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Siempre a seguir

Siempre a seguir

Las pérdidas golpean y duelen, es inevitable. En política, puede ser devastador. El fallecimiento de Miguel Lifschitz fue uno de esos cimbronazos duros e inesperados. Pero el socialismo debe mantenerse de pie, seguir adelante, nos queda el futuro.

DE AUSENCIAS Y LEGADOS

A estas alturas ya serán mucho los mensajes de afecto, la pena por la muerte injusta y temprana. Un homenaje que resonó en cada rincón de su provincia y en muchos del país. Un homenaje que, como a él le hubiera gustado, fue extenso, plural y diverso. Familiares, amigos y amigas, compañeros y compañeras, adversarios y adversarias, periodistas, simpatizantes, votantes, ciudadanos y ciudadanas despidieron a Miguel Lifschitz. Frente a la Legislatura de Santa Fe se montó en estos días una suerte de santuario con banderas de militantes, suvenires, fotografías y carteles, toda una rareza para agradecer a un ateo en tiempos de desgracias globales. La esperanza de su recuperación movilizó, activó, unió y conmovió. Quizá se pueda convertir ese genuino y puro sentimiento de desazón en algo diferente.

Las pérdidas se acumulan, el socialismo ha vivido un año fatídico. Primero Hermes Binner, luego Élida Racino, ahora Miguel Lifschitz. Figuras señeras para los que tuvimos, como uno de nosotros, la suerte de vivir y disfrutar la era progresista en la provincia de Santa Fe. A los que venimos de Mar del Plata, otra tierra prolífica en socialista célebres, se suman las dolorosas ausencias de Francisco «Pancho» Morea, María del Carmen Viñas y Stella Piergentili que nos dejaron algún tiempo atrás, por otras circunstancias, pero dejando vacíos equiparables. Quizá se podrían contar más, no se trata de conformar un panteón. El bronce pertenece, para bien o para mal, a otras tradiciones políticas, porque en el socialismo siempre se ha privilegiado el lazo humano y fraterno antes que el olímpico y distante. Hay que seguir, por ellos y por nosotros. La huella, ese patrimonio común que queda, es profunda y marca un rumbo. Será momento de recuperar fuerzas y seguir adelante.

No todo tiene que ser tristeza. Después de todo, la política es vocación de poder hacer, pero también poder imaginar y proyectar ideas y valores que van más allá de la existencia misma de las personas que los enaltecieron. Hay, entonces, esperanza.

Como ocurrió con Hermes, sobre Miguel se escribió mucho. Su obra como intendente y gobernador está a la vista, sus cualidades como el dirigente provincial que no dejó pueblo sin recorrer, también. Sus virtudes como militante y dirigente están reflejadas en tantos testimonios como miembros tiene el Partido Socialista y sus compañeros de ruta en la no siempre fácil empresa progresista, desde los más cercanos hasta los que tuvimos la posibilidad de escucharlo en el estrado, en una entrevista o, en alguna oportunidad, más de cerca. Tuvo una ejemplaridad sin grandilocuencias, en base al trabajo y una perseverancia inmune a las adversidades. Supo ganar y supo perder, pero nunca rendirse.

Miguel Lifschitz se fue siendo un líder socialista, uno con proyección y vocación nacional, con mucho, muchísimo para dar. Un referente que, entre tanto personalismo, promovió y supo alentar el crecimiento de figuras a su alrededor, con una mirada más progresista, diversa y feminista que otros mucho más jactanciosos que él. Su gabinete paritario, su muy activa política frente a las cuestiones de diversidad, su relación estrecha con dirigentes más jóvenes, lo atestiguan mucho mejor que cualquier discurso que se hayan podido pronunciar.

A pesar de estas duras circunstancias, el Partido Socialista está en buenas manos, será hora que muchas y muchos otros den un paso al frente, como ya lo hizo Mónica Fein, Enrique Estévez y, con ellos, tantos y tantas más. Será el tiempo de otros y otras, de los jóvenes y las mujeres, como le gustaba recordarnos en cada intervención. La última, justamente, en la celebración de Fein como nueva presidenta del PS. Nada es casual. No todo tiene que ser tristeza. Después de todo, la política es vocación de poder hacer, pero también poder imaginar y proyectar ideas y valores que van más allá de la existencia misma de las personas que los enaltecieron. Hay, entonces, esperanza.

¿QUÉ SOCIALISMO?

El progresismo vive tiempos críticos. El avance de las derechas en distintas latitudes, la crisis perpetua de las políticas de bienestar, un capitalismo tan salvaje como incólume y siempre adaptable, la democracia en jaque entre promesas incumplidas y deudas impagables, la desigualdad que devora todo a su paso, en fin, un panorama desolador. En la Argentina, el escenario no es menos incierto, entre una polarización que se profundiza y problemas estructurales que se retroalimentan. A pesar de su debilidad, sería baladí negarla, el socialismo tiene un papel que cumplir. Lifschitz lo sabía e hizo mucho para devolvérselo. Pero, como se preguntara Norberto Bobbio alguna vez: ¿qué socialismo?

En una conferencia por los 40 años de la fundación del Partido Socialista Popular, el historiador Darío Macor (a quien debemos en gran medida esta amistad y coautoría) avanzó en una interpretación de la evolución de ese nuevo socialismo que se consolidó al filo del siglo XXI. En sus orígenes, el Partido Socialista Popular quiso pensarse como heredero de la tradición filiada en Alfredo Palacios, apelando a un socialismo popular y criollo, antiimperialista, patriotero y algo belicoso. Pero cuando esa fuerza política fue madurando, al calor de la democracia reconstruida en 1983, de los valores y desafíos asumidos en una etapa que ya no era la de los convulsionados años ’70, el socialismo comenzó a reivindicar a la par a otra figura de aquellos “años heroicos”: la de Juan B. Justo, el médico que se había hecho socialista porque consideraba que la sociedad de su época era una gran metáfora de los pacientes sufrientes que trataba. Un socialista más equilibrado, si se quiere, una espada que también tenía la pluma como arma. Para Darío Macor, ese devenir demostraba una elección y un aprendizaje que tenía algo de discreto. La estridencia y el coraje del duelista, admirado en los primeros tiempos, debía conjugarse con el reconocimiento de la inteligencia y la labor paciente del teórico y práctico de la política. Guillermo Estévez Boero emprendió esa tarea- quizá inspirado por Portantiero, Aricó y tantos otros-, tendió puentes y abrió puertas. Se trataba de recrear un socialismo más abierto y plural, sin perder la intensidad militante y la vocación de transformación. Nadie bajó las banderas, simplemente cambiaron los tiempos.

Se trata más bien de la conformación acompasada de un espacio que, de la mano de distintos actores de la sociedad y la política, fue marcando con el sello del gobierno responsable, eficiente y de carácter progresista a una experiencia única.

A casi una década de ese balance a cargo de alguien que conoció desde dentro ese proceso, probablemente estemos en condiciones de esbozar uno nuevo, quizá más modesto y al calor de los acontecimientos. La desaparición de dos de los principales exponentes que llevaron a su momento más brillante –aunque sin aquellas estridencias– al socialismo argentino con núcleo en Santa Fe nos devuelve una imagen si no tranquilizadora, al menos lo suficientemente luminosa como para alumbrar el sendero de lo que viene. Las experiencias de gobierno en Rosario y luego en toda la provincia del litoral, al encabezar el PS al Frente Progresista Cívico y Social, han moldeado una vez más esa tradición socialista y lo han hecho con una materia noble y duradera.

No se trata ya de grandes elaboraciones doctrinarias en donde se sistematizan prestigiosas referencias intelectuales, algo que se le ha recriminado desde ciertos paladares a este “socialismo realmente existente”, como si eso fuese una falta irreparable para identificarse con él y palpar sus logros, por demás evidentes para propios y extraños. Tampoco se trata de la rimbombancia y los fuegos de artificio de quienes prometieron el Cielo y quemaron los puentes para llegar a él. Se trata más bien de la conformación acompasada de un espacio que, de la mano de distintos actores de la sociedad y la política, fue marcando con el sello del gobierno responsable, eficiente y de carácter progresista a una experiencia única. Todo ello le granjeó a los socialistas el respeto y, en más raras ocasiones, el desdén malintencionado de sus competidores. Precisamente porque la forma de construir comunidad de esos gobiernos socialistas fue, ante todo, diferente. Antes que aportar una identidad con oropeles, ese espacio hizo sentir representados a militantes y ciudadanos que en un contexto dramático como el actual realzan aún más todo lo que ello significó, significa y puede significar de aquí en más.

