Figura de la izquierda argentina del siglo XX, Ángel Bustelo construyó una obra como escritor, político, militante, defensor de la libertad y solidaridad con los intelectuales. Su última entrevista, reeditada 25 años después por su autor.
Julio de 1997, invierno crudo en Mendoza. El escritor Jorge Oviedo, director del diario, le encarga escribir una entrevista a un periodista joven y pretencioso (un servidor). Tiene una página para entrevistar a Ángel Bustelo, una leyenda de la izquierda que fue diputado, candidato a presidente, amigo generoso de artistas, compañero de celda de perseguidos, testigo del siglo que se extinguió. A los 88 años acaba de escribir su séptimo libro. La entrevista, realizada hace justo 25 años, empezó con una interpelación de Bustelo:
“Piense en el hombre de las cavernas, en cómo tenía que luchar para sobrevivir, en lo azarosa que era su vida -propone-, sin embargo empujaba por amor a la vida. Por eso seguimos andando. La mayor parte de la gente ama la vida, salvo un pequeño grupo que en la sociedad siempre ha tenido un papel nefasto, la vida sigue avanzando. Todos empujan y sobre todo los trabajadores, la gente más pegada a la vida y a la naturaleza”, despunta, con un tono monocorde que va in crescendo.
La voz le suena desgajada a fuerza de mítines. Una voz que fluye desde un valle interno, un paraje donde las arengas todavía reverberan. Es una voz visceral. Subterránea. Cóncava. Cuando habla, Ángel Bustelo libera un manto de niebla que se expande lento, cubriendo todo, colándose entre los muebles, las ropas. Es una voz material, capaz de construir en minutos un mundo de quijotes y asesinos, de caballeros y traidores, de utopías que pelean cuerpo a cuerpo contra mezquindades y engaños. Al margen de sus convicciones políticas, Bustelo puede ser rescatado como un alma abierta que supo priorizar su relación con los hombres sin distinguir ideologías. Un ejemplo fue su amistad con el dirigente conservador Adolfo Vicchi.
En una pieza amurallada por cuadros y fotos de amigos, Bustelo aprovecha la primera pregunta para generar una atmósfera irrespirable para los escépticos. La poca luz que se cuela por una ventana a medio abrir, lo descubre con un escritorio delante y cientos de libros (dedicados por sus autores) detrás. El olor de las milanesas que están friendo en la cocina anuncia el mediodía.
“Hemos llegado a un momento en que los progresos son muy grandes, pero se han olvidado del hombre. Pero ese hombre postergado está pechando más que nadie y es el que los tiene trastornados a todos estos señores que andan buscando peritos para poder seguir viviendo su vida de crápulas y de usurpadores de la vida. Ahí está mi esperanza, que es la esperanza de miles y millones de personas.”
Casi deletreando, dispara las últimas palabras contra un punto perdido en la pared. El detonante fue una pregunta sobre el título del libro recién editado: “Penúltima página”. Con un ejemplar flameando en la mano, explica que no es una despedida, más bien un “continuará”, como en las historietas: “Porque he sido en mi vida un hombre esperanzado, encontrar este nombre me ha parecido bien”.
Se dice que la caída del Muro de Berlín es el parte de defunción de las ideologías…
Al Muro de Berlín lo derribó la propia gente, ya sea de un lado o del otro, porque se había levantado en un momento en que tenía una justificación. Es cierto que el socialismo cometió errores, pero fueron de los hombres, no de la doctrina. Eso no quiere decir que derribado el Muro de Berlín se terminó con el socialismo. Hoy, las masas están en movimiento hacia una sociedad más justa, donde reine la verdad y donde no anden todos a las escondidas.
Sobre el escritorio tiene la computadora y páginas tipeadas, desparramados por la pieza. Son textos cortos que evocan personajes o relatan anécdotas, son ochenta y pico de años de historia, tamizados por los caprichos de la memoria.
¿Cómo recuerda a Carlos Washington Lencinas (ex gobernador mendocino radical en la década del ’30)?
Era un tipo progresista, un gran político. No llegué a tener trato personal con él, aunque compartimos un viaje en tren, cuando volvía de una gira por Brasil. Mi conciencia política se despertó un poco después. Me acuerdo bien del 6 de septiembre de 1930…
Ese día fue el golpe de Estado contra Yrigoyen, ¿no?
Claro. Yo estaba estudiando en La Plata y habíamos ido con una comisión a Buenos Aires para pedir cambios en el gobierno, pero no una revolución y menos de derecha. Vi cuando pasaban los cadetes frente a la confitería El Molino. Estuve cuando quemaron la casa de Yrigoyen, que quedaba en la calle Brasil, cerca de la estación Constitución. Yo iba a tomar el tren de vuelta a La Plata y vi cuando le quemaban la casa, eran los de la Liga Patriótica Argentina. Salvé un libro que se estaba quemando y me persiguieron hasta que llegué a la estación…
«La mayor parte de la gente ama la vida, salvo un pequeño grupo que en la sociedad siempre ha tenido un papel nefasto, la vida sigue avanzando».
Un resfrío mezclado con un poco tos, se empeñan en interrumpir el diálogo. Bustelo se compone con un trago de soda, pero cuando está por retomar, suena el teléfono. Esta vez es (Enzo) Bianchi, el de las bodegas Bianchi, dice que está enloquecido con el libro y que mañana va a traer unas botellitas para brindar. El llamado anterior había sido de Horacio Guarany, el folklorista, el de “Si se calla el cantor”, un viejo amigo de asados y trasnochadas. Dijo que el libro lo había impresionado porque “vos decís las cosas, Ángel, las decís bien, pero las decís para la gente y sin disminuir el lenguaje”.
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Bustelo estaba feliz con su último libro. Luego se su muerte se publicó una obra dedicada a Armando Tejada Gómez… El vino, Bianchi, Tejada, el Nuevo Cancionero Cuyano, Mercedes, la militancia comunista, el apoyo a los intelectuales, fragmentos que se conectan en las anécdotas y toman otro sentido un cuarto de siglo después, cuando el periodista de entonces dobló su edad y revisa aquel momento.
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De nuevo a la charla. Bustelo, el poeta, el hombre viejo, el memorioso, vuelve sobre su vida. En los últimos años se lo ha instalado en el rol de historia viviente mendocina y Bustelo aprovecha para contar a rienda suelta. Una foto que se tomó en Roma con Benito Marianetti lo demora evocando a su amigo: “Hablar de un genio en pocas palabras es imposible. Fue un político de la talla de Lisandro de la Torre, pero los conservadores le impidieron llegar… Me acuerdo que Nicolás Guillén se quedó impresionado con Benito…”
¿Fue cuando le escribió “El señor de los cerezos en flor”?
Sí. Benito era un caballero. Una vez, Guillén lo vio llegar, bajarse del auto y sacarse el sombrero para darle la mano a Valentín, el obrero negro que trabajaba en «Las Nerinas’’. Eso fue lo que inspiró a Guillén. Yo me hice muy amigo de él. Vino a Mendoza en una época en que lo echaban de todos los países. El gobierno de Frondizi le dio un permiso de noventa días y se quedó aquí dos semanas. Me acuerdo que íbamos al lago del Parque y él me pedía monedas chiquitas y las tiraba al agua, para que el agua y la tierra lo retuvieran, según una tradición negra. A cada rato “mira chico, dame una monedita” -dice imitando al escritor cubano, mientras desentraña de la biblioteca un libro que Guillén le dedicó.
Cerca de la foto con Marianetti, hay una imagen de Pablo Neruda. Bustelo lo vio en varias oportunidades, pero la anécdota más divertida surgió de un desencuentro:
En “Vida de un combatiente de izquierda”, usted cuenta que intentó rescatar a Neruda. ¿Cómo fue eso?
Yo era diputado. Me llamaron de Chile y me dijeron que me esperaban en la frontera. No dijeron nada más. En esos días había habido un golpe en Chile y salía en todos los diarios que lo estaban persiguiendo a Neruda, entonces pensé que el llamado tenía que ver con eso. Cuando llegamos, estaba cerrado el paso. Me presenté como diputado y nos dejaron pasar. Cuando llegamos al hotel “El Portillo”, me bajé a ver. No había nadie. Le pregunté al conserje sobre las novedades: “¿Qué anda pasando con Pablo Neruda, que es mi amigo, no ha andado por acá?”. Un tipo de los servicios me escuchó y lo pesqué pidiendo instrucciones a Santiago. Esperamos un rato a ver si venían y nos fuimos. Esa fue mi gran oportunidad para pasar a la historia.
¿Cómo sigue?
De vuelta, fui al diario Los Andes a poner un aviso fúnebre. Me encontré con mi amigo Edmundo Moretti, que trabajaba en la parte de telegramas. Me mostró un cable que habían recibido de una agencia de noticias, que decía que yo había ido a Chile y había generado un problema internacional. “¿Qué hacemos con esto Angelito?”, me preguntó. Al final no se publicó.
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Después de recibirse de abogado volvió a San Rafael natal. Editó una publicación local, se vinculó activamente al comunismo a través del Partido Socialista Obrero con Marianetti. Apoyó la resistencia al fascismo franquista en España y Argentina. Ganó protagonismo político, fue electo diputado provincial, opositor al peronismo, luego abogado defensor de los perseguidos políticos comunistas, socialistas y peronistas perseguidos por el golpe de Estado de 1955 y secretario de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Con esa convicción por las libertades políticas se opuso hasta el final de su vida a la convivencia entre el Partido Comunista, la dictadura de 1976 y el alineamiento soviético. Así se pasó muchos años preso, sufriendo atentados y dando ayuda a otros perseguidos. Como al pintor Juan Scalco.
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De vuelta a la entrevista.
Bustelo habla como escribe, reconstruyendo la historia a partir de las vivencias. Las milanesas se enfrían mientras el amigo de los artistas plásticos Carlos Alonso y Julio Le Parc, razona por qué estuvo preso en todas las dictaduras. “Yo los molestaba todo lo que podía, entonces, cuando caía, se las cobraban todas juntitas”, se divierte. Un ejemplo: cuando desorientó a los policías que querían capturar al pintor Juan Scalco. “Yo estaba preso en la Policía Federal de Mendoza, porque me habían iniciado un juicio por desacato a Onganía. Lo veo pasar a Scalco que también lo habían detenido. Habían pasado 15 días y nadie sabía nada de él, porque se pasaba semanas encerrado pintando. Cuando recuperé la libertad, asumí la defensa…”
¿Qué delito había cometido Scalco?
Lo detuvieron cuando llevaba bonos de contribución de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Sigo contando. Le conseguí la libertad, pero al tiempo me enteré que salió otra orden de captura. Lo escondí en mi casa “El Resuello” en Ugarteche y cambié la estrategia de la defensa: empecé a hablar de quién era Scalco. Entre las cosas que imaginé, armamos una exposición de sus pinturas en la galería de Pampa Mercado, en la calle Godoy Cruz. Mandé al juzgado una invitación. El juez mandó a la Policía Federal a la muestra, para que lo atraparan a Scalco y lo metieran preso. Pero en la inauguración dije que Scalco no había podido ir porque estaba llegando a París. Los policías estaban escuchando y cuando le contaron, el juez mandó una orden de captura a la Interpol para después extraditarlo. Mientras tanto, Scalco estaba pintando en mi casa.
«No puedo decir que antes era mejor y ahora peor, pero ahora, la gente vive muy apurada… la vida va tan rápido que nadie tiene tiempo de ponerse a leer un libro».
Pero cuando Bustelo estuvo preso por temas políticos, también encontró amigos que pelearon por sacarlo. Un ejemplo fue don Adolfo Vicchi: “Era un buen tipo y un buen político. Desgraciadamente llegó a la gobernación en un momento muy convulsionado. Vicchi era un hombre progresista, capaz y buen amigo. Cuando estuve preso, la última vez, se juntó con Mario González y Carlos Aguinaga y presentaron una nota al interventor militar diciéndole que yo no era subversivo. Era una carta muy bonita, donde decía que sus discrepancias con mi ideología habían sido muy grandes, pero que yo era un político y no un subversivo. Cuando me trasladaron a Mendoza, Vicchi consiguió que me higienizaran la celda, porque estaba llena de piojos que me estaban comiendo… es una lástima que no me comieran del todo”.
