Este domingo se celebraron las elecciones internas del Partido Socialista. Mónica Fein, de la corriente «Socialismo en Movimiento» será la nueva presidenta del PS y primera mujer en ocupar este cargo.
El día domingo 18 de abril el Partido Socialista y las Juventudes Socialistas Argentinas, y con la participación de cerca de veinte mil afiliadas y afiliados, celebraron sus elecciones internas de autoridades. En el marco de la pandemia que aqueja al planeta, el socialismo dispuso una serie de rigurosos protocolos para poder concretar la postergada elección que se dirimió entre tres listas en contienda. Por su parte, las Juventudes celebraron sus primeros comicios nacionales para elegir autoridades en las que se presentaron dos listas.
Con 227 mesas escrutadas de un total de 351, la tendencia indica que la lista «Socialismo en Movimiento» se impuso por más del 50% de los votos, lo que convierte a la ex intendenta de Rosario Mónica Fein en la próxima Presidenta del Partido Socialista. Acompañada por el marplatense Jorge Illa, la ex diputada María Elena Barbagelata y el referente LGTBIQ+ Esteban Paulón, y con el apoyo del ex gobernador Miguel Lifschitz y el actual presidente del PS Antonio Bonfatti, Fein se convierte en la primera mujer en ocupar ese cargo.
La lista «Socialismo en Movimiento» se impuso por más del 50% de los votos, lo que convierte a la ex intendenta de Rosario Mónica Fein en la próxima presidenta del Partido Socialista.
Tras «Socialismo en Movimiento», las listas «Convergencia Socialista» (encabezada por Eduardo di Pollina) y «Pluralismo Federal» (liderada por el legislador porteño Roy Cortina) con poco más de 20 puntos cada una se disputan el segundo lugar a la espera del resultado definitivo. Cada una de estas listas obtendrá, de forma proporcional según lo dispuesto en la Carta Orgánica, representación en el Comité Ejecutivo Nacional para el próximo período por haber pasado el umbral del 5% de los votos requerido.
Por otro lado, en las elecciones de las Juventudes Socialista Argentinas, se impuso la lista «Juventudes en Movimiento» por más del 60% de los votos sobre «Juventudes Socialistas en Convergencia». Este resultado consagra a la diputada provincial Gisel Mahmud como Secretaria General de las JSA, también primera mujer en ocupar este cargo a través de elección directa de los y las afiliadas. Mahmud será acompañada por el mendocino Luis García Llauró y la bonaerense Valeria Vargas.
El domingo también hubo elecciones internas de autoridades distritales en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires, Tucumán y Neuquén. En Santa Fe, fue reelecto el diputado nacional Enrique Estévez de «Socialismo en Movimiento» como secretario general, secundado por María Laura Mondino. En provincia de Buenos Aires se impuso «Pluralismo Federal», encabezada por el ex edil platense Emiliano Fernández. Mientras que en Tucumán y Neuquén triunfó la corriente interna «Convergencia Socialista», con Roberto Fernández y Sergio Silva como candidatos respectivamente.
Desde Mar del Plata, dentro de «La Pecera», desde sus muchos y diferentes libros, Osvaldo Picardo surca la poesía, nada entre la poesía, habita la poesía.
Nació y vive en Mar del Plata, donde desarrolla su labor docente de literatura. Es escritor y crítico. Fue director de la Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata (EUDEM) y es director de la revista La Pecera. Algunos de sus libros de poemas son: Quis quid ubi: Poemas de Quintiliano (1998), Una complicidad que sobrevive (2001), Mar del Plata (2005 y 2012), Pasiones de la línea. Poemas de Nicolás de Cusa (2008), O.P.Vida de poesía (2008) y 21gramos (2014). Este año, acaba de publicar Un tiempo sin destino. (Fragmentos de un discurso en pandemia) en colaboración con Sara Cohen. Entre los libros de ensayo y crítica literaria se destacan: Primer mapa de poesía argentina (2000); la edición de la Antología poética de Joaquín O. Giannuzzi (2006); Poesía de pensamiento (2016). Recientemente publicó Colgados del Lenguaje. Poesía en las ciencias (2018). En narrativa, ha publicado Perón en el jardín y otros relatos (2018). Tradujo junto a F. Scelzo y E. Moore The love poems de James Laughlin (2001) y fueron publicadas, en revistas y periódicos, versiones suyas de E. Pound, D. H. Lawrence, M. Yourcenar, K. Rexroth, entre otros.
Osvaldo, quisiera comenzar por preguntarte por la
experiencia de la revista La Pecera.
Se crea en un año particular y desde una ciudad del interior del país. ¿Qué podes
contarnos de esa etapa inicial?
Fue en plena crisis del 2001. Vivía entonces, frente a una imprenta que aún conserva Ricardo Martin, quien en San Juan fue el primero en editar a Jorge Leónidas Escudero. Él conocía mi gestión en el Foro Cultural del Centro Médico. Cuando el Foro se cerró, Ricardo me convenció y dio el empujón hacia lo que imaginé que sólo podía ser el abismo. Pero resultó que él tenía razón y estábamos construyendo un puente sobre el abismo.
Hacía poco tiempo, yo había llegado de una temporada de estudios en España y traía contactos y muchas notas para publicar. En la revista colaboraron hasta viejos amigos como David Lagmanovich, que fue mi profesor de Literatura Argentina. La lista de colaboradores es extensa y variada: Mercedes Roffé, Liliana Heer, Luisa Futoransky, Circe Maia, Ricardo Costa, Osvaldo Aguirre, Rogelio Ramos Signes, Carlos Spinedi, entre muchos más de casi todas las edades. A Santiago Sylvester lo había conocido en Madrid, también a Reyna Palazón, a Luis García Montero, a Riechman y otros más. Gracias a Gelman pude dar nuevamente con Abel Robino, en París, donde fue exilado por la dictadura. Skype y el correo electrónico nos acercaron a la mayoría.
Se fue tejiendo una
red entre amigos y colaboradores, como sucede en estos casos. Leonardo Martínez
estuvo desde el primer número, con su entusiasmo y acertado consejo, en largas
veladas veraniegas de Mar del Plata. Héctor Freire se incorporó a partir del
segundo número; nos conocíamos desde hacía tiempo y nos visitábamos en Buenos
Aires y en Mar del Plata con frecuencia. Su apoyo, nuestras charlas y sus
conocimientos han sido invalorables siempre. Ahora es director de la revista y
armamos juntos las actualizaciones en la web.
En el Archivo
histórico de revistas del Instituto de Historia «Dr. Emilio
Ravignani» han subido hace poco, para descarga gratuita, todos lo números
publicados en papel (del 1 al 14, sólo falta el número 15). Desde el 2016 dejamos de publicar en ese
formato, y la revista se transformó en un portal web ( www.lapecerarevista.com).
«Hay cierta mirada nostálgica del pasado y de la tradición que desvaloriza el presente y se niega a entenderlo. Lo mismo pasa por el lado de los rupturistas y las neovanguardias, niegan el pasado y creen protagonizar algo novedoso sin saber que repiten lo que ignoran. Estos dos extremos muchas veces se tocan y tornan claustrofóbico al clima».
Podés, por favor, comentarnos, entre otras cosas, cómo era el clima de trabajo: ¿discutían lo que se publicaba? ¿había una línea a seguir o la misma generaba discusión?
Si por clima pensamos en un lugar cerrado como el de un diario, en La Pecera no existía ningún clima de trabajo de esa naturaleza. Habrá que imaginarse un espacio virtual condicionado por la intermediación de internet y el viejo caos de una imprenta de barrio, en una ciudad balnearia, en el fin del mundo. Entre talonarios de recibos, volantes de publicidad, tarjetas y libros a demanda, con Ricardo, le dábamos forma a la revista en un viejo Page Maker. Por otro lado, en el aspecto de contenidos, hubo un plan sistemático de no querer ser sólo una revista de poesía que retroalimentara el cerrado ambiente de poesía argentina de aquellos años, donde ya reinaban a pleno y con tiempos y merecimientos propios, revistas como Diario de Poesía, Hablar de Poesía, Fénix, El Jabalí, La isla de Barataria, Plebeya, o La Guacha…
La Pecera, desde el principio, eligió una cita de una novela de
D. H. Lawrence como lema: “No fish is too weird for her aquarium”, ningún pez
es demasiado raro para su acuario. Con ese lema buscamos llamar la atención
sobre la importancia que tiene la diversidad cultural. Se buscó publicar
contenidos en los que se mostraran los itinerarios de cruce entre distintas
artes: la poesía, el cuento, la plástica, la música, la arquitectura, el cine,
las ciencias, o en los parentescos del género policial con el psicoanálisis…
Ya en el número uno,
se puede leer la intención de abandonar formas convencionales y géneros reconocidos,
incluyendo a las neovanguardias posmodernas. Desde el número uno, la revista
incluyó ensayos críticos, entrevistas, textos inéditos, reseñas y traducciones.
