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«Argentina, 1985»: cuentas saldadas

«Argentina, 1985»: cuentas saldadas

La película es un hecho artístico, un relato basado en la historia, pero también es un fenómeno cultural que despierta emociones. Sumamos a los análisis, un testimonio culposo pero optimista a partir del film.

Notas vinculadas:

Mario Fiore: «Argentina, 1985»: una película pedagógica https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2022/11/03/argentina-1985-una-pelicula-pedagogica/

Javier Franzé: «Argentina, 1985»: ficción y documento https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2022/11/03/ficcion-y-documento-en-argentina-1985/

Daniel Muzio: Argentina, 1985: imágenes del juicio histórico comentadas por su autor https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2022/09/29/argentina-1985-imagenes-de-un-juicio-historico-explicadas-por-su-autor/

Los investigadores de Strassera, caracterizados en la película de Marcelo Mitre.
Los investigadores de Strassera que rescató la película «Argentina, 1985»: Adriana Gómez, Javier Scipioni, Sergio Delgado, Marcela Pérez Pardo, Carlos Somigliana, Lucas Palacios y Nicolás Corradini (Fuente: Infobae).

La película «Argentina, 1985» superó el millón de espectadores desde el 29 de septiembre, cuando se estrenó en los cines. En general, saldó de manera bastante airosa las críticas. No todas. La Vanguardia publica una reseña de Mario Fiore: donde la considera generalista, con intenciones totalizadoras y testimoniales.

El film claramente iba a revolver la memoria asentada sobre ese proceso histórico, eligiendo el punto de vista de los fiscales, esos que en el nombre del Estado construyeron la acusación contra los criminales de la dictadura. Uno de los dos fotógrafos que cubrieron ese juicio histórico, abrió su archivo a La Vanguardia e hizo un recuento breve sobre cómo recuerda los hechos: Daniel Muzio.

Pero el cine hablando sobre un hecho histórico despertó debate sobre lenguajes y la interpretación de la historia en el relato de sus autores. La Vanguardia publica también un profundo análisis de Javier Franzé sobre ese juego de tensiones entre la ficción y lo documental.

Pero un millón de espectadores en las salas de cine en tiempos donde los modos de consumo se han individualizado y replegado a los espacios privados, es un indicio que la película es también un fenómeno cultural, que está dejando una marca política (ha dicho Pablo Gerchunoff que marca el inicio del año de Alfonsín, junto con su libro «El planisferio invertido»).

La película es motivo de conversación en muchos espacios. De amigos, familias. Pero también en el fulbito de los miércoles e incluso en el diván. «Hay gente que se sienta ahí donde me estás hablando de tu recuerdo con Alfonsín y me cuenta angustiada que se enteró por la película lo que pasó en la dictadura», me contó un psicólogo (obviamente, no se puede citar el nombre).

La película es motivo de conversación en múltiples espacios. De amigos, familiar. Pero también en el fulbito de los miércoles e incluso en el diván.

Una horas antes, un gestor cultural, Diego Gareca, me decía que la película ha oxigenado la reflexión sobre las políticas de derechos humanos. Mientras, legisladoras mendocinas lograron media sanción para se exhiba en todas las escuelas como aporte a la currícula.

Soy parte de esa gente a la que les tocó (no he dejado de leer sobre la peli en el último mes). Intentaré acompañar con una mirada personal, una de cientos de miles, lo que me pasó con «Argentina, 1985». El ánimo no es didáctico ni totalizador, tampoco analítico exhaustivo. Ni siquiera un registro etnográfico. Es el testimonio de un espectador argentino, uno más, que podría ayudar a completar este rompecabezas de un fenómeno que seguirá dando que hablar.

LO QUE ME PASÓ

Lo que sigue, fue escrito hace un mes, la misma noche en que volvimos con mi familia del cine. Está teñido por esa primera impresión:

Una película no es la historia. La historia no transcurre como en las películas. Una película es un montaje de símbolos que combinados generan un nuevo símbolo: un mensaje en un nivel superior de significación.

Entonces llegamos nosotros, revolvemos ese mensaje con nuestras experiencias, ideas y recuerdos, para construir otro nuevo. Muchos espectadores, muchos mensajes. Siempre diferentes. Siempre personales.

“Argentina, 1985”, es una película. Buena. Se basa en la historia, pero elige, prioriza, omite, traduce hechos para convertirlos en una historia. La historia que va a contar. Un significante que vamos a procesar desde nuestro tiempo, nuestro lugar y nuestras subjetividades.

Me conecté desde mi experiencia personal, en relación con esa historia que narra y con algunos de los personajes.

Un gobierno democrático, con todas las debilidades y la voluntad de sus políticos, juzgó a una banda de delincuentes atroces y corruptos, que tomaron con las armas el Estado para transformarlo en una máquina de producir dolor y muerte.

Analizar la película como si fuese un manual de historia es comparar peras con manzanas. El análisis cinematográfico queda en manos de los críticos, que revisan los recursos narrativos de la película. El análisis historiográfico queda en manos de los historiadores, que revisan la correspondencia entre lo contado y su interpretación de lo sucedido. Dos disciplinas diferentes, con sus propias técnicas, para analizar dos cosas bien distintas: hechos y narración.

Me partió la cabeza porque me interpeló como testigo muy modesto de uno de los momentos altos de la Argentina como Estado. También de relevancia universal: un gobierno democrático, con todas las debilidades y la voluntad de sus políticos, juzgó a una banda de delincuentes atroces y corruptos, que tomaron con las armas el Estado para transformarlo en una máquina de producir dolor y muerte.

Entonces, moqueo en la proyección.

DE VUELTA A LA HISTORIA

“Argentina, 1985” me hizo ver que a los 14 años, mientras transcurría el Juicio a las Juntas, no entendí que estaba viviendo un momento glorioso para la Argentina y su democracia. Épico. Quizá el último.

Me incomodó cierto ninguneo a Alfonsín, que hoy lo entendemos como el hombre que hacía falta para que los juicios se hicieran. Fue el que mantuvo la convicción de que los asesinos debían ser juzgados, pulseando con la presión de esos militares que tenían en vilo la democracia, del peronismo que había pactado impunidad.

Su prioridad era evitar un golpe de Estado y consolidar la democracia. Se lo dijo al país.

(Alfonsín) se tomó dos horas para tratar de convencerme: en aquel momento, la prioridad era la democracia, repitió y repitió.

También me lo dijo en privado, en ese departamento de la calle Santa Fe donde, en la película, recibió a Strassera. Yo tenía 26 y lo entrevisté para el diario Los Andes. Al final de la charla, le dije que me había decepcionado con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Se tomó dos horas para tratar de convencerme: en aquel momento, la prioridad era la democracia, repitió y repitió.