Un socialismo de gestión y valores

Se ha criticado duramente al Partido Socialista por su “honestismo” y, a veces, quizá con razón. Pero la política argentina da muestras una y otra vez que ciertos valores puestos en práctica son mucho más que un historial de “manos limpias y uñas cortas”. Hacen a un concepto de la cosa pública, una gestión de cara a la ciudadanía, de cercanía y participación. Más profundo y extenso que las muchas veces banalizadas manifestaciones del “no roban”, condición necesaria pero para nada suficiente. El socialismo santafesino consiguió cosas inéditas, a veces lo perdemos de vista, con quejas agrias porque el modelo “no se nacionalizó”. El PS se ha visto tironeado muchas veces de un lado y otro, corrido por derecha y por izquierda, invitado a tomar atajos y tentado por doquier. Ha capeado eso como ha podido, por pura pulsión de supervivencia. El bastión santafesino ha sido su marca y tal vez su límite, Lifschitz lo sabía, como también Binner, Bonfatti, y muchos otros. Las soluciones a ese atolladero son más difíciles de lo que parecen, pero eso no tiene que hacer perder de vista lo conseguido. La autocrítica siempre es sana, pero no debe suponer la negación de lo se ha logrado con mucho esfuerzo y constancia.

El socialismo en Argentina se ha convertido en sinónimo de salud pública, de educación, de diversidad e inclusión, de igualdad. Políticas de Bienestar, con mayúsculas, que muchos quisieron replicar. La gestión de lo público fusiona dos dimensiones inescindibles de la política: el poder llegar allí, primero, más la pericia y la capacidad de obrar desde ese lugar de responsabilidad, después. Si, pese a todo, eso se logra sin abandonar y honrando las convicciones que prepararon el camino, la ética socialista nos muestra otro rostro de la política. Honestidad, sí, para construir, para transformar, para hacer, sino el mundo, una comunidad un poco mejor. Una proximidad de los gobiernos con la sociedad que no requirió de grandes discursos o de personalidades avasallantes, aunque eso imponga un precio ante la dinámica de la política actual. Un precio que, al fin y al cabo, puede valer la pena pagar.

El socialismo en Argentina ha logrado convertirse en sinónimo de salud pública, de educación, de diversidad e inclusión, de igualdad. Políticas de Bienestar, con mayúsculas, que muchos quisieron replicar. La gestión de lo público fusiona dos dimensiones inescindibles de la política: el poder llegar allí, primero, más la pericia y la capacidad de obrar desde ese lugar de responsabilidad, después.

Un socialismo de coalición

El socialismo contemporáneo, al menos el encarnado por el PS (es cierto, hay muchos otros socialismos con múltiples modulaciones), es uno modesto, reformista y, sobre todo, plural. Desde muy temprano, no sin desistir de viejos dogmatismos y arraigadas certezas, apostó por la construcción desde la diversidad: primero para reagrupar a la malherida y dispersa familia socialista, luego para confluir con otras familias, diferentes e incluso extrañas. La construcción coalicional es trabajosa y endeble, a veces estéril, siempre difícil. Construir con otros implica ceder, apostar a algo más que nosotros mismos, abjurar de cierto amor propio. Un poco por necesidad, otro tanto por virtud, la vocación de lo colectivo es también un aprendizaje indispensable.

Las coaliciones son construcciones frágiles, asimétricas, cambiantes. Se las puede pensar como un signo de los tiempos, un dato de la era posterior a la de los grandes partidos políticos de antaño que llegó para quedarse, pero que de forma inexorable incluye a esas viejas formaciones. El socialismo argentino tiene un sendero recorrido en ese sentido, tanto en su historia como en su presente. Y lo cierto es que, pese a todo, no lo ha hecho mal. El FPCyS en Santa Fe, con su más de una década de vida, es una experiencia singular y, de algún modo, ejemplar. El Frente Amplio Progresista a nivel nacional se vivió con esperanza y llevó a un candidato presidencial socialista más lejos que nunca antes. También el camino está empedrado de intentos fallidos y fracasos resonantes. De todo hay que aprender, sin beneficio de inventario, la construcción de frentes, alianzas y coaliciones parece una tarea hoy tan dificultosa como ineludible para evadir la testimonialidad. A veces se lidera y a veces se acompaña, a veces se gana y muchas otras se pierde.

La política es un camino arduo de promesas, decepciones, logros parciales, nuevos objetivos. Una dinámica de nunca acabar, a cada solución le nace un problema nuevo. Este desafío es todavía mayor cuando se basa en el inconformismo, cuando mucho de lo que ocurre nos disgusta, cuando la realidad duele. Las desigualdades y las injusticias parecen aflorar cada vez, tomar el cielo por asalto no parece una solución posible (aunque todavía lo imaginemos). No hay pases de magia ni conquistas definitivas, solo problemas y personas en un mundo que se nos hace muchas veces hostil. Y son diversos los actores sociales y políticos que han caído en cuenta de que caminar a la par con otros puede llegar a ser la única forma de transformar lo que solos resultaría imposible. Aquellos grandes fines de la libertad, la igualdad y la emancipación sólo pueden visualizarse en el horizonte si las energías son puestas en movimiento. Recorrer un territorio, conversar, convencer, construir. Todo eso está en marcha, hay que seguir.   

Un socialismo plural   

Durante mucho tiempo pensamos la desigualdad en singular, de forma simple, unilateral. Una batalla única, a muerte, con promesas de un desenlace definitivo: “¡Es la lucha final!”, rezaba La Internacional. Más allá de las injustas simplificaciones, ese diagnóstico pareciera ya no ser así. Ya no existe ni la posibilidad de pensar en singular, ni la esperanza o la lucha por la victoria definitiva. Las desigualdades son muchas, se reproducen, se potencian, se apuntalan. Los triunfos son módicos, perecederos. Cuando parece que llegamos, la línea de meta se corre un poco más. La política es el vehículo que nos hace perseverar, que corre tras el horizonte aunque nunca se lo alcance, que, incluso, sueña nuevos horizontes. Algunos, producto de las necesidades y de las iniquidades flagrantes del presente; otros, de la imaginación de mujeres y hombres que se permiten creer en un mundo de realización de sus deseos y añoranzas.

Hacerse cargo de estas desigualdades y de estas pluralidades no resulta tarea simple. Esa complejidad obliga a empezar una y otra vez, incluso antes de haber terminado nada. Donde no siempre se avanza hacia adelante, donde no todo es acumulativo. Donde, como se ha dicho, crecer es aprender junto con otros. El socialismo plural es uno de mujeres, de diversidades, de jóvenes, de trabajadores y trabajadoras, de cooperativistas, de empresarios y empresarias. De los que tienen voz y de los que todavía no han podido tomarla y alzarla. De los que están con vos y los que no. En el viejo y bueno siglo XIX, cuando nacía este movimiento en tiempos de revoluciones y romanticismo, uno de los primeros sentidos del socialismo era el de la asociación. Asociación era acercarse no sólo a los pares, sino también con los diferentes pero similares, con los singulares pero semejantes. El sueño de una sociedad de iguales en libertad no puede ni debe pensarse como uniformidad, algo que el socialismo del siglo XX no siempre entendió ni toleró. Asumir la pluralidad es forjar una irreductible fe democrática, un talante liberal en el mejor sentido de la palabra (como recuerda cada vez que puede nuestro querido amigo Mariano Schuster) y una genuina vocación de diálogo: “dialogar hasta con el que no quiere dialogar”, decía Estévez Boero. La responsabilidad también requiere, aunque parezca paradójico, una profunda convicción. Honrar el pasado socialista conlleva, una vez más, imaginar ese horizonte de lo posible entre iguales y, al mismo tiempo, diferentes.  

