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La dictadura en cuestión, entrevista con Gabriela Águila

La dictadura en cuestión, entrevista con Gabriela Águila

La historiadora Gabriela Águila ofrece en su último libro una lectura renovada de la última dictadura militar. Entre la divulgación histórica y el rigor académico, la autora analiza uno de los períodos más significativos de nuestra historia reciente. 

La historiadora Gabriela Águila (fotografía de Marcelo Bustamante, La Capital de Rosario)

Historia de la última dictadura militar (Siglo XXI, 2023) es el último libro de la historiadora Gabriela Águila, un trabajo que se sitúa a mitad de camino entre la investigación académica y la divulgación histórica. Esta posición híbrida, lejos de restar méritos al libro, lo proveen de un rigor y una solidez que, lamentablemente, muchas veces falta en publicaciones destinadas al gran público.

¿Qué más se puede decir de la última dictadura militar en la Argentina que no se haya dicho? ¿Acaso tiene sentido seguir discutiendo los años setenta (como se quejan agriamente algunos comunicadores)? El libro de Águila demuestra a cada página que todavía hay mucho por decir e investigar sobre el tema, que se puede ofrecer nuevas lecturas e interpretaciones a pesar (o tal vez gracias a que) de ser un hito de la historia tan connotado por propios y extraños. No sólo eso, la autora, una historiadora reconocida y consagrada, presenta y da a conocer mucha de la producción de jóvenes (o no tanto) investigadores e investigadoras, becarios y becarias, que en los últimos veinte años han venido investigando distintas aristas y actores de este período de la historia argentina. Esta inclusión da al libro una frescura y solidez que tal vez de otro modo no hubiera tenido.

El libro recorre con claridad y una escritura ágil el devenir de la última dictadura militar en la Argentina, con un tono y un registro amigable para lectores no expertos. No obstante eso, el libro ofrece para los especialistas y curiosos una extensa sección de notas y referencias bibliográficas que respaldan las afirmaciones y explicaciones desarrolladas a lo largo de todo el volumen. Una obra destinada a convertirse en una referencia para aquellos que quieran acercarse a este tema y a sus interpretaciones más recientes.

Sobre este libro, los desafíos de abordar un tema tan cargado de sentido y algunas de sus principales líneas interpretativas, conversamos con Gabriela Águila para La Vanguardia.

«Los golpistas se propusieron objetivos muy ambiciosos con la pretensión de refundar y reorganizar la nación, cerrando una etapa de caos, desgobierno y corrupción que había favorecido a juicio de los militares el surgimiento y desarrollo de la denominada subversión». 

La dictadura de 1976, objeto de tu último libro, es y fue considerada por muchos un parteaguas en la historia argentina: ¿Qué cambió ese día (y los años subsiguientes)? ¿El saldo de la última dictadura fue, en cierto modo, refundacional (así no sea en los parámetros que ellos se proponían)?

La dictadura de 1976-1983 puede ser considerada un parteaguas en la historia argentina, en primer lugar porque fue la última vez que las Fuerzas Armadas intervinieron en la vida política nacional con un golpe de estado. Cuando esa dictadura finalizó, en diciembre de 1983, las Fuerzas Armadas habían perdido no sólo su legitimidad política sino también el rol que habían desempeñado en el sistema político-institucional, cerrando el ciclo de alternancia entre civiles y militares que caracterizó al siglo XX argentino. Pero también puede ser analizada como un punto de inflexión por sus objetivos, estrategias implementadas y resultados, en particular en lo que refiere a la violencia represiva y las violaciones masivas a los derechos humanos.

Los golpistas se propusieron objetivos muy ambiciosos con la pretensión de refundar y reorganizar la nación, cerrando una etapa de caos, desgobierno y corrupción que había favorecido a juicio de los militares el surgimiento y desarrollo de la denominada subversión. La condición necesaria para imponer el orden era, en primer lugar, la acción represiva con el objetivo de aniquilar la acción subversiva pero también disciplinar a la sociedad. El otro objetivo central del golpe fue la reestructuración de la economía, vinculada con la implementación del plan de Martínez de Hoz, que favoreció la distribución regresiva del ingreso y afectó al salario y el empleo, y podríamos sumar otros que referían al funcionamiento del sistema político y la relación con los partidos, la política sindical y laboral, las políticas educativas y culturales, además del autoritarismo, la censura y las restricciones a los derechos ciudadanos, denotando un proceso global de una amplitud y unas características que aparecen como inéditas en la historia nacional por su profundidad y amplitud. Además, se trató de un proceso histórico con alcances y efectos en el mediano o largo plazo, tanto en lo que refiere a los efectos individuales y sociales de la represión (que fueron más allá de los afectados directos) y su persistencia e impacto en la memoria social, como en la conexión entre las políticas económicas implementadas en aquellos años y su profundización en los siguientes, así como otros han encontrado los efectos del autoritarismo y la represión incluso en algunas actitudes presentes en la sociedad argentina en el largo plazo.

Pero, por otro lado, me interesaba también poner en debate la excepcionalidad de esa dictadura, tanto por la extendida intervención de las Fuerzas Armadas en la vida política y en la represión de la conflictividad social y política durante el siglo XX y, asimismo, porque fue coetánea o contemporánea de otras dictaduras que se instalaron en el Cono Sur de América Latina, con rasgos y modalidades de actuación similares, incluso en lo que refiere al ejercicio de la represión. Todo ello pone en cuestión el carácter único o excepcional de la última dictadura y la conecta con otros procesos autoritarios y represivos tanto sincrónicos como diacrónicos, acaecidos en América Latina o el Cono Sur y en la propia historia nacional.

Si bien la cuestión de la violencia aparece de forma recurrente en la narración del proceso histórico y, por supuesto, en el discurso de los militares, vos señalás que la violencia no fue la causa principal del golpe de Estado: ¿Cuáles fueron las causas que se combinaron en la concreción del derrocamiento? ¿Qué lugar ocupó la violencia y la tesis de la “guerra sucia” en la fundamentación del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional?

Al respecto y si bien planteo que la violencia política no puede ser considerada la causa principal del golpe y la dictadura, es indiscutible que tuvo un papel muy importante en el contexto político que precedió a la intervención militar, en el clima social del período, en los posicionamientos críticos de numerosos sectores y, obviamente, en la injerencia de las FFAA en la denominada lucha contra la subversión y en el creciente papel político que asumieron hacia 1975 como alternativa al debilitado y cuestionado gobierno peronista. La violencia estatal como estrategia fundamental para aniquilar a lo que denominaban la subversión (conviene aclarar que los militares no hablaban de “guerra sucia” sino de lucha contra la subversión y, más adelante, de “excesos”) fue el elemento que cohesionó a las Fuerzas Armadas y contribuyó a legitimar el golpe, fue un núcleo discursivo fundamental del régimen militar y además la cuestión sobre la que se edificaron gran parte de los apoyos al gobierno hasta los años finales de la dictadura.

En tu libro señalás el relativo apoyo del golpe de 1976 y, al mismo tiempo, la búsqueda explícita de legitimarse ante la sociedad de los líderes militares mediante la prensa o a través de actos públicos. ¿Cómo se manifestó ese apoyo inicial y qué implicó ese intento de legitimación? ¿Hubo voces opositoras?

Como decía, los militares golpistas esgrimieron un conjunto de objetivos y propósitos que buscaban legitimar su intervención y se enlazaban con la pretensión de “cerrar definitivamente un ciclo histórico”. Estos incluían aniquilar a la denominada subversión a través de la represión estatal pero también poner fin al caos, la corrupción y el desgobierno que había imperado hasta ese momento, resolver la crisis que jaqueaba la economía, disciplinar a los sindicatos y a restaurar el orden, la moral y los valores tradicionales, entre otros elementos que encontraron un fuerte consenso entre sectores políticos, sociales y corporativos. Al respecto está documentado el papel de las entidades empresarias en la gestación del golpe de estado, que contó además con la participación activa de sectores civiles provenientes de la derecha nacionalista católica y de grupos liberales -que inspiraron ideológicamente y participaron en la elaboración del programa económico, las políticas educativas o culturales, entre otras, y nutrieron con sus cuadros a los elencos gubernamentales-, de las cúpulas empresarias y de la jerarquía de la Iglesia católica, con el acompañamiento de los grandes medios de comunicación y el “compás de espera” que le otorgaron los partidos políticos más importantes.

Por otro lado, al momento del golpe de estado las críticas o las resistencias, si es que existieron, fueron imperceptibles y predominaron actitudes de aceptación o apoyo (activo o difuso) hacia el gobierno militar. En los primeros años, las expresiones de resistencia activa fueron muy limitadas debido en gran parte a la represión y el terror imperante, y estuvieron protagonizadas por grupos minoritarios que se organizaron en torno a la denuncia por los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas y de seguridad y dieron origen al momento de derechos humanos.

Sin dudas un rasgo idiosincrático de la dictadura fue su plan represivo y sistemático: ¿Cuál fue la diferencia cualitativa y cuantitativa de ese dispositivo con respecto a la represión estatal previa e, incluso, de otros regímenes autoritarios similares?

El uso de la violencia estatal y la represión sobre los conflictos sociales y políticos internos no comenzó con el golpe de estado, tal como puede verificarse en distintas coyunturas entre los años 50 y 60 e, incluso, a lo largo del siglo XX. En lo que hace al período previo al golpe de estado, las Fuerzas Armadas venían asumiendo el comando de las acciones represivas desde principios de 1975, cuando fueron autorizadas por el Poder Ejecutivo Nacional a intervenir en la eliminación del foco guerrillero que el ERP había instalado en el sur de la provincia de Tucumán. Fue en ese escenario cuando recurrieron por primera vez a estrategias de guerra contrainsurgente e implementaron en forma amplia y sistemática métodos “no convencionales”, tales como los secuestros, el uso sistemático de la tortura, la instalación de centros clandestinos de detención y la desaparición de personas, lo que se amplificó a partir de octubre de ese año cuando extendieron su acción represiva al conjunto del territorio con el objetivo de aniquilar a la denominada subversión.

Con todo, no fue sino hasta el golpe de estado cuando ese accionar represivo se centralizó y coordinó a escala nacional en manos de las Fuerzas Armadas, los procedimientos y secuestros se multiplicaron y se instalaron centros clandestinos de detención en todas las provincias del país. El resultado de ese accionar represivo de una magnitud y extensión inéditas fueron los miles y miles de hombres y mujeres asesinados y desaparecidos, torturados, presos y exiliados, que lo diferenció cuantitativa y cualitativamente de lo que había sucedido en la primera mitad de la década del setenta.

El discurso antisubversivo aunaba el frente dictatorial, pero detrás de ese consenso emergían proyectos políticos y económicos no siempre compatibles: ¿Cuál fue el saldo de la política económica de la dictadura y sus principales límites? ¿Qué lugar ocupó el internismo militar en el rumbo -o falta de él- del gobierno?