Siento que fui injusto ese día. No tenía una comprensión profunda de lo que había pasado y que la película me obliga a revisar. Le hablé de decepción al tipo que le echó en cara a Reagan, de visitante en el Capitolio, que la Argentina era un país soberano. El que encaró a los golpistas. El que jugó a debilitar a los dictadores de la región. Que tuvo que dejar el gobierno por errores económicos propios y maniobras de los mismos que llamaron “reconciliación” a la libertad para los asesinos más crueles, borrando con indultos las condenas a los dictadores y más tarde retomando los juicios pero sin mencionarlo.

ESA VEZ QUE ARGENTINA LO HIZO TAN BIEN

En la película el juicio es pura emoción. Como en los films de Hollywood, los intocables a fuerza de coraje y esfuerzo (con el apoyo de un país que iba abriendo los ojos), pronuncian la frase que tenemos tatuada como testigos de aquella época de primavera democrática: «Nunca más».

Entonces, el estómago se te contrae, los ojos se achinan húmedos y querés abrazar a quién esté al lado viendo la película. Un abrazo de gol en la final del mundial. Decirle: mirá lo que pudimos hacer como argentinos. Fuimos grandes, podemos volver a ser grandes. En ese momento no hay grietas, hay desahogo tras años de decadencia que te quiebran la ilusión de mejorar.

Pero te quedás quieto, seguís paralizado. El optimismo se ha vuelto sospechoso. Festejar la democracia suena ridículo ante el reflujo del fascismo.

Es cierto que siendo un adolescente no entendí la magnitud de lo que estábamos logrando como país. Siendo joven, no supe valorar a aquellas mujeres y hombres que enfrentaron con las leyes el horror.

“Argentina, 1985” me sacudió porque, cuando reprimí ese abrazo de esperanza, vi a mis hijos a un lado. En silencio pero atentos. Uno insistió para que fuéramos juntos a ver la película como una ceremonia familiar. La otra, se emocionó hasta las lágrimas con los testimonios de tortura y muerte de las víctimas de la dictadura.

Es cierto que siendo un adolescente no entendí la magnitud de lo que estábamos logrando como país. Siendo joven, no supe valorar a aquellas mujeres y hombres que enfrentaron con las leyes el horror, incluyendo al propio Alfonsín.

Me siento culposo, en estos tiempos en que los herederos de las ideas de libertad, igualdad y democracia estamos bastante golpeados, mientras el negacionismo se hincha aprovechando el desconocimiento sobre lo que vivimos.

Pero ahí estábamos con mis hijos. Después, tomamos vino y hablamos de la película. De la que yo vi. De la que ellos vieron. Ellos entienden bien la democracia. Así, mis cuentas están saldadas.

«Argentina, 1985»: una película pedagógica

«Argentina, 1985»: una película pedagógica

Reseña crítica de la película: la considera generalista, con pretención totalizadora y de dar testimonio.
Una escena calcala de la historia: los fiscales piden a Madres de Plaza de Mayo que se retiren los pañuelos, por solicitud de los abogados defensores.

Primero. “Argentina, 1985”, el título de la película de Santiago Mitre que está en boca de todos tiene ambición generalista, vocación por abarcar y atrapar una época íntegramente y brindar testimonio. 

Segundo. Estamos ante una obra pedagógica. Un manual audiovisual que simplifica y sintetiza hechos complejísimos para llevar un mensaje universal. 

Tercero. “Argentina, 1985” es una obra que disimula al máximo su carácter político. Sus creadores se trenzaron en algunas polémicas que se abrieron muy felizmente a raíz del recorte de los hechos históricos (recordemos siempre que contar es editar), recorte que esta producción realizó en post de la única verdad que tiene el cine masivo y popular: entretener. 

Esta pretensión generalista que la película postula ya desde su título pone a cualquier argentino que conozca más o menos la historia del Juicio a las Juntas Militares en aprietos. Hay que escoger entre la emoción y la épica que el relato persigue o el careo de la narración cinematográfica con los acontecimientos, con los saberes que tenemos en nuestras memorias, con las verdades colectivas que hemos construido como sociedad (que son muchas veces verdades contradictorias y algunas veces complementarias). 

MIEDOS ARTÍSTICOS

Luego de estas tres consideraciones iniciales, abro juicio sobre “Argentina, 1985” y digo que es una película calculadamente emocional y llena de miedos artísticos. Es una película que, paradójicamente, no corre riesgos creativos para contar los enormes obstáculos y riesgos que corrió el fiscal Julio Strassera, su equipo de ayudantes, su familia y el gobierno de Raúl Alfonsín, que decidió sacar del ámbito militar los juicios a los genocidas y llevarlos a la justicia civil. Riesgos que también corrió la democracia argentina cuando tenía pocos meses de vida. Recordemos: los militares eran aún poderosos, tenían músculo y fuerza para continuar con sus golpes de Estado, no eran simples retratos colgados de las paredes del Colegio Militar. 

Santiago Mitre no es un director que me interese particularmente, pero sin dudas que es un autor, sus películas tienen una coherencia estilística y temática. En esta gran apuesta, que tiene importantes jugadores de la industria buscando ganar audiencias globales y hasta el Oscar a la Mejor Película Internacional, a Mitre se lo nota incómodo. “Argentina, 1985” es una película con poco trabajo del lenguaje cinematográfico, parca, muchas veces solemne, parece incluso filmada justamente en los años ‘80s, contemporáneamente a “La historia oficial” de Luis Puenzo. Es cine vintage. 

Lo artísticamente reprochable es que gran parte de los hechos más trascendentes en términos políticos, desde los que facilitaron el desarrollo del juicio a los que intentaron obstaculizarlos, están directamente enunciados por los personajes centrales.

Es una película necesaria, porque sin dudas que el Juicio de la Juntas debía estar en el panteón de nuestra cinematografía nacional, por ello es bienvenida, pero a la vez es una película que nace vieja. No lo digo por la verosímil recreación de los años 80s, ni por las caracterizaciones de los personajes. Lo artísticamente reprochable es que gran parte de los hechos más trascendentes en términos políticos, desde los que facilitaron el desarrollo del juicio a los que intentaron obstaculizarlos, están directamente enunciados por los personajes centrales. Eso hacía el cine de la democracia temprana: subrayar en los diálogos lo que la cámara y sus infinitas posibilidades no sabe o no quiere representar. “Estamos solos”, “hay que convencer a la clase media que apoya a los golpes”, remarca el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo. “Está claro: división de poderes”, dice la esposa de Strassera para interpretar lo que Alfonsín le ha dicho a su esposo en una reunión reservada. 

