El gesto de la selección alemana de taparse la boca en Qatar es nada, podrá pensarse, pero al lado de la impasibilidad de todo el resto del mundo… es muchísimo. Hay gente (¿ingenua, cómplice, terca?) que sigue creyendo que “la pelota no se mancha”. En esta columna Américo Schvartzman hace «un poco de catarsis» para poder seguir mirando tranquilo los partidos.
La selección alemana se tapa la boca como gesto de protesta en su primer partido durante el Mundial de Qatar.
Vale la pena ver el documental “FIFA Uncovered” (en español lo titularon “Los entresijos de la FIFA”). Está en Netflix. Primero, pone en el tapete cómo la FIFA pasó de ser una asociación internacional de bienintencionados dirigentes deportivos a una mafia comandada por el afán de lucro, a partir del ascenso de Joâo Havelange. Y muestra el rol central que tuvo el Mundial de Argentina 78 en la consolidación de ese camino irresistible de ONG de nobles fines a empresa capitalista internacional.
El uso del deporte competitivo como forma de blanquear regímenes aberrantes tiene una larga historia. Y el documental pone en un mismo nivel de uso aberrante del deporte a tres hitos: las Olimpíadas de Berlín bajo el nazismo, en 1936; el Mundial de Argentina 1978 en plena dictadura militar; y ahora Qatar 2022, en un país que combina las peores prácticas de un régimen medieval con la tecnología de punta, gracias a que nadan en el dinero sucio de los combustibles fósiles, la causa central del desastre climático al que se asoma inexorablemente la humanidad, gracias a dirigencias putrefactas como las del petróleo.
Superficial en algunos aspectos, bien crítico en otros, con mucha documentación y con entrevistas sorprendentes a los tipos “del riñón”, del riñón podrido de la FIFA, como Infantino o el mismo Blatter, la miniserie ocupa solo cuatro capítulos. No hay nada nuevo para quienes gustan de leer sobre estos temas, pero seguramente resultará novedoso para muchas otras personas.
Lo cierto es que si uno lo toma con rigurosidad, y si casi medio siglo después no se puede entender que ningún país –¡ni uno solo!– boicoteara de veras y con fuerza el Mundial 78, menos, mucho menos, se puede entender que todo el mundo vaya tranquilito a Qatar como si nada. Y deja la clara idea, “clara y distinta” diría Descartes, de que en el futuro se va a ver lo de Qatar con los mismos ojos de asombro que hoy vemos las Olimpíadas de Hitler o el Mundial de Videla.
“Esos ojos negros que miraban
cómo se ganaba en el Mundial
estaban tejiendo en su retina
una historia prohibida”
El gesto de la selección alemana de taparse la boca en Qatar es nada, podrá pensarse, pero al lado de la impasibilidad de todo el resto del mundo… es muchísimo. Hay gente (¿ingenua, cómplice, terca?) que sigue creyendo que “la pelota no se mancha”. O que, como todo “lo popular”, siempre habrá quien haga negocios con ello y, claro, ya se sabe: “los negocios no tienen límites”. Pero el documental tiene una virtud: muestra que sí hay límites, y ese es el punto.
El uso del deporte competitivo como forma de blanquear regímenes aberrantes tiene una larga historia. Y el documental pone en un mismo nivel de uso aberrante del deporte a tres hitos: las Olimpíadas de Berlin bajo el nazismo, en 1936; el Mundial de Argentina 1978 en plena dictadura militar; y ahora Qatar 2022, en un país que combina las peores prácticas de un régimen medieval con la tecnología de punta, gracias a que nadan en el dinero sucio de los combustibles fósiles, la causa central del desastre climático al que se asoma inexorablemente la humanidad, gracias a dirigencias putrefactas como las del petróleo.
Añado que se trata de una cuestión de responsabilidad individual y colectiva: si dejamos de exigir que se pongan límites, entonces asumiríamos que no hay reglas para los poderosos (aquello que el Martín Fierro señala desde hace 150 años: “la ley es tela de araña”). Y ¿por qué lucharíamos por lo que es justo? Precisamente aceptar que en algún terreno no hay límites, o que para algunas personas no hay límites, es en gran parte la raíz del problema.
Por desgracia para ciertas mentalidades, es tabú cuestionar cualquier cosa que sea «popular» (¡definamos popular!), y así nos va. Asusta, asombra, (al menos a mí) la complicidad de intelectuales, personas del mundo académico, referentes sociales y pensadores “progres” con el emporio burgués que organiza esta fiesta en la que (como diría el gran Juan L. Ortiz) uno preferiría no estar, “porque sabemos de qué está hecha”.
Y todo esto sin perjuicio de que después, como cualquier otro imbécil (o como cualquier griego panhelénico en los tiempos heroicos de las Olimpiadas de la Hélade), yo también me hipnotice durante horas, mirando jugar a la flor y nata del fútbol mundial, o emocionándome con jugadas impares y llorando como gurí chico si la élite argentina de este deporte logra algún resultado relevante. Así somos. Como sintetizó el Gringo Villanova: quiero boicotear Qatar, pero también quiero ver a Messi y a la “Scaloneta” campeones del mundo.
“Qué lástima que la gente no es tan sabia
de mirar sólo a los ojos para la verdad saber
y quitar respaldo popular
si otra cosa no se puede hacer”
Volviendo a los límites: sí los hay. Hace siete años que metieron presa a buena parte de la conducción de la FIFA, entre ellos a un argentino. Y varios de ellos siguen presos. De modo que sí hay algunos límites, por lo cual me parece que deberíamos pedir más límites, no resignarnos a que no los haya. Al menos quienes tenemos la posibilidad de no aceptar sumisamente lo que nos imponen los medios. En nuestro caso, en el caso argentino me refiero, con la paradoja tremenda, para el discurso (supuestamente) cuestionador de los medios que le encanta enarbolar al partido de gobierno: el adormecedor, el distractor, se aplica desde la propia TV Pública, que se enorgullece y saca pecho de ser “el canal del Mundial”).
Todo el Gobierno parece depender hoy de que “nos vaya bien” en el Mundial. Algo que uno, aplicando pensamiento mágico, también desea, pero que la lógica más rigurosa rechaza: ¿por qué nos iría bien ahí, si en todo lo demás somos un desastre? No importa, el Gobierno y nuestro pensamiento mágico recurren al viejo axioma de Dante Panzeri y reclaman que el fútbol es “la dinámica de lo impensado” y por lo tanto, podría ocurrir perfectamente que en eso, solo en eso, seamos los mejores del mundo, al menos por esta vez. (Dicho sea de paso es para lo único que recurren al gran Panzeri. Nadie, absolutamente nadie de los que citan y desgastan esa frase ya casi arruinada, pierden su tiempo leyendo “Burguesía y gangsterismo en el deporte”, el extraordinario libro de Panzeri publicado en 1974, cuando la FIFA apenas empezaba su derrotero burgués y “gangsteril”.)
Viñeta de Tute.El montaje es de Aco sobre un dibujo de Angel Boligán.
Ni quise averiguar cuánto nos cuesta esto. Pero ni es necesario para indignarse. Hace dos semanas en el basural de Paraná moria un gurí en esa condena en vida que es la recolección de los restos que arrojan sus copoblanos, en esa síntesis de violación múltiple de derechos humanos que no parece preocuparle demasiado a ninguno de los numerosos organismos estatales que supuestamente se dedican a protegerlos… Y mientras eso ocurre en la capital provincial, el Banco de Entre Ríos (el banco “oficial” de la provincia, aunque hace rato no es de la provincia sino de un grupo burgués amigo del peronismo) regala viajes a Qatar. Un horror, por donde se lo mire. El reino de la injusticia garantizada desde el Estado y sus socios capitalistas. Pese a que el Estado es, legalmente, el garante de los derechos humanos de ese gurisito muerto atrozmente (y de cada una de esas personas que cada día van a revolver los desechos de las demás para procurarse su comida). Otra vez vuelvo al Martín Fierro: “Es el pobre en su orfandá / de la fortuna el desecho”.
“Esos ojos negros que miraban
la poca esperanza del país…
también se aprovecharon de la fe
y la voluntad de vivir”
Quizás la forma de no resignarnos sea empezar a pensar cómo boicotear estas cosas, en lugar de prepararnos para disfrutar, para evadirnos de lo cotidiano. Desafiarnos a nosotros mismos. Salir de nuestra zona de confort. Hablar en la escuela, en el trabajo, en el almacén, de estas cosas. Aunque después, culposamente y cuando nadie nos vea, también nos sentemos a mirar los partidos de hoy.