La política económica diseñada por Martínez de Hoz y su elenco se basaba en transformar radicalmente el modelo económico vigente por otro centrado en la apertura irrestricta de la economía, el libre mercado y la preeminencia del sector financiero, para lo que contó con amplios apoyos en ámbitos económicos nacionales e internacionales. Estas políticas tuvieron efectos a corto, mediano y largo plazo y, entre otros aspectos, afectaron duramente a los asalariados y a ciertos sectores económicos –en particular, algunas ramas de la industria y otras actividades productivas en el interior del país-. Esto provocó quejas y críticas por parte de diversos sectores y organizaciones sindicales, políticas y empresariales del agro y la industria, que se profundizaron a medida que se hacían sentir los efectos sobre la estructura socio-económica, críticas que provenían también de quienes valoraban en forma positiva otras políticas del gobierno militar, en particular su accionar en la denominada lucha contra la subversión.

En lo que refiere a las Fuerzas Armadas, el proyecto de Martínez de Hoz fue cuestionado por sectores corporativistas y nacionalistas que organizaron el Ministerio de Planeamiento, encabezado por el general Díaz Bessone, un proyecto que terminó fracasando; por la Armada y el almirante Massera, quien se manifestó públicamente y también entre bambalinas contra la política económica o por el propio general Viola, quien asumió la presidencia en 1981 y luego de la salida de Martínez de Hoz del Ministerio de Economía designó a un economista muy crítico de esas políticas. Como se advierte también en otros aspectos y líneas implementadas durante esos años, la política económica fue una arena de disputas y tensiones, que mostraba que el gobierno militar no era monolítico sino que estuvo atravesado por conflictos y fracturas, que tuvieron efectos importantes sobre su actuación y desenvolvimiento.

«En los últimos quince años se ha producido una enorme cantidad de trabajos de investigación que, en una proporción muy importante, están basados en un riguroso trabajo de archivo y que, además de plantear nuevas preguntas y problemas, han dotado de base empírica y evidencia documental a los estudios sobre el período».

Es indudable que la guerra de Malvinas tuvo un rol determinante en el modo en que se resolvió el desenlace de la dictadura, pero en tu libro se ve un proceso de erosión de ese consenso e incipiente democratización mucho antes: ¿Cuándo comienza ese proceso de fisuras en el orden dictatorial y los primeros indicios de demandas en pos de la democratización?

Ya apunté que el golpe de estado y el gobierno militar contó con un caudal significativo de apoyos sociales y políticos y que esta fue la tónica dominante en los primeros años. La situación comenzó a cambiar hacia 1978-1979, cuando comienzan a advertirse algunas señales de debilitamiento del poder militar y del consenso que había acompañado al golpe de estado, y sobre todo a partir de 1981 cuando se incrementaron los cuestionamientos al rumbo gubernamental, provenientes desde diversos sectores sociales, políticos y sindicales, situación en la que incidió decisivamente la crisis económica. El incremento de los conflictos sindicales y también de la actividad político-partidaria con el surgimiento de la Multipartidaria en julio de 1981 -lo que evidenciaba que los partidos mayoritarios habían clausurado sus expectativas de negociar con el poder militar y empezaban a pensar en una pronta salida constitucional- así como otros datos, por ejemplo la creciente visibilidad y acompañamiento social y político al movimiento de derechos humanos o la emergencia de fenómenos y expresiones culturales críticas, dan cuenta de la emergencia de un nuevo clima político y social.

Como bien se sabe, los cuestionamientos al gobierno militar se profundizaron tras la derrota en la guerra de Malvinas en 1982, para adquirir modalidades más explícitas, activas y organizadas, que acompañaron la transición hacia las elecciones y el fin de la dictadura.

Tu libro intenta dar cuenta de la enorme producción historiográfica de los últimos 20 años sobre el tema: ¿Qué sabemos hoy sobre ese plan que no sabíamos hace un par de décadas atrás? ¿Cómo dialoga la historiografía con la enorme cantidad de libros periodísticos, testimoniales o ensayísticos que ofrecen interpretaciones sobre este período tan particular?

Como planteas, la última dictadura ha sido un período intensamente analizado no sólo por las ciencias sociales sino también por la literatura testimonial, el periodismo de investigación o la reflexión ensayística. Quienes estudiamos el período desde el campo de la historia y otras ciencias sociales no podríamos ignorar esas perspectivas de análisis, miradas y representaciones, si bien hay que reconocer que existen diferentes modos de abordar y analizar ese proceso histórico. En lo que hace a la historiografía o a la investigación académica, en los últimos quince años se ha producido una enorme cantidad de trabajos de investigación que, en una proporción muy importante, están basados en un riguroso trabajo de archivo y que, además de plantear nuevas preguntas y problemas, han dotado de base empírica y evidencia documental a los estudios sobre el período.

En términos más específicos, se ha producido una importante diversificación de las escalas de análisis, por ejemplo con las investigaciones a escala regional o local, centradas en distintas regiones y provincias del país, y además se han multiplicado los análisis sobre distintos actores y movimientos sociales y políticos, sobre los comportamientos y actitudes sociales, sobre el ejercicio de la represión legal y clandestina y sus variaciones a escala local, sobre las distintas dimensiones del régimen militar y sobre la alta política y la “micropolítica”, sobre las estrategias económicas, las políticas sociales y culturales, las relaciones o articulaciones de la dictadura a escala transnacional, entre tantos otros temas. En síntesis, sabemos mucho más de lo que se sabía hace dos décadas atrás, se han puesto en debate interpretaciones consagradas y se han abierto nuevas perspectivas de análisis en términos teóricos, metodológicos y empíricos que muestran una importante renovación de los estudios sobre la última dictadura.

QUIÉN ES

Gabriela Águila es doctora en Historia por la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Profesora titular de Historia Latinoamericana Contemporánea en la UNR e investigadora principal del Conicet, con sede en el Ishir (Investigaciones Socio-Históricas Regionales). Se ha especializado en el estudio de la historia latinoamericana del siglo XX y la historia reciente argentina. Sus líneas de investigación se centran en la historia de la última dictadura militar, el ejercicio de la represión y el estudio de la transición democrática.

Es autora de Dictadura, represión y sociedad en Rosario (2008) y coeditora de los volúmenes colectivos Procesos represivos y actitudes sociales: entre la España franquista y las dictaduras del Cono Sur (2013); Represión estatal y violencia paraestatal en la historia reciente argentina (2016); Territorio ocupado. La historia del Comando del II Cuerpo de Ejército en Rosario (2017) y La represión como política de Estado (2020). Es coordinadora de la Red de Estudios sobre Represión y Violencia Política (RER).

Desafíos para la izquierda democrática: nuevos problemas, antiguos valores

Desafíos para la izquierda democrática: nuevos problemas, antiguos valores

El editor y ensayista Alejandro Katz propone vigorizar de la agenda progresista incorporando al cambio climático, el imperio de las corporaciones tecnológicas y la reducción de la autonomía por el cambio tecnológico, como nuevas incertidumbres.

La izquierda democrática parece desconcertada, en retirada de la primera línea de la batalla política, pero también de la disputa de ideas y, consecuentemente, de la atención de la ciudadanía.
La contestación se ha refugiado en rincones identitarios, ha emigrado hacia reivindicaciones ambientalistas o se asociado con líderes autoritarios. Ha perdido a la vez la capacidad de desafiar el orden presente y de imaginar un futuro posible.
Conocemos muchas de las razones que explican esta deriva: la fragmentación de la sociedad, la tribalización impulsada por las redes, la creciente pérdida de control sobre el destino común de sociedades cuyos estados se han fragilizado en la globalización, la crisis de la representación… La lista sigue, y hay quienes agregan en ella la desigualdad que no ha cesado de aumentar desde la década del 80 del siglo pasado, aunque este es un añadido curioso, ya que la desigualdad debería ser un argumento con el que explicar una influencia creciente de los discursos y la presencia de la izquierda democrática, no su repliegue.
La pregunta es, entonces, acerca de las razones del reflujo, de las dificultades que las diversas tradiciones socialistas están mostrando para desempeñar un rol protagónico en momentos en que las sociedades más lo requieren.
Las siguientes son apenas unas hipótesis, esbozos, intuiciones con las que sugerir algunas posibles vías de reflexión.
En primer término, una constatación: los valores de la izquierda democrática, los que han impulsado a hombres y mujeres desde hace un siglo y medio, la libertad, la igualdad, la solidaridad, están inscritos en la larga historia de nuestra civilización. Pero nuestras ideas políticas tienen la marca de un tiempo ya ido, el tiempo que, iniciado en el cruce de las revoluciones francesa y norteamericana y de la revolución industrial, le dio las categorías a nuestro lenguaje y las formas a nuestra imaginación desde finales del XVIII y principios del XIX.
Indudablemente, es muy difícil cambiar de lenguaje. El lenguaje hace a la identidad individual y colectiva de una persona, de una comunidad, de una nación. Más difícil aun es cambiar el lenguaje que hace a la identidad de un movimiento político, construido en torno de ciertas palabras que expresan valores e ideas compartidas por elección, no por herencia.
Pero creo que debemos intentarlo, si queremos encontrar el modo de que aquellos valores no sean solo razones de orgullo por los logros pasados sino aspiraciones posibles en un futuro próximo, en el futuro de las vidas de las personas, mujeres, hombres, niñas y niños que esperan respuestas y que, si resignada o ilusionadamente miran en otras direcciones van a encontrarse al final del camino con renovadas frustraciones.
Simplificando excesivamente -¡excesivamente!- diría que el modo de realizar aquellos programas fue, durante el tiempo de las luchas de la socialdemocracia, aspirar a mejores condiciones de vida material y a la ampliación de los derechos de ejercicio de la ciudadanía. Más bienestar y más derechos o, en esta versión simplificada, salario y voto. Mejores ingresos, autogobierno e igualdad de oportunidades.

Para el pensamiento y la política conservadora la gestión de la incertidumbre es una tarea individual y para la izquierda una tarea colectiva.

Había allí dos demandas en coexistencia: por una parte, una demanda, una exigencia de dignidad material y moral. Hoy diríamos: de reconocimiento. Pero, por otra parte, una demanda subyacente, no necesariamente formulada en estos términos, pero intensamente presente: la de reducir las incertidumbres respecto del futuro. Porque, a diferencia de la estabilidad de las sociedades tradicionales, premodernas, inscritas en un orden durable, el suelo móvil de la modernidad, las angustias de la secularización, la disociación entre el orden del mundo y el mundo del hombre y de la mujer modernos pusieron en el centro del drama de nuestra civilización la necesidad de reducir la incertidumbre. El socialismo se propuso como una respuesta a esa necesidad. La educación, como herramienta para la comprensión y captura de un mundo en mutación permanente; el estado de bienestar para resguardar a las personas de las amenazas del desempleo, de la vejez o de la pobreza fueron las herramientas fundamentales en esa tarea. Podríamos decir que la diferencia entre las visiones conservadoras de la política y las visiones progresistas, entre la derecha y la izquierda, se sintetizan en que para el pensamiento y la política conservadora la gestión de la incertidumbre es una tarea individual y para la izquierda una tarea colectiva. Que para unos se realiza acumulando recursos privados para hacer frente a las inquietudes que propone el futuro mientras para los otros esos recursos deben ser colectivos y estar equitativamente distribuidos.
Si ponemos nuestra interpretación bajo esta clave podríamos preguntarnos cuales son las fuentes de incertidumbre en el mundo contemporáneo y cuales, eventualmente, las respuestas posibles. Y discernir entre esas respuestas aquellas que deberían conformar la caja de herramientas de la izquierda democrática porque son respuestas, una vez más, comunes, compartidas.
Señalo algunas de esas fuentes de incertidumbre, que se agregan a las ya conocidas: el cambio tecnológico; el dominio de megacorporaciones digitales; el cambio climático. No es necesario abundar en las razones por las que el cambio climático aparece como una amenaza para el futuro común y, especialmente, para el de las naciones y las poblaciones más vulnerables. Solo quisiera, en este aspecto, enfatizar la tensión entre cambio climático y desarrollo económico, en el sentido de que nuestras ideas acerca de cómo la economía debe crecer para proporcionar prosperidad a un mayor número de personas entran en contradicción con el imperativo de revertir o cuando menos mitigar el cambio climático. Esto no nos debe llevar a suscribir las teorías del decrecimiento, pero sí a indagar qué tipo de crecimiento es a la vez necesario y deseable.