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Angel Bustelo fue distinguido en 1990 como “Ciudadano ilustre de Mendoza’’, publicó: “Alfredo Bufano, El montañés que vio el mar’’ (1981), “Un muchacho de provincia’’ (1983) que obtuvo el premio de la Sociedad Argentina de Escritores, “San Rafael de sus amores’’ (1985), “El silenciero cautivo’’ (1988), que relata los meses compartidos en prisión con el escritor y periodista Antonio Di Benedetto, “Duende y pólvora’’ (1990), “Vida de un combatiente de izquierda’’ (1992). Los últimos dos, “Penúltima página’’ (1997) y “Armando Tejada Gómez, mi compadre del horizonte” (1998, póstumo), los editó Canto Rodado, que coordinaban Carlos Levy y Osvaldo Rodríguez.
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Cuando Alfredo Bufano le escribió “Canto al camarada Bustelo”, ya había demostrado su fidelidad como amigo: “La primera vez que caí preso, luchó mucho para conseguir mi libertad. Se volvió loco. Fue a Buenos Aires a ver a Monseñor De Andrea, que era el confesor del presidente Pedro Ramírez. Hablando con el obispo, Bufano me puso por las nubes. Después, Ramírez mandó un telegrama a la cárcel de San Rafael, ordenando que me pusieran en libertad”.
Tejada Gómez, Mercedes Sosa y los otros fundadores del Nuevo Cancionero Cuyano, los mencionan como una especie de…
No diga de mecenas, esa palabra no me gusta. Mecenas parece un tipo ricachón y yo nunca fui un ricachón. Mi casa estaba abierta. Ganaba buena plata por la profesión, tomábamos los mejores vinos, se iba y se morfaba a la hora que se te ocurría, pero yo no les regalaba plata. Eso sí, siempre estuve vinculado a los artistas y me sentía cerca de ellos. Ejercía cierta atracción por mi forma de vida, pero no andaba buscando afiliados. La forma de luchar en política atraía a mucha gente como (Juan) Draghi Lucero, (Ricardo) Tudela, Américo Cali, (Armando) Tejada Gómez. Éramos lo que falta ahora: referentes.
Mientras se suceden los nombres, va sacando libros dedicados: “Lea esto que me escribió Calí”. En la tercera página de un libro ya gastado, dice: “A mi querido Ángel Bustelo, por lo que le debe la libertad del pueblo”. Seguro de que ese es su mayor tesoro, Bustelo, el compañero de celda de Antonio Di Benedetto (“un cristo al que lo llevaron a crucificarse”), muestra los obsequios que le dedicaron Tejada Gómez, (Jorge Enrique) Ramponi, (Rubén) Azócar o Miguel Ángel Asturias. Son testimonios de una época de esplendor de la cultura mendocina:
“Antes, había grandes referentes que nadie discutía. No puedo decir que antes era mejor y ahora peor, pero ahora, la gente vive muy apurada… la vida va tan rápido que nadie tiene tiempo de ponerse a leer un libro. Lo importante de una cultura es que llegue a las masas. El lenguaje nace en boca del pueblo y allí se va enriqueciendo, porque es el que está trabajando, el que está plantando la viña, el que le habla a la naturaleza… ahí está el origen de las cosas”, me despidió.
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La versión original de esta entrevista se publicó en el Diario Los Andes el 13 de julio de 1997. Tal vez, fue la última entrevista publicada. Murió al poco tiempo, el 10 de abril de 1998. En diciembre de 2018 el Gobierno de Mendoza organizó una muestra de obras y recuerdos de Angel Bustelo. Diego Gareca, entonces Secretario provincial de Cultura y curador de la exposición me contó que entre los recuerdos que atesoró Bustelo está esta entrevista. Otra buena razón para recuperarla las palabras de quien el diario La Nación dijo en su despedida: “Incondicional militante del socialismo y símbolo de quienes durante décadas sufrieron persecuciones ideológicas, Bustelo fue junto a Renato Della Santa y a Benito Marianetti, la figura más tenaz del pensamiento de izquierda en la política mendocina.”
Ana María Falú acaba de recibir el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. Es una arquitecta argentina, activista social por los derechos humanos y por los derechos de las mujeres. Fue Directora Regional del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y asesora a la red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU).
La desigualdad y la violencia de género se expresan en el espacio urbano. El cuerpo como territorio es, a la vez, objeto de violencias y símbolo de resistencias. El urbanismo feminista aporta una perspectiva sustancial que comprende las luchas y las reacciones como parte de un fenómeno en el que intervienen actores diversos y que pone a la desigualdad en el centro de la escena. La extensa trayectoria deAna Falú como académica y activista desde el urbanismo y el feminismo fue reconocido hace unos días con el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. Buena oportunidad para leer sus reflexiones.
La Argentina está viviendo un proceso inédito. Las mujeres están ocupando un espacio activo en las calles reclamando por sus derechos. ¿La mujer emergió como un nuevo actor social?
Sí, yo pienso que sí. Creo que estamos frente a lo que yo denominaría un nuevo sujeto social emergente. Se trata de un colectivo de voces, un colectivo de jovenas (sic) que ocupan las calles de cada ciudad. Como dice la académica mendocina Alejandra Ciriza, hay que destacar la importancia y la valentía de habernos colocado en público como sujetos colectivos de la acción política. Creo que este es el punto, porque las feministas venimos hace mucho tiempo trabajando y hemos impulsado una nueva agenda radical.
Hemos sido implacables en la defensa de los derechos humanos. Hemos sido consecuentes en colocar la agenda de la igualdad en esa aspiración del desarrollo.
Hemos sacado temas que estaban en la oscuridad como la violencia. Hemos colocado en la agenda de lo público, como diría Habermas, el derecho a una vida sin violencia.
Hemos instalado temas innovadores. Hemos instalado el tema de lo público y lo privado, no solo de la violencia.
Hemos generado conocimiento.
Hemos cuestionado la división sexual del trabajo, la representación y la participación política -en este momento se está planteando la agenda de la paridad, ya no de las cuotas como en los años 90.
Hemos ampliado una agenda de derechos.
Hemos aprendido de la construcción de alianzas.
Hemos instalado legislaciones, leyes de primera y de segunda generación más complejas, vinculando el derecho civil y la criminalización de las violencias.
En definitiva, hay un avance profundo. Pero la pregunta que se impone es: ¿cuál es hoy ese avance concreto? ¿por qué emocionan estas luchas? Porque, esto es claro y evidente, las mujeres y las feministas hemos disputado el poder y los sentidos del poder desde hace muchas décadas.
Pero lo que hoy emociona es que hay un nuevo sujeto colectivo de la acción política. Esto se refleja en NiUnaMenos, un movimiento que no tiene génesis en las feministas, sino que se encuentra en distintas voces -nuevas, jóvenes- que se articulan a través de las redes sociales y que se instalan en lo público. No solo lo hacen de manera masiva, con una bandera fuerte contra los femicidios, sino que se extienden más allá de los límites geográficos, se extienden por toda Iberoamérica, se conocen en el mundo.
De hecho, logran en Uruguay una manifestación de más de 300.000 personas. Eso era algo impensado para nuestro país vecino. Lo cierto es que todas estas manifestaciones –como las del 8 de marzo y la marea verde por el aborto legal, seguro y gratuito– están hablando de este nuevo sujeto social colectivo. Porque, si bien en el caso del aborto se perdió la votación en el Senado, la marea verde fue la ganadora de la contienda. Jóvenes de todos los orígenes, un feminismo popular instalado en las calles, y un reclamo por el derecho a tener derechos sobre sus cuerpos fueron el rasgo distintivo de esa lucha.
Esta descripción puede entroncar con aquella que Alain Touraine y otros sociólogos de la década de 1970 aplicaban para los nuevos movimientos sociales. Es decir, se diferencia de los movimientos sociales clásicos porque incluye estrategias en la disputa simbólica y por la apropiación del espacio público. ¿Es esto así?
Creo que en torno a esto diría dos cosas. La primera es que estos sujetos colectivos integran el feminismo. Pero además de estos colectivos y de un nuevo sujeto social emergente, se instala un tema en lo público. No es solo lo simbólico. Es la instalación de temas y de agenda. El caso de NiUnaMenos es, quizás, el más paradigmático. Imprime un sello sobre un tema: que no mueran más mujeres por violencia de género.
Asimismo, se instala el tema del aborto seguro, legal y gratuito. Se instalan temas de la agenda avanzada del feminismo. Esto por un lado. Por otro, hay un feminismo popular que va a ingresar en la arena pública. En una entrevista reciente, una mujer de la villa 31 decía que cuando hay marcha no queda ni una joven ni una mujer en la villa, todas están en la marcha. Hay un feminismo popular, de mujeres de los sectores populares organizadas, que van a interpelar también a este simbolismo, a esta política, a estas restricciones sobre los cuerpos.
Y que van a incorporar sus contextos, sus territorialidades, sus cuerpos situados sobre los temas, desde la subjetividades, sobre los temas del aborto, sobre la participación, sobre las identidades, las identidades sexuales, las urbanas, las rurales, las indígenas, las negras. Aparece una diversidad, un reconocimiento a una diversidad de subjetividades, de identidades, que se empoderan y que además van a plantear la demanda de sus ejercicios ciudadanos. Creo que ese es un punto muy importante.
«Estamos ante un Estado de derecho debilitado, jaqueado por grupos conservadores que quieren impedir a las mujeres ser dueñas de su vida y de sus decisiones».
La visibilidad, la materialización, el ponerle el cuerpo a este conjunto de demandas implica claramente una disputa y un conflicto. ¿Cómo se gestiona esa disputa por el espacio urbano y por la ciudad entre sectores que están demandando derechos y construyendo un relato que da sustento a esa búsqueda y un orden social que no contemplaba este actor?
Yo creo que ahí hay también distintas cuestiones que me parece que hay que separar. Por un lado, hay distintos relatos. Hay un relato que viene de estas fuerzas nuevas, de este nuevo actor político que es la marea verde y que está planteando la ampliación de los derechos, el corrimiento de los bordes de la democracia y que pone con mucha claridad la consigna de «basta de criminalizar el aborto».
Creo que se levantan banderas muy claras en ese sentido. Ahora, a este relato y a esta fuerza se van a oponer fuerzas conservadoras, y las fuerzas conservadoras trazaron unas estrategias muy fuertes, realmente avanzando por sobre los conceptos de la democracia, porque hasta se permitieron decir «Provincia a favor de la vida». Entonces, hay un Estado de derecho que se debilita. Y esto se vincula también a lo que sucede en la región.
Cuando hay un Estado que se debilita, como en el caso de Brasil en donde hay un golpe institucional, una justicia que ajusticia mediáticamente y no desde la jurisprudencia, todo se complica. Allí, de hecho, asesinaron a Marielle Franco, una líder social y popular que era concejal y luchadora por los derechos de los ciudadanos de las favelas. Una líder lesbiana y socialista que denunciaba el accionar de las fuerzas represivas y de seguridad contra las poblaciones de la favela y que buscaba el reconocimiento del racismo como estructurante de la pobreza. Y Marielle no es la única, hay otras: la hondureña Berta Caceres, las ambientalistas, etc.
Estamos hablando de un Estado de derecho debilitado. Yo creo que cuando aparece una consigna como «Provincia por la vida», con un significante de los pañuelos celestes y con el significante de las voces de los obispos, de las iglesias, evangelistas, judías, todas: porque todas las iglesias participan en esto, hacen un acuerdo ecuménico. En definitiva, al Estado de derecho debilitado yo lo vinculo a esto. Hay una politización reactiva, una reacción a las fuerzas emancipatorias. Hay unos sectores que se organizan muy fuertemente con una matriz sociocultural conservadora.
Van a instalar su discurso, sus intereses, sus prácticas desde distintos lugares. Con discursos en los medios, en las comunidades, en los púlpitos, en las escuelas. Van a sacar las escuelas a las calles. Frente a la fuerza emancipadora, estos nuevos actores sociales estamos vivenciando una reacción política muy fuerte.