Le dimos gran
importancia a la traducción con el convencimiento que en ella se cifraba el
mayor de los cruces. Circe Maia, la poeta uruguaya, publicó con nosotros un
ensayo maravilloso sobre la traducción de poesía griega. Y entre las numerosas
traducciones de casi todos los idiomas, se destacan las de Hanna Arendt, Linda
Hogan, Sophia de Mello, Lidia Simkuté, Dürs Grünbein, James Laughlin, Jack
Kerouac, Eugenio Montale, e.e. Cummings, Leonardo Sciascia, H.M. Enzensberger,
Lorand Gaspar.
Una sección especial fueron los dossiers que en la mayoría de los casos los preparábamos entre Héctor y yo, convocando a otros escritores y especialistas. Cada uno de esas secciones contaba con una antología de textos. Entre los publicados hubo algunos dedicados al microrrelato, a la poesía griega de la generación del ´70, a la poesía serbia, a la literatura de Paraguay, a la poesía de Luis García Montero y de Antonio Gamoneda, como así también los dedicados a temáticas como “La Ventana”, “Incertidumbre y riesgo”, “Aburrimiento y felicidad”, “Poesía y Ciencias”, “Hablar y callar”, “La vergüenza”, “El cine y la poesía” o “Poesía y Pensamiento”.
¿Cómo miras vos la experiencia de La Pecera con respecto a otras publicaciones que circulan más o
menos en el mismo periodo? ¿Presentaban una agenda propia o bien discutían con
otras revistas?
Como ya te dije, desde
el inicio quisimos salir del espacio cerrado de las revistas de poesía y
señalar los cruces entre artes y saberes.
No por eso esquivamos discusiones si se planteaban, pero no era habitual que las hubiera, excepto dos o tres recurrentes en el ámbito claustrofóbico de la poesía: verso medido o libre, realismo político o neorromanticismo, parodia o sentimentalismo, etc. Nada nuevo bajo el sol. No dedicamos nuestro esfuerzo a tales cuestiones, pero teníamos nuestra propia lectura de lo que sucedía y algunas notas hubo que dieron de qué hablar. Por ejemplo, en el número 4 del año 2003, escribí un artículo sobre “las polémicas de la poesía argentina”, reflexionaba sobre un discurso de Pablo Anadón que escuché en el Festival de Rosario. También recuerdo que en el número 7 del 2004 hablé de lo que a mi entender era “una lectura errónea” que se construía alrededor de la poesía de Joaquín Giannuzzi.
Un aspecto que nos daba gusto era el de poner en circulación algunos
poetas que se conocían poco o habían sido ninguneados en el país o afuera. Fue
el caso de Antonio Gamoneda, Arnaldo Calveyra, Luisa Futuransky, Gianni
Siccardi, a Dimitris Kalokyris, Michael Krüger, entre muchos otros. También era
una manera de tomar posición.
Por otro lado, escribir fuera de Buenos Aires nos exponía a la extraña clasificación del regionalismo provinciano. Muchas veces hablamos de este crucial tema con David Lagmanovich. Corríamos el riesgo de ser bautizados como “los de Mar del Plata” y, en consecuencia, corridos del centro. Creo que, de cierta manera, este aspecto se sumó a las características “weird” de La Pecera y la fue convirtiendo en “difícil de entender”, en “muy culta”, o alguna de esas clasificaciones anti-intelectuales que son habituales en la poesía y en otras disciplinas artísticas.
Osvaldo, no quisiera
dejar pasar en silencio dos partes de tu respuesta. ¿Podés contarnos, por
favor, en qué consistía tu artículo sobre las polémicas de la poesía argentina?
Como te dije, fue un artículo en el número 4 de la revista. Durante el Festival Internacional de Poesía del 2003, en Rosario, Pablo Anadón como director de la revista Fénix y de las Ediciones del Copista dio una conferencia muy interesante pero algo sesgada según mi parecer. Se llamó “La poesía en el país de los monólogos paralelos”. Pablo insistía en una convicción crítica tradicional, sobre la base de observaciones y conjeturas, es una convicción predispuesta a ver una relación inversamente proporcional entre la cantidad y la calidad de la producción poética. Esta crítica, debo confesarlo, no me convenció ni me convence ahora. Tampoco me ha convencido cuando la he escuchado entre poetas amigos, aun sabiéndolos bien intencionados con las nuevas generaciones y la producción editorial. El hecho de que demasiados escriban y de que se escriba demasiado me parece una afirmación tan difícil de demostrar como la de que se escribe proporcionalmente mal. Supone conocer “todo” lo que se escribe y también, supone poder compararlo con “todo” lo que se ha escrito. Y, sin embargo, tiene en sí misma una fuerte capacidad de persuasión, se reitera en las charlas y previene en contra de la lectura de lo otro, de lo no-igual. De ahí, no es difícil diagnosticar la irresponsabilidad de la crítica de poesía, la indiferencia y desdén por la poesía, la pérdida de un “saber hacer”. En el diagnóstico podemos estar más o menos de acuerdo, pero no en las conclusiones. Hay cierta mirada nostálgica del pasado y de la tradición que desvaloriza el presente y se niega a entenderlo. Lo mismo pasa por el lado de los rupturistas y las neovanguardias, niegan el pasado y creen protagonizar algo novedoso sin saber que repiten lo que ignoran. Estos dos extremos muchas veces se tocan y tornan claustrofóbico al clima.
«La poesía y las ideas vienen a uno, son los no invitados que golpean a la puerta a cualquier hora. No vas en búsqueda de la poesía. Buscás el poema, pero no siempre lo encontrás».
El otro aspecto de tu
anterior respuesta que me gustaría que ampliaras es la que alude a lo que
considerás una lectura errónea sobre la poesía de Giannuzzi.
Hablo del descubrimiento generacional de Diario de Poesía, que transformó a Giannuzzi en un poeta de culto y un modelo para imitar o para criticar. Todo modelo necesita ser diferenciado de la propia escritura de manera tal que deje paso a una cierta originalidad. Los procesos de identificación primero, y de diferenciación luego, generan estilos caricaturescos o críticas caprichosas. Diario de Poesía, con honestidad intelectual, reconoció, muchos años después, después de la muerte de Giannuzzi, una “lectura errónea” por la cual lo vieron como un poeta objetivista y le reclamaron –como dijo Prieto– como una falta lo que en verdad era toda la otra mitad de su programa: una subjetividad riquísima alrededor de un personaje llamado J.O.G.
Quisiera preguntarte ahora sobre tu trabajo como poeta:
¿Vas en búsqueda de la poesía o bien esperas que ella llegue de alguna forma? ¿Tenés
horario de trabajo, necesitás un espacio con silencio, leés cuando escribís o
necesitas música?
La poesía y las ideas
vienen a uno, son los no invitados que golpean a la puerta a cualquier hora. No
vas en búsqueda de la poesía. Buscás el
poema, pero no siempre lo encontrás.
Creo en el oficio,
pero mucho más en un cierto estado de atención necesario para meditar y
escribir. Una forma de vida que las palabras y el silencio alumbran, encienden
o apagan.
Escribo borradores.
Uso las libretas Norte, por lo general. Y luego voy corrigiendo incansable,
mucho tiempo. Ni siquiera descanso cuando el libro fue publicado. Me da placer
trabajar con lo escrito como si se tratara solamente de borradores. Una
sensación de espera en lo que aún está por decirse y siempre es mejor que lo
dicho.
La música para
escribir no es necesaria. Está en el oído y quiero escuchar al poema.
Me gustó
mucho QUIS QUID UBI (POEMAS DE
QUINTILIANO).En poemas como “El
pasado” o “En la ruta”, veo en ellos un eco de la poesía de Kavafis, temas
históricos que también admiten escenas locales (pienso, por ejemplo, en el
barrio de San Telmo). ¿Coincidís conmigo o bien considerás que hay otro tipo de
trabajo en estos poemas?