Hay algunos aciertos en la puesta de escena y en la edición, no son muchos, pero ahí están. La decisión de usar el material de archivo, aquellas imágenes de los testigos que asistieron a declarar ante el tribunal tomados desde atrás de la sala de audiencias por una cámara distante de la televisión pública. Ese material de archivo dialoga muy bien con las escenas recreadas por Mitre, con actores que interpretan a algunos de los testigos más importantes de aquellas jornadas históricas. Sin embargo, muchas veces estas buenas ideas terminan siendo desaprovechadas y entonces vemos cómo el fiscal Moreno Ocampo habla por teléfono con su madre, una procesista acérrima, que le dice que finalmente se convenció de que Videla debe ir en cana, tras enterarse escuchando la radio del caso de Adriana Calvo de Laborde, aquella mujer que debió parir en un auto policial a su pequeña hija mientras estaba detenida ilegalmente. 

EVITAR LO COMPLEJO

La tendencia a evitar lo complejo es evidente en “Argentina, 1985”. Mitre huye despavorido del subgénero de cine de juicios o del thriller político. El marco elegido para la narración son aquellas películas de Hollywood en la que un hombre gris y un equipo de asistentes con nada por perder, se transforman en héroes. Esta propuesta es la que le permite a Mitre introducir a la familia de Strassera, en especial a su esposa y a su hijo pequeño, como personajes centrales. Y permite también introducir la comedia a la narración, un elemento que atenta contra una historia que es forzosamente densa. 

Un ejemplo: la hazaña de recolectar casi 800 testimonios de víctimas de la represión ilegal en sólo cinco meses es mostrada con algunas escenas de turismo for export de la Puna, Córdoba o Rosario, con personajes gesticulando y haciendo caras, con una música edulcorada de fondo. Lenguaje perimido, poco imaginativo. Mitre cae en el vicio de ilustrar escolarmente con trazo grueso. 

La historia exigía mayor riesgo, mostrar más, escamotear menos, correrse de la simple enunciación.

Hay algo más desconcertante en “Argentina, 1985”. Si el espectador entiende que el Juicio a las Juntas Militares es un hecho histórico es porque está dicho y recontradicho en los diálogos, en los carteles que anteceden a la película y con los que terminan. Pero no hay, ni por asomo, un choque frontal con la verdad histórica. No hay un solo fotograma que permita que esa verdad atroz se cuele por sí sola. La banalidad del Mal está enunciada -es decir orada- por una testigo que narra que los represores de menor jerarquía se ensañaban con los detenidos ilegalmente sólo por gusto, naturalizaban los métodos inhumanos y el plan sistémico de aniquilación. Pero no, no basta con este testimonio. Por estricta justicia con el Horror, la historia exigía mayor riesgo, mostrar más, escamotear menos, correrse de la simple enunciación. Alejarse del teleteatro. 

Entonces llega el final que emociona a las audiencias. Porque es allí cuando la película consigue lo que estuvo buscando durante dos horas: aunar a las multitudes, sintetizar y ecualizar sentimientos. El alegato de Strassera es presentado como una pieza de fina retórica, escrita por él y sus amigos dramaturgos. Pero a no confundirse, si el “señores jueces: Nunca Más” pronunciado por Ricardo Darín tiene la fuerza de un eslogan, de una canción que cantamos todos en un karaoke, es porque para este momento del metraje “Argentina, 1985” ya hubo renunciado a toda complejidad.

«Argentina, 1985»: ficción y documento

«Argentina, 1985»: ficción y documento

La película dirigida por Santiago Mitre llegó al millón de espectadores. Sigue generando debates respecto a la interpretación histórica. El autor alienta ese debate para una construcción colectiva de sentidos.
La película ha generado un fuerte debate sobre el Juicio a las Juntas y en tornos a las interpretaciones de los sucesos.

El amplio debate suscitado por la película Argentina, 1985 tiene dos niveles, conectados entre sí. Por una parte, el más visible, gira en torno al contenido del filme y se pregunta cómo reconstruye los sucesos históricos que narra. Por otra, el menos visible discute el género y se interroga si a una película de ficción se le puede pedir lo mismo que a un documental. Este segundo debate tiende a impugnar las críticas que aparecen en el primero, al presuponer que a una ficción no se le puede exigir lo que a una investigación histórica rigurosa, incluido el cine documental.

Ambas controversias son atractivas y ricas, y es un mérito de la película haberlas generado. La discusión es fecunda porque activa una de esas preguntas que parecen absurdas: ¿cómo se mira una película?, la cual remite a otras, igualmente “ingenuas”: ¿cómo se lee un libro? ¿Se trata de captar fielmente y reproducir lo que el autor quiso decir o más bien de dejarse sugerir por el texto para pensar lo que sea? ¿El texto es una unidad cerrada (así se nos aparecen físicamente los libros) o forma parte de un torrente discursivo que lo excede y, a la vez, lo hace posible? 

El argumento central más repetido en torno a la película de Mitre es que a la ficción no se le puede pedir la rigurosidad de un documental histórico, pues, por una parte, inevitablemente recorta y, por otra, no está obligada a ser fiel a los hechos, sino que se rige por criterios más subjetivos, como el punto de vista escogido por el director.

PELÍCULA COMO INTERPRETACIÓN

Hagamos el ejercicio de aceptar en principio esa distinción tajante entre ficción y documental. Aun así, creo que el caso de Argentina, 1985 tiene algunas particularidades. En efecto, cabría contraargumentar que el propio filme se presenta como “inspirado en hechos reales”, hace referencia a la historia desde su inicio e incluso contiene elementos documentales, como la reproducción de escenas de la época (el discurso televisado del ministro del Interior), o el bello y emotivo juego entre los actores y las fotos de los “verdaderos” héroes en los títulos del final. Esto, me parece, permitiría atenuar aquella distinción y, por tanto, habilitaría —siguiendo la lógica de esa diferenciación— la exigencia de un mayor rigor histórico.

No obstante, el argumento que me parece más interesante, porque abarca todo el problema de raíz, es el de que la ficción recorta, o que lo hace con más libertad que un documental, que sí tendría la obligación de la “fidelidad” o el apego a los “hechos”. ¿En qué consistiría esa “fidelidad” a los “hechos”? Claro está que si alguien dijera que el golpe de Estado se produjo el 9 de diciembre de 1975, que Videla pertenecía de la Fuerza Aérea, o que el gobierno constitucional estaba encabezado por el Partido Liberal australiano estaría faltando groseramente a la verdad. El problema no está ahí, pues se resuelve fácil. Basta con leer cualquier enciclopedia o libro de historia sobre el tema.