Ana María Falú acaba de recibir el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.
Y este conflicto, ¿cómo se expresa en la geografía urbana? La imagen de la marea verde es probablemente la imagen de ese triunfo, ¿pero es también un cambio en la relación espacial de los actores?
Hay un cambio en la relación espacial en el actor colectivo. Pero yo creo que también tenemos que hablar de que este modelo, de este Estado debilitado, con una justicia cómplice, propicia de alguna manera estas expresiones conservadoras. Está propiciando esta misoginia y esta xenofobia de distintas maneras.
El accionar ecuménico de las Iglesias, la posición de la prensa y su metamensaje desarrollado por y para los sectores conservadores organizados es evidente. La base de ese metamensaje es esgrimir que las luchas feministas se tratan de una «ideología de género», con lo que intentan afirmar que el feminismo es una “fuerza diabólica”, que es lo mismo que consideran de la “nueva izquierda”. Esto hay que decirlo. Hay grupos organizados que cuentan con muchos recursos.
Creo que, como dice la abogada y politóloga paraguaya Line Bareiro, viene gestándose la construcción del concepto “ideología de género” sobre la categoría analítica de “género” desarrollada por el Vaticano desde la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, que tuvo lugar en Beijing, China, en el año 1995. Acá tenemos exponentes nacionales a los que es mejor no hacerles prensa. Existen y son evidentes. Por lo tanto, hay fundamentalistas de derecha que van a reinterpretar y van a ser muy agresivos y van a argumentar con esta posverdad, con esta falacia. Esto es lo que deriva en expresiones como «con mis hijos no te metas».
Son mensajes que intentan construir temor en la sociedad. Todo su accionar se basa en construir un temor. Desde las poderosas estructuras de las iglesias y también desde el Estado, se ha construido una simbología que reacciona frente a los derechos y los cuerpos de las mujeres. Estos cuerpos de mujeres, estos primeros territorios que son nuestros cuerpos, son de resistencia, de confrontación, de interpelación de esas estructuras y esas ideologías. Son cuerpos que se transforman en poder.
Allí se vinculan las ideas de cuerpo y territorio, ¿no es así?
Exacto. Porque estos cuerpos nuestros son nuestro territorio. Son ese territorio del que necesitamos reapropiarnos para poder apropiarnos del territorio “casa”, del territorio “barrio”, del territorio “ciudad”, del territorio “metrópolis”. Tenemos que apropiarnos de estos cuerpos puertas adentro, donde todavía la violencia es mayor, y puertas afuera, donde también suceden los femicidios y las violencias como el acoso sexual. Esto es lo que Rita Segato llama el “disciplinamiento masculino sobre los cuerpos”, el «pacto» entre los hombres. Aquí hay una visión capitalista, patriarcal, racista, que busca disciplinar estos cuerpos.
Creo, por tanto, que hay que hablar de estos temas articuladamente. Creo que hay que hablar de las desigualdades que se articulan. Porque vivimos en sociedades que están atravesadas por desigualdades. Estas desigualdades potencian los sistemas del poder. Quieren ubicar a las mujeres en su lugar, quieren controlar esas resistencias de las mujeres. Quieren disciplinar esa emancipación feminista, esa marea verde. Pero, a la vez, los cuerpos de las mujeres asesinadas se transforman en cuerpos políticos de resistencia, en cuerpos que reclaman, que denuncian.
Así como son los cuerpos desobedientes, como decía Lohana Berkins y como dice Silvana Fernández hablando de la población trans. Hay cuerpos desobedientes, y a la sociedad patriarcal no le gustan esos cuerpos desobedientes. Los mira como cuerpos enfermos, no como identidades y subjetividades posibles, reales, deseadas. Entonces, creo que ahí hay también un tema de territorios-cuerpos. Esos cuerpos desobedientes que se convierten en cuerpos que denuncian. Y que denuncian, por ejemplo, el travestismo. Y que irrumpe en la escena pública. Hoy en día, ¿quién no habla de la población LGTBIQ?
Se trató de un proceso
Claro. Pero hace diez años no se hablaba. Hace veinte mucho menos. Entonces, desde una lógica feminista, hemos logrado instalar estos temas en la agenda pública. Esto no quiere decir que no haya resistencias. Resistencias conservadoras.
«No es lo mismo ser una mujer pobre, única responsable del hogar, que ser una mujer de la clase media, que se mueve en su coche con vidrio polarizado y que llega a un barrio donde hay un guardia vecinal».
¿Qué se puede decir sobre las categorías y los abordajes para construir ciudades más seguras para las mujeres, un tema que has trabajado profundamente?
Ahí tenemos mucho para decir, por supuesto, porque trabajar el tema de las ciudades y la violencia en el espacio público de las ciudades, es como hablar de este continuum de comportamientos que se dan en la violencia que sufren los cuerpos de mujeres, ya sea puertas adentro o puertas afuera. Ese continuum de violencia habla justamente de las relaciones asimétricas, de ese ejercicio del poder, de unos sobre otras. En este caso, sobre los cuerpos de mujeres, de esto que es el disciplinamiento de estos cuerpos en resistencia, estos cuerpos atravesados por una diversidad de identidades. Entonces, ¿qué es lo que quisimos analizar al vincular ciudad y mujer?
Pretendimos pensar el tema de la violencia en el espacio público y cuántas de estas violencias van a generar comportamientos. Una cuestión es la violencia real, la criminalización real, los cuerpos asesinados, acosados, violentados (que no todos se conocen porque sabemos que hay una dificultad en conocer). Esta es una entrada analítica. Necesitamos de múltiples entradas analíticas para estos temas. La otra es la percepción de la violencia y de quiénes son los que aportan y trabajan en construir esa percepción de la violencia.
Desde la educación, que viene en la infancia, restringiendo el espacio de lo público y generando el temor de lo público a las mujeres, a diferencia de impulsar que los varones se ocupen y se apropien del espacio público. Recién ahora las feministas hemos logrado -y este es uno de los éxitos que podemos medir en la movilización de #NiUnaMenos- que las violencias contra las mujeres se vean como un hecho político y público y no como un fenómeno individual. Hasta hace muy poco esto era visto como un hecho individual, como un hecho psiquiátrico, como un hecho de un loco aislado, y no se ponía en el contexto de la construcción de estas violencias, no se ponía en juego el tema de los roles asignados y la ubicación de varones y mujeres en particular. Y esa ubicación es aún peor cuando las características se combinan.
Cuando, por ejemplo, como en el caso de Marielle Franco sos mujer, sos negra y sos lesbiana. Ante eso se evidencia un mayor castigo y un mayor disciplinamiento. Ese es otro componente que nos interesó mucho trabajar con respecto a este programa regional de ciudades seguras para las mujeres, de ciudades seguras para todos y todas. Hemos trabajado también con encuestas del sistema de Naciones Unidas, de Latinobarómetro, para ver qué decía la gente con respecto a la percepción de la violencia, de la criminalidad en general. Y la gente ponía a la criminalidad en primer lugar, por encima incluso del ingreso económico.
Es decir, estaba más preocupada por ello. Y realmente a nosotras nos preocupa cómo se comunican las violencias, por cómo se ubican estos sujetos diversos en esa comunicación de la violencia y cómo se criminalizaba a estos sujetos cuando sufrían violencia. Ejemplo: si una mujer sufría una violación o un acoso, rápidamente en vez de cuestionar el hecho se decía «cómo ibas vestida» «cómo cruzabas una plaza a esa hora». Hoy en día, hay estudios, como el de una serie de autoras catalanas sobre las trabajadoras nocturnas. No me refiero a las trabajadoras sexuales, me refiero a quienes trabajan en comercios, hospitales, en limpieza nocturna, etc. Se estudian las dificultades que tienen para moverse, la accesibilidad en la ciudad con respecto a la percepción del temor, del miedo, siendo mujeres.
Se estudia su dificultad para trasladarse y moverse de noche en el transporte público de manera tranquila. Son muy interesantes los resultados. Repasando, se trata de ver cómo se definen los distintos actores, la diversidad de identidades en juego, la criminalidad real y la criminalidad que se percibe o el temor y su percepción. Y, ¿qué es lo curioso? Cómo actúan los medios frente a esto, cómo hay, de alguna manera, una xenofobia, una misoginia, instaladas en la sociedad, una homofobia.
Se ha trabajado mucho a nivel internacional con estos temas. Las canadienses han aportado muchísimo con respecto a alternativas a ser trabajadas en el territorio, con participación vecinal, con el ver y ser vistas, con el oír y ser escuchadas, en las señales para saber dónde se está en el momento en el que te sucede algo, porque a veces te sucede algo y no sabés dónde estás parada, porque no hay un cartel que diga cómo se llama la calle en donde estás. Poder escapar, conocer vías de escape. Hay que trabajar sobre los territorios urbanos de manera participativa para ver dónde están los puntos de mayor temor y por qué. Hay que estudiar cuáles son las condiciones físicas, cuáles son las barreras físicas que tienen que trabajar las mujeres.
¿Cómo aparece allí el tema de la desigualdad?
Aparece muy claramente porque ya sabemos que las mujeres no somos todas iguales, porque ya sabemos que estamos atravesadas por distintas identidades, pero también estamos atravesadas por el sector al que pertenecemos, por niveles de educación, por lugares donde habitamos. Entonces no es lo mismo ser una mujer pobre, única responsable del hogar, que ser una mujer de la clase media, que se mueve en su coche con vidrio polarizado y que llega a un barrio donde hay un guardia vecinal. Hay condicionantes y esto es lo que decimos cuando hablamos de los cuerpos situados. Hay contextos, hay una serie de temas que van a transversalizar la situación.
Entonces, hemos trabajado en generar conocimiento sobre el tema de la criminalización y la percepción de la criminalidad; se ha trabajado en los debates conceptuales sobre seguridad e inseguridad; se han conocido las prácticas mejores y promisorias. Hay un documento de ONU Mujeres México que yo elaboré y que trata sobre las prácticas en el tema de violencia en el ámbito público. Se ha trabajado en la implementación de acciones conjuntamente con los gobiernos locales, por ejemplo, en Rosario, en Bogotá, en Recife, en Santiago, en ciudad de México, en El Salvador, en Guatemala. Se han hecho muchos ejercicios -algunos continúan-, se han hecho campañas de sensibilización.
¿Qué quiero decir con esto? Este es un tema que no solo necesita de distintas herramientas, de información fehaciente, de trabajos de análisis de datos, de análisis conceptuales, teóricos, sino que necesita de múltiples actores y de múltiples intervenciones. Estamos frente a un tema complejo, que es un flagelo para la humanidad. Estamos ante un tema que, como dice Gabriel Kessler, no es igual para hombres y para mujeres. La violencia en el ámbito urbano no es la misma.
Él dice que la violencia en el ámbito urbano va a comportarse distinta porque, en general, los hombres que sufren la violencia generalmente son sujetos vinculados a grupos que tienen comportamientos y conductas violentas. En cambio, la violencia que sufren las mujeres es totalmente aleatoria y tiene que ver con este sentido de apropiación, control y poder sobre los cuerpos, del disciplinamiento de los cuerpos de las mujeres. Ahí hay una desigualdad general sobre la que se debe trabajar.
«Es preciso trabajar desde el concepto del urbanismo feminista. Y ese concepto coloca a la desigualdad en el centro de la agenda».
Esto se cruza con la nueva agenda urbana y con el concepto de derecho a la ciudad. ¿Qué pasa hoy con este concepto? ¿Cómo se expresa en las nuevas luchas y demandas?
En principio, destacaría que se ha hecho un trabajo muy interesante vinculado al avance de las voces del feminismo, de las mujeres de base organizada, de los feminismos populares. Este trabajo ha ayudado a entrecruzar la agenda de género con la agenda urbana. A nivel internacional, las organizaciones y las luchas feministas han logrado incidir en los expertos y las expertas que trabajaron en la construcción de un “documento base” que fue discutido y consensuado por los representantes de los 193 estados del mundo. Participamos 14 expertas feministas en el mundo.
