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Educación para la igualdad y la democracia

Educación para la igualdad y la democracia

Jóvenes y estudiantes reclaman sear escuchados en las aulas y en los diferentes espacios de vinculación dentro de la escuela. Es uno de los resultados de la investigación que dio origien al libro «Hoy es mañana, Reflexiones sobre tiempo, jóvenes y escuela» de Pedro Núñez que se prensenta esta semana. Adelantamos fragmentos del capítulo 3: “Formas de sociabilidad, demandas y ciudadanía en la escuela secundaria”.

Pedro Núñez es politólogo y docente universitario y se especializa en educación y juventudes.

El riguroso trabajo recientemente editado por Editorial Aique en la colección Política y Educación que coordina Roxana Perazza, es un trabajo sobre la escuela secundaria, haciendo foco en la experiencia escolar juvenil, es decir, considerando qué les pasa a los y las jóvenes cuando están en la escuela secundaria, qué hacen durante su tiempo ahí, cómo transitaron la pandemia y el regreso a la presencialidad, cómo participan, qué expectativas tienen sobre el futuro, qué se imaginan haciendo dentro de unos años.

El viernes 10 a las 18 hs. se presenta en FLACSO, Tucumán 1966, CABA, con comentarios de Rafael Blanco (CONICET-UBA) y Mariana Nobile (CONICET-FLACSO).

UN (BREVE) RECORRIDO POR LA HISTORIA DE LA CIUDADANÍA EN EL SISTEMA EDUCATIVO

¿Qué características asumió el vínculo ciudadanía-educación en diferentes períodos? Hagamos un poco de historia. Desde la conformación de los sistemas educativos, la formación de ciudadanos con ideas propias, capaces de decidir por sí mismos sin la tutela de los poderes establecidos, junto a la transmisión de determinados valores (un relato nacional, pero también los modos correctos de comportarse, de hablar, de usar el cuerpo), fueron funciones principales de la institución escolar (Baudelot y Leclercq, 2008). El sistema educativo tuvo históricamente una función principal en la formación de la ciudadanía. Desde su momento fundacional impulsó, en sintonía con la conformación de un Estado nacional, la expresión de un determinado tipo de orden y organización de las relaciones y jerarquías sociales, un ser ciudadano, fundamentalmente orientado a la construcción de una ciudadanía nacional, de pretensión homogénea, capaz de incorporar el conjunto de derechos y responsabilidades con primacía de una dimensión valorativa. En los inicios de la conformación del Estado nacional, la escuela, esa máquina cultural en términos de Sarlo (1998), tenía la pretensión de homogeneizar la población y de construir un sentido de igualdad y pertenencia a partir de la transmisión de un relato común y de un conjunto de símbolos patrios. La asociación, propia del siglo XIX, entre ciudadanía y nación, tuvo en el sistema educativo un impulsor abnegado.

Sin embargo, dadas las distintas funciones y especificidades de cada nivel, la escuela primaria y la secundaria cumplieron roles muy diferentes. El nivel primario fue el responsable de transmitir las costumbres y hábitos que las elites consideraban indispensables para construir la nación. Tal como indica Dussel (2003), la integración al cuerpo soberano, a través de la educación común, exigía el abandono de las cosmovisiones particulares para adoptar una identidad y un marco de referencia compartidos que permitieran distinguir claramente “nosotros” de “ellos”. Las expectativas de movilidad social, realizadas para un sector de la población, encontraron, a su vez, un nuevo límite en la misma organización del sistema educativo: mientras que las escuelas primarias o comunes estaban destinadas a toda la población, el nivel medio estaba reservado a la formación de los herederos de las clases altas (Acosta, 2012). Tal como su denominación lo indica, tenía como objetivo la preparación para los estudios universitarios o el ejercicio de cargos jerárquicos en instituciones estatales, cuyo estilo y organización continúa presente con distintas formas y características (Southwell, 2011).

En ese momento fundacional —no sin que hubiera proyectos en conflicto—, la pretensión universalista implicaba la preeminencia de determinadas visiones sobre cómo organizar las interacciones sociales, los vínculos intergeneracionales, así como un modo de concebir el lugar de los cuerpos y la división de sexos, y también, una jerarquización de ciertos valores. Si por un lado buscaba propiciar una unidad, un sentido de pertenencia que se anudaba, constataba y replicaba en cada práctica escolar (actos escolares, contenidos de las materias, posturas de los profesores, lo que podríamos agrupar en la idea de una gramática escolar), por otro lado, estos mismos gestos se traducían en una serie de exclusiones y desigualdades. En definitiva, tal como mostró Dussel (2003) en un trabajo que ya puede ser considerado un clásico, la escuela moderna implicó la construcción de un régimen de apariencias —edificios, producción de materiales, diseño de uniformes y códigos de vestimenta, ordenamiento espacial de personas y objetos— que organizaba una estética que establecía límites con el afuera. Un relajamiento de los marcadores de diferencias sociales y culturales en una sociedad que valoraba la homogeneidad. Un objeto como el guardapolvo será un símbolo de distinción, de inclusión en una clase diferente de gente (Dussel, 2003) y, también, una prenda útil para distinguirse de otros no iguales (Southwell, 2011).

La escuela primaria, primero a través de la ley 1420, pero fundamentalmente con la Ley Láinez de 1905, se preocupó por extender los establecimientos educativos en todo el país, de construir un relato único que fuera capaz de brindar la posibilidad de inscripción común a personas de distintos lugares. Tal como señalamos antes, en esta división de tareas, la escuela secundaria se ocuparía de formar a las elites garantes de sostener esa unidad, pero esa operación política no podía pensar la política dentro de la escuela. Es más, precisaba garantizar la exclusión de la política, al calificarla como conflictiva. Esto explica que, durante muchos años, existiera un temor en los establecimientos educativos en torno a la presencia de la política partidaria, que motivó la presencia de diferentes sentidos en disputa en torno a la misma idea de “ser ciudadano”.

Estos temores se reactivaron en otro momento particularmente significativo: la denominada “transición democrática”, luego de la dictadura militar de 1976-1983. La apelación de Alfonsín a la civilidad, la eliminación de los exámenes de ingreso y la revisión de contenidos escolares, así como del sistema de acreditación, brindaron otro carácter al sistema educativo. De manera concomitante, el gobierno electo buscó postular la imagen de un joven solidario, comprometido y dispuesto a aprender y practicar los mecanismos democráticos (Larrondo, 2015) como una manera de lograr la regeneración moral del país (Manzano, 2011). Los contenidos disciplinares se orientaron en una dirección dirigida a la formación de una cultura democrática, aspecto que si bien puede señalarse como propósito constitutivo de los Estados nacionales, cobró preponderancia dada la preocupación por consolidar las instituciones democráticas (Siede y Larramendy, 2013). Por esos años, se implementaron varias reformas que tendieron a la democratización de ciertas prácticas en relación con la disciplina y la participación estudiantil, como orientadas a cambios en las temáticas y los contenidos vinculados a lo que se entendía como formación ciudadana. Si la civilidad había tomado centralidad en la vida pública, la escuela secundaria sería el primer espacio de aprendizaje de esa noción que implicó nuevas formas de organización de los conflictos, la participación y la vida en común: la democracia1.

Mientras que el movimiento estudiantil se afirmaba en el escenario político a través de la conformación de la Federación de Estudiantes Secundarios, con una conducción colegiada que reflejaba la diversidad y pluralidad de partidos políticos, y que reivindicó su derecho a la “libre agremiación”, el gobierno promovió la institucionalización de los centros de estudiantes, entendidos como “asociaciones estudiantiles que serían auténticos espacios de aprendizaje de la democracia participativa” (Enrique, 2011:160). Este conjunto de medidas se fundamentaba en un principio de “neutralidad” como valor sostenido por el partido de gobierno, entendiendo que la escuela no debería involucrarse en debates políticos ni religiosos (Larrondo y Núñez, 2022). A pesar de los intentos de diferenciar política partidaria de agremiación estudiantil, el grupo de jóvenes que, por esos años, protagonizó la refundación del movimiento estudiantil secundario argentino combinó la militancia en sus escuelas con marchas contra la dictadura, con acciones simbólicas de resistencia, con el movimiento de derechos humanos, así como con la continuación en los partidos políticos que se referenciaban (Núñez, Otero y Chmiel, 2017).

