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Hay que frenar el ecocidio en los humedales

Hay que frenar el ecocidio en los humedales

Los incendios en el Delta del Paraná destruyeron 1 millón de hectáreas. Tenemos responsabilidad como humanos por el impacto ambiental. Hay instrumentos políticos para frenar la tragedia. Tenemos que trabajar todos en conjunto.

La superficie quemada equivale a 55 veces una ciudad grande como Rosario.

La crisis ambiental es una crisis de nuestra civilización generada por el modelo de desarrollo económico.

Las problemáticas ambientales, como el cambio climático, la sobreexplotación de recursos o la contaminación que más se evidencian a niveles locales y regionales, son consecuencias del modelo de desarrollo que usufructúan unos pocos con recursos que son de toda la humanidad.

Este modelo de explotación ha degradado los tejidos sociales y vinculares de nuestras sociedades del sur global, producto de un sistema inequitativo que genera cada vez más exclusión. 

El desafío que tenemos como humanidad no es privativo de las políticas públicas. Nos obliga a repensarnos desde el lugar que ocupamos.

La crisis ambiental es una crisis de nuestra civilización generada por el modelo de desarrollo económico.

Nos enfrentamos a una crisis ecológica sin igual producto de la relación que establecemos con la naturaleza desde la modernidad. Muestras sobran: los incendios permanentes y continuos de los últimos tres años en los humedales pertenecientes a la zona centro de nuestro país.

Tratar a la naturaleza como mercancía trae consecuencias graves. Las provincias que comparten este tesoro natural que son los humedales, hoy padecen riesgos que traerán consecuencias incalculables en el futuro: no solo en la salud de las personas sino en el sostenimiento de una calidad de vida óptima y un desarrollo económico equilibrado.

INCENCIANDO EL EQUILIBRIO NATURAL

Los humedales son una pieza clave en el gran equilibrio natural que el mundo necesita.

Tienen una capacidad incalculable para absorber dióxido de carbono (principal gas que impacta en el cambio climático global). Tienen aspectos y morfologías particulares. Se caracterizan por ser tierras en condiciones de inundación o saturadas por el agua. A todos los determina un mismo factor: el agua, que define sus características físicas, vegetales, animales y sus relaciones. Por lo tanto, las especies que lo habitan son aquellas que se adaptan a estas condiciones.

En la Argentina los humedales representan aproximadamente el 22% de la superficie.

Podemos encontrarlos a lo largo y a lo ancho, en climas diversos y en paisajes totalmente opuestos. Tenemos los humedales de Península Valdés en Chubut (declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO), Laguna de los Pozuelos en Jujuy, Palmar de Yatay en Entre Ríos, Lagunas y Esteros del Iberá en Corrientes o la Reserva Ecológica Costanera Sur, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (destacada por ser una reserva urbana).

Desde el 2020 no dejaron de arder casi sin interrupciones más de 1.000.000 de hectáreas del delta del Paraná

Hay dos en los que se debe poner especial atención dado su estado de riesgo porque atesoran recursos naturales de interés de cara al futuro: los humedales Los Salares que contienen litio y los humedales AltoAndino amenazados por la megaminería.

LA TRAGEDIA

Pero quizás los humedales más tristemente conocidos en los últimos tiempos son los del Delta del Paraná.

Es un ecosistema generoso que se extiende en 17.500 km2 en las provincias de Entre Ríos, Buenos Aires y Santa Fe. Dador natural de bienestar y equilibrio a más de 15 millones de personas. Además, regulan inundaciones, depuran agua, retienen sedimentos, carbono y xenobióticos, forman suelos y proveen alimentos, maderas y fibras. Esta zona representa además una muy variada diversidad biológica.

Pero estos territorios son muestra una y otra vez de numerosos incendios y de disputas territoriales.

Desde el año 2008-2009 una ola de numerosos focos de fuego se detectó en esta zona arrasando con miles de hectáreas y junto con ellas cientos de miles de especies de flora y fauna. Ese año marcó un hito: se desarrollaron herramientas de gestión para reconducir esta catástrofe y que lograron detenerla durante casi 6 años consecutivos.

La ley de bosques nativos no presenta resultados concretos en cuanto a la preservación y el destino de fondos nacionales que desarrollen acciones de preservación y protección de los mismos en nuestro país.

Pero la pandemia trajo nuevos intentos de destrucción intencionales sobre este ecosistema.