Como dijo el Kika Kneeteman en la apertura del Congreso del PASSS, en Gualeguaychú, hace pocos días: si nos seguimos quedando quietitos, sentaditos, calladitos, no nos asombremos dentro de algunas décadas cuando nuestros propios descendientes (nietos, bisnietos) nos juzguen como cómplices de delitos de lesa humanidad… Y sé que parece exagerado, pero no lo es. En absoluto. Es más, tan poco exagerado es eso, que lo decía Belgrano hace 200 años: “Se presiente ya lo detestables que seremos a la generación venidera”…
Quizás la forma de no resignarnos sea empezar a pensar cómo boicotear estas cosas, en lugar de prepararnos para disfrutar, para evadirnos de lo cotidiano. Desafiarnos a nosotros mismos. Salir de nuestra zona de confort. Hablar en la escuela, en el trabajo, en el almacén, de estas cosas. Aunque después, culposamente y cuando nadie nos vea, también nos sentemos a mirar los partidos de hoy.
Mientras tanto, disfrutemos del Mundial. Celebremos que la TV Pública usa su presupuesto para garantizar el derecho humano a ver el Mundial, mientras esperamos que en cualquier otra ciudad del país, otro gurisito muera atropellado por un camión recolector mientras busca comida en un basural. Porque hay derechos y derechos. Es decir, sigamos siendo esa mezcla de Homero Simpson y Pepe Argento, necio y orgulloso de su necedad, que muestra un chiste de Tute (cada uno sabrá si es a favor o en contra). En una mesa del bar, un tipo le dice a otro: “Eso del Mundial es para tapar la realidad politica, económica y social”. El otro, embanderado con los colores de la Selección, simplemente responde: “Y a mí qué me importa”. Bien mirado, el solo hecho de que el chiste nos cause gracia es una desgracia. Y de nuevo el Martín Fierro: “Pues son mis dichas desdichas /las de todos mis hermanos”.
Y no es que no podamos mirar la cosa con humor. Al contrario, no sé si no es la única (o una de las únicas) miradas lúcidas que nos quedan. El suplemento de humor de Análisis de Paraná, a cargo de Maxi Sanguinettii, publicó la semana pasada una de las observaciones (a mi juicio) más sensatas en este asunto. Por eso la transcribo en parte:
“(…) Pese a todo esto, el Mundial seguirá siendo un evento observado y ansiado por miles de millones. Seguirá alimentando la competencia, la idolatría de los millonarios y el nacionalismo. Justamente en estas últimas semanas observamos el fervor en grandes y chicos por las figuritas del mundial. No sorprende, aunque entristece, ver cómo en esta región donde la vinculación entre deporte y genocidio alcanzó uno de sus hitos históricos en el ’78 y donde parecería que ese hecho sigue siendo parte de nuestra memoria colectiva, hacemos oídos sordos a los genocidios ‘distantes’”.
Tal cual.
“Tarda un tiempo el pueblo
para abrir su puerta pero
cuando la abre pone llave
y te encierra”.
Listo. Ya hice catarsis. Gracias por leerme. Ya puedo seguir disfrutando del deporte más hermoso del mundo, que engrosa los bolsillos de los burgueses y mandamases más codiciosos e hipócritas del mundo.
(Las estrofas reproducidas como separadores son de la canción de León Gieco “Esos ojos negros”, de 1985).
En «De Alfonsín a Macri» (EUDEBA, 2022), Gustavo Gamallo junto a un gran equipo de investigadores recorre las políticas sociales argentinas de las últimas cuatro décadas. En entrevista con Fernando Manuel Suárez, Gamallo conversó sobre los balances y desafíos que enfrenta el Estado argentino.
Gustavo Gamallo, Doctor en Ciencias Sociales y profesor de la Universidad de Buenos Aires, compilador del libro «De Alfonsín a Macri».
La estatalidad y las políticas sociales son cada vez más heterogéneas y complejas: los problemas se multiplican y las demandas también. Argentina no es una excepción, ni mucho menos. Es por ello que el libro que ha coordinado Gustavo Gamallo (De Alfonsín a Macri. Democracia y política social en Argentina, 1983-2019) y que ha publicado EUDEBA este año resulta tan buena noticia. Este libro colectivo viene a llenar un vacío y a ordenar la discusión, parece destinado a convertirse en un material de referencia dada la rigurosidad de los análisis y la sistematicidad de los datos que allí se presentan. El libro cuenta con un grupo de autores y autoras, de diferentes edades y trayectorias, abocados/as cada uno/a de ellos/as a su tema de especialidad: Aldo Isuani (políticas sociales); Damián Bonari, María Marcela Harriague y Caterina Colombo (gasto público social); Mariano Palamidessi y Jorge Gorostiaga (educación básica); Lucas Luchillo (educación superior); Carlos Vasallo Sella, Adolfo Sánchez de León y Guillermo Oggier (salud); Patricia Aguirre y Laura Pautassi (cuestión alimentaria); Pilar Arcidiácono (en coautoría con Gamallo, asignaciones familiares); Camila Arza (sistema previsional); María Mercedes Di Virgilio y María Carla Rodríguez (políticas habitacionales); y Corina Rodríguez Enríquez (en coautoría con Pautassi, políticas de cuidado).
Estudiar las políticas sociales y la estatalidad es montar un rompecabezas, máxime en un país federal, y el libro lo logra con creces. Los artículos iniciales contribuyen mucho a ese objetivo, ofreciendo una lectura general de la heterogeneidad, un orden ante la multiplicidad de lógicas y áreas que intervienen en las políticas sociales de nuestro país. También ofrece una mirada equilibrada, ni demasiado optimista, pero tampoco catastrofista, sobre las prestaciones sociales del Estado argentino, sus capacidades y principales limitaciones. Un libro que contribuye a delinear un panorama amplio y riguroso de las políticas sociales de nuestro país en las últimas cuatro décadas. A raíz del lanzamiento de esta obra colectiva, conversamos con Gustavo Gamallo para La Vanguardia sobre los muchos temas que allí se tratan, los principales desafíos de las políticas sociales en Argentina y los más duros escollos que enfrenta.
Uno de los méritos indudables es dar una mirada de conjunto de las políticas sociales de 1983 para acá y ofrecer una lectura general específica, no atada a las lógicas exclusivas de la política o la economía: ¿Cómo se puede subperiodizar la historia reciente en términos de las políticas sociales? ¿Qué visiones del sentido común es preciso revisar o matizar?
Nosotros tenemos en estos años de democracia dos períodos largos: el período de las presidencias de Menem y de Néstor y Cristina [Kirchner]. Entonces, hay como dos momentos importantes que creo que para el campo son decisivos por distintas razones. El más interesante, creo que por la distancia temporal, es la discusión con los ’90. Como señala ahora una serie que emite Encuentro: “La década que amamos odiar”. Entonces, por un lado, es un período de transformaciones profundísimas en distintos ámbitos. Y, en particular con las reformas del Estado, sobre todo Aldo Isuani, que es el autor del capítulo 2 del libro, había insistido –ya por esos momentos– en la necesidad de distinguir las reformas del Estado benefactor o social de las reformas del Estado empresario.
Yo en esos años trabajaba en Gas del Estado, entonces éramos víctimas directas de esas transformaciones que tuvieron que ver con fundamentalmente la concesión y la privatización de los servicios públicos de distinto tipo al sector privado. Según tenemos identificado, se privatizaron o se dieron en concesión, aproximadamente, unas ciento veinte empresas. Y, en ese sentido, a veces la discusión sobre la política social quedó como a la sombra de eso.
Cuando uno mira con detalle la transformación del Estado social, encuentra, por un lado, una agenda transformadora activa. Lo cual no significa que hagamos una apología de ese momento, sino que uno encuentra mucha actividad en distintos ámbitos de la política social. En el Congreso, por ejemplo, se revisa prácticamente casi toda la legislación previa. Si bien en el gobierno de Alfonsín había habido un intento de reforma frustrado, en el ámbito de la salud sobre todo. Pero si uno hace la referencia de esos tiempos, hay una reforma previsional, hay una reforma del sistema de educación superior, hay una reforma del sistema de educación básica (se vuelve a tratar la Ley 1420), hay una reforma del régimen de asignaciones familiares, entre otras. Es decir, tenés todo un paquete legislativo en el Congreso y se hacen un conjunto de reformas legales, muchas de las cuales aún siguen vigentes.
En segundo lugar, está todo el proceso de provincialización que a mi juicio es la gran transformación de todos estos años. Que tienen como eje el sistema de salud, el sistema de educación (que ya habían sido iniciados en la época de la dictadura, pero que son completados en este período) y el sistema federal de vivienda (un sistema de transferencia donde las provincias comienzan a hacerse cargo de lo que eran las intervenciones del FONAVI). Y también hay todo un cambio institucional que tiene que ver, por un lado, con el proceso de provincialización y sus efectos. Por ejemplo, el Ministerio de Educación, un ministerio sin escuelas que empieza a desarrollar otro tipo de agencias. En el campo de salud también se crean instituciones importantes, por distintas razones, como la ANMAT o la Superintendencia de Seguros de Salud (cuyas funciones han quedado un poco relegadas en la práctica). O la creación de la ANSES, por ejemplo, que hoy es decisivo para entender buena parte de lo que sucede con la política social.