El breve recorrido histórico permite describir las dificultades para integrar o trabajar con la diversidad (de clase, étnica, sexo/genérica, de tiempos de aprendizaje) que muchas veces encontramos en las instituciones educativas. Incluso escribo trabajar con como si fuera algo difícil, que implicase un esfuerzo.En los últimos años el sistema educativo, a la par de su fragmentación, ha perdido la capacidad de imposición de un orden simbólico, proceso que afecta también a los imaginarios sobre qué es ser ciudadano. Este nuevo escenario representa un desafío para construir un vínculo universal con la ley, así como sentidos de pertenencia a un común, sin por ello negar la diversidad. La construcción de ciudadanía dista de aquella búsqueda de homogeneidad propia de los orígenes del sistema educativo argentino. Para decirlo con otras palabras, la ciudadanía adquiere otra fisonomía a la par de un proceso donde, grosso modo, pasamos de la búsqueda de la igualdad por homogeneidad a la universalidad por fragmentación (Saraví, 2015). Si bien la unidad que presuponía la primera, así como la diversidad que supone el segundo momento no son tan lineales, sí afrontamos otro tipo de expectativas en relación con las implicancias que supone ser ciudadano.

A pesar de los cambios socioculturales y políticos que atravesó el país en las últimas dos décadas, persistió una concepción idealizada de la ciudadanía, además de estrechamente asociada a emociones e interpelaciones nacionalistas excluyentes (Fischman y Haas, 2015). Sin embargo, tal como destacan Otero, Quinzani y Manelli en un trabajo reciente (2022), estas conceptualizaciones comenzaron a ser revisadas tanto a partir de los cambios en el capitalismo global de Estados-nación —y la adscripción a entidades supranacionales y el mayor contacto entre países— como a nivel local en cuanto a las formas de definir las infancias y juventudes, básicamente el reemplazo de la perspectiva proteccionista y punitiva por el enfoque de derechos. La pregunta por las formas de construcción de la ciudadanía enfrenta dos desafíos simultáneos. Por un lado, en un mundo de características cosmopolitas, enfrentemos el reto de pensarla a la par de la constatación de la coexistencia de múltiples identidades (Kymlicka y Norman, 1997). Por otro, se trata de un problema abierto para la democracia, que requiere de un trabajo individual y colectivo (Beech, 2018).

(…)

LA CIUDADANÍA ENTRE LA CALLE Y LA ESCUELA: ESCENAS PARA PENSAR LA RELACIÓN JUVENTUDES-POLÍTICA

Recodarán ustedes que en el año 2013 se sancionaron dos leyes que tuvieron un impacto dispar en las instituciones educativas. Nos referimos a la Ley Nacional 26892, para la promoción de la convivencia y el abordaje de la conflictividad social en las institucionales educativas, y la Ley de Centros de Estudiantes 26877. Asimismo, un año antes, la aprobación de la Ley 26774/2012 de Ciudadanía Argentina, que establece el carácter no obligatorio del voto desde los dieciséis años, también tuvo alta repercusión en las instituciones educativas. En algunos casos, las tensiones se dieron como consecuencia de diferencias entre estudiantes y docentes, debidas a la supuesta intromisión de la política partidaria en las escuelas (por ejemplo, con el ingreso de volantes de propaganda electoral que recibían los estudiantes de los últimos años, quienes efectivamente estaban en condiciones de votar). Por esos años, las investigaciones enfatizaban en la existencia de un proceso más amplio de juvenilización de la política y de construcción de la juventud como causa pública (Vázquez, 2015).

En la escuela secundaria, los tiempos suelen ser más laxos que en otros ámbitos de militancia juvenil, con mayores vaivenes; las agrupaciones y formas de organización, cambiantes. A su vez, como veremos más adelante, ciertas coyunturas políticas tienen una incidencia mayor —en particular, aquellas que interpelan más a las nuevas generaciones, como ocurrió con la discusión por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) entre 2018 y 2020—; posiblemente porque conectan de manera más directa con sus experiencias juveniles. De allí que abordar estas cuestiones en el espacio escolar implica pensar tanto en las innovaciones como en la sedimentación de formas de entender los procesos políticos que impregnan las representaciones sobre la política en la escuela. Así podemos prestar atención tanto a la diversidad de situaciones en relación con la existencia de espacios de participación institucional en cada jurisdicción (Otero, 2018) como al sentido y la incidencia concreta de estas leyes en las escuelas (Mas Rocha, 2016). Es tiempo ahora de problematizar estas ideas, apelando a distintas escenas escolares.

«Es muy aleatorio, porque como todos están interesados, por ahí en la hora de Matemática hablan y por ahí en la otra hora también, en la tercera no y en la cuarta sí. Todos están interesados, pero tenemos que esperar a que sea el profesor el que saque el tema. […] Hace poco, después del 8M en la clase de Matemática, tuvimos una especie de discusión sobre el tema del aborto, donde el profesor también hablaba. Era una opinión más también de la clase. Estuvo buena, pero siempre falta tiempo. Es como que te quedás con ganas de hablar, seguir hablando, y toca el timbre.»
GF, Estudiante de escuela de gestión sectores medios y altos, CABA.

Un buen punto de partida para la reflexión sobre la participación juvenil es conceptualizarla como un tiempo fuera de lo común, que implica la puesta en suspenso de otras actividades, la capacidad para dedicar esfuerzos y desplegar acciones que, posiblemente, reconfiguren aquello que se entiende como ciudadanía. Si bien los momentos históricos y las condiciones estructurales de cada país otorgan un cariz distinto a la idea de derechos y de pertenencia a un común, existen coyunturas específicas, donde los procesos políticos adquieren una intensidad notable. Si toda generación está atravesada por hitos generacionales (Vommaro, 2015), muy posiblemente para las actuales los derechos sexuales y reproductivos tienen una pregnancia en su cotidianidad como ningún otro fenómeno.

Si bien varias cuestiones vinculadas a estas temáticas se encontraban presentes desde hace años en las escuelas, particularmente las ligadas al reclamo por el tipo de vestimenta que las estudiantes debían usar, en los últimos tiempos, adquirieron nuevos sentidos en una coyuntura donde estas cuestiones tuvieron centralidad en la agenda pública. Nos referimos al lugar en la discusión pública —sin que esto se traduzca necesariamente en políticas públicas acordes—, primero, de la violencia de género y la visibilización lograda por movimientos feministas a partir de las movilizaciones de #NiUnaMenos (González del Cerro, 2017), del #8M y el debate parlamentario del proyecto de ley de legalización del aborto que tuvo lugar en el año 2018 y en el 2020 hasta su sanción. Tal como puntualiza Elizalde (2018), no se trata solo de la pertenencia a una generación que creció en un clima de época permeable a un discurso reivindicativo de derechos, sino que también despliegan batallas en clave generacional contra el acoso callejero, el hostigamiento y el acoso sexual en las redes, en sus escuelas y universidades, los micromachismos, y la sanción de una ley de legalización y despenalización del aborto.

En la escuela secundaria, existen diferentes espacios y momentos para la formación en la ciudadanía. Podemos agruparlos, a grandes rasgos, en tres: aquellos más específicamente pedagógicos, los espacios supuestamente de decisión estudiantil pero marcadamente adultocéntricos y aquellos de mayor autonomía juvenil. Los primeros se refieren tanto a programas específicos de política pública como en su momento el Parlamento Juvenil del Mercosur o Jóvenes y Memoria, revistas estudiantiles promovidas por la institución, programas desplegados por organizaciones de la sociedad civil u organismos internacionales, como el Modelo ONU y, desde ya, las materias específicas con diseños curriculares que especifican los temas por tratar. Los segundos son planteados como ámbitos más participativos, pero por lo general prima la mirada adultocéntrica. Nos referimos a jornadas de distinto tipo (especialmente Convivencia o ESI), a espacios como el Consejo Institucional de Convivencia, hasta actividades solidarias, muy presentes en establecimientos de carácter confesional. Por último, las instancias de mayor autonomía son los centros de estudiantes, cuerpos de delegados, programas, como Aulas ESI. Si bien son también, en algunos casos, excesivamente estructurados en los modos correctos de participación, constituyen espacios donde los jóvenes adquieren mayor control.