Ante las big tech, y más en general en la economía digital, en momentos en que los estados han perdido, y siguen perdiendo, soberanía, la función de consumidor como un agente activo que toma decisiones relativamente autónomas se suprime, y los individuos se convierten en recursos de los que se extraen cuasi rentas.

Voy a señalar, sí, dos rasgos que me resultan especialmente importantes respecto del modo en el que las otras fuentes de incertidumbre están operando. Las big tech, las megacorporaciones digitales, sobre las que mucho y muy valioso se ha escrito, están conformando lo que yo llamaría un nuevo orden imperial. Su desarrollo, su expansión global, el modo en el que coexisten con órdenes políticos locales pero explotan a las poblaciones de esos territorios, se corresponde casi literalmente con el modo de funcionamiento de los imperios clásicos. Eso supone un cambio del estatuto de las poblaciones afectadas. Porque, a pesar de la crítica que el pensamiento progresista ha realizado de la función de consumidores que ha sido la marca del capitalismo -el consumidor como opuesto al ciudadano-, lo cierto es que en un mercado capitalista dinámico el consumidor sigue siendo agente, en la medida en que el Estado regule razonablemente la oferta moderando o directamente impidiendo brutales asimetrías de poder, información y capacidad de decisión. De hecho, las sociedades que son a la vez capitalistas y democráticas han impulsado el surgimiento de esas dos figuras, el ciudadano y el consumidor, que comparten un rasgo propio de la modernidad, o cuando menos de la modernidad occidental: la búsqueda creciente de autonomía, la captura de agencia por parte de sujetos que se quieren electores en la política y en los mercados, que aspiran a decidir cómo organizarse políticamente y cómo definir un destino común, es decir, ejercer el autogobierno de lo público; y, a la vez, exigen decidir sobre los modos en que organizan su esfera privada.
Por el contrario, ante las big tech, y más en general en la economía digital, en momentos en que los estados han perdido, y siguen perdiendo, soberanía, la función de consumidor como un agente activo que toma decisiones relativamente autónomas se suprime, y los individuos se convierten en recursos de los que se extraen cuasi rentas. No hay elecciones alternativas a tomar entre ofertas semejantes y, peor aun, no hay prácticamente posibilidad de decidir ser parte o no del sistema mismo.

El desarrollo explosivo de los sistemas autónomos de decisión y acción -la robótica, la big data, la inteligencia artificial- supone una pérdida inversamente proporcional de autonomía humana individual y colectiva.

Algo debemos señalar, también, otro de los efectos de la transformación digital en que estamos inmersos. También, por cierto, hay una inmensa cantidad de bibliografía fundamental para entender las características y las posibles consecuencias de las transformaciones en curso sobre la sociedad, la cultura y la subjetividad. Yo quisiera señalar, a efectos de mi argumento, solamente un rasgo: el desarrollo explosivo de los sistemas autónomos de decisión y acción -la robótica, la big data, la inteligencia artificial- supone una pérdida inversamente proporcional de autonomía humana individual y colectiva. De los algoritmos a la automatización de tareas manuales e intelectuales, esta era de cambio tecnológico se distingue de las otras porque, a diferencia de aquellas, cuyo resultado fue el incremento de la capacidad de decisión y de acción humana sobre la naturaleza y sobre la cultura, estos cambios tecnológicos producen el efecto contrario: reducen la dimensión humana de la humanidad.
No se trata aquí de desarrollar estos problemas, pero es inevitable señalarlos. Ellos son algunas de las fuentes principales de incertidumbre que, como siempre, afectan de un modo desmesuradamente desigual a los más vulnerables. (No son las únicas: la inestabilidad geopolítica global; las migraciones, consecuencia principal pero no exclusivamente del cambio climático; la fragilidad macroeconómica de los países del sur; la polarización política y las dificultades que ella entraña para tomar decisiones a favor del interés general; la precarización del trabajo; el desarrollo de mercados criminales, especialmente los vinculados con el narcotráfico,  son otras. Pero, sin restarles importancia ni gravedad, son problemas más conocidos, sobre los que la izquierda tiene una reflexión de larga data y, en algunos casos, también tiene respuestas políticas para ofrecer.)
Tanto ante el cambio climático y sus consecuencias en el mundo físico, como en relación con la pérdida de agencia en la vida cotidiana producida por el imperio de las corporaciones tecnológicas y la reducción de la autonomía producida por el cambio tecnológico, son las poblaciones más desfavorecidas las más afectadas en el presente y las más amenazadas en el futuro, y es por ello que el pensamiento progresista tiene la obligación de estructurar una reflexión sobre esos temas y el deber de buscar respuestas políticas adecuadas.
Si el propósito de la izquierda democrática ha sido a lo largo de una larga historia que sin embargo es todavía breve reducir la incertidumbre que el futuro distribuye desigualmente entre los habitantes del presente, un discurso renovado debería hacerse cargo de estos temas. Ello no implica, naturalmente, desinteresarse de nuestra agenda tradicional, centrada en la dignidad de la vida material y en la ampliación de derechos de nuestra vida moral. Pero sí significa que esa agenda nunca podrá avanzarse si no se pone bajo estos ejes.
Quisiera concluir diciendo lo mismo de otro modo. Podemos pensar que la tarea de la izquierda ha consistido en discutir cuánto queremos ganar. Cuánto de salario, cuánto de bienes públicos (salario indirecto, dicen algunos), cuánto de tiempo libre. Yo creo que la pregunta que siempre hemos intentado contestar, y que debemos volver a formular teniendo en consideración las marcas del presente pero también los riesgos y las oportunidades del futuro, no es cuánto queremos ganar sino cómo queremos vivir, cómo vivir juntos, qué tipo de relaciones queremos privilegiar entre las personas, cuales con el mundo del que somos parte, cómo vivir con los que vendrán en el futuro.
Los gobiernos locales deben involucrarse en la seguridad

Los gobiernos locales deben involucrarse en la seguridad

América Latina es una de las regiones más avanzadas en prevención social social de la violencia y el delito. Los gobiernos locales han protagonizado acciones para mejorar la seguridad desde la prevención. Es posible sacar algunas conclusiones.

Nadie tiene la receta mágica de la seguridad. Hay tantas fórmulas como particularidades de cada ciudad, de los diagnósticos que construyan y los problemas que identifiquen. Sin embargo, la acumulación de decenas de experiencias permite identificar algunos puntos en común. No serán lo originales porque como decía Jorge Luis Borges, “somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros”.

Tal vez sirvan para ordenar ideas y alentar nuevas experiencias.

 

PRIMERA: ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE PREVENCIÓN?

Un pilar donde apoyarse es el concepto de seguridad humana, de las Naciones Unidas, que nos permite una mirada integral y tremendamente oportuna en este momento en que estamos preocupados por alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

En esa perspectiva de interdependencia podemos tomar la definición de “prevención” de la Resolución 12 producida por el Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Justicia Penal en 2010. Define: “La prevención del delito engloba toda la labor realizada para reducir el riesgo de que se cometan delitos y sus efectos perjudiciales en las personas y la sociedad, incluido el temor a la delincuencia. La prevención del delito procura influir en las múltiples causas de la delincuencia. La aplicación de la ley y las sanciones penales no se incluyen en este contexto, pese a sus posibles efectos preventivos”.

Enfaticemos sobre dos conceptos: ¿Cuáles son las facultades que tienen los gobiernos locales para involucrarse en la seguridad? ¿Cuáles son los límites?

La definición de las Naciones Unidas establece el límite en la persecución penal. Es prevención abordar la violencia y el delito sin persecución penal. En ese amplio campo de la prevención tienen facultad los gobiernos locales. En cambio, no tienen facultades delegadas de hacer cumplir la ley penal. Pero sí tienen muchas posibilidades de articular intervenciones preventivas con la justicia, con las fuerzas de seguridad y especialmente gestionando conflictos. Los códigos de convivencia han demostrado ser buenas herramientas para prevenir violencias y resolver problemas que son angustiantes.

 

SEGUNDA: ¿DE QUÉ MODO PUEDEN INTEGRARSE LOS GOBIERNOS LOCALES CON OTRAS AGENCIAS?

En las perspectivas de desarrollo sostenible y también de prevención mencionamos la integración de temas y actores. ¿Qué sería prevención integrada? ¿Por qué es importante para los municipios y los gobiernos locales?

El trabajo de seguridad está integrado en un territorio y es una práctica frecuente. No siempre existe una coordinación de las acciones. Muchas de las acciones de seguridad se vienen haciendo, quizás, con otros rótulos. Quizás en diferentes rubros presupuestarios que no son específicamente los de seguridad. Corresponden a distintos “ravioles” en los organigramas. Pero han sido facultades originales de los gobiernos locales. Por ejemplo: el cuidado y mantenimiento de los espacios públicos es también un aporte a la prevención de la violencia y el delito, pero es imputado como un servicio de higiene o iluminación.

Lo que deberíamos cambiar es el objetivo y el cómo: necesitan que tengamos una mirada integral. No es lo mismo la higiene urbana como una responsabilidad tradicional de los municipios que pensarla como una forma de construir espacios públicos que integren, que generen inclusión y que sean lugares que puedan ser vividos sin temor.

No podemos pensar la seguridad y mucho menos la prevención social local sin participación ciudadana con delegación real de facultades y una perspectiva de derechos humanos.

Espacio de la heterogeneidad para la convivencia.

Entonces, los municipios van a seguir haciendo cosas que ya vienen haciendo, el desafío es pensarlos también como aporte para prevenir la violencia y el delito. Y la prevención es el trabajo con vecinos para gestionar los distintos tipos de conflictos, porque si esos conflictos no son abordados oportunamente pueden escalar en violencias.

Esa gestión demanda participación, que sólo es efectiva reconociendo a las otras como sujeto de derecho, como actoras sociales y políticas legítimas. Como ciudadanos. Eso nos va a permitir la verdadera participación, el reconocimiento de las diversidades y con una visión transversal de todos los derechos humanos.

No podemos pensar la seguridad y mucho menos la prevención social local sin participación ciudadana con delegación real de facultades y una perspectiva de derechos humanos.

 

TERCERA: ¿POR QUÉ LAS INTENDENTAS Y LOS ALCADES DEBEN SER RESPONSABLES, EMPODERARSE E INVOLUCRARSE EN LA SEGURIDAD?

Hay un conjunto de facultades que los sistemas políticos le otorgan a los gobiernos locales y que son fundamentales para la seguridad.

Muchos intendentes se preguntan por qué involucrarse en temas de seguridad si no tienen muchas herramientas para abordar el problema. “Las facultades las tienen las policías pero nos reclaman a nosotros”, suelen pensar.