Un socialismo para el futuro está obligado a pensarse en la acción y ante la incerteza. Un socialismo en construcción, en movimiento, vivo. Con una tradición de la cual abrevar, una caja de herramientas infinita, una historia en la cual reflejarse y aprender.

Un socialismo para el futuro

Los valores y las convicciones a veces no entienden de restricciones, y está bien. Pero la política se construye en base a esos límites, quizá para desafiarlos, tal vez para asumirlos. Tendemos a desconfiar en la vena utópica sin pies en el barro, fantasear con la mera imposibilidad no la acerca más a nosotros. Tampoco el mero posibilismo, el realismo mal entendido, ofrece demasiado. Puede constituirse en una acumulación de diagnósticos y quejas porque “el mundo ha vivido equivocado” que no conducen a ningún lado y nos puede inmovilizar al contemplar ese mundo desmoronándose. La política es construcción, a veces no con los mejores materiales, muchas otras con un proyecto que no goza de las precisiones y las fronteras que nos gustarían. Desde la tribuna todo parece más claro y sencillo, entrar a la cancha trae costos pero también satisfacciones.

Un socialismo para el futuro está obligado a pensarse en la acción y ante la incerteza. Un socialismo en construcción, en movimiento, vivo. Con una tradición de la cual abrevar, una caja de herramientas infinita, una historia en la cual reflejarse y aprender. Nombres propios, hitos imperecederos, y una lucha incansable contra la desigualdad. Pero la nostalgia no parece ser la mejor consejera, al menos no siempre. Asumir un legado implica a veces dejar atrás a los abanderados de otrora, sin olvidarlos. Mejor aún, reemprender el camino señalado requiere ubicar a cada uno de sus precursores y aún de sus próceres de carne y hueso en el lugar que les cabe en pos de esa ardua tarea que deben emprender los que quedan. El socialismo que pensaron esos dirigentes a los que homenajeamos y homenajearemos, pero sobre todo el socialismo en el que actuaron, para el que trabajaron, el que construyeron. Mirar adelante es el mejor modo de recordar. Construir como ellos construyeron, con su legado, pero sin el temor de no estar a la altura. Después de todo, los cimientos están a la vista y son sólidos. La casa común tiene sobre qué elevarse. Hay mochilas que vale la pena cargar, aunque pesen, aunque duelan. Como dice la canción de otro rosarino, por los que ya no están: “A no bajar la guardia, siempre a seguir”.

1 de Mayo: Los paradigmas del trabajo, los feminismos y una nueva forma de producción y reproducción.

1 de Mayo: Los paradigmas del trabajo, los feminismos y una nueva forma de producción y reproducción.

El día internacional de los trabajadores y las trabajadoras debe conducirnos a una reflexión profunda sobre los derechos laborales, sobre las situaciones de desigualdad y sobre las brechas existentes en nuestras sociedades. Es necesario articular un nuevo paradigma que atienda las desigualdades de género y que desarrolle una económia feminista, ecológica y social.

En el día de los trabajadores y trabajadoras recordamos a los mártires de Chicago, que murieron en 1896 durante una huelga en reclamo por sus derechos laborales y la reducción de la jornada laboral a 8 horas. Se conmemora la lucha por los derechos de los trabajadores y trabajadoras del mundo.

Es un día de lucha, de celebración y de solidaridad. Vivo en la ciudad donde Virginia Bolten activista, anarquista, sindicalista y feminista de principios del siglo XX fue la primera mujer oradora en una concentración obrera y con menos de 20 años llegó a la Plaza López con una bandera negra en sus manos que decía “Fraternidad Obrera Universal”.

Fui recientemente elegida presidenta del partido socialista que tuvo mujeres históricas, pioneras feministas que llevaron adelante luchas obreras y políticas, entre ellas, Gabriela Laperriere, Fenia Chertkoff, Carolina Muzzilli, Sara Justo, Victoria Gucovsky, Leonilda Barrancos, Delfina Varela Domínguez (Melchora), Delia Etcheverry, Juli, Juana Gómez, Alfonsina Storni y Alicia Moreau, entre muchas otras. Sus luchas contribuyeron a consagrar el derecho al voto femenino, a las leyes laborales que incluyeron la reducción de la jornada y la ley de la silla, la perspectiva de la mujeres y niños en el mundo del trabajo, la creación de Asociaciones Universitarias, la importancia de la educación y la creación de bibliotecas populares y sociedades de fomento, fundaron y escribieron en periódicos que acompañaron las revoluciones en las fábricas, en los gremios y en las calles.

Hoy las mujeres volvemos a alzar nuestra voz ante los nuevos desafíos y los nuevos tiempos. El Covid ha puesto de manifiesto las fragilidades de la organización económica y social actual, la cual se sostiene en el trabajo reproductivo y de cuidado no reconocido, no remunerado y no valorado de las mujeres. El avance de los feminismos y la necesidad de que atraviese todas las estructuras del poder y también de las organizaciones políticas y sociales nos pone en el lugar de repensar la estructura misma de la sociedad, elaborando propuestas de transformación.

Hoy es más urgente que nunca la necesidad de articular una visión más justa de la sociedad. Más humana e igualitaria. Y en este día de los trabajadores y trabajadoras queremos hacer foco en la economía, repensar la reconstrucción pos pandemia y desde qué lugar lo vamos a hacer. No podemos ni debemos seguir ignorando que en nuestras sociedades hay un trabajo que contribuye en el proceso de la reproducción social y que es el doméstico y que representa la verdadera “economía real” en la medida que todas las actividades “productivas” dependen de él. Y que este junto al trabajo de reproducción han sido excluidos de la esfera de lo que se considera productivo y son los grandes ausentes de las ecuaciones que mide el crecimiento económico. Un trabajo que recae por abrumadora mayoría en las mujeres.

Hoy es más urgente que nunca la necesidad de articular una visión más justa de la sociedad. Más humana e igualitaria. Y en este día de los trabajadores y trabajadoras queremos hacer foco en la economía, repensar la reconstrucción pos pandemia y desde qué lugar lo vamos a hacer.

Las políticas de cuidado transformadoras dan resultados positivos en términos económicos y en lo que respecta a la salud y la igualdad de género. Los trabajadores y trabajadoras del cuidado son el futuro del trabajo: la OIT señala que la inversión en la economía del cuidado para lograr los ODS (objetivos de desarrollos sostenibles) representa un total de 475 millones de potenciales nuevos empleos de cara al 2030 en todo el mundo.

Hay que incorporar nuevas perspectivas analíticas que reviertan la mirada mercantil y androcéntrica del sistema capitalista, repensar la concepción de lo productivo y reproductivo, en el marco general socio económico.

Las transformaciones sociales y políticas que se vienen dando de la mano de los movimientos sociales, proclaman nuevas formas de producción más inclusivas y sostenibles.

Es aquí donde quiero traer las voces de las mujeres que vienen desarrollando desde la ciencia una nueva Economía Feminista, Ecológica y Social. Que denuncia la lógica de acumulación del capital a costa de la explotación del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados que realizan las mujeres. Un sistema, que, con su lógica de expoliación, extractivista, se ha vuelto insostenible, poniendo en riesgo la propia vida.

Hoy el mundo debate nuevas formas de organización del trabajo y nuevas formas de producción. Vivimos en un país donde la mitad de sus habitantes están fuera de la economía formal y en la pobreza y está demostrado que esto no lo resuelve el mercado. Que necesitamos políticas públicas activas para incluir a la mitad de argentinos y argentinas que quedaron afuera del sistema y una forma de producción que proteja los recursos naturales no renovables, leyes de protección que impidan que los recursos se sigan vendiendo y explotando deliberadamente.

Para nosotros el camino es con un estado presente, confiable, el de las manos limpias y uñas cortas que repetía Hermes Binner, con nuevas políticas públicas activas con perspectiva de género y con un fortalecimiento del diálogo social.

Volver a poner en el centro a las personas, las relaciones humanas, la construcción colectiva que reconozca las tareas de cuidado y democratice las responsabilidades reproductivas. Es necesario asumir como sociedad este compromiso.

