuentra, por un lado, una agenda transformadora activa. Lo cual no significa que hagamos una apología de ese momento, sino que uno encuentra mucha actividad en distintos ámbitos de la política social. En el Congreso, por ejemplo, se revisa prácticamente casi toda la legislación previa. Si bien en el gobierno de Alfonsín había habido un intento de reforma frustrado, en el ámbito de la salud sobre todo. Pero si uno hace la referencia de esos tiempos, hay una reforma previsional, hay una reforma del sistema de educación superior, hay una reforma del sistema de educación básica (se vuelve a tratar la Ley 1420), hay una reforma del régimen de asignaciones familiares, entre otras. Es decir, tenés todo un paquete legislativo en el Congreso y se hacen un conjunto de reformas legales, muchas de las cuales aún siguen vigentes.

En segundo lugar, está todo el proceso de provincialización que a mi juicio es la gran transformación de todos estos años. Que tienen como eje el sistema de salud, el sistema de educación (que ya habían sido iniciados en la época de la dictadura, pero que son completados en este período) y el sistema federal de vivienda (un sistema de transferencia donde las provincias comienzan a hacerse cargo de lo que eran las intervenciones del FONAVI). Y también hay todo un cambio institucional que  tiene que ver, por un lado, con el proceso de provincialización y sus efectos. Por ejemplo, el Ministerio de Educación, un ministerio sin escuelas que empieza a desarrollar otro tipo de agencias. En el campo de salud también se crean instituciones importantes, por distintas razones, como la ANMAT o la Superintendencia de Seguros de Salud (cuyas funciones han quedado un poco relegadas en la práctica). O la creación de la ANSES, por ejemplo, que hoy es decisivo para entender buena parte de lo que sucede con la política social.

Entonces, ahí hay lo que en el capítulo 1 yo llamo el momento arquitectónico: una fuerte reforma de todo el sistema de políticas sociales que creo que sobrevive en la mayoría de los ámbitos. Con la excepción tal vez de la vuelta atrás del diseño previsional, sobre todo la participación de las AFJP, sin que cambien las condiciones de jubilación de las personas. Los requisitos de la ley del 93 siguen vigentes, no así la administración de fondos por parte de las administradoras privadas. Y sobre todo el engrosamiento de todo el campo de las transferencias. Lo que habitualmente se llaman los “planes sociales”, pero no solamente: también lo que tiene que ver con pensiones no contributivas o lo que tiene que ver con la moratoria previsional.

«Hay que romper con la idea del Estado como una totalidad, un Estado monolítico, de un Estado que se conjuga como sujeto: “El Estado hace, el Estado dice, el Estado decide”. Lo que uno ve en realidad son dinámicas sectoriales, no siempre armonizadas».

Entonces, como un segundo momento, vinculado sobre todo con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristinas Fernández, que yo lo llamo el momento expansivo. Hay una gran expansión que se verifica en el gasto social, que llega a su punto máximo histórico de 30 puntos del PBI.

Pero, en todo caso, lo que llamamos el momento arquitectónico ha quedado relegado, ¿no? Y un poco lo que yo planteaba en el capítulo 1 es sobre todo la idea de que lo que tenemos hoy es un Estado social fundado fundamentalmente en los ’90 y ampliado desde el punto de vista de sus prestaciones en los 2000. Eso se puede ver con claridad mirando el sistema previsional, el régimen de asignaciones familiares, lo que mencionábamos de las transferencias o la creación de nuevas casas de estudio. Ahí hay un momento de fuerte expansión, pero, en todo caso, la cuestión de las reformas estructurales quedó un poco de lado.

Entonces, en términos de periodización yo diría que son como los dos momentos tal vez más significativos, sobre todo por su duración: estamos hablando de un período de diez y otro de doce años respectivamente. Mientras que la presidencia de Alfonsín, si bien fue una presidencia larga, estuvo mucho más tensionada por otras situaciones y que en el campo de la política social tuvieron como eje la frustrada reforma de salud en el marco de un intento de restablecer otro tipo de relaciones con el mundo del sindicalismo. De hecho, ese fue el último intento estructural de un cambio en el sistema de salud. 