Durante estos años, existieron distintas reformas curriculares, algunas más exitosas que otras. Si hoy el diseño curricular plantea, por ejemplo, en el caso de la ciudad de Buenos Aires, la materia Formación Ética y Ciudadana de primero a cuarto año, el nuevo cambio curricular de la Escuela Secundaria del Futuro, aún en un proyecto nebuloso, no presenta con claridad cuál será el recorrido propuesto. Algo similar describió Siede (2013) en su análisis sobre el lugar de los derechos humanos en el currículo, por la constante modificación de nombres y planes de estudio2. En segundo lugar, pero en íntima relación con el tema anterior, esta tarea implica una dificultad adicional para instituciones que se encuentran en plena mutación en cuanto al sentido otorgado socialmente al nivel secundario: ¿cómo enseñar hoy a ser ciudadano? No vamos a explayarnos sobre este aspecto, solo cabe enfatizar que la expansión de la fragmentación educativa se materializa en una variedad de comunidades educativas, expresión de distintos estilos institucionales que cuentan con soportes institucionales dispares. De allí que los equipos directivos y docentes desplieguen múltiples intervenciones, muchas loables, pero que, ante la indefinición de la política educativa, en la práctica, repercuten en el desdibujamiento de la promesa de consolidación de una ciudadanía universal e implican que las experiencias sean disímiles al punto de producir desigualdades.

En distintas investigaciones que realizamos en los últimos años, encontramos un reclamo generalizado por parte de los diferentes grupos de estudiantes, sin grandes diferencias entre tipo de institución o lugar del país: que sus intereses como jóvenes y estudiantes sean escuchados en las aulas y en los diferentes espacios de vinculación dentro de la escuela. Por lo tanto, más allá de si se trabaja en una materia específica de formación de la ciudadanía, como puede ser el caso en la provincia de Buenos Aires o Entre Ríos, por mencionar solo dos jurisdicciones, hallamos que las temáticas que les interesan atraviesan los muros escolares. Aquí no hay un adentro/afuera escolar tan sólido, sino que las experiencias vitales juveniles ingresan en el ámbito escolar. Uno puede aplicar encuestas, grupos focales o entrevistas individuales y, en general, encontrará la misma respuesta, casi como parte de un clima de época: la búsqueda de discutir y conocer sobre derechos sexuales, el aborto, cuestiones de género. Estas temáticas aparecen una y otra vez en las aulas, más allá de si son contempladas por las materias. Se trata, además, de cuestiones que no son novedosas, sino que, desde unos años atrás, los estudiantes expresan sus modos de vivir la sexualidad ante una escuela a la que le cuesta lidiar con esta temática y pareciera quedar rezagada ante la experiencia de quienes la transitan (Molina, 2013). Esta emergencia de intereses juveniles aparece como uno de los grandes cambios que una escuela secundaria, históricamente acostumbrada a transmitir un conjunto de saberes sostenidos en una perspectiva adultocéntrica, debe enfrentar.

Por supuesto que estas cuestiones se canalizan de diferente manera. Las temáticas que les interesan y sobre las cuales problematizan y quisieran que se traten en sus instituciones se refieren, a grandes rasgos, a cuestiones individuales (situaciones de discriminación, códigos de vestimenta); contenidos disciplinares (educación sexual integral) y aspectos institucionales (la infraestructura y los problemas edilicios). Ahora bien: ¿con quién hablan de estas cuestiones? En un sistema educativo fragmentado, las escuelas cuentan con distintos soportes institucionales para enfrentar estos desafíos (Núñez, 2019). Un recurso más extendido prepandemia era el de las salidas didácticas, particularmente valoradas por jóvenes que no viven cerca de la geografía de la protesta ni de la iconografía más reconocible de la ciudad.

«En Lengua empezamos viendo de la parte del programa y después vimos en la parte más de la materia en sí, que vendría a ser texto argumentativo… pero siempre se mencionaba. […] Ponele, cuando fue lo del aborto nos dijo: “Bueno digan qué piensa cada uno…” Por ahora creo yo que prestaron más atención sobre las marchas que se dieron hasta ahora por las marchas tipo… el aborto, la Ni Una Menos […] La semana pasada tuvimos una salida. Fuimos al Parque de la Memoria. Y nos explicaron más o menos qué significaban los monumentos.»
GF, Escuela 2 de Gestión pública, sectores populares.

En el relato resuenan palabras: “aborto”, “marchas”, “opiniones”, “Ni una menos”. Retazos de la memoria reciente, elementos, palabras que construyen una trama de sentidos que brinda instancias de aprendizaje de la ciudadanía, cual puzzle en construcción. La ciudadanía en la escuela se compone de esos elementos de discusión, en distintos espacios y materias, y de la presencia de adultos que habilitan el espacio, sin dejar de enfatizar en los contenidos del programa ni en “la explicación” sobre qué significa un monumento.

Asimismo, y de un modo similar a lo que acontece con la Educación Sexual Integral, la discusión que planea de fondo en relación con la enseñanza de la ciudadanía se refiere a la tensión entre plantear en espacios particulares o, más bien, cómo inaugurar una nueva grilla territorial escolar y repensar, como en el caso de la transversalización de la ESI, la crítica desde la perspectiva de género al androcentrismo y al conjunto de aprendizajes explícitos y ocultos (Baez y Sardi, 2019). El caso específico de los aprendizajes y saberes —experiencias, podríamos señalar— de la ciudadanía implica propiciar las voces juveniles, el intercambio de ideas e intereses en las distintas materias, donde puedan inscribir sus inquietudes y no solo en las que supuestamente plantean contenidos más cercanos a los derechos y a la ciudadanía.

En las instituciones, el diálogo sobre procesos sociopolíticos y temas de interés de los jóvenes “depende”, de acuerdo a sus palabras, de cada docente. En su tesis doctoral realizada en escuelas secundarias de Córdoba capital, Hernández (2021) señala la presencia de sentidos disociados de estudiante y docentes sobre la discusión acerca de temas de actualidad. En el trabajo muestra que los estudiantes, según su manejo de los tiempos, introducen temas para pedir la opinión delos docentes, pero muchas veces, estos lo perciben como un intento por alterar la clase. Ante esta incomprensión sobre una preocupación genuina, los estudiantes aprenden a incorporar una serie de criterios para saber con quién hablar y con quién no. En nuestra investigación, contemplamos dificultades similares, pero planteadas desde el punto de vista de la forma en que los profesores inician el diálogo. Además del carácter aleatorio de la posibilidad de conversar en clases sobre temáticas de la coyuntura política, en el caso en que se les pregunta qué piensan sobre algún tema, los jóvenes cargan con la incógnita sobre si es un contenido escolar o si la opinión demandada por sus profesores será efectivamente considerada (Vommaro, Cozachcow y Núñez, 2021). Tal como expresa el siguiente testimonio, la frontera es difusa entre el real interés por conocer las opiniones de los estudiantes y la sensación de ser evaluados:

«Vimos participación política muy por arriba. Fue como un tema que te evalúa. No sé si le importó lo que opinábamos. Después depende qué docente y la relación que tengas si hablás o no de lo que pasa.»
GF, Escuela bachiller, gestión estatal, heterogénea con participación media.

La situación descrita narra una escena de incomprensión que debilita el vínculo intergeneracional, no solo se ven los contenidos “muy por arriba”, sino que la confianza se ve afectada en tanto no tiene muy claro si “importó” la opinión expresada. La misma idea de una discusión pública robusta, donde se expresen y valoren distintos puntos de vista, se ve profundamente afectada.

Por su parte, la ESI (Educación Sexual Integral) suele ser una temática mencionada en todos los grupos, sin distinciones de género, tipo de oferta institucional o lugar del país. Cuando nos detenemos en el análisis de las entrevistas, la ESI aparece tanto por su implementación —y las distintas maneras en que se trabaja en las instituciones— como, en la mayoría de los casos, por su ausencia. En este punto, los jóvenes realizan fuertes críticas, por la poca educación sexual que reciben en sus escuelas. Señalan que, en general, se realizan talleres o actividades específicas, y no se la aborda como contenido transversal e integrado; docentes que no quieren (por falta de experticia o por “tabú”) incluir temáticas de ESI en sus clases cotidianas. En el caso de tratarse de contenidos más formales, señalan que suelen ser trabajados por profesores de Biología o de Psicología.