Los partidos políticos debemos impulsar y profundizar estos debates, hacia el interior de nuestras organizaciones y con la gente, para plasmar en proyectos y acciones que nos permitan muy pronto avanzar hacia una mayor igualdad con una economía justa y sostenible.

El futuro será feminista y ecologista o no será.

Mónica Fein será la nueva presidenta del Partido Socialista

Mónica Fein será la nueva presidenta del Partido Socialista

Este domingo se celebraron las elecciones internas del Partido Socialista. Mónica Fein, de la corriente «Socialismo en Movimiento» será la nueva presidenta del PS y primera mujer en ocupar este cargo.

El día domingo 18 de abril el Partido Socialista y las Juventudes Socialistas Argentinas, y con la participación de cerca de veinte mil afiliadas y afiliados, celebraron sus elecciones internas de autoridades. En el marco de la pandemia que aqueja al planeta, el socialismo dispuso una serie de rigurosos protocolos para poder concretar la postergada elección que se dirimió entre tres listas en contienda. Por su parte, las Juventudes celebraron sus primeros comicios nacionales para elegir autoridades en las que se presentaron dos listas.

Con 227 mesas escrutadas de un total de 351, la tendencia indica que la lista «Socialismo en Movimiento» se impuso por más del 50% de los votos, lo que convierte a la ex intendenta de Rosario Mónica Fein en la próxima Presidenta del Partido Socialista. Acompañada por el marplatense Jorge Illa, la ex diputada María Elena Barbagelata y el referente LGTBIQ+ Esteban Paulón, y con el apoyo del ex gobernador Miguel Lifschitz y el actual presidente del PS Antonio Bonfatti, Fein se convierte en la primera mujer en ocupar ese cargo.

La lista «Socialismo en Movimiento» se impuso por más del 50% de los votos, lo que convierte a la ex intendenta de Rosario Mónica Fein en la próxima presidenta del Partido Socialista.

Tras «Socialismo en Movimiento», las listas «Convergencia Socialista» (encabezada por Eduardo di Pollina) y «Pluralismo Federal» (liderada por el legislador porteño Roy Cortina) con poco más de 20 puntos cada una se disputan el segundo lugar a la espera del resultado definitivo. Cada una de estas listas obtendrá, de forma proporcional según lo dispuesto en la Carta Orgánica, representación en el Comité Ejecutivo Nacional para el próximo período por haber pasado el umbral del 5% de los votos requerido.

Por otro lado, en las elecciones de las Juventudes Socialista Argentinas, se impuso la lista «Juventudes en Movimiento» por más del 60% de los votos sobre «Juventudes Socialistas en Convergencia». Este resultado consagra a la diputada provincial Gisel Mahmud como Secretaria General de las JSA, también primera mujer en ocupar este cargo a través de elección directa de los y las afiliadas. Mahmud será acompañada por el mendocino Luis García Llauró y la bonaerense Valeria Vargas.

El domingo también hubo elecciones internas de autoridades distritales en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires, Tucumán y Neuquén. En Santa Fe, fue reelecto el diputado nacional Enrique Estévez de «Socialismo en Movimiento» como secretario general, secundado por María Laura Mondino. En provincia de Buenos Aires se impuso «Pluralismo Federal», encabezada por el ex edil platense Emiliano Fernández. Mientras que en Tucumán y Neuquén triunfó la corriente interna «Convergencia Socialista», con Roberto Fernández y Sergio Silva como candidatos respectivamente.

Peces de poesía, entrevista con Osvaldo Picardo

Peces de poesía, entrevista con Osvaldo Picardo

Desde Mar del Plata, dentro de «La Pecera», desde sus muchos y diferentes libros, Osvaldo Picardo surca la poesía, nada entre la poesía, habita la poesía.

Nació y vive en Mar del Plata, donde desarrolla su labor docente de literatura. Es escritor y crítico. Fue director de la Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata (EUDEM) y es director de la revista La Pecera. Algunos de sus libros de poemas son: Quis quid ubi: Poemas de Quintiliano (1998), Una complicidad que sobrevive (2001), Mar del Plata (2005 y 2012), Pasiones de la línea. Poemas de Nicolás de Cusa (2008), O.P.Vida de poesía (2008) y 21 gramos (2014). Este año, acaba de publicar Un tiempo sin destino. (Fragmentos de un discurso en pandemia) en colaboración con Sara Cohen. Entre los libros de ensayo y crítica literaria se destacan: Primer mapa de poesía argentina (2000); la edición de la Antología poética de Joaquín O. Giannuzzi (2006); Poesía de pensamiento (2016). Recientemente publicó Colgados del Lenguaje. Poesía en las ciencias (2018). En narrativa, ha publicado Perón en el jardín y otros relatos (2018). Tradujo junto a F. Scelzo y E. Moore The love poems de James Laughlin (2001) y fueron publicadas, en revistas y periódicos, versiones suyas de E. Pound, D. H. Lawrence, M. Yourcenar, K. Rexroth, entre otros.

Osvaldo, quisiera comenzar por preguntarte por la experiencia de la revista La Pecera. Se crea en un año particular y desde una ciudad del interior del país. ¿Qué podes contarnos de esa etapa inicial?

Fue en plena crisis del 2001. Vivía entonces, frente a una imprenta que aún conserva Ricardo Martin, quien en San Juan fue el primero en editar a Jorge Leónidas Escudero. Él conocía mi gestión en el Foro Cultural del Centro Médico. Cuando el Foro se cerró, Ricardo me convenció y dio el empujón hacia lo que imaginé que sólo podía ser el abismo. Pero resultó que él tenía razón y estábamos construyendo un puente sobre el abismo.

Hacía poco tiempo, yo había llegado de una temporada de estudios en España y traía contactos y muchas notas para publicar. En la revista colaboraron hasta viejos amigos como David Lagmanovich, que fue mi profesor de Literatura Argentina. La lista de colaboradores es extensa y variada: Mercedes Roffé, Liliana Heer, Luisa Futoransky, Circe Maia, Ricardo Costa, Osvaldo Aguirre, Rogelio Ramos Signes, Carlos Spinedi, entre muchos más de casi todas las edades. A Santiago Sylvester lo había conocido en Madrid, también a Reyna Palazón, a Luis García Montero, a Riechman y otros más. Gracias a Gelman pude dar nuevamente con Abel Robino, en París, donde fue exilado por la dictadura. Skype y el correo electrónico nos acercaron a la mayoría.

Se fue tejiendo una red entre amigos y colaboradores, como sucede en estos casos. Leonardo Martínez estuvo desde el primer número, con su entusiasmo y acertado consejo, en largas veladas veraniegas de Mar del Plata. Héctor Freire se incorporó a partir del segundo número; nos conocíamos desde hacía tiempo y nos visitábamos en Buenos Aires y en Mar del Plata con frecuencia. Su apoyo, nuestras charlas y sus conocimientos han sido invalorables siempre. Ahora es director de la revista y armamos juntos las actualizaciones en la web.

En el Archivo histórico de revistas del Instituto de Historia «Dr. Emilio Ravignani» han subido hace poco, para descarga gratuita, todos lo números publicados en papel (del 1 al 14, sólo falta el número 15).  Desde el 2016 dejamos de publicar en ese formato, y la revista se transformó en un portal web ( www.lapecerarevista.com).  

«Hay cierta mirada nostálgica del pasado y de la tradición que desvaloriza el presente y se niega a entenderlo. Lo mismo pasa por el lado de los rupturistas y las neovanguardias, niegan el pasado y creen protagonizar algo novedoso sin saber que repiten lo que ignoran. Estos dos extremos muchas veces se tocan y tornan claustrofóbico al clima».

Podés, por favor, comentarnos, entre otras cosas, cómo era el clima de trabajo: ¿discutían lo que se publicaba? ¿había una línea a seguir o la misma generaba discusión?