El punto está en otro lado: en que esos “datos” incontrastables no resuelven aquello en donde se juega el corazón de, en este caso, la película: la interpretación de lo que significó histórica y políticamente el Juicio a las Juntas. Esto incluso valdría si la película fuera, de entrada, una “pura” ficción. Por eso una ficción, sin ser fiel a “los hechos”, puede no obstante brindar una interpretación histórica. Así ocurrió por ejemplo con el primer filme que logró una gran repercusión masiva sobre el terrorismo de Estado y los desaparecidos, La historia oficial (Luis Puenzo, 1985). A pesar de ser una ficción, generó también un debate en torno a cómo mostraba la relación de la sociedad civil con la dictadura y los desaparecidos.

Una ficción, sin ser fiel a “los hechos”, puede no obstante brindar una interpretación histórica.

Como dije, constituye un error histórico literal decir que Videla era ya el dictador en, por ejemplo, diciembre de 1975… pero no necesariamente en términos de interpretación política, pues podría argumentarse —también con hechos— que de facto los militares ya dominaban el país. A lo que voy es que no hay hechos objetivos concluyentes, válidos per se, que salden la discusión acerca del sentido histórico-político del Juicio a las Juntas.

Hay algunos sobre los que hay un fuerte consenso académico, es cierto, pero aún así el peso que cada interpretación le de a ese hecho consensuado en la cuenta general del acontecimiento es diferente. Los hechos son decisivos e imprescindibles, son pruebas que hay que brindar, pero no porque tengan un sentido inherente ni porque existan por sí mismos, sino por cómo son construidos e interpretados en cada explicación.

Aun cuando todas las interpretaciones sean rigurosas, esto es, científicas, eso no garantiza que coincidan en cuanto al sentido histórico de los hechos. Por eso la historia y, en general, la ciencia (social), encuentran su motor en el debate riguroso, que por otra parte no concluye nunca, ni siempre se da en los mismos términos.

IMPORTANCIA DE DEBATIR LAS LECTURAS DEL FILM

En definitiva, lo que se está discutiendo es la interpretación que puede leerse en Argentina, 1985 del Juicio a las Juntas. La crítica no busca mostrar que la versión del director es mala, como si el filme fuera una descripción incompleta y parcial frente a otra que sería buena y neutra o, peor aún, completa. Esto no es posible, porque no hay un hecho llamado “Juicio-a-las-Juntas” entero y disponible de antemano con el que contrastar punto por punto, fotograma a fotograma, la descripción que hace la película. (Si es que existe algo así como una descripción neutra, en tanto tenemos que usar el lenguaje para elaborarla: ¿dictadura militar o cívico-militar?)

Una interpretación histórica no es una suma de descripciones, sino a la vez más y menos que ello. Por eso puede encontrarse tanto en una ficción como en un documental, en un cuento como en un libro de historia. ¿Acaso “Casa tomada” no fue una interpretación del peronismo y “Esa mujer”, una del antiperonismo? Por no hablar de géneros más híbridos entre ficción e historia como La novela de Perón. En eso, la ciencia social se parece al cine y a la literatura, ya que debe pasar por la ficción (construir su objeto de estudio o lo que habitualmente llamamos “hecho histórico”) para poder construir —con los fragmentos de lo real— la realidad, de cara a comprenderla/explicarla.

Si nos plegáramos disciplinados a la versión del autor, estaríamos anulando al lector/espectador, que es —como Pierre Menard— el único y auténtico creador.

Por eso me resulta artificioso intentar quitarle relevancia al debate sobre la lectura histórico-política que la película genera… a los ojos de los espectadores. Es una controversia política de gran riqueza, porque al final da lugar a una discusión acerca de cómo se produjo aquello, qué lo generó, cómo transformó a la sociedad, qué relación establecer entre democracia y Memoria, entre legalidad y justicia, etc.

Además, aun cuando nos limitáramos a entender la película como ficción y no como documental ¿cuál sería la interpretación que deberíamos dar por buena? ¿La que quiso transmitir el director? ¿Cómo accederíamos a esa intención?

Por otra parte —y esto valdría para cualquier texto—: ¿por qué deberíamos hacerla propia? Entiéndase: no estoy diciendo que no vale la pena conocer el punto de vista del director, del guionista o de los actores, ni dialogar con ellos o saber qué buscaban con la película o cómo finalmente la entendieron. Estoy diciendo que ello, como con cualquier texto de cualquier género, no nos obliga a cada uno, como lectores o espectadores, a asumir esa interpretación (¿o interpretaciones?) como propia, ni resolvería el problema de la pluralidad de análisis legítimos y rigurosos.

Si nos plegáramos disciplinados a la versión del autor, estaríamos anulando al lector/espectador, que es —como Pierre Menard— el único y auténtico creador.

Sólo la política frenará el cambio climático

Sólo la política frenará el cambio climático

Para evitar mayores catástrofes se necesita son nuevas regulaciones e impuestos. También el rediseño del sistema financiero. No solo es responsabilidad de los países desarrollados. La transición no puede dejarse en manos del mercado.
Para mitigar la catástrofe climática hace falta un gran consenso político global con decisiones drásticas.

Un reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) destaca que los gases de efecto invernadero (GEI) han alcanzado niveles récords: un 50% más durante el período 1990-2021. Además de mostrar los niveles extremos de dióxido de carbono que alberga la atmósfera, el informe pone de relieve el peligroso incremento que evidencian las emisiones de metano: aunque permanece menos en la atmósfera, su efecto sobre el cambio climático resulta mucho más pronunciado. Más preocupante es la tendencia que proyecta: los años que vienen vamos a arder.

Según el último informe de la Agencia Internacional de Energía (AIE), la invasión de Rusia a Ucrania acarreó una carrera por nuevos proyectos petroleros. El aumento en el precio de los combustibles fósiles brinda a las petroleras ganancias extraordinarias, a un grado tal que António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, no para de denunciar, al tiempo que clama por impuestos extraordinarios.

El mayor costo energético, sin embargo, podría acelerar la transición energética, como plantea el director ejecutivo de la AIE, Fatih Birol. Tal aseveración se fundamenta con hechos, como los cambios aparejados a partir de la irrupción de nuevos paquetes verdes, por ejemplo, la ley de reducción de la inflación, que introdujo el gobierno de Joe Biden, en EE. UU., la batería de medidas que ha creado la Unión Europea (UE) o los nuevos paquetes de Japón, Corea del Sur, China e India. En definitiva, aun cuando algunos celebren una mayor producción y otros salen a buscar gas a cualquier rincón del planeta, tanto productores como compradores saben que el pico de fósiles está a la vuelta de la esquina.