El libro propone una lectura general a partir de los artículos introductorios y luego incorpora distintas piezas que forman el cuadro general: ¿Cuán articuladas están esas piezas en la política concreta? ¿Hay que hablar de políticas sociales en plural o se puede hablar de “política social” en singular?

Eso lo trabajamos mucho en nuestro campo de trabajo docente. Hay que romper con la idea del Estado como una totalidad, un Estado monolítico, de un Estado que se conjuga como sujeto: “El Estado hace, el Estado dice, el Estado decide”. Lo que uno ve en realidad son dinámicas sectoriales, no siempre armonizadas. El caso concreto de lo que hablábamos de la época del gobierno de Menem, donde encontramos, por una parte, una fuerte política de disminución radical de la intervención económica del Estado –que se ve sobre todo en las grandes empresas estatales– y, por otro lado, un proceso de centralización muy grande de, por ejemplo, el sistema de asignaciones familiares o del sistema previsional (se trajeron a lo nacional muchos de los regímenes provinciales). En el caso del sistema de asignaciones familiares se ve con mucha claridad: lo que era un sistema de fondos compensadores sufre un claro proceso de centralización. Lo que veíamos en el campo de la salud, donde hay instituciones que intentan regular de otra manera los comportamientos del mundo de las obras sociales, con efectos diversos.

Entonces, lo que uno podría decir también, desde el punto de vista metodológico, es que en general cuando se hace investigación de políticas comparadas, se comparan sistemas nacionales unos contra otros. En ese sentido, hay una lectura posible que se puede hacer del trabajo como un análisis de política comparada al interior de un mismo Estado, durante un proceso diacrónico, y encontrar puntos de contacto y puntos de ninguna vinculación. Y creo que eso es interesante porque, sumado al carácter federal de algunas de las intervenciones, le introduce una complicación especial a la gestión de estos temas. Más bien lo que uno va a encontrar son dinámicas que no siempre responden a esa visión que uno a priori suele tener de que el Estado tiene una racionalidad que ordena con cierta superioridad el comportamiento de los agentes. Pero, en realidad lo que encontramos son dinámicas sectoriales que no son fácilmente compatibles. En el caso de las transferencias es muy claro, todo lo que se terminó gestionando vía ANSES tuvo un carácter muy distinto a lo que se fue gestionando, por ejemplo, vía Desarrollo Social. Entonces ahí lo que podemos llamar la relación entre la estatalidad y la población tuvo un carácter muy distinto.

El libro opta por una mirada nacional, pero advierte las peculiaridades del diseño federal: ¿Qué desafíos presenta el federalismo para pensar las políticas sociales y la estatalidad en general? ¿En algún área hay homogeneidad o, por el contrario, un equilibrio precario de diversidades?

Ahí hay un problema de que la lectura desde lo nacional supone un recorte metodológico imposible de realizar si uno no lo hiciera. Es decir, si uno va a estudiar el sistema educativo en un período largo y uno empezara a mirar las políticas de cada una de las provincias sería algo imposible de desarrollar, al menos desde este punto de vista. Si uno hiciera un trabajo sobre educación, bueno, ahí tendría otro tipo de aproximación. Entonces, hay registros –pienso en educación porque es el capítulo que más información tiene de todos en relación con eso– de los resultados diferenciales que se pueden encontrar en términos de rendimientos, en términos de tasas de graduación (sobre todo en el nivel medio), en términos de inversión por estudiante, en términos de salario docente, etcétera. Ahí hay una peculiaridad que pareciera no estar resuelta todavía, como si todavía tuviéramos cierta nostalgia centralista. Es decir, suponer que la Argentina va a poder gestionar esos sistemas como si no existiera el federalismo. Y creo que ahí hay un asunto que está todavía sin resolución. El caso de salud es más grave todavía. Porque, en definitiva la educación es un servicio universal, en muchas provincias el sector privado es mínimo (es el problema de tres o cuatro provincias), mientras que el sistema sanitario tiene otras características por el tema de las obras sociales y su expresión en función, en todo caso, de la actividad económica de cada provincia.