Estas cuestiones aparecen de manera transversal en distintas instituciones educativas. Sin embargo, la ESI adquirió en instituciones confesionales una dinámica peculiar, lo que produjo ciertas tensiones, en tanto que grupos de estudiantes demandan otro tipo de propuesta. Un aspecto similar había encontrado Natalia Fernández (2020) en su tesis sobre el movimiento scout, donde da cuenta de las discusiones a partir del caso del scoutismo feminista y el debate por el aborto en ámbitos de fuerte pregnancia del catolicismo. Una joven que asiste a una escuela confesional enfatiza en una serie de dificultades y críticas ante las propuestas específicas que se dieron en su institución:

«La primera jornada ESI no nos gustó nada, porque habían hablado de límites, pero muy metafóricamente, y no se entendió nada, y no nos gustó. Entonces, nosotras fuimos y hablamos con las tutoras, nosotras de quinto año hablamos y les propusimos una serie de temas que nos preocupaban o que sentíamos que era necesario que nos hablaran, y nos escucharon. Los temas serían: sexualidad desde el punto de vista, así como mental y cómo nosotras tenemos que relacionarnos con nuestra sexualidad; después todo lo que es la manera sana, y después dijimos que todo lo negativo: relaciones tóxicas, abuso, violación, consentimiento; esos temas; y también diversidad de género.»
Estudiante mujer, escuela confesional, CABA.

(…)

Estos aspectos de la condición juvenil se superponen con la vida estudiantil. Escuelas, esquinas, calles se entremezclan y, a diferencia de lo que ocurría en otras décadas, cuando vivían la doble vida como estudiantes y como jóvenes (Manzano, 2017), ambas experiencias se interrelacionan. Sus relatos se refieren a cuestiones sobre derechos sexuales, la demanda por la implementación transversal de la ESI—no solo en alguna materia o jornada—, así como el énfasis en los protocolos contra la violencia de género. Los jóvenes plantean que han exigido la implementación de la ley a sus docentes y directivos (en varios casos, a través del Centro de Estudiantes). También dan cuenta de la diversidad existente en sus escuelas (chicos o chicas trans, género fluido) y del apoyo por parte de docentes y compañeros.

Otro aspecto que consideramos se vincula con las propuestas específicas que se despliegan en las instituciones. A pesar de las diferencias entre los establecimientos, las trazas que enmarcan las propuestas sobre estas temáticas, cuando existen, suelen ser bastante similares: Gabinete de ESI, Aula ESI, Espacio ESI y protocolos contra la violencia de género, aspectos que remiten a los intentos por pensar de manera situada y transversal, pero que precisa de un ámbito específico. Asimismo, tal como muestra el trabajo de Del Cerro (2020), distintas iniciativas (como el colectivo “ESI-Género” conformado en una escuela media porteña que analiza en su tesis) profundizan un reordenamiento de las jerarquías tradicionales intergeneracionales, que caracterizaban —y en algunas instituciones continúan haciéndolo— las relaciones vinculares escolares de modo asimétrico entre docentes y estudiantes. Las acciones se suceden en la escuela, pero también en las cuentas de Instagram, que no solo vinculan a docentes y estudiantes, sino que difuminan el adentro y el afuera escolar, las personas que interactúan pueden o no asistir a la institución. Iniciativas como “el tendedero”, impulsada por la Comisión de Empoderadas que Chervin (2021) analiza en su tesis sobre las formas de organización estudiantil en torno a la ESI, construyen un espacio de confianza, pero de manera llamativa, exponen testimonios del afuera escolar y abordan y problematizan menos sobre lo que ocurre en el ámbito escolar. Espacios que, a la vez, conviven con escraches y una intervención adulta que oscila entre la no intervención y desencadenar las acciones sin lograr encauzarlas, retazos de aquello que el mismo Chervin (2021) califica como un aprendizaje sobre estas cuestiones y formas de organización.

Estas temáticas adquirieron una fuerte centralidad en las instituciones educativas, en parte, por una coyuntura que propició cierto borramiento de las fronteras entre el adentro y el afuera escolar. Como es sabido, en 2018, hubo un auge de participación juvenil y del feminismo que se dio a conocer como “la ola verde”, en reclamo por la legalización del aborto libre, seguro y gratuito que, desde 2007, fomentaba la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. El entusiasmo por continuar con la iniciativa se vio reflejado en las acciones públicas, pero también en el uso del pañuelo verde atado a mochilas o a carteras, anudado en balcones, ventanas e, incluso, en bustos emblemáticos en las instituciones3. En contraposición a estas expresiones, se organizaron grupos opuestos tanto a la legalización del aborto (incluso con el uso de pañuelos celestes, para contrarrestar la marea verde) como a la educación sexual integral. Estas acciones replican la campaña “Con mis hijos no te metas” en Argentina, Uruguay, Chile o Perú contra la “ideología de género” (Baez, 2018), o lo que ocurrió en Brasil con movimientos como el “Escola sem Partido” (Abramovay y otros, 2020)4.En nuestras investigaciones, no encontramos testimonios que plantearan una oposición tajante frente a estas temáticas, posiblemente porque se realizó previo a la mayor masividad y crecimiento electoral de los sectores autodenominados “libertarios”. Tan solo en un grupo focal surgió el planteo acerca de la presencia en una institución educativa de grupos de estudiantes que buscaban organizarse para oponerse a los contenidos de la ESI. Más recientemente, en una exploración preliminar que realizamos con Otero y Manelli (2022) hallamos algunas críticas, silencios y una postura juvenil que varía entre quienes se sientes más interpelados, se comprometen/identifican o son reactivos a los discursos sobre género/sexualidades, la ESI o la política en un sentido amplio.

Se trata de un tema por profundizar que interrelaciona dos aspectos. Por un lado, la revitalización de las llamadas nuevas derechas, en particular su propio carácter de supuesta novedad y la manera en que desde el año 2001 sectores que no venían manifestándose accedieron al espacio público saliendo, desde entonces y en distintas coyunturas a “ganar la calle”, tal como plantean Morresi, Saferstein y Vicente (2021). Por otro, tal como sucede también en países como Chile los jóvenes que el año previo habían protagonizado el estallido social, durante la pandemia fueron los más afectados y críticos con el gobierno (Asún, Palma, Aceituno & Duarte (2021).

En estos comportamientos puede leerse cierta desafección de las nuevas generaciones ante el escenario político (con excepción de sus sectores más movilizados), lo que algunos estudios describen como una tendencia a una salida aislacionista (Asún, Palma, Aceituno y Duarte, 2021). En nuestras investigaciones más recientes planteamos la hipótesis que, durante la pandemia, tuvo lugar una exacerbación de las tensiones entre estudiantes y entre ellos y sus docentes (y equipos directivos), que más allá de que algunas instituciones lo resolvieron de mejor manera. Allí enfatizamos que, más allá de cuánto ya se había resquebrajado antes de la pandemia, desde entonces estas preocupaciones cobran mayor importancia. Estas cuestiones afectan núcleos centrales del proceso de escolarización: el tipo de relaciones intergeneracionales que se generan, la intensidad de esos vínculos, la sensación de pertenencia que contribuye a consolidar y su incidencia en la construcción de la ciudadanía. Entendemos que la pandemia, a la vez que supuso una alteración de la sociabilidad juvenil, facilitó la aparición de nuevas temáticas críticas con el rol docente (y por extensión con los contenidos que se transmitían5), cambios en los vínculos entre compañeros/as y la expansión en las instituciones de discusiones presentes de manera más amplia en la sociedad (las vacunas, las cuarentenas, la participación política, género/sexualidades). Las instituciones educativas, que eran más bien un ámbito que buscaba propiciar la participación estudiantil -de maneras más y menos exitosas y con múltiples dificultades de las que hemos dado cuenta – encontraron mayor cuestionamiento a temáticas de derechos, género, política que contrarió un ámbito que se ve mayormente desbordado cuando los y las jóvenes participan, opinan o se involucran con ideas por fuera de los canales establecidos (sean estas ideas situadas más a un lado u otro del arco político). En el contexto post pandémico, además de la necesidad de desplegar acciones y programas que aborden temáticas de salud mental, suicidios, temores o dificultades varias en el encuentro con otros, dichas tensiones se expresan en las dificultades para la convivencia, en disputas a favor y en contra de ciertas demandas políticas, en la exacerbación de las diferencias entre las familias y estudiantes; en el mismo re aprendizaje de estar con otros, de la sociabilidad juvenil e intergeneracional que tiene a la escuela como un escenario principal.

(…)

«Cuando pasamos por los cursos a convocar a una marcha, un tercio te da bola, otro tercio hace chistes, y el resto está en cualquiera”
Juliana, estudiante de 5°año de una escuela de modalidad técnica de la ciudad de la Plata.