PROYECCIONES CATASTROFICAS

Dejando de lado las promesas, lo cierto es que, de continuar el nivel actual de producción y consumo, las proyecciones seguirán siendo catastróficas, tal como surge del último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés): La brecha de emisiones de las Naciones Unidas: la ventana que se cierra, UNEP, 2022. Considerando los compromisos asumidos por los países en París en 2015, (las denominadas contribuciones nacionales determinadas —CND—), vamos hacia un índice de emisiones que produce un aumento de 2.5 Cº en la temperatura promedio del planeta.

Los efectos que el incremento de 1.2 Cº ha causado en 2022 son evidentes: un tercio del territorio de Pakistán está bajo el agua, los casquetes polares se derriten y Groenlandia va perdiendo el permafrost, tal como se conoce a la capa de suelo permanentemente congelado. Todo ello implica un alza en el nivel de los océanos, lo cual repercute en las ciudades costeras de todo el mundo. La industria aseguradora lo sabe. Por ello, ha dejado de asegurar numerosos hogares en las zonas costeras de EE. UU.

Tal como surge de los últimos informes del panel internacional de expertos en cambio climático (IPCC, 2022), el principal obstáculo es político. Lo que se necesita son nuevas regulaciones e impuestos, tanto como el rediseño del sistema financiero. Y ello no solo es responsabilidad de los países desarrollados: en la región, la industria petrolera recibe cuantiosos fondos, al tiempo que se beneficia de grandes subsidios. La transición no puede dejarse en manos del mercado, son los Gobiernos locales los que deben fijar las metas y canalizar los fondos.

Los efectos que el incremento de 1.2 Cº ha causado en 2022 son evidentes: un tercio del territorio de Pakistán está bajo el agua, los casquetes polares se derriten y Groenlandia va perdiendo el permafrost, tal como se conoce a la capa de suelo permanentemente congelado.

Estos reportes repercutirán, sin duda, en Sharm el Sheij, Egipto, donde tendrá lugar la 27.va Conferencia de las Partes (COP). Varias delegaciones de la región van a destacar el papel que Latinoamérica puede desempeñar en el mercado energético como proveedor de gas natural. El entusiasmo no solo refleja precios, sino también la declaración de la UE respecto a considerar al gas como sustentable. La urgencia no solo tapa lo importante, sino que también justifica incoherencias.

Las señales equivocadas lamentablemente pueden terminar llevando a decisiones erróneas. Una serie de informes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) plantea los altos riesgos financieros que acarrea embarcarse en estos proyectos: activos varados. Un informe reciente de la UNEP, ¿Es el gas natural una buena inversión para América Latina y el Caribe?, destaca lo errado que resultaría avanzar en esta dirección.

OPORTUNIDADES SOCIALES DE LA TRANSICION

Teniendo en cuenta tanto lo económico como lo social, el informe resalta que los beneficios resultan sensiblemente menores a los que generaría avanzar con la transición. La apuesta por renovables podría crear tres millones de empleos, además de implicar adelantos tecnológicos hacia cadenas de valor más dinámicas. Pensando en las necesidades energéticas que enfrenta la región, invertit en renovables conllevaría ahorros millonarios; ello, fruto de la continua caída de los precios de los equipos.

Pero en las decisiones públicas prima el corto plazo, no existen grietas al aplaudir el extractivismo. Ciertamente los precios envían señales favorables, pero las decisiones de inversión se rigen por la rentabilidad. Son los Gobiernos los que deberían, con sus políticas, señalar los peligros que conlleva invertir en nuevos pozos y avanzar con el fracking. Sin embargo, salvo excepciones, nadie en la región propone el debate.

Si no actuamos, no solo estamos condenando a las generaciones futuras, sino que forzaremos a millones de personas a lanzarse a la búsqueda desesperada de nuevas fronteras, y sentenciaremos a miles de personas a exponerse a eventos cada día más extremos.

Todo lo anterior nos plantea la necesidad de transformar nuestro esquema de producción, nuestro sistema de transporte, la vida misma. Los reportes mencionados son una muestra de la seriedad del problema. Si queremos que la temperatura no aumente por encima de los 1.5 Cº de aquí al 2030, las emisiones de GEI deberían caer en un 45%. Tenemos los medios; las alternativas resultan factibles en lo técnico y en lo económico. No obstante, la avaricia puede más que la simpatía, una lectura parcializada de la obra de Adam Smith.

Si no actuamos, no solo estamos condenando a las generaciones futuras, sino que forzaremos a millones de personas a lanzarse a la búsqueda desesperada de nuevas fronteras, y sentenciaremos a miles de personas a exponerse a eventos cada día más extremos. Y si se desatienden los peligros que implica avanzar sobre los límites de la Tierra, la economía pierde sentido. Al presentar el último informe, la directora ejecutiva de la UNEP, Inger Andersen, afirmó que la ventana se nos cierra, que no hay espacio para cambios incrementales, pues el tiempo se ha acabado. El momento actual nos exige repensar nuestro modo de vida, replantear nuestra visión de desarrollo. 

Nota reproducida por gentileza del autor, publicada previamente en Latinoamérica21

El cine como sesión de espiritismo

El cine como sesión de espiritismo

La última obra del aclamado director tailandés Apichatpong Weerasethakul es una película «chamánica», con Tilda Swinton convertida en una antena humana que ecualiza los sonidos del Universo. Arriesgada y tremendamente cautivadora.
En cada escena de «Memoria» hay espacio temporal suficiente para permitir que se haga notorio, para nosotros los espectadores de un mundo cargado de bulla.

«Memoria» es la nueva película del tailandés Apichatpong Weerasethakul. Filmada en Colombia y con Tilda Swinton como protagonista excluyente, es lo más parecido a una sesión de espiritismo en términos cinematógraficos. Todo el cine de este director nacido en Bangkok en 1970 es sorprendente, tremendamente personal. En él conviven personas con animales de igual a igual, seres mitológicos y fantasmas, como en su celebrada «El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas», que ganó la Palma de Oro en Cannes en 2010. 

La memoria a la que hace alusión el título de esta nueva película es la de la Tierra o incluso la del Universo y Jessica (Swinton) tiene la mala suerte (¿está maldecida?) de oírla en su cabeza como un golpe de una bola de concreto enorme sobre una estructura de metal rodeada por el océano. Al aparecer por primera vez, este golpe la despierta y ella cree que al lado de la casa están construyendo un edificio. Pero no es así, el sonido no la deja en paz y termina estableciendo un vínculo con un ingeniero de sonido que reproduce el golpe que Jessica siente en su mente a través de sofisticadas máquinas. 