Entonces ahí hay un problema que tiene que ver con también cómo las autoridades nacionales se posicionan frente a esas restricciones que tiene un país federal y lo vemos, por ejemplo, cuando se crean nuevos ministerios y cuando, después de varios años, quienes pasan por esa experiencia cuentan sus frustraciones porque terminan haciendo un “tallercito” en la intendencia amiga o en la gobernación donde tienen llegada. Se hace muy difícil la implementación de muchas políticas nacionales por estas razones y a veces tiene relación en cómo se piensan. Pero no con la seguridad social, creo que este es un punto importante, el despliegue que uno ve de la ANSES, tanto en las personas mayores de edad como en las poblaciones menores de edad: por ejemplo, la AUH se implementó de una manera extraordinaria en un período relativamente breve. Cuando uno mira los números en el largo plazo, desde que se inició hasta el presente, la cobertura en parecida a la actual.

Hay ciertas capacidades que el Estado nacional tiene, particularmente la capacidad para transferir ingresos, y otras capacidades que no tiene desarrolladas. Eso supone unos niveles de dificultad para calibrar ciertas iniciativas políticas y que no siempre uno encuentra en las autoridades. Es decir, ¿se puede hacer? ¿es posible implementar este tipo de cosas? En el caso de seguridad social yo diría que sí, y uno puede ver los datos, en los casos de políticas como educación o salud los resultados son mucho más ambiguos. 

¿Podemos decir que cuando la política requiere más cooperación de actores intermedios esto dificulta la implementación? Pienso, por ejemplo, que ANSES es un organismo descentralizado, pero no federalizado. ¿Estos actores intermedios funcionan como actores de veto en cierto modo y complejizan la puesta en práctica?

Claramente. Nosotros lo hemos visto en la época de la Ley Federal de Educación y la reforma de los niveles y los ciclos. No sé si recordás que hubo provincias que decidieron no adherir al seis y seis y mantener el siete (primaria) y cinco (secundaria). Digamos, hay amplios resortes que están en manos, en este caso, de las provincias.

Pero pensemos en el caso también de muchas políticas de transferencias de ingresos que requieren contraprestaciones laborales o ese tipo de cuestiones que el Estado nacional no tiene ninguna capacidad de organizar, de gestionar y de auditar. Hoy está en discusión todo el sistema. Insisto: ahí hay limitaciones estructurales desde el punto de vista institucional que no siempre se entienden o no siempre se calibran cuando se piensan algunas intervenciones. Entonces, por ejemplo, el sistema de jubilaciones requiere que las personas presenten unos papeles y tengan una cuenta bancaria con el organismo, y se terminó el asunto. Cuando uno está pensando en otro tipo de relación con los actores, ya sean estatales o no estatales, ahí se disparan otro tipo de dinámicas.

Está claro que los servicios en manos de las provincias implican responsabilidad que la Nación ha delegado. O, mejor dicho, las provincias han recuperado, siguiendo la lógica constitucional sobre las funciones delegadas y no delegadas. Se supone que originariamente esto es una federación y por lo tanto las funciones son originariamente de las provincias. Temas de seguridad, de salud, de justicia, de educación, son muchos los aspectos políticamente relevantes que están en manos de las provincias. Insisto, esto implica una imposibilidad fáctica para desarrollar ciertas actividades.

Cuando se observa el Estado nacional desde el punto de vista presupuestario, lo que fundamentalmente se encuentra en el presupuesto son actividades de transferencia de recursos: a las personas por la seguridad social; a las provincias y a las universidades; a las empresas por el tema de las tarifas; y, finalmente, le paga a su personal. Eso te está mostrando un poco cuál es el carácter del Estado federal en Argentina. Ahora, cuando se escucha hablar al presidente, el actual o anteriores, pareciera que estamos en un país donde cualquier ministro puede poner en marcha una política como si estuvieras en un país unitario y la verdad que no es así. Creo que parte de los fracasos tienen que ver con eso. Un poco me parece que la lectura de alguno de los trabajos te permite pensar en esta dinámica.

«Está claro que los servicios en manos de las provincias implican responsabilidad que la Nación ha delegado. O, mejor dicho, las provincias han recuperado, siguiendo la lógica constitucional sobre las funciones delegadas y no delegadas. Se supone que originariamente esto es una federación y por lo tanto las funciones son originariamente de las provincias. Temas de seguridad, de salud, de justicia, de educación, son muchos los aspectos políticamente relevantes que están en manos de las provincias. Insisto, esto implica una imposibilidad fáctica para desarrollar ciertas actividades».