Entonces, ahí hay lo que en el capítulo 1 yo llamo el momento arquitectónico: una fuerte reforma de todo el sistema de políticas sociales que creo que sobrevive en la mayoría de los ámbitos. Con la excepción tal vez de la vuelta atrás del diseño previsional, sobre todo la participación de las AFJP, sin que cambien las condiciones de jubilación de las personas. Los requisitos de la ley del 93 siguen vigentes, no así la administración de fondos por parte de las administradoras privadas. Y sobre todo el engrosamiento de todo el campo de las transferencias. Lo que habitualmente se llaman los “planes sociales”, pero no solamente: también lo que tiene que ver con pensiones no contributivas o lo que tiene que ver con la moratoria previsional.
«Hay que romper con la idea del Estado como una totalidad, un Estado monolítico, de un Estado que se conjuga como sujeto: “El Estado hace, el Estado dice, el Estado decide”. Lo que uno ve en realidad son dinámicas sectoriales, no siempre armonizadas».
Entonces, como un segundo momento, vinculado sobre todo con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristinas Fernández, que yo lo llamo el momento expansivo. Hay una gran expansión que se verifica en el gasto social, que llega a su punto máximo histórico de 30 puntos del PBI.
Pero, en todo caso, lo que llamamos el momento arquitectónico ha quedado relegado, ¿no? Y un poco lo que yo planteaba en el capítulo 1 es sobre todo la idea de que lo que tenemos hoy es un Estado social fundado fundamentalmente en los ’90 y ampliado desde el punto de vista de sus prestaciones en los 2000. Eso se puede ver con claridad mirando el sistema previsional, el régimen de asignaciones familiares, lo que mencionábamos de las transferencias o la creación de nuevas casas de estudio. Ahí hay un momento de fuerte expansión, pero, en todo caso, la cuestión de las reformas estructurales quedó un poco de lado.
Entonces, en términos de periodización yo diría que son como los dos momentos tal vez más significativos, sobre todo por su duración: estamos hablando de un período de diez y otro de doce años respectivamente. Mientras que la presidencia de Alfonsín, si bien fue una presidencia larga, estuvo mucho más tensionada por otras situaciones y que en el campo de la política social tuvieron como eje la frustrada reforma de salud en el marco de un intento de restablecer otro tipo de relaciones con el mundo del sindicalismo. De hecho, ese fue el último intento estructural de un cambio en el sistema de salud.
El libro propone una lectura general a partir de los artículos introductorios y luego incorpora distintas piezas que forman el cuadro general: ¿Cuán articuladas están esas piezas en la política concreta? ¿Hay que hablar de políticas sociales en plural o se puede hablar de “política social” en singular?
Eso lo trabajamos mucho en nuestro campo de trabajo docente. Hay que romper con la idea del Estado como una totalidad, un Estado monolítico, de un Estado que se conjuga como sujeto: “El Estado hace, el Estado dice, el Estado decide”. Lo que uno ve en realidad son dinámicas sectoriales, no siempre armonizadas. El caso concreto de lo que hablábamos de la época del gobierno de Menem, donde encontramos, por una parte, una fuerte política de disminución radical de la intervención económica del Estado –que se ve sobre todo en las grandes empresas estatales– y, por otro lado, un proceso de centralización muy grande de, por ejemplo, el sistema de asignaciones familiares o del sistema previsional (se trajeron a lo nacional muchos de los regímenes provinciales). En el caso del sistema de asignaciones familiares se ve con mucha claridad: lo que era un sistema de fondos compensadores sufre un claro proceso de centralización. Lo que veíamos en el campo de la salud, donde hay instituciones que intentan regular de otra manera los comportamientos del mundo de las obras sociales, con efectos diversos.
Entonces, lo que uno podría decir también, desde el punto de vista metodológico, es que en general cuando se hace investigación de políticas comparadas, se comparan sistemas nacionales unos contra otros. En ese sentido, hay una lectura posible que se puede hacer del trabajo como un análisis de política comparada al interior de un mismo Estado, durante un proceso diacrónico, y encontrar puntos de contacto y puntos de ninguna vinculación. Y creo que eso es interesante porque, sumado al carácter federal de algunas de las intervenciones, le introduce una complicación especial a la gestión de estos temas. Más bien lo que uno va a encontrar son dinámicas que no siempre responden a esa visión que uno a priori suele tener de que el Estado tiene una racionalidad que ordena con cierta superioridad el comportamiento de los agentes. Pero, en realidad lo que encontramos son dinámicas sectoriales que no son fácilmente compatibles. En el caso de las transferencias es muy claro, todo lo que se terminó gestionando vía ANSES tuvo un carácter muy distinto a lo que se fue gestionando, por ejemplo, vía Desarrollo Social. Entonces ahí lo que podemos llamar la relación entre la estatalidad y la población tuvo un carácter muy distinto.
El libro opta por una mirada nacional, pero advierte las peculiaridades del diseño federal: ¿Qué desafíos presenta el federalismo para pensar las políticas sociales y la estatalidad en general? ¿En algún área hay homogeneidad o, por el contrario, un equilibrio precario de diversidades?
Ahí hay un problema de que la lectura desde lo nacional supone un recorte metodológico imposible de realizar si uno no lo hiciera. Es decir, si uno va a estudiar el sistema educativo en un período largo y uno empezara a mirar las políticas de cada una de las provincias sería algo imposible de desarrollar, al menos desde este punto de vista. Si uno hiciera un trabajo sobre educación, bueno, ahí tendría otro tipo de aproximación. Entonces, hay registros –pienso en educación porque es el capítulo que más información tiene de todos en relación con eso– de los resultados diferenciales que se pueden encontrar en términos de rendimientos, en términos de tasas de graduación (sobre todo en el nivel medio), en términos de inversión por estudiante, en términos de salario docente, etcétera. Ahí hay una peculiaridad que pareciera no estar resuelta todavía, como si todavía tuviéramos cierta nostalgia centralista. Es decir, suponer que la Argentina va a poder gestionar esos sistemas como si no existiera el federalismo. Y creo que ahí hay un asunto que está todavía sin resolución. El caso de salud es más grave todavía. Porque, en definitiva la educación es un servicio universal, en muchas provincias el sector privado es mínimo (es el problema de tres o cuatro provincias), mientras que el sistema sanitario tiene otras características por el tema de las obras sociales y su expresión en función, en todo caso, de la actividad económica de cada provincia.
Entonces ahí hay un problema que tiene que ver con también cómo las autoridades nacionales se posicionan frente a esas restricciones que tiene un país federal y lo vemos, por ejemplo, cuando se crean nuevos ministerios y cuando, después de varios años, quienes pasan por esa experiencia cuentan sus frustraciones porque terminan haciendo un “tallercito” en la intendencia amiga o en la gobernación donde tienen llegada. Se hace muy difícil la implementación de muchas políticas nacionales por estas razones y a veces tiene relación en cómo se piensan. Pero no con la seguridad social, creo que este es un punto importante, el despliegue que uno ve de la ANSES, tanto en las personas mayores de edad como en las poblaciones menores de edad: por ejemplo, la AUH se implementó de una manera extraordinaria en un período relativamente breve. Cuando uno mira los números en el largo plazo, desde que se inició hasta el presente, la cobertura en parecida a la actual.
Hay ciertas capacidades que el Estado nacional tiene, particularmente la capacidad para transferir ingresos, y otras capacidades que no tiene desarrolladas. Eso supone unos niveles de dificultad para calibrar ciertas iniciativas políticas y que no siempre uno encuentra en las autoridades. Es decir, ¿se puede hacer? ¿es posible implementar este tipo de cosas? En el caso de seguridad social yo diría que sí, y uno puede ver los datos, en los casos de políticas como educación o salud los resultados son mucho más ambiguos.
¿Podemos decir que cuando la política requiere más cooperación de actores intermedios esto dificulta la implementación? Pienso, por ejemplo, que ANSES es un organismo descentralizado, pero no federalizado. ¿Estos actores intermedios funcionan como actores de veto en cierto modo y complejizan la puesta en práctica?
Claramente. Nosotros lo hemos visto en la época de la Ley Federal de Educación y la reforma de los niveles y los ciclos. No sé si recordás que hubo provincias que decidieron no adherir al seis y seis y mantener el siete (primaria) y cinco (secundaria). Digamos, hay amplios resortes que están en manos, en este caso, de las provincias.
Pero pensemos en el caso también de muchas políticas de transferencias de ingresos que requieren contraprestaciones laborales o ese tipo de cuestiones que el Estado nacional no tiene ninguna capacidad de organizar, de gestionar y de auditar. Hoy está en discusión todo el sistema. Insisto: ahí hay limitaciones estructurales desde el punto de vista institucional que no siempre se entienden o no siempre se calibran cuando se piensan algunas intervenciones. Entonces, por ejemplo, el sistema de jubilaciones requiere que las personas presenten unos papeles y tengan una cuenta bancaria con el organismo, y se terminó el asunto. Cuando uno está pensando en otro tipo de relación con los actores, ya sean estatales o no estatales, ahí se disparan otro tipo de dinámicas.