El derrotero de Jessica está impulsado por saber de dónde proviene este ruido, pero en el cine de Apichatpong Weerasethakul todo es pausa, incluso la desesperación de sentir que uno se está volviendo loco es queda, casi estática. Como en toda su obra, pero en «Memoria» muy especialmente, hay en el cine del tailandés un triunfo del lenguaje sobre la trama. Los planos largos y contemplativos a mediana distancia de los hechos, que impiden conectar con los rostros, abren espacio al sonido. Porque «Memoria» es una película sobre un ruido, o muchos ruidos, sobre los murmullos y sobre los silencios que anudan a estos.

Tilda Swinton dota a su Jessica de un cuerpo torpe, como si fuera un espantapájaros que puede caminar.

En cada escena de «Memoria» hay espacio temporal suficiente entre cada hecho que sucede como para permitir que se haga notorio, para nosotros los espectadores de un mundo cargado de bulla, los sonidos más pequeños de la naturaleza y de la cultura, también los más remotos. De repente, un primer plano (sólo hay un puñado en todo el filme) tiene la fuerza de una cuchillada. Aceptar estas reglas de juego no es fácil, pero para la mitad de la película es un tema superado. El espectador ya fue hechizado. 

En la primera parte de «Memoria» la acción transcurre en una Bogotá que la protagonista inglesa recorre extrañada. Swinton dota a su Jessica de un cuerpo torpe, como si fuera un espantapájaros que puede caminar. La cámara, siempre a una distancia prudencial, sigue el deambular de Jessica por hospitales, morgues, estudios de grabación y calles anegadas por una lluvia hostil. 

Como en toda su obra, pero en «Memoria» muy especialmente, hay en el cine del tailandés un triunfo del lenguaje sobre la trama. Porque «Memoria» es una película sobre un ruido, o muchos ruidos, sobre los murmullos y sobre los silencios que anudan a estos.

La idea del hechizo, de la maldición, aparece enunciada por algunos personajes, lo mismo que la existencia de personas que tienen visiones y están locas. Jessica, que de profesión es botánica, no cree que se trate de nada de eso. Tiene otra intuición y decide dirigirse a la selva para tomar contacto con ruidos similares al que ella tiene en su cabeza.  

La segunda parte de «Memoria» es la más ardua de ver, pero también la más audaz. La sutileza del primer tramo se vuelve fantasía tangible, el riesgo que toma el director es altísimo. Hay un momento en que la protagonista contempla a un hombre dormir -a pedido de ella- una breve siesta. El hombre, que dice recordar todo y por eso evitar el contacto con el mundo, duerme con los ojos abiertos. La conexión con Werner Herzog y sus actores hipnotizados de Corazón de Cristal, moviéndose como zombis en una montaña, es algo más que una evocación. Herzog, que desafió el Amazonas como quieren hacerlo los antropólogos de «Memoria», fue el más brutal defensor del poderío de la Naturaleza sobre los hombres y Apichatpong Weerasethakul parece tomar la posta. 

Si digo que esta segunda parte de la película es más difícil es porque el director tailandés dialoga también con el realismo mágico, del que los latinoamericanos estamos empachados. Pero hay algo más, algo bastante difícil de describir con palabras y esto significa el triunfo del cine Apichatpong Weerasethakul. Ese algo es un componente chamánico que, como las piedras que atesora el hombre que recuerda todo, transmite la memoria de la vida, la de cualquier persona, la de toda la humanidad. 

¿Sesión de espiritismo? Jessica y el hombre que todo recuerda se sientan a la mesa en la pequeña casita que éste tiene en la falda de una montaña. Distintos sonidos, ecualizados como si provinieran de una radio transistores, llenan la pantalla y se cuelan por agujeros en nuestros oídos. Es una escena bellísima, conmovedora. Ahí está Tilda Swinton como antena humana escuchando la memoria del mundo, sosteniendo con sus delicados huesos el peso enorme del relato. Entonces, la sensación de haber sido testigo de un acontecimiento del más profundo orden espiritual termina por imponerse, más allá de los temas y de las formas.

La nueva película del tailandés Apichatpong Weerasethakul fue premiada en Cannes.

Nota del editor: acompañando la excelente crónica de Mario Fiore, no queríamos dejar de mencionar la música del film aportada por el artista colombiano César López, un completo y complejo creador, activista por la paz en su país y mundialmente famosos por la creación de la «escopetarra», metáfora sobre cómo el arte puede sobreponerse a la muerte.

Hernán Flom: “Las policías tienen un poder extorsivo sobre los gobiernos democráticos”

Hernán Flom: “Las policías tienen un poder extorsivo sobre los gobiernos democráticos”

El delito puede ser regulado por fuerzas de seguridad y gobiernos de manera ilegal. La concentración de ese control impactará en los niveles de violencia. Propone fortalecer el gobierno político y transparente de la seguridad.
La película «Tropa de Elite», dirigida por Jose Padilha en base a un guión del sociólogo y ex funcionario de Lula, Luiz Eduardo Suares, se volvió una de las reflexiones más duras sobre policías, violencia institucional, política y control de drogas en las favelas.

Hernán Flom sostiene que existen vínculos estrechos entre hegemonías políticas, regulación del crimen y fuerzas policiales. Sobre estas variables, explica diferentes categorías y formas en las que el Estado regula el crimen pactando ilegalmente. Lo puede hacer con tolerancia, con protección o con predación.

Aporta otra polémica: para regular, el Estado debe tener fortalezas. Especialmente las fuerzas de seguridad. Debate así con la idea extendida que el crimen organizado crece sólo donde no hay Estado. ¿Qué pasa cuando un gobierno se debilita? ¿Cómo operan las policías?

Como ejemplo muestra que las hegemonías peronistas en Buenos Aires y Santa Fe han facilitado los pactos entre fuerzas de seguridad y crimen, con distintos niveles de involucramiento gubernamental. ¿La salida? Fortalecer las capacidades de los gobiernos para gobernar los sistemas de seguridad y controlar los acuerdos subterráneos.

El autor sabe que camina sobre terreno minado. No es un inexperto. Lleva años de investigación sobre crimen organizado y también dirigió el Instituto Conjunto de Conducción Estratégica del Ministerio de Seguridad, donde se capacitaron los altos mandos de las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales.

Investigando sobre estos temas se doctoró en Berkeley y acaba de publicar The informal regulation of criminal markets in Latin America (La regulación informal de los mercados criminales en América Latina) por Cambridge University Press. Es profesor en las universidades de Tres de Febrero, San Martín, San Andrés y Torcuato Di Tella. Es profesor Visitante de Ciencia Política en Trinity College, en Hartford, Connecticut (EE.UU.).

«La diferencia fundamental entre Argentina y Brasil es la mayor violencia letal aplicada por las fuerzas policiales brasileñas».