Coincido, sí. A mí
también me gusta cómo suena ese libro. Y coincido y reconozco la lectura de
Kavafis en el poema “En un café estilo francés”. También, está Giannuzzi y
otras resonancias como las de Ángel González, Muñoz Molina, Barthes, Pound, Benn,
Max Weber, Virgilio, Castoriadis, Eliot o Ferlinghetti. Soy un lector de andar lento y me gusta
caminar así. Son muchas voces metidas en la caverna de este libro, donde se pueden
identificar a dos sombras, a Quintiliano y alguien que es su discípulo, su
testigo.
En realidad, es un
libro de despedida a una época y a una manera de transmitir el conocimiento y
la experiencia. Por eso juego con la historia y los anacronismos. Me sirvo de
la máscara de un retórico como Quintiliano, casi en el olvido después de haber
marcado a fuego más de una generación en la historia de Roma, del Renacimiento
y hasta nuestros días donde aún los viejos abogados lo recuerdan. La de
Quintiliano es una retórica signada por la reflexión moral en un cambio
profundo de época que traerá consigo la caída del Imperio.
Hay paralelismos y anacronismos repartidos por uno y otro poema. Las preguntas famosas de las “Institutio Oratoria” de Quintiliano: quis quid ubi… dan título al libro y están preguntando por lo que nos pasó con los desaparecidos, pero también, lo que le pasó a la modernidad. Las preguntas además indican la indagación reflexiva sobre el sujeto: el qué, el quién y el dónde. Intentaba disimular o desvanecer el yo poético con mayúsculas y valorizar la subjetividad no sólo lírica, sino reflexiva, prosaica. En fin, un intento por salir del confesionario sentimental sin dejar de buscar sentido y emoción.
«Nunca hubiera sido posible ese mundo de la poesía sin el texto. Es el artificio que la oralidad inventa para ser legible. En el poema descansa una experiencia de la que no sabíamos todo, o mejor aún, es la experiencia en perpetua aproximación a lo vivido».
En tus libros también hay poemas de la vida cotidiana, desde una avispa o un picaflor hasta Maradona o el blues, el subterráneo. En el mundo “Picardo” se presenta, me parece, una mezcla de cuestiones eruditas, situaciones antiguas o bien referencias a personajes y, otras, que tiene que ver con una mirada de lo pequeño, lo llano. ¿Es posible pensar que tu poesía tiene una especie de movimiento, a mi gusto feliz, que va de lo erudito a lo pequeño o llano?
No sé si hay un mundo “Picardo”. Me gustaría, aunque el intento de registrar el mundo no resulta, en mi caso, ni exhaustivo ni total, porque no sólo no podría, sino que lo hago desde la excentricidad de escribir y pensar este mundo en que vivo. No trato de crearlo. Por eso lo cotidiano y las criaturas que lo habitan cobran algún peso poético, evitando -y eso es parte del trabajo- que lo poético caiga en lo decorativo o en lo banal del “I like” posmo o en el registro chato de un realismo mimético.
El picaflor, de este modo, no es sólo la realidad biológica que maravillosamente desafía las leyes de la gravedad, vuela hacia atrás, se detiene en el aire, desaparece. Es también, por ejemplo, el picaflor de Alfredo Veirabé: “Sin quererlo, lo comparé a ciertos estados/ momentáneos del alma del poeta”. De ahí que sea la criatura de la naturaleza y también la criatura del lenguaje.
Lo erudito en poesía no tiene muy buena prensa. Prevalece la imagen del poeta joven, pasional, salvaje y espontáneo, un Rimbaud o una Alejandra Pizarnik de cada época, como si en los poemas de Rimbaud o Alejandra no hubiera lecturas y aprendizajes anteriores. Creo que se cae en una inocencia superficial y casi nunca traen consigo más que prejuicios y mucho “influencer”. No es lo mío.
Hay varias referencias concretas sobre
la poesía. En un poema concluís: “salgo a la calle con mi enfermedad contagiosa
a cuesta: /la enfermedad de escribir poesía.”
En Pasiones de la línea, el
tema de la poesía y los poetas es muy claro en “Vida de
poesía”. Es posible pensar que en tu poesía hay una preocupación por pensar el
lugar del poeta y, sobre todo, lo que significa la poesía.
“El motivo es el poema” es un libro de
Alberto Girri de 1976. Girri aconseja
“que el poema/ se conduzca en la mente como un/ experimento en una ciencia
natural…” Hablar de poesía en los poemas
no es sólo una cuestión de arte poética, tal como se puede verificar desde el
romano Horacio hasta el argentino Juarroz. También es una de las formas de la
conciencia que se devela y se oculta en las palabras.
La
tarea del poema conduce muy lentamente –toda una vida- a una relación
particular con las cosas, un modo de tratarlas y, sobre todo, de sentirlas y
pensarlas: “Esa inteligencia ardiente” que “puede tomar y consumir una zona de
la realidad e iluminarla”.
Nunca
hubiera sido posible ese mundo de la poesía sin el texto. Es el artificio que
la oralidad inventa para ser legible. En el poema descansa una experiencia de
la que no sabíamos todo, o mejor aún, es la experiencia en perpetua
aproximación a lo vivido. Y ¿si algo se aproxima, había una distancia y “la
distancia no es la belleza del alma”? El pronombre vos en lugar de tú, la
mirada asombrada en lugar del aburrimiento, la ironía como resistencia contra
la resignación. Por todo esto, el motivo del poema y la escritura del poema son
magníficas metáforas cuyos términos humanos y divinos hay que sentir y meditar.
Me gustó
mucho el poema “Infinitos”, de Pasiones de la línea. En este libro, se
advierte un tono confesional pero además de testigo participante. Es posible
encontrar ecos en ellos del estilo de poetas como Kavafis, Giannuzzi, John
Ashbery.
El matemático alemán Georg Cantor pensó cómo
seguir contando cuando los números se agotan. Y demostró que hay infinitos más
grandes que otros. ¿Es eso posible? Sí, en matemáticas. Imaginate que
si sumás infinito más uno, sigue siendo infinito, igual que si se lo restas.
Cuando algo no tiene fin, eso no cambia por suma o resta. A mí, me maravilla
esta idea. Y cuando la llevas a la experiencia de la vida y cuando la memoria crea
sentidos que no había, el horizonte parece “infinito” y lo infinito es lo que
nos pasa adentro.
Todo Pasiones … está cruzado por las ciencias y por estas sorprendentes analogías con la poesía. El subtítulo entre paréntesis dice “poemas de Nicolás de Cusa”. Es otra máscara que uso y, en este caso, Cusa es un científico. Lo más curioso es que yo estaba escribiendo otra cosa, otro libro que tenía que ver con la Antología Palatina y con algunas traducciones. Y de repente, se me aparece en una librería de viejos, el libro De Docta Ignorantia de Nicolás de Cusa. Era una edición viejísima de la Editorial Lautaro. Un libro mil veces citado y con una larguísima tradición que pasa por Giordano Bruno y llega al mismo Einstein. Este hombre hacía ciencia copernicana 150 años antes que Galileo y Copérnico.
Uno de los capítulos de su libro se llama
“Las pasiones de la línea máxima e infinita”. Cuando lo leí, me pasmó. ¿Qué era
eso de pasiones de una línea? ¿Cómo abordar hoy el tema del infinito y de la
pasión sin caer en lugares comunes? Es el caso de este poema que abre el libro.
Trato de recordar a Leopardi, su magnífico poema “El infinito” que empieza con
este verso memorable “sempre caro mi fu quest’ermo colle”. Pero lo hago sin mencionarlo ni mucho menos,
imitarlo. El modelo me excede y amo a Leopardi.
Entonces, tomo cierta distancia, narro y reflexiono
sobre un recuerdo semejante, una tarde de verano, en la Barranca de los Lobos,
al sur de Mar del Plata. Ahí también emparejo el infinito de adentro con el de
afuera, la mirada de lo perdido y “la torpe magnitud con que la orilla/ deforma
lo que no comprende ni quiere”.
«Lo erudito en poesía no tiene muy buena prensa. Prevalece la imagen del poeta joven, pasional, salvaje y espontáneo, un Rimbaud o una Alejandra Pizarnik de cada época».
