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La ciencia argentina en la encrucijada

La ciencia argentina en la encrucijada

Desde la llegada de Javier Milei a la presidencia de la república, la ciencia argentina está sometida a una feroz agresión. La candidatura del economista libertario fue muy cuestionada en la comunidad científica y Milei le ha pagado con la misma moneda.

CONICET, institución emblema de la ciencia argentina.

No hizo realidad sus ideas más primitivas cuando proclamó: “voy a cerrar el CONICET”, pero varias de sus iniciativas en el área han sido muy dañinas. Hace pocos días, la presidenta de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la innovación (I+D+i) Alicia Caballero, informó que el principal organismo de financiamiento de la actividad científica en el país no tiene previsto abrir nuevas convocatorias para financiar proyectos de investigación. La parálisis de la Agencia ya se veía venir desde abril, cuando todos los vocales de su directorio renunciaron a sus cargos, disconformes con la brutal contracción del presupuesto destinado al sector.

Al virtual cierre de la Agencia, se suma la degradación de los salarios de los investigadores, que cayeron incluso por debajo del ya muy bajo nivel en el que los había dejado la administración de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.

Las remuneraciones de los científicos argentinos nunca fueron altas, pero los investigadores hoy perciben salarios al menos dos o tres veces inferiores a las de sus colegas de Brasil, Chile o Uruguay. Con este nivel de ingreso, la vida cotidiana se hace cuesta arriba y muchos investigadores se ven tentados a buscar otros horizontes. Se acelera el éxodo y en muchos casos los que primero salen (hacia el exterior y el sector privado) suelen ser los más talentosos.

Para completar este triste panorama, también hay un mensaje desesperanzador para la juventud que aspira a desarrollar una vocación científica: con Milei, se ha contraído de forma drástica el número de becas doctorales destinadas a la formación de las nuevas generaciones de investigadores, y se ha reducido el número de plazas disponible para la incorporación a la Carrera del Investigador Científico del CONICET.

Los investigadores hoy perciben salarios al menos dos o tres veces inferiores a las de sus colegas de Brasil, Chile o Uruguay. Con este nivel de ingreso, la vida cotidiana se hace cuesta arriba y muchos investigadores se ven tentados a buscar otros horizontes. Se acelera el éxodo y en muchos casos los que primero salen (hacia el exterior y el sector privado) suelen ser los más talentosos.

HUNDIR EL SISTEMA DE CIENCIA Y TÉCNICA

En una sociedad democrática, las decisiones sobre cuántos recursos destinar al área de ciencia y técnica, y sobre cómo distribuirlos, no pueden ser concebidas como una atribución de la comunidad científica.

La ciencia se financia con recursos públicos, siempre escasos, por lo que los investigadores (quienes tienen sus propios intereses sólo en parte coincidentes con el interés general) deben estar dispuestos a discutir con los representantes de la voluntad popular qué tipo de diseño institucional y qué tipo de políticas son las más apropiadas para promover la investigación de calidad.

Sin embargo, a lo que asistimos no es una política científica que pretende redefinir los objetivos del sistema de ciencia y técnica. El gobierno de Milei no se propone crear un sistema de investigación más volcado a promover aplicaciones prácticas o quiere imponer un cambio de énfasis en la relación entre las llamadas ciencias básicas y las aplicadas o entre investigación y sector privado. Lo que está haciendo es trabajar para hundir el sistema de ciencia y técnica.

En las actuales condiciones de asfixia presupuestaria, el proyecto científico argentino en su conjunto se encamina hacia la muerte por inanición. Si el gobierno no corrige el rumbo, el daño será muy difícil de reparar, al menos en el horizonte temporal de nuestras vidas. Es el mayor reto que la ciencia argentina enfrenta en la era democrática inaugurada en 1983, y quizás en toda su historia.

EQUILIBRIO FISCAL A CUALQUIER COSTO

Javier Milei y el ministro Luis Caputo.

Suele afirmarse que un sistema de ciencia y técnica potente es fundamental para promover el crecimiento económico, dotar de mayor complejidad al tejido productivo y elevar la calidad de vida de la población. Promoción de la investigación científica de calidad y desarrollo son dos caras de la misma moneda.

Este razonamiento no conmueve a la Casa Rosada. Milei se aferra al argumento de que llegó al poder con un mandado muy explícito: equilibrio fiscal a cualquier costo (incluso si eso significa apartarse de las ideas libertarias por las que siente tanto aprecio) porque esa es la condición necesaria para que la maltrecha y entumecida economía argentina vuelva a crecer luego de más de una década de estancamiento. Una Argentina con más mercado y menos estado es el camino que nos devolverá la prosperidad perdida. En este proyecto y dadas las restricciones actuales, la inversión en ciencia está de más.

Para avanzar por esta senda, Milei dice inspirarse en Carlos Menem, el único líder político del siglo XX que merece un lugar en su galería de patriotas. Su admiración por Menem es conocida, y recientemente la ha vuelto a manifestar en la ceremonia de inauguración del busto del riojano en el Hall de Honor de la Casa Rosada. “Menem fue el mejor presidente de la historia argentina”, declaró en esa ocasión. Menem es su gran héroe modernizador, el que trabajó más y mejor que nadie para reconciliar al país con la economía de mercado, y el que por una década hizo del justicialismo un exitoso partido pro-capitalista. Teniendo en cuenta la centralidad de esta figura en el panteón que nuestro presidente idolatra, vale la pena volver sobre la manera en que Menem enfocó la cuestión científica durante su paso por el poder.

Una Argentina con más mercado y menos estado es el camino que nos devolverá la prosperidad perdida. En este proyecto y dadas las restricciones actuales, la inversión en ciencia está de más.

LOS NOVENTA Y LA CIENCIA

Para introducirnos en esta tarea es preciso comenzar despejando un equívoco. La visión predominante sobre la política científica de Menem está asociada a un episodio lamentable protagonizado por su ministro de economía, Domingo Cavallo. En 1994, en una entrevista periodística, la socióloga Susana Torrado, una reconocida investigadora del CONICET, dio a conocer estimaciones sobre la evolución del empleo que revelaban un fuerte aumento de la desocupación. Visto en perspectiva, era el inicio de una nueva etapa en la vida argentina en la que el crecimiento económico ya no sería acompañado por un aumento paralelo de la creación de puestos de trabajo.

Comenzaba el tiempo del desempleo estructural, que desde entonces nos acompaña como la sombra al cuerpo. Pero lo que entonces fue una verdadera novedad y también una gran decepción, irritó al volcánico Cavallo, que mandó a Torrado a “lavar los platos”. Ese comentario despectivo y misógino indignó a vastos sectores de la comunidad científica y provocó un escándalo que de tanto en tanto es evocado en nuestra vida pública.

El episodio mantiene su actualidad porque condensa, para muchos, el desprecio del peronismo convertido al credo neoliberal por la investigación científica. Sin embargo, no siempre se recuerda que, más tarde, Cavallo pidió disculpas por su gesto destemplado. Pero mucho más importante es tener presente que este episodio constituye un espejismo que, recreado una y otra vez en narraciones de la historia de la ciencia de impronta nacional-popular, nos impide calibrar bien qué sucedió en esos años. Porque lejos de degradar y desfinanciar a la actividad científica, el gobierno de Menem la promovió. Y mucho de lo bueno que hoy está en riesgo se lo debemos a las políticas delineadas en esos años, que deben concebirse como parte de una historia más larga de esfuerzos de la sociedad argentina por construir un sistema de ciencia y técnica capaz de dar respuesta a los desafíos del desarrollo.

En efecto, instituciones fundamentales del sistema de ciencia y técnica que hoy están siendo destruidas fueron puestas en pie durante la presidencia de Menem. El legado más perdurable del gobierno de Raúl Alfonsín en este campo se refiere a la democratización de las instituciones de ciencia y técnica y la renovación de su plantel de investigadores. Las puertas se abrieron para quienes habían sido marginados y en muchos casos forzados al exilio durante la dictadura militar de 1976-83.

En medio de las duras restricciones presupuestarias que enfrentó el primer gobierno de la democracia y que continuaron en los primeros años de la década de 1990, el sistema de ciencia y técnica no experimentó transformaciones de fondo. Pero una vez que el escenario de crisis macroeconómica y fiscal con el que Menem se encontró cuando llegó al poder fue quedando atrás, el control del sistema cayó en manos de funcionarios más competentes que los designados en 1989, el cuadro comenzó a cambiar, y en el curso de su segunda presidencia un nuevo panorama cobró forma.

DEL BELLO 

Juan Carlos del Bello, pilar fundamental de la política científica menemista.

El edificio construido en esos años tuvo cuatro columnas principales. La primera fue la puesta en marcha en 1993, del Programa de Incentivos a Docentes Investigadores de las universidades nacionales, que apuntaba a mejorar las remuneraciones de los docentes que realizaban investigación científica y a jerarquizar la producción científica. Actividad muy poco valorada en un sistema universitario con clara orientación hacia la función docente. En esos años, además, los programas de formación de posgrado se volvieron parte integrante de la oferta académica de la mayor parte de las universidades nacionales.

En 1996, a instancias de Juan Carlos del Bello, el principal arquitecto de la política de ciencia y técnica del gobierno de Menem, se creó la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria, con el fin de promover la mejora de la calidad de la enseñanza en las casas de estudio. Con la CONEAU, en su momento muy resistida por la comunidad docente, se introdujo por primera vez la cultura de la evaluación externa en las instituciones universitarias.

La CONEAU estimuló, entre otras cosas, la incorporación de investigadores de tiempo completo en el plantel de las universidades nacionales.

Al año siguiente nació, también gracias a del Bello, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que hoy conocemos como Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la innovación (I+D+i). Desde entonces, la Agencia se convirtió en el principal financiador de investigación científica en nuestro país, volcando importantes recursos, en concursos abiertos y competitivos, para promover la investigación de calidad. La institución que en estos días ingresó en estado de coma tuvo al prestigioso físico Mario Mariscotti como su primer presidente.

Resulta inexacto afirmar que durante esos años el CONICET fue objeto de una particular hostilidad. Es cierto que la criatura de Bernardo Houssay no estuvo en el centro de las preocupaciones de la política del gobierno, que puso más énfasis y más recursos en promover la investigación en la universidad. Pero la tasa de crecimiento del plantel de investigadores del CONICET rondó el 3% anual, esto es, una cifra algo inferior a la del quinquenio anterior y algo superior al del quinquenio posterior.

Las bases del sistema de ciencia y técnica que hoy están siendo destruidas fueron puestas en pie durante la presidencia de Menem. El legado más perdurable del gobierno de Raúl Alfonsín en este campo se refiere a la democratización de las instituciones de ciencia y técnica y la renovación de su plantel de investigadores.

ETAPA DE CRECIMIENTO

La gran expansión del CONICET vendría más tarde, durante los años de sostenida expansión presupuestaria impulsada por Néstor y sobre todo por Cristina Kirchner, que además vinieron acompañados de un mayor reconocimiento de la importancia de la actividad. Fue entonces cuando se produjo un muy veloz incremento tanto del número de becas ofrecidas como de la planta de investigadores y de los recursos destinados a financiar la investigación en menor medida.