CÓMO FUNCIONA LA REGULACIÓN ILEGAL DEL CRIMEN

Es argentino y toma posiciones sobre su país comparándolo con Brasil. Sostiene que hay desiguales niveles de violencia en los territorios. En unos hay están fuera de control. En otros, fue posible reducirlos a partir de pactos de no agresión.

Dice que las variaciones de violencia pueden ser entendidas por formas de regulación ilegal diferentes. ¿Cuál es la diferencia?

La diferencia fundamental entre Argentina y Brasil es la mayor violencia letal aplicada por las fuerzas policiales brasileñas. Lo interesante es que esto se manifiesta no sólo en contextos de regulación caótica como en Rio de Janeiro, sino también en casos de regulación más ordenada, como en São Paulo. Otra diferencia es la configuración política y policial que se requiere para lograr una regulación ordenada del narcotráfico en cada país. En Brasil suele haber más fragmentación política que en la Argentina. Cuando hay mayor continuidad política, esta fragmentación hace más difícil que el gobierno pueda apropiarse de la recaudación ilegal de la policía. En cambio, en la Argentina hay más casos de continuidad y concentración del poder y, por ende, mayor apropiación política de la recaudación como mecanismo para lograr el orden.   

La regulación se da como consecuencia del ejercicio de la autoridad policial, subordinadas a autoridades electas, que son las responsables del control de las policías. ¿Cómo se puede ver este control o regulación?

En términos de cómo se manifiesta empíricamente, esta regulación se percibe en los arreglos explícitos o implícitos que agentes policiales en el territorio pueden forjar con actores delictivos. A veces esto implica una protección a cambio de beneficios monetarios, pero también puede manifestarse como tolerancia de algunas actividades ilícitas – y no otras – a cambio de mantener ciertos niveles de orden. Me interesa menos el estudio de estos intercambios directa e individualmente, que los resultados que tendrían a lo largo del tiempo si lo que infiero de ellos fuera cierto. 

«The Wire» de David Simon, es considerada por muchos críticos la mejor serie. Analiza con agudeza la relación entre policía, crimen, política, prensa y sindicatos, exponiendo mecanismos de convivencia, regulación, fracasos de las doctrinas de tolerancia cero y de guerra a las drogas.

¿Cómo influyen los procesos electorales en los mecanismos de control que menciona: tolerancia, protección y predación?

Los procesos electorales pueden alterar los mecanismos de control de los mercados ilegales porque pueden cambiar el balance de poder en el gobierno. Puede ser que llegue al poder otro gobierno que pretenda modificar la relación con la policía o que un gobierno se vea debilitado por elecciones adversas y tenga más obstáculos para gobernar a la policía y aplicar el mecanismo que más preferiría. 

¿Por qué se producen con distintos niveles de violencia estos acuerdos entre policías y criminales?

Básicamente porque la probabilidad de lograr acuerdos varía de un régimen regulatorio a otro. Esto depende de los respectivos incentivos para recaudar o mantener el orden que tenga la policía y, a su vez, de cuán creíble sea la protección policial para los actores delictivos. 

Describe cuatro tipos de regulación informal, que comprenden los diferentes tipos de tolerancia: coexistencia coordinada, protección racket, negociaciones y confrontaciones. ¿Cuáles son las características y ejemplos de cada uno?

En la coexistencia coordinada, la autoridad política logra profesionalizar a la policía y que ésta modere sus impulsos de violencia y corrupción. El caso paradigmático es São Paulo. Las redes de protección emergen porque el gobierno politiza a la policía, es decir, logra que opere para sus propios intereses, sobre todo en cuanto a la recaudación ilegal. El caso más ilustrativo es Buenos Aires. Después hay dos modalidades de regulación particularista: negociaciones y confrontaciones. En la negociación particularista, distintos sectores dentro de la policía negocian por separado con los criminales sin control por parte del gobierno, el caso ejemplar siendo el de Rosario. En la confrontación particularista, la policía ejerce un rol predatorio sobre el mercado criminal, combinando altos niveles de corrupción y violencia, que son correspondidos por parte de los delincuentes. El caso paradigmático es Rio de Janeiro. 

CORRUCIÓN Y MERCADOS ILEGALES

¿Cómo se conectan las competencias electorales, la autonomía policial y la regulación del tráfico de drogas?

La competencia política determina las posibilidades del gobierno de controlar a la policía, es decir, de reducir su autonomía y de qué tipo de control va a ejercer. La autonomía policial indica el grado de alineamiento del accionar de la policía con los intereses del gobierno. Cuando la autonomía crece, la policía regulará los mercados ilegales priorizando sus propios intereses venales y corporativos, generando regímenes particularistas con mayores niveles de violencia. Cuando baja la autonomía policial, predominarán los regímenes regulatorios coordinados, ya sea basados en la protección o en la tolerancia, con menores niveles de violencia.

¿Qué conexiones encuentra entre corrupción institucional sistemática, ineficiencia y abusos contra los derechos humanos?

En algunos casos hay una relación directa: cuando la corrupción implica extraer recursos de los mercados ilegales sin un compromiso creíble de ofrecer protección o disminuir la violencia, aumentarán los abusos institucionales. En estos casos, la policía será también más ineficiente en su control del delito y la violencia. En otros casos, pasa lo opuesto: la corrupción es parte de acuerdos informales más duraderos y que requieren de menor uso efectivo de la violencia para ser cumplidos. Estos casos podrían ilustrar mayor eficiencia policial en el control del crimen.

«La competencia política determina las posibilidades del gobierno de controlar a la policía, es decir, de reducir su autonomía y de qué tipo de control va a ejercer. La autonomía policial indica el grado de alineamiento del accionar de la policía con los intereses del gobierno. Cuando la autonomía crece, la policía regulará los mercados ilegales priorizando sus propios intereses venales y corporativos, generando regímenes particularistas con mayores niveles de violencia. Cuando baja la autonomía policial, predominarán los regímenes regulatorios coordinados, ya sea basados en la protección o en la tolerancia, con menores niveles de violencia».

¿Por qué sostiene que muchas democracias han fracasado a la hora de crear burocracias que gestionen los sistemas de seguridad pública? Entonces, ¿cómo resolverlo?

Sostengo esto porque, en muchos casos, no se ha logrado encontrar un equilibrio entre la delegación y el control político de la policía, por un lado, y la represión violenta y la complicidad con el delito por parte de la policía, por el otro. Este dilema tardará mucho en ser resuelto pero se debería empezar con políticas públicas que mejoren los recursos de las policías a la vez que les exijan mayor transparencia, rendición de cuentas y cumplimiento de los principios democráticos, y que generen una intervención policial más acotada y estratégica en torno a los mercados ilegales. También es clave que estas políticas sean sostenidas en el tiempo, más allá del gobierno de turno.