Hay poemas en diálogo con otros poemas e incluso con películas, como en 21 gramos. ¿Que podés decirnos al respecto?
Sí, un diálogo entre lo pesado y lo leve del alma. De eso se trata la gravedad que nos sostiene y que nos atrapa en el universo. En este otro libro, no uso una máscara, sino un sujeto desdoblado, es la estrategia del espejo. El título del libro hace referencia al film del mismo nombre, del director Alejandro Iñarritu con guión de Guillermo Arriaga. Hay una cita al inicio, que es del guión, cuando Rivers pregunta «¿cuántas vidas vivimos y morimos?». Y habla del peso del alma: los 21 gramos que desaparecen del cuerpo después de la muerte. Es una metáfora muy linda que no necesariamente hay que entenderla como algo místico. Encierra muchas cosas. Simone Weil tiene un libro que se llama La gravedad y la gracia. Son notas reflexivas muy propias de Weil. Sostiene que hay dos fuerzas que tensan cualquier fenómeno. La primera tiende a la pesantez, la segunda hace sentir a los cuerpos el soplo de la inspiración. Su lectura no tiene desperdicio. Le gustaba mucho a Albert Camus. Pero creo que eso nos llevaría a hablar otras cosas más pesadas
Repentina y absurda, Carlos Busqued nos dejó en shock, una vez más. Literatura, Twitter, una amistad sin mayor explicación.
Las relaciones sociales son tan frágiles como
un cuerpo y tan porosas como una pared llena de humedad: el tiempo histórico y
sus avatares políticos, económicos y tecnológicos nos arrastran a nuevas formas
de sociabilidad, y nosotros nos encomendamos en cada generación al malabarismo
del diálogo o al monólogo sordo que no dialoga. Entre medio, y pocas veces, nos
encontramos con alguien que nos cambia la vida. Pero cuando digo “nos cambia la
vida” es un poco una exageración y otro poco una triste realidad: en este mundo de dolor los detalles se vuelven
movimientos tectónicos, y las palabras sinceras amistades efímeras en el
tiempo, pero eternas en el espacio.
Voy a nerdearla,
solamente para hacerlo enojar un poco (y porque no entiendo absolutamente nada
de aviones de guerra, y menos de ingeniería o de cálculo): hay un libro
fundamental en el judaísmo del siglo XX que es El principio dialógico, o el Yo
y Tú, de Martin Buber. Dos ideas de ahí me vienen rápidamente a la cabeza.
Primera: somos en la diferencia y la salida al otro, el Tú, es siempre una salida en el lenguaje; el lenguaje es la
posibilidad de encontrarse en la diferencia. Segunda: las relaciones en la
diferencia, entre el Yo y el Tú, son finitas y perecederas, como la
existencia.
Ahora digo: la amistad es la extrañeza de lo desconocido, la incertidumbre que hace del extraño un extrañar y transforma el tiempo en espacio. La amistad es siempre una charla que se dejó el día anterior.
Jacques Derrida, durante el sepelio de
Emmanuel Levinas el 28 de diciembre de 1995 dijo, retomando su legado, que “la
relación con la muerte en su excepción –y la muerte es, sin importar su
significado en relación con el ser y la nada, una excepción– a la vez que
confiere a la muerte su profundidad no es una visión, ni siquiera una
aspiración” sino que “es una emoción, un movimiento, una inquietud en lo
desconocido”. Y justamente esta definición levinasiana de “lo desconocido”
constituye un “no-saber” que es “el elemento de amistad u hospitalidad que
permite la trascendencia del extraño, la distancia infinita del otro”. Ahora
digo: la amistad es la extrañeza de lo desconocido, la incertidumbre que hace
del extraño un extrañar y transforma
el tiempo en espacio. La amistad es siempre una charla que se dejó el día
anterior.
No quiero que estas palabras parezcan una
oración fúnebre, pero creo que a él le hubiera encantado que tengan ese tenor,
que busque escribir un texto con diferentes texturas a su muerte. Estoy en
shock desde la tarde, cuando me avisaron lo que había pasado. Sigo sin creerlo,
por momentos me lleno de tristeza y digo, “cuando te tiene que pasar te pasa”;
después pienso, “qué mierda todo”; y por momentos hasta creo que sonrío
imaginando que si la muerte es el gran absurdo de vivir, “una muerte sinsentido
le da sentido a este absurdo que es la vida”.
Nunca conocí a Carlos Busqued en persona y sin embargo desde nuestro primer diálogo sentí su amistad y la extrañeza que hace de lo desconocido un detalle que genera un pequeño terremoto en el alma.
Durante muchos años intercambiamos “likes” y
nos “retuitiamos” esas publicaciones de 140 caracteres que eran nuestra
escritura cotidiana en Twitter. De cuando en cuando nos escribíamos algo de
forma privada. El último mensaje que recibí de Carlos Busqued fue el 25 de
noviembre del pandémico 2020. Habíamos hablado ese día de lo “espantoso que era
todo”. El me había escrito un tiempo antes, transmitido unas palabras que
fueron abrazos y nos volvieron más cercanos en esa virtualidad que a veces se
vuelve tan real como un abrazo imposible. Le transmití una reflexión sobre el
espanto, el dolor y el mundo. Sus últimas palabras fueron: “la trampa
discursiva”. Nunca conocí a Carlos Busqued en persona y sin embargo desde
nuestro primer diálogo sentí su amistad y la extrañeza que hace de lo
desconocido un detalle que genera un pequeño terremoto en el alma. Sigo en
shock mientras escribo estas palabras fúnebres para una amistad que no necesitó
del tiempo, una amistad que nos encontró en la espacialidad del diálogo y los
abrazos virtualmente irreales.
La dictadura de 1976 está signada, entre otras cosas, por el terrorismo de Estado. Ese dispositivo de represión clandestina fue el corolario de un largo proceso de intervención política de los militares y una serie de prerrogativas habilitadas por el gobierno de Isabel Martínez de Perón.
Cuando esto ocurre [la suspensión total del orden jurídico vigente], es evidente que mientras el Estado subsiste, el derecho pasa a segundo término. Como quiera que el estado excepcional es siempre cosa distinta de la anarquía y del caos, en sentido jurídico siempre subsiste un orden, aunque este orden no sea jurídico. La existencia del Estado deja en este punto acreditada su superioridad sobre la validez de la norma jurídica. La “decisión” se libera de todas las trabas normativas y se torna absoluta, en sentido propio. Ante un caso excepcional, el Estado suspende el Derecho por virtud del derecho a la propia conservación.[1]
El 16 de febrero de 1975 en la plaza de armas del Regimiento Patricios de Mendoza se llevó a cabo el velatorio del capitán Héctor Cáceres, muerto unos días antes en el monte tucumano durante un enfrentamiento con miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El hecho se produjo en un contexto particular: desde los inicios de ese mes el Ejército argentino se encontraba realizando una acción represiva y de exterminio en gran escala para eliminar el “foco rural” que esa organización político-militar había establecido en la provincia de Tucumán. En el funeral del oficial muerto, el general Leandro Anaya, Comandante en Jefe del Ejército, expresó: “El 29 de mayo próximo, al conmemorarse el aniversario de la fuerza [el día del Ejército], manifestaré: “el país ha definido claramente la forma de vida dentro de la cual desea desenvolverse. El gobierno, respaldado por los sectores más representativos del quehacer nacional, ha adoptado la firme determinación de hacer efectivo dicho mandato” […]. Dije en una oportunidad: “el Ejército está preparado para caer sobre la subversión, cuando el pueblo así lo reclame a través de sus legítimos representantes”. El pueblo lo ha reclamado. El Ejército cumplió”.[2]
La lectura de este párrafo nos conduce a formular algunas
preguntas: ¿cómo y por qué el arma terrestre llegó a ocuparse de la realización
de tareas represivas? ¿Cuál fue el papel que cumplieron las autoridades
políticas en ese proceso? ¿Por medio de qué marco legal se habilitó el uso del
Ejército en el orden interno? ¿A quién o a quiénes habían definido como el
enemigo los hombres de armas y el gobierno? ¿En qué tipo de conflicto interno
creían estar involucrados los actores políticos y militares?
Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que habilitaba un estado de excepción.
Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores
centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con
el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que
habilitaba un estado de excepción. Se contaba con una teoría y una práctica para
la contrainsurgencia desde los años finales de la década del cincuenta. A su
vez, el gobierno peronista de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) dictó
un conjunto de decretos que edificaron una creciente excepcionalidad jurídica.