Está claro que los servicios en manos de las provincias implican responsabilidad que la Nación ha delegado. O, mejor dicho, las provincias han recuperado, siguiendo la lógica constitucional sobre las funciones delegadas y no delegadas. Se supone que originariamente esto es una federación y por lo tanto las funciones son originariamente de las provincias. Temas de seguridad, de salud, de justicia, de educación, son muchos los aspectos políticamente relevantes que están en manos de las provincias. Insisto, esto implica una imposibilidad fáctica para desarrollar ciertas actividades.
Cuando se observa el Estado nacional desde el punto de vista presupuestario, lo que fundamentalmente se encuentra en el presupuesto son actividades de transferencia de recursos: a las personas por la seguridad social; a las provincias y a las universidades; a las empresas por el tema de las tarifas; y, finalmente, le paga a su personal. Eso te está mostrando un poco cuál es el carácter del Estado federal en Argentina. Ahora, cuando se escucha hablar al presidente, el actual o anteriores, pareciera que estamos en un país donde cualquier ministro puede poner en marcha una política como si estuvieras en un país unitario y la verdad que no es así. Creo que parte de los fracasos tienen que ver con eso. Un poco me parece que la lectura de alguno de los trabajos te permite pensar en esta dinámica.
«Está claro que los servicios en manos de las provincias implican responsabilidad que la Nación ha delegado. O, mejor dicho, las provincias han recuperado, siguiendo la lógica constitucional sobre las funciones delegadas y no delegadas. Se supone que originariamente esto es una federación y por lo tanto las funciones son originariamente de las provincias. Temas de seguridad, de salud, de justicia, de educación, son muchos los aspectos políticamente relevantes que están en manos de las provincias. Insisto, esto implica una imposibilidad fáctica para desarrollar ciertas actividades».
En los últimos capítulos del libro ustedes trabajan ciertos temas que están muy vinculados con lo que se conoce como el fin de la sociedad laboral, entre el desempleo y la precariedad. Sobre eso te quería preguntar: ¿Esto implicó un quiebre para pensar las políticas sociales? ¿Cómo se reconfigura en función de estas transformaciones sociales?
Creo que ahí también hay una tensión frente a cierta nostalgia de suponer que el futuro va a ser una vuelta a esos momentos míticos de una “integración trabajista” al estilo de los años ’70. Yo tengo otra visión. Cuando uno mira, por ejemplo, el caso del Gran Buenos Aires que tenía en los años ’70 aproximadamente la mitad de los ocupados en la industria manufacturera, hoy eso llega a menos del 20%. Toda esa reconversión del aparato productivo en la Argentina, que tiene efectos territoriales muy claros, se expresa en todo caso en los niveles de precarización e informalidad que vemos. Ese empleo, que es empleo de calidad, se tiende a sustituir por un empleo de menor calidad, de menor nivel de protección. Los datos de los estudios de la UCA muestran que aproximadamente, depende el año, que entre el 45 y el 48% de los ocupados está en el sector micro-informal; muestran la permanencia de entre un 40 y 45% de la población en empleos de pleno derecho. Entonces la pregunta es si esto es un momento, un momento “malo”, o esto es en todo caso un escenario que abre el debate hacia otro tipo de respuestas estatales.
Porque todo el sistema de políticas sociales, sobre todo lo vinculado con la seguridad social, está fundamentado en la inscripción laboral en el sector formal. En la medida en que eso esté dañado – o, por lo menos con una permanencia importante en el tiempo, con la afectación sobre el sistema previsional, sobre el sistema de obras sociales, sobre el sistema de transferencias (el salario familiar, para decirlo rápidamente)–, está en problemas. Donde más se ve, porque fiscalmente es el aspecto más relevante, es en el sistema previsional. Cuando uno mira la población que se jubila cada año, el número de personas que lo hace por moratoria es mayor a las que se jubilan por la vía “habitual” o “legal”. Entonces, los sistemas están pensados para una sociedad de empleo pleno y de pleno derecho, y frente a esta situación lo que hay son problemas estructurales que la política social tiende a reforzar más que a resolver. Porque, en definitiva, una persona que trabaja en el sistema informal tiene acceso a ciertas prestaciones sanitarias que son distintas a las que tienen quienes están dentro del formal. Es como que se empieza a consolidar una especie de situación de, al menos (para no ser demasiado drástico), una sociedad con dos niveles de protección muy claros: los que se vinculan con la “vieja sociedad salarial” (la sociedad tradicional, los que trabajamos en las universidades nacionales, en el sector privado formal, etcétera) y quienes están en el mundo de la informalidad y la precarización.
Ahí, en ese sentido, los programas de transferencias tienen como una alarma importante porque son las que se dirigen a las poblaciones en edades centrales, es decir quienes históricamente resolvieron sus problemas de ingresos a través del trabajo. Todos han sido diseñados como políticas transitorias, como políticas de mejoramiento mientras el mercado de trabajo iba reconstituyéndose. Hace un tiempo se firmó un decreto que se llama “Puente al empleo”, antes se llamó “Empalme”, es decir toda esta idea de que estamos en una transición hacia una especie de idea de “mundo deseable” que es este mundo del trabajo. Estas ideas que dan vuelta por ahí del “trabajo genuino”, que nadie define. Yo no he encontrado una definición satisfactoria de qué es el trabajo genuino y qué es, en todo caso, el trabajo no genuino. Ahí yo creo que hay una crisis civilizatoria importante, donde se nos hace muy difícil imaginarnos una sociedad donde las personas vivan de otro modo.
Hay un sociólogo británico que hablaba de la “sociedad empleadora”, la idea de la sociedad que ordena la vida de las personas porque la mayor parte de su vida se dedican a trabajar por un salario. Y la pregunta es si estas transformaciones están dando paso a lo que vos mencionás: a formas de suministro de ingresos no mercantiles, sostenidas a través de impuestos, constituyéndose en otro tipo de relación entre ingresos y bienestar, donde la discusión ya no es el trabajo sino los ingresos. Yo creo que el debate desde el punto de vista intelectual va por ahí. Desde el punto de vista político no sé si va por ahí, yo creo hay mucha resistencia todavía de pensar tan drásticamente esa suerte de escisión o de hiato entre trabajo e ingresos. Y, de hecho, la UCA ha presentado un trabajo últimamente donde se ve el porcentaje de trabajadores pobres, que en el último informe está cerca del 30%. Es decir que ya ni siquiera el hecho de estar inscripto en el mundo del trabajo garantiza escapar a ciertos niveles de pobreza material.
Marcha frente al Ministerio de Desarrollo Social.
Vinculado a eso, me llamó la atención esto que vos decís de la fragmentación de las políticas sociales: ¿Cómo impacta esto, por un lado, en un proceso incluso de segregación urbana y, por otro lado, en la cuestión de la estigmatización que también aparece, por ejemplo en la figura del “planero”? ¿Qué impacto tiene y cuál es, si lo tiene, su correlato político: la polarización social más allá de la polarización política?
Sí, yo creo que es muy compleja la situación porque, por un lado, el libro muestra, sobre todo en el capítulo 3, que estamos en los máximos niveles históricos de gasto social y todo el mundo te pregunta “¿Entonces por qué tenemos está situación social?”. Cualquier persona, que no necesariamente sea un estudioso del tema, puede dar respuesta con velocidad a esta especie de incongruencia, de paradoja. La cuestión habitacional, por ejemplo, es un tema que es extraordinariamente grave: por decirte, escuché hace unos días una propaganda del Ministerio de Desarrollo Territorial y Vivienda que dice “Más familias argentinas acceden a la vivienda” y hablaba de 50 mil, pero estamos hablando de una necesidad habitacional de un millón por lo menos. La sensación es que tampoco hay, no solo en la agenda vinculada con los ingresos sino también de otro tipo, respuestas estatales. Siempre estuvieron respaldadas en poblaciones con mayores niveles ingresos. Para aclarar un poco la idea: la urbanización de los sectores populares descansó en poblaciones con ingresos suficientes para autoproducir su hábitat, con respuestas estatales no tan generosas como habitualmente se dice. Cuando uno mira, lo que hay, como dice un trabajo muy interesante, es “casa-propismo”: lo que hubo fueron personas que accedían al lote en cómodas cuotas (por ejemplo, en el Gran Buenos Aires) e inclusive en lugares cuestionables en cuanto a la calidad de los asentamientos, pero que a raíz de tener empleo más o menos permanente y seguro, lograron construir (o bien familiarmente, o bien por ayuda comunitaria) la urbanización de gran parte de lo que hoy es el GBA. Entonces, hoy esa depreciación material de los ingresos supone una afectación enorme y, además, no hay políticas equivalentes que compensen desde el punto de vista habitacional. En 2018 se hace el ReNaBaP (Registro Nacional de Barrios Populares), se identifican 4500 barrios populares, luego además del período de crecimiento económico más importante de la historia argentina según los datos de algunos investigadores del campo, y uno ve la expansión de la política, por ejemplo, de los Planes Federales de Vivienda (que fue también una de las grandes inversiones en términos históricos) y, no digo que no mueve el amperímetro porque para cada persona que es beneficiaria ha sido una mejora, pero en la situación general sigue teniendo la necesidad de que las inversiones tengan planes sostenidos en el tiempo. La cuestión ahí es: si las personas no tienen ingresos personales, no hay crédito y no hay política estatal consistente y sólida, lo que vamos a tener es un proceso de deterioro fuerte de esta situación desde el punto de vista habitacional.