Para evaluar mejor el significado de esta expansión hay que señalar que incluso en esa edad de oro de la inversión en el sector el presupuesto de ciencia y técnica estuvo lejos de alcanzar los niveles deseables: tocó su techo en 2013, cuando representó el 1,55% del presupuesto nacional y el 0,34 % del producto bruto, muy lejos de los niveles que se observan en los países desarrollados, donde la inversión en este terreno suele superar el 2% del producto. La idea de que esa fue una edad dorada también deber ser calificada por otro dato, tal vez más desalentador: entre 2013 y 2015, cuando la inversión en ciencia y técnica alcanzó sus máximos históricos con cerca del 0,35% del producto bruto, el gasto en subsidios se instaló por encima del 3,5 % y en 2014 llegó a superar el 4 % del producto. Esto significa que, en esos años de abundancia, la Argentina gastó diez veces más en subsidios al consumo –con un claro sesgo pro-rico–, que en invertir en ciencia.

Pero volvamos atrás en nuestro relato. En lugar de apostar a la expansión del CONICET, y por razones en parte descaradamente pragmáticas, en la década de 1990, el gobierno del peronismo pro-mercado promovió la creación de nuevas universidades que le iban a resultar políticamente más afines, sobre todo las nacidas en un territorio tan justicialista como el conurbano bonaerense (Quilmes, San Martín, Tres de Febrero, Sarmiento, entre otras).

Pese a este nada sorprendente pecado de origen, las nuevas casas de estudio nacieron con un perfil de investigación más acusado y un mayor número de profesores de tiempo completo que el predominante en las grandes universidades dominadas por grupos afines al radicalismo (Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Tucumán, Rosario) que hasta entonces hegemonizaban el panorama de la educación superior.

En la década de 1990, en muchos ámbitos de la vida argentina, la norma fue la retirada del Estado federal y los resultados, en muchos terrenos, como la educación primaria y secundaria, distaron de ser positivos. Visto en perspectiva, la combinación de cambio tecnológico y mercados más flexibles acompañada por un alza del desempleo y escasa preocupación por el desarrollo de redes de protección social produjeron grandes daños y terminaron restándole legitimidad social al giro hacia el mercado.

Pero en la esfera de la educación superior y la producción científica y tecnológica, el Estado recorrió, con bastante éxito, un camino distinto. En esos años se crearon nuevas casas de estudio e instituciones de investigación, aumentaron los recursos destinados a esta función y, sobre todo, se pusieron en marcha iniciativas de reforma del sistema de ciencia y técnica de gran envergadura, dirigidas a volverlo más dinámico y potente.

SIGLO XXI

La galardonada investigadora del CONICET Raquel Chan.

Desde entonces mucha agua ha corrido bajo los puentes. No todas las iniciativas desplegadas en esos años fructificaron. En el curso del último cuarto de siglo, nuestra ciencia atravesó momentos de holgura y otros de estrechez presupuestaria. Tuvo desarrollos muy valiosos y capítulos luminosos que a veces asociamos con nombres propios, como los de Gabriel Rabinovich (revelador de que no todo el talento científico surge de Buenos Aires) y Raquel Chan (revelador del papel central que están adquiriendo las mujeres en la actividad científica).

Tuvo también episodios que nos avergüenzan y por los que hoy los investigadores seguimos pagando un alto precio en términos de reputación y legitimidad como el silencio cómplice de las autoridades del área y de muchos científicos ante la falsificación de la información producida por el INDEC durante los años 2007-2015, una actitud reprochable porque la información estadística de calidad, además de un bien público que debe ser protegido y preservado, constituye la materia prima con la que se realizan muchas investigaciones en ciencias sociales, no pocas de ellas financiadas con recursos públicos.

En cualquier caso, en las últimas dos décadas hubo importantes novedades (la más importante, sin duda, la ya mencionada expansión del CONICET, que relegó a las universidades a un papel menor en el panorama de la investigación y en la definición de sus prioridades) pero no cambios estructurales al cuadro bosquejado más arriba. Y esto es así porque la ciencia es un proyecto de largo plazo, que debe trascender a los gobiernos y sus ambiciones refundacionales.

Esto significa que el sistema de ciencia y técnica que Milei hoy está destruyendo es, en alguna medida, y junto a esfuerzos más recientes, también un hijo directo de las reformas diseñadas en la década de 1990, que fueron las más ambiciosas y las mejor diseñadas desde la creación del CONICET en la década de 1950. Y fueron las mejor concebidas no sólo por la calidad intelectual y el profesionalismo de quienes las impulsaron (muy superior a las de los incompetentes funcionarios que hoy ocupan sus lugares), sino también porque el equipo que asesoró al presidente Menem en este campo tenía muy claro que, cualquiera sea la particular combinación de mercado y estado que preside una estrategia de desarrollo, la ciencia tiene que ser uno de sus pilares. Sería bueno que, en homenaje a su gran héroe, Milei pudiera aprender esta valiosa lección. Destruir el sistema de sistema de ciencia y técnica, lejos de servir para castigar la memoria o el legado de la etapa abierta en 2003, dañará un proyecto mucho más antiguo y más valioso, producto del esfuerzo colectivo de varias generaciones de argentinos.

Nuestro país está cambiando. Ha sido castigado por años de alta inflación y nulo estancamiento, y dañado por el incremento de la pobreza, la desigualdad y la incapacidad de crear empleo genuino y de calidad. A la luz de sus pobres resultados, no sorprende que la estrategia de crecimiento centrada en el cierre de la economía, los subsidios generalizados al consumo, la descontrolada expansión presupuestaria y la emisión sin respaldo que primó en las últimas dos décadas haya perdido gran parte de su atractivo.

Desde el fin del boom de las commodities a comienzos de la década de 2010, sus rendimientos han sido decrecientes y, por buenas razones, gran parte del electorado terminó por darle la espalda. País de bruscos cambios de rumbo, la Argentina hoy se lanza a una nueva experiencia, marcada por la contracción de la emisión y del gasto público, y en la que el mercado cobra gran relieve, a costa del estado, como promotor de crecimiento. Aunque cuenta con importantes apoyos, todavía es muy temprano para dictaminar si el nuevo norte puede ser social y políticamente sustentable y si tendrá la capacidad de producir más crecimiento y bienestar que el ciclo que se cierra ante nuestros ojos.

El sistema de ciencia y técnica que Milei hoy está destruyendo es hijo directo de las reformas diseñadas en la década de 1990, que fueron las más ambiciosas y las mejor diseñadas desde la creación del CONICET en la década de 1950.

MODERNIZAR EL ESTADO

Pero una cosa es segura: para avanzar por este camino, nuestro país necesita, además de una macroeconomía ordenada y mercados más competitivos, reformas que democraticen y mejoren el funcionamiento de sus mercados y contribuyan a impulsar el crecimiento con equidad. Esto significa que, también ahora, es imprescindible promover la modernización de las empresas, mejorar la articulación entre sector público y sector privado y, más que debilitar, fortalecer las capacidades del estado.

Argentina tal vez ya no necesite preservar oligopolios, privilegios sectoriales y cotos de caza como ese emblema del capitalismo de amigos que es el subrégimen industrial de Tierra del Fuego, pero sí continuará requiriendo no menos sino más bienes públicos de calidad. Y esto significa, entre muchas otras cosas, que para avanzar hacia el desarrollo seguirá requiriendo más y mejor ciencia.

Ojalá los nuevos gobernantes de este país en declinación puedan advertir que, para insuflarle dinamismo al capitalismo nacional, más que el ideal de un mercado desprovisto de instituciones que semeja al del siglo XIX, deben trabajar para construir una organización productiva más compleja y dinámica, y más propensa a promover la innovación, que se apoye en la enorme capacidad de la actividad científica para promover el cambio productivo y mejorar la calidad de la vida humana. Ojalá los responsables de fijar el nuevo rumbo lo adviertan pronto y se decidan a revertir las desacertadas políticas de ciencia y técnica que han venido desplegando desde su arribo a la Casa Rosada. A la luz de la historia que hemos narrado, no sólo los que hicieron contribuciones importantes en las últimas décadas, sino incluso el ex presidente Menem, de estar vivo, podría agradecérselos. El tiempo corre, y cada día que pasa el daño es mayor y más difícil de reparar.

Ariel Williams: «Escribir literatura era una forma de vivir más de una vida»

Ariel Williams: «Escribir literatura era una forma de vivir más de una vida»

Ariel Williams ya es un poeta y escritor consumado, con una prolífica obra a sus espaldas. «Cómo se inventa una orfandad» (Miño y Dávila, 2024) es la antología que condensa esa trayectoria y sobre la que conversó con Fabián Herrero. 

El poeta Ariel Williams.

La editorial Miño y Dávila viene publicando una colección denominada Estaciones, donde se editan antología de poetas que tienen ya una obra consolidada. Mario Arteca, Roxana Páez y Teresa Arijón forman parte de los primeros títulos. El último, Cómo se inventa una orfandad (2024), es el del poeta-atleta (maratonista), Ariel Willams, nacido en Trelew en 1967. Ariel estudió Letras en la UBA, trabaja como docente y actualmente vive en Puerto Madryn. Ha publicado numerosos libros de poesía y narrativa, entre los que se pueden destacar, Conurbano sur (2005), Los fronterantes (2008), Daier Chango (2010), Discurso del contador de gusanos (2011), El cementerio de cigarrillos (2012), La risa huérfana (2016), La Era de Paso de Caballo (2021). Sobre su último volumen gira la entrevista que realizamos para La Vanguardia.

Ariel, para comenzar me gustaría preguntarte sobre cómo percibís tu nuevo libro Cómo se inventa una orfandad. Me refiero, por un lado, respecto a tus volúmenes publicados hasta aquí, y, por otro lado, con relación a los otros autores de esta colección.

Para mí, la edición de Cómo se inventa una orfandad marca un momento importante en la historia personal de mi escritura y de las publicaciones de mis libros. En principio, porque siento que esta antología es como una primera mirada hacia atrás, hacia el trabajo de toda una vida (exactamente, treinta años, ya que el escribí Viaje al anverso, el primer libro que publiqué, en 1994); es una especie de balance que me permite, una vez reunido todo lo publicado, preguntarme: “Bueno, ¿y ahora cómo sigo?”. Creo que hasta este año no había pensado en esos términos, y el hecho de tener la antología, de alguna manera, me pone ante el producto material o el resumen material del trabajo realizado: es como una especie de reloj que marca un antes y un después. Y me entusiasma esa pregunta: “¿Y ahora cómo sigo?”.

Por otro lado, el hecho de que Cómo se inventa una orfandad haya sido publicada en una colección como Estaciones, donde ya han aparecido antologías de excelentes poetas, como Mario Arteca, Roxana Páez y Teresa Arijón, es para mí un honor. Y más, considerando a quienes dirigen la colección; dos poetas queridos y admirados: Carlos Battilana, a quien conozco desde que cursábamos la carrera de Letras en la UBA, y Mario Nosotti, a quien recién pude conocer personalmente este año.

 Tu escritura no solo pasa por la poesía sino también por la narrativa, ¿En tu tarea de escritor reconocés maestros o referentes? ¿Con qué poetas te sentís hermanado en la poesía?