Este proceso poseía importantes antecedentes en las dictaduras militares de la
“Revolución Libertadora” (1955-1958) y de la “Revolución Argentina” (1966-1973)
y en las presidencias constitucionales de Arturo Frondizi (1958-1962) y de
Arturo Illia (1963-1966). Durante el mandato de Martínez de Perón se dictaron el
estado de sitio en noviembre de 1974 y los decretos “de aniquilamiento de la
subversión” al año siguiente.
En los primeros días de febrero de 1975, el Poder Ejecutivo convocó al Ejército para darle la mayor responsabilidad en materia represiva: lograr la derrota y el exterminio del “foco guerrillero” que el ERP había instalado en una zona rural de la provincia de Tucumán desde algunos meses atrás. Luego del ataque de la organización político-militar peronista Montoneros al Regimiento de Infantería de Monte 29 en la provincia de Formosa en octubre, aquella misión tomó un carácter nacional mediante el decreto 2772. Las autoridades políticas y militares consideraban que, en la coyuntura de 1975, la defensa y el resguardo de la República justificaban la suspensión de partes sustanciales del orden jurídico para garantizar su supervivencia ante una amenaza caracterizada por ambos actores como “subversiva”.
Escribir sobre el
terrorismo de Estado es también escribir sobre la guerra. Los militares (al
igual que la mayoría de la dirigencia política, diversos sectores de la
sociedad civil y las organizaciones armadas) partían de la premisa de estar
librando una contienda bélica. En base a ello diagramaban su doctrina,
estrategia, hipótesis de conflicto, métodos de combate e intervención en el
orden interno. Además, no se trataban de cualquier enfrentamiento armado sino
de una “guerra contra la subversión”. Esto implicaba, por ejemplo, incorporar
el crimen a la operatoria castrense.
¿Por qué el Ejército recurrió a prácticas represivas clandestinas que no figuraban o estaban prohibidas en los reglamentos elaborados por la propia institución desde la incorporación de las nociones contrainsurgentes? La respuesta a esa pregunta debería tomar en cuenta una serie de factores: la influencia ejercida por el pensamiento contrainsurgente y las prácticas criminales que éste avalaba; la amnistía generalizada de los presos políticos capturados y juzgados durante la “Revolución Argentina” ocurrida durante la presidencia de Héctor Cámpora (mayo a julio de 1973); la situación ventajosa que le daría a los militares desde el punto de vista operativo, asegurando la efectividad y la impunidad por las tareas ilegales que éstos realizaran y la probada eficacia del terror entendido como un arma de guerra contra los opositores políticos. Además, la masacre debía esconderse para el resto del mundo y especialmente frente a los eventuales reclamos que pudiera realizar la Iglesia Católica, como ya había ocurrido con las ejecuciones que tuvieron lugar en la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile (1973-1990).
Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración doctrinaria iniciado en 1955.
El Ejército condensó una serie de principios para guiar su
accionar contra los opositores políticos o aquellos individuos o colectivos percibidos
como tales. Se había definido un enemigo, la “subversión”, caracterizado por
estar oculto entre la población, su extremismo ideológico y de métodos, operar
en varios frentes y buscar la toma del poder para transformar de raíz los
supuestos fundamentos políticos, culturales, religiosos y económicos de la
Argentina. Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se
basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto
brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos
principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración
doctrinaria iniciado en 1955.
Las máximas autoridades de la fuerza habían decidido el
exterminio del enemigo. Desde el “Operativo Independencia”, el concepto de “aniquilamiento”
se convirtió en el ordenador de las prácticas represivas. No obstante, los
militares en soledad no hubiesen podido imponer sus ideas y encarar la “lucha
antisubversiva” si no hubieran contado con el aval político que solamente les podían
otorgar las máximas autoridades del gobierno. Los secuestros, las torturas, los
centros clandestinos, los asesinatos masivos, las desapariciones, las variadas
formas de destruir o esconder los cuerpos, se convirtieron en la marca
registrada del terrorismo de Estado en nuestro país, junto con una serie de
prácticas legales o legalidazadas por la dictadura tales como la prisión
política o el exilio.
En los prolegómenos del golpe de Estado de marzo de 1976, un conjunto de elementos diacrónicos
confluyó con otros de tipo sincrónico. Una serie de procesos de largo
plazo (desarrollos doctrinarios, jurídicos, de imaginarios, de estructuras
organizativas y de prácticas) se imbricaron con otros de corta duración (un
diagnóstico de coyuntura, usos, apropiaciones, prácticas represivas, una
convocatoria presidencial a la “lucha antisubversiva” y un contexto de crisis
política, económica e intragubernamental) dando lugar al surgimiento de un
determinado fenómeno histórico: la represión clandestina y su cara más brutal,
el exterminio secreto.
La seguridad interna se hallaba completamente integrada a la
esfera de la defensa nacional, más que en ninguna de las otras coyunturas
previas. La lógica del estado de excepción, existente en diferentes momentos
entre 1955 y 1976, creó una situación compleja respecto del marco constitucional.
La incorporación de las FF.AA. a la esfera de la seguridad interna para
ejecutar tareas represivas se realizó mediante una legislación de defensa
atravesada por el imaginario de la “guerra contrainsurgente” que permitía
suspender una parte de las garantías constitucionales y que avalaba la
implementación de un conjunto de prácticas represivas sostenidas en ese marco
legal de emergencia. Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el
orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción
les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la
“subversión”. Una serie de decretos confirmaba la percepción del Ejército de
estar inmerso en una guerra que –es importante remarcarlo– implicaba la
realización de acciones criminales.
Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la “subversión”.
Los
pares dicotómicos estatalidad/paraestatalidad y acción pública/acción
clandestina en un marco de excepción pierden su operatividad para el análisis
histórico: deben abordarse considerando sus cruces y porosidades. Las medidas
propias de un estado de excepción imponen una situación en la que la división
polar “legal/ilegal” deja de funcionar como clave de comprensión de las
acciones ejecutadas por el Estado. En el caso argentino, por ejemplo, muchas de
las medidas represivas que implementaron los militares estaban fuera del orden
jurídico. Sin embargo, la legislación de defensa que se sancionó en los sesenta
y entre 1974 y 1975 permitió que aquellas prácticas ilegales se volvieran
legales. Por lo tanto, como señala Marina Franco “el problema no es entonces la
‘legalidad o la ‘ilegalidad’ de las acciones, sino el carácter excepcional y
ascendente de esas medidas ‘legales’ fundadas en el estado de necesidad que
llevó a la suspensión progresiva del Estado de derecho en nombre de su
preservación. Fue ese proceso, efectivamente, el que condujo a la
militarización del Estado y alimentó, una vez más, la autonomización de las
Fuerzas Armadas”.[3]
Para finalizar, a partir de 1975 la acción represiva y de
exterminio se movieron en una “tierra de nadie” creada por la combinación de la
excepcionalidad jurídica con la contrainsurgencia. Este proceso tuvo como
condición de posibilidad los desarrollos doctrinarios y gubernamentales
previos.
[1] Carl Schmitt. Teología política. Cuatro ensayos sobre la
soberanía. Buenos Aires, Struhart & Cia, 2005, p. 30.
Este 24 de febrero se cumple el primer aniversario de la muerte, a los 100 años, del pensador más destacado que dio nuestro país a la ciencia y la filosofía, y uno de los pocos contemporáneos con impacto universal en diferentes campos del conocimiento: en la epistemología, en la ética, en la lingüística, en la filosofía política, en las ciencias sociales, en la filosofía de la matemática o de la tecnología, y muchos más. Sin embargo sigue siendo poco leído (e incluso denostado por quienes no conocen su obra) en el mundo académico de su país de origen. En esta nota, personalidades de la ciencia, la filosofía y el periodismo explican por qué es tan importante su trabajo y por qué vale la pena conocerlo y divulgarlo.
Hace un
año, el 24 de febrero de 2020, fallecía a los 100 años Mario Bunge. Llegó a la
filosofía desde la ciencia: era físico. De hecho, no tenía título en filosofía.
Tremenda paradoja: el filósofo más destacado que ha dado la Argentina al mundo
no cursó estudios académicos en esa especialidad.
Todo le
interesaba. Su curiosidad y su capacidad eran tan vastas como insaciables.