Y en el campo de lo que particularmente preguntás vos, sobre el tema de los “planeros”, ahí hay una controversia importante que socialmente no se sutura. Creo que buena parte de la dirigencia política tampoco hace pedagogía en términos de tratar de transmitir la gravedad del problema y no suponer que es cuestión de darlo por sentado. Insisto, hace unos días hubo un decreto que dice que va a haber un “puente al empleo”: ¡Ojalá! No es la primera vez que se hace.
También hay un problema vinculado también con cierto hastío fiscal de los sectores que están soportando buena parte del peso de los impuestos. Y esto creo que los sectores autopercibidos “progresistas” tienen que empezar a tomar nota del problema. Porque, independientemente de que se compare si la tasa de presión impositiva argentina es superior o inferior a Noruega o a Suecia, el problema aquí es que la carga fiscal concentrada en un sector de la población, que son los sectores formales. Muchos pueden ser sectores adinerados y de grandes fortunas, pero otros son laburantes como yo o como vos, gente que trabaja por un salario. Y entonces la incomprensión también tiene que ver con empezar a mirar de otra manera el problema del gasto del Estado. El gasto en los programas sociales es de cerca, por ejemplo el Programa Potenciar Trabajo, medio punto del PBI. Siendo de 30% el total del gasto social. Entonces lo que se supone que los “planeros” se “aprovechan” es medio punto del PBI, no estamos hablando del problema fiscal en la Argentina. Y, cuando se analizan los subsidios las tarifas, por ejemplo, ahí es otro asunto, es otra historia.
Entonces pareciera que si no hay una discusión política más franca sobre el Estado y el gasto (que en su conjunto está casi en el 40-42% del PBI); si no hay una discusión más franca sobre cómo encarrillar esta situación; todo puede ser peor. Sumado a todos estos desequilibrios macroeconómicos que tampoco nos están llevando por buen camino: por la cuestión inflacionaria y por la incapacidad de nuestro país de generar un sendero de crecimiento consistente para, en todo caso por la vía mercantil, también mejorar parte de la situación de la población. A mí me parece que no hay que renunciar a ninguna situación: hay que tratar que el país crezca; hay que tratar que la sociedad sea expansiva y que sea generosa; y no suponer que una cosa invalida a la otra.
«La pregunta es si hay capacidad de los liderazgos políticos para pensar sobre otras bases estos sistemas que están funcionando mal. Porque tenemos el 70% de la población jubilada con el haber mínimo y tenemos regímenes de privilegio que conviven, con una tasa de informalidad laboral de un tercio. Lo que estamos haciendo es prolongar la situación en el tiempo, pero sin resolverla».
Una apostilla a esto que dijiste, sobre todo el tema de los subsidios: gran parte de las transferencias no aparece estrictamente como política social y, sin embargo, impactan, muchas veces no de la manera más progresiva, en ella. Y hoy claramente es una válvula, una especie de convertibilidad de los 2000.
Mucha gente venía advirtiendo, ya cuando comenzó esta situación, de la dificultad de estos subsidios que, además, territorialmente han tenido una distribución muy opaca. Y que, además, en algunos casos llegan a subsidiar, no sé, la aeronavegación. Y la pregunta es si tenemos en este contexto que seguir sosteniendo una aerolínea de bandera deficitaria. Yo creo que estamos en un escenario donde deberíamos ser capaces, al menos en el más alto nivel político, de empezar a tener alguna razonabilidad en las discusiones. O mismo la política social como vía de identificación de las poblaciones que efectivamente requieren cierto sostenimiento, por ejemplo, en el caso de las tarifas domiciliarias. Que en el caso del gas, incluso, ni siquiera es un suministro universal, porque hay una alta proporción de la población que no tiene acceso al gas por red. Entonces hay toda una serie de problemas que no son tan sencillos. Yo te decía: medio punto el Potenciar Trabajo y tres puntos las tarifas. No es un tema que uno pueda soslayar como si se tratara de una cuestión de poca significación.
Siempre pongo el ejemplo del PAMI, que gasta el 1% del PBI y hace cincuenta años que no se discute qué hacer con él. Y estamos hablando de una institución creada en un contexto laboral y, sobre todo, demográfico distinto. Entonces hoy una obra social de cinco millones de afiliados que requiere una rediscusión política de actualización, llamémosle. No estoy diciendo que hagamos una cosa o la otra, porque no estoy seguro de lo que hay que hacer. Pero la sensación que hay es que hay muchos temas que no aparecen en la agenda de discusión, en un contexto de la gravedad del que tiene nuestro país, al menos desde mi punto de vista.
Para cerrar, retomo una frase que propone Aldo Isuani y que vos reponés en la introducción del libro, tal vez de modo irónico, de que Argentina no tiene el Estado que se merece, pero sí uno que se le parece mucho. ¿Con esto quieren decir, sin mal no interpreto, que Argentina no está ni en el peor ni en el mejor de los mundos, al menos en materia de políticas sociales? Y que, a pesar del diagnóstico crítico, hay capacidad instalada para avanzar en discusiones más serias y en otro tipo de soluciones.
Ha habido casos muy llamativos. No sé si recordás que hace unos años atrás un turista inglés fue apuñalado en La Boca y el tipo no podía entender cómo le habían salvado la vida y no debía nada, ¿no? O el caso de nuestra educación universitaria, donde cualquiera puede estudiar lo que quiera y sin pagar nada. Entonces, Argentina no tiene un problema (aunque pueda haber algunas situaciones puntuales) de oferta educativa en término edilicios. Puede haber edificios de mala calidad, puede faltar jornada completa, pero hay una infraestructura social en nuestro país que es importante. Lo que también hay, creo, son incapacidades para, en todo caso, pensar un Estado en función de los nuevos riesgos sociales. Creo que eso es un poco lo que nosotros venimos trabajando hace tiempo en término de: qué hace este Estado, que se fundó en un contexto laboral muy especial (con un mercado laboral muy atípico en términos regionales, con una alta tasa de asalarización y una alta tasa de formalidad, y un bajo nivel de desempleo), frente a este cambio. Que no es precisamente de coyuntura, sino que estamos mirando un período largo, al menos desde los 90 para acá, con una importante permanencia y manifestaciones claras del empobrecimiento de la población y de la informalidad laboral.
Entonces, lo que a mí me cuesta entender es esta política que yo llamo “de las adyacencias” (es decir: “esto funciona bien y al lado le ponemos una política para resolver las fallas o incluir a los que no están considerados acá”) y que está empezando a crujir. El caso más concreto es el de la moratoria: cuando uno lee el texto original de esa medida se hablaba de los ’90, se hablaba de neoliberalismo, pero una vez pasado el tiempo lo cierto es que la situación no cambió. Cuando uno lee el decreto de la AUH dice más o menos lo mismo –dice, por ejemplo: “la mejor política social es el trabajo”–, pero cuando se mira lo que pasó desde el 2009 hasta el presente, no cambió la cosa. La pregunta es si hay capacidad de los liderazgos políticos para pensar sobre otras bases estos sistemas que están funcionando mal. Porque tenemos el 70% de la población jubilada con el haber mínimo y tenemos regímenes de privilegio que conviven, con una tasa de informalidad laboral de un tercio. Lo que estamos haciendo es prolongar la situación en el tiempo, pero sin resolverla. Yo no sé, no encuentro la creatividad o la lucidez para enfrentar una discusión seria sobre estos temas. En definitiva, el propósito del libro tuvo que ver con intentar construir bases informadas para este debate y yo estoy muy satisfecho con el resultado. Porque creo que cualquier persona que se ponga a leerlo con atención va a encontrar elementos que ordenan, en todo caso, lo que puede ser una jerarquización de problemas. Y creo que uno de ellos tiene que ver con esto: la de un Estado que se parece más a la sociedad del pasado que a la que estamos viendo, que se dibuja a partir de estas transformaciones tan profundas.