Si por clima pensamos en un lugar cerrado como el de un diario, en La Pecera no existía ningún clima de trabajo de esa naturaleza. Habrá que imaginarse un espacio virtual condicionado por la intermediación de internet y el viejo caos de una imprenta de barrio, en una ciudad balnearia, en el fin del mundo. Entre talonarios de recibos, volantes de publicidad, tarjetas y libros a demanda, con Ricardo, le dábamos forma a la revista en un viejo Page Maker. Por otro lado, en el aspecto de contenidos, hubo un plan sistemático de no querer ser sólo una revista de poesía que retroalimentara el cerrado ambiente de poesía argentina de aquellos años, donde ya reinaban a pleno y con tiempos y merecimientos propios, revistas como Diario de Poesía, Hablar de Poesía, Fénix, El Jabalí, La isla de Barataria, Plebeya, o La Guacha

La Pecera, desde el principio, eligió una cita de una novela de D. H. Lawrence como lema: “No fish is too weird for her aquarium”, ningún pez es demasiado raro para su acuario. Con ese lema buscamos llamar la atención sobre la importancia que tiene la diversidad cultural. Se buscó publicar contenidos en los que se mostraran los itinerarios de cruce entre distintas artes: la poesía, el cuento, la plástica, la música, la arquitectura, el cine, las ciencias, o en los parentescos del género policial con el psicoanálisis…

Ya en el número uno, se puede leer la intención de abandonar formas convencionales y géneros reconocidos, incluyendo a las neovanguardias posmodernas. Desde el número uno, la revista incluyó ensayos críticos, entrevistas, textos inéditos, reseñas y traducciones.

Le dimos gran importancia a la traducción con el convencimiento que en ella se cifraba el mayor de los cruces. Circe Maia, la poeta uruguaya, publicó con nosotros un ensayo maravilloso sobre la traducción de poesía griega. Y entre las numerosas traducciones de casi todos los idiomas, se destacan las de Hanna Arendt, Linda Hogan, Sophia de Mello, Lidia Simkuté, Dürs Grünbein, James Laughlin, Jack Kerouac, Eugenio Montale, e.e. Cummings, Leonardo Sciascia, H.M. Enzensberger, Lorand Gaspar.

Una sección especial fueron los dossiers que en la mayoría de los casos los preparábamos entre Héctor y yo, convocando a otros escritores y especialistas. Cada uno de esas secciones contaba con una antología de textos. Entre los publicados hubo algunos dedicados al microrrelato, a la poesía griega de la generación del ´70, a la poesía serbia, a la literatura de Paraguay, a la poesía de Luis García Montero y de Antonio Gamoneda, como así también los dedicados a temáticas como “La Ventana”, “Incertidumbre y riesgo”, “Aburrimiento y felicidad”, “Poesía y Ciencias”, “Hablar y callar”, “La vergüenza”, “El cine y la poesía” o “Poesía y Pensamiento”.

¿Cómo miras vos la experiencia de La Pecera con respecto a otras publicaciones que circulan más o menos en el mismo periodo? ¿Presentaban una agenda propia o bien discutían con otras revistas?

Como ya te dije, desde el inicio quisimos salir del espacio cerrado de las revistas de poesía y señalar los cruces entre artes y saberes.  

No por eso esquivamos discusiones si se planteaban, pero no era habitual que las hubiera, excepto dos o tres recurrentes en el ámbito claustrofóbico de la poesía: verso medido o libre, realismo político o neorromanticismo, parodia o sentimentalismo, etc. Nada nuevo bajo el sol. No dedicamos nuestro esfuerzo a tales cuestiones, pero teníamos nuestra propia lectura de lo que sucedía y algunas notas hubo que dieron de qué hablar. Por ejemplo, en el número 4 del año 2003, escribí un artículo sobre “las polémicas de la poesía argentina”, reflexionaba sobre un discurso de Pablo Anadón que escuché en el Festival de Rosario. También recuerdo que en el número 7 del 2004 hablé de lo que a mi entender era “una lectura errónea” que se construía alrededor de la poesía de Joaquín Giannuzzi.

Un aspecto que nos daba gusto era el de poner en circulación algunos poetas que se conocían poco o habían sido ninguneados en el país o afuera. Fue el caso de Antonio Gamoneda, Arnaldo Calveyra, Luisa Futuransky, Gianni Siccardi, a Dimitris Kalokyris, Michael Krüger, entre muchos otros. También era una manera de tomar posición.

Por otro lado, escribir fuera de Buenos Aires nos exponía a la extraña clasificación del regionalismo provinciano. Muchas veces hablamos de este crucial tema con David Lagmanovich. Corríamos el riesgo de ser bautizados como “los de Mar del Plata” y, en consecuencia, corridos del centro. Creo que, de cierta manera, este aspecto se sumó a las características “weird” de La Pecera y la fue convirtiendo en “difícil de entender”, en “muy culta”, o alguna de esas clasificaciones anti-intelectuales que son habituales en la poesía y en otras disciplinas artísticas.  

Osvaldo, no quisiera dejar pasar en silencio dos partes de tu respuesta. ¿Podés contarnos, por favor, en qué consistía tu artículo sobre las polémicas de la poesía argentina?

Como te dije, fue un artículo en el número 4 de la revista. Durante el Festival Internacional de Poesía del 2003, en Rosario, Pablo Anadón como director de la revista Fénix y de las Ediciones del Copista dio una conferencia muy interesante pero algo sesgada según mi parecer. Se llamó “La poesía en el país de los monólogos paralelos. Pablo insistía en una convicción crítica tradicional, sobre la base de observaciones y conjeturas, es una convicción predispuesta a ver una relación inversamente proporcional entre la cantidad y la calidad de la producción poética. Esta crítica, debo confesarlo, no me convenció ni me convence ahora. Tampoco me ha convencido cuando la he escuchado entre poetas amigos, aun sabiéndolos bien intencionados con las nuevas generaciones y la producción editorial. El hecho de que demasiados escriban y de que se escriba demasiado me parece una afirmación tan difícil de demostrar como la de que se escribe proporcionalmente mal. Supone conocer “todo” lo que se escribe y también, supone poder compararlo con “todo” lo que se ha escrito. Y, sin embargo, tiene en sí misma una fuerte capacidad de persuasión, se reitera en las charlas y previene en contra de la lectura de lo otro, de lo no-igual. De ahí, no es difícil diagnosticar la irresponsabilidad de la crítica de poesía, la indiferencia y desdén por la poesía, la pérdida de un “saber hacer”. En el diagnóstico podemos estar más o menos de acuerdo, pero no en las conclusiones. Hay cierta mirada nostálgica del pasado y de la tradición que desvaloriza el presente y se niega a entenderlo. Lo mismo pasa por el lado de los rupturistas y las neovanguardias, niegan el pasado y creen protagonizar algo novedoso sin saber que repiten lo que ignoran. Estos dos extremos muchas veces se tocan y tornan claustrofóbico al clima.

«La poesía y las ideas vienen a uno, son los no invitados que golpean a la puerta a cualquier hora. No vas en búsqueda de la poesía. Buscás el poema, pero no siempre lo encontrás».

El otro aspecto de tu anterior respuesta que me gustaría que ampliaras es la que alude a lo que considerás una lectura errónea sobre la poesía de Giannuzzi.

Hablo del descubrimiento generacional de Diario de Poesía, que transformó a Giannuzzi en un poeta de culto y un modelo para imitar o para criticar. Todo modelo necesita ser diferenciado de la propia escritura de manera tal que deje paso a una cierta originalidad. Los procesos de identificación primero, y de diferenciación luego, generan estilos caricaturescos o críticas caprichosas. Diario de Poesía, con honestidad intelectual, reconoció, muchos años después, después de la muerte de Giannuzzi, una “lectura errónea” por la cual lo vieron como un poeta objetivista y le reclamaron –como dijo Prieto– como una falta lo que en verdad era toda la otra mitad de su programa: una subjetividad riquísima alrededor de un personaje llamado J.O.G.

Quisiera preguntarte ahora sobre tu trabajo como poeta: ¿Vas en búsqueda de la poesía o bien esperas que ella llegue de alguna forma? ¿Tenés horario de trabajo, necesitás un espacio con silencio, leés cuando escribís o necesitas música?

La poesía y las ideas vienen a uno, son los no invitados que golpean a la puerta a cualquier hora. No vas en búsqueda de la poesía.  Buscás el poema, pero no siempre lo encontrás.

Creo en el oficio, pero mucho más en un cierto estado de atención necesario para meditar y escribir. Una forma de vida que las palabras y el silencio alumbran, encienden o apagan.