Sí, por supuesto que, en la formación de la propia escritura, tienen un lugar muy importante determinadas experiencias de lectura y ciertos autores que, ya sea de manera temporal o de manera permanente, se convierten en referentes y modelos. En mi caso, hay poetas y narradores que me han marcado para siempre: Mark Twain, Kafka, Vallejo, Gelman, Trakl, Rimbaud, Mallarmé, Di Giorgio, Girondo, Neruda, Faulkner, Mansfield, Goethe, por nombrar algunos. Hay escritores que son importantes en algún momento de la vida o de la escritura, ya sea porque brindan una determinada experiencia o porque de ellos se puede aprender alguna cuestión técnica o estilística (uno halla en ellos la solución a un problema de escritura que estaba enfrentando, por ejemplo). Me ha sucedido esto innumerables veces, y en ciertos casos han dejado también una impronta indeleble: por ejemplo, César Bruto (Carlos Warnes), en cuya obra encontré una búsqueda de lenguaje que fue fundamental durante la redacción de Conurbano sur, o Truman Capote, principalmente con su libro Un árbol de noche, en el cual encontré un estilo, un tono que yo estaba intentando configurar para los cuentos que escribía a principios de los años `90, y que me era muy difícil de elaborar.

«Hay escritores que son importantes en algún momento de la vida o de la escritura, ya sea porque brindan una determinada experiencia o porque de ellos se puede aprender alguna cuestión técnica o estilística (uno halla en ellos la solución a un problema de escritura que estaba enfrentando, por ejemplo)».

Quisiera que nos expliques cómo se desarrolló tu vida literaria entre fines de los 1980 y la década de 1990. ¿Qué relación mantuviste con otros poetas? ¿Con quién te veías? ¿Qué hablabas con ellos? Por otro lado, ¿Qué revistas leías y qué cosas te interesaban?

A fines de los ´80 (más precisamente, en 1988) empecé a cursar la carrera de Letras en la UBA. Para mí fue una especie de revolución interior, porque, como buen provinciano de Trelew (Chubut), había tenido contacto con la literatura de manera bastante limitada: en relación con los gustos poéticos de mi padre (quien me introdujo en la lectura de Almafuerte, Neruda y Dylan Thomas), en el estímulo de mi madre, que nos había asociado a mis hermanos y a mí a Biblioteca Popular Agustín Álvarez y siempre nos incitaba a leer, en las lecturas de la escuela, en las conversaciones con mis hermanos o con algún amigo sobre lo que leíamos, y no mucho más que eso, y entonces de golpe entré en un mundo en el que todo el tiempo se hablaba y se escribía sobre literatura. Conocí en la Facultad de Letras autores de los que no había oído hablar, y que me dieron vuelta la cabeza (Vallejo, Girondo, Thénon, Mallarmé, entre los poetas; Kafka, Flaubert, Goethe, Mansfield, Guimarâes Rosa, entre los narradores, y muchos más, por supuesto). Ese estímulo fue enormemente productivo porque hasta entonces yo había escrito algunas cosas, pero sin realizar un trabajo sistemático.

Y hubo también un hecho que fue decisivo para mí: en marzo de 1988 falleció Juan José García, un amigo (compañero de atletismo en la adolescencia trelewense), atropellado por un colectivo en CABA. Esto ocurrió pocos días antes de mi cumpleaños, y en pocos días más yo ya estaba en Buenos Aires, comenzando la cursada de Letras. La muerte de Juan José fue un golpe tremendo, no solo por la pérdida que significó, sino también porque tomé conciencia de que a mí me podía pasar lo mismo en cualquier momento, de que la vida no estaba asegurada nunca para nadie, y entonces tenía que ponerme a trabajar seriamente en mi sueño de ser escritor. Y también porque, de alguna manera, mi cabeza decidió hacerse cargo de la vida que mi amigo ya no iba a poder vivir. Y la forma que encontré de llevar adelante esa decisión fue la literatura: fue entonces que me tomé realmente en serio la escritura y empecé a trabajar de manera constante en busca de un estilo y un mundo poético – narrativo propios. De alguna manera, escribir literatura, imaginar y crear mundos era una forma de vivir más de una vida y, entonces, de suplir lo que mi amigo no había podido vivir. Sé que así me puse sobre la espalda una carga muy pesada; pero también siento que esa decisión me sostuvo y me obligó a trabajar cuando me agarraba la vagancia o cuando me sentía desganado.

En la cursada de Letras me fui haciendo un grupo de amigos, varios de los cuales también escribían. A veces participábamos en reuniones del taller literario que organizaba el Centro de Estudiantes y allí se leía y se discutía muy fuerte. Recuerdo que a veces había algunos encontronazos serios, como una vez que un poeta nos leyó varios de sus poemas y se los criticamos duramente. El poeta no soportó las críticas, así que empezó a gritarnos que lo que él estaba haciendo era muy importante, y nos insultaba. El asunto casi pasó a las manos: su novia se lo tuvo que llevar medio a la rastra. Con aquellos amigos, cursamos juntos muchas materias y de a poco surgió el proyecto de hacer una revista. No tanto tiempo después se materializó: fue la revista El perseguidor, cuyo director y editor era Diego Viniarski. Pero duré poco como miembro del staff (de hecho, solo el primer número): había muchas diferencias de criterio y, para conservar la amistad con Diego, decidí renunciar. De todos modos, seguí publicando allí algunas pocas cosas.

En 1991, si no me equivoco, participé en la Bienal de Arte Joven, y ahí se me abrió otro círculo: el de quienes escribían pero no estudiaban Letras. Compartí con ellos unos pocos años que fueron muy importantes para mí. Después nos fue distanciando la vida y hoy en día no sé nada de ellos. Una de las chicas que formaban parte de ese grupo de la Bienal era Marilyn Briante, una gran poeta que, lamentablemente, por lo que sé, dejó de frecuentar los círculos literarios y no publicó nada, después.

Cuando terminé la carrera de Letras me quedé viviendo y trabajando en CABA unos años más; pero fui dejando de ver tan frecuentemente a los amigos de Letras. Sí salía casi todos los fines de semana, pero con mi hermano y un grupo de amigos que no tenían nada que ver con la escritura. Empecé a llevar una vida más bien solitaria desde el punto de vista literario. No participé en la movida poética de los ’90, no asistía a los cafés literarios, iba a muy pocas presentaciones de libros, aunque asistí a varios recitales de poesía organizados por La Voz del Erizo (un grupo de poesía nucleado en torno a Delfina Muschietti). Sí leía a veces el Diario de Poesía, recuerdo haber leído también un número de 18 Whiskys, algunos de Último reino y otras revistas que circulaban en esa época. Pero yo estaba muy aislado, ni siquiera sabía que había un movimiento poético que iba a ser tan importante como el que se conoce con el nombre de “poesía de los ‘90”. Recién me enteré de todo eso y lo dimensioné a principios del 2000, cuando, ya viviendo en Puerto Madryn, entré en contacto con la gente de la revista y editorial Vox y con la gente de editorial Siesta. Pero en Buenos Aires, en esos años que pasé trabajando como docente allí (entre principios del ’93 y principios del ’98), no hablaba de literatura con casi nadie, participaba en muy pocas actividades literarias. Paradójicamente, tenía interlocutores en Trelew: allí había conocido a Marcelo Eckhardt y a Jorge Spíndola y los veía en el verano, cuando visitaba a mis padres, y con ellos empecé a darme cuenta de que también era posible escribir y editar en la Patagonia. Pero en CABA estaba muy aislado. Sí me dedicaba a escribir, en el tiempo que me dejaba el trabajo de docente. Y escribí mucho. Fue en esos años que terminé el primer libro que publiqué: Viaje al anverso (editado por Marcelo Eckhardt en Ediciones del Desierto), y también fue en esos años que inicié el proceso de trabajo de cuatro años que desembocaría en el libro Conurbano sur (durante el cual escribí un libro anterior, que fue como una experiencia previa y quedó inédito: Cielorraso & Compañía).

 

Publicaste en distintas editoriales, ¿Cómo fue tu relación con ellas?

Sí, publiqué libros de poesía en varias editoriales distintas: Ediciones del Desierto (Trelew), Terraza Libros (CABA), Editorial Limón (Neuquén), El Suri Porfiado (CABA), Hilos Editora (CABA), Espacio Hudson (Rada Tilly) y Miño & Dávila (CABA). También publiqué novelas en Editorial Jornada (Trelew), Editorial Raíz de Dos (Córdoba) y Espacio Hudson (Rada Tilly). La relación con las editoriales siempre ha sido excelente (muchas de ellas, además, son o eran de amigos escritores, de modo que ya había una cercanía muy grande).

Una experiencia muy importante para mí fue el proceso de edición de mi novela El cementerio de cigarrillos, en Editorial Raíz de Dos. La idea de esta novela se me había ocurrido en la adolescencia, pero recién pude terminarla a los 42 años (sufrí un larguísimo bloqueo en relación con la escritura de novelas: la primera que pude terminar de escribir, en 2006, a los 39 años fue Daier Chango, que fue publicada en 2010 por Editorial Jornada). Cuando ya tenía escrita El cementerio de cigarrillos y estaba archivada hasta que pudiera ver cómo editarla, el escritor cordobés Federico Racca me invitó a enviarle un cuento para la antología Elecciones, que publicó Editorial Raíz de Dos en 2011. Envié el cuento “La política de Alí” y fue aceptado. A uno de los editores, Jorge Cuadrado, le gustó mucho mi cuento y me preguntó si tenía una novela para publicar. Le dije que sí y le propuse El cementerio de cigarrillos, que fue publicada en 2012 por Raíz de Dos. En el proceso de edición, Jorge Cuadrado la leyó con gran atención y me hizo una devolución muy detallada y profunda, con críticas y sugerencias. Me dijo que, aunque yo dejara el texto como estaba, sin tomar en cuenta lo que él me decía, publicaba el libro igual. Pero, para mí, sus críticas y sugerencias fueron de una riqueza extraordinaria, creo que El cementerio de cigarrillos mejoró con ellas y yo aprendí mucho. Nunca había vivido la experiencia de que un editor me hiciera una devolución relacionada con el texto que se iba a editar; fue un momento de aprendizaje.

En la entrevista con Marcelo Díaz, señalás que escribís libros y no poemas. ¿Podés contarnos cómo se da ese proceso?

Desde que me tomé en serio el proyecto de ser escritor, en el año 1988, como ya dije, al escribir poesía siempre elaboraba series de poemas, nunca poemas sueltos y aislados. Creo que ya en esa época sentía la necesidad construir mundos a través de la poesía, y para eso no me bastaba con un solo poema. Con el tiempo, fui descubriendo que, de alguna manera, había allí una opción poética básica que para mí tenía mucha importancia; se trataba de dos maneras distintas de trabajar: escribir poemarios o libros-proyecto. Son dos modos de trabajo diferentes. Hay quienes escriben poemas aislados, a los que van elaborando de a uno, sin un proyecto previo de libro que los integre ni los atraviese. Los poemas van surgiendo al azar de las vivencias, los diálogos, las reflexiones, las lecturas. Cuando publican un libro, lo que hacen es recopilar los poemas que han ido escribiendo durante un tiempo, de manera que este constituye más bien una antología de una época de su escritura. Por supuesto que esas compilaciones de poemas, de todos modos, tienen generalmente coherencia e integración, ya que los poemas responden a una visión del mundo y a una concepción de la poesía. Quienes escriben libros-proyecto, en cambio, en el momento de empezar, ya lo hacen con un libro como horizonte de trabajo, y lo primero, en la etapa inicial, es salir en busca de un mundo y un lenguaje. Para eso elaboran series de poemas. El proceso puede llevar mucho tiempo, años, y puede resultar estéril o trunco. A veces surge una primera tirada de poemas que parecen una promesa de un mundo-lenguaje, pero que queda allí, en ese comienzo no realizado.