QUIÉN ES
Gustavo Gamallo es doctor en Ciencias Sociales, magíster en Políticas Sociales y licenciado en Sociología, todos títulos por la Universidad de Buenos Aires. Se especializó en el estudio de las políticas sociales. Actualmente es profesor titular de la materia Sociología Política de la Carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA; profesor adjunto a cargo de la materia Sociología del Ciclo Básico Común, UBA; profesor adjunto de Sociología, de la Facultad de Derecho, UBA. Dicta cursos de posgrado en distintas universidades nacionales. Es codirector del proyecto Ubacyt – Grupo Consolidado “Brechas de bienestar y marginaciones sociales en Argentina”.
Editó recientemente la compilación ¿Más derechos, menos marginaciones? Políticas sociales y bienestar en Argentina (Biblos, 2012) y, en codirección con Laura Pautassi, El bienestar en brechas. Las políticas sociales de la Argentina de la posconvertibilidad (Biblos, 2016).
Reestreno en salas de la obra icónica de Martin Scorsese: personas destrozadas, una sociedad partida, la violencia social y política permeandolo todo. Una provocación para pensar la Argentina de hoy. Volvió después de 46 años.
Robert De Niro interpreta a Travis Bickle, un ex combatiente de Vietnan arrojado a la supervivencia en una sociedad salvaje.
El globo ocular de Travis Bickle (un joven Robert De Niro en estado de gracia) se mueve siguiendo la estimulación de una película pornográfica proyectada en una sala de cine decadente de la Nueva York de mediados de los ‘70. Pupilas dilatadas, casi no hay parpadeos. Son ojos de una persona consumida, no hace falta más para saber que es un hombre insomne, que no puede dormir. Un ex combatiente de la guerra de Vietnam que el Estado trajo de vuelta y lanzó a las calles para que se las arregle como pueda. Taxi Driver es una película icónica, que probablemente vio toda persona con algún interés real por el cine. Es un viaje denso y peligroso por la mente de un enfermo, de un ser desestabilizado psíquicamente que quiere combatir a una sociedad putrefacta. El guion del maestro Paul Schrader es uno de los textos más analizados y citados del cine estadounidense. No tiene fallas, no tiene concesiones y el director Martin Scorsese lo hizo parte de su cuerpo al llevarlo a imágenes. La identidad entre guion y dirección es absoluta. Las palabras están al servicio de la puesta en escena y viceversa.
GRAN PELICULA EN PANTALLA GRANDE
¿Qué decir de una película que vimos todos? Se impone hablar del evento que significa su reestreno luego de más de 45 años, analizar la experiencia de ver la obra en pantalla grande, con todas las comodidades, remasterizada en 4K. Y reflexionar, además, sobre la vigencia de un argumento que podría ser escrito hoy.
El mundo no ha cambiado. Más de cuatro décadas después los principales problemas no se han solucionado sino agravados.
Vamos al primer desafío, la experiencia audiovisual integral que otorga este reestreno en salas comerciales. Difícilmente quienes vimos la película por primera vez en un televisor hayamos podido advertir el carácter vibrante que tienen cada uno de los elementos que se conjugan en cada escena. Recientemente, Roger Koza celebró la remasterización de un clásico del cine negro argentino, Si muero antes de despertar (1952), y escribió: “Verla en tales condiciones -una plataforma de streaming o Youtube- es el equivalente a la experiencia que puede tener un biólogo frente a un pecarí del Chaco embalsamado. El animal vivo es otra cosa”.
Esta cita aplica sin problemas también a este reestreno con bombos y platillos de Taxi Driver. La película de Scorsese “vive” en la pantalla grande, para la que fue pensada. Allí se produce el festín, la orgía de imágenes aturdidas, planos fijos, travellings sobrevolando las escenas, sonidos secos, diálogos neurálgicos, música cachonda y nostálgica, colores amarronados que exudan el calor del mugriento verano neoyorquino. Elementos -todos estos- que escriben una sinfonía nerviosa que hunde al espectador en esa locura que está planteada desde el primer minuto de metraje, la cual irá creciendo sin pausa y sin prisa hasta que se desate la famosa carnicería del final, tantas veces citada, copiada, comentada. Ese río de sangre que terminó convirtiéndose en una escena pop, con De Niro atravesado a balazos, apuntando con el índice a su sien y gatillando con el resto de los dedos. Bang, bang, bang, bang.
LA VIOLENCIA ES POLITICA
La mirada vacía de una persona consumida. Una interpretación histórica.
Segundo desafío, resignificar Taxi Driver. No hay que hacer grandes esfuerzos, la película luce hoy tremendamente vigente. Esta historia sobre la violencia y la caída de la sociedad norteamericana post-Vietnam y sobre la justicia por mano propia se engarza en una red de sentidos que nos hace pensar que el mundo no ha cambiado. Que más de cuatro décadas después los principales problemas no se han solucionado sino agravados. Recordemos: quien disparó en 1980 a Ronald Reagan era un hombre que se había obsesionado con Taxi Driver y con Jodie Foster -que tenía 12 años cuando rodó la película- y sólo quería llamar la atención de la actriz. Hoy, en la Argentina, un pequeño grupo de marginales es investigado por intentar asesinar a Cristina Kirchner. Los argentinos nos preguntamos cómo pudo suceder que alguien pase del odio a la acción, pero también sabemos que la década de los ‘70 fue rica en violencia política en nuestro país.
Cuando el político quiere saber por qué lo apoya, el personaje de De Niro le confiesa que nada sabe de política pero que deberían barrer con latinos, negros, prostitutas, gays, pobres. La política no puede interpretar el mensaje de odio de las bases.
Hay muchas cosas que seguir pensando. Me detengo en esta escena: Travis Bickle lleva en su taxi al candidato a presidente para el que trabaja Betsy, la mujer que lo obsesiona (Cybill Shepherd). Cuando el político quiere saber por qué lo apoya, el personaje de De Niro le confiesa que nada sabe de política pero que deberían barrer con la basura de las calles: los latinos, los negros, las prostitutas, los gays, los pobres. La cara del candidato -que se figura demócrata, progresista- expresa terror. La política no puede interpretar el mensaje de odio de las bases. Scorsese comentó en un artículo que escribió él mismo que cuando se estrenó la película, junto a Paul Schrader tuvieron un poco de temor por la reacción de la audiencia. Bajo ningún punto de vista ellos pretendieron que la gente saliera del cine vindicando la justicia por mano propia, la venganza, llena de ira. No todos los norteamericanos podían convertirse en Travis Bickle y Travis Bickle no podía ser ningún héroe. Pero la película es deliberadamente ambigua.
El epílogo del filme, luego de la famosa matanza en el motel, hoy sigue abriendo polémicas porque el protagonista tiene un final inesperado, es reconocido como héroe por los neoyorquinos, celebrado como justiciero. Scorsese y Schrader apostaron a que la película perviva, no se agote. Lo lograron. Este epílogo tiene un mensaje intranquilizador: el psicópata sigue suelto, en cualquier momento puede volver a actuar. Y aquello que odia con todas sus fuerzas continuará ganando las calles.
Un clásico. La película obtuvo 28 premios y nominaciones, entre ellas al Oscar a mejor director, mejor película, mejor actriz secundaria y mejor música.
Pablo Milanés falleció a los 79 años en Madrid. Miembro destacado de aquella «nueva trova cubana» y cantautor comprometido, sus canciones serán su legado imperecedero.
Solía cantar sentado, como su adorada Mercedes Sosa, leyendo las letras de las canciones, casi sin moverse. Y, sin embargo, sus actuaciones eran conmovedoras. No hacía falta más que su voz, inconmovible a pesar de los años y los avatares. La emoción salía de sus entrañas, de esa musicalidad infatigable. Pero esa voz tan entrañable se apagó. “El tiempo, el implacable, el que pasó, solo una huella triste nos dejó”.
Miembro destacado de la eternamente “nueva” trova cubana, fue un cantautor renuente a los eufemismos. Sin afección a la metáfora onírica o a la poesía rebuscada, Pablo Milanés decía las cosas sin dobleces. Sus canciones políticas hablaban de luchas, sus canciones románticas hablaban de dolor, su poesía era un arma para decir lo que quería. “La vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama”.
Solista gregario, fue hermano de sus amigos. Su voz cálida maridaba perfectamente con los dúos más insólitos e inesperados, como si se hubiera preparado toda la vida para cantar con su compañero circunstancial. Sus duetos fueron memorables: Silvio Rodríguez, Víctor Manuel Chucho Valdez y su hija Haydeé, con quienes compartió discos y giras; los argentinos Mercedes Sosa, Víctor Heredia, Fito Páez, León Gieco, Charly García, Alberto Cortez y un largo etcétera; los brasileños Gal Costa, Milton Nascimento, Chico Buarque, Caetano Veloso y muchos otros; los españoles Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, Amaya Uranga, Caco Senante, Ana Belén, Joaquín Sabina, Rozalén, Andrés Suárez y decenas más. La lista es infinita como lo era su calidez. No casualmente ambos discos que le hicieron en homenaje tuvieron un calificativo común: “querido”. “Hoy quise estar contigo amigo, y la dura realidad destruyó el dulce sueño que forjamos tú y yo, tal vez mañana haya otra suerte. Ojalá”.