Las actividades desplegadas por los centros de estudiantes o por grupos de jóvenes sin identificación partidaria ni institucional busca modificar aspectos de la situación particular en una escuela tanto como lograr una incidencia que trascienda las paredes de la institución. Muchas de estas acciones implican una disrupción del tiempo escolar planificado. En la entrevista que los integrantes del equipo de investigación tuvimos con Juliana y algunas de sus compañeras, y cuyo fragmento abre este subapartado, relataban las dificultades para lograr que los estudiantes se organizaran y participasen de manera activa en el Centro de Estudiantes. En este caso en particular, si bien quienes participaban del CE contaban con el apoyo de varios docentes, otros integrantes del equipo directivo buscaban dificultar su organización. Aun así, Juliana y sus compañeros habían logrado un espacio donde encontrarse y la posibilidad de pasar por los cursos (una práctica extendida fundamentalmente en los claustros universitarios, reproducida en algunas escuelas secundarias y que persiste, a pesar del extendido uso de redes sociales). En el hecho de “pasar” por los cursos, perdura algo del encuentro cara a cara, de la búsqueda de complicidades, pero también garantiza aquello que los dispositivos móviles no siempre logran —no al menos con la misma eficacia—: detener la clase. La complicidad hace referencia a un lazo que une y agrupa, en un sentido de comunidad a quienes se consideran semejantes o iguales (Chaves, 2010). En el estudio del activismo y la militancia juvenil, no hemos prestado suficiente atención a la construcción de significados compartidos sobre el mejor modo de impulsar una acción política, aspecto que a priori establecería una serie de complicidades entre los jóvenes, útiles para crear una conciencia común acerca de cómo actuar.

En la entrevista que citamos, Juliana narra la situación de pasar por las distintas aulas y cómo las distintas posiciones políticas irrumpen en la escuela. Esto ocurre cuando los integrantes de las listas que compiten en el CE recorren las aulas para contar su propuesta o avisar de alguna actividad, tal como lo expresa el fragmento de entrevista. El pasar por las aulas encarna la posibilidad de lograr una reconfiguración institucional; brinda la posibilidad de liberarse del tiempo escolar y así lograr un cambio súbito de una situación educativa. Esto es válido tanto para quienes están interesados en la propuesta como para quienes aprovechan para desligarse del tiempo escolar y no hacer nada. La rutina escolar se altera durante un breve instante y puede ser aprovechada para interesarse en la actividad como para liberar emociones, adoptando también modelos o arquetipos (“el militante”, o “activista”, “el gracioso”, “los colgados”). Ese tiempo “para estar en la Luna”, como rememora Manzano (2017), ya era una de las maneras, junto con la indisciplina y la militancia política, de cuestionar el autoritarismo escolar.

Como narra la estudiante, las posibilidades de producir esta alteración son mayores para quienes participan de agrupaciones o son delegados de su curso. En definitiva, pasar por las aulas representa para los “militantes” o “activistas”, un poder de un orden similar que la posibilidad de enfrentar la autoridad por parte de aquellos más desenganchados del proceso de escolarización, con la diferencia de que, en este caso, se mantienen dentro de los carriles propuestos por la institución.

Tal como venimos describiendo, los últimos años fueron escenario de la emergencia de prácticas políticas estudiantiles que rebasaron el espacio escolar y, a través de esta operación, simultáneamente, reconfiguraron el espacio público, al tornarse visibles más allá de la escuela. Sea a partir de las tomas de escuelas en la ciudad de Buenos Aires, en las marchas con peticiones en el interior de la provincia de Buenos Aires, en las multitudinarias marchas conmemorativas por los estudiantes detenidos desaparecidos en la última dictadura militar (que parecieron tener un vigor renovado en algunos centros urbanos de la Argentina), tuvo lugar una suerte de reencantamiento con lo público, proceso similar al que mencionaron estudios para el caso de los pingüinos en Chile (Aguilera, 2014).

Por esos años prepandémicos, era posible referirse a una nueva escena escolar, donde tenían lugar diferentes procesos de conformación de las identidades políticas. En dicho marco, el movimiento estudiantil secundario había adquirido una fisonomía diferente a la de las décadas precedentes: conformación de nuevos espacios y grupos en el interior de las escuelas (por ejemplo, cuerpo de delegados, consejo de aula, asambleas), que instalaron otras demandas más específicas —el estado de abandono de la infraestructura de los establecimientos, la falta de equipos de calefacción y de materiales didácticos, el ausentismo docente, las reformas en los planes de estudio, el reconocimiento de derechos y formas de vivir las sexualidades, la denuncia de la violencia de género, entre otros—. En muchas ocasiones, además, planteaban formatos de organización alternativos al centro de estudiantes, priorizando la escucha de las distintas voces en asambleas y ampliando la idea de “democracia”.

Nuevamente es preciso evitar enceguecernos con aquellos grupos más movilizados. Pensar el fenómeno de la política en la escuela secundaria durante la pandemia y en la salida de ella implica dar cuenta de dos aspectos. Por un lado, se trata de dinámicas más marginales de lo que nos gustaría pensar. Lamentablemente no existe información confiable sobre la cantidad de centros de estudiantes existentes en el país. A lo largo de estos años, hubo distintos intentos de organización, pero no existe una política pública sostenida en el tiempo. Esto no es solo responsabilidad de las autoridades educativas. Los CE son volubles, cambian en el tiempo; un año, la presencia de estudiantes con más intenciones de participar puede darle mayor volumen o capacidad de acción. Incluso la coyuntura política nacional o local, así como algún conflicto dentro de la institución. Pero tan cierto como su músculo organizativo puede ponerse en marcha rápidamente, lo es que un aspecto central de su propia dinámica es el carácter inestable. Si otro año los estudiantes del último ciclo no tienen intenciones de participar, si las autoridades no tienen tiempo o deben focalizarse en otra cantidad de acciones que deben realizar o si la coyuntura política no los enfrasca en algún debate que capte su atención, el lugar del CE se deshilacha. La diversidad de escuelas secundarias existentes en el país —debería decir la misma diversidad del país— (y la heterogeneidad de formas de ser joven existentes en el territorio) hace que las formas de organización estudiantil sean muy variables. Por otro lado, las dinámicas de organización estudiantil se vieron notablemente afectadas por la pandemia, a un punto tal que la política estudiantil ha cambiado en su configuración. Incluso en el año 2020 una marcha emblemática como la del 24 de marzo6 fue suspendida, el año 2021 contó solo con la participación de algunos sectores de los organismos de derechos humanos y, ya en el año 2022, recuperó su carácter con una enorme columna de estudiantes secundarios y jóvenes por su cuenta, como ocurrió con la marcha del 8M.

(…)

La pandemia otorgó otro espacio a los centros de estudiantes como mecanismo institucional y soporte de la escolarización durante los meses más álgidos de aislamiento y continuidad educativa sin presencialidad (Informe CEPAL, 2021). En la investigación que realizamos junto con Victoria Seca y Valentina Arce Castello para la CEPAL en 2020, el CE fue una de las instancias más mencionadas por los estudiantes como espacio que contribuyó con la posibilidad de sostén de la nueva dinámica de cursada, como polea de transmisión de las demandas estudiantiles y por su rol mediador. En aquellas instituciones donde estas instancias de organización estudiantil se encontraban más arraigadas —y previamente habían ya generado vínculos entre estudiantes y también con docentes a través de actividades como las olimpíadas (deportivas y de conocimientos), cena de fin de año, actividades extracurriculares—, fue notable su lugar durante la pandemia como sostén en la trayectoria escolar. En los grupos focales realizados, los estudiantes reivindican este rol del Centro de Estudiantes como un ámbito diferente en cuanto al ejercicio de derechos, en comparación con el nivel primario, y espacio de reconfiguración de vínculos:

«Si no fuera por el Centro de Estudiantes, en mi escuela, nos pasan por arriba. Es la única escuela de Paraná que tiene ESI, porque nosotros protestamos cuando se quiso sacar ese taller.»
Estudiante varón, Paraná, Entre Ríos. Escuelas públicas bachiller común de secundaria.

Por último, un aspecto llamativo es que los centros de estudiantes adquieren una fisonomía más flexible que la propuesta por las normativas. Los estudiantes señalan que, en esos espacios muchas veces, no hay listas7 diferentes ni secretarías formales, sino que conforman comisiones abiertas, y muchas decisiones son definidas en asambleas o por votación abierta. Es lo que llaman un centro “horizontal” o, incluso “en diagonal”. Durante la pandemia, y ante la imposibilidad de realizar las elecciones de renovación de autoridades, varios CE adoptaron nuevas dinámicas de organización, incluso conformando comisiones con integrantes de listas que usualmente se enfrentaban en el acto electoral. Durante esos tiempos las demandas abarcaron tanto el reclamo por la conectividad, dispositivos tecnológicos y bolsones de comidas.