Doy algunos ejemplos de estas dos maneras de trabajar: Bukowski escribía poemarios y, desde mi punto de vista, Szymborska también; Rilke, en general, escribía libros-proyecto. Por supuesto que a menudo sucede que los poetas alternan estas modalidades: si pensamos en Neruda, Estravagario es claramente un poemario, pero Canto general fue escrito desde el inicio con un horizonte de libro como concepto unitario. Un caso ambiguo es el del libro de las Odas de Horacio: cada oda parece responder, en su escritura, en su estilo y temática, a la modalidad del poema suelto: una ocasión, una vivencia, una reflexión disparan la escritura de un poema que dará cuenta de ellas; pero cuando se piensa en el conjunto es evidente que se trata de un libro proyectado como tal, sobre todo si se considera la oda que cierra el libro III, que empieza: “Erigí un monumento más perenne que el bronce”. Allí se ve que existe la conciencia de un proyecto unitario. Como se diría en el ámbito musical, se trata de una obra conceptual.

Debo hacer algunas aclaraciones con respecto a esta clasificación de los modos de trabajo: primero, que no hay en ella una valoración positiva o negativa: tanto quienes escriben poemarios como los que escriben libros-proyecto producen obras extraordinarias y riquísimas; segundo, que no se trata de una tipificación mecánica: como ya dije, un poeta de poemarios puede escribir libros pensados como proyectos desde el principio, así como puede suceder también que un poeta de libros-proyecto escriba poemarios; tercero, alguien que escriba un poemario elabora también poéticas coherentes e incluso, en su proceso de escritura de poemas aislados, puede desembocar en la construcción de mundos poéticos: el proceso de escritura no es nunca mecánico, siempre es muy complejo y dialéctico. Y las clasificaciones creo que sirven como guía de lectura y de trabajo, pero no conviene nunca volverlas absolutas.

«Hay quienes escriben poemas aislados, a los que van elaborando de a uno, sin un proyecto previo de libro que los integre ni los atraviese. Quienes escriben libros-proyecto, en cambio, en el momento de empezar, ya lo hacen con un libro como horizonte de trabajo, y lo primero, en la etapa inicial, es salir en busca de un mundo y un lenguaje. Para eso elaboran series de poemas». 

Se ha señalado en tu poesía un trabajo con el lenguaje, pienso por ejemplo en Conurbano sur, quisiera que expliques qué es lo que en realidad te interesa de ese proceso. He notado, además, que en algunos poemas hacés referencias a poemas de otros poetas, algunas más directas que otras, como el caso de Pizarnik o de Vallejo. ¿Cómo juegan esas alusiones en tu poesía?

En principio, vengo de una experiencia familiar en la que todo el tiempo se jugaba con el lenguaje: imitando hablas, generando expresiones, tonos y pronunciaciones que comenzaban como broma y terminaban permeando la conversación diaria, mezclando permanentemente vocabularios y modismos de diferentes idiomas, dialectos y sociolectos. En mi familia se vivía el lenguaje casi como un juego y una fiesta. Mi padre consultaba el diccionario de manera constante, y no solo con el fin de buscar las palabras correctas para decir algo, sino también, y más habitualmente, para enriquecer ese juego que se desplegaba en nuestra charla cotidiana. De manera que el lenguaje y sus formas, la belleza y el placer de su variabilidad infinita, estaba presente en mi vida de manera muy fuerte, y eso se ha transmitido sin duda a la experiencia poética. Por otro lado, debido a que mi trabajo de escritura se plantea siempre en el modo de libro-proyecto, una parte importante en la construcción de un mundo poético es la configuración de un lenguaje que sea el par de ese mundo poético; y así, al encarar un libro-proyecto, mi trabajo inicial es la creación de su mundo-lenguaje. Conurbano sur es el ejemplo extremo de todo ello.

Esto no quiere decir que no ame otro tipo de poéticas; en realidad amo todas las poéticas. Puedo leer todos los tipos de poesía y disfrutarlos, y de hecho cada uno de ellos me brinda experiencias muy ricas y me produce deseos de escribir (y por qué no, de imitar). Lo escrito por otros, lo leído, permea constantemente lo que escribo; para mí, la lectura es una parte esencial de la escritura y viceversa, y por eso las citas, las alusiones, los pequeños plagios que todo escritor hace, los homenajes, todo ese juego de espejos y diálogos que es la literatura aparece en mis textos. Vivo también a la literatura, así como la conversación familiar, como una especie de juego. La idea de que las palabras y el lenguaje están marcados, de que traen las huellas del uso de los otros, me gusta mucho, y por eso todo lo leído, las marcas que los textos dejan en mí, los estilos, los hallazgos de otros escritores son incorporados y retrabajados en lo que yo escribo.

¿Qué poetas leés hoy y por qué?

Bueno, leo mucho a los poetas que son más cercanos geográficamente (de Madryn, Trelew, Comodoro y Esquel, principalmente, y también de otras ciudades de la Patagonia), porque estamos en contacto permanente: nos vemos en ferias de libros, encuentros de escritores, presentaciones, recitales y cafés literarios, asados, etc., y entonces el trabajo de cada uno está muy presente para los otros. Puede decirse que hemos crecido y nos hemos formado juntos y lo seguimos haciendo. También leo los poemas que los amigos de Facebook e Instagram publican diariamente: allí hay un diálogo muy interesante, así como debates y discusiones apasionadas, también, que me gusta mucho seguir. Me atrae mucho la gente pasional y vehemente.

Con respecto a la obra de los poetas de otras partes del país, el acercamiento es bastante más esporádico, por la lejanía, por la dificultad de conseguir los libros que se publican en todas las provincias, etc. Hay gente muy querida a cuya obra accedo siempre porque o bien los veo cada tanto o bien nos enviamos los libros que vamos publicando, como Claudia Prado, Carlos Battilana, Osvaldo Aguirre, Omar Chauvié, Marcelo Díaz, etc.

Y por último, siempre vuelvo a los libros de aquellos grandes poetas que, en distintas épocas de la vida, han dejado huella en mí y cuya obra me sigue conmoviendo: Gelman, Trakl, Vallejo, Di Giorgio, Rilke, Pessoa, Rimbaud, los herméticos italianos, Saint-John Perse, por decir algunos nombres.

¿Por qué los leo? Porque amo la poesía y porque escribir no se puede sin leer.

Queremos tanto a Dora

Queremos tanto a Dora

Dora, de Ignacio Minaverry, es uno de los personajes más destacados de la historieta argentina de este siglo. Obra entrañable y profunda, con una mirada en el pasado que resuena en el presente, esta novela gráfica nos interpela de muchos modos. 

En tiempos inciertos y poco felices, ha sido una grata noticia la publicación de la muy necesaria recopilación y reedición de los capítulos iniciales de Dora, descatalogados hacía varios años, y la salida de un libro nuevo (Hotel de las Ideas, 2023 y 2024). Y yo quisiera empezar esta nota con una corroboración simple pero que creo evidente: Dora, de Ignacio Minaverry, es muy probablemente el mejor personaje que haya nacido del seno de la historieta argentina en lo que va de este problemático y febril siglo XXI.

No me gusta pecar de grandilocuente pero esta vez estoy confiado de no hacerlo por dos cosas. Primero, porque hay un consenso más o menos establecido al respecto, que se puede comprobar en premios, notas periodísticas y al charlar con cualquier historietista, editor, periodista especializado o divulgador de historieta argentina. Pero al mismo tiempo, y sin contradicción con lo anterior, Dora debe ser uno de los poquísimos personajes aparecidos en el entramado creativo e industrial precario y periférico que todavía insistimos en llamar “historieta argentina”. Es decir: no solo me ampara la opinión de otras personas mucho más reputadas y valorables que yo, también me ampara la estadística.

Nuestra historieta nacional tiene una historia larguísima y muy influyente que acaso nos hemos acostumbrado a infravalorar: hubo un potente entramado editorial durante buena parte del siglo pasado que acogió y formó a próceres del noveno arte como Rene Goscinny (guionista de Astérix y Lucky Luke) o Hugo Pratt (autor del Corto Maltés), que marcó la carrera de otros creadores dentro de mercados fuertes y endogámcos, como Frank Miller (autor de Sin City), y que sigue formando y exportando artistas completos y muy valorados, como José Muñoz, Lucas Varela, Sole Otero o el mismísimo Ignacio Minaverry, autor integral de Dora.

Dora, de Ignacio Minaverry, es muy probablemente el mejor personaje que haya nacido del seno de la historieta argentina en lo que va de este problemático y febril siglo XXI.

Sin embargo, los pormenores de todo lo que sea “industria argentina” está atado, como cualquiera puede suponer, a la suerte que le depare cualesquiera de las crisis recurrentes de nuestra rica historia de crisis recurrentes, sobre todo en el último tramo del siglo XX y lo que va de éste, de manera que esa industria que supo tener otro vigor, por estos años ha atravesado por un proceso de resurgimiento y transformación.

La historieta argentina, entonces, exhibe con su intensidad particular dinámicas que se han presentado (con las probables excepciones de EEUU y Japón) a su manera en otros mercados: la retracción de la revista (una forma de producción más bien fordista que aseguraba a los creadores la posibilidad de vivir del oficio gracias a la regularidad de un salario), la adopción del libro como formato de publicación, y como consecuencia de todo lo anterior la producción redujo su horizonte de extensión narrativa a lo que abarca el libro, cuya frecuencia de publicación es más esporádica, de manera que las condiciones de vida de los historietistas se han precarizado.

La gestación de un personaje protagónico como Mafalda, Inodoro Pereyra y hasta, con reparos, El Eternauta, encontraba condiciones de posibilidad en una forma de producción que demandaba la serialidad de sus mercancías, imponiendo la reiteración de fórmulas, de situaciones y de un set pequeño de personajes de modo de dejar siempre abierta la puerta a la posibilidad de que haya un próximo capítulo (acá es donde el Eternauta traiciona una expectativa muy abonada por la gran mayoría de las historietas que se hacían en su misma época: las continuaciones no estuvieron contempladas en su génesis). Una vez que se retrajo la revista, los personajes fueron desapareciendo.