A mí me tocó participar justamente en la sección sobre el derecho a la ciudad. No ha sido fácil: ha sido un proceso muy difícil, muy tensionante, sigue siendo difícil, pero creo que hemos logrado introducir no solo el concepto del derecho a la ciudad en la nueva agenda urbana sino también el derecho de las mujeres a la ciudad, el derecho a una vida sin violencia.
Yo creo que lo tenemos que trabajar desde el concepto del urbanismo feminista. Y ese concepto coloca primero la desigualdad en el centro de la agenda. Porque la desigualdad está atravesada por las mujeres, en situación de mayor pobreza que los hombres. El segundo punto es trabajar la calidad de vida, el concepto de la vida cotidiana en el centro de la agenda. Hablar de las demandas que implica la vida cotidiana: el cuidado infantil, el cuidado de los adultos mayores, el cómo transitar en las ciudades, cómo generar mejor calidad en los espacios, no trabajar en una ciudad en función del automóvil sino en la calidad de vida de las personas, volver los niños a la calle, hacer que puedan vivenciar la ciudad y no tenerlos encerrados.
Es decir, un concepto del urbanismo en donde la vida cotidiana esté en el centro de la agenda. Tercero, no omitir a ningún sujeto social. La omisión histórica de las mujeres como sujetos de la planificación pensada en términos de neutralidad no puede regir más. Pero no solo de las mujeres. Tiene que haber una agenda que coloque a la diversidad de los sujetos en el centro.
No puede ser que tengamos una Ley a nivel del Congreso que haya reconocido los matrimonios homosexuales y que no haya una política coherente con ese reconocimiento.
No hay una política habitacional, por ejemplo, que reconozca a la población trans, que reconozca a la población lesbiana o gay. No estoy hablando solo de los hogares liderados por una mujer: creo que tenemos que ampliar y correr esos bordes de la democracia.
Cuando hablamos del urbanismo feminista y de una nueva agenda urbana, no queremos que sea una lista de deseos, sino que sea una nueva agenda que comprometa la participación de las organizaciones sociales, de la academia, de los expertos y expertas. Queremos que sea una agenda urbana que trabaje sobre lo político, sobre el territorio y sobre la construcción de lo simbólico. El urbanismo feminista, como el feminismo, es teórico y es político. Es teórico porque tenemos que construir argumentaciones, porque necesitamos construir debates cada vez más refinados. Y es político porque encierra la utopía de la transformación. Encierra la utopía de un mundo mucho más democrático. Es práctica y es activismo.
Esta entrevista fue publicada originalmente en enero de 2019 en La Nueva Revista Socialista. Gentileza CEMUPRO.
La cuestión de la violencia política en la década de los 70 reaparece una y otra vez, como una herida. En la tensión irreductible entre las memorias y la historia, Mónica Bartolucci ofrece una lectura crítica de ese vínculo y las dificultades para reflexionar sobre esa opción por la violencia.
En los últimos días, la herida de los años setenta en la Argentina se abrió una vez más. En esta ocasión, como consecuencia de un fallo judicial de la Cámara Federal que solicitó reabrir la investigación sobre la responsabilidad de la organización Montoneros en un atentado contra la Policía Federal que dejó un tendal de 23 muertos y medio centenar de heridos en julio de 1976. Pero podría haber sido cualquier otro el motivo, nunca falta la oportunidad.
¿Por qué se abre cada tanto la herida? ¿Es posible curarla o brota demasiada sangre de ella como para conocer su profundidad, su color y su textura? Posiblemente este sea uno de los motivos, dado que es fruto de un trauma. Trauma es una palabra que deriva del griego y significa “herida”, nada menos. Somos todavía hoy una sociedad traumada por la violencia política, que en su acmé, en su fase final, mostró su cara más extrema e impuso una matanza en masa cruzando los límites de la sensibilidad humana.
La masacre final tuvo consecuencias de todo tipo. La más evidente, la de la intensa búsqueda de justicia y verdad y el trabajo de los organismos de los organismos de derechos humanos que sostuvieron como estandarte la necesidad de reparación y sostenimiento de la memoria social. Sin embargo, otras consecuencias mucho menos visibles fueron las dificultades y los reparos que asaltaron y asaltan todavía a quienes realizamos trabajos de investigación histórica cuando tratamos de explicar las razones por las cuales en la Argentina se impuso aquel horrorismo. Norbert Elias, en las primeras páginas de un libro clásico y estimulante sobre la identidad nacional de los alemanes, confiesa que varios de sus trabajos fueron frutos del esfuerzo por comprender y hacer comprensible cómo es que pudo darse algo como el ascenso del nacionalsocialismo, los campos de concentración y la división de Alemania en dos estados. La interrogación de cómo algo llegó a ser lo que fue es, para mí, una pregunta que sirve de guía de una acción de investigación en Argentina.
¿Por qué se abre cada tanto la herida? ¿Es posible curarla o brota demasiada sangre de ella como para conocer su profundidad, su color y su textura? Posiblemente este sea uno de los motivos, dado que es fruto de un trauma. Trauma es una palabra que deriva del griego y significa “herida”, nada menos.
En esa interrogación más profunda es cuando entramos en el terreno pantanoso: el de hacer una prehistoria de las que luego fueron víctimas (el historiador José Emilio Burucúa, alguna vez haciendo mención al martirio de aquellos, apeló a la figura del “inocente radical” para comprender esta dificultad). Ese es el nudo que atenaza, ensombrece la mirada y llena de incertidumbre a los investigadores que apelamos y sostenemos la idea de que la radicalización de los años sesenta fue una opción política racional, realizada por sujetos responsables de sus opciones y pasiones de su tiempo. En otros lugares hemos dicho ya que miles de jóvenes, hombres y mujeres, nacidos entre 1940 y 1960, al llegar a su adolescencia, tomaron decisiones que encarnaron un cambio significativo en la cultura política del país y en la de sus propias vidas, ingresando a diferentes organizaciones estudiantiles, político-militares u organizaciones armadas. Es decir que buena parte de ellos aceptaron la violencia como método, convirtiéndola, bajo diferentes formas, en su instrumento político.
Estas decisiones, a su vez, se tomaron en un clima emocional determinado por los antagonismos, en el marco de una sociedad tensionada por diferentes discursos e identidades culturales: la modernización o el orden, la rebelión que trocó en impulso hacia la revolución, el fanatismo antiperonista enfrentado con el anhelo de reparación peronista, las prácticas violentas de internas partidarias y sindicales. Es decir que es cierto que desde el primer gobierno de Perón en adelante inclusive, en Argentina existió una violencia viscosa que contaminó a facciones militares, civiles y sindicales con torturas, fusilamientos y asesinatos sospechosos. Pero también es verdad que los estudios microanalíticos de caso, el seguimiento de las trayectorias de vida y los testimonios de protagonistas de las organizaciones nos invitan a pensar que aquello no fue solo una cuestión de rebelión cultural, sino la opción por una vida militante en la que matar por la patria era posible. En la lógica de la violencia revolucionaria, la lista de los enemigos se expandió desde fuerzas de seguridad a sindicalistas o empresarios civiles, muchos de ellos considerados traidores a la causa de la liberación o su idea de justicia social.
Sumemos a nuestras dificultades de visión de una época virulenta y exaltada la complejidad que implica atender a la relación entre el pasado que los historiadores deseamos comprender y la política del presente en el que escribimos. No olvidemos el uso público de un discurso histórico que se pretende oficial, ni neguemos sus vaivenes que han ido desde la teoría de los demonios hasta la romantización de la figura del guerrillero. Allí, en esa relación entre el presente y el pasado, hay todo un campo de estudios posibles, y es en ese punto en el que Historia y Memoria se confunden una y otra vez. La Memoria es un organismo vivo, está siempre abierta, y como aquella herida que sangra interminablemente se transforma según el grupo que recuerda. A veces hablan unos y, cuando la emoción social lo habilita, hablan otros. La Historia en cambio es un intento de síntesis, una contrastación de fuentes para dar respuestas a aquel trauma. En este caso, los historiadores pueden correr la suerte de no ser comprendidos por aquellos que todavía gritan sus dolores. Pero en eso debemos seguir, como el herrero o el carpintero que debe terminar su obra, o el marinero que debe llegar a un buen puerto o, para seguir con las metáforas iniciales, como el médico que puede llegar a suturar la profunda herida social que todavía nos hace sangrar a todos.
El partido que gobierna la Argentina no quiere saber nada con la posibilidad de que las comunidades sean las que decidan si un emprendimiento potencialmente contaminante debe instalarse o no (“licencia social”). Sin embargo, promueve una consulta popular para que la ciudadanía decida si se debe ampliar la Corte Suprema.
El Presidente anunció que convocará a consulta popular por varios temas candentes. En una decisión inédita en los últimos treinta años, Alberto Fernández anunció que envía al Congreso un proyecto de ley para convocar a una consulta popular en la que pretende que la sociedad argentina dirima varios temas controvertidos: licencia social para que cada comunidad resuelva ante emprendimientos potencialmente contaminantes, sueldos de funcionarios atados al salario mínimo vital y móvil, separación del Estado de cualquier religión, son algunos de los que adelantó.
La noticia sacudió al espectro político esta mañana: es la primera vez, desde aquella histórica consulta realizada por Alfonsín en 1984, que un Presidente decide la convocatoria a una consulta popular, en donde será la ciudadanía la que resuelva algunos de los temas más controvertidos que la democracia no afrontó en estos años y que concentran algunas de las polémicas más fuertes que conmueven a la sociedad.
El único antecedente de una decisión de este tipo lo señaló el propio Alberto Fernández, en el breve mensaje con que anunció la iniciativa: “Esta es una de las cosas que aprendí de Alfonsín”, dijo el jefe del Estado. “Hay problemas que no puede resolver la dirigencia aisladamente, sino que lo debe debatir y decidir directamente la ciudadanía. Así resolvimos de modo definitivo el problema del Beagle en 1984, gracias a la inteligencia y generosidad del Presidente Alfonsín, cuando todavía no estaban previstas constitucionalmente las consultas populares”.
Luego reflexionó: “No puede ser que cada tema decisivo para nuestro presente y nuestro futuro, termine siendo una pelea encarnizada entre posiciones extremas, que en muchos de esos temas las respuestas terminen dejando desconformes a todos, y para peor, que quienes deberían ser los representantes del pueblo terminen sesionando casi a escondidas, o protegidos por vallas y fuerzas de seguridad. La democracia sin duda no es eso, compatriotas. La democracia es que entre todos resolvamos lo que a todos, todas y todes, nos va a terminar afectando”.
A comienzos de junio el Senado de la Nación comenzó a debatir los proyectos de ley presentados por el oficialismo para modificar la ley de convocatoria a consultas populares con el objetivo de “agilizar” los mecanismos para eventuales llamados a este tipo de votaciones junto con las elecciones generales.
FICCIÓN
Apresurémonos a aclararlo: lo anterior no es parte de ninguna noticia sino una ficción de este cronista.
Sin embargo, lo que no es invento es que el partido que gobierna la Argentina se acordó ahora de las consultas populares. En efecto, a través de algunos de los seguidores más fieles de la Vicepresidenta de la Nación, el Frente de Todos promueve en el Senado una modificación a la ley de consulta popular (Ver recuadro). Esa misma ley que hasta el día de hoy jamás se usó.
El peronismo pretende hacerle retoques a esa ley con el objetivo de poder convocar en el mismo proceso electoral de 2023 a un referendo. La intención, según explicó el senador Oscar Parrilli, es que la ciudadanía se exprese respecto de la propuesta de ampliación de la Corte Suprema de Justicia, entre otras iniciativas que tienen pocas chances de prosperar en la actual conformación del Congreso, dada la relación de fuerzas entre oficialismo y oposición. También especulan con una consulta sobre la creación de un fondo con dinero fugado para pagar la deuda con el FMI.