En los últimos capítulos del libro ustedes trabajan ciertos temas que están muy vinculados con lo que se conoce como el fin de la sociedad laboral, entre el desempleo y la precariedad. Sobre eso te quería preguntar: ¿Esto implicó un quiebre para pensar las políticas sociales? ¿Cómo se reconfigura en función de estas transformaciones sociales?

Creo que ahí también hay una tensión frente a cierta nostalgia de suponer que el futuro va a ser una vuelta a esos momentos míticos de una “integración trabajista” al estilo de los años ’70. Yo tengo otra visión. Cuando uno mira, por ejemplo, el caso del Gran Buenos Aires que tenía en los años ’70 aproximadamente la mitad de los ocupados en la industria manufacturera, hoy eso llega a menos del 20%. Toda esa reconversión del aparato productivo en la Argentina, que tiene efectos territoriales muy claros, se expresa en todo caso en los niveles de precarización e informalidad que vemos. Ese empleo, que es empleo de calidad, se tiende a sustituir por un empleo de menor calidad, de menor nivel de protección. Los datos de los estudios de la UCA muestran que aproximadamente, depende el año, que entre el 45 y el 48% de los ocupados está en el sector micro-informal; muestran la permanencia de entre un 40 y 45% de la población en empleos de pleno derecho. Entonces la pregunta es si esto es un momento, un momento “malo”, o esto es en todo caso un escenario que abre el debate hacia otro tipo de respuestas estatales.

Porque todo el sistema de políticas sociales, sobre todo lo vinculado con la seguridad social, está fundamentado en la inscripción laboral en el sector formal. En la medida en que eso esté dañado – o, por lo menos con una permanencia importante en el tiempo, con la afectación sobre el sistema previsional, sobre el sistema de obras sociales, sobre el sistema de transferencias (el salario familiar, para decirlo rápidamente)–, está en problemas. Donde más se ve, porque fiscalmente es el aspecto más relevante, es en el sistema previsional. Cuando uno mira la población que se jubila cada año, el número de personas que lo hace por moratoria es mayor a las que se jubilan por la vía “habitual” o “legal”. Entonces, los sistemas están pensados para una sociedad de empleo pleno y de pleno derecho, y frente a esta situación lo que hay son problemas estructurales que la política social tiende a reforzar más que a resolver. Porque, en definitiva, una persona que trabaja en el sistema informal tiene acceso a ciertas prestaciones sanitarias que son distintas a las que tienen quienes están dentro del formal. Es como que se empieza a consolidar una especie de situación de, al menos (para no ser demasiado drástico), una sociedad con dos niveles de protección muy claros: los que se vinculan con la “vieja sociedad salarial” (la sociedad tradicional, los que trabajamos en las universidades nacionales, en el sector privado formal, etcétera) y quienes están en el mundo de la informalidad y la precarización.

Ahí, en ese sentido, los programas de transferencias tienen como una alarma importante porque son las que se dirigen a las poblaciones en edades centrales, es decir quienes históricamente resolvieron sus problemas de ingresos a través del trabajo. Todos han sido diseñados como políticas transitorias, como políticas de mejoramiento mientras el mercado de trabajo iba reconstituyéndose. Hace un tiempo se firmó un decreto que se llama “Puente al empleo”, antes se llamó “Empalme”, es decir toda esta idea de que estamos en una transición hacia una especie de idea de “mundo deseable” que es este mundo del trabajo. Estas ideas que dan vuelta por ahí del “trabajo genuino”, que nadie define. Yo no he encontrado una definición satisfactoria de qué es el trabajo genuino y qué es, en todo caso, el trabajo no genuino. Ahí yo creo que hay una crisis civilizatoria importante, donde se nos hace muy difícil imaginarnos una sociedad donde las personas vivan de otro modo.