¿Qué caminos fueron construyendo las distintas gestiones para canalizar estos reclamos?

Las alcaldesas o intendentes reciben los reclamos porque son la primera línea, quiénes están más cerca del vecino. Son los funcionarios políticos mejor valorados en las encuestas, porque sus acciones son más perceptibles. Entonces, si el Estado eficiente no articula desde sus figuras de máxima legitimidad una respuesta a esa demanda, estamos perdiendo una gran posibilidad de hacer transformaciones sostenibles.

Además, es clave la información. Hay mucha información en los gobiernos locales, la cuestión es cómo aprovecharla. La clave es qué le vamos a preguntar. Muchos municipios construyen sus sistemas de indicadores. Son herramientas hechas a medida que no se compran de la góndola de indicadores, ni se sacan de la góndola de los observatorios: se construyen en función de los objetivos de la política pública, que se define desde el espacio local.

Las políticas y acciones de prevención de la violencia y el delito empiezan a dar resultados en el corto plazo que se van a ir acumulando a lo largo del tiempo según una planificación estratégica.

Redondeando: podemos trabajar en prevención, tenemos la legitimidad de las autoridades locales y la capacidad de construir la información. Además, tenemos los recursos que ya están dispersos en distintos rubros presupuestarios.

El camino es analizar de qué manera estamos invirtiendo en otras líneas que impactan en la seguridad, entendido y complementado como una estrategia integral.

Las herramientas de gestión que tienen los gobiernos locales pueden articular los recursos de distintos niveles del Estado. Desde un municipio se puede trabajar y buscar impacto en problemas de mayor alcance. Y planificar contemplando nuevos desafíos.

La urbanización descontrolada no puede estar desvinculada de la seguridad.

La circulación acelerada de los bienes y de los cuerpos nos lleva a pensar en las migraciones de primera generación, pero también los desafíos de la integración para la convivencia. Hay investigaciones que exponen que las juventudes de la segunda generación de migrantes necesitan reforzar sus cuestiones identitarias con riesgo de integrarse a grupos violentos.

Hay migración por razones económicas, políticas pero también en una creciente migración por el cambio climático.

CUARTA: ¿ES POSIBLE TENER RESULTADOS A CORTO PLAZO?

Las políticas y acciones de prevención de la violencia y el delito empiezan a dar resultados en el corto plazo que se van a ir acumulando a lo largo del tiempo según una planificación estratégica. Pero, insistamos, las intervenciones en la gestión de los conflictos, de inclusión, de prevención local, tienen resultados en el corto plazo.

En nuestros barrios vemos las transformaciones que producen acciones sencillas que también generan cambios estructurales en tiempos más largos. La vida no será igual para aquel chico que recibe apoyo escolar (probablemente evitará la deserción escolar), que también participa en un polideportivo relacionándose con respeto, aceptando normas y códigos de convivencia. Esos servicios son transformadores y tienen un efecto acumulativo.

Por ejemplo, el proyecto de prevención social para juventudes basado en la práctica de senderismo que implementa Godoy Cruz, es una buena experiencia de convivencia, que sirve para reconocer al otro, compartir una aventura generando vínculos, autorreconocimiento, autorespeto, amores, nuevas pasiones por el entorno natural. Es transformador, se complementa con apoyo escolar y atención primaria de salud. Ejemplo de varias acciones puntuales que acumuladas generan transformaciones estructurales que redundan en prevención de la violencia y el delito.

Sin fondos no habrá una política pública. Puede haber una declaración de voluntad, pero sin recursos para desarrollar una política, no habrá una política.

Implementar este tipo de programas debe surgir de la información que producen nuestros sistemas de información y deben involucrar a las juventudes tanto en el diseño como en la ejecución.

 

QUINTA: ¿CÓMO DEBERÍA SER UNA POLÍTICA DE PREVENCIÓN LOCAL?

No hay una política de prevención local sin liderazgo político. Es clave. No alcanza con decir yo quiero hacer, también hay que generar las transformaciones institucionales estructurales, los cuadros técnicos, las herramientas que permitan la gestión y asignar fondos.

Sin fondos no habrá una política pública. Puede haber una declaración de voluntad, pero sin recursos para desarrollar una política, no habrá una política.

Por otra parte, deben ser políticas participativas, inclusivas y representativas de las diversidades. Por ejemplo en el Plan Nacional de Prevención del Delito del año 2000 en la Argentina: tuvo problemas en la representatividad a la hora de la participación en los espacios de diagnóstico. Hubo una involuntaria exclusión de jóvenes. El resultado: propuestas de intervención que profundizaban el sesgo de control sobre las juventudes y los ciclos de violencia. La lección aprendida permitió generar mejoras y otras políticas para corregir esa distorsión en la participación.

Por otra parte, si vamos a hacer una acumulación de acciones que generen transformaciones estructurales necesitamos planificar y empezar teniendo resultados en el corto plazo. La paciencia social se agota rápido. Trabajar lo táctico sin perder de vista lo estratégico. Se necesita una planificación estratégica situacional (Carlos Matus), trabajando en las dos dimensiones al mismo tiempo, a veces generando equipos diferenciados.

SEXTA: ¿CÓMO LOGRAR EL TRABAJO COORDINADO EN SEGURIDAD?

Dónde empieza y a dónde termina la facultades de un gobierno local: la competencia legal es una dimensión importante.

Si tenemos una mirada de la seguridad centrada en el control penal, no controlar la policía es una excusa para no involucrarse. Pero en realidad, como venimos viendo, los municipios tienen muchas herramientas y potencialidades para trabajar en el campo de la prevención local.

No siempre, las instituciones tradicionales de la seguridad están dispuestas a reconocer a nuevos jugadores. Se preguntan: ¿cuál es la legitimidad que tienen los funcionarios de gobiernos locales para involucrarse?

Es frecuente que desde una perspectiva de la seguridad centrada en el control, se cuestione el rol del gobierno local. Lo he vivido: “¿por qué nos venís a hablar de seguridad si nunca has tirado un tiro?” Son los menos.

Es fundamental que incluyamos. La diversidad de perspectivas es novedosa y superadora de miradas sólo basadas en el control. La síntesis de esa colaboración va a generar nuevas ideas y por lo tanto transformadoras.

La principal ventaja que tienen los gobiernos locales para involucrarse en el tema es que tienen la experiencia y capacidad para facilitar la convivencia interinstitucional. Lo hacen en salud, en educación, en planificación urbana, entonces, por qué no lo van a hacer en la seguridad.

Para lograr el diálogo interinstitucional, la academia es fundamental. Experiencias de reflexión y aprendizaje conjunto de agentes municipales, policiales, judiciales, de infancias y la salud, entre otros. Construir en conjunto una comprensión de los problemas y de las formas de resolverlo, facilita después la articulación. En los últimos años la seguridad ha dejado de ser un tema de vacancia en las universidades. Gran avance.

Entonces, cuando intentamos sentar en una misma mesa a policías, fiscales, funcionarios comunales, académicos y organizaciones de la sociedad civil, el desafío es que se entiendan. Necesariamente, también habrá disputas de poder y tensiones. Hay historias institucionales, hay identidades, hay intereses en juegos. Pero a partir de una tensión es posible construir una visión superadora que incluya, que sea participativa.

Es fundamental que incluyamos. La diversidad de perspectivas es novedosa y superadora de miradas sólo basadas en el control. La síntesis de esa colaboración va a generar nuevas ideas y por lo tanto transformadoras.

 

SEPTIMA: ¿CUÁLES SON LOS NUEVOS DESAFÍOS Y AMENAZAS?

No tenemos que perder de vista dónde vamos a estar dentro de unos años.

Hay ciudades donde los gobiernos locales invierten en la formación de las policías, aunque no sea necesariamente su incumbencia, para prepararlos a adecuarse a escenarios posibles ¿Qué tipo de policía se necesita para dentro de 15 años? Los desafíos que hoy podemos ver, no serán los mismos dentro de 15 años. Por eso es necesaria la formación permanente: hay que apostar a la reflexión, reformulación institucional y personal permanente.

¿Cuáles serán los nuevos desafíos?

Vamos con un ejemplo hoy muy palpable: el cambio climático. La escasez de agua tiene impactos sobre la vida, sobre los espacios públicos (lugar de encuentro y convivencia), sobre los precios de los alimentos. Son todos factores que ya están generando conflictos en las zonas andinas de América del Sur.

¿Cómo se va a gestionar esa conflictividad? ¿Se resuelve sólo con más policías?

Nuevamente, necesitamos información, diversidad de perspectivas para construir mejores escenarios e innovar en respuestas efectivas para empezar a reducir y prevenir la violencia ya desde plazos cortos, pero preparándonos para futuros inciertos.

 

OCTAVA: ¿QUÉ HA FUNCIONADO EN MATERIA DE PREVENCIÓN LOCAL?

Sólo algunos ejemplos: la prevención temprana con chicos y chicas basadas en el cuidado de la salud, la atención primaria de la salud, el seguimiento de la salud en las escuelas y el entrenamiento de los padres y las madres, junto con el desarrollo de habilidades emocionales y autocontrol. Aplicadas de manera sistemática ayudan a la prevención de la violencia y el delito. 

También: trabajar con juventudes en el espacio escolar desarrollando habilidades de convivencia socioemocionales donde la emocionalidad sea una parte importante la espiritualidad. Las evaluaciones muestran que también consiguen buenos resultados los programas de meditación, las experiencias de educación de tiempo completo, las transferencias condicionadas a la atención primaria de la salud.

Importante: los programas de transferencias condicionadas a las juventudes a cambio de que se inviertan en su desarrollo profesional, muestran resultados alentadores. Son el cruce ideal entre una política universal y una intervención focalizada de prevención.

En este conjunto de prácticas, pensar el espacio público como lugar de encuentro, de igualdad, como lugar para sentirse seguro y disfrutarlo. Como lugar de democracia espacial, mejorar el espacio público genera condiciones para tener una sociedad más democrática, más inclusiva, más pacífica, donde el otro se sienta reconocido y donde es posible generar convivencia.

NOVENA: ¿POR DONDE EMPEZAR?

Si vamos a diseñar una política de prevención para una ciudad hay que comenzar desde donde esa ciudad es fuerte. Por ejemplo, en Rosario, donde el sistema de salud pública es importante, el punto de partida fue una visión epidemiológica de la violencia.

Si una ciudad tiene un sistema de salud con alertas temprano y abordaje epidemiológico para el dengue y la hepatitis, por ejemplo, es posible adaptar esa capacidad para abordar la violencia armada haciendo foco en las armas como vector transmisor. Quizás no había un buen sistema de información criminal, pero sí había un buen sistema de estadísticas de salud. No era necesario un gran equipo estadístico sino aprovechar el del sistema de salud para recabar información sobre la violencia.

A esa masa de información, hay que hacerle las preguntas adecuadas a partir de una concepción clara de la violencia y sus causas.

Si cambiamos de perspectiva, veremos nuevas posibilidades accesibles, baratas, dentro de los mismos procedimientos que están haciendo los municipios. Allí estará la innovación.

En muchas ciudades, se desalienta una intervención por las dificultades para obtener estadísticas y tasas de criminalidad. Pero, mientras se construyen sistemas estadísticos específicos, se puede trabajar con información provisoria que permita orientar las acciones. En salas de emergencia se puede recabar información sobre las circunstancias se producen las heridas con armas, en qué lugares, horas y características de las víctimas. No serán datos exhaustivos pero sí orientadores de los fenómenos que hay que prevenir.