Dora apareció por primera vez en noviembre de 2007 en una nueva aventura de ese órgano alrededor del cual se volvía a articular un nosotros en cuya heterogeneidad confluían ciertas maneras de hacer y de sentir en común la historieta argentina: la Fierro. Esta revista, cuya primera época sobrevivió a la hiper alfonsinista pero no a la apertura importadora y al empobrecimiento salarial de las mayorías trabajadoras durante el menemismo, había resucitado en 2006 en el seno del diario Página/12 y se estaba proponiendo por aquellos meses un giro deliberado en la selección de las historietas que iba a publicar: por un lado, dejaba atrás una parte importante del plantel histórico de autores de la época anterior para abrirle la puerta a creadores más jóvenes; por otro lado, promovía narraciones de aventuras de continuará, apostando al largo aliento (no obstante lo cual en todas las series se podía intuir ya desde su publicación en la revista al libro como horizonte, tensión que daba cuenta en alguna medida del estado de la industria).

El regreso de Fierro, cuya existencia casi singular (porque hubo poquísimas revistas compitiendo en el mercado) se extendió por diez años, y una suerte de pujanza industrial y creativa de la historieta argentina que encontró en esos primeros lustros del siglo XXI condiciones de producción y distribución más o menos estables, fue el caldo de cultivo para que naciera la cazadora de nazis que nos gusta.

Algo interesante que produce Dora en tanto que personaje protagónico es que su desarrollo en la ficción se da de forma tal que otros personajes se van volviendo preponderantes para el argumento con total naturalidad: ella encabeza sin eclipsar.

Dora irrumpió en la revista destacándose por la sutileza del trazo de Minaverry. Por la ocupación inteligente de la página de historieta con simulacros muy verosímiles de material archivístico integrado al relato, y también por el ingenio y la fluidez con que se resolvían narrativamente los pormenores de un argumento impecable en el manejo de la intriga y la intensidad dramática.

Sin embargo, algo que me atrae mucho son las características que constituyen a Dora y que la convierten en un personaje sumamente querible. La dinámica de los afectos que generan la historieta y su protagonista me parece un punto altísimo. En este sentido, algo interesante que produce Dora en tanto que personaje protagónico es que su desarrollo en la ficción se da de forma tal que otros personajes se van volviendo preponderantes para el argumento con total naturalidad: ella encabeza sin eclipsar. Esta dinámica también la podemos observar en otras ficciones seriales de largo aliento que se proponen sobrevivir un tiempo largo (desde las tiras como Peanuts o Mafalda hasta las sitcoms como Friends). No obstante, el detalle es que alrededor de Dora se conforma una pequeña comunidad de personajes menores (una judía, una gitana, una mestiza franco-anamita, etc), y probablemente este desarrollo de lo comunitario también sea un aspecto de absoluta relevancia para el éxito de la historieta.

El primer arco argumental deja asentadas las coordenadas tempo-espaciales de la historieta. Es 1959 y Dora Bardavid, judía sefardí de 16 años que perdió a su padre en Dora-Mittelbau, el campo de exterminio que inspiró su nombre de pila, trabaja en un archivo de las SS que está en proceso de organización, intelección y apertura después de que fuera capturado por el Departamento de Estado de los EEUU. Allí, Dora encuentra por azar al número que identificaba a su padre dentro del campo y lo fotografía, iniciando así el acopio de su propio archivo, rapiñado de a poquito. Frente a ese archivo del horror más rotundo que haya producido el ser humano en la modernidad, lo primero que emerge de manera inapelable es que los nazis no fueron malos precisamente por haber sido (como señalan algunos tontamente) «socialistas» sino por organizar, desde un poder estatal que nunca quiso contenerlos y en relación con un capital que apostó a ellos para beneficiarse, una política de exterminio sistemático y riguroso de una porción de la población a la que minorizaron y deshumanizaron. Pasado el cénit del horror y mientras Europa se reconstruye, las protagonistas de la historieta desarrollan sus vidas por entre las grietas de las ruinas causadas por una guerra cuyas heridas no cesan de producirse, como en el tiempo del trauma.

Sin embargo, a pesar de que las fechas aludidas y el detalle con que Minaverry reconstruye tanto los paisajes urbanos como la ropa o los hitos culturales europeos de la posguerra expliciten muy abiertamente que estamos en presencia de un relato “de época”, lo que se empieza a entrever, y se intensifica al correlacionar los siguientes arcos argumentales con sus contextos de publicación, es que Dora es una historieta que siempre supo ser de su tiempo. La historieta anuda varias temporalidades entre las que confluyen las experiencias traumáticas que produjeron los fascismos europeos, las del autoritarismo argentino, las experiencias migrantes y precarias de los postergados del mundo, las experiencias utopistas de la última generación que creyó probable el advenimiento de un mundo mejor, y las luchas del movimiento argentino por los DDHH.

La historieta anuda varias temporalidades entre las que confluyen las experiencias traumáticas que produjeron los fascismos europeos, las del autoritarismo argentino, las experiencias migrantes y precarias de los postergados del mundo, las experiencias utopistas de la última generación que creyó probable el advenimiento de un mundo mejor, y las luchas del movimiento argentino por los DDHH.

Esta forma anacrónica de funcionar que tiene la historieta es uno de los rasgos que le dan mayor fuerza. Pongamos en fase los dos tiempos para que se haga más explícito cómo es que se anudan a pesar de ser a primera vista heterogéneos. En 1959 la Segunda Guerra Mundial había terminado hacía tiempo, en este sentido el contexto aportado por la historieta a la temporalidad más lejana es abundante y muy documentado, apelando incluso a introducir desde el dibujo fragmentos de material de archivo de las SS que en la ficción pasan por las manos de Dora pero fundamentalmente quedan en la retina del lector reforzando un efecto de real.

Sin embargo, más allá de que el diablo está en los detalles, hay un hecho decisivo en el argumento (no voy a pedir disculpas por spoilear una historieta que tiene 15 años, pero: atención, spoiler) y es que, una vez muerto el director del archivo donde trabaja Dora, ella pierde su trabajo y se señala luego que la apertura de los documentos con el objetivo de cimentar la construcción probatoria de los juicios a los nazis naufraga un poco en la intrascendencia por las trabas burocráticas posteriores. Este es precisamente el dato que solapa el pasado con el momento de publicación de la historieta: el año 2007 fue un momento clave en los juicios de lesa humanidad a la dictadura genocida argentina y sus funcionarios, con condenas de alto perfil como la del capellán Christian Von Wernich o Miguel Etchecolatz, pero también con muchas dudas sobre la capacidad que tendría el poder ejecutivo de acompañar el proceso de memoria, verdad y justicia en vista de la desaparición de Jorge Julio López el año anterior. Toda la potencia del anacronismo se está jugando en este paralelismo para que la ficción nos impulse a reflexionar (etimológicamente: volver sobre sí, un movimiento de flexión de la mente para autoconocerse).

Un último aspecto que quisiera destacar de la historieta es que la narración no tiene al éxito como valor central, más bien todo lo contrario. En términos argumentales esto se traduce, por ejemplo, en que Dora no atrapa nunca a Eichmann ni a ningún otro oficial relevante, sólo se enfoca en hacer trabajo de hormiga en un sentido muy amplio que va desde el aporte de material probatorio para el proceso judicial al que están siendo sometidos los ex-oficiales nazis hasta la apertura de su propio archivo para reparar algo de la vida su comunidad afectiva más próxima. Dora pierde trabajos, no consigue testimonios, no logra cazar nazis y sin embargo nunca deja de intentarlo. Pero sobre todo nunca pierde de vista que su inserción en esa gran agenda de combate contra el mal radical no puede ser un obstáculo para cuidar atentamente de la gente que conforma su pequeño círculo, su red de afectos.

El filósofo y critico cultural Mark Fisher escribe en su inconclusa Comunismo Ácido que el pasado no ha ocurrido y por eso “constantemente hay que volver a narrar el pasado, y el objetivo político de los relatos reaccionarios es sofocar los potenciales que aún esperan en él, listos para ser despertados otra vez”. Puede que en Dora haya un desafío político, además de lúdico y estético, de inventarnos un pasado distante en el que tal vez nos reencontremos alguna estrategia, herramienta o afecto que se nos perdió por el camino después de todo este tiempo y de tanto relato reaccionario. La historieta todavía nos depara algunas sorpresas, porque está lejos de concluir.

Dora pierde trabajos, no consigue testimonios, no logra cazar nazis y sin embargo nunca deja de intentarlo. Pero sobre todo nunca pierde de vista que su inserción en esa gran agenda de combate contra el mal radical no puede ser un obstáculo para cuidar atentamente de la gente que conforma su pequeño círculo, su red de afectos.

Al respecto de esto último, quiero contar un episodio que todavía me saca una sonrisa cuando lo recuerdo. Dora y Odile, militante del PCR y mestiza franco-anamita, viajan a celebrar algo a la campiña en moto. La viñeta encuadra lateralmente dos autos, uno moderno y otro viejo, un escarabajo: las amigas están viendo de dónde “sacar” combustible para el viaje. Dora lleva la moto y está mirando el escarabajo, pero Odile señala el auto más nuevo y le dice “No Dora, a ese no… Sacale a este”. El festejo intensifica una característica clave: la definición de un nosotros, clave para desarrollar tácticas adecuadas para sobrevivir entre las ruinas de aquella Francia en reconstrucción, demarcado no solo por un conocimiento de quién es quién dentro de la red de afectos sino también por una cierta malicia que permite calcular estratégicamente quiénes son ellos y qué les puede resultar un verdadero perjuicio.

Tal vez sea también interesante notar que, en términos conceptuales, Dora se afirma en su ser fallida (una chica que descubre y acepta, mientras se abre paso en la vida, que lo que mueve su deseo es, como diría Jack Halberstam, un fracaso en los términos propuestos por el sistema de premios y expectativas sociales del occidente blanco y heterosexual, o al menos de ese proyecto tambaleante que llaman “Europa”) y funda su pequeña comunidad afectiva sobre eso. Sus amigas son de alguna manera personas falladas como ella y están principalmente para lo que están los grupos de amigos: no para ganar ni perder, sino para ayudarse a que sobrevivir sea no sólo posible sino también placentero.

Este es quizás el punto con el que me interesaría cerrar, enhebrando en un mismo movimiento la intensidad anacrónica que vibra en Dora, la densidad de los temas que atraviesan la trama de sus desventuras y sobre todo su ética. Me gusta pensar que leo ficción no para encontrar plenamente una verdad revelada, mística, pedagógica, trascendental (régimen de lectura al que nos quieren acostumbrar por insistencia los discursos new age: en tiempos oscuros que no ofrecen de dónde agarrarse, instrumentalizan los textos para que nos enseñen a vivir, a hacer, a habitar exitosamente el sistema), sino para toparme con indicios apenas perceptibles, como cuando vemos algo por el rabillo del ojo, de ansiedades y potencias que nos atraviesan a todos.

Y en este momento, en el que la realidad pareciera desmoronarse delante de nosotros, me da la impresión de que la lectura de una historieta como Dora tiene un doble valor indiciario al mismo tiempo que de archivo: por un lado, mirando al pasado recuerda sin matices quiénes y por qué produjeron el daño civilizatorio más aberrante e irreparable de nuestra historia, pero por otro recuerda también que, sin detrimento de las grandes agendas, la primera forma, la más práctica y alcanzable, de conjurar el espanto es reconociéndonos fallados, ocupándonos de quienes tenemos al lado y habitando amorosamente nuestra comunidad. Y así, Dora nos espera en el futuro.