Desde el 2020 no dejaron de arder casi sin interrupciones más de 1.000.000 de hectáreas del delta del Paraná. Un registro histórico de fuego permanente que arrasa día a día con más y más superficie de estos territorios, llenando de humo y de hollín el entorno, especialmente el de la ciudad de Rosario, complementando y exponenciando enfermedades respiratorias y malestar en medio de una pandemia que ataca el sistema respiratorio.

El humo y la contaminación afectan a amplias zonas del país.

LEY DE HUMEDALES, YA

La Ley de humedales sigue siendo una deuda pendiente en nuestro país y con ello la discusión sobre el ordenamiento territorial del sector, la coordinación interjurisdiccional entre las provincias afectadas y las decisiones políticas necesarias para atacar la causa de este problema: los motivos reales por los cuales se originan estos incendios.

¿Podemos producir en estas tierras? ¿Como? ¿De qué forma?

La Argentina ya cuenta en materia legislativa y de gestión con herramientas para accionar sobre estos temas. Los espacios de coordinación nacional como son el COFEMA y el PIECAS lograron resultados visibles en aquel trágico 2009. Detuvieron las quemas y avanzaron en acuerdos interprovinciales de gestión.

También tenemos la Ley de bosques nativos que no presenta resultados concretos en cuanto a la preservación y el destino de fondos nacionales que desarrollen acciones de preservación y protección de los mismos en nuestro país. Deudas de relevamiento e información respecto a otro de nuestros tesoros naturales a lo largo y ancho de la Argentina.

Poner límite a la frontera agropecuaria es un desafío de cara al futuro, donde la crisis vinculada a la producción de alimentos que se necesitará para abastecer a una sociedad que evoluciona y crece exponencialmente. 

Frente a la catástrofe ya consumada las autoridades nacionales no pueden ni ejecutan un plan de manejo del fuego acorde a las dimensiones de la gravedad y urgencia que demanda el ecocidio en el delta del Paraná. Muy por el contrario. Se detecta mayor presencia de ganado año tras año. Se postulan terrenos para la venta. Los emprendimientos inmobiliarios y los propietarios de la zona aún permanecen ilesos de los delitos ambientales ocasionados (ley N° 10.000 de Intereses Difusos).

¿Y LOS COMPROMISOS FRENTE AL CAMBIO CLIMÁTICO?

Entender que las protecciones de estos recursos son fundamentales también para potenciar y conservar la producción de nuestro país es clave para destrabar una inútil discusión que no avanza en los poderes legislativos.

El cambio del clima se profundizará ocasionando innumerables consecuencias en las condiciones meteorológicas que históricamente han permitido que la Argentina y especialmente la zona centro de nuestro país sea un motor productivo de alto rendimiento.

No hay producción agropecuaria posible sin la conservación de los ambientes naturales reguladores por excelencia. Sus servicios ambientales incluyen la protección contra inundaciones y regulan sequías extremas para esta zona.

Cientos de especies amenazadas.

Poner límites a la frontera agropecuaria es un desafío de cara al futuro. La crisis vinculada a la producción de alimentos que se necesitará para abastecer a una sociedad que evoluciona y crece exponencialmente. 

La Argentina ha firmado compromisos vinculados a la lucha contra el cambio climático. Nuestro país posee una ley nacional vinculada al tema, así como la provincia de Santa Fe particularmente. Los avances en materia legislativa son opuestos al accionar de los poderes ejecutivos.

Hoy más que nunca hay que trabajar para detener este ecocidio que ya consumió el equivalente a 55 ciudades de Rosario. Dejar de distribuir responsabilidades y competencias, debe ser el próximo paso. Hacer cumplir las normas, es obligación. Convocarnos a trabajar en pos del futuro, dejando las diferencias a un lado, es la salida a esta catástrofe nunca antes vista.

El cambio climático impactará en la seguridad

El cambio climático impactará en la seguridad

Los fenómenos ambientales tienen impactos sociales. Es posible inferir que cambios climáticos abruptos pueden generar nuevas formas de violencia urbana. Las acciones de mitigación y adaptación deben ser pensadas como aportes a la prevención. Las políticas sobre el ambiente contribuyen a tener ciudades más seguras.

No es novedad hablar de la relación entre clima y violencia: desde hace mil años fue considerada en leyes. No podemos afirmar que hay una relación mecánica, pero distintas disciplinas han advertido que las variaciones de las condiciones climáticas pueden incidir en comportamientos más violentos que faciliten delitos. Esta vinculación se ha vuelto relevante, ante los escenarios de cambio climático que augura aumento de la temperatura, desastres naturales, desplazamientos y aumento de las dificultades para el acceso a los alimentos. Le tenemos que sumar escenarios de mayor conflictividad violenta.