Aunque se instaló en Canadá para poder desarrollar con libertad su aporte
intelectual a la humanidad, siempre volvió a la Argentina, donde todavia al
filo del siglo de vida dio clases memorables en las universidades porteña y
platense.
Denostado
por gente que no ha leído de él más que alguna entrevista, fue tan férreo
opositor a las pseudociencias como a los pensamientos dogmáticos, conservadores
y reaccionarios de todo tipo. De una honestidad intelectual ejemplar,
socialista antiautoritario desde su juventud, reconoció equivocaciones en sus
opiniones con la misma honestidad con que desarrolló su obra. Su apego a los
valores y a la vez a los hechos lo llevaron –para sorpresa incluso de sus
seguidores– a apoyar las grandes líneas del gobierno kirchnerista pese a haber
sido acérrimo opositor al peronismo en sus años mozos.
Bunge escribió más de 80 libros que fueron traducidos a varios idiomas. Su obra más importante es el Tratado de filosofía básica, en ocho volúmenes, escrito en inglés y hasta ahora solo publicados en español los primeros cuatro tomos, editados por Gedisa. Los cuatro restantes serán publicados por la editorial española Laetoli. De enorme reconocimiento internacional por sus aportes en casi todos los campos del conocimiento, Bunge es poco leído y muchas veces criticado en su país sin conocer su labor. Un dato: es el único autor de habla española que se encuentra entre los científicos «más famosos de los últimos 200 años» en el ranking de la revista Science.
De enorme reconocimiento internacional por sus aportes en casi todos los campos del conocimiento, Bunge es poco leído y muchas veces criticado en su país sin conocer su labor. Un dato: es el único autor de habla española que se encuentra entre los científicos «más famosos de los últimos 200 años» en el ranking de la revista Science.
Por todo
eso, y con la excusa del primer aniversario de su muerte, surgió esta nota: para
contribuir a divulgar la importancia de su obra, un granito de arena en el
intento de que se lo lea y se lo conozca más en su propia tierra.
Pero la
intención no es llegar a la comunidad filosófica o científica que ya lo conoce
(o que cree conocerlo) sino tratar de hacerlo con estudiantes, docentes,
periodistas, militantes políticos y sociales, investigadores, activistas de
organizaciones ambientales, en fin: a quienes por su actividad valoran (o
deberían hacerlo) la producción de sentidos sobre lo común, sobre lo que es de
todos, que es –en mi opinión– el gran signo que marca la obra de Mario Bunge:
un filósofo y científico que trató de hablar claro para incidir sobre un mundo
que le resultaba profundamente injusto, y que sin embargo ha logrado avances impensables
en comparación con todos los “mundos” del pasado.
Nada
mejor para eso que pedir ayuda a personas de distintos ámbitos que valoran,
desde sus propias perspectivas, los aportes de Bunge en cada campo. Mujeres y
hombres de la ciencia, de la filosofía, de la comunicación. El resultado es
este pequeño rompecabezas: una introducción singular a la vida y a la obra de
Mario Bunge.
Pedimos y
brindaron su testimonio figuras de relevancia en distintas disciplinas
científicas y filosóficas de la Argentina, así como en el periodismo y en la
discusión pública. A todas ellas el agradecimiento por haber accedido a la
invitación.
EL GENIO QUE NO TOMABA EXÁMENES
Alejandro
Agostinelli es periodista e
investigador, autodefinido como “interesado en ciencia, creencias, tecnologías
esotéricas y todo lo humanamente extraño”. Es un comunicador clave para el
pensamiento crítico en la Argentina y uno de los más destacados en poner la
lupa sobre pseudociencias y rarezas epistémicas de toda índole. Conoció a Bunge
en los 90 y desde entonces su labor estuvo atada –en varios modos– a la de
Mario Bunge. “Me emocionó mucho que en su libro Memorias. Entre dos mundos me
considerase su amigo”, cuenta. Y entre sus recuerdos sobre Bunge brilla la
fascinación de sus hijas “cuando supieron que Mario no tomaba exámenes: para
aprobar o desaprobar a un estudiante solo pedía una monografía y una exposición
oral sobre un tema a elección”.
Alejandro
asegura que extraña tres cosas de Bunge: “Su espíritu jodón, los benéficos
efectos de su cercanía (un hombre con esa apabullante vitalidad no puede sino
ejercer una influencia positiva) y su enorme capacidad para insistir lo
inadmisible que resulta que existan filósofos, e incluso epistemólogos, que
sólo reciten nombres o discutan e interpreten lo que dijeron otros autores: el
progreso del conocimiento, y de cada disciplina científica, necesita una
filosofía científicamente informada para detectar problemas, enfrentarlos,
hacer preguntas y buscar respuestas”.
“Era al momento de su muerte, pero desde mucho antes, uno de los filósofos más importantes del mundo, y en particular el más importante representante de la escuela de filosofía científica”, dice Pablo Jacovkis.
EL MÁS IMPORTANTE REPRESENTANTE DE LA FILOSOFÍA CIENTÍFICA
“Era al
momento de su muerte, pero desde mucho antes, uno de los filósofos más
importantes del
mundo, y en particular el más importante representante
de la escuela de filosofía científica”. Quien lo dice es Pablo Jacovkis, doctor
en matemáticas y ex titular del Conicet, autor de una historia de la
computación en la UBA. Destaca que Bunge hizo contribuciones relevantes en
áreas muy diversas: “En la filosofía de la matemática, de las ciencias
naturales, de la ingeniería, de la tecnología, de las ciencias médicas y de las
ciencias sociales, e incluso en la filosofía política”.
El
impresionante Tratado de filosofía básica en ocho tomos, dice Jacovkis,
“es su hazaña fundamental, pero no única: la originalidad y amplitud de su
producción son asombrosas”. Jacovkis también enfatiza en la vocación bungeana
por la educación popular –empezando por su Universidad Obrera, creada cuando
tenía apenas 19 años– y en su interés por los problemas de la política
contemporánea, “embanderado en una izquierda no dogmática”, donde “la Argentina
siempre estuvo presente en su pensamiento”.
En su
labor intelectual jamás fue complaciente, porque priorizaba la búsqueda de la
verdad. Eso lo llevó a ser duramente crítico y a recibir duras críticas
también. El apego a la evidencia que proporcionan los datos o los cálculos es
un aspecto central que rige la labor de Bunge. Incluso en campos donde las
principales referencias no tienen mucho apego por ese criterio, como suele
ocurrir en las llamadas “humanidades”.
Una muestra
de cómo su aporte se visualiza en campos diferentes nos la da José María Gil,
doctor en Filosofía e investigador del Conicet, especializado en educación y
lenguaje. Su acercamiento y su interés en la obra de Mario Bunge provienen de
esa vertiente. Dice que Bunge cultivó el pensamiento crítico y el criterio de
racionalidad “sin concesiones a la corrección política o al sentimentalismo. Su
análisis de cómo los enunciados de la lingüística deben evaluarse en términos
de los datos lo lleva a enfrentar a una vaca sagrada como Noam Chomsky, cuya
desnudez conceptual se hace manifiesta a pesar de que en ciertos ámbitos se
sigan elogiando sus finas vestiduras”.
El
análisis de Mario Bunge, explica Gil, permite entender que la lingüística
chomskyana se sostiene en un compromiso dogmático, que resulta incompatible con
una genuina ciencia del lenguaje, cuyas hipótesis se deben contrastar con datos
lingüísticos reales.
UN ARISTÓTELES DE NUESTRA ÉPOCA
Por su avidez e interés intelectual sin límites, pero sobre todo por sus aportes innumerables en casi todas las áreas relevantes de la filosofía contemporánea, hay quienes no dudan en equiparar a Bunge con algunas de las más grandes figuras de la historia del pensamiento mundial. Podrá parecer exagerado para quienes no lo han leído, pero no lo es en absoluto para quienes abordan su trabajo desde diferentes campos. La mención a Aristóteles, a Kant o a Leibniz como referencias de esa disposición a estudiar la realidad como un todo, suele aparecer al lado de calificaciones como “el último ilustrado” (así se titula un libro en su homenaje), el “último filósofo” o el “último aristotélico”.