Escribo borradores. Uso las libretas Norte, por lo general. Y luego voy corrigiendo incansable, mucho tiempo. Ni siquiera descanso cuando el libro fue publicado. Me da placer trabajar con lo escrito como si se tratara solamente de borradores. Una sensación de espera en lo que aún está por decirse y siempre es mejor que lo dicho.

La música para escribir no es necesaria. Está en el oído y quiero escuchar al poema.

Me gustó mucho QUIS QUID UBI (POEMAS DE QUINTILIANO). En poemas como “El pasado” o “En la ruta”, veo en ellos un eco de la poesía de Kavafis, temas históricos que también admiten escenas locales (pienso, por ejemplo, en el barrio de San Telmo). ¿Coincidís conmigo o bien considerás que hay otro tipo de trabajo en estos poemas?

Coincido, sí. A mí también me gusta cómo suena ese libro. Y coincido y reconozco la lectura de Kavafis en el poema “En un café estilo francés”. También, está Giannuzzi y otras resonancias como las de Ángel González, Muñoz Molina, Barthes, Pound, Benn, Max Weber, Virgilio, Castoriadis, Eliot o Ferlinghetti.  Soy un lector de andar lento y me gusta caminar así. Son muchas voces metidas en la caverna de este libro, donde se pueden identificar a dos sombras, a Quintiliano y alguien que es su discípulo, su testigo.

En realidad, es un libro de despedida a una época y a una manera de transmitir el conocimiento y la experiencia. Por eso juego con la historia y los anacronismos. Me sirvo de la máscara de un retórico como Quintiliano, casi en el olvido después de haber marcado a fuego más de una generación en la historia de Roma, del Renacimiento y hasta nuestros días donde aún los viejos abogados lo recuerdan. La de Quintiliano es una retórica signada por la reflexión moral en un cambio profundo de época que traerá consigo la caída del Imperio.

Hay paralelismos y anacronismos repartidos por uno y otro poema. Las preguntas famosas de las “Institutio Oratoria” de Quintiliano: quis quid ubi… dan título al libro y están preguntando por lo que nos pasó con los desaparecidos, pero también, lo que le pasó a la modernidad. Las preguntas además indican la indagación reflexiva sobre el sujeto: el qué, el quién y el dónde.  Intentaba disimular o desvanecer el yo poético con mayúsculas y valorizar la subjetividad no sólo lírica, sino reflexiva, prosaica. En fin, un intento por salir del confesionario sentimental sin dejar de buscar sentido y emoción.

«Nunca hubiera sido posible ese mundo de la poesía sin el texto. Es el artificio que la oralidad inventa para ser legible. En el poema descansa una experiencia de la que no sabíamos todo, o mejor aún, es la experiencia en perpetua aproximación a lo vivido».

En tus libros también hay poemas de la vida cotidiana, desde una avispa o un picaflor hasta Maradona o el blues, el subterráneo. En el mundo “Picardo” se presenta, me parece, una mezcla de cuestiones eruditas, situaciones antiguas o bien referencias a personajes y, otras, que tiene que ver con una mirada de lo pequeño, lo llano. ¿Es posible pensar que tu poesía tiene una especie de movimiento, a mi gusto feliz, que va de lo erudito a lo pequeño o llano?

No sé si hay un mundo “Picardo”. Me gustaría, aunque el intento de registrar el mundo no resulta, en mi caso, ni exhaustivo ni total, porque no sólo no podría, sino que lo hago desde la excentricidad de escribir y pensar este mundo en que vivo. No trato de crearlo. Por eso lo cotidiano y las criaturas que lo habitan cobran algún peso poético, evitando -y eso es parte del trabajo- que lo poético caiga en lo decorativo o en lo banal del “I like” posmo o en el registro chato de un realismo mimético.

El picaflor, de este modo, no es sólo la realidad biológica que maravillosamente desafía las leyes de la gravedad, vuela hacia atrás, se detiene en el aire, desaparece. Es también, por ejemplo, el picaflor de Alfredo Veirabé: “Sin quererlo, lo comparé a ciertos estados/ momentáneos del alma del poeta”. De ahí que sea la criatura de la naturaleza y también la criatura del lenguaje.   

Lo erudito en poesía no tiene muy buena prensa. Prevalece la imagen del poeta joven, pasional, salvaje y espontáneo, un Rimbaud o una Alejandra Pizarnik de cada época, como si en los poemas de Rimbaud o Alejandra no hubiera lecturas y aprendizajes anteriores. Creo que se cae en una inocencia superficial y casi nunca traen consigo más que prejuicios y mucho “influencer”.  No es lo mío.

Hay varias referencias concretas sobre la poesía. En un poema concluís: “salgo a la calle con mi enfermedad contagiosa a cuesta: /la enfermedad de escribir poesía.”  En Pasiones de la línea, el tema de la poesía y los poetas es muy claro en “Vida de poesía”. Es posible pensar que en tu poesía hay una preocupación por pensar el lugar del poeta y, sobre todo, lo que significa la poesía.

 “El motivo es el poema” es un libro de Alberto Girri de 1976.  Girri aconseja “que el poema/ se conduzca en la mente como un/ experimento en una ciencia natural…”  Hablar de poesía en los poemas no es sólo una cuestión de arte poética, tal como se puede verificar desde el romano Horacio hasta el argentino Juarroz. También es una de las formas de la conciencia que se devela y se oculta en las palabras.

La tarea del poema conduce muy lentamente –toda una vida- a una relación particular con las cosas, un modo de tratarlas y, sobre todo, de sentirlas y pensarlas: “Esa inteligencia ardiente” que “puede tomar y consumir una zona de la realidad e iluminarla”.

Nunca hubiera sido posible ese mundo de la poesía sin el texto. Es el artificio que la oralidad inventa para ser legible. En el poema descansa una experiencia de la que no sabíamos todo, o mejor aún, es la experiencia en perpetua aproximación a lo vivido. Y ¿si algo se aproxima, había una distancia y “la distancia no es la belleza del alma”? El pronombre vos en lugar de tú, la mirada asombrada en lugar del aburrimiento, la ironía como resistencia contra la resignación. Por todo esto, el motivo del poema y la escritura del poema son magníficas metáforas cuyos términos humanos y divinos hay que sentir y meditar.

Me gustó mucho el poema “Infinitos”, de Pasiones de la línea. En este libro, se advierte un tono confesional pero además de testigo participante. Es posible encontrar ecos en ellos del estilo de poetas como Kavafis, Giannuzzi, John Ashbery.

El matemático alemán Georg Cantor pensó cómo seguir contando cuando los números se agotan. Y demostró que hay infinitos más grandes que otros. ¿Es eso posible? Sí, en matemáticas. Imaginate que si sumás infinito más uno, sigue siendo infinito, igual que si se lo restas. Cuando algo no tiene fin, eso no cambia por suma o resta. A mí, me maravilla esta idea. Y cuando la llevas a la experiencia de la vida y cuando la memoria crea sentidos que no había, el horizonte parece “infinito” y lo infinito es lo que nos pasa adentro.

Todo Pasiones … está cruzado por las ciencias y por estas sorprendentes analogías con la poesía. El subtítulo entre paréntesis dice “poemas de Nicolás de Cusa”. Es otra máscara que uso y, en este caso, Cusa es un científico. Lo más curioso es que yo estaba escribiendo otra cosa, otro libro que tenía que ver con la Antología Palatina y con algunas traducciones. Y de repente, se me aparece en una librería de viejos, el libro De Docta Ignorantia de Nicolás de Cusa.  Era una edición viejísima de la Editorial Lautaro. Un libro mil veces citado y con una larguísima tradición que pasa por Giordano Bruno y llega al mismo Einstein. Este hombre hacía ciencia copernicana 150 años antes que Galileo y Copérnico.

Uno de los capítulos de su libro se llama “Las pasiones de la línea máxima e infinita”. Cuando lo leí, me pasmó. ¿Qué era eso de pasiones de una línea? ¿Cómo abordar hoy el tema del infinito y de la pasión sin caer en lugares comunes? Es el caso de este poema que abre el libro. Trato de recordar a Leopardi, su magnífico poema “El infinito” que empieza con este verso memorable “sempre caro mi fu quest’ermo colle”.  Pero lo hago sin mencionarlo ni mucho menos, imitarlo. El modelo me excede y amo a Leopardi.