Miembro destacado de la eternamente “nueva” trova cubana, fue un cantautor renuente a los eufemismos. Sin afección a la metáfora onírica o a la poesía rebuscada, Pablo Milanés decía las cosas sin dobleces.
Voz de la hermandad latinoamericana y de las causas justas, no solo rindió homenaje a su amada Cuba donde, al fin y al cabo, quería quedarse. Cantó a Puerto Rico, a Nicaragua y, quizá en una de sus piezas más memorables, a Chile. El concierto que dio junto a Silvio Rodríguez arropado por muchos amigos en 1984 en Argentina (y luego publicado como disco doble) fue un símbolo de la democracia que nacía de las penas y la muerte que las dictaduras habían sembrado. “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes».
Pablo defendió y criticó a la revolución cubana, pero no fueron sus convicciones, sino los matices, los que cambiaron. Como lo recordó Silvio Rodríguez, con el que estuvo distanciado política y artísticamente por décadas: “Pablo siempre fue crítico. Él pasó cosas muy duras y aun así se sumó a la Revolución. Lo quiero y lo respeto mucho. No me es cómodo hablar de Pablo en estas circunstancias. Lo que sí puedo decir es que es un gran artista y es una persona que ha sentido, sufrido y luchado por Cuba. Mucho. Lo ha hecho, claro que sí”. Libre e inconformista, comprometido y crítico, aferrado al futuro y no anquilosado en el pasado: “me sumo a tu locura callejera, a tu inconformidad con lo ya hecho, y siempre igual que tú pondré mi pecho, para tomar el rumbo que tú llevas”.
La muerte es inevitable y, dicen, lo primero que se olvida es la voz de aquellos a los que extrañamos tanto. Pero hay voces inolvidables, que perduran y que, por suerte, han quedado grabadas. Voces que nos hablan de un tiempo que ya no es, porque los años pasan, pero que nos acompañan. Pablo Milanés seguirá cantando mientras haya alguna injusticia, mientras alguien sufra la ausencia, mientras alguien quiera cantar al amor con palabras prestadas. En fin, Pablo cantará mientras lo recordemos, mientras sus melodías nos sigan hablando como aquella vez. Hasta siempre, querido Pablo.
El historiador español rescata conceptos del fundador del Partido Socialista y La Vanguardia sobre los contenidos de la educación primaria. En 1916, consideraba que patriota era toda persona solidaria con la propia nación.
Juan B. Justo, proponía que la escuela enseñara sobre «las fuerzas intencionales y conscientes que obran por encima de los instintos, y que son las fuerzas propiamente históricas».
Los materiales del pasado ofrecen en nuestro presente sugerentes contribuciones que invitan a la reflexión y aportan fundamentos para poder no sólo entender el presente, sino, sobre todo, plantear futuros distintos. La Historia, como hemos defendido siempre, es también un factor de transformación, un conocimiento para plantear proyectos de futuro.
En esta línea nos acercamos a las reflexiones de un socialista fundamental en Argentina y en la propia Historia, con mayúsculas, de la República. Estamos hablando de Juan Bautista Justo (1865-1928), del doctor, periodista, político y fundador del Partido Socialista, así como de La Vanguardia y de la fundamental cooperativa El Hogar Obrero. Estas reflexiones tienen que ver con lo que pensaba en 1916 sobre la Historia que deberían aprender los alumnos y alumnas de primaria en Argentina, según una entrevista que le realizó una directora de una Escuela Superior de Buenos Aires en ese momento.
La cuestión gravitaba sobre el patriotismo. La directora aspiraba a que se formaran niños patriotas. En principio, parece que el socialismo no casa muy bien con el concepto de patriotismo, pero fíjese el lector que Justo afirmaba que debía ser un patriotismo en el “mejor sentido de la palabra”.
PATRIOTISMO ES SOLIDARIDAD
El destacado socialista consideraba que el patriota era toda persona solidaria con la propia nación. Y aquí estaría la interpretación que nos atreveríamos a calificar del socialismo argentino en relación con el patriotismo, dentro de los parámetros del socialismo internaciona. Así es, esa obra solidaria para con el propio pueblo se cumplía por parte de la mayoría de las personas en el ámbito de las “actividades ordinariamente fecundas y tranquilas”, es decir, el patriotismo estaría entre las madres, los obreros, los inventores y los organizadores de la economía.
Lo más significativo de todo ello, lo que era su gran virtud, según nuestro protagonista, residía en el hecho de que todos esos patriotas no sabían que lo eran. Pensemos, por nuestra parte, en quienes en Argentina o en cualquier otro país occidental siempre se han hecho gala de patriotismo manifestándolo públicamente.
Estudiantes debían dedicarse a sus estudios con el fin de que pudieran ganarse la vida de forma honesta e inteligente, trabajando por su propio bien y por el de la comunidad.
Así pues, los niños en la escuela debían ser patriotas sin saberlo, en línea con la interpretación socialista que Justo realizaba del patriotismo. Debían dedicarse a sus estudios con el fin de que pudieran ganarse la vida de forma honesta e inteligente, trabajando por su propio bien y por el de la comunidad. En consecuencia, la enseñanza de la Historia en la escuela debía contribuir a dar ese “patriotismo sin palabras”.
Justo era consciente de la dificultad para que los alumnos alcanzasen un concepto completo de la Historia de la humanidad y de la Argentina, porque eran todavía niños, pero sí podían conocer las “fuerzas intencionales y conscientes que obran por encima de los instintos, y que son las fuerzas propiamente históricas”.
ENSEÑAR OTRA HISTORIA
La más fundamental de estas fuerzas era la técnica productiva y la organización de los hombres para la producción y el cambio, y eso podrían conocerlo si se enseñaba bien, con láminas, proyecciones y presentación de objetos para hacer experimentos. Estamos viendo, por lo tanto, como Justo defendía que había que enseñar otra Historia, alejada de la tradicional sobre gestas y batallas. Por otro lado, parece interesante su apunte sobre una didáctica más moderna en aquellos momentos.
Parecía muy importante que los niños conociesen los primitivos modos de trabajar, precisamente en ese momento cuando se había descubierto que en la Argentina había una población autóctona, “indígenas” en el vocabulario de la época.
Justo consideraba que podría ser muy beneficioso que (estudiantes) conocieran las formas sociales de solidaridad entre los indios y entre sus dominadores blancos.
Este trabajo con “los indígenas” sería muy instructivo para poder comparar la técnica de los “aborígenes” con la de los españoles y portugueses del tiempo de la conquista. Además, podría ser muy beneficioso que conocieran las formas sociales de solidaridad entre los indios y entre sus dominadores blancos. Todo eso serviría para que los niños argentinos conocieran la guerra de la conquista, con la superioridad que dieron a los conquistadores el caballo y las armas de fuego.
Un tema complicado para enseñar era el de la política, con sus partidos y conflictos, aunque creía que la época de la independencia argentina era un episodio “transparente y sencillo”, y podía ser fácilmente comprendido por los niños en su “motivo esencial” que, según nuestro intelectual, era la aspiración a la libertad de comercio.
También podía ser muy formativo el estudio comparativo de la religión de los “indígenas “con la de los europeos.
HUMANIZAR A LOS HEROES
¿Y qué ocurría con los héroes? Justo creía que debían ser recordados con honor, pero, sobre todo los de las “actividades fundamentales”, es decir, los introductores en el país de las especies animales que después se habían criado, así como de los vegetales que se cultivaban, los hombres que habían revolucionado los transportes, los que habían “aclimatado” en Argentina las prácticas del comercio moderno, es decir, los que habrían colaborado en la obra nacional.
Sí debían recordarse a los héroes del gobierno y de la milicia, pero, por lo que vemos, en función de los otros, por el trabajo que hubieran realizado para preparar el terreno para la “acción decisiva de los otros”. Además, a los niños había que presentar a los héroes bajo su aspecto verdadero y humano.
En estos tiempos de resurgimiento en Occidente del concepto tradicional de la patria conviene, curiosamente, acudir a la Historia para encontrar referentes críticos y alternativas.
Como vemos, se planteaba otra forma de enseñar Historia, y con un sentido distinto del tradicional en relación con el patriotismo. En estos tiempos de resurgimiento en Occidente del concepto tradicional de la patria conviene, curiosamente, acudir a la Historia para encontrar referentes críticos y alternativas.
El texto de Justo fue publicado en España en El Socialista, en el número del 5 de agosto de 1916.
Rusia y China no fueron. Europa insiste con el uso de la energía nuclear. El resto de los países con el uso de gas. Los bancos que tienen que financiar las medidas contra el cambio climático, no se ponen de acuerdo. En el último minuto se aprobaría un fondo para ayudar a los países pobres. El mundo se vuelve cada vez más hostil para vivir.