En definitiva, si la expansión del nivel secundario supone la posibilidad de la ampliación del derecho a la educación, a la par de la sanción de diversas leyes que reconocen a los jóvenes como sujetos de derechos, los soportes con que cuentan las instituciones son diversos de un modo que impactan de manera desigual en la experiencia de ser estudiante.

Referencias:

1 En ese período, la democracia pasa a ser asumida “como un valor en sí”, propio del ethos militante (Blanco y Vommaro, 2017). En las escuelas secundarias, este clima de época muy posiblemente propició la discusión sobre las normas de disciplina (Núñez, Chmiel y Otero, 2017).

2 Solo por mencionar algunos: “Estudios sobre la Realidad Social Argentina” del segundo peronismo (1973-1976), que luego se modificó por “Formación Moral y Cívica” durante la dictadura cívico-militar posterior (1976-1983), para ser convertida en “Educación Cívica” por el gobierno radical de Alfonsín (1983-1989).

3 Durante ese año, circularon imágenes que mostraban pañuelos verdes anudados en los cuellos de bustos de próceres nacionales, como el de Sarmiento (impulsor del sistema educativo) y el de San Martín.

4Escola sem Partido” es un movimiento conservador de Brasil con ramificaciones en la sociedad civil, grupos religiosos y partidos políticos, creado en 2004, pero cobró relevancia a partir del año 2015. Se presenta en contra del supuesto adoctrinamiento ideológico en las escuelas a partir de la presencia de ideas progresistas.

5 Los estudiantes asumieron una postura crítica frente a las formas en las que los docentes llevaron adelante sus prácticas en el contexto de la virtualización de la educación: envíos continuos de tareas en archivos PDF, devoluciones escasas o tardías, falta de comunicación, exigencias superfluas en las videollamadas, entre otros.

6 El 24 de marzo de 1976 sucedió el último golpe de Estado en la Argentina. En conmemoración a las personas detenidas-desaparecidas y en repudio a la represión y a la suspensión de las garantías constitucionales, organismos de derechos humanos, partidos políticos y organizaciones sociales se movilizan cada año con el lema Memoria, Verdad y Justicia.

7 Esto no quiere decir que quienes participan del Centro de Estudiantes carezcan de militancia política —de hecho, varias de las personas señalaron que militan en distintos grupos, la mayoría cercanos al kirchnerismo, aunque también hay sectores trotskistas y otros que se consideran “independientes”—. Al momento de escritura de este capítulo, no habían surgido con visibilidad grupos de jóvenes libertarios.

Bienvenidos al desierto del fascismo aspiracional

Milei es el representante local de las nuevas derechas que han arreciado en el mundo y, a su modo, una novedad en nuestro escenario político. A pesar de sus discursos altisonantes y ademanes, Martínez Olguín considera que no se trata de un fascismo y, por tanto, no es una amenaza real a la democracia. 

Ganó Milei. Y el mundo se vino abajo. El mundo, digo, porque el porteñismo algo insoportable de los medios tradicionales de comunicación ubica siempre a la Argentina en ese lugar que no tiene: en el centro, justamente, del mundo. Las tapas o notas de los diferentes diarios locales recuperaban, así, las notas o las tapas de los diarios internacionales sobre el fenómeno que sorprendió a propios y a extraños. Pero, sabemos, que Argentina no es, ni mucho menos, el centro del mundo. Aunque tampoco es su patio trasero, un país marginal, al menos en el universo democrático contemporáneo que compone este lado del planeta: Occidente. Su lugar es mucho más modesto, es cierto, pero no por ello inexistente. La democracia argentina forma parte, si se quiere, de la periferia de las democracias occidentales contemporáneas sin por eso dejar de tener su gravitación específica en América Latina y en parte de Europa y América del Norte. He aquí, entonces, el primer dato importante: como tal, en el contexto en el que ella se encuentra, Argentina no puede, de ningún modo, estar exenta de la influencia de los fenómenos políticos que afectan a las democracias contemporáneas en la actualidad.

Milei expresa, entonces y en primer lugar, eso: la emergencia de un fenómeno político, de nuevos estilos de liderazgos, hacia allá vamos, que no son ni exclusivos de nuestro país ni ajenos completamente: primero Trump en Estados Unidos, luego Bolsonaro en Brasil, en buena medida Kast en Chile (y la lista sigue: Le Pen en Francia, Gouland en Alemania, etc.) son buenos ejemplos de estos nuevos estilos de liderazgos. Son lo que, frecuentemente, los mismos medios de comunicación del mundo y buena parte del mundo intelectual suelen llamar “nuevas derechas” o “políticos antisistema”. Pero flaco favor le haríamos al análisis de nuestra época si solo estas fueran las etiquetas con las que intentamos describir, y sobre todo comprender, este novedoso fenómeno surgido en las primeras décadas del nuevo siglo. Observemos entonces el mapa completo, alejemos la mirada y miremos un poco más a distancia para ver lo que, detrás de la figura que aparece como nueva (lo visible), contrasta el fondo de lo viejo (lo invisible), como diría Merleau-Ponty. Milei, en primer término y por ende, no es eso que se esfuerza en parecer: una figura totalmente nueva. Nueva, pero aún así no totalmente nueva, será en todo caso para la democracia argentina, desacostumbrada, hasta ahora, a este estilo de liderazgos.

Milei expresa, entonces y en primer lugar, eso: la emergencia de un fenómeno político, de nuevos estilos de liderazgos, hacia allá vamos, que no son ni exclusivos de nuestro país ni ajenos completamente: primero Trump en Estados Unidos, luego Bolsonaro en Brasil, en buena medida Kast en Chile (y la lista sigue: Le Pen en Francia, Gouland en Alemania, etc.) son buenos ejemplos de estos nuevos estilos de liderazgos. 

Ahora bien: si nada es completamente nuevo, nada es completamente viejo. Lo cierto es que un buen número de dimensiones dan cuenta de las aristas que asoman como novedosas en todos estos estilos, parcialmente nuevos, entonces, de liderazgos. En primer lugar, su matriz ideológica: todos ellos, a pesar de su remanido mote de nuevas derechas, no comparten ni tienen una misma cosmovisión del mundo: para empezar, Trump es una especie de líder proteccionista que defiende la industria y la producción manufacturera estadounidense, al mismo tiempo que sostiene la exención de impuestos para los sectores más favorecidos (grandes empresas y grandes fortunas) y hace gala de un nacionalismo claro y conciso (matizado por el típico etnicismo blanco de derecha que encarna el American Dream de principios de siglo pasado: el Make America Great Again, slogan de su primer campaña, expresa justamente también este punto); Bolsonaro, por su parte, es un liberal ortodoxo, nacionalista también (un nacionalismo, claro, del Brasil blanco y no afro-colonial), pero ha sabido también mostrarse como un pragmático cuando el contexto lo ameritaba (en los últimos meses de su gobierno no dudó en aplicar una política económica expansiva para pelearle el voto a Lula); Milei, por último (podríamos seguir con la lista pero con esta breve ilustración basta), no es ni un proteccionista ni un liberal ortodoxo, es una especie de, o se presenta como, un liberal radical (un libertario), sin miedo a hacer polvo nuestra moneda para reemplazarla por el dólar sin ningún prejuicio, por un parte, mientras que su nacionalismo se muestra todavía difuso en el universo expresivo que este comienza a desplegar y se reivindica, además, como una especie de intelectual económico (ferviente defensor de la Escuela Austríaca del pensamiento económico: una rareza que ni el FMI puede, en rigor, digerir).

Lo nuevo, entonces, es ante todo y en principio esta ensalada ideológica que estos liderazgos encarnan a pasar de la insistente vocación de hacerlos parecer como si fueran exactamente lo mismo. No son, por ende, exactamente lo mismo pero sí, nobleza obliga, comparten lo que desde mi punto de vista los une como el implacable fil rouge que comparte la literatura novelada: un universo expresivo que los vuelve casi lo mismo, un fenómeno parecido. Ese universo expresivo no es ni más ni menos que su estilo: una mezcla fina y delicada, la sazón ideal entre el antagonismo jacobino que supo alimentar otros fenómenos políticos en la historia de la Argentina y del mundo, por un lado, y su fascismo aspiracional, para recuperar esa hermosa expresión del teórico político William Connolly, cuya razón de ser no es de ningún modo transparente a sí misma, lo que en efecto nos hace confundir a menudo a aquellos con líderes fascistas (una hipótesis tan desafinada como equivocada).