En la edad media ya se empezaron a establecer las primeras vinculaciones. El código de leyes de los frisones ya establecía penas diferenciadas según el clima reinante, entendiendo que condiciona los comportamientos.

No podemos afirmar que hay una relación mecánica, pero distintas disciplinas han advertido que las variaciones de las condiciones climáticas pueden incidir en comportamientos más violentos que faciliten delitos.

En tiempos de la ilustración se razonó conectando estas dos variables. Montesquiu advirtió en el siglo XVIII que las leyes debían guiarse por el clima ya que incidía en el comportamiento de las personas. El estadístico belga Adolphe Quetelet en su trabajo como criminólogo en el siglo XIX desarrolló las “Leyes térmicas de la delincuencia” para explicar el aumento de violencias en relación con el aumento estacional de las temperaturas.

Más tarde, la criminología positivistas de principios del siglo XX volvió sobre estos argumentos. Las perspectivas críticas de las últimas décadas los han relativizado por deterministas y simplistas. Sin embargo, las vinculaciones entre conflictividad, violencia y clima siguen siendo analizadas por las predominantes perspectivas sociológicas.

EL FUTURO LLEGÓ

El cambio climático está impactando de diferentes maneras en el mundo. Tiene costos económicos, entre muchas otras dimensiones. En la región andina de América del Sur se espera que continúen las sequías extensas y las olas de calor, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC). Afectará la disponibilidad de agua para el consumo, la producción de alimentos e incluso la generación de energías hidroeléctricas. Por otro lado, se combina con desastres producidos por lluvias intensas y aumento de las cotas en el litoral marino.

En el mundo, durante 2020, las catástrofes por tormentas, inundaciones y sequías provocaron tres veces más desplazamientos que por conflictos violentos. Según datos del Global Report Internal Displacement 2021 (GRID), en la Argentina la cantidad de desplazados por 16 desastres ambientales extremos el año pasado fueron 3500 personas (incluyendo inundaciones e incendios).

El calor, las sequías, la inseguridad alimentaria, las crisis económicas y sociales, producen un estrés que puede disminuir las barreras personales y comunitarias para reducir la violencia.

La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informa que en 2020 hubo 30,7 millones de desplazados en 140 países del mundo como consecuencia del cambio climático. Y se podrían convertir en 200 millones para el 2050. Estos desplazamientos traen como consecuencias empobrecimiento, debilitamiento de la presencia de políticas de protección, déficit de servicios públicos y sanitarios. Son todos factores de riesgo asociados con la violencia y su incremento.

Desastres, crisis económicas y sociales son fenómenos que ya han afectado la estructura social argentina produciendo desplazamientos, emplazamientos precarios, tugurización de las ciudades, empobrecimiento y desafiando las posibilidades del Estado de dar protección social. En las ciudades del mundo se calcula que hay mil millones de personas que viven en estas condiciones. Es el cuarto mundo que describió el sociólogo Manuel Castells, donde la presencia de un Estado débil permite la institucionalización de las economías informales: donde la violencia se autorregula por fuera de las leyes y favorece el crecimiento de la criminalidad organizada.

Más próximo en el tiempo, la pandemia del COVID-19 (que según algunas teorías se puede rastrear en cambios climáticos) tuvo una reformulación de las formas de criminalidad organizada, una temporal reducción de violencia en espacios públicos pero un incremento de la violencia (por ejemplo de género).

ENTENDIENDO CLIMA Y CRIMEN

El calor, las sequías, la inseguridad alimentaria, las crisis económicas y sociales, producen un estrés que puede disminuir las barreras personales y comunitarias para reducir la violencia. Al mismo tiempo, la necesidad de encontrar alivio (que es más acuciantes en hogares precarios) lleva mayor presencia en espacios públicos, interacciones sociales, consumos que reduzcan liberen mayor agresividad y por tanto, riesgo de aumento de la criminalidad violenta o robos.

Las investigaciones que se basan en vincular aspectos de la salud de las personas con la disminución de las inhibiciones y el autocontrol a las reacciones violentas, sostienen que el estrés vinculado al calor o catástrofes puede facilitar comportamientos agresivos. Entonces: ¿Aumentará la violencia y el delito con el cambio climático? Es posible, aunque es un debate en desarrollo.