Temperaturas extremas, sequías, tormentas, inundaciones, derretimiento de los polos. Las infancias son las más vulnerables.
Este viernes se conoció la prolongación de la cumbre por 48 horas más, hecho que no se ha dado hasta el momento en ninguno de los encuentros anteriores. Es que la falta de consenso, los resultados pocos exitosos hasta el momento y la falta de esfuerzos y voluntades por torcer el rumbo del incremento de la temperatura global parecen estar lejos de las expectativas de ambientalistas y estudiosos del tema y hacen de esta COP27 un fracaso rotundo.
En los últimos minutos del sábado, se alcanzó un consenso. La Unión Europea y una coalición de 134 países en desarrollo acordaron tentativamente las líneas generales de un fondo para ayudar a las naciones afectadas por desastres a lidiar con las consecuencias del cambio climático.
Si retrocedemos en el tiempo, esta cumbre se inició con cuestionamientos sobre la elección de la sede. Egipto representa un país donde aún falta mucho por hacer en materia de derechos. Lejos de ser un espacio representativo de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas que intentan marcar un camino esperanzador hacia el futuro, Egipto tiene una deuda pendiente en materia de garantías de derechos humanos.
Urge revisar el rol de las feminidades en la sociedad, pasando por el respeto de los colectivos LGTBI+ y siguiendo por la posibilidad concreta de manifestar las discrepancias con absoluta libertad. Egipto es uno de los países con mayores desafíos respecto a construir mejores sociedades. No hay justicia climática posible sin derechos humanos, es ahora la necesidad de humanizar la crisis climática global.
MUCHA SELFIES Y POCOS CAMBIOS
Pero la desilusión fue creciendo con el transcurso de los diez días en el país árabe, de desiertos eternos y majestuosos monumentos piramidales. Es justo ahí donde el mar Mediterráneo y el Mar Rojo abrazan la tierra fértil que dio origen a la cultura occidental. Ahí en el lugar donde había una oportunidad única para reivindicar la historia: un país con más del 40% de sus habitantes en condiciones de pobreza, con recientes salidas de golpes de Estado y la bendición de un río eterno que baña con limos una tierra prometida.
No hay justicia climática posible sin derechos humanos, es ahora la necesidad de humanizar la crisis climática global.
Egipto era el escenario justo para hacer una diferencia real y torcer los malos presagios del comienzo. Paradójicamente esta COP deja un sinsabor en el debate propio de la garantía de alimentos a las poblaciones.
El rumbo del clima indicaría una profundización en la desertificación de las tierras y con esto una enorme crisis alimentaria para los habitantes del planeta. El debate pasó por alto este tema donde, sobre todo, el sector más castigado sigue siendo el que vive por debajo de la línea de pobreza, “gastando” la mayoría de sus ingresos en subsistir comprando alimentos.
LA ÚLTIMA CHANCE
En las horas que siguen, en este tiempo de descuento que representa el fin de semana, se intentará incluir en las mesas de negociaciones y debates los sistemas alimentarios del mundo, a las ya conocidas discusiones protagonistas de este año que fueron la energía y el transporte.
Se esperaba mucho más en este contexto de absoluta crisis climática, donde la realidad golpea fuerte a los territorios: temperaturas extremas, pérdidas económicas inigualables vinculadas a la producción y desastres climáticos que se cobran vidas y cuestan dolorosos desarraigos migratorios.
Estamos lejos de medir el costo social de las pérdidas culturales, del volver a empezar lejos de casa y del saldo de pobreza que arrojan inundaciones, terremotos y eventos climatológicos extremos.
Aun así, esta cumbre estuvo totalmente vacía de líderes políticos responsables de las decisiones que pudieran torcer, al menos un poco, esta dura realidad.
No hay acuerdo cómo reducir las emisiones contaminantes.
HACERLE EL VACÍO AL CAMBIO CLIMÁTICO
Con grandes ausencias de los países de los que se requiere mayores respuestas y en un contexto de guerras mundiales, esta COP tuvo más sabor a viaje estudiantil, con presencia de funcionarios de segunda o terceras líneas de los equipos de gobierno.
Con intentos por mostrar iniciativas exitosas, quizás por destacarse en algunos de los puntos a abordar en los planes climáticos, pero con muy poca presión social y casi inexistente voz en las calles.
Desde la COP 1 el nivel de los mares aumentó 9,7 centímetros. Y los desastres causados por el cambio climático han sido cada vez más frecuentes y devastadores.
Desde la COP 1 la población del mundo creció en 2.232 millones de personas. El nivel de los mares aumentó 9,7 centímetros. Y los desastres causados por el cambio climático han sido cada vez más frecuentes y devastadores.
Además, el 2021 fue el sexto año más cálido registrado según los datos de temperatura de la NOAA (Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica). Aun así, este año (como los últimos pasados) iniciaba con gran expectativa dado el seguimiento de la comunidad en los temas climáticos y más aún, los innumerables informes científicos elaborados acerca del avance y el riesgo del cambio climático global.
ACCIONES, FINANCIACIÓN Y TRANSPARENCIA
Así comenzaba la COP27 con el discurso de apertura de Simon Stiell (Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático), quien destacó tres áreas críticas de debate para este año.
La primera vinculada a un cambio transformacional hacia la aplicación del Acuerdo de París y la conversión de las negociaciones en acciones concretas.
La segunda, consolidar los avances en las importantes líneas de trabajo de mitigación, adaptación, financiación, y pérdidas y daños, si se intensifica la financiación para hacer frente a los impactos del cambio climático.
El tercero, mejorar la aplicación de los principios de transparencia y responsabilidad en todo el proceso de cambio climático de las Naciones Unidas.
Este encuentro comenzaba celebrando la inclusión sobre el tema pérdidas y daños en la agenda, y discutiendo las acciones de mitigación y remediación, entendiendo que la plantación de árboles jóvenes no es la solución a la devastadora destrucción identificada a lo largo y ancho del planeta de bosques nativos y recursos naturales que representan la captura de dióxido de carbono más importante.
Los responsables de cambiar el sistema lo están haciendo muy mal. Un mundo cada día más peligroso.
CAMBIO DE CO2 POR ENERGÍA NUCLEAR
Otro de los puntos relevantes del encuentro fue el tema energético, principal responsable de las emisiones de CO2. Si bien el hidrógeno verde y el azul asoma como alternativa y tuvo un escenario protagónico, las discusiones rondaron sobre la continuidad frente a la utilización futura de combustibles fósiles, la insistencia sobre el uso del gas como alternativa y la falta de acuerdos real para la transformación de la matriz energética a partir de las renovables.
Es que la presión es muy grande y el fantasma de la energía nuclear parece aparecer una y otra vez, sobre todo, para los países europeos.
Finalmente, la falta de acuerdo en las entidades financieras responsables de generar las herramientas económicas, sobre todo para los países en desarrollo es lo que ha provocado la prolongación de esta COP durante 48 horas más.
Los bancos multilaterales de desarrollo son una pieza vital en el rompecabezas de las finanzas para financiar las medidas de mitigación y adaptación.
Los bancos multilaterales de desarrollo son una pieza vital en el rompecabezas de las finanzas: mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 °C requiere cambios fundamentales en la forma en que se canalizan y gestionan los flujos financieros de las instituciones financieras internacionales (IFI) de propiedad y respaldo públicos.
Cumplir con los planes de los países, sobre todo los de menores recursos, es una meta que se prolonga año tras año. Ya el 2030 está detrás de la puerta y se replantean iniciativas hacia el 2050. Es que, si seguimos corriendo las metas, el desastre climático comienza a dejar lesiones irreversibles.
UN MUNDO CADA VEZ MÁS PELIGROSO
El mundo empieza a tornarse un lugar peligroso. Si los encuentros de la Confederación de las Partes no comienzan por plasmar posiciones reales sentando a los grandes gobiernos influyentes del mundo, solo obtendremos cientos de documentos de páginas ilegibles, objetivos a larguísimos plazos y movimientos continuos de las metas.
Se esperan 48 horas cruciales para modificar el rumbo de diez días de eventos deslumbrantes, paisajes atractivos y paneles de ilusiones verdes para lograr un compromiso real y un cambio de rumbo en los modos de producir y consumir para la humanidad.
Mientras tanto se cocina una nueva sede de cara a 2023, arden cientos de miles de hectáreas en el mundo y las guerras siguen teniendo de trasfondo el manejo de la energía y el petróleo de las grandes potencias del mundo.
Ojalá seamos capaces de torcer nuestros destinos, la desconfianza y los enfrentamientos son cada vez más grandes entre los desarrollados y los que están en desarrollo, entre el norte y el sur.
Mientras tanto esta nueva edición de la COP dejó un saldo de lindas fotos turísticas en Instagram, grandes silencios y demasiadas incertidumbres para un mundo en llamas.