Vayamos rápido, por ende, al primero de los puntos: el jacobinismo que caracteriza estos liderazgos. Este último consiste, ni más ni menos, que en la puesta en práctica de un estilo de antagonismo que, para recuperar la expresión del querido amigo y colega Gerardo Aboy Carlés, toma la parte por el todo y realiza así una reducción violenta del populus o el pueblo a una parte de este último. Nada nuevo, en este sentido, bajo el sol: estilos jacobinos del conflicto político existieron, y existen, a lo largo de la historia. Sin repetir y sin soplar, desde el movimiento que les dio su nombre en los albores de la Revolución Francesa, el movimiento de los jacobinos, hasta el peronismo revolucionario de los ’60 y ’70 en Argentina, por ejemplo. En el caso de Trump, para seguir con el argumento, esta reducción se realiza en nombre de la “América blanca y trabajadora” que encarna el verdadero pueblo norteamericano (eso es lo que expresa, a su vez e insisto, el famoso Make America Great Again, de la primera campaña electoral del republicano) contra aquellos que la amenazan (inmigrantes ilegales, negros, etc.). Bolsonaro, para citar otro ejemplo, encarna la parte de la ciudadanía brasileña que sostuvo el Brasil próspero e industrial de mediados del siglo pasado (de las décadas, más precisamente, del ’50 ’60 ‘70). Milei, está claro, encarna a la parte del pueblo que se enfrenta a la casta (esa entelequia paradójica que al mismo tiempo que lo incluye lo expulsa: la clase política o el Estado).

Ahora bien: no solo este jacobinismo que parte a la sociedad en polos y reduce el todo a una parte es lo que hace a la carne, que le da su carnadura, a estos estilos de liderazgos. Si nada es totalmente nuevo en el mundo social, dijimos, nada es totalmente viejo. Parte del universo expresivo que ellos comparten es, también, algo relativamente inédito en el mundo democrático contemporáneo: su fascismo aspiracional. Su vocación, dicho de otro modo, de surfear los límites de la democracia, de tensar sus mecanismos más básicos, de darle otro tono a los derechos que, en el último medio siglo, en buena medida el mundo democrático hizo posible. De allí, decía, la confusión tan grosera pero entendible que comprende a estos líderes como fascistas. Una confusión, sin dudas, muy mala para comprender la verdadera dimensión del fenómeno. Porque por más fascistas que parezcan y quieran hacerse parecer, por más aspiración fascista que tengan, ninguno de ello es, en rigor, un fascista, sino, antes bien, todo lo contrario: son fenómenos, estilos de liderazgos, democráticos, que la propia plasticidad de la democracia permite.

Ninguno de ellos, dicho de otro modo, ha hecho del principio fundamental de la democracia, el de la separación entre el derecho y el poder, entre el poder y el derecho y el cuerpo del soberano, un nuevo anudamiento autoritario. Por más tensa y difícil que sea su relación con las democracias, insisto, el fascismo aspiracional que hoy sobrevuela a estas no ha hecho, dicho de otro modo, del cuerpo del líder la fuente del derecho y del poder. Todos aceptan, a regañadientes, con gestos grandilocuentes, con cánticos de fraude que solo quedan en eso, en cantos de sirena, que el único modo de dirimir la legitimidad del poder son las elecciones y que el derecho es, siempre, objeto de disputa (un simple y llano ejemplo: Milei acaba de proponer, para abolir la Ley del Aborto, un plebiscito: jamás se le ocurriría derogarla por decreto, porque la inconstitucionalidad de esta acción es tan evidente como peligrosa para su propia acumulación de poder y popularidad: la Ley fue aprobada por amplia mayoría en ambas Cámaras).

Parte del universo expresivo que ellos comparten es, también, algo relativamente inédito en el mundo democrático contemporáneo: su fascismo aspiracional. Su vocación, dicho de otro modo, de surfear los límites de la democracia, de tensar sus mecanismos más básicos, de darle otro tono a los derechos que, en el último medio siglo, en buena medida el mundo democrático hizo posible. De allí, decía, la confusión tan grosera pero entendible que comprende a estos líderes como fascistas.

Este último punto es, en efecto, lo que convierte a Milei en un momento más, en un pliegue singular, epocal, de nuestra democracia contemporánea. Dicho de otro modo: nada indica, al menos hasta ahora, que su fascismo aspiracional venga a amenazar, a 40 años del retorno de la democracia argentina, a nuestra propia democracia nacida en 1983, un verdadero régimen político (en su sentido amplio) inédito cuyas bases, desde mi punto de vista, permanecen intactas. Por supuesto que las tradiciones políticas que en buena medida vieron nacer ese régimen y lo alimentaron, la justicia social y el igualitarismo del peronismo, como desarrolla Martín Plot en diversos trabajos, devenido, retomando sus palabras, kirchnerismo transversal al inicio de los 2000 y kirchnerismo tardío o residual, jacobino, en mis palabras, en su última etapa, y el liberalismo político del radicalismo, reencarnado en el republicanismo del Pro y Cambiemos en este último tiempo (junto con el movimiento de derechos humanos, desde luego) sí se ven, para decirlo de algún modo, “amenazadas” por un liderazgo cuyo universo expresivo está al servicio de una democracia ultra-hiper-liberal (en el sentido económico del término). Como, con otros matices y salvando las distancias, pudo haber sido la expresión menemista de nuestra democracia.

Creer que la emergencia de Milei pone en crisis los 40 años de democracia, porque amenaza los fundamentos más básicos del régimen que se inicia en el ’83, es un tiro errado: la democracia no es un modelito armado, un paquetito cerrado, un esqueleto con forma predeterminada, es un régimen político plástico, maleable y capaz de anidar, en su seno, a este tipo de movimientos antidemocráticos o poco pluralistas, como el fascismo aspiracional de Milei, Trump, o Bolsonaro. El régimen nacido hace 40 años en Argentina, en el ’83, insisto, no deja de ser, para recuperar esa hermosa expresión del colega y amigo Cristián Acosta Olaya sobre el gaitanismo de Colombia, nuestro dique en aguas turbulentas. Aunque, quizás sí, en este sentido, Milei encarne los atisbos de nueva tradición política ultra-liberal que quizás, hasta ahora, no hayamos visto del todo desplegada en la Argentina. Pero el fondo que ilumina la democracia que nació hace 40 años en nuestro país no está, desde mi perspectiva, en peligro: lo que peligra es la forma que queremos darle a esta última: con más o menos democracia social, con más o menos justicia social, más o menos igualitaria, más o menos libertaria y mercadocentrista.

En cualquier caso, un punto queda claro: el mundo democrático contemporáneo se enfrenta a nuevos estilos de liderazgos que traen consigo nuevos estilos de democracias. El fascismo aspiracional de estos nuevos estilos de liderazgos nos propone, por ende, nuevos paisajes. Y el paisaje que, en particular, parece proponernos este fascismo aspiracional parece ser, para retomar el título del texto, un desierto. Un desierto, como bien sabemos, es un lugar despoblado o deshabitado, donde lo que abunda y sobra, para la vida humana, son condiciones para hacerla imposible: calor extremo, escasez de agua, tierra imposible de ser cultivada. El paisaje que nos ofrece el fascismo aspiracional es, en este sentido, el de una democracia desértica: con cada uno librado a su suerte, con recursos escasos y una vida bastante cercana a la del desierto del Sahara. Pero un desierto puede funcionar, también, como una promesa: cuando el resultado de un premio queda desierto, queda vacío, nadie está en condiciones de adjudicárselo, y habrá que esperar una nueva oportunidad para que alguien lo gane. Mientras el régimen al que dimos nacimiento en el ’83 siga de pie, el premio al que aspira el fascismo aspiracional de Milei, los 4 años constitucionales que le competen como presidente de nuestra democracia, puede quedar desértico y entonces el sentido del desierto que nos ofrece puede tomar otro significado. Todavía estamos a tiempo.

¿Por qué Milei?: entrevista con Sergio Morresi y Martín Vicente

¿Por qué Milei?: entrevista con Sergio Morresi y Martín Vicente

El triunfo de Javier Milei hizo sonar las alarmas. Un candidato heterodoxo y una fuerza sin territorio dieron el batacazo. Sergio Morresi y Martín Vicente conversaron con «La Vanguardia» para salir del pasmo y echar luz a este acontecimiento.