Lo cierto es que la ley vigente 25.432 impide (sabiamente, en realidad) que la convocatoria a consulta ciudadana coincida con una elección nacional: “El día fijado para la realización de una consulta popular, no podrá coincidir con otro acto eleccionario”, establece en su artículo 14. Por eso quieren modificarla: pretenden que el año que viene, junto con la nueva autoridad presidencial y la elección de legisladores nacionales –además de las provincias en las que también se renueven autoridades– se realice una consulta popular por este tema que, como el oficialismo sabe, tiene escasas chances de prosperar en el Parlamento.
LEY CERO KILÓMETRO
Como es sabido, la ley que regula las consultas populares sigue sin estrenar: hasta el día de hoy no se ha realizado en la Argentina ninguna instancia de ese tipo de alcance nacional.
No obstante, en la Argentina hubo una y única consulta ciudadana. Fue en noviembre de 1984, la que convocó el Presidente Raúl Alfonsín para que la ciudadanía se expresara respecto del acuerdo alcanzado con Chile para garantizar la paz entre ambos países. Todavía no había ley. Por eso aquella consulta no podía ser vinculante, pero dejaría clara la opinión de la ciudadanía. Fue una decisión audaz del mandatario, que confiaba en que la comunidad respaldaría cualquier acuerdo que aventara la posibilidad de conflicto con el país vecino. Habían pasado apenas dos años de la aventura bélica delirante de la dictadura.
Faltaban diez años para que la Reforma Constitucional de 1994 incorporara el referéndum, entre otros mecanismos de democracia participativa, al texto de la máxima ley argentina. Desde entonces (y aunque no faltaron proyectos en el Congreso por variados temas) jamás se realizó una sola consulta ciudadana a toda la población.
“Dejar en poder de las mayorías las decisiones que afectarán su futuro”. Precisamente eso que le niegan a las comunidades en cada conflicto socioambiental.
CON LOS DEDOS DE LA MANO
Sí las hubo, en cambio, en ámbitos provinciales o locales, y siempre con severas dificultades para lograr que se realizaran, dada la hostilidad de los poderes políticos, que (sin grieta en este asunto) no quieren saber nada con que las comunidades decidan. Se cuentan con los dedos de una mano: Misiones (1996), sobre represas, Esquel (2003) y Loncopué (2012) sobre minería, y otra vez Misiones (2014) sobre complejo hidroeléctrico. En todos los casos las comunidades se las “arrancaron” al poder político.
Y ese es uno de los aspectos en los que no hay grieta en la Argentina: ninguno de los dos grandes conglomerados que se presentan como contendientes entre ellos, cree en la capacidad de decidir por su cuenta de las comunidades. Se oponen a la licencia social.
Quizás porque las pocas veces que se hicieron mecanismos de este tipo a nivel local, siempre obstaculizados por los gobiernos, del signo que fueran, las comunidades les dijeron claramente que no a los poderosos.
Es una razón potente para evitar que el pueblo delibere y decida. Y eso se llama, sencillamente, “elitismo”.
POR QUÉ NO HAY CONSULTAS
Las dirigencias no tienen ningún interés en consultar a la población. En cuestiones ambientales directamente lo rechazan sin medias tintas.
La repentina preocupación por la participación ciudadana la expresó Oscar Parrilli, impulsor del proyecto y conocida “espada” de la Vicepresidenta: “Las leyes que rigen datan del 2000-2002 y desde entonces nunca se hizo una consulta popular”, recordó y aseguró: “Esto quiere decir que el mecanismo no funcionó”. Cierto.
Pero la razón principal por la que no funcionó es la aversión de las clases dirigentes argentinas a la posibilidad de que las comunidades decidan, y en especial, a que lo hagan en aquellos temas en los que la dirigencia sospecha que las comunidades decidirán de manera opuesta a los intereses o decisiones que ya tienen tomadas.
Un ejemplo lo proporcionó la discusión sobre el aborto. Buena parte de la dirigencia plantada en posiciones más cerradas respecto de la posibilidad de legalizar la interrupción del embarazo, creía que la sociedad argentina rechazaba tajantemente la idea. Por esa razón se presentaron numerosos proyectos proponiendo consultar a la ciudadanía para resolver el tema; una docena de iniciativas entre Senado y Diputados[1]. A medida que la discusión social fue mostrando cierta apertura de la sociedad argentina y las encuestas insinuaban que la mayoría de la población aprobaba la despenalización, las mismas voces que habían presentado los proyectos fueron apagándose.
Ninguno de los dos grandes conglomerados que se presentan como contendientes entre ellos, cree en la capacidad de decidir por su cuenta de las comunidades. Se oponen a la licencia social.
PARADÓJICO
Por todo eso es raro que el peronismo se acuerde ahora de las consultas populares.
Y es notable: se trata del mismo partido gobernante que se opone terminantemente a la posibilidad de instrumentar mecanismos de licencia social (un reclamo recurrente ante cada conflicto socio-ambiental), es decir que no concibe la posibilidad de que las comunidades sean las que decidan si un emprendimiento potencialmente contaminante debe instalarse o no.
Sin embargo ese mismo oficialismo impulsa una consulta popular (y en el medio de una elección presidencial) para modificar la Corte Suprema de Justicia.
Cada quien evaluará las razones que mueven la iniciativa del partido de gobierno: si lo hace por una repentina vocación de transparentar el lamentable servicio de justicia que tenemos, o si, quizás, lo que subyace es el inconfesable motivo de controlarla para que no haya un solo Urribarri más, es decir, para que no exista ningún otro “de los suyos” que resulte condenado en esas poquísimas ocasiones en que el servicio de justicia cumple con su deber.
ELITISMO POPULISTA
Lo que salta a la vista con fuerza de evidencia es una síntesis extraordinaria de lo que llamo “elitismo populista”. El pueblo solo es invitado a opinar para avalar lo que deciden sus iluminadas dirigencias. Jamás para deliberar y decidir sobre el destino común.
La duda que me queda es qué extraño razonamiento les hace creer que esa misma gente, ese mismo pueblo, esas mismas comunidades a las que no le permiten tomar decisiones sobre su propio futuro, avalarán la desfachatada intentona de obtener impunidad.
No obstante, ¡qué lindo sería que se realice la consulta popular!
Claro que eso no ocurrirá, porque el Congreso no lo aprobaría. La oposición es tan elitista como el oficialismo.
Pero sería lindo. Porque estoy seguro de que el pueblo, ese mismo pueblo al que desprecian profundamente (aunque se autoperciban “populistas”) y por eso no le dejan decidir cuestiones básicas de autonomía, como dijo alguien alguna vez, haría “tronar el escarmiento”.
[1]Proyectos de consulta popular sobre aborto: 6455-D-2020, Asseff; 0184-D-2020, Cornejo; 5733-D-2019, Ramón; 4265-D-2018, Brugge; 4169-D-2018, Pretto; 3401-D-2018, Marcucci; 0946-D-2018, Russo; 0903-D-2018, Roma; 0350-S-2018, Petcoff; 5000-S-2017, Catalfamo; 6942-D-2017, Bianchi; 0010-D-2017, Olmedo.
La diputada nacional Mónica Fein, presidenta del Partido Socialista de Argentina, evoca al referente socialista. Este martes 28 de junio en la plaza del Congreso y en la Cámara de Diputados de la Nación será homenajeado Binner, a dos años de su muerte, por figuras políticas del progresismo de la Argentina y el mundo.
Hermes Binner decía que “hay que creer para ver”. Sus palabras hablaban, siempre, de esperanza y compromiso.
Esto lo definía. Esto fue durante su paso por esta vida. Una persona que dedicó su esfuerzo y su lucha a construir una sociedad más justa, a creer para ver.
Creía profundamente en la capacidad de nuestro pueblo y género siempre procesos participativos.
Hizo del diálogo una práctica cotidiana. Pero no un diálogo vacío, sino un diálogo para transformar, para soñar y construir futuro.
Binner fue un pionero en pensar con mirada estratégica la realidad, en imaginar – y crear- un Estado más cercano, que pudiera realmente dar respuesta a las necesidades de la gente. Plasmó ese modelo en la descentralización, que cambió para siempre la forma de gestionar en la ciudad de Rosario y la provincia de Santa Fe.
Hermes concibió la cultura como un proceso transformador e inclusivo en la sociedad, y su mayor preocupación fue garantizar derechos.
Binner fue también el de aquella enseñanza del maestro Juan B. Justo, el que hacía política con manos limpias y uñas cortas.
Siempre decía -nos decía- que no elegimos donde nacer, pero si transitamos nuestra vida en una sociedad que nos brinde salud y educación, podremos construir nuestro propio destino y tendremos más oportunidades de cambiar la realidad.
Con ese norte construyó el mejor sistema de salud del país, y posiblemente de América Latina. Cercano, en territorio, participativo y accesible.
Binner fue también el de aquella enseñanza del maestro Juan B. Justo, el que hacía política con manos limpias y uñas cortas.
Hermes Binner fue el que hizo realidad los comités mixtos de higiene y salud que había soñado Alfredo Palacios para las trabajadoras y trabajadores, el constructor de una sociedad con la mirada de las niñas y niños de Francesco Tonucci. El que generó los primeros espacios de las mujeres y la diversidad para avanzar.
Con Hermes pinté carteles en las calles, recorrí barrios hablando con la gente y aprendí a gestionar el Estado. Pero por sobre todo logré comprender que primero hay que creer en un futuro mejor y ser capaz de construirlo con la gente.
Así recuerdo a Hermes, el primer Socialista en gobernar una provincia y generar un espacio Socialista capaz de transformar la realidad y hacer posible esa sociedad en la que creemos.
Los best sellers políticos son un fenómeno editorial peculiar, atravesados por la vocación de incidencia en el debate y las urgencias comerciales. Con centro en los editores y dando cuenta de la trama que hay detrás, Ezequiel Saferstein se sumergió en este mundo para ver la factura de estos productos que siempre destacan en las bateas. Con él conversamos para «La Vanguardia».
Ezequiel Saferstein hizo, valga la repetición, un libro sobre libros. Pero no sobre todos, sino sobre algunos cuantos con algunas características muy específicas: los best sellers políticos. Estrellas en las bateas de las librerías comerciales (y en alguna que otra librería de saldos), este tipo de artefacto cultural se alimenta y retroalimenta las discusiones del momento, da voz o lanza dardos a los políticos más relevantes, reúne a periodistas consagrados, neófitos e intelectuales. Algunos perduran en el tiempo, otros nacen para aprovechar una ola que irremediablemente va a extinguirse contra las rocas del inmediatez. La génesis de estos libros están atravesados por lógicas disímiles, a veces contrapuestas y a veces complementarias: las ambiciones comerciales, el timing político y el «olfato» editorial.
El foco del trabajo de Saferstein no es el contenido de los libros o sus autores, sino el andamiaje que los hace posibles. En el centro de esa extensa y multiforme red de actores se encuentran los editores, los verdaderos protagonistas de esta historia. Profesionales híbridos, tensionados entre la búsqueda de rédito y calidad, entre las demandas de los autores, las casas editoriales y, sobre todo, el potencial público lector. Asimismo, los editores de las grandes editoriales trabajan con un ritmo y una presión diferente a los demás, los volúmenes que manejan así como el impacto que puede tener su trabajo los exponen de una manera distinta tanto a los éxitos como a los fracasos.
El otro eje del trabajo tiene que ver con el calificativo «político» de estos libros, lo cual abre toda otra serie de preguntas adicionales. Jugar en la coyuntura y vincularse, de forma directa o indirecta, con los dirigentes más gravitantes del país representan desafíos diferentes a los que implican una novela de éxito o un libro de autoayuda. Los best sellers políticos pueden operar de caja de resonancia como imponer agenda, potenciar nichos hasta entonces sumergidos o infravalorados, ponderar o erosionar figuras, y un largo etcétera. Pero esto tampoco es unilateral, la relación con ese mundillo también implica tensiones y un juego de equilibrios difícil de lograr para no quedar escorado hacia un lado del espectro político. Sobre este y muchos otros temas conversamos con Ezequiel Saferstein para La Vanguardia.