Los libros que recogen las aventuras de Dora están en todas las librerías del país y son una muy buena puerta de entrada para conocer la nueva historieta argentina.

Un retroceso civilizatorio no tan sorprendente

Un retroceso civilizatorio no tan sorprendente

La Argentina está al borde de un abismo, con la fuerza política más votada prometiendo desmantelar los logros de derechos y pilares culturales y sociales. Esta promesa se ha manifestado a través de una performance desbocada de palabras, imágenes y gestos. La autora sugiere que este escenario es el resultado de tramas, algunas de larga data, otras coyunturales. Insta a asumir responsabilidades y revisar las prácticas de una cultura política agotada.

Que la Argentina no ha sido nunca un derroche de virtudes republicanas es indudable. Como también lo es que hoy, a 40 años de un pacto democrático que no obstante sus eventuales momentos de debilidad gustábamos imaginar como aceptablemente consolidado, nos encontramos al borde de un abismo de dimensiones tan inciertas como presumiblemente colosales.

En efecto, la fuerza política más votada y, alianza mediante, hoy en el gobierno, es aquella que promete arrasar no sólo con todo lo logrado en materia de derechos durante estos 40 años sino, también, con históricos pilares culturales y sociales de lo público, trabajosamente construidos a lo largo del siglo XX. Y resulta bastante elocuente que esa promesa, en la que se juega el destino colectivo de millones de personas, se haya desplegado en el espacio público a través de una performance desbocada de palabras, imágenes y gestos reunidos en increíble capricho, que van desde el esoterismo y la megalomanía hasta una reivindicación de la “lucha antisubversiva” que emula con notable lealtad y renovada vehemencia las voces más bárbaras de la represión, pasando por el más vulgar de los machismos, la homofobia, el desprecio de la ciencia y la cultura, la reivindicación del terraplanismo, la mercantilización de los cuerpos, y tantos otros etcéteras que presumo por todos conocidos.

Completan el cuadro una violencia verbal, gestual y simbólica que oficia de soporte identitario de esta no tan nueva derecha y una desfachatada ignorancia [cuando no desprecio] respecto de las normas, las leyes, los valores y los códigos que definen los bordes y determinan el funcionamiento del sistema democrático.

Paradójico y desolador escenario: hoy, a 40 años de aquel pacto democrático que, insisto, gustábamos imaginar como aceptablemente consolidado, nuestra única certeza es que nos encontramos ante un verdadero retroceso civilizatorio.  

“¿Cómo llegamos a esto?» parece ser la pregunta rumiante que atormenta el sueño y la vigilia del progresismo “de bien” (si se me permite el para-citado), ante cuyos atónitos ojos se despliega hoy la evidencia de una derrota cultural que no puede pensarse, en rigor, sino como resultado de una concatenación de tramas de diversas dimensiones, algunas de larga data, otras, coyunturales. 

Concedamos, en principio, que la crisis de las democracias liberales y el ascenso, aquí y allá, de las llamadas “nuevas derechas” son datos de contexto que no pueden estar ausentes de nuestras consideraciones; constituyen, por así decir, el telón de fondo epocal de nuestro drama; pero admitamos, a su vez, que el caldo de cultivo que nutrió a esta Hydra vernácula se conformó al calor de la política local de las últimas décadas. 

Abundan los análisis que buscan explicar el voto a La Libertad Avanza (LLA) y, en conjunto, señalan un amplio abanico de causas y motivaciones. Se destacan, entre muchas otras, las frustraciones económicas y de expectativas de vida en general; un extendido y no tan vago hartazgo ante la corrupción y su necesaria red clientelar, y, claro está, un también extendido y polifónico antikirchnerismo/ antiperonismo que reconoce variadas matrices políticas, ideológicas y sensibles

Quisiera dejar de lado —hoy y aquí— la responsabilidad que le cupo a distintas expresiones de la derecha anti kirchnerista en el triunfo electoral de LLA (que va desde la liviandad boba e irreflexiva del fogoneo mediático al apoyo finalmente no tan encubierto del macrismo). También, a aquella que le cupo a esa porción que intuyo no tan pequeña de los sectores ilustrados y progresistas cuyas razones y reflejos anti peronistas pudieron más que su postulado antifascismo. Responsabilidades dispares, sin duda, difíciles de pasar por alto, pero que, si eventualmente contribuyen a reconstruir el conteo final de votos, no alcanzan a explicar la conformación de este conglomerado [¿político? ¿social? ¿cultural?] que no obstante la heterogeneidad de su composición, no obstante la extravagancia del combo ideológico al que apela, no obstante la vaguedad —unas veces— y la incongruencia —otras— de sus postulados políticos, ha logrado capitalizar un extendido sentimiento de rechazo “a todo”.

Ese “todo” se articuló fundamentalmente con la figura de “la casta” —figura polisémica; significante vacío; efectiva en todo caso en su potencia interpelativa, que antes que definir un sistema real de “privilegios”, denota la percepción de un estar afuera: afuera del variado conjunto de actores que participan de las pujas y de los acuerdos políticos; afuera de los derechos, prebendas y beneficios que aquellas pujas y acuerdos parecen garantizar; afuera también, por qué no, del discurso celebratorio de un sistema democrático cuyas leyes y reglas de funcionamiento parecen siempre interponerse en los anhelos de progreso del “argentino de bien que sólo quiere trabajar”.

Que esa percepción se nutriera de razones económicas, no resulta sorprendente; admitamos que cuando más del 50 % de la población está por debajo de la línea de la pobreza; cuando más del 60% de los niños es pobre; cuando los cuerpos están sometidos al imperio de la necesidad, la noción de la ciudadanía se resquebraja, y el único futuro posible emerge atado a la promesa mesiánica. 

 Pero ha de señalarse, también, que ese universo de pobreza y marginalidad no se corresponde 100% con el voto libertario ni con el discurso antidemocrático que lo identificó. Si el hambre constituye la deuda terrible y por qué no imperdonable de la democracia, el carácter reactivo y transversal de aquel discurso —devenido en buena medida en sentido común— representa, ante todo, el fracaso del proyecto progresista (entendiendo al progresismo en sentido amplio), su derrota cultural, como ya se ha sido bautizada. 

NO HAY SORPRESA

Como suele suceder, los tiempos de derrotas son también tiempos de balances; y en lo personal, sorprende la sorpresa con que buena parte del mapa político recibió el triunfo de LLA.  ¿Cómo y por qué no habría de alimentarse ese conglomerado reactivo ante una cultura política capturada, la más de las veces, por un espíritu cancelatorio siempre en pie de guerra? ¿Cómo y por qué no habría de crecer ese afuera ante la preminencia de una dirigencia política cuyo discurso público, abundante en chicanas y guiños de complicidad, pareció orientado siempre a congraciar y fortalecer los lazos de la propia tropa? ¿Cómo y por qué no habría de cultivarse ese reflejo “antipolítica” ante una hipertrofia estatal alimentada con el reparto de cargos públicos y redes clientelares “porque así se hace política”? ¿Cómo y por qué no habría de hacerlo ante una militancia ensimismada y disciplinada que fungió de comisario político en los más diversos espacios al tiempo que guardó silencio ante delitos y chanchullos varios o defendió lo indefendible en nombre “del Proyecto”? ¿Cómo y por qué no habrían de ganar terreno el supremacismo y el individualismo ante repetidas estrategias de protesta social ―cuya causa legítima no discuto en absoluto― que, en sentido exactamente opuesto a sus intenciones, lejos de animar lazos de solidaridad evidenciaron costos siempre horizontales?

También muy poco sorprendente pero más grave aún ―puesto que atañe al corazón constitutivo del pacto democrático― es el lugar que le cupo en ese conglomerado reactivo a la reivindicación de la represión y a la impugnación del universo vinculado a los derechos humanos. 

Quisiera señalar, una vez más, los invaluables logros de las últimas décadas en materia de Memoria, Verdad y Justicia; y es necesario destacar que en ello, sin duda alguna, el kirchnerismo jugó un rol fundamental. Pero también quisiera señalar, una vez más, que esos logros —insisto, muy celebrables— no agotan el balance, puesto que su contracara ha sido la alianza y cooptación de las organizaciones de derechos humanos —cuyo valor político y fuerza simbólica radicaba, precisamente, en su autonomía—; la extensión de una concepción y una retórica intolerantes de la disidencia y la puesta en escena en el espacio público de un relato claramente consagratorio de la militancia revolucionaria y celoso guardián de lo que puede ser dicho y lo que debe ser callado. Relato, además, que se ofreció y ofició de núcleo identificatorio del kirchnerismo.

Y sin mayores sorpresas, entonces, nos encontramos con que aquello acallado, (silencios sacros y tabúes que giran en torno a temas varios como la cifra de las personas detenidas-desaparecidas; la responsabilidad del peronismo y del propio Perón en el desencadenamiento de la masacre;  los “ajusticiamientos” o ejecuciones llevadas a cabo por las organizaciones revolucionarias armadas) no tan paradójicamente y contrariando las cautelas y apuestas militantes, devinieron en caballito de batalla de la cruzada antikirchnerista liderada por el macrismo primero, y de las voces más rancias de la LLA, inmediatamente después. ¿Cómo y por qué no habría de germinar allí un sentido común según el cual “los derechos humanos son para unos y no para otros”?

¿Cómo hubiera sido posible una apropiación del paradigma humanista que trascendiera el puro tejido epitelial de las conciencias cuando se impuso a fuerza de solemnidad y repetición un discurso que sólo podía convocar a los ya convencidos; cuando lejos de inscribirse en el espacio público se acallaron las pujas por el sentido del pasado barriendo lo no deseado debajo de la alfombra y estigmatizando a toda voz que osara evocarlo?

Las temáticas silenciadas no son caprichosas ni imaginarias, remiten a experiencias colectivas reales y en vano es vetar su enunciación en el espacio público: ya se sabe, lo reprimido retorna y, muchas veces, de la peor manera. De tramitar conflictos reales y simbólicos se trata, en definitiva, la política; el silenciamiento y la cancelación no son del orden de la hegemonía, como tampoco lo es el reflejo defensivo de atrincherarse detrás de la consigna. La sacralidad y el temor que impiden decir y los silencios que consecuentemente callamos dibujan vacíos semánticos; y hacia allí concurren las palabras y los sentidos de los otros. Y no puede decirse que faltaron voces de alarma, porque las hubo y no fueron pocas. Pero claro, sobre ellas también recayó ― ¡si lo sabré! ― esa mal disimulada mirada de sospecha que gravitó cual guardián el espacio de la memoria. 

El pacto democrático que gustábamos imaginar como aceptablemente consolidado evidencia fracturas tales que constituyen un verdadero retroceso civilizatorio. Pero no se trata de un castigo divino ni es producto directo de las ondas expansivas de una contracultura reactiva de carácter global, aunque ese sea su telón de fondo.

Si hemos de resurgir de las cenizas, lo haremos sólo asumiendo nuestras responsabilidades sin autocomplacencias; revisando con irreverencia y sensatez las matrices, las nociones y las prácticas de una cultura política agotada ya en su capacidad de prometer futuro.