Para Alberto
Cupani –doctor en Filosofía y
profesor titular ya jubilado en la Universidad Federal de Santa Catarina– Bunge
fue “una suerte de Leibniz del siglo XX”:
parecía “estar al tanto de cuanto asunto interesara a la sociedad e hiciera
parte de la cultura occidental”. Su vasta producción lo atestigua, al ocuparse
de asuntos muy variados entre los cuales brilla el monumental Tratado de Filosofía Básica, que ya
mencionamos. Allí Bunge “procuró demostrar que los principales problemas de la
filosofía occidental podían ser formulados de manera exacta y respondidos con
el auxilio de la información científica actualizada”.
Cupani
asegura que Bunge fue singular por varios motivos, entre ellos por defender el
valor cultural y moral de la ciencia en tiempos en que diversos intelectuales
se habían vuelto francamente hostiles a ella. Y también por su osadía en
elaborar un sistema filosófico en una época en que tal empresa se considera
superada. Otro elemento central es que para Bunge la defensa del conocimiento
filosófico se vincula con que sea compatible con la ciencia, de una manera que
desagrada igualmente a “positivistas” y “antipositivistas”.
Entre
sus méritos, Cupani incluye “su defensa del humanismo comunitarista”, la
aspiración a vivir “en y para una sociedad ecuménica, con diversidades
naturales pero sin desigualdades artificiales que favorezcan a una minoría”.
Para él, “querer una humanidad mejor, más libre y creadora, es querer que cada
individuo sea mejor, más libre y creador”, y reconocer que la verdadera
democracia no es la meramente representativa sino la participativa, que
garantiza a la persona su intervención en el destino de la sociedad. En ella,
la ciencia debe contribuir a una forma de vida en la que lo biológico, lo
político y lo cultural se armonizan (por ejemplo ante los grandes problemas de
la humanidad, como el ambiental o la desigualdad) al abordarlos desde una
reformulación científica de los grandes temas de la filosofía occidental.
Teresa La Valle asegura que la perspectiva y actividad de Bunge “excedieron con creces lo que se suele catalogar como actividad académica”. También destaca la máxima ética que propuso Bunge: “La vida plena se consigue haciendo lo que a uno le gusta y ayudando a otros a vivir y servir mejor”.
JUSTICIA SOCIAL, GÉNERO,
AMBIENTE Y COOPERACIÓN
Cuando se conoció la noticia del fallecimiento de Bunge, el sitio más importante de educación superior en España tituló del siguiente modo: “Muere Bunge, filósofo científico líder en justicia social y lucha contra pseudociencias y posverdad”. Una apretada pero certera síntesis de algunos de los aspectos centrales para el gran pensador. Resulta raro ver la expresión “justicia social” junto a un filósofo destacado. Raro y estimulante. La filósofa argentina Teresa La Valle –especializada en ética y ambiente, y delegada argentina a la cumbre Rio+20– destaca que Bunge, lejos de limitarse al escritorio o al aula, “compartió su concepción de la sociedad y nuestro lugar y obligaciones en ella. Desde su punto de vista, la sociedad ideal consta de dos triángulos unidos por sus cúspides: el trabajo, la salud y la educación conforman el triángulo inferior. Montado sobre éste, el triángulo superior, cuyos lados son la igualdad, la solidaridad y la libertad. Si se quita uno de los lados, se desarma el sistema”.
Teresa asegura que la perspectiva y actividad de Bunge “excedieron con creces lo que se suele catalogar como actividad académica”. También destaca la máxima ética que propuso Bunge: “La vida plena se consigue haciendo lo que a uno le gusta y ayudando a otros a vivir y servir mejor”. Y reflexiona: “Esto no es algo que se suela escuchar en, ni relacionar con, los campos donde él trabajó”. Otros aspectos que Teresa enfatiza: su afirmación de que toda ciencia “es parte de una cultura y toda investigación científica siempre trabaja sobre la base de supuestos filosóficos acerca de la naturaleza y de la sociedad… No hay técnica sin ideología, ya que esta fija valores y, con éstos, fines”. Un tema sobre el cual se debate con creciente energía y frecuencia. Y finalmente la relevancia que Bunge daba a la cooperación, su alegría por el Premio Nobel a Elinor Ostrom, donde la fallecida investigadora evidenciaba el modo exitoso de gestión de los bienes comunes por parte de asociaciones de usuarios y cooperativas.
Teresa
lamenta el poco impacto de la obra de Bunge “sobre quienes deben diseñar
políticas y planes de desarrollo científico y técnico realistas y eficaces”. Y
se pregunta si la lectura, análisis y cumplimiento de las diez condiciones que
propone para implementar políticas y planes con esas características no debería
ser “el camino habitual para lograr el desarrollo que necesitamos con
urgencia”, respetuoso del ambiente y de la dignidad de las personas.
Diana Maffía es doctora en filosofía (UBA), fundó la Red Argentina de
Género, Ciencia y Tecnología y dirige el Observatorio de Género en la Justicia.
Quizás por todo eso su mirada se concentra en un costado menos conocido de
Bunge: el de pionero en la igualdad de género. Cuenta Diana: “A los 18 años Mario Bunge fundó la Universidad Obrera Argentina,
donde los estudiantes, que eran trabajadores a los que se les enseñaba ciencia,
tecnología, derechos laborales y política, participaban de las decisiones junto
a los docentes y las docentes, debo agregar. Porque en los años 30 Bunge
contrataba mujeres para su universidad. Una de ellas fue la poeta anarquista
Emma Barrandéguy, una escritora extraordinaria por quien supe de la existencia
de la Universidad Obrera Argentina. Le escribí a Bunge para saber más sobre esa
historia, preparando un libro con ese tema, y gracias a eso me convertí en lo
que él en su autobiografía llama ‘una de sus amigas epistolares’. Gracias por
permitirme hacer este homenaje brevísimo a una persona tan importante como
Mario Bunge”.
LEER A BUNGE, UN DEBER CÍVICO
La amplitud de la recepción de la obra de Bunge se visualiza, por ejemplo, en la contratapa de la Filosofía Política de Mario Bunge, donde la filósofa y activista ambiental india Vandana Shiva, Premio Nobel Alternativo 1993, alienta a la lectura de esa obra. Dice: «Los penetrantes análisis políticos del profesor Mario Bunge son para mí una fuente de inspiración. En Filosofía política combina el desarrollo de la idea de una democracia integral con una aguda sensibilidad social. En esta era, en la cual afrontamos múltiples crisis, esta propuesta es de suma importancia para nuestra libertad y supervivencia. Todo ciudadano comprometido, todo líder político, debería leer este libro”.
Algo parecido dice el economista español Alfons Barceló, autor de Economía política radical (1998) y de Interpretando a Bunge (Laetoli, 2020). Barceló dice que Bunge es “el filósofo más importante de nuestra era” y que dejó “un legado intelectual colosal, plasmado en una obra inmensa y profunda”. “Me parece un deber cívico leer algo de Bunge», afirma en una entrevista que acaba de publicar la revista El Viejo Topo en España.
“Nos dejó una obra vasta, copiosa, singular. Es nuestro deber estudiarla, expandirla, desafiarla”, señala Gustavo Romero.
“BUNGE NOS HACE MEJORES”
Muchas de las personas que estuvieron cerca de
Bunge (intelectual y humanamente) sienten el deber moral de
preservar y hacer conocer “la inmensa obra producida por este gigante
intelectual argentino de dimensión universal”, como lo expresa Guillermo
Denegri. Investigador del Conicet y profesor
Biología y de Biofilosofía en la Universidad Nacional de Mar del Plata, Denegri
asegura a un año de la muerte de Bunge que “su figura se agiganta cada día”. ¿Razones para leerlo? ”Fue uno de los filósofos de la ciencia más importantes
y su obra tiene trascendencia en el mundo entero”, abunda Guillermo.
Otro costado de Mario Bunge, el de la
generosidad personal e inagotable para con quienes acudieran a él, se verifica
en incontables testimonios. Como éste, de la mano de Esteban Sargiotto, licenciado
en Letras y hoy cursando la Licenciatura en Matemáticas en la UBA. “En 2009 le envié un mail. Yo venía leyendo sus obras y había formado
un grupo de estudios con un amigo que era profesor de matemática”. Esteban no
tenía esperanza de recibir respuesta, “porque era un absoluto desconocido,
porque estudiaba Letras y no ciencia y porque le escribí a un correo
institucional que encontré en internet”. Para su sorpresa, le respondió al día
siguiente, en una extensa carta donde “me contestó todo lo que le pregunté y me
recomendó varios libros”. Como otras personas consultadas, Sargiotto rescata
los valores vitales de Bunge, su socialismo no dogmático, y el haber sido “un
polemista siempre dispuesto a retractarse y aprender de sus errores”. A un año de
su fallecimiento, conviven “la tristeza de no tenerlo más entre nosotros” con
“la alegría de saber que vivió con felicidad y enorme generosidad”.