Me resultó muy interesante tu reflexión inicial con respecto al libro como artefacto cultural, tanto por su durabilidad como por sus formas de circulación: ¿Cuáles son sus peculiaridades y qué requiere su abordaje? ¿Por qué creés que las publicaciones periódicas han despertado mayor atención de los investigadores? ¿Qué sea al mismo tiempo un insumo y una fuente complejiza la visión del libro como un objeto de estudio per se?
El universo del libro y la edición puede estudiarse desde distintas disciplinas y distintos puntos de abordaje. Este campo de estudios ha crecido mucho durante las últimas décadas, algo que se ve reflejado en grupos de estudio, proyectos colectivos, congresos, publicaciones y, obviamente, libros. En mi investigación miré a este tipo de artefacto desde la sociología de la cultura, teniendo en cuenta su proceso de producción, circulación y difusión y poniendo el énfasis en los editores, agentes que son protagonistas de su confección, junto a autores y otros intermediarios. Es un artefacto interesante por la durabilidad, por la capacidad de transportar y dar forma a ideas y por ende, por sus formas de circulación y las dinámicas que llevan a tener efectos sobre la trama social. Como afirma Robert Darnton para su estudio sobre los libros políticos que circularon en la Francia prerevolucionaria, un libro es un objeto que construye una totalidad, presenta un argumento que apunta a ser coherente, puede transmitirse y circular ampliamente y, lo que es fundamental, construye una idea de autoridad, de prestigio y de valor asociado al autor, a la editorial y al objeto en sí. Eso es importante porque aun hoy, en época de redes sociales y su fugacidad, los escritores de libros son reconocidos como autores y no hablo solo sobre el mundo intelectual o académico. En el ámbito periodístico, desde el que proviene la mayoría de los autores de best sellers políticos, cuando un periodista publica un libro obtiene un plus de legitimidad y reconocimiento que le permite pararse de otra manera en su medio. Les sirve publicar un libro porque pasan a ser considerados y muchas veces reconocidos como autores. Eso pasa con los autores más prestigiosos hasta con otros referentes que quizá no tienen las credenciales a las que estamos acostumbrados a otorgarle a personajes del mundo intelectual o académico, sino que son figuras que se posicionan como autoridades públicas al ser legitimados por el público, por los medios y por la venta de sus libros.
Es cierto que desde la sociología, las letras, la historia intelectual o la historia de las ideas las revistas han captado más atención, sobre todo en el campo de la historia de las izquierdas. Las revistas político culturales son o han sido objetos sumamente prestigiosos, que permiten reconstruir una época a través de las ideas y sus debates, a través de la reconstrucción de los grupos intelectuales que las llevaban adelante, así como también del conocimiento de su público, pares e interlocutores. Muchas veces las revistas político culturales y los colectivos intelectuales que las llevaban adelante, construyeron proyectos editoriales que buscaban ampliar su radio de acción, algo que también resulta interesante para pensar la intervención intelectual y política desde la cultura impresa en general. Como con las revistas, los libros pueden ser estudiados de distintas maneras y sobre la que me concentré es en el estudio de cómo se hacen los libros de una época, quiénes intervienen, qué buscan, cómo les reditúa económica y simbólicamente a sus protagonistas esa actividad. Esto va de la mano con la reconstrucción de las ideas que emanan de esos libros, algo que es fundamental. Sin embargo, esas ideas son obviamente entidades históricas y contextuadas: no da lo mismo quién lo dice, cómo lo dice, cuándo y desde qué soporte. Por eso algo fundamental es estudiar cómo surgen, cómo se ponen en el papel, cómo se editan, quiénes intervienen en su confección, cómo circulan y cómo se materializan en un objeto que va a circular de manera masiva, que va a ser amplificado por distintas plataformas como los medios, las redes y el boca a boca, que va a ser leído, interpretado y utilizado de distintas maneras.
«El best seller es, por eso, una especie de fenómeno planificado, en tanto hay algo imponderable en el marco de una ingeniería editorial que funciona como fábrica de best sellers, con sus campañas, sus mecanismos de promoción y circulación. Pero no hay best sellers infalibles, no todo libro puede serlo y no se llega al best seller a partir del análisis de algoritmos, aunque eso ayude».
El libro se enfoca en los best seller en general y en los de temática política en particular: ¿A qué llamamos estrictamente best seller? ¿Se trata solo del volumen de ventas, como presume su nombre, o remite también a un modo particular de producción y circulación? En términos comparativos, ¿qué distingue a un libro de estos de cualquier otro?
En mi investigación encontré que, por las características del mercado editorial actual, comandado por los llamados “grandes grupos” y la dinámica del negocio, la búsqueda de best sellers se tornó una especie de necesidad, de requerimiento, sobre todo para este tipo de empresa. Eso nos lleva a ver que el best seller no es solo una calificación a posteriori de acuerdo al número de ventas, sino que aparece más como una búsqueda previa, una apuesta de la editorial a una cantidad de títulos de los que publica mensualmente para que se conviertan en best sellers. Claro está que la fórmula secreta no se ha mostrado 100% eficaz, que hay muchos imponderables en un libro porque así es la dinámica de los consumos culturales, ningún libro o producto cultural es infalible. Las editoriales apuestan por varios títulos con recursos, marketing y prensa pero son solo algunos los que serán efectivamente grandes éxitos. El best seller es, por eso, una especie de fenómeno planificado, en tanto hay algo imponderable en el marco de una ingeniería editorial que funciona como fábrica de best sellers, con sus campañas, sus mecanismos de promoción y circulación. Pero no hay best sellers infalibles, no todo libro puede serlo y no se llega al best seller a partir del análisis de algoritmos, aunque eso ayude. Por eso los editores que los “descubren” son tan valorados y reconocidos en la industria; porque logran captar en el aire algo que no estaba tan claro, tan obvio. Como sucedió con 50 Sombras de Grey o con Harry Potter, los best sellers dicen algo de la sociedad, del humor social, del espíritu de una época pero no necesariamente lo más obvio y lo más visible. Hablamos de una producción cultural masiva, comercial y bastante estandarizada pero no por eso deja de ser interesante cómo son los mecanismos para captar lo emergente que se volverá mainstream. En mi investigación, muestro cómo sucedió algo así con los discursos derechistas sobre los años setenta. En un momento en que la política de derechos humanos del gobierno kirchnerista estaba tan presente, legitimada y aceptada, los editores publicaron libros que la discutieron, criticaron, matizaron o negaron y esos libros se convirtieron en una tendencia que lanzó al mainstream a autores como Juan Bautista Yofre o Ceferino Reato. Ahí hubo una visión e intervención editorial, porque ese tipo de libros y autores circulaba de manera marginal desde el fin de la dictadura, pero pudo ser y asentarse como best seller recién en esta época, de la mano de las grandes editoriales como Random House Sudamericana o Planeta, de sus editores, de sus difusores y obviamente sus lectores.
En el siglo XXI se ve un quiebre en el mercado editorial con la aparición y consolidación de los holdings editoriales internacionales: ¿Qué caracteriza a estos actores y cómo impactaron en la industria? ¿Cuáles son las diferencias, más allá de la escala, con las pequeñas y medianas editoriales (proceso de producción, volumen de tirada, publicidad, etcétera)? ¿Hay un proceso de concentración que redunda en la desaparición de las editoriales medianas?
Los procesos de concentración que inician en la Argentina hacia mediados de los años noventa provocaron una reconfiguración del espacio editorial argentino: grandes holdings internacionales que adquirieron a las empresas nacionales más resonantes, con Sudamericana y Emecé como ejemplos principales, comprados respectivamente por Random House y Planeta. En esos procesos de fusión, el modo de trabajo en el interior de las empresas se transformó profundamente, con nuevos perfiles editoriales, tareas, horarios, objetivos y exigencias que performaron nuevos modos de editar. Esto impactó sobre todo el espacio editorial, porque los grandes jugadores, que controlan tres cuartas partes de la producción, impusieron sus propias reglas, sus condiciones para participar en ese espacio o perecer. Sin embargo, el mercado editorial en la Argentina, a pesar de estar muy concentrado, tiene jugadores de menor tamaño y posición que le dan un dinamismo que no se ve en otros mercados editoriales totalmente fagocitados por los grandes grupos. La tradición editorial argentina y el surgimiento y consolidación de editoriales pequeñas y medianas que compiten, no tanto en escala y estructura, pero sí con catálogos y zonas de intervención adonde las grandes no llegan, le dan un dinamismo interesante al mercado editorial. Si bien las librerías están ocupadas en su mayoría por títulos publicados por los grandes grupos, las editoriales comúnmente llamadas independientes, pero sobre todo las más profesionalizadas de esa zona, se hicieron lugar y hoy ocupan un lugar insoslayable, con ediciones cuidadas, autores reconocidos que publican allí. Lo vemos en las librerías, en la prensa cultural y también en los eventos del rubro como las ferias internacionales, como la de Frankfurt y Guadalajara, así como también en la que se realiza en Buenos Aires en La Rural y en otras más específicas que se han ganado su lugar y reconocimiento como la Feria de Editores y otras más pequeñas pero relevantes, como las ferias “herederas” de la FLIA. Creo que estas editoriales, a pesar de las desigualdades estructurales y la dificultad de competir con las grandes, han ganado un espacio que permite que muchas de ellas se sostengan, aun en un escenario muy difícil y sin políticas estatales sostenidas en el tiempo. En cuanto a las diferencias en el modo de publicar y en el caso particular de los libros de política, creo que las grandes han promovido un formas de hacer y tipos de libros que muchas editoriales medianas y pequeñas buscan replicar o imitar. Algunas han tenido buenos resultados comerciales y a la vez construyeron o mantuvieron una impronta que les permite distinguirse y ocupar un espacio prominente, propio, reconocido, como es el caso de Capital Intelectual, Marea con Historia urgente, o Siglo XXI con su colección Singular. Estas editoriales, entre varias otras, publican libros de coyuntura con un estilo menos de instant book que de debate político o cultural. Tienen una impronta comercial a la vez busca ampliar los debates, salir de la “grieta” o al menos no posicionarse de una manera unilateral, incorporar a autores reconocidos que provienen de la academia, de las ciencias sociales, de las zonas prestigiosas del periodismo, etc. y que pueden decir algo que interpele a públicos más amplios.
El libro se centra mucho en la figura de los editores, rara avis que combina algo del oficio en sentido más tradicional y cierta adecuación a la exigencia de los nuevos tiempos: ¿Qué peculiaridades tienen los editores de las grandes editoriales? ¿Cuáles son sus trayectorias posibles? ¿De dónde provienen y hacia dónde van? ¿Perduran en esos cargos o hay una alta rotación?
Algo que solía decirse cuando comenzaron los procesos de concentración y extranjerización de las editoriales es que, con la entrada de este tipo de capitales, ajenos en principio a la lógica aurática del mundo del libro, los editores ya no iban a ser necesarios e iban a ser reemplazados por gestores del área de los negocios, expertos en marketing o analistas de algoritmos que buscan qué le interesa al público consumidor. En mi acercamiento al campo no me encontré con eso, o no me encontré solo con ese tipo de personajes. Los agentes de marketing más dedicados al área comercial de una empresa editorial pasaron a ocupar un lugar destacado, sin dudas, pero se integraron a trabajar junto a los editores, que no desaparecen sino que siguen siendo muy valorados y necesarios, aunque su perfil haya mutado. Primero hay que diferenciar entre quienes se dedican al área editorial en sentido de trabajar con el texto, su corrección,, estilo, etc, que frecuentemente provienen de la carrera de edición y disciplinas semejantes. Pero quienes se dedican a decidir qué libros se publican, a buscar temas, autores, a pensar en el momento de publicación, en la tapa, etc no provienen generalmente ni de la formación editorial ni del mundo de los negocios, hablando a grandes rasgos. Más bien provienen del mundo del periodismo y la comunicación, eso es algo interesante: editores que eran periodistas o trabajaban en áreas de comunicación de medios o de industrias creativas como la discográfica, el cine, la publicidad, las redes. Los editores deben tener perfiles amplios, que conecten con la coyuntura y hablen distintos lenguajes en términos de comunicación. La carrera editorial aparece como lugar de llegada y punto de partida para disciplinas afines a la producción de contenidos. Las carreras varían. Trabajar en una empresa transnacional implica ritmos de trabajo, exigencias de resultados y presiones que tensionan con ese ideal de editor creativo que tiene que tener su tiempo para pensar, imaginar y proponer ideas creativas. Esa tensión lleva a que muchos queden en el camino, cambien de rumbo y emigren hacia editoriales más pequeñas, que no están del todo sujetas a ese ritmo.