Clara García: «Muchos jóvenes descreen de la política tradicional y eso nos tiene que interpelar para actuar con sensibilidad»

Clara García: «Muchos jóvenes descreen de la política tradicional y eso nos tiene que interpelar para actuar con sensibilidad»

Es la primera presidenta de la Cámara de Diputados de Santa Fe. Lo atribuye a la lucha colectiva de las mujeres. Se compromete a trabajar por más igualdades. Reconoce el legado de los líderes socialistas. Necesidad de un plan común contra la inseguridad y el narcotráfico. Aboga por un diálogo respetuoso y constructivo.

En los pliegues de la historia, Clara García emerge como una figura inquebrantable, tejida con hilos de compromiso y pasión. Nacida en la ciudad de Rosario, desde su adolescencia supo que los números serían su lenguaje. En la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Rosario, se formó como contadora y licenciada en Administración. Pero su visión trascendía las cifras; anhelaba comprender las entrañas de las organizaciones, sus pulsaciones y desafíos.

En 1986, Clara se sumergió en la militancia del Partido Socialista. La gran inundación de Rosario ese mismo año la movilizó hacia la acción solidaria. A los 29 años, asumió la Subsecretaría de Economía de la Municipalidad de Rosario, marcando el inicio de una carrera ascendente. Con Hermes Binner como timonel, Clara navegó por las aguas de la gestión pública. Dirigió el Banco Municipal de Rosario y, más tarde, la estratégica Secretaría de Servicios Públicos y Medio Ambiente. Su energía y pasión se fundieron con la visión socialista, y cada cargo que ocupó llevó su impronta. Fue la primera mujer en romper barreras, abriendo camino para otras.

En 2023, Clara García escribió un capítulo imborrable. Encabezando la lista del frente Unidos para Cambiar Santa Fe, se impuso en las elecciones legislativas. Desde el 10 de diciembre de ese año, se convirtió en la primera mujer en presidir la Cámara de Diputadas y Diputados de la provincia de Santa Fe. Su voz resonó en debates trascendentes. En su telar político, Clara tejió controversias y victorias. Su gestión en áreas clave dejó huellas. Pero también enfrentó críticas y desafíos. Como toda líder, su camino está marcado por decisiones audaces y debates encendidos.

– Ser la primera mujer presidenta de la Cámara de Diputados de Santa Fe (recientemente reelegida por sus pares para un nuevo período legislativo): ¿en qué proporciones es un logro individual, del sistema político y de la sociedad?

– Ser la primera mujer en presidir la Cámara de Diputadas y Diputados de Santa Fe, si bien es un desafío personal muy grande, es resultado de un logro colectivo, de la lucha de tantas mujeres a lo largo de la historia. Un camino que comenzó con mujeres como Alicia Moreau, quien luchó por la obtención de derechos cívicos e impulsó el sufragio femenino, y fue superando grandes adversidades para que hoy las mujeres nos encontremos con más y mejores derechos.

Fueron luchas vibrantes, de militancia ruidosa y callejera; y otras que fueron luchas silenciosas de mujeres dolientes. A todas las honramos alzando sus voces. Cuando una de nosotras tiene un rol importante, necesariamente hay un camino colectivo. 

– ¿Dónde se notará el avance?

– Aunque aún quede un largo trayecto por recorrer, asumir la Presidencia de la Cámara baja de Santa Fe es un compromiso para ir por las igualdades que faltan. Es en ese sentido que me van a encontrar trabajando dentro de este cuerpo legislativo, buscando los consensos necesarios entre todas las fuerzas políticas y todos mis pares para construir un futuro más inclusivo y feminista para las santafesinas y los santafesinos.

– Has reconocido el legado de la tradición socialista, especialmente de Guillermo Estévez Boero, Hermes Binner y Miguel Lifschitz. ¿Creés también que hay una paulatina superación de las pérdidas y el emergente de una renovación?

– Sin dudas. Desde el Partido Socialista estamos continuando el legado que nos dejaron estos tres grandes líderes, que hicieron posibles tantos sueños en Santa Fe, que buscaron proyectarlos a nuestro país, y con quienes las y los socialistas nos formamos políticamente.

Personalmente, tuve el orgullo de acompañar a Hermes y a Miguel en sus gestiones como intendentes de la ciudad de Rosario y más adelante, como gobernadores de la provincia de Santa Fe. Y fue de ellos que aprendimos a planificar y gestionar, a dialogar y escuchar, a formar equipos, a trabajar sin parar y a dar la cara siempre.

Todo lo construido, las apuestas transformadoras, las ideas innovadoras, las utopías y las gestiones para una sociedad más justa y solidaria no nos permiten perder tiempo y nos llevan a hacerles honor a nuestros referentes, que tanto han hecho por la provincia. Quienes nos precedieron dejaron una antorcha encendida y son las y los jóvenes quienes deben seguir manteniendo ese fuego encendido, mirando hacia adelante con pasión política.

– Resultaste la segunda persona más votada en tu provincia en 2023. ¿Cómo fue la construcción para pasar de ser una funcionaria con un perfil técnico en Rosario a una referencia provincial con ese alto nivel de reconocimiento?

– Inicié mi vida política en 1986 en el Partido Socialista, y en 1989 formé parte del primer gobierno socialista en la Municipalidad de Rosario, ocupando diversas funciones durante los siguientes 25 años. En todos estos roles fui la primera mujer en ocupar el cargo, asumiendo una responsabilidad colectiva que nos desafía desde el feminismo. En 2009 encabecé la lista de concejales del Frente Progresista, que ganó las elecciones locales. Y luego de otro paso por la gestión municipal, en 2015 asumí por primera vez como diputada provincial.

Acompañar a Miguel Lifschitz en años trascendentes de su carrera política significó, también, recorrer la provincia entera. Miguel visitó cada pueblo y cada ciudad, tomando nota de las necesidades sin importar su color político. Así conocí cada rincón de la provincia y, ya como legisladora, eso me permitió contar con una mirada más amplia para el estudio y debate de cada una de las leyes.

La muerte de Hermes primero y de Miguel después nos llevó a resignificar nuestros roles ante la ausencia de dos líderes de tamaña proyección, y a asumir nuevas responsabilidades para mantener vivo al socialismo y su proyecto político. Unimos fuerzas y en 2021 presentamos candidaturas nacionales y locales que permitieron que Mónica Fein asumiera como diputada nacional y gran cantidad de intendentes, presidentes comunales y concejales retuvieran e incrementaran los gobiernos locales. Fueron los cimientos para que en 2023 estuviéramos en pie, conformáramos el frente político “Unidos” preservando la identidad socialista, y que reforzáramos la presencia en el Congreso de la Nación. Hoy podemos mostrar con orgullo a Esteban Paulón como diputado nacional y aquí en Santa Fe, la presidencia de la Cámara de Diputados y el bloque más numeroso de legisladores, a Paco Garibaldi como senador del Departamento La Capital, y muchos gobiernos locales pintando de socialismo la bota santafesina.

Pese a las enormes dificultades que se viven día a día, la gente confió plenamente en nuestras propuestas y su capacidad transformadora.

– ¿Qué desafíos políticos implica un escenario de pobreza, desigualdad, conflictividad social y crimen organizado para el nuevo gobierno provincial?

– En los últimos cuatro años, el gobierno conducido por Perotti descuidó e interrumpió las políticas que se llevaron adelante durante los doce años de gestiones progresistas. Desmanteló programas como el Vuelvo a estudiar, el Abre, el Nueva Oportunidad, que daban respuestas cercanas y efectivas en los barrios más vulnerables, con resultados positivos en la integración social y en la disminución de los índices de violencia. 

El nuevo gobierno de Unidos tiene la gran responsabilidad de retomar, con nueva impronta, las políticas que dieron resultado en materia de seguridad, educación, salud, producción y empleo, entre otras. A diferencia del gobierno anterior, desde Unidos tenemos un plan, tenemos equipos y tenemos vocación de diálogo con el resto de las fuerzas políticas en la búsqueda de consensos para los proyectos más complejos.

– ¿Qué mea culpa debe hacer la dirigencia política y quienes ejercieron responsabilidades ante un triunfo nacional de una coalición que hizo del discurso contra la “casta” su carta de éxito?

– Frente al resultado de las elecciones nacionales, los dirigentes políticos estamos compelidos a cuestionarnos y repensar la manera de construir políticamente y de relacionarnos con la gente. El triunfo de Milei implicó el hartazgo de la sociedad en relación a un modo de hacer política, el rechazo a la conducción del gobierno y la desilusión de un presente con inflación, inseguridad y pobreza en constante crecimiento.

Hoy en día muchos jóvenes descreen de la política en su forma tradicional, y eso nos tiene que interpelar para actuar de manera rápida y sensible.

– ¿Cómo imaginás una hoja de ruta para que la propuesta socialdemócrata recupere predicamento y protagonismo en la Argentina?

– Desde el Partido Socialista tenemos propuestas que apuntan a una sociedad que pueda acceder a más derechos, que pueda defender los espacios públicos, que pueda tener una propuesta renovada respecto a la garantía del acceso a la salud y la educación. 

Tenemos como desafío seguir participando y creciendo en distintos puntos del país para estar en contacto con las distintas realidades, preocupados por la situación social que se está viviendo que, sin dudas, está marcada por la inflación y la inseguridad.

Por eso creemos que hay que trabajar con diversos sectores políticos, que quieran superar esta situación y contraponer al gobierno nacional propuestas claras que incluyan a los sectores más vulnerables.

– El principal desafío del gobierno de Pullaro es abordar la violencia. Muchas de las críticas a las gestiones socialistas pasaron por sus resultados en seguridad. ¿Cómo se recupera la centralidad del Estado frente a una criminalidad cada vez más compleja y violenta?

– En nuestros gobiernos, los funcionarios jamás estuvieron involucrados en hechos de corrupción, algo que no se da en otros partidos políticos.

A lo largo de los tres gobiernos de las gestiones socialistas se implementaron políticas en materia de seguridad y justicia que lograron detener, procesar y juzgar a muchos de los cabecillas de las bandas criminales más peligrosas de la provincia. También se llevaron adelante programas sociales para combatir y prevenir el delito. Siempre resaltando la transparencia y honradez del Ejecutivo santafesino.

Por su parte, el gobierno nacional, que tiene una responsabilidad primaria en la lucha contra el narcotráfico, dejó sola a Santa Fe durante muchos años y esa ausencia sin dudas se notó; hoy las y los santafesinos estamos sufriendo las consecuencias. Negar el apoyo que la administración provincial necesitaba, no crear nuevos juzgados y fiscalías federales, no enviar fuerzas federales suficientes al territorio provincial y articular tareas con la policía provincial son solo algunas de las acciones que reclamamos tantas veces y no tuvimos respuesta.

No hay que olvidar que en la gestión de Perotti, que llegó al gobierno con un eslogan de campaña exclusivamente enfocado en la cuestión, todos los índices delictivos se incrementaron, quedando muy lejos tanto la paz como el orden que prometió.

Como mencioné, el problema excede a Rosario y a la provincia de Santa Fe; tiene alcance nacional y por eso es necesario reunir fuerzas de todos los partidos políticos y de todos los estamentos del Estado para hacerle frente.