El
científico y filósofo Gustavo E. Romero es astrofísico, director del Instituto Argentino de Radioastronomía e
investigador superior del Conicet. Reconoce
en Bunge “la influencia capital de mi vida intelectual”. Asegura que nadie ha
dejado una marca tan profunda en su forma de entender y hacer ciencia y
filosofía. Y enumera los méritos de Bunge: es claro, es curioso, es valiente,
es amplio, es profundo, es generoso.
“Leer a
Bunge es un bálsamo”, asegura. “Sobre todo después de leer tantos filósofos
profesionales acostumbrados a escribir para que sólo los entiendan sus colegas
o incluso nadie en absoluto”. Bunge “trata todos los temas capaces de suscitar
nuestras grandes preguntas” y lo hace informado por la mejor ciencia. No teme
romper tradiciones, o ir contra los consensos, si la evidencia le indica que
hay que hacerlo.
“Nadie que haya abrevado en su obra sale sin ideas valiosas para explorar, desarrollar, o incluso combatir. Bunge siempre estimula. Mi propio trabajo, incluso para llegar a contradecirlo, es en general motivado por sus investigaciones”. Y concluye: “Nos dejó una obra vasta, copiosa, singular. Es nuestro deber estudiarla, expandirla, desafiarla. Así él lo quiso. En ese trabajo encontraremos la clave final para valorarlo: Bunge nos hace mejores”.
Y porque nos hizo mejores, por su incansable lucha por la igualdad y, sobre todo, por el conocimiento, por su vida plena que, por un momento, creímos eternas, es que lo recordamos. Lo recordamos sin llantos ni quejas, sino invitando a su lectura, a visitar su obra, a conocerla y difundirla. Como, tal vez, él hubiera querido.
El nuevo libro del científico, mago y divulgador es un texto imprescindible para docentes, para filósofos y filósofas, para investigadores de la ciencia digna, y para luchadores sociales que a veces sienten que necesitan mejores argumentos o más paciencia para lidiar no solo con los obstáculos cotidianos sino con quienes reproducen discursos de odio y de “grieta”.
Tabú, de Andrés Rieznik, es un pequeño gran libro. En apenas 158 páginas hace un recorrido que no dudaría en conceptuar como imprescindible para cualquier persona interesada en el conocimiento, en la filosofía y en el destino de la especie humana.
Primero Andreś presenta sus razones para que se comprenda la
urgencia de conversar socialmente sobre los descubrimientos actuales de la
biología del comportamiento humano.
Después propone dos puntos de partida morales útiles para guiar esa discusión: 1) el principio de igualdad –la idea de que aunque seamos muy diferentes, que lo somos porque no hay dos humanes iguales, nuestros intereses deben ser considerados de igual manera–; y 2) la necesidad de una moral secular, no basada en creencias personales sino que se desprenda de una mirada compartida, casi como un corolario del principio anterior.
(El principio de igualdad basado en la igual consideración de intereses, no es otra cosa que el viejo principio artiguista de que «naides es más que naides», tomado a su vez del refranero hispánico. Es bueno retomarlo como lo hace Andrés, reformulado en términos de una razonabilidad a prueba de balas, que sólo puede ser rechazada por personas egoístas o elitistas, y que por supuesto jamás podrían defender ese rechazo en público).
Todo el libro es una fuerte convocatoria a razonar críticamente pero en base, a la vez, a principios y a evidencia. Y a la educación como la herramienta para lograrlo.
Luego el autor describe algunos descubrimientos y métodos de
la neurociencia (no de la neurochantada, diferenciación muy relevante), de la
psicología evolutiva (superando el psicoanálisis y otras teorías
pseudocientíficas) y la genética del comportamiento (un mundo nuevo de estudios
sumamente fructífero). Y a la luz de los principios ya mencionados, discute las
posibles aplicaciones de esos descubrimientos en educación y en salud mental.
Todo esto lo hace de una manera sumamente clara e informada,
con muchas notas al pie para quienes deseen profundizar, pero sin interrumpir
el hilo para que el recorrido sea (como logra serlo) no solo elocuente, sino
también entretenido. Con un tono en la escritura que es amable sin dejar de ser
polémico, y que toma postura ideológica explícita sin ser condescendiente con
quienes comparten esa posición inicial.
Por si fuera poco, lo hace con buen humor y con una carga de
poesía y dulzura que atraviesa todo el libro: desde las menciones a las
inspiraciones familiares que influyeron en su pensamiento, hasta las grandes
referencias que iluminan su trabajo, y ahí conviven Carl Sagan y Judith Rich
Harris con Daniel Córdoba, René Lavand y la abuela del propio Andrés. Mérito no
menos destacable: Andrés no deja de lado las emociones cuando razona. (En
verdad, nadie lo hace. Pero de ahi a hacerlo consciente, y a aprovecharlo como
lo hace el autor, hay una distancia considerable).
En el camino, y enhebrando todos estos elementos, discute de
manera original cuestiones morales como el aborto, la muerte digna y la
investigación con células embrionarias, y plantea un tema metafilosófico de
primer orden: sugiere que la moral puede ser vista como ciencia, y la ciencia
como moral.
Como parte de ese recorrido, Rieznik hace una interesante
distinción que complementa la discusión sobre lo descriptivo (cómo son
las cosas) y lo normativo (como creemos que deberían ser) con lo persuasivo
(cómo cambiamos de ideas, o cómo logramos que otros lo hagan). Una
distinción de importantes consecuencias, que permite entender (¿o debería
permitir?) que causas que derivan de aceptar el primer principio (el de
igualdad), tales como la defensa del ambiente o el respeto a la diversidad, no
dependen de ningún estudio científico, porque son axiomas independientes de
cualquier conocimiento. Un avance en la investigación científica no debería
verse como una amenaza hacia nuestra adhesión a alguno de esos principios. Al
contrario: la discusión sobre cómo aplicar cualquier paso que se da en el
incremento del conocimiento humano requiere adoptar esos puntos de vista, que
no dependen de ninguna información, sino de los acuerdos que seamos capaces de
construir. No depende de cómo son las cosas, sino de cómo queremos convivir.
Todo el libro es una fuerte convocatoria a razonar
críticamente pero en base, a la vez, a principios y a evidencia. Y a la
educación como la herramienta para lograrlo. «Así como cuando, una vez que
aprendemos a leer, luego ya no podemos elegir no hacerlo, cuando gracias a la
educación aprendemos a razonar, no podemos dejar de hacerlo frente a nuevas
ideas».
La conclusión (en realidad, una de las muchas que ofrece) es que nuestra capacidad de ponernos en el lugar de los demás (y de aceptar que incluso hay seres no humanos capaces no solo de pensar sino de sentir y de sufrir) es lo que nos ha regalado la evolución.
La conclusión (en realidad, una de las muchas que ofrece) es
que nuestra capacidad de ponernos en el lugar de los demás (y de aceptar que incluso hay seres no humanos
capaces no solo de pensar sino de sentir y de sufrir) es lo que nos ha regalado
la evolución. Y ese tesoro es lo mejor que tenemos: es lo que nos permite
aspirar a ser mejores y pensar que podemos seguir expandiendo «la frontera
de nuestra empatía».
En suma, se trata de un libro imprescindible para docentes
que crean que su rol es dar herramientas que liberen a las personas; para
filósofos y filósofas que quieren discutir cómo vivir mejor en el mundo; para
científicos y científicas con dignidad cuya convicción les indique que el
conocimiento debe estar al servicio de valores y no del mejor postor; y en fin,
para luchadores sociales que a veces sienten que necesitan mejores argumentos o
más paciencia para lidiar no solo con los obstáculos cotidianos sino con
quienes reproducen discursos de odio y de “grieta”.
Un librazo, en definitiva. Es uno de los mejores aportes que
he visto en los últimos años. Y brilla en el amplio panorama de la divulgación,
entre los incontables ejemplares de snobismo, moda, demagogia, búsqueda de curriculum
y pretenciosidad que circulan e inundan el mundo del ensayo destinado al gran
público en la Argentina actual.