Si cambiamos de perspectiva, veremos nuevas posibilidades accesibles, baratas, dentro de los mismos procedimientos que están haciendo los municipios. Allí estará la innovación.

 

DECIMA: EL MEJOR PROGRAMA ESTÁ POR CREARSE

Hay mucha información inspiradora que está disponible sobre cómo los gobiernos locales han logrado éxitos en seguridad ciudadana. Sin embargo, no es recomendable comprar productos genéricos, soluciones enlatadas. Cada aldea es un mundo, los problemas son tan particulares como su gente y sus instituciones. Se trata de intentar poner a trabajar esa diversidad diagnosticando, proponiendo, trabajando en base a información, coordinando en base a un plan, identificando posibilidades presupuestarias ya asignadas a otros rubros, procurando resultados y alianzas que den sustento a los desafíos.

Los gobiernos locales deben involucrarse en los temas de seguridad. El mejor programa de seguridad para su municipio está esperando para que lo diseñen.

Entre Nosferatu y Último Reino, entrevista con María Julia De Ruschi

Entre Nosferatu y Último Reino, entrevista con María Julia De Ruschi

«Nosferatu» y «Último Reino» fueron dos grupos literarios fundamentales de la poesía argentina de finales del siglo XX. En su último libro, María Julia De Ruschi reconstruye el itinerario de estos grupos, sus principales autores y sus poesías. 

«La luz de lo imposible», el último libro de María Julia De Ruschi.

La luz de lo imposible. Los poetas de Nosferatu y Último Reino (1972-2022), da cuenta de dos grupos notables de poesía argentina. El volumen, editado en 2022, lleva el sello de Ediciones Kalos. Reúne a los poetas que han recibido la calificación de neorrománticos. Una de las familias literarias más interesantes de las últimas décadas del siglo XX, cuya vigencia aún perdura en las producciones de algunos de ellos. Una de sus integrantes, la gran poeta María Julia De Ruschi, a quien ya habíamos entrevistado para La Vanguardia, es la encargada de la hermosa introducción con la que comienza el libro, a la que le siguen una selección de poemas de los autores de los grupos examinados.

La ocasión y la oportunidad de este verdadero acontecimiento literario es la que nos acerca una vez más a María Julia para consultarla sobre cómo pensó este proyecto de libro, pero también sobre cómo fue el trabajo de su escritura.

Antes de comenzar a preguntarte por el libro, quisiera que por favor nos cuentes tu impresión sobre la presentación que se hizo en la Biblioteca Nacional.

Bueno, tal vez esta tu primera pregunta podría ser la última: porque la presentación fue el final de la historia de La luz de lo imposible. Presenté dos o tres libros en mi vida, y esas pocas presentaciones representaron para mí grandes fiestas. Esta fue la mejor, porque fue compartida con mis amigos, los poetas antologados. Habíamos planeado con Ariel Fleischer, el editor, presentar el libro en octubre en la Biblioteca Nacional, conseguir fecha no es fácil, pero la conseguimos, la querida María Redondo, hija de Víctor, trabaja allí y siempre nos da una mano. Pero Víctor, que vive en Tucumán y no estaba muy bien de salud, no podía viajar en octubre. Logramos cambiar la fecha. Todos se esforzaron por adecuarse y asistir. Lamenté que no pudieran participar Álvaro Diez Astete, que es boliviano y vive en La Paz, Daniel Gutman que vive en los Estados Unidos y María del Rosario Sola, “Charito”, que estaba enferma. Fue una fiesta emocionante. Incluso los asistentes que no tenían una relación directa con el grupo compartieron las bromas y el clima festivo. Fue el viernes 18 de noviembre de 2022. Un viernes más como nuestros viernes a lo largo de tantos años, allá por las décadas de 1970 y 1980 en casa del poeta Mario Morales, a quienes los miembros de los grupos Nosferatu y Último Reino llamamos nuestro “Maestro”, término que se usa más en el campo de otras artes, como la música ¿no?

Hubo dos mesas, una prevista con Ariel, conmigo y con el poeta Julián de la Torre que leyó un hermoso texto de presentación en el que destacó la importancia de la figura y de la poesía Mario Morales. La segunda mesa la armó espontáneamente Víctor Redondo, quien tomó el micrófono y coordinó la lectura de los poetas presentes, Mónica Tracey, Susana Villalba, Horacio Zabaljáuregui y Carlos Riccardo, alternando recuerdos y anécdotas. Luego, como corresponde, vino. Nuestros amables anfitriones de la Biblioteca se olvidaron de echarnos a la hora del cierre.

En realidad espero que la presentación no haya sido el final de la aventura, sino el comienzo de otra, me refiero a la reedición de los poetas cuya obra, publicada hace años en tiradas muy reducidas, no es accesible hoy en día. Querría destacar que todos los poetas presentes siguen escribiendo y publicando.

¿Cuál es el origen de este libro? ¿Fue una idea personal, un pedido editorial, algo que surge del colectivo de las revistas examinadas?

La idea del libro creo que surgió del frío en la nuca que produce el soplo del paso del tiempo, de la sensación de que hay cosas valiosas que se pierden para siempre. De la conciencia de la necesidad de un rescate o de una cadena de rescates: por cadena de rescates quiero decir, que no basta que yo haya intentado dar una idea de la poesía de los grupos Nosferatu y Último Reino desde una perspectiva histórica, es decir, desde sus comienzos hasta hoy. Es una tarea que debe reiterarse, desde distintos ángulos. Este es un país fecundo e ingrato, que da frutos maravillosos que se no se atesoran como lo merecen. Demolemos nuestro patrimonio arquitectónico, poetas de la envergadura de Ricardo E. Molinari no tienen una obra completa, para dar los dos ejemplos que se me ocurren ahora. Predominan, a mi juicio, criterios de valoración muy contingentes, una mala formación (es decir, escasez de lectura de buena poesía, que es la base del criterio o el gusto) y casi diría una especie de rechazo del concepto mismo de valoración, de que existe con un grado de objetividad bastante elevado buena y mala poesía y que  no es censurable opinar al respecto. Por otra parte, es como si por algún raro complejo no pudiéramos enorgullecernos de lo nuestro. El caso de Borges fue y en cierta medida sigue siendo emblemático al respecto.

La estoy haciendo larga. Quise rescatar mis recuerdos de las reuniones de los viernes en casa de Mario Morales, y realizar un homenaje a los 50 años de poesía de ambos grupos, y los directores de las revistas, Enrique Ivaldi (Nosferatu) y Víctor Redonde (Ultimo Reino, la revista y la editorial). Y recordar con una breve presentación y una selección de poemas a casi todos los poetas de ambos grupos, incluí dieciséis.

«La idea del libro creo que surgió del frío en la nuca que produce el soplo del paso del tiempo, de la sensación de que hay cosas valiosas que se pierden para siempre. De la conciencia de la necesidad de un rescate o de una cadena de rescates».

¿Cómo fue la experiencia de escritura e investigación? Señalás que te acercaron material, consultaste a los autores.

Fue un trabajo largo, que me acompañó muchos años. Empecé por reunir los libros, en su mayor parte ediciones de autor muy difíciles de conseguir. Creo que los fui encontrando a casi todos, me faltan solo los dos primeros de Susana Villalba: algunos los tenía, otros me los dieron sus autores, o el libro o una fotocopia. También encontré alguno en la Biblioteca Nacional. Conseguí reunir todas las revistas, todos los ejemplares de Nosferatu más las separatas, y de Último Reino cuando no conseguí el original me prestaron los ejemplares para sacar fotocopias. En esto me ayudó muy generosamente Charlie, Carlos Riccardo. Leí y releí todo ese material. Fui seleccionando los poemas. En rachas en las que estaba mal de ánimo, y solo podía hacer trabajos “mecánicos” fui tipeando las más o menos 300 páginas de poemas que tiene la antología. Durante esos años también me puse en contacto con todos los poetas que aún vivían, les hice preguntas por email, me respondieron más o menos extensamente, utilicé gran parte de ese material. Me acuerdo de Manuela Fingeret, que estaba enferma y tenía un mal recuerdo del grupo. De Guillermo Roig, con quien entonces hablé por teléfono, no lo conocía, lo vi una sola vez en una reunión en casa. Se suicidó antes de que saliera la antología. Mónica Tracey me pasó un hermoso libro suyo inédito. De hecho, toda su poesía puede considerarse inconseguible, y es de una potencia asombrosa. ¿¡Qué poetas beat estadounidenses!? Vuelvo sobre lo mismo, a la falta de valoración positiva de lo nuestro: la poesía de Guillermo Roig, la novela Las familias secretas de Redondo.

Extrañé mucho a Jorge Zunino, que estuvo en todas, que lo recordaba todo. Pero murió a principios de 2001.

Las lecturas posibles del libro son varias. Te señalo una: la de una biografía colectiva, inclusive parece un registro narrativo de novela. Lo digo por la fina y a veces risueña descripción y calificación de los integrantes de los grupos de poesía. ¿Vos cómo lo pensaste?

No sé si lo pensé. Lo único que tenía en claro es que no quería hacer crítica literaria. Dejé fluir los recuerdos. La voz de los recuerdos le da esa andadura narrativa, que no fue deliberada. Cuando releía el texto se ramificaba, a cada paso surgían nuevos recuerdos, tenía que contenerme. Es cierto que puede convertirse no creo que, en una novela, pero en un texto histórico/biográfico colectivo más extenso, ¿unas memorias? Me tienta la idea.

Resulta sumamente interesante cómo narrás a los poetas de los grupos, y hacés una especie de coro de voces. Tu posición, a veces, es la contravoz de los otros. En este sentido, me gustaría que expliques por qué elegiste esta forma de narrar, donde aparecen supuestas contradicciones, las presentas y las discutís.

Ah, sí, es que conversaba con los textos que iba recibiendo, a veces los corroboraba, a veces los refutaba, pero los textos, citados textualmente, siempre quedan abiertos a la interpretación del lector. De todas maneras, no me iba a privar del placer de, siendo la autora, dejar asentada mi opinión [risas].

A lo largo de tu introducción en dos oportunidades citás versos de lo que llamás definiciones de “la más alta poesía de la poesía”, evocando poemas de Cabral y de Redondo. ¿Podes explicar porque a tus ojos es así? ¿Qué interpretas vos de lo que esos versos dicen?

Cabral:

El poeta Julián de la Torre, la autora, María Julia De Ruschi y el editor Ariel Fleischer.

Agua tan pura que casi

No se ve en el vaso agua.

 

Del otro lado está el mundo.

De este lado, casi nada…

Un agua pura, tan limpia

que da trabajo mirarla.  

 

Mónica Tracey, Susana Villalba, Víctor Redondo, Horacio Zabaljáuregui y Carlos Riccardo.

Redondo:

Levanta tu brazo hacia donde los astros emigran

Levanta la luz hasta donde el ojo no la alcance

Y en lo que queda entre tú y la tierra

Levanta el agua humilde y el pan celeste

 

No hay otra forma de comprender el mundo

Ambos poemas se refieren a la mirada como órgano de conocimiento y a la forma de conocimiento propio de la poesía. En el primero, se alude a la percepción de lo inasible (o inefable) a través de lo “casi” invisible, el agua en un vaso. El poema de Cabral es intimista y se desarrolla en torno a una imagen visual.  Es un poema de una humildad franciscana.