Entonces, tomo cierta distancia, narro y reflexiono sobre un recuerdo semejante, una tarde de verano, en la Barranca de los Lobos, al sur de Mar del Plata. Ahí también emparejo el infinito de adentro con el de afuera, la mirada de lo perdido y “la torpe magnitud con que la orilla/ deforma lo que no comprende ni quiere”.  

«Lo erudito en poesía no tiene muy buena prensa. Prevalece la imagen del poeta joven, pasional, salvaje y espontáneo, un Rimbaud o una Alejandra Pizarnik de cada época».

Hay poemas en diálogo con otros poemas e incluso con películas, como en 21 gramos. ¿Que podés decirnos al respecto?

Sí, un diálogo entre lo pesado y lo leve del alma. De eso se trata la gravedad que nos sostiene y que nos atrapa en el universo. En este otro libro, no uso una máscara, sino un sujeto desdoblado, es la estrategia del espejo. El título del libro hace referencia al film del mismo nombre, del director Alejandro Iñarritu con guión de Guillermo Arriaga. Hay una cita al inicio, que es del guión, cuando Rivers pregunta «¿cuántas vidas vivimos y morimos?». Y habla del peso del alma: los 21 gramos que desaparecen del cuerpo después de la muerte. Es una metáfora muy linda que no necesariamente hay que entenderla como algo místico.  Encierra muchas cosas. Simone Weil tiene un libro que se llama La gravedad y la gracia. Son notas reflexivas muy propias de Weil. Sostiene que hay dos fuerzas que tensan cualquier fenómeno. La primera tiende a la pesantez, la segunda hace sentir a los cuerpos el soplo de la inspiración. Su lectura no tiene desperdicio. Le gustaba mucho a Albert Camus. Pero creo que eso nos llevaría a hablar otras cosas más pesadas

Nunca conocí a Carlos Busqued (en persona)

Nunca conocí a Carlos Busqued (en persona)

Repentina y absurda, Carlos Busqued nos dejó en shock, una vez más. Literatura, Twitter, una amistad sin mayor explicación.

Las relaciones sociales son tan frágiles como un cuerpo y tan porosas como una pared llena de humedad: el tiempo histórico y sus avatares políticos, económicos y tecnológicos nos arrastran a nuevas formas de sociabilidad, y nosotros nos encomendamos en cada generación al malabarismo del diálogo o al monólogo sordo que no dialoga. Entre medio, y pocas veces, nos encontramos con alguien que nos cambia la vida. Pero cuando digo “nos cambia la vida” es un poco una exageración y otro poco una triste realidad: en este mundo de dolor los detalles se vuelven movimientos tectónicos, y las palabras sinceras amistades efímeras en el tiempo, pero eternas en el espacio.

Voy a nerdearla, solamente para hacerlo enojar un poco (y porque no entiendo absolutamente nada de aviones de guerra, y menos de ingeniería o de cálculo): hay un libro fundamental en el judaísmo del siglo XX que es El principio dialógico, o el Yo y Tú, de Martin Buber. Dos ideas de ahí me vienen rápidamente a la cabeza. Primera: somos en la diferencia y la salida al otro, el , es siempre una salida en el lenguaje; el lenguaje es la posibilidad de encontrarse en la diferencia. Segunda: las relaciones en la diferencia, entre el Yo y el , son finitas y perecederas, como la existencia.

Ahora digo: la amistad es la extrañeza de lo desconocido, la incertidumbre que hace del extraño un extrañar y transforma el tiempo en espacio. La amistad es siempre una charla que se dejó el día anterior.

Jacques Derrida, durante el sepelio de Emmanuel Levinas el 28 de diciembre de 1995 dijo, retomando su legado, que “la relación con la muerte en su excepción –y la muerte es, sin importar su significado en relación con el ser y la nada, una excepción– a la vez que confiere a la muerte su profundidad no es una visión, ni siquiera una aspiración” sino que “es una emoción, un movimiento, una inquietud en lo desconocido”. Y justamente esta definición levinasiana de “lo desconocido” constituye un “no-saber” que es “el elemento de amistad u hospitalidad que permite la trascendencia del extraño, la distancia infinita del otro”. Ahora digo: la amistad es la extrañeza de lo desconocido, la incertidumbre que hace del extraño un extrañar y transforma el tiempo en espacio. La amistad es siempre una charla que se dejó el día anterior.

No quiero que estas palabras parezcan una oración fúnebre, pero creo que a él le hubiera encantado que tengan ese tenor, que busque escribir un texto con diferentes texturas a su muerte. Estoy en shock desde la tarde, cuando me avisaron lo que había pasado. Sigo sin creerlo, por momentos me lleno de tristeza y digo, “cuando te tiene que pasar te pasa”; después pienso, “qué mierda todo”; y por momentos hasta creo que sonrío imaginando que si la muerte es el gran absurdo de vivir, “una muerte sinsentido le da sentido a este absurdo que es la vida”.

Nunca conocí a Carlos Busqued en persona y sin embargo desde nuestro primer diálogo sentí su amistad y la extrañeza que hace de lo desconocido un detalle que genera un pequeño terremoto en el alma.

Durante muchos años intercambiamos “likes” y nos “retuitiamos” esas publicaciones de 140 caracteres que eran nuestra escritura cotidiana en Twitter. De cuando en cuando nos escribíamos algo de forma privada. El último mensaje que recibí de Carlos Busqued fue el 25 de noviembre del pandémico 2020. Habíamos hablado ese día de lo “espantoso que era todo”. El me había escrito un tiempo antes, transmitido unas palabras que fueron abrazos y nos volvieron más cercanos en esa virtualidad que a veces se vuelve tan real como un abrazo imposible. Le transmití una reflexión sobre el espanto, el dolor y el mundo. Sus últimas palabras fueron: “la trampa discursiva”. Nunca conocí a Carlos Busqued en persona y sin embargo desde nuestro primer diálogo sentí su amistad y la extrañeza que hace de lo desconocido un detalle que genera un pequeño terremoto en el alma. Sigo en shock mientras escribo estas palabras fúnebres para una amistad que no necesitó del tiempo, una amistad que nos encontró en la espacialidad del diálogo y los abrazos virtualmente irreales.

¿Cómo surgió el terrorismo de Estado?

¿Cómo surgió el terrorismo de Estado?

La dictadura de 1976 está signada, entre otras cosas, por el terrorismo de Estado. Ese dispositivo de represión clandestina fue el corolario de un largo proceso de intervención política de los militares y una serie de prerrogativas habilitadas por el gobierno de Isabel Martínez de Perón.

Cuando esto ocurre [la suspensión total del orden jurídico vigente], es evidente que mientras el Estado subsiste, el derecho pasa a segundo término. Como quiera que el estado excepcional es siempre cosa distinta de la anarquía y del caos, en sentido jurídico siempre subsiste un orden, aunque este orden no sea jurídico. La existencia del Estado deja en este punto acreditada su superioridad sobre la validez de la norma jurídica. La “decisión” se libera de todas las trabas normativas y se torna absoluta, en sentido propio. Ante un caso excepcional, el Estado suspende el Derecho por virtud del derecho a la propia conservación.[1]

El 16 de febrero de 1975 en la plaza de armas del Regimiento Patricios de Mendoza se llevó a cabo el velatorio del capitán Héctor Cáceres, muerto unos días antes en el monte tucumano durante un enfrentamiento con miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El hecho se produjo en un contexto particular: desde los inicios de ese mes el Ejército argentino se encontraba realizando una acción represiva y de exterminio en gran escala para eliminar el “foco rural” que esa organización político-militar había establecido en la provincia de Tucumán. En el funeral del oficial muerto, el general Leandro Anaya, Comandante en Jefe del Ejército, expresó: “El 29 de mayo próximo, al conmemorarse el aniversario de la fuerza [el día del Ejército], manifestaré: “el país ha definido claramente la forma de vida dentro de la cual desea desenvolverse. El gobierno, respaldado por los sectores más representativos del quehacer nacional, ha adoptado la firme determinación de hacer efectivo dicho mandato” […]. Dije en una oportunidad: “el Ejército está preparado para caer sobre la subversión, cuando el pueblo así lo reclame a través de sus legítimos representantes”. El pueblo lo ha reclamado. El Ejército cumplió”.[2]

La lectura de este párrafo nos conduce a formular algunas preguntas: ¿cómo y por qué el arma terrestre llegó a ocuparse de la realización de tareas represivas? ¿Cuál fue el papel que cumplieron las autoridades políticas en ese proceso? ¿Por medio de qué marco legal se habilitó el uso del Ejército en el orden interno? ¿A quién o a quiénes habían definido como el enemigo los hombres de armas y el gobierno? ¿En qué tipo de conflicto interno creían estar involucrados los actores políticos y militares?

Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que habilitaba un estado de excepción.

Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que habilitaba un estado de excepción. Se contaba con una teoría y una práctica para la contrainsurgencia desde los años finales de la década del cincuenta. A su vez, el gobierno peronista de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) dictó un conjunto de decretos que edificaron una creciente excepcionalidad jurídica. Este proceso poseía importantes antecedentes en las dictaduras militares de la “Revolución Libertadora” (1955-1958) y de la “Revolución Argentina” (1966-1973) y en las presidencias constitucionales de Arturo Frondizi (1958-1962) y de Arturo Illia (1963-1966). Durante el mandato de Martínez de Perón se dictaron el estado de sitio en noviembre de 1974 y los decretos “de aniquilamiento de la subversión” al año siguiente.

En los primeros días de febrero de 1975, el Poder Ejecutivo convocó al Ejército para darle la mayor responsabilidad en materia represiva: lograr la derrota y el exterminio del “foco guerrillero” que el ERP había instalado en una zona rural de la provincia de Tucumán desde algunos meses atrás. Luego del ataque de la organización político-militar peronista Montoneros al Regimiento de Infantería de Monte 29 en la provincia de Formosa en octubre, aquella misión tomó un carácter nacional mediante el decreto 2772. Las autoridades políticas y militares consideraban que, en la coyuntura de 1975, la defensa y el resguardo de la República justificaban la suspensión de partes sustanciales del orden jurídico para garantizar su supervivencia ante una amenaza caracterizada por ambos actores como “subversiva”.

Escribir sobre el terrorismo de Estado es también escribir sobre la guerra. Los militares (al igual que la mayoría de la dirigencia política, diversos sectores de la sociedad civil y las organizaciones armadas) partían de la premisa de estar librando una contienda bélica. En base a ello diagramaban su doctrina, estrategia, hipótesis de conflicto, métodos de combate e intervención en el orden interno. Además, no se trataban de cualquier enfrentamiento armado sino de una “guerra contra la subversión”. Esto implicaba, por ejemplo, incorporar el crimen a la operatoria castrense.

¿Por qué el Ejército recurrió a prácticas represivas clandestinas que no figuraban o estaban prohibidas en los reglamentos elaborados por la propia institución desde la incorporación de las nociones contrainsurgentes? La respuesta a esa pregunta debería tomar en cuenta una serie de factores: la influencia ejercida por el pensamiento contrainsurgente y las prácticas criminales que éste avalaba; la amnistía generalizada de los presos políticos capturados y juzgados durante la “Revolución Argentina” ocurrida durante la presidencia de Héctor Cámpora (mayo a julio de 1973); la situación ventajosa que le daría a los militares desde el punto de vista operativo, asegurando la efectividad y la impunidad por las tareas ilegales que éstos realizaran y la probada eficacia del terror entendido como un arma de guerra contra los opositores políticos. Además, la masacre debía esconderse para el resto del mundo y especialmente frente a los eventuales reclamos que pudiera realizar la Iglesia Católica, como ya había ocurrido con las ejecuciones que tuvieron lugar en la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile (1973-1990).

Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración doctrinaria iniciado en 1955.

El Ejército condensó una serie de principios para guiar su accionar contra los opositores políticos o aquellos individuos o colectivos percibidos como tales. Se había definido un enemigo, la “subversión”, caracterizado por estar oculto entre la población, su extremismo ideológico y de métodos, operar en varios frentes y buscar la toma del poder para transformar de raíz los supuestos fundamentos políticos, culturales, religiosos y económicos de la Argentina. Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración doctrinaria iniciado en 1955.

Las máximas autoridades de la fuerza habían decidido el exterminio del enemigo. Desde el “Operativo Independencia”, el concepto de “aniquilamiento” se convirtió en el ordenador de las prácticas represivas. No obstante, los militares en soledad no hubiesen podido imponer sus ideas y encarar la “lucha antisubversiva” si no hubieran contado con el aval político que solamente les podían otorgar las máximas autoridades del gobierno. Los secuestros, las torturas, los centros clandestinos, los asesinatos masivos, las desapariciones, las variadas formas de destruir o esconder los cuerpos, se convirtieron en la marca registrada del terrorismo de Estado en nuestro país, junto con una serie de prácticas legales o legalidazadas por la dictadura tales como la prisión política o el exilio.

En los prolegómenos del golpe de Estado de marzo de 1976, un conjunto de elementos diacrónicos confluyó con otros de tipo sincrónico. Una serie de procesos de largo plazo (desarrollos doctrinarios, jurídicos, de imaginarios, de estructuras organizativas y de prácticas) se imbricaron con otros de corta duración (un diagnóstico de coyuntura, usos, apropiaciones, prácticas represivas, una convocatoria presidencial a la “lucha antisubversiva” y un contexto de crisis política, económica e intragubernamental) dando lugar al surgimiento de un determinado fenómeno histórico: la represión clandestina y su cara más brutal, el exterminio secreto.

La seguridad interna se hallaba completamente integrada a la esfera de la defensa nacional, más que en ninguna de las otras coyunturas previas. La lógica del estado de excepción, existente en diferentes momentos entre 1955 y 1976, creó una situación compleja respecto del marco constitucional. La incorporación de las FF.AA. a la esfera de la seguridad interna para ejecutar tareas represivas se realizó mediante una legislación de defensa atravesada por el imaginario de la “guerra contrainsurgente” que permitía suspender una parte de las garantías constitucionales y que avalaba la implementación de un conjunto de prácticas represivas sostenidas en ese marco legal de emergencia. Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la “subversión”. Una serie de decretos confirmaba la percepción del Ejército de estar inmerso en una guerra que –es importante remarcarlo– implicaba la realización de acciones criminales.

Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la “subversión”.

Los pares dicotómicos estatalidad/paraestatalidad y acción pública/acción clandestina en un marco de excepción pierden su operatividad para el análisis histórico: deben abordarse considerando sus cruces y porosidades. Las medidas propias de un estado de excepción imponen una situación en la que la división polar “legal/ilegal” deja de funcionar como clave de comprensión de las acciones ejecutadas por el Estado. En el caso argentino, por ejemplo, muchas de las medidas represivas que implementaron los militares estaban fuera del orden jurídico. Sin embargo, la legislación de defensa que se sancionó en los sesenta y entre 1974 y 1975 permitió que aquellas prácticas ilegales se volvieran legales. Por lo tanto, como señala Marina Franco “el problema no es entonces la ‘legalidad o la ‘ilegalidad’ de las acciones, sino el carácter excepcional y ascendente de esas medidas ‘legales’ fundadas en el estado de necesidad que llevó a la suspensión progresiva del Estado de derecho en nombre de su preservación. Fue ese proceso, efectivamente, el que condujo a la militarización del Estado y alimentó, una vez más, la autonomización de las Fuerzas Armadas”.[3]

Para finalizar, a partir de 1975 la acción represiva y de exterminio se movieron en una “tierra de nadie” creada por la combinación de la excepcionalidad jurídica con la contrainsurgencia. Este proceso tuvo como condición de posibilidad los desarrollos doctrinarios y gubernamentales previos.


[1] Carl Schmitt. Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía. Buenos Aires, Struhart & Cia, 2005, p. 30.

[2] Clarín, 17 de febrero de 1975, p. 5.

[3] Marina Franco. Un enemigo para la nación…, Op. Cit.,p. 181.