Define diferentes formas de regulación estatal donde los agentes estatales pueden elegir cuándo, cómo y a quién aplicar la ley. ¿En procesos electorales de qué modo las fuerzas de seguridad pueden presionar para ganar autonomía?

Las fuerzas policiales pueden presionar para obtener mayor autonomía de distintas maneras. Por un lado, cuentan con un poder extorsivo importante relacionado a la idea prevalente de que su presencia es necesaria para la prevención del delito y el mantenimiento del orden social. La decisión de restringir ese esfuerzo puede deteriorar seriamente las chances electorales de un gobierno democrático. Por otro lado, la policía cuenta con mecanismos formales e informales de presión. Entre los mecanismos formales, puede manifestarse mediante sus entidades corporativas, presionar a partir de sus liderazgos, protestar por medio de sus bases, apelar a representantes de la oposición alineados con sus ideas políticas, o al menos que compartan su inquina frente al gobierno. O también desarrollar campañas mediáticas para generar mayor demanda policial en la población. En el terreno de la informalidad e ilegalidad, mientras tanto, pueden presionar e intimidar a miembros del gobierno político, así como liberar zonas para la realización de delitos o participar en delitos de alto impacto social. 

¿Cómo las fuerzas de seguridad pueden utilizar su autonomía para regular ilegalmente los mercados ilícitos generando distintos niveles de violencia criminal?

– La autonomía policial implica que, por un lado, la policía tiene discreción para regular el delito y que, mientras logre un determinado objetivo como la disminución de los homicidios o los robos con violencia, no es tan relevante el cómo lo haga, aun si eso implica establecer acuerdos informales o ilegales con actores delictivos. Por otra parte, si en la organización policial prevalecen procedimientos arbitrarios de selección, promoción y castigo, entonces la recaudación ilegal de los mercados ilegales puede ser un mecanismo para avanzar en la organización. En tanto estas tendencias recaudatorias estén acotadas o dirigidas por la autoridad política, es menos probable que aumente la violencia, pues el principal objetivo del gobierno es mantener niveles básicos de orden. En tanto ese control se debilite y la autonomía aumente, se reduce la centralización de la recaudación policial, florecen los negociados particularistas y las guerras internas para controlar el mercado, generando mayor violencia criminal. 

«Los dueños de la ciudad», dirigida por Reinaldo Marcos Green con guión de David Simon (creador de «The Wire»), muestra las convivencias entre crimen, política y policía en la ciudad de Baltimore.

¿Por qué en procesos electorales usted sostiene que se puede advertir un incremento de la violencia criminal? ¿Qué fórmulas de combinación entre corrupción institucional y violencia criminal se pueden observar?

Una mayor competencia política puede debilitar el proceso de control político de la policía o revertirlo completamente. Varios gobiernos latinoamericanos intentaron reformar sus fuerzas policiales para chocarse no sólo con resistencia de la policía sino también de otras fuerzas políticas que vetaron estos avances. En tanto, otros gobiernos avanzaron con reformas pero perdieron las elecciones posteriores y sus sucesores dieron marcha atrás con estas iniciativas. Esta inestabilidad política genera mayor fragmentación interna en la policía, que no sabe con qué reglas jugar. A su vez, aumenta la propensión a la recaudación ilegal como mecanismo para avanzar en la organización o asegurarse mayor bienestar personal. Un aumento descontrolado de la corrupción institucional como este, puede debilitar la capacidad regulatoria de la policía y derivar en mayor violencia criminal. 

«Una mayor competencia política puede debilitar el proceso de control político de la policía o revertirlo completamente. Varios gobiernos latinoamericanos intentaron reformar sus fuerzas policiales para chocarse no sólo con resistencia de la policía sino también de otras fuerzas políticas que vetaron estos avances».

HEGEMONÍA POLÍTICA Y CRIMEN ORGANIZADO

Como una de las formas de regulación de los mercados ilegales menciona la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional de México en la protección del crimen. ¿De qué manera puede compararse con otras formas de hegemonías? ¿El autoritarismo y régimen de partido único favorece esas formas de cartelización criminal?

Ciertamente que el régimen hegemónico o de partido único, donde no hay competencia política, favorece un esquema de protección centralizada, en el cual hay un alineamiento nítido entre actores delictivos, policía y gobiernos. En tales contextos, el poder político tiene la oportunidad de politizar la policía para adueñarse de rentas provenientes de mercados ilegales y no existe oposición relevante que pueda frenarlo o disuadirlo. En menor medida, las hegemonías subnacionales del peronismo en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe replicaron estos arreglos informales. Como en el caso mexicano, en tanto aumentó la competencia política, creció también la inestabilidad en las políticas públicas respecto a la policía, la falta de control de la corrupción policial, y la regulación desordenada de los mercados ilegales, con un consecuente aumento de la violencia criminal.

Desliza en su libro que existiría pago de rentas por protección de los dealers de drogas con la complicidad política en Buenos Aires. Sobre Santa Fe, cita una fuente judicial que afirma que con la descentralización las comisarías empezaron a administrar bunkers. ¿Por qué?

Según las fuentes consultadas, en Buenos Aires la recaudación estatal procedente de actividades ilícitas tendió a centralizarse, mientras que en Santa Fe se fragmentó. En otras palabras, si bien anteriormente en Buenos Aires la protección política de los mercados ilegales era otorgada a la policía tanto por el gobernador como por los intendentes, posteriormente esto pasó a ser patrimonio más exclusivo del gobernador. Esto demandaba un sistema de recaudación centralizado dentro de la policía, cosa que no existía en Santa Fe, particularmente en Rosario, donde hubo mucha descentralización en la recaudación por parte de la misma policía.

QUIÉN ES

Hernán Flom es un politólogo que investiga el crimen organizado, la violencia y la actuación policial. Su trabajo ha sido publicado en Comparative Politics, Governance, Latin American Politics and Society y Journal of Urban Affairs, entre otros. Su libro, The informal regulation of criminal markets in Latin America, ha sido publicado por Cambridge University Press (2022). Actualmente es profesor asistente visitante en el Departamento de Ciencias Políticas del Trinity College.

Obtuvo su doctorado en Ciencias Políticas de UC Berkeley (2016). Ha sido Visiting Fellow del Instituto Kellogg de Estudios Internacionales de la Universidad de Notre Dame y se desempeñó como Coordinador del Ministerio de Seguridad Nacional de Argentina, y como consultor en seguridad ciudadana para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) , la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y Paz en Nuestras Ciudades, entre otros.