En cambio, en el poema de Redondo tenemos un gesto, un gesto de osadía, un gesto prometeico. “Levanta la luz hasta donde el ojo no la alcance…”, no basta mirar, hay la exigencia de un gesto, la apuesta va más allá de la contemplación, hay que poner en juego la vida.

Admiro ambos poemas porque con una sencillez asombrosa y a través de símbolos elementales van a fondo para iluminar una cuestión acerca de la cual los poetas siempre nos interrogamos: ¿qué es la poesía?

Son poemas/mantra, lo siento así, que puedo repetir y repetir y siempre me conmueven y mueven algo en mí.  No responden. Plantean mejor la incógnita.

También señalás que te sorprende que aparezca tu nombre en la redacción de la revista y que publiquen tus poemas. ¿Cuál es tu conjetura sobre este hecho?

En realidad me refiero a Último Reino. Fui siempre a las reuniones de Nosferatu, casi hasta el final, pero luego, por circunstancias de índole personal, que nada tenían que ver con las reuniones, no llegué a hacer el pasaje de un grupo al otro. Me sorprendía figurar en el consejo de redacción de Último Reino porque era una especie de membresía vitalicia que no sabía a qué se debía, ya que yo conocía poco a los miembros de Último Reino y ellos tampoco a mí y no asistía a las reuniones. Los conocí y los frecuenté muchos años después, cuando ya no se publicaba la revista ni existían los encuentros de los viernes. Supongo que era Jorge Zunino el que ponía mi nombre allí y a través de quien yo estaba en cierto modo presente. Pero, curiosamente, aunque mi nombre no hubiera figurado, aunque no fuera a ninguna reunión, yo tenía un fuerte sentimiento de pertenencia.

¿Qué recordás de la idea de la edición de los libros de los miembros del grupo? ¿En qué consistía en esos tiempos la discusión, que creo que siempre existió, sobre pagar o colaborar en la edición de un libro propio?

[Risas] La cuestión era que Mario Morales vivía encerrado en su “cuartito” (creo que salía de su casa sólo para ir al cine) y la idea de hacer los trámites pertinentes para cobrar su premio y usar ese dinero para pagar la edición de su libro lo superaba. Si no recuerdo mal, fue Enrique Ivaldi quien lo acompañó para cobrar el premio del Fondo de las Artes y pagar su edición en Sudamericana. Así nació Plegarias o el eco de un silencio, uno de los libros más perfectos de Mario. Nuestros libros fueron casi todas ediciones de autor, todos los de Enrique Ivaldi, por ejemplo, que tenía mucha habilidad para las cuestiones gráficas, los tipeaba en la oficina en la que trabajaba. En realidad, Enrique tenía habilidad e inteligencia y tiempo y energía para todo. Nos ayudaban los premios. Mi primer libro, Polvo que une, salió en España gracias a un premio del Instituto de Cultura HIspánica. Ivaldi y Redondo también obtuvieron premios en España. Daniel Gutman editó Piedra de toque en Corregidor, había obtenido el Primer Premio del Fondo de las Artes en la categoría inéditos, a los 18 años.

En los tiempos de Último Reino, ya existía la editorial de ese nombre que llevaba adelante Víctor Redondo y allí se hicieron la mayor parte de los libros de los miembros del grupo, al menos en esa época.

«Lo único que tenía en claro es que no quería hacer crítica literaria. Dejé fluir los recuerdos. La voz de los recuerdos le da esa andadura narrativa, que no fue deliberada. Cuando releía el texto se ramificaba, a cada paso surgían nuevos recuerdos, tenía que contenerme».

En un pasaje reconstruís lo que a vos te pasaba con relación a algunos visitantes al grupo, es el caso puntual de Roberto Juarroz. ¿Podés contarnos algo más al respecto?

Me viene muy bien este pedido tuyo en relación a Juarroz, para relativizar algo que he dicho y repetido. Que Juarroz fue el maestro de Mario Morales. Antonio Porchia el maestro de Juarroz y Juarroz de Mario. Me han corregido: que Mario siempre se consideró discípulo de Porchia, directamente, sin la mediación de Juarroz. Es posible. Es interesante poner en duda ciertas aseveraciones cuya veracidad uno daba por descontada, porque también existe la otra versión. Nunca vi a Juarroz en una reunión del grupo, lo digo en el libro, también me explayo acerca de las razones de mi antipatía personal hacia él. En cuanto a su poesía, me pregunto si quienes la admiran han sido capaces de digerir su poesía vertical completa. Algunas cosas de Juarroz me tocan, cuando está más cerca de Porchia, como cuando dice  “La palabra es el único pájaro / que puede ser igual a su ausencia”. Pero su pensamiento es siempre más abstracto que el de Porchia.

En fin, esto se plantea de un modo u otro según suba o baje el valor de las acciones de Porchia o de Juarroz. Mario era un tipo respetuoso e irreverente, si se entiende por esto que apreciaba la inteligencia y la cultura de Juarroz y que al mismo tiempo podía reírse con nosotros de su tono apodíctico y su escasa calidez humana.

Para terminar, en otro pasaje afirmás que los integrantes del grupo, “fueron muy machistas”. En una entrevista reciente, Susana Villalva, recordaba que la llamaban “la loca”, haciendo alusión a que, con el tiempo, no se explicaba cómo podía aceptarlo. ¿Podés contarnos algo más al respecto?

Sin duda eran muy machistas, lo era la época. Digo también que lo habían sido los surrealistas franceses. Ni hablar del cine y de la literatura de la primera mitad del siglo. Sería interesante leer a los poetas del grupo (y sobre todo a las poetas) para ver qué nos revelan sus obras de esta problemática. Me refiero en el prólogo a juegos más bien inocuos cuyas reglas inventaban los poetas del grupo y las poetas aceptábamos sin protestar, entre risas y bromas. En otros aspectos el machismo de la época ofrecía despliegues no tan inocuos, más bien totalmente inaceptables. Y los tolerábamos, nosotras las mujeres, tolerábamos situaciones que hoy en día desbarataríamos de un plumazo o probablemente ni siquiera permitiríamos que tuvieran lugar, no solo en el terreno de las relaciones con otros poetas sino también de las relaciones de pareja. Quiero creer que las situaciones que se dieron entonces ya no serían posibles hoy. Y claro, dudo mucho de que a Susana la apodaran hoy “Susana, la loca”, bajo ningún pretexto.

Fortuna: cajas chinas del capitalismo financiero

Fortuna: cajas chinas del capitalismo financiero

La novela del argentino Hernán Díaz, que ganó el Premio Pulitzer, desarrolla con elegancia los tópicos del capital, el individualismo y la moral protestante, es decir el ADN sobre el que se levantó Norte América, para acabar regalándonos apuntes llenos de sensibilidad y belleza sobre el rol de la mujer.

¿Cuántos textos autónomos conforman Fortuna, la novela de Hernán Díaz? ¿Cuántos puntos de vista dialogan entre sí para dibujar un retrato tan acabado del capital financiero norteamericano en sus momentos más traumáticos, como fue el crac de Wall Street de 1929?

Fortuna, que en inglés se llama Trust, es una novela polifónica y poliédrica. Podríamos incluso afirmar que, a todas luces, es un exponente magnífico de aquello que los críticos gustan etiquetar como “gran novela americana”. Leída desde nuestros confines, lo que llama en principio nuestra atención es que esta obra, inscripta en esa frondosa tradición norteamericana, fue escrita por un argentino en inglés.

Díaz nació en nuestro país, vivió en Suecia con sus padres en tiempos de la dictadura, se formó en instituciones educativas de Buenos Aires y desde hace 25 años, es decir la mitad de su vida, vive en Nueva York. Su amor por la literatura anglosajona lo llevó hacia al Norte y con su segunda novela publicada recibió el reconocimiento más prestigioso del mercado estadounidense: el Pulitzer. 

La narrativa de Díaz tiene el oficio de un consumado orfebre.

En entrevistas concedidas en las últimas semanas a medios argentinos, Díaz explicó que su interés fue escribir una novela sobre el dinero, sobre personas extremadamente millonarias, y sobre el funcionamiento del sistema bursátil que llevó a la ruina a generaciones enteras e hizo enormemente ricos a unos pocos.

El autor realizó un arduo trabajo de investigación y descubrió dos datos que luego serían clave a la hora de enfrentar su desafío.

 

EL CAPITALISMO SIN MUJERES

El primero: casi no hay libros que hablen del dinero y de cómo se amasaron las principales fortunas, como si para los estadounidenses la naturalización del proceso de creación y multiplicación de valores fuera imposible de ser puesta en duda. Y aunque Fortuna no es una novela marxista, resuena una crítica al capitalismo en su estado más abstracto. El economista y filósofo marxistas Alfred Sohn Rethel sostenía que el razonamiento matemático debió haber surgido en el momento histórico en que el intercambio de mercancías se convierte en el agente de la síntesis social, un punto caracterizado en el tiempo por la introducción y la circulación de la moneda acuñada. 

El segundo descubrimiento que hizo Díaz en su investigación es que, en las biografías de los hombres más ricos del mundo, sobre todo aquellos del sector financiero, no hay mujeres. Atento a estos dos hechos, Díaz se lanzó a escribir una historia llena de cajas chinas, construyó un artefacto literario complejo y súper imaginativo, cuyo fin fue poder averiguar cómo fue ese proceso de surgimiento, caída y resurgimiento del capital financiero y qué rol tuvieron las mujeres en todo esto. Porque si Fortuna tiene un personaje principal masculino, un poderoso millonario genio de la Bolsa de Valores, éste tiene como contrapartida dos personajes principales femeninos que cumplen roles trascendentales: la figura enigmática y la detective que persigue el secreto a lo largo de los años.

 

CAJAS CHINAS

El trabajo de Díaz es notable porque no solo inventa desde cero una ficción -su novela- sino que crea varias ficciones sobre el hecho principal que dentro del libro que nos ocupa funge como la «realidad». Por ende, Fortuna es un libro que repiensa el concepto de ficción y realidad, y discute los distintos mecanismos sociales que hay en juego en cada tiempo histórico por imponer la verdad. El lector de Fortuna terminará haciendo el trabajo detectivesco junto a uno de los personajes femeninos importantes para resolver un enigma fundamental (y fundante). 

Repasemos la estructura de Fortuna que está enunciada al principio mismo de la novela. Tenemos un financista temido y admirado, Andrew Bevel y su esposa, una mujer tan misteriosa como él, llamada Mildred. Hay una novela escrita por un tal Harold Vanner sobre este matrimonio. Este texto es el primero que nos encontramos en Fortuna y la novela dentro de la novela se llama “Obligaciones”. Luego están unos borradores, que el lector no sabe bien qué vienen a significar dentro de Fortuna, firmados por el propio Bevel y titulados “Mi vida”. En ellos se alude a más o menos los mismos hechos, pero con una prosa menos acabada y, quizás por sus imperfecciones, suena desesperado. 

Y aunque Fortuna no es una novela marxista, resuena una crítica al capitalismo en su estado más abstracto.