Algo que aprendí entrevistando a los editores y descubriendo la trastienda es que los editores deben ser activos buscadores de temas y autores. No están esperando de manera pasiva que les llegue un manuscrito, sino que lo van a buscar. Y para eso deben estar informados, saber lo que pasa, vincularse con personas, conocer de lo que se habla y también buscarle la vuelta a encontrar cuáles son los temas y figuras de los que se va a hablar. Una especie de “esponja de tendencias” que los hace personajes indispensables para el medio editorial, un espacio que tiene muchos puntos de contacto con otras disciplinas como la publicidad y las consultoras de mercado. Ese conocimiento, que en el medio editorial lo llaman “olfato”, aparece como algo propio de unos pocos editores y editoras talentosos/as. Esa idea del descubridor, del editor con olfato, sigue siendo muy valorada, un talento que es leído como que “se tiene o no se tiene”. Yo intenté reconstruir esa cualidad, pensada más como construcción colectiva que tiene que ver, por un lado, con lo que decías de la adecuación a los nuevos lenguajes y modos de hacer y pensar en esta etapa actual del capitalismo, junto a arrastres históricos y absolutamente indispensables que tienen que ver con la historia del oficio editorial en la argentina. El capital social, el abanico de relaciones y vínculos es indispensable. Los editores deben conocer el mundo intelectual, cultural, literario, periodístico, asistir a eventos y ferias del sector, así como a espacios no estrictamente editoriales que funcionan como fuente de ideas: charlas, encuentros literarios, políticos, eventos académicos, participación en las redes, conocer twitter, muchas cosas que llevan tiempo y que son y no son parte del “tiempo de trabajo”. Para los libros de política eso es indispensable, pero también para editar autoayuda, ensayo, historia y literatura. Y también es importante que los editores son exponentes y protagonistas de un espacio de cooperación mucho más amplio, donde participan los agentes de marketing, prensa, correctores, diagramadores, ghost writers, diseñadores, personal de logística, impresores, corredores, vendedores, en fin, la lista es interminable. Históricamente las credenciales se las ha llevado el autor, porque el mundo cultural es un lugar en donde quien firma es reconocido como tal, ocultando la mediación editorial. Y mirando de cerca ese mundo, vemos al editor como protagonista y cabeza de un equipo de agentes que lo hacen posible, en donde está desde el escritor hasta el último lector.
«El mundo editorial justamente está entre distintos mundos con los que se vincula: el mundo de los medios, el de la literatura, el de los intelectuales, el de la política. El campo editorial es un espacio de relaciones».
De tu investigación resulta evidente que hay un relación estrecha entre estas editoriales y los medios de comunicación, tanto para el reclutamiento de autores como para la difusión: ¿Se lo puede pensar como parte de un mismo campo o, más bien, como campos complementarios y con diferencias? ¿Resulta fundamental para las editoriales convertir los libros en “fenómenos mediáticos”?
Un editor me decía que su editorial se parecía cada vez más a una revista, por los tiempos acelerados en la producción y circulación, por la cercanía con la coyuntura, por lo vertiginoso de todo el proceso editorial, el día a día. Idealmente una editorial no era eso, sino que, como decíamos al principio, el libro aparecía más como una reflexión pausada, pensada, no tan sujeta a la velocidad de la coyuntura. Eso fue cambiando no solo por la vertiginosidad de la coyuntura política argentina que da temas nuevos todos los días, sino que esto debe entenderse también en un espacio de producción cultural cada vez más segmentado, individualizado, customizado, proceso que se da a nivel global: cada consumidor/lector/comprado de libro tiene que tener uno pensado exclusivamente para él. La baja de tiradas y el aumento de novedades y títulos ilustra este proceso. En ese escenario de alta oferta y competencia, distinguirse es fundamental, por eso hacer de los libros un hecho del que se hable, que sea noticiable, es fundamental, aunque como decía antes, no infalible. Muchísimos libros que se pensaron como best sellers políticos, y que tuvieron prensa, financiamiento para circular por todos lados, luego no fueron grandes éxitos de venta. Ahora se me ocurre el libro Hermano, de Santiago O’Donnell sobre el hermano de Macri: tuvo muchísima prensa pero no fue el éxito que se esperaba. Eso también muestra que el mundo editorial y el de los medios no son el mismo espacio. Analíticamente podemos pensar en dos campos distintos, con mediaciones y conexiones. El mundo editorial justamente está entre distintos mundos con los que se vincula: el mundo de los medios, el de la literatura, el de los intelectuales, el de la política. El campo editorial es un espacio de relaciones.
En cuanto a los autores hay diferentes perfiles en función del peso del nombre propio y otras cuestiones: ¿La notoriedad es condición suficiente para que un autor se vuelva un best seller? ¿Cómo se vinculan los tanques editoriales con el mundo académico e intelectual? Por poner un nombre propio, ¿Sarlo es una excepción o hay más casos semejantes?
Hay un círculo que en general se reproduce: los autores más conocidos son los que más venden, los que las editoriales más buscan captar, los que tienen las de ganar en una industria que da cada vez menos anticipos y beneficios. Los “autores marca” los llamé, pensando en que su firma funciona como garantía de algo que puede variar: de calidad, de prestigio, de objetividad, De valentía frente al poder, de su grado de implacabilidad con el poder de turno, de posicionarse en un lado de la grieta, etc. En general estos autores provienen del ámbito mediático, ya son marcas instaladas en distintas plataformas, no solo el libro sino también la radio, la columna dominical, la invitación al prime time televisivo, la masiva cuenta de twitter. Sin embargo, no se trata de una industria que viva solo de este tipo de autores. La mayoría de los libros de política que se publican son escritos por periodistas y no todos son los nombres más conocidos: no todos son Majul, Lanata o Verbitsky. Y escribir un libro de política para un periodista es redituable, sino en términos económicos (por lo que decía de los anticipos o la posibilidad de que no sea un best seller), sí en términos de hacerse un nombre, hacerse más conocido, ser reconocido en su propio medio gracias a tener un libro publicado en una editorial importante. Hacerse un nombre es también fundamental para el mundo académico e intelectual y eso puede convivir con publicar en una editorial grande, aunque no siempre funcione, por distintas razones que competen tanto a las editoriales como a los académicos e intelectuales. A los académicos no les reditúa necesariamente en términos profesionales publicar un best seller político porque las instancias de evaluación no lo valoran, porque puede aparecer el temor de vulgarizarse, de no lograr la profundidad que le gustaría tener, porque puede ser mal visto por los pares, etc. A los editores puede no tentarlos publicar a académicos porque puede costarles conseguir el registro estilístico que sea accesible a un público más amplio que el que lee sus papers, porque tienen que estar detrás del autor para quien la publicación de un libro de estas características no es su prioridad o porque este no quiere o no puede entregarlo tan rápido como pretende la editorial, etc. Hay pocos casos en donde esta relación tensa funciona y en que es conveniente para ambas partes. Cuando esa armonía se logra, en general aparecen libros valiosos que pueden no ser los más vendidos, pero dejan una marca en medio de tanta volatilidad, porque son tomados en cuenta para el debate público y porque le dan una vuelta más interesante a un segmento en donde priman los libros rápidos y muy atados a la coyuntura. El caso de Sarlo es interesante pero también es excepcional porque la intervención de Sarlo en los medios y con un registro para un público amplio proviene de larga data. La publicación de libros políticos con una impronta comercial escritos por académicos es algo que viene siendo trabajado cada vez más, sobre todo por editoriales medianas y pequeñas como las que mencioné antes y que tienen una impronta interesante para el debate político.
Otro punto importante es lo propiamente político de los “best seller políticos”: ¿Cuál es la relación entre los políticos y las grandes editoriales? ¿Existen presiones explícitas o implícitas sobre lo que se publica? ¿Existen libros “por encargo” de parte de los políticos o esto no trasciende? ¿Qué lugar tienen las biografías, autorizadas o no, de los políticos en los catálogos de estas editoriales? ¿Cómo manejan las grandes editoriales los riesgos de los alineamientos partidarios y la segmentación del público?
La relación entre los políticos y la edición viene de largo arrastre histórico en la Argentina y en otros mercados editoriales. Cuando salió el libro de Cristina Kirchner pareció una novedad. Obviamente lo fue en el sentido del impacto en ventas y en lo que representó ese libro, en un contexto político particular, de crisis económica, de gobierno de Cambiemos en declive, de espera y expectativa con respecto a lo que una figura política tan central y con intervenciones tan espaciadas tenía para decir sobre su eventual candidatura y sobre el país, por la sorpresa que generó su publicación luego de ser mantenido en un estricto hermetismo aun en tiempos de “off the record”, por el evento político masivo que se armó en la feria del libro, por cómo CFK se construyó como autora y a la vez por cómo reposicionó su figura política, etc. Todas esas dimensiones, entre otras, lo hacen un fenómeno super interesante para indagar, que es algo que estoy ocupándome en este momento. La relación entre políticos y el mundo editorial claramente no es nueva, ni en las grandes ni en otras editoriales más pequeñas, quitando obviamente a las editoriales partidarias o estrictamente políticas, de izquierdas o de derechas, que han sido escenarios para la intervención política por parte de dirigentes, referentes, militantes. Si pensamos desde el retorno de la democracia hacia hoy, casi todos los políticos de relevancia han firmado libros como autores, o han sido entrevistados, o han sido biografiados de manera crítica o desde una perspectiva valorativa. Circulan muchos rumores acerca de si tales libros fueron verdaderamente escritos por los políticos, si hubo censura o presiones o beneficios económicos para publicar o no, etc. Como parte de mi investigación me interesa analizar cómo repercute una carrera autoral en el campo de la política y cómo interviene el mundo editorial en el apuntalamiento de esa carrera. Volviendo al caso de CFK o también al de Macri, dos figuras políticas insoslayables de las últimas décadas, apareció el debate sobre si ellos efectivamente habían escrito sus libros. Más allá de esa anécdota, haber firmado esos libros y convertirse en autores los han reposicionado en el escenario político, así como les ha permitido intervenir sobre esa esfera desde otro lugar, desde el espacio editorial que, con esos casos como ejemplo, tiene su relevancia como prisma para pensar procesos más amplios como los debates y disputas culturales y políticas.
El tema de la posible alineación partidaria por parte de las editoriales es muy interesante para pensar. Podemos ir por partes. En principio, una editorial transnacional, en tanto empresa comercial del mundo del entretenimiento, tiene su oferta que llega y debe llegar a amplios públicos. Claramente no puede ser una “editorial de facción”, como me decía un editor, porque no son editoriales propiedad de una persona, como lo han sido las editoriales familiares o editoriales más pequeñas de hoy en donde la impronta (política, estética, intelectual, literaria, etc.) del director o dueño podría estar muy presente. En las grandes editoriales no es tan lineal, porque hay accionistas, son sociedades de muchas personas, muchas veces anónimas y el catálogo está en gran parte regido por esa lógica comercial, que tensiona con la trayectoria y visión de quien ocupa la dirección editorial. Esta persona puede hacer muy bien su trabajo en tanto editor/a con olfato que no confunde “su biblioteca” con su “plan editorial”, pero a la vez es una persona que lee, que tiene gustos, preferencias, inclinaciones intelectuales, culturales, literarias o políticas. En ese sentido los directores editoriales son muy importantes y eso lo muestro en el libro a partir del seguimiento de las trayectorias editoriales de Pablo Avelluto e Ignacio Iraola, su catálogo de autores, sus afinidades, sus inclinaciones. Eso puede existir en una empresa de este tipo si se mantiene la máxima de generar rentabilidad. Pero hay una tensión necesaria entre la búsqueda comercial, los intereses de los directores, su vocación de intervención pública y la impronta histórica de la editorial que lo hacen un tema interesante que requiere explicaciones complejas que eviten sacar conclusiones de tipo “Sudamericana es una editorial de derecha porque publicó los libros revisionistas del Tata Yofre” o “Planeta es una editorial de izquierda porque publicó a Christian Castillo del PTS”. Sudamericana publicó Sinceramente y Planeta publicó Primer Tiempo y no las convierte en editoriales kirchneristas o macristas. Los catálogos son amplios, conviven autores de un lado y otro de la grieta, si se lo quiere poner en esos términos, y a la vez hay autores y libros que tienen más afinidad que otros en relación con la posición y trayectoria de quien ocupa la dirección editorial y los editores de planta que proponen los títulos.