Hay un sociólogo británico que hablaba de la “sociedad empleadora”, la idea de la sociedad que ordena la vida de las personas porque la mayor parte de su vida se dedican a trabajar por un salario. Y la pregunta es si estas transformaciones están dando paso a lo que vos mencionás: a formas de suministro de ingresos no mercantiles, sostenidas a través de impuestos, constituyéndose en otro tipo de relación entre ingresos y bienestar, donde la discusión ya no es el trabajo sino los ingresos.  Yo creo que el debate desde el punto de vista intelectual va por ahí. Desde el punto de vista político no sé si va por ahí, yo creo hay mucha resistencia todavía de pensar tan drásticamente esa suerte de escisión o de hiato entre trabajo e ingresos. Y, de hecho, la UCA ha presentado un trabajo últimamente donde se ve el porcentaje de trabajadores pobres, que en el último informe está cerca del 30%. Es decir que ya ni siquiera el hecho de estar inscripto en el mundo del trabajo garantiza escapar a ciertos niveles de pobreza material.           

Marcha frente al Ministerio de Desarrollo Social.

Vinculado a eso, me llamó la atención esto que vos decís de la fragmentación de las políticas sociales: ¿Cómo impacta esto, por un lado, en un proceso incluso de segregación urbana y, por otro lado, en la cuestión de la estigmatización que también aparece, por ejemplo en la figura del “planero”? ¿Qué impacto tiene y cuál es, si lo tiene, su correlato político: la polarización social más allá de la polarización política?

Sí, yo creo que es muy compleja la situación porque, por un lado, el libro muestra, sobre todo en el capítulo 3, que estamos en los máximos niveles históricos de gasto social y todo el mundo te pregunta “¿Entonces por qué tenemos está situación social?”. Cualquier persona, que no necesariamente sea un estudioso del tema, puede dar respuesta con velocidad a esta especie de incongruencia, de paradoja. La cuestión habitacional, por ejemplo, es un tema que es extraordinariamente grave: por decirte, escuché hace unos días una propaganda del Ministerio de Desarrollo Territorial y Vivienda que dice “Más familias argentinas acceden a la vivienda” y hablaba de 50 mil, pero estamos hablando de una necesidad habitacional de un millón por lo menos. La sensación es que tampoco hay, no solo en la agenda vinculada con los ingresos sino también de otro tipo, respuestas estatales. Siempre estuvieron respaldadas en poblaciones con mayores niveles ingresos. Para aclarar un poco la idea: la urbanización de los sectores populares descansó en poblaciones con ingresos suficientes para autoproducir su hábitat, con respuestas estatales no tan generosas como habitualmente se dice. Cuando uno mira, lo que hay, como dice un trabajo muy interesante, es “casa-propismo”: lo que hubo fueron personas que accedían al lote en cómodas cuotas (por ejemplo, en el Gran Buenos Aires) e inclusive en lugares cuestionables en cuanto a la calidad de los asentamientos, pero que a raíz de tener empleo más o menos permanente y seguro, lograron construir (o bien familiarmente, o bien por ayuda comunitaria) la urbanización de gran parte de lo que hoy es el GBA. Entonces, hoy esa depreciación material de los ingresos supone una afectación enorme y, además, no hay políticas equivalentes que compensen desde el punto de vista habitacional. En 2018 se hace el ReNaBaP (Registro Nacional de Barrios Populares), se identifican 4500 barrios populares, luego además del período de crecimiento económico más importante de la historia argentina según los datos de algunos investigadores del campo, y uno ve la expansión de la política, por ejemplo, de los Planes Federales de Vivienda (que fue también una de las grandes inversiones en términos históricos) y, no digo que no mueve el amperímetro porque para cada persona que es beneficiaria ha sido una mejora, pero en la situación general sigue teniendo la necesidad de que las inversiones tengan planes sostenidos en el tiempo. La cuestión ahí es: si las personas no tienen ingresos personales, no hay crédito y no hay política estatal consistente y sólida, lo que vamos a tener es un proceso de deterioro fuerte de esta situación desde el punto de vista habitacional.

Y en el campo de lo que particularmente preguntás vos, sobre el tema de los “planeros”, ahí hay una controversia importante que socialmente no se sutura. Creo que buena parte de la dirigencia política tampoco hace pedagogía en términos de tratar de transmitir la gravedad del problema y no suponer que es cuestión de darlo por sentado. Insisto, hace unos días hubo un decreto que dice que va a haber un “puente al empleo”: ¡Ojalá! No es la primera vez que se hace.