Hay una tercera parte llamada “Recuerdos de unas memorias”, la mejor sin dudas, donde irrumpe Ida Partenza, la secretaria de Bevel que redacta aquel borrador obedeciendo el ánimo de revancha del poderoso hombre de negocios, quien necesita hacer justicia con la memoria de su esposa fallecida respondiendo a la novela de Vanner. Hija de un inmigrante italiano anarquista, este personaje es el corazón de la novela. Tiene la responsabilidad de averiguar realmente cómo fueron los hechos y, sobre todo, de dilucidar quién fue Mildred Belver, una mujer que no cumplió ninguno de los roles esperados para ella, ni siquiera tuvo hijos. Pero que tuvo más poder del que cualquier hombre podría reconocerle.  

Ida Partenza redacta sus recuerdos de las memorias de Bevel muchas décadas después de la muerte del millonario, mezclando un aquí y ahora de su madurez con sus apuntes íntimos de la juventud en la que estuvo al servicio de Bevel. Es dable pensar que la actriz Kate Winslet encontró en el personaje de esta chica lúcida que ha debido crecer con un padre demasiado presente el combustible para comprar los derechos de la novela y comenzar la producción de una miniserie que la tendrá como protagonista. Los giros de la vida de Ida Partenza la llevan a convertirse en la escriba de un millonario que representa todo aquello que su padre odia. Una trama que es en sí misma deliciosa.

 

LA LUCIDEZ DE LA PERSPECTIVA

Por último, Díaz nos ofrece una gema: “Futuros”, los diarios de Mildred Bever, escritos desde una clínica en Suiza donde dio batalla en vano al cáncer. Lo que aparece en estas últimas páginas son palabras cargadas de la lucidez que da el dolor. Podemos leer, como quien espía una escena prohibida: «Todo diarista es un monstruo: la mano que escribe y el ojo que lee proceden de cuerpos distintos». O esta otra frase: «Me ha atacado el dolor. He tenido que tumbarme bajo un árbol. No me acuerdo de la última vez que me tumbé en la hierba, en las hojas, en el liquen. He apoyado la cabeza en el regazo de Enfermera. Me ha acariciado el pelo. Sonidos dulces, húmedos y aromas de la tierra. Bancos de nubes sobre el cielo liso. Debe haber pensado que mis lágrimas eran de dolor». 

La narrativa de Díaz tiene el oficio de un consumado orfebre. Une y cincela cada una de estas voces contradictorias e interesadas por imponer una verdad -como el dinero- en una gran novela que desarrolla con elegancia los tópicos del capital, el individualismo y la moral protestante, es decir el ADN sobre el que se levantó América, para acabar regalándonos unos apuntes llenos de sensibilidad y belleza sobre el rol de la mujer en la construcción del capitalismo más fuerte del mundo. No de todas las mujeres, pero sí de una muy decisiva, que seguramente no fue la única.

Gabriela Rodríguez Rial: «Hay que volver a la Generación del 37 con menos prejuicios»

Gabriela Rodríguez Rial: «Hay que volver a la Generación del 37 con menos prejuicios»

La Generación del 37 es un grupo intelectual cuya centralidad en nuestra historia es indiscutible, así como tampoco es discutible la relevancia de Alexis de Tocqueville en la historia del pensamiento. Sobre este interesante cruce, Gabriela Rodríguez Rial ha centrado su último libro y sus más recientes reflexiones.

Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Esteban Echeverría, Félix Frías, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López y Juan Bautista Alberdi.A pesar de que Tocqueville en el fin del mundo (Miño y Dávila, 2023) es su primer libro como autora exclusiva, Gabriela Rodríguez Rial ya lleva muchos años escribiendo y reflexionando sobre teoría política, sociología de los intelectuales e historia de las ideas. Profesora en la Universidad de Buenos Aires e Investigadora Independiente del CONICET, sus trabajos han intentado conjugar algunos autores de la teoría política clásica y, al mismo tiempo, su recepción, difusión y resignificación en nuestro país.

Su último libro, justamente, intenta hacer eso. Parte de un intelectual y teórico político de indiscutido renombre y relevancia, el francés Alexis de Tocqueville, para luego indagar su impacto en una de los grupos intelectuales (y políticos) más significativos de la historia de de nuestro país: la conocida como Generación del 37. Aunados en torno a intereses y preocupaciones comunes, este conjunto de hombres (y una mujer: María Sánchez) comenzaron a desandar una relación intelectual y política en tiempos de consolidación del rosismo. Con un ojo puesto en Europa, de donde obtuvieron muchas y diversas lecturas, y otro enfocado en las experiencias de otros países del nuevo mundo, como Chile o Estados Unidos, estos hombres desarrollaron una actividad que tornó de la crítica al activismo, para luego consagrarse, en la mayoría de los casos más célebres, a la actividad política.

Con una mirada de conjunto, pero también sobre sus más destacados miembros (Sarmiento, Alberdi, Mitre, López, Gutiérrez, Frías y Echeverría), Rodríguez Rial recorre a esta renombrada Generación a partir y en torno a la lectura e influencia de Tocqueville. Los tópicos comunes, desde la democracia a la religión, así como las coincidencias en sus trayectorias y perfiles, permiten a la autora trazar esta conexión y reflexionar sobre las preocupaciones que compartían estos hombres. El análisis político, una ciencia política en ciernes, así como la inquietud por sentar las bases de una nación próspera y pacífica.

Sobre su último libro, conversamos con Gabriela Rodríguez Rial para La Vanguardia. La figura de Tocqueville, su influencia entre los intelectuales argentinos, la importancia de la Generación del 37 y un largo etcétera. Tópicos y figuras que hunden sus raíces en el pasado, pero que, como se observa de forma cotidiana, siguen formando parte de nuestro debate público.

La primera pregunta, que respondés de algún modo en el libro, es: ¿Por qué de todas las influencias intelectuales que compartieron y modelaron a la Generación del 37 elegiste a Alexis de Tocqueville? ¿Por qué, como señalás, su obra fue tan relevante y lo sigue siendo?

De todas las influencias intelectuales que compartieron los miembros de la Generación de 1837 elegí a Tocqueville por tres motivos. Primero, es una de las pocas lecturas que se preserva desde los años juveniles hasta la madurez o la vejez. En todas sus trayectorias vitales, leen a Tocqueville. Segundo, su concepción de la democracia como estado social les da una noción clave para interpretar la sociabilidad política argentina después de la revolución de mayo. Tercero, Tocqueville les enseña un modo de hacer análisis político, con métodos, procedimientos, pero también problemas y sensibilidades, que se podría calificar como una ciencia política para un mundo radicalmente nuevo.

Y Tocqueville fue y es relevante, porque planteó un desafío que sigue vigente para la ciencia política: comprender la democracia moderna, que no es solamente en régimen político, sino una forma de vida, sustentada en la fenomenología de la igualdad (el sentirse iguales, aunque física o materialmente no lo seamos).

«Lo que sí se puede decir es los miembros de la Generación de 1837 leían a los europeos con lentes sudamericanos, y en eso, tal vez eran más originales que algunos pensadores y pensadoras contemporáneos que denuncian el colonialismo sin romper el colonialismo intelectual a la hora de plantearse interrogantes propios».

¿Qué implicaba ese programa de una Ciencia Política para el nuevo mundo o, en otro sentido, para las jóvenes repúblicas democráticas? ¿Por qué este proyecto tuvo tantas resonancias y derivas en la Generación del 37? ¿Qué es lo que era tan urgente comprender?

En ese programa una ciencia política para un mundo nuevo implicaba entender a la democracia como un estado social, producto de la ruptura revolucionaria con las sociedades de antiguo régimen, donde la igualdad desplazaba a la jerarquía. Esto no quiere decir que se tratara de una igualdad en términos económicos, pero sí se reconocía la igualdad natural entre los seres humanos como un rasgo fenomenológico. En las jóvenes repúblicas sudamericanas era necesario comprender qué implicaba la revolución democrática que había nacido de manera contemporánea, aunque no necesariamente deseada por las elites, con la revolución de mayo. Las guerras de la independencia y las luchas civiles habían activado políticamente a la sociedad, especialmente a los sectores populares, pero no se había logrado canalizar esa participación institucionalmente, ni organizar, con una constitución, una orden político nacional unificado.

La Generación de 1837 recurre a Tocqueville para explicar lo que a sus ojos es el fracaso sudamericano: no haber podido conciliar la sociabilidad democrática con el régimen político representativo (gobiernos fundados en el consentimiento del pueblo pero no en el ejercicio directo de la soberanía popular) en una república de gran extensión, ordenada, pacífica y tendiente al progreso material de sus habitantes. Lo urgente de comprender era, porque, a diferencia de los Estados Unidos, las jóvenes repúblicas sudamericanas no pudieron conciliar la sociabilidad democrática con un sistema político estable. Es decir, lograr que el gobierno representativo organice políticamente las pasiones democráticas de una sociedad cuya pasión principal es la igualdad y cuyo dogma político, la soberanía del pueblo

Hay un detalle que vos señalás, en apariencia contradictorio o en tensión, entre el marcado europeísmo de la Generación del 37, muy proclive a leer, imitar e incluso plagiar a autores consagrados del viejo continente, y su indiscutible originalidad: ¿Cómo procesaron esas dos aristas los autores más relevantes de ese grupo? ¿Hay autores en que predomina una u otra? ¿Hay momentos en que predominó más una que otra?

Es cierto que la Generación de 1837 recurrió a la copia y al plagio, pero en ese momento no había criterios tan rígidos como en el campo científico actual para citar la producción de otros. Casi todos, por no decir todos, era europeístas, no muy pro-hispánicos (sobre todo en su juventud), admiradores de Francia e Inglaterra, y algunos como Sarmiento, se enamoraron, gracias a Tocqueville y por haber vivido en ese país, de los Estados Unidos. Sin embargo eran conscientes que su realidad era otra, y que para transformarla, primero había que comprenderla.

Sarmiento seguramente fue el más radical, al juzgar el atraso civilizatorio de las pampas argentinas. Alberdi creía que todo lo bueno venía de Europa, pero analizaba de modo más realista la relación entre el campo y la ciudad en la América del Sur posterior a la caída del virreinato del Río de la Plata, y llegó a defender el americanismo rosista. Mitre era un nacionalista avant la lettre,: inventó que la nación argentina nació en 1810, cuando lo que existía en ese entonces eran pueblos se auto-organizaron cuando entró en crisis la monarquía española a principios del siglo XIX. Lo que sí se puede decir es los miembros de la Generación de 1837 leían a los europeos con lentes sudamericanos, y en eso, tal vez eran más originales que algunos pensadores y pensadoras contemporáneos que denuncian el colonialismo sin romper el colonialismo intelectual a la hora de plantearse interrogantes propios.

 

En el análisis y la recuperación de la Generación del 37 y sus miembros más destacados hay una explícita recuperación de su obra y pensamiento como pioneros de la Ciencia Política: ¿Por qué considerás que es necesaria esta reivindicación? ¿Hay cierto complejo que nos ha llevado a soslayar su aporte y originalidad?