La figura de Pablo Avelluto destaca a lo largo del libro, tanto por sus dotes como editor, la contundencia de sus frases y su trayectoria posterior: ¿Es el caso de Avelluto excepcional y por qué? ¿Cómo son los perfiles alternativos al suyo? ¿Hay algún otro nombre propio célebre, aunque sea en el mundillo?
La trayectoria de Pablo Avelluto está trabajada en profundidad en el libro porque lo consideré, más allá de lo anecdótico y la singularidad del personaje, un caso sociológicamente productivo que me permitió explicar la relevancia del mundo editorial como escenario de vínculos que pueden ser condiciones para sobresalir, resaltar y, eventualmente, dar el paso hacia otros mundos posibles, como el de la política. Que no haya sido la figura que más resaltó en la gestión gubernamental entre 2015 y 2019 no quita la relevancia que adquirió en su gestión al frente de Random House-Sudamericana, por su ingreso a la edición en el contexto de las transformaciones estructurales de fines de los noventa, por su trayectoria en distintos puestos de distintas editoriales, desde el área de prensa hasta el lugar más alto de la dirección (al igual que Nacho Iraola, de Planeta), por el reconocimiento por adhesión o por oposición que generaba entre los pares de las distintas editoriales (ser tenido en cuenta, por reconocimiento o por rechazo es algo relevante para analizar las trayectorias en un espacio de producción cultural).
Además, por el catálogo de autores que impulsó desde una aptitud para conseguir éxitos editoriales que no desentonó con una vocación de intervención intelectual y política activa. Más allá de que sea o no de nuestro agrado o simpatía lo que publicó, es relevante pensarlo como intervención, en donde las apuestas personales se cruzaron con la lógica de una empresa corporativa de producción de contenidos. Eso le da un carácter rico para el análisis y permite discutir con la idea de que las editoriales grandes solamente producen mercancías, como si el libro fuera un “frasco de mayonesa” o una “caja de ravioles”. Eso lo muestra su promoción de libros “anti k” en general y libros revisionistas sobre los años setenta en particular, un tema que lo interpeló en toda su trayectoria biográfica, estudiantil, activista, editorial y también política, si tenemos en cuenta sus intervenciones previas a su trayectoria editorial, sus vínculos con personajes relevantes como Graciela Fernández Meijide, Héctor Leis o Aníbal Guevara, los programas que llevó adelante en el Ministerio de Cultura como “Ideas” y “Diálogos globales”, etc.. En esa trayectoria, la idea del “diálogo” como modo de gestionar la memoria del pasado reciente es una referencia que lo ubica como actor relevante en el debate sobre la memoria, en tanto articulador, mediador y propulsor de visiones sobre el período, algo que hemos investigado y abordado junto a Analía Goldentul en algunos trabajos. El perfil de Avelluto, que lo considero como un editor integral en tanto se adecúa a las necesidades editoriales de la época y no desdeña de las modalidades de intervención editorial de épocas más románticas y menos atravesadas por la necesidad de generar rentabilidad, contrasta con el de otros perfiles editoriales. En Planeta, en cambio, primó un perfil más pragmático, con libros que buscaron la oportunidad del momento de acuerdo a temas y tendencias que estaban o que podían estar en boga, con una mirada política activa y presente en el rechazo a las figuras de los políticos, como muestra toda la camada de libros sobre corrupción que promueven “revelar las miserias del poder”. También existen perfiles mucho más comerciales como el de Ediciones B, que publicó libros de política solo si había mercado, sin una línea identificable y, en el caso de que no haya mercado en un momento determinado, publican otros géneros intercambiables como la superación personal, autoayuda o de cocina. Más allá de las personas, vemos que reducir el mundo editorial a “las grandes” vs “las independientes” permite explicar una parte, pero es necesario dar cuenta de las heterogeneidades y diferencias en el interior de esos dos grandes polos.
«La relación entre políticos y el mundo editorial claramente no es nueva, ni en las grandes ni en otras editoriales más pequeñas, quitando obviamente a las editoriales partidarias o estrictamente políticas, de izquierdas o de derechas, que han sido escenarios para la intervención política por parte de dirigentes, referentes, militantes. Si pensamos desde el retorno de la democracia hacia hoy, casi todos los políticos de relevancia han firmado libros como autores, o han sido entrevistados, o han sido biografiados de manera crítica o desde una perspectiva valorativa».
Por último, te quería consultar por el tema del éxito de los best seller y su circulación: ¿Cuándo se considera que un best seller es exitoso y cuando un fracaso? ¿Qué impacto puede tener un fracaso editorial en editores y autores? ¿La piratería es una amenaza o, por el contrario, un vehículo de difusión?
El éxito editorial es relativo a las expectativas previas. Se puede apostar mucho por un libro que vende pero no lo esperado y puede ser considerado un fracaso, porque implica inversión en anticipos, publicidad, distribución, logística, compromiso con autores, periodistas y lectores. Siempre el mejor escenario es cuando el éxito acompaña la expectativa, porque si sucede lo contrario, que sea totalmente sorpresiva la buena venta de un libro, también genera el problema del posible quiebre de stock, no alcanzar a cubrir lo que se demanda y los retrasos en reimpresiones pueden ser un problema. En general una buena venta está en relación con la tirada: si se vende lo que se imprimió, es una buena venta y allí se va calculando si se reimprime o no, ante el riesgo de terminar saldando el remanente, algo que sucede mucho para el caso de los libros políticos. Creo que en este tipo de libros a los autores no les repercute tan negativamente el hecho de no ser un best seller: puede ser redituable en términos profesionales o simbólicos aunque no sea el éxito de ventas esperado. Para los editores es más complicado porque están atados a sus resultados y éxitos; hay un sistema de compensaciones y premios por alcance de objetivos y “castigos” ante una mala mirada. Pero incluso los editores más exitosos nadan entre rechazos y son solo una mínima parte de sus apuestas las que realmente hacen la diferencia. La preocupación por la piratería está siempre en las grandes editoriales, creo que es un tema importante pero menos que en otros mercados de Latinoamérica donde vemos piratería en todo el espectro de editoriales en cuanto a tamaño y estructura. Si lo pensamos en términos más integrales, sí, puede funcionar como vehículo de difusión y en algunos casos no impide que el libro sea comprado. Eso para libros masivos puede no afectar tanto la venta, como sí sucede para el caso de libros de circulación más restringida, como los libros académicos. Pero, por ejemplo, con el caso de Sinceramente, su rápida difusión en PDF por whatsapp no hizo que el libro fracase en ventas. Fue un caso excepcional por la relación de los lectores con el objeto, otro tema muy interesante para indagar: los usos del libro; qué sucede con el libro en tanto artefacto material que se tiene entre manos, se subraya o se deja impoluto, se presta o se cuida, se guarda en la biblioteca o se ostenta en el colectivo, etc.
En el último tiempo venís cruzando, junto a otros colegas, tus trabajos sobre las grandes editoriales con la emergencia y consolidación de las nuevas derechas ¿Cómo se vinculan estos dos procesos en sus trabajos? ¿La llegada de autores vinculados a este segmento ideológico altera en algo la lógica de los tanques editoriales? ¿Y viceversa?
La llegada al estudio de las nuevas derechas fue un emergente de la investigación que desarrollé y se plasmó en el libro. Aquella lógica de los “libros de la grieta”, como lo abordamos junto a Martín Vicente y Sergio Morresi en un trabajo reciente, muestra cómo los libros más resonantes fueron aquellos que se posicionaron de manera activa en relación con una gestión y sobre todo los que lo hicieron desde la oposición. Siempre en el mercado editorial de libros políticos hay libros y autores más mainstream, los publicados por las grandes editoriales, y títulos de autores más marginales, que en general las grandes editoriales no contrataban, porque si bien los libros opositores son los que más venden, aparecían ciertos límites a la contratación que expresan un poco la tensión entre lo vendible y lo publicable. En esa tensión los editores evalúan y deciden. “No todo es publicable, por más que venda”, me decía un editor que ya no está en actividad. En el caso de las nuevas derechas se está dando paulatinamente un fenómeno interesante que tensa un poco esa disyuntiva. Y vemos cómo autores otrora marginales, que publicaban en pequeñas editoriales derechistas, hoy dan el paso a las grandes editoriales, que les garantizan una circulación regional que hace algunos años no imaginaban. Ese movimiento no se da en el vacío ni solamente en el mercado editorial, sino que lo vemos en toda al esfera mediática y pública. El mercado editorial impulsa y también acompaña. Agustín Laje, uno de los referentes intelectuales de estas nuevas derechas, comenzó publicando de manera autónoma y junto a la editorial Unión, una editorial que se llama “la editorial del pensamiento liberal”, fundada en España y con filial en Argentina, que publica a todos los autores de la Escuela Austríaca pero también a autores de nacionalismo reaccionario de la Argentina. Allí Laje publicó junto con Nicolás Márquez su Libro negro de la nueva izquierda, que le permitió un crecimiento exponencial de tal magnitud que llamó la atención de una editorial transnacional de gran tamaño como Harper Collins, donde publicó La batalla cultural. Ese libro fue contratado por la filial estadounidense de Harper Collins y lanzado por ese sello en México, en donde Laje tiene un público amplio y en donde esa editorial tiene la capacidad de distribución nacional y regional. Tal es así que Harper hizo un acuerdo con una pequeña editorial argentina, Hojas del Sur, que imprimió ese libro en Argentina. La batalla cultural se presentó primero en la feria del libro de Bogotá y semanas más tarde, en la de Buenos Aires, en un evento que reunió al autor junto a Nicolás Márquez y a Javier Milei. Fue un evento masivo e inusual para la Feria, con más de mil personas que desbordaron la sala y convirtieron a ese libro en el más vendido de la feria, según su editor en Argentina. Algo similar ocurrió con el libro de Javier Milei, publicado por Planeta luego de una trayectoria autoral que pasó por editoriales pequeñas como Unión y medianas como Galerna. Gloria Álvarez o Axel Kaiser son otros casos análogos en la región. Con su llegada a las grandes editoriales, sus libros tienen garantizada una circulación a mucha mayor escala, tal como viene sucediendo con sus ideas que son materia de discusión en la opinión pública, no solo de un nicho marginal. Entonces con esa circulación masiva que se ve en libros que podemos encontrar en todas las librerías del país, en eventos colmados en el marco del principal acontecimiento del mundo del libro y en los miles de jóvenes que los compran y comentan, vemos que las llamadas nuevas derechas van ocupando un lugar destacable en el podio de los best sellers políticos.
QUIÉN ES
Ezequiel Saferstein es Doctor en Ciencias Sociales (FSOC-UBA), Magister en Sociología de la Cultura y el Análisis Cultural (IDAES-UNSAM) y licenciado en Sociología (FSOC-UBA). Docente en la materia “Sociología de la Cultura 2: Sociología de los intelectuales” de la Carrera de Sociología (UBA). Es investigador asistente CONICET con sede en el CeDInCI (UNSAM).
Sus temas de investigación están dirigidos hacia el estudio de las relaciones entre cultura y política, atendiendo a las transformaciones del campo editorial argentino de las últimas décadas, al rol de los editores y a sus modos de intervención cultural, política y económica. En 2021 publicó ¿Cómo se fabrica un best seller político? La trastienda de los éxitos editoriales y su capacidad de intervenir en la agenda pública (Ed. Siglo XXI Editores).