– A cinco meses de asumido el nuevo gobierno, ¿cómo ves que avanza la cuestión de la seguridad?

– Desde el gobierno de Unidos tenemos un fuerte compromiso en relación a la crisis de seguridad que estamos viviendo y se han puesto en marcha medidas urgentes para combatir la delincuencia, como aumentar la cantidad de patrulleros y personal policial en las calles, o trasladar a los presos de alto perfil a pabellones específicos.  

Desde la Cámara aprobamos más de 30 leyes durante este Período Extraordinario y desde un primer momento nos enfocamos en los proyectos referidos a seguridad y justicia, que eran una prioridad para el gobernador. Destaco la Ley de Emergencia en Seguridad que, entre otras cosas, agiliza procedimientos para la compra de móviles y equipamiento para la Policía y hoy ya estamos viendo los nuevos patrulleros en las calles. También la Ley de Narcomenudeo para perseguir el microtráfico de drogas y comenzar a pacificar los barrios donde se concentran los puntos de venta. Reformamos la Ley del Sistema Penitenciario para jerarquizar a sus miembros y mejorar las condiciones en que llevan adelante su trabajo.

A la vez, reforzamos la estructura del Ministerio Público de la Acusación para que pueda fijar una política ordenada y eficiente para perseguir el delito, y Santa Fe es la primera provincia en contar con una Ley de Inteligencia para recolectar información que sirva para prevenir el delito y desbaratar las bandas delictivas.

En resumen, todos los partidos políticos que conformamos el gobierno actual de Santa Fe tenemos un plan común en la lucha contra la inseguridad y el narcotráfico, y para devolverles la calidad de vida a las y los santafesinos.

– ¿Cómo impactan los discursos de odio en el desarrollo de propuestas y políticas públicas?

– Los discursos de odio no son más que sentimientos de hostilidad y resentimiento con el otro, algo que lleva a más violencia y a un camino oscuro.

La gente se cansó de eso y se cansó de los políticos y las políticas que hicieron abuso de ese tipo de peleas porque ya no puede llegar a fin de mes, porque padece la inseguridad y la corrupción, porque los servicios que presta el Estado son cada vez más deficientes.

Y quienes aún creemos y confiamos que la política puede ser distinta, tenemos un gran desafío por delante, que es promover un discurso respetuoso y constructivo, basado en la escucha activa y el respeto, fomentando la libertad de expresión.

– Frente al avance de las extremas derechas a nivel global, ¿qué estrategias debiera plantea la socialdemocracia para contraponer otro camino?

– Es clara la tendencia de las derechas fascistas que crecen y se consolidan a nivel mundial, y desde la socialdemocracia entendemos que debemos motivar a los actores políticos a pensar en soluciones pacíficas, democráticas y conjuntas, que constituyan la única garantía para un proyecto internacional compartido. 

El diálogo tiene que ser el pilar fundamental para reunir a los partidos políticos y a los distintos sectores de la sociedad para pensar un proyecto de país con un futuro que sea socialmente inclusivo, ecológicamente sostenible y humanamente solidario, priorizando a las poblaciones más vulnerables.

La huella de Miguel Lifschitz

La huella de Miguel Lifschitz

El 24 de febrero de 2021, pocos meses antes de enfermarse de Covid, Miguel Lifschitz pronunciaba una frase en una entrevista para el diario El Litoral que muchos verán hoy como una anomalía, pero quizá haya sido una de las principales guías de su militancia política: “Los dirigentes podemos esperar”.

Se refería a la vacuna que en plena pandemia estábamos esperando, priorizando el cuidado del personal de salud y de las personas de riesgo en un contexto donde ya se habían revelado algunos casos de vacunación VIP dentro del mundo político y económico nacional. Era un mensaje que lejos de encubrir algún tipo de especulación, revelaba, casi al pasar, su verdadera esencia.

Estábamos frente a un hombre justo, un hombre coherente con sus ideas, que entendía que saltarse la fila y acceder a una vacuna producto de un privilegio era también romper con un contrato social. Y hoy, a tres años de su partida, esas palabras cobran más vigencia que nunca frente a la profunda crisis de representación que atraviesa nuestro país. Por eso, es necesario recordarlas y revalorizarlas porque no sólo hablan de su ética y de su compromiso político y social, también hablan de la responsabilidad que implica todo liderazgo que siempre debe velar por el conjunto de la sociedad.

MESIANISMOS PERVERSOS

Algo que parece tan sencillo y lógico, desafortunadamente, no lo es. Cada vez son más frecuentes los liderazgos políticos de “memoria corta” que se desembarazan de la soberanía popular una vez elegidos y terminan provocando, electores “golondrina”, que mutan de elección en elección y presentan identidades políticas más volátiles, porque no se sienten verdaderamente representados.

Este fenómeno, que es transversal a toda nuestra sociedad, está provocando la atomización ciudadana. La emergencia de individuos que al sentirse defraudados por sus representantes terminan recluyéndose al ámbito privado, devenidos en meros receptores de las decisiones estatales, en lugar de participar de forma activa en la esfera pública para transformar la realidad que los aqueja.

Cada vez son más frecuentes los liderazgos políticos de “memoria corta” que se desembarazan de la soberanía popular una vez elegidos y terminan provocando, electores “golondrina”, que mutan de elección en elección y presentan identidades políticas más volátiles, porque no se sienten verdaderamente representados.

No es casual, que emerjan con más frecuencia los outsiders, que han sabido canalizar este descontento no sólo a nivel local y regional, sino también a escala nacional y hasta mundial. Los hechos reflejan que no son la solución; solamente ayudan a agravar el panorama político, económico y social provocando peligrosas situaciones de inestabilidad. Por eso, se vuelve indispensable que reflexionemos sobre los cambios profundos que se están produciendo, para poder impulsar ideas superadoras que contribuyan a la reconstrucción de un modelo nacional que acabe con las fallas estructurales en nuestro país.

EDIFICAR NUESTRO FUTURO

A más de cuarenta años de la recuperación democrática, Argentina avanza sin rumbo, sin bases mínimas para el desarrollo económico y social. Nuevamente desde el poder se desprecia a las instituciones democráticas y se instalan en forma recurrente dispositivos que buscan anular el debate público. Esto no hace más que exacerbar los particularismos políticos y profundizar las ya rampantes desigualdades económicas y sociales que después de la larga década de estancamiento económico se han profundizado.

No deja de ser perverso y hasta cínico que en un país donde la pobreza alcanza al 51,5% de la población (más de 24 millones de personas) se instale un discurso meritocrático afirmando que las desigualdades son justas porque todos tenemos las mismas oportunidades de acceder al mercado y a la propiedad. Según este relato dominante, una persona que vive bajo la línea de pobreza se lo merece porque no se esforzó ni tuvo los méritos para mejorar sus condiciones económicas.

Es perverso y hasta cínico que en un país donde la pobreza alcanza al 51,5% de la población (más de 24 millones de personas) se instale un discurso meritocrático afirmando que las desigualdades son justas porque todos tenemos las mismas oportunidades de acceder al mercado y a la propiedad.

¿Acaso un niño o una niña que nace en la pobreza (7 de cada 10 niños lo hacen) tiene las mismas posibilidades de quien nace en un hogar de clase alta? La respuesta es clara: así como los ricos heredan la fortuna, los pobres heredan la pobreza y tienen grandes “oportunidades” sí, de permanecer desescolarizados, ser sometidos a trabajo infantil, aspirar a empleos precarios y hasta una esperanza de vida reducida. Porque las desigualdades son acumulativas y se retroalimentan. Sin políticas públicas que las combatan sólo podemos esperar su recrudecimiento.

UN MUNDO CADA VEZ MÁS DESIGUAL

Existen otros tipos de desigualdades, más veladas, que al decir del sociólogo francés François Dubet, están cada vez más individualizadas entre las personas de una misma posición económica; como las que se producen entre las mujeres y hombres con un mismo puesto laboral, pero con distinta remuneración o aquellas que se establecen entre trabajadores en blanco y trabajadores en negro, por mencionar sólo algunos ejemplos. Son desigualdades que también pesan en la vida cotidiana y desarman el tejido social al punto de erosionar la identificación de las personas de un mismo grupo socioeconómico, obstaculizando toda acción colectiva que pretenda combatir las desigualdades más profundas.

En este mundo cada vez más desigual donde, como señala el economista Thomas Piketty, el 1% más rico de la población mundial se apropió del 27% del crecimiento económico de los últimos cuarenta años, mientras que el 50% más pobre sólo capturó el 13%, la única igualación que existe es la que se produce hacia abajo, es decir, entre la clase media que se empobrece vertiginosamente y las clases más pauperizadas.

El 1% más rico de la población mundial se apropió del 27% del crecimiento económico de los últimos cuarenta años, mientras que el 50% más pobre sólo capturó el 13%, la única igualación que existe es la que se produce hacia abajo.

Estamos en presencia de la versión más brutal que se haya conocido del capitalismo que mientras se fortalece, los Estados se debilitan. Por eso hoy más que nunca es necesario recuperar la ética del servicio público, repensar la política como un espacio de transformación, recomponer la confianza en los partidos políticos como canalizadores de las demandas colectivas e impulsar la participación activa de los ciudadanos, revalorizando aquellos liderazgos como el de Miguel, que han sido referentes en la construcción de sociedades más justas e igualitarias y han contribuido, siguiendo esos principios, a la planificación de políticas públicas con un profundo contenido ideológico, trascendiendo distintas gestiones de gobierno.

EL LEGADO DE MIGUEL

De la historia se desprende que sólo se han logrado establecer políticas públicas de calidad cuando fueron impulsadas por dirigentes políticos como él, de convicciones profundas, al servicio del interés general y que contaron con el apoyo de las mayorías.

Vale recordar, en este sentido, aquella lucha que Miguel libró a principios de Siglo junto a su equipo de la Municipalidad de Rosario, para establecer la sede definitiva del primer Museo de la Memoria de Argentina, donde funcionaba el Comando del segundo cuerpo del Ejército. Mostrando una vez más sus convicciones y nobleza, decidió pese a ser en ese entonces el intendente de la ciudad, no dar un discurso en su inauguración en 2010, brindando una lección política, al darle el lugar correspondiente a las organizaciones de derechos humanos, decidiendo no apropiarse desde la política de algo tan sentido para el pueblo argentino.

De la historia se desprende que sólo se han logrado establecer políticas públicas de calidad cuando fueron impulsadas por dirigentes políticos como él, de convicciones profundas, al servicio del interés general y que contaron con el apoyo de las mayorías.

Como dijo alguna vez Salvador Allende: “La revolución no implica destruir, sino construir; no implica arrasar, sino edificar”. Y vaya si Miguel edificó a lo largo y ancho de su vida. Construyamos entonces a través de la participación política y el diálogo, a través del debate público, sobre los cimientos ya establecidos, reconociendo los errores para así promover iniciativas donde la ciudadanía hoy atomizada, sea parte más allá de las urnas, donde podamos pensar en un futuro más igualitario y recordemos a nuestros referentes, que impulsados por el deseo de construir un mundo mejor, nos han dejado su legado, enseñándonos la importancia de anteponer siempre lo colectivo sobre los particularismos más extremos.