Creo, como decís, que no somos capaces de ver a la Generación de 1837 como pioneros de la Ciencia Política, a causa de un prejuicio cientificista, o mejor dicho por una concepción positivista o conductista de la disciplina que se ocupó más por describir conductas que por comprender el sentido de las acciones políticas. En la senda de Tocqueville la Generación de 1837 se propuso comprender la política argentina para intervenir en ella. No resignó el uso de tipos ideales (Sarmiento casi es un precursor de Weber en eso), puso en valor la importancia de la historicidad de los fenómenos sociales (Mitre y López), demostró interrelación entre las instituciones y las costumbres (Alberdi), analizó a la religión como fenómeno político (Frías, pero los demás también) e hizo de la construcción de archivos, instituciones y redes una tarea educativo científica (Gutiérrez). Entiendo que su concepción de la Ciencia
Política comprensiva es más actual que la de muchos colegas contemporáneos que siguen aferrados a la «encuestomanía» que no explica ni predice nada. Seguro que Sarmiento y Mitre, si hubiesen tenido encuestas en su época de políticos prácticos, habrían recurrido a ellas. Pero, lo hubieran hecho con la conciencia que sólo se puede entender los resultados de una análisis de este tipo en un marco más amplio. Por ello, la importancia que daban a la sociabilidad, es decir las relaciones sociales que caracteriza a una sociedad específica, la Argentina, en un momento tiempo histórico específico. Y esa sociabilidad se comprende mejor conociendo el pasado, analizando el presente y proyectando un porvenir.

Uno de los aspectos que comparte Tocqueville con sus seguidores en el Río de la Plata es la relación estrecha que existe entre un proyecto intelectual, tanto descriptivo como prescriptivo, y la actividad política: ¿Cómo se desenvolvieron estas aristas, a veces contradictorias, de este proyecto? ¿La Generación del 37 estaba unida por sus ideas y se separó por las divergencias de la política concreta? ¿O esas diferencias ya estaban en ciernes?

Justamente una de las mayores tensiones que tuvo que enfrentar la Generación de 1837 fue cuando tuvo la posibilidad de concretar su proyecto de nación para el desierto Argentino (parafraseando a Halperín Donghi) luego de la caída de Rosas. Las diferencias personales e intelectuales que siempre existieron. Por ejemplo, Sarmiento priorizaba las explicaciones deterministas, pero, además de ser personalista en todos los aspectos de su vida, no sólo la política, creía en la necesidad de fortalecer el civismo republicano de la ciudadanía mientras que Alberdi era más relativista e institucionalista, creía que la acción política era necesaria al fundar un orden pero luego debía quedar subordinada a las libertades civiles y la autorregulación económica. Ahora bien, tras Caseros, surge una gran división entre los que apoyan la Confederación de Urquiza (Alberdi, Gutiérrez, López)y la causa porteña (Mitre, Sarmiento, Frías con más ambivalencias) y entre quienes de tener un lugar periférico en la Generación pasaban a ocupar lugares centrales (Mitre y Sarmiento) y quienes se sienten desplazados (Alberdi y López) Todo eso generó recelos y resentimientos, políticos y personales, que son interesantes para dejar de lado cierto prejuicio que idealiza a esta generación de intelectuales y político contrastándolos con los políticos y políticas contemporáneos.

Tal vez sea algo reduccionista afirmar que las ideas los unían y las política los separó. Los unían también vínculos interpersonales (relaciones de amistad), instituciones (compartir espacios como salones, bibliotecas, universidades) e incluso personas. Echeverría y Cané, muertos prematuramente eran figuras de unión, y Gutiérrez fue el que mantuvo los vínculos entre los dos grupos separados por cuestiones políticas, porque siempre fue el núcleo de las redes de amistad y un creador de instituciones. Esos vínculos, forjados en la juventud, entran en crisis, cuando maduran intelectual y políticamente. Desde el inicio el proyecto de nación de la Generación de 1837, aunque se inspiraba en la concepción tocquevilliana de la democracia, tenía sus diferencias. Sarmiento, con Echeverría, defendía una nación cívica, de raíces republicanas, que tenía como centro la educación del pueblo soberano. Alberdi siempre prefirió una nación civil, y con más libertades personales que políticas. Algunos tenían un odio visceral por los caudillos, otros los entendían como líderes de las campañas pastoras que eran la fuente de progreso del futuro país más que las ciudades (aquí se oponen Alberdi por un lado, y Mitre y Sarmiento, por el otro). Quizás el sueño que compartieron no fue la nación argentina, unidad y consolidada institucionalmente en un gobierno representativo estable, sino el deseo, no realizado en forma individual (era un proyecto personal de Echeverría) pero sí de manera colectiva, de escribir la versión sudamericana de La Democracia en América de Tocqueville.

Son muchos los autores que reconocen la peculiar idiosincrasia de este grupo generacional y su enorme impacto político e intelectual: ¿Resulta tan excepcional como señalan, entre otros, Botana o Halperin Donghi? Si es así, ¿en qué reside esa excepcionalidad?

Retomo lo que dije en la última pregunta, la Generación de 1837 fue original y no fue original respecto de otras generaciones políticas e intelectuales “argentinas” (es anacrónico usar este gentilicio antes de los románticos rioplatenses, es decir la Generación de 1837, aunque conservaban un iluminismo de fines como diría Alberini) que los precedieron y los sucedieron como la Generación de Mayo, la unitaria, la de 1880 o los setentistas. Su originalidad radica, al menos para mí, en la manera en que crearon una sociabilidad bastante institucionalizada donde compartían lecturas, diagnósticos y propuestas para la sociedad argentina posrevolucionaria.

También se destacan, y esta sí es mi hipótesis personal, por el hecho de que leyeron muy bien a Tocqueville y se animaron a apropiarse de sus planteos, con audacia y originalidad. Para mí fueron mucho mejores lectores de Tocqueville que otros contemporáneos, europeos o estadounidenses. Incluso sus lecturas compiten con los mejores intérpretes que tuvo el auto de La Democracia en América en el siglo XX y hasta en nuestros días. Se parecen a los demás generaciones políticas argentinas en que a la hora de concretizar su proyecto en acción política, tuvieron que hacer concesiones y los desacuerdos, siempre presentes, se hicieron más patentes, desencadenándose una competencia interpersonal por el prestigio feroz.

«La Generación de 1837 recurre a Tocqueville para explicar lo que a sus ojos es el fracaso sudamericano: no haber podido conciliar la sociabilidad democrática con el régimen político representativo (gobiernos fundados en el consentimiento del pueblo pero no en el ejercicio directo de la soberanía popular) en una república de gran extensión, ordenada, pacífica y tendiente al progreso material de sus habitantes».

Insistís en el libro en la enorme vigencia del pensamiento de Tocqueville y, por añadidura, de los miembros de la Generación del 37: ¿En qué reside esta vigencia? ¿Deberíamos discutirlos con más asiduidad y profundidad, despojarlos de la solemnidad del bronce?

Exactamente esa es la propuesta del libro. Volver a la Generación de 1837 con menos prejuicios, quienes se sienten liberales, podrán ver en ellos las tensiones y contradicciones de esta generación política. Quienes se identifican como nacional populares, si los leen con atención se darán cuenta que son algo más que elitistas antidemocráticos. Y respecto de Tocqueville, se podría decir algo parecido. Su comprensión de la democracia como una forma sociopolítica donde priman la igualdad y la soberanía del pueblo es muy potente para entender la política actual. Y dentro de esa reflexión la relación que establece entre la libertad personal y la libertad política es más que interesante en el mundo contemporáneo donde se habla mucho de libertad pero quienes más la nombran defienden la tiranía el individuo y esto, lo digo yo, no sé si Tocqueville acordaría con mi punto de vista en un ciento por ciento, el despotismo del mercado que confunde consumir con sentirse libre. También creo que Tocqueville y los miembros de la Generación de 1837 son maestros a la hora de enseñar cómo analizar la política, por eso, deberían enseñarse en las carreras de ciencias sociales no como figuras prehistóricas sino como padres fundadores de este tipo de disciplinas-

Se ha dado en el último tiempo una recuperación muy explícita de la figura de Alberdi por parte de algunos sectores políticos, así como también Sarmiento en algunas oportunidades: ¿Qué opinión y análisis te merecen estos “usos” ideológicos? ¿Qué faceta de ellos es recuperada y cuál es soslayada?

Los usos de la historia son siempre polémicos, pero no por ello dejan de ser interesantes y efectivos. De hecho, Alberdi se pelea en sus Escritos póstumos con Sarmiento pero sobre todo como Mitre, porque los acusa se hacer un uso electoralista de la historia de los héroes de la independencia. Martín Kohan escribe una bella frase en El país de la guerra para sintetizar la polémica: “Porque en definitiva la visión de Mitre prevaleció sobre la de Vicente Fidel López, tenemos una historia de héroes. Y porque prevaleció sobre la de Alberdi, tenemos una historia de héroes de guerra”. Sin embargo, yo creo que los políticos y políticas que usan la historia, aunque la tergiversen, son más interesantes y entretenidos/as que quienes no lo hacen.

En el caso de Alberdi, además de haber sido citado con fruición por Elisa Carrió allá por el 2007, y que el ex presidente Macri lo tomó como un modelo para su defensa de la figura del emprendedor, actualmente aparece como una figura de referencia de los jóvenes republicanos libertarios. ¿Qué pensaría Alberdi? Ciertamente no lo sé. Creo que se sentiría contento con que haya quienes retomen su prédica contra la omnipotencia del Estado por considerarlo un enemigo de la libertad individual, pero les recordaría que el poder político es necesario para fundar un orden político estable. Al presidente Macri le hubiera reprochado el privilegio de su fortuna heredada. Para Alberdi el mérito se lo ganaba uno mismo no se heredaba. Una de sus peleas con Sarmiento fue por eso: le dijo que era un falso republicano, porque se pasaba haciendo alarde de su árbol genealógico.

Respecto de Sarmiento, y esta es una opinión bastante polémica y que en general no comparten ninguno de los actores políticos a los que voy a implicar, yo pienso que, aunque el ídolo histórico de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner sea Belgrano, ella es bastante sarmientina. Primero, es hija del sistema escolar que creó Sarmiento y discurre políticamente como una maestra normal nacional. Baste recordar que el autor de Facundo creo ese cuerpo docente con maestras importadas de otras latitudes (me permito recomendar sobre el tema el excelente libro de Laura Ramos, Las señoritas). Segundo, su ethos profesoral al construirse como figura pública es muy sarmientino, y su modo personal de construcción política también. Ambos son personalistas y orgullosas/os de sí mismas/os, de sus obras políticas, y sus legados. Pero el revisionismo cristinista y su defensa de Rosas, harían revolcar Don Domingo de la tumba. Y el peronismo, no del primer Perón que le puso a uno de los ferrocarriles estatizados su nombre, se construyó sobre el odio al Sarmiento que inventó la dicotomía entre civilización y barbarie, que los antiperonistas transformaron en «libros no, alpargatas sí», y más recientemente «república versus populismo». Entonces, seguro que suena extraño decir que una lideresa peronista es sarmientina, pero yo creo que CFK, le guste o no, lo es.

QUIÉN ES

Gabriela Rodríguez Rial es politóloga, doctora en Filosofía (Universidad de Paris 8) y Doctora en Ciencias Sociales de la UBA, donde es profesora de grado y posgrado. Investigadora del CONICET y del IIGG.

Ha sido compiladora de República y Republicanismos. Conceptos tradiciones y prácticas en pugna (2016) y co-autora de Hobbes, el hereje (2018), entre otros títulos. También ha escrito y publicado numerosos artículos académicos sobre teoría política e historia de las ideas.