También hay un problema vinculado también con cierto hastío fiscal de los sectores que están soportando buena parte del peso de los impuestos. Y esto creo que los sectores autopercibidos “progresistas” tienen que empezar a tomar nota del problema. Porque, independientemente de que se compare si la tasa de presión impositiva argentina es superior o inferior a Noruega o a Suecia, el problema aquí es que la carga fiscal concentrada en un sector de la población, que son los sectores formales. Muchos pueden ser sectores adinerados y de grandes fortunas, pero otros son laburantes como yo o como vos, gente que trabaja por un salario. Y entonces la incomprensión también tiene que ver con empezar a mirar de otra manera el problema del gasto del Estado. El gasto en los programas sociales es de cerca, por ejemplo el Programa Potenciar Trabajo, medio punto del PBI. Siendo de 30% el total del gasto social. Entonces lo que se supone que los “planeros” se “aprovechan” es medio punto del PBI, no estamos hablando del problema fiscal en la Argentina. Y, cuando se analizan los subsidios las tarifas, por ejemplo, ahí es otro asunto, es otra historia.

Entonces pareciera que si no hay una discusión política más franca sobre el Estado y el gasto (que en su conjunto está  casi en el 40-42% del PBI); si no hay una discusión más franca sobre cómo encarrillar esta situación; todo puede ser peor. Sumado a todos estos desequilibrios macroeconómicos que tampoco nos están llevando por buen camino: por la cuestión inflacionaria y por la incapacidad de nuestro país de generar un sendero de crecimiento consistente para, en todo caso por la vía mercantil, también mejorar parte de la situación de la población. A mí me parece que no hay que renunciar a ninguna situación: hay que tratar que el país crezca; hay que tratar que la sociedad sea expansiva y que sea generosa; y no suponer que una cosa invalida a la otra.   

«La pregunta es si hay capacidad de los liderazgos políticos para pensar sobre otras bases estos sistemas que están funcionando mal. Porque tenemos el 70% de la población jubilada con el haber mínimo y tenemos regímenes de privilegio que conviven, con una tasa de informalidad laboral de un tercio. Lo que estamos haciendo es prolongar la situación en el tiempo, pero sin resolverla».

Una apostilla a esto que dijiste, sobre todo el tema de los subsidios: gran parte de las transferencias no aparece estrictamente como política social y, sin embargo, impactan, muchas veces no de la manera más progresiva, en ella. Y hoy claramente es una válvula, una especie de convertibilidad de los 2000.

Mucha gente venía advirtiendo, ya cuando comenzó esta situación, de la dificultad de estos subsidios que, además, territorialmente han tenido una distribución muy opaca. Y que, además, en algunos casos llegan a subsidiar, no sé, la aeronavegación. Y la pregunta es si tenemos en este contexto que seguir sosteniendo una aerolínea de bandera deficitaria. Yo creo que estamos en un escenario donde deberíamos ser capaces, al menos en el más alto nivel político, de empezar a tener alguna razonabilidad en las discusiones. O mismo la política social como vía de identificación de las poblaciones que efectivamente requieren cierto sostenimiento, por ejemplo, en el caso de las tarifas domiciliarias. Que en el caso del gas, incluso, ni siquiera es un suministro universal, porque hay una alta proporción de la población que no tiene acceso al gas por red. Entonces hay toda una serie de problemas que no son tan sencillos. Yo te decía: medio punto el Potenciar Trabajo y tres puntos las tarifas. No es un tema que uno pueda soslayar como si se tratara de una cuestión de poca significación.

Siempre pongo el ejemplo del PAMI, que gasta el 1% del PBI y hace cincuenta años que no se discute qué hacer con él. Y estamos hablando de una institución creada en un contexto laboral y, sobre todo, demográfico distinto. Entonces hoy una obra social de cinco millones de afiliados que requiere una rediscusión política de actualización, llamémosle. No estoy diciendo que hagamos una cosa o la otra, porque no estoy seguro de lo que hay que hacer. Pero la sensación que hay es que hay muchos temas que no aparecen en la agenda de discusión, en un contexto de la gravedad del que tiene nuestro país, al menos desde mi punto de vista.        