Las teorías criminológicas que tratan de explicar el delito como un cálculo entre costos (riesgos) y beneficios (ganancias) realizado por los delincuentes en un entorno deteriorado, abandonado, sin vigilancia policial o de otras personas, hay menos riesgo de ser atrapados. Si además, las temperaturas favorecen la presencia en espacios públicos, es posible que se encuentren más fácilmente víctimas, victimarios o aquello que pueda ser robado.

Aumentará la violencia y el delito con el cambio climático? Es posible, aunque es un debate en desarrollo.

Desde las neurociencias sostienen que cambios en el entorno pueden impactar sobre las valoraciones y las capacidades individuales para controlar comportamientos. Si esperamos días de mayor calor y sequía, incendios y contaminación ambiental por presencia de humo, podrían generar más estrés o agresiones.

Las teorías que explican la variación de la delincuencia en función de las reglas de convivencia comunitarias, su organización y comunidades, sostienen que los cambios climáticos y desastres podrían afectar la cohesión social, los mecanismos de sanciones y restricciones y el control informal de las distintas zonas de las ciudades. A nivel comunitario, el abandono de los espacios comunes y las viviendas por un desastre puede facilitar también robos y saqueos. El impacto sería mayor en ciudades más desiguales o vulnerables.

En esta línea, la criminología verde es un campo en desarrollo que estudia la forma de prevenir los crímenes contra los ecosistemas, que redundan también en el cambio climático.

CALOR, CONTAMINACIÓN Y VIOLENCIAS

Hay estudios empíricos han demostrado que en los años más calientes aumentan las tasas de agresiones letales e incluso, en las zonas más cálidas hay mayores delitos violentos y en las templadas más robos. En base a este tipo de estudios, ya existen proyecciones de escenarios sobre cómo el cambio climático impactará en incrementos del delito violento.

Un trabajo que tomó 57 países en un periodo de 17 años identificó que cada grado de aumento en la temperatura impacta en un incremento del 6% de la prevalencia de los homicidios. Otros sostienen que la exposición a la contaminación ambiental (que puede presentarse en polución de partículas o gases que producen estrés), puede impactar en la predisposición para agresiones. Es decir: ciudades más contaminadas y días con más polución resultan tener mayores niveles de crimen (sin que se modifiquen las variables económicas y sociales).

Ciudades más contaminadas y días con más polución resultan tener mayores niveles de crimen (sin que se modifiquen las variables económicas y sociales).

Desde una mirada de lo social, los picos de criminalidad han coincidido con picos de pobreza e indigencia, desigualdad y debilitamiento de los medios legítimos para satisfacer las necesidades (desempleo y precarización del trabajo, disminución de la permanencia en la educación formal, debilitamiento de la atención primaria de la salud). En la Argentina, por ejemplo, los picos de homicidios fueron en 2002, 2008 y 2014, después de las crisis económicas y políticas.

Sintetizando: la acumulación de desastres ambientales, desplazamiento, crecimiento de la informalidad urbana, empobrecimiento y debilitamiento de la protección social, son factores de riesgo de la violencia y es presumible que redundarán en un incremento del delito, si no son abordadas preventivamente.

INVERTIR EN SUSTENTABILIDAD PREVENDRÁ EL DELITO

Los enfoques del desarrollo sostenible proponen una interdependencia de factores climáticos y sociales. A partir de los estudios, trabajar en reducir los impactos del cambio climático impactarán en prevenir la violencia urbana.

En estos momentos, invertir en mitigación y adaptación puede ser pensado también como estrategias de prevención. Es decir, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, cuidar el agua, desarmar las islas de calor, fomentar el arbolado público, integrar los parques urbanos al entorno rural, desarrollar sistemas de transporte públicos sostenibles, desarrollar energías verdes y ensamblarlas con políticas de inclusión social con modelos de triple impacto, es trabajar para prevenir a futuro la violencia y el delito.

Invertir en mitigación y adaptación para el cambio climático es un modo de prevenir el crimen. Las políticas sobre el ambiente contribuyen a tener ciudades más seguras.

Entonces, es el momento de empezar a definir políticas preventivas integrales y en base al desarrollo sostenible en los distintos niveles de gobierno, focalizando en las comunidades que sufrirán con más intensidad las consecuencias del cambio climático. Es fundamental abordar la integralidad del problema de la vulnerabilidad, incluyendo mitigación, adaptación y resiliencia, para evitar que a futuro, presionados por las urgencias, volvamos a repetir las fórmulas fracasadas en materia de seguridad.

Invertir en mitigación y adaptación para el cambio climático es un modo de prevenir el crimen. Las políticas sobre el ambiente contribuyen a tener ciudades más seguras.