Para cerrar, retomo una frase que propone Aldo Isuani y que vos reponés en la introducción del libro, tal vez de modo irónico, de que Argentina no tiene el Estado que se merece, pero sí uno que se le parece mucho. ¿Con esto quieren decir, sin mal no interpreto, que Argentina no está ni en el peor ni en el mejor de los mundos, al menos en materia de políticas sociales? Y que, a pesar del diagnóstico crítico, hay capacidad instalada para avanzar en discusiones más serias y en otro tipo de soluciones.  

Ha habido casos muy llamativos. No sé si recordás que hace unos años atrás un turista inglés fue apuñalado en La Boca y el tipo no podía entender cómo le habían salvado la vida y no debía nada, ¿no? O el caso de nuestra educación universitaria, donde cualquiera puede estudiar lo que quiera y sin pagar nada. Entonces, Argentina no tiene un problema (aunque pueda haber algunas situaciones puntuales) de oferta educativa en término edilicios. Puede haber edificios de mala calidad, puede faltar jornada completa, pero hay una infraestructura social en nuestro país que es importante. Lo que también hay, creo, son incapacidades para, en todo caso, pensar un Estado en función de los nuevos riesgos sociales. Creo que eso es un poco lo que nosotros venimos trabajando hace tiempo en término de: qué hace este Estado, que se fundó en un contexto laboral muy especial (con un mercado laboral muy atípico en términos regionales, con una alta tasa de asalarización y una alta tasa de formalidad, y un bajo nivel de desempleo), frente a este cambio. Que no es precisamente de coyuntura, sino que estamos mirando un período largo, al menos desde los 90 para acá, con una importante permanencia y manifestaciones claras del empobrecimiento de la población y de la informalidad laboral.

Entonces, lo que a mí me cuesta entender es esta política que yo llamo “de las adyacencias” (es decir: “esto funciona bien y al lado le ponemos una política para resolver las fallas o incluir a los que no están considerados acá”) y que está empezando a crujir. El caso más concreto es el de la moratoria: cuando uno lee el texto original de esa medida se hablaba de los ’90, se hablaba de neoliberalismo, pero una vez pasado el tiempo lo cierto es que la situación no cambió. Cuando uno lee el decreto de la AUH dice más o menos lo mismo –dice, por ejemplo: “la mejor política social es el trabajo”–, pero cuando se mira lo que pasó desde el 2009 hasta el presente, no cambió la cosa. La pregunta es si hay capacidad de los liderazgos políticos para pensar sobre otras bases estos sistemas que están funcionando mal. Porque tenemos el 70% de la población jubilada con el haber mínimo y tenemos regímenes de privilegio que conviven, con una tasa de informalidad laboral de un tercio. Lo que estamos haciendo es prolongar la situación en el tiempo, pero sin resolverla. Yo no sé, no encuentro la creatividad o la lucidez para enfrentar una discusión seria sobre estos temas. En definitiva, el propósito del libro tuvo que ver con intentar construir bases informadas para este debate y yo estoy muy satisfecho con el resultado. Porque creo que cualquier persona que se ponga a leerlo con atención va a encontrar elementos que ordenan, en todo caso, lo que puede ser una jerarquización de problemas. Y creo que uno de ellos tiene que ver con esto: la de un Estado que se parece más a la sociedad del pasado que a la que estamos viendo, que se dibuja a partir de estas transformaciones tan profundas.   

QUIÉN ES

Gustavo Gamallo es doctor en Ciencias Sociales, magíster en Políticas Sociales y licenciado en Sociología, todos títulos por la Universidad de Buenos Aires. Se especializó en el estudio de las políticas sociales. Actualmente es profesor titular de la materia Sociología Política de la Carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA; profesor adjunto a cargo de la materia Sociología del Ciclo Básico Común, UBA; profesor adjunto de Sociología, de la Facultad de Derecho, UBA. Dicta cursos de posgrado en distintas universidades nacionales. Es codirector del proyecto Ubacyt – Grupo Consolidado “Brechas de bienestar y marginaciones sociales en Argentina”.

Editó recientemente la compilación ¿Más derechos, menos marginaciones? Políticas sociales y bienestar en Argentina (Biblos, 2012) y, en codirección con Laura Pautassi, El bienestar en brechas. Las políticas sociales de la Argentina de la posconvertibilidad (Biblos, 2016).