A veces un triunfo electoral, tal vez inesperado, pone todos los focos sobre un objeto hasta ese momento subestimado o ignorado. Sergio Morresi y Martín Vicente, ambos investigadores del CONICET, llevan un largo recorrido pensando, analizando y escribiendo sobre las derechas en la Argentina. Su mirada, fundamentada y rigurosa, nos permite ganar perspectiva ante el asombro.

Javier Milei fue el candidato más votado en las PASO y, al mismo tiempo, La Libertad Avanza, su partido, también se impuso sobre las otras alternativas. En contraste con las magras performance de sus candidatos provinciales y la creencia de que era un fenómeno acotado al ámbito porteño, Javier Milei triunfó en todo el heterogéneo interior del país. El mapa teñido de violeta refleja, tal vez, un cambio de época.

Los más de 7 millones de votos que obtuvo Milei abren muchas preguntas. Un candidato personalista y altisonante, pero con una campaña modesta; una militancia intensa e idiosicrática que contrasta con un electorado heterogéneo; un partido sin territorio que, sin embargo, logró un impresionante despliegue electoral. Sobre algunos de estos puntos, Sergio Morresi y Martín Vicente conversaron con La Vanguardia, para intentar aclarar un poco este, quizá, oscuro panorama.

¿Cuánto de la masa electoral que sumó Milei es de un núcleo ideológico duro y cuánto lo usó de vehículo para expresar otros malestares?

Sergio Morresi (SM): Nadie que yo sepa ha hecho todavía un estudio del voto efectivo de Milei. Sí vi algunas aproximaciones que muestran una transversalidad notable. Cuánto pesó el núcleo ideológico y en qué porcentaje otros motivos es algo difícil de discernir, pero me parece que, aun así, algunos datos indicarían que, contrario a lo que dan por sentado algunos analistas, no es sólo voto bronca, que sí hay algo de acuerdo a nivel ideológico.

Pero incluso cuando se dan esos acuerdos ideológicos habría que decir que no se trata de gente que acuerde en todos los puntos de la propuesta de La Libertad Avanza. Esto se debe a que el voto al espacio autodenominado liberal o libertario puede implicar diferentes formas de adhesión a distintas partes de lo que se propone. Por un lado hay quienes adhieren al núcleo más conservador (contra lo que denominan ideología de género, contra el feminismo, en contra del aborto), por otra parte quienes se sienten atraídos por el combate contra “la casta” y finalmente hay quienes adhieren a una mirada muy negativa sobre el Estado, que ven al Estado como un problema.

A veces estas dimensiones se ven entrelazadas. Por ejemplo, las medidas tomadas durante la pandemia y ciertas acciones de los políticos en ese momento parecieron mostrar que eso que se decía desde el espacio liberal/libertario tenía sentido. Por un lado gente (pequeños comerciantes, microemprendedores, trabajadores informales) muy enojada por no poder trabajar y al mismo tiempo una clase política que parecía continuar con su agenda y su vida como lo reflejaba la foto del presidente en un cumpleaños. O, peor aún, políticos profesionales que sostuvieron abiertamente que ellos tenían un derecho por encima del resto de la población, como lo expresó el secretario legal y técnico de la presidencia. Acá la idea de casta se mixturaba con la de Estado.

En todo caso, diría que hay diferentes adhesiones a una propuesta liberal-libertaria que es en sí misma heterogénea y que la adhesión a una idea no implica necesariamente la adhesión a otras.

Martín Vicente (MV): Este último punto que toca Sergio es fundamental, en tanto muestra la capacidad de articular votos cuyos sentidos son heterogéneos. Si se ponen en perspectiva los estudios sobre ideas y preferencias en la sociedad y el voto que han mostrado las elecciones, eso queda especialmente en relieve. Están quienes pueden optar por votar acompañando una serie de posiciones, pero rechazando otras, como ocurre en general con el voto de espacios competitivos, pero también quienes ven en La Libertad Avanza una novedad, un partido que se distingue de las dos alianzas que han gobernado con malos resultados en los últimos períodos y que, además, colocaron sus internas en un primer plano en un momento de crisis social muy pronunciada.

«Parte del voto a Milei recoge un malestar que no es de corto plazo, sino que tiene que ver con los problemas de los últimos gobiernos y de los dos espacios que dominan la política argentina. Hay que acercarse con mucha humildad y con mucha atención a esos votantes» (Martín Vicente).

¿Crees que la sociedad argentina se derechizó o le perdió el miedo a la derecha en la medida en que se muestra menos violenta y más institucionalista?

SM: No me resulta tan claro. No me parece correcto sostener que la sociedad se derechizó por entero. Hace tiempo considero que hay una parte de la sociedad que ya se inclinaba hacia la derecha, pero canalizaba esa inclinación de otras maneras, dentro del peronismo, en Juntos por el Cambio o quedándose en su casa el día de la elección. Ahora, esa parte de la sociedad que ya se orientaba hacia la derecha encontró un vehículo a través del cual expresarse de forma más clara y directa.

Por otro lado, el discurso público sí se movió hacia la derecha en los últimos años, al menos en algunas dimensiones. Eso obviamente va permitiendo que el arco se vaya corriendo y entonces uno sí podría decir que la sociedad se movió a la derecha. Pero, considerado así, habría que pensar al fenómeno de un modo más amplio, tanto en el sentido temporal como en el geográfico. No es algo que pasó de repente este año y no es algo que se produzca apenas en Argentina.

Ahora, mirando ese largo plazo, luego de décadas de proscripciones de partidos mayoritarios, gobiernos tutelados por las Fuerzas Armadas, putchs palaciegos, golpes y dictaduras de un nivel inusitado de crueldad contra su propia población, no debería pasar desapercibido que incluso esta derecha funciona dentro de la democracia liberal. La mala noticia es que aún si la Libertad Avanza participa de la democracia liberal tensiona fuertemente con ella. Peor aún: ante el protagonismo de esa fuerza política, es la sociedad entera la que entra en esa tensión con la democracia liberal y ahí tenemos ya un problema grande. Por supuesto, esto no es un problema que solo quepa achacar a esa fuerza política. El resto de los jugadores del sistema político argentino también tiene una cuota de responsabilidad.

Martín Vicente (MV): Hay un corrimiento de la agenda a la derecha que no dependió solo de Milei, aunque sea su cara exitosa y no comenzó recientemente, sino que tuvo momentos visibles: aquellas manifestaciones que al mismo tiempo buscaban defender al gobierno de Mauricio Macri frente a un kirchnerismo que veían como izquierdista, pero que le endilgaban al gobierno macrista ser un progresismo amarillo, kirchnerismo de buenos modales, socialdemócratas en el closet, son un punto central a considerar. Haciendo trabajo de campo encontramos con Sergio y otros colegas que efectivamente muchos de esos activistas o militantes elegían a Juntos por el Cambio como second best, pero preferían militar con los espacios de Gómez Centurión o Espert y nos decían algo que nos resultó muy gráfico: “queremos que Javier Milei se lance a la arena político-partidaria”. Cierta efervescencia social en ese activismo y militancia ya había abierto un sitio donde el candidato podía entrar.

Diría que la Libertad Avanza no se muestra menos violenta en términos discursivos y más institucionalista, en tanto muchas de sus facetas son radicalizadas, pero sí que ha logrado un calado social y electoral que hace que esas posiciones no sean mera altisonancia y su faceta más dura se articule con otras expresiones. Al mismo tiempo, hay una mirada sobre aquello que Cambiemos no logró hacer por no ser lo suficientemente derechista que se le reclamaba desde aquellos sectores que mencioné y ahí La Libertad Avanza logra marcar claramente su búsqueda de una derechización de la agenda.

Queda bastante claro que esto no lo hace con una mirada institucionalista cuando Javier Milei señala, por ejemplo, que aquellas propuestas que no pueda promulgar como leyes desde el espacio legislativo nacional las impondrá por decreto o por medio de plebiscitos directos. También se torna evidente cuando señala que muchas de las instituciones están viciadas por las prácticas de los políticos tradicionales y del personal estatal tradicional, es decir “casta” y “burocracia”. En ese sentido, antes que mirar cuál es la lectura sobre una derechización social, habría que mirar cuáles son las condiciones discursivas de esa radicalización que propone el espacio de La Libertad Avanza, sino, la primera pierde sustento.

Muchos analistas hablan de una implosión social, que promete transformar consensos y avanzar sobre derechos. Mientras, el progresismo fue extinguiéndose como oferta electoral y como oferta política. ¿Cómo debiera pararse el progresismo ante esta nueva etapa? ¿Dónde encontrar una soga para salir del pozo?

MV: Por un lado, se habló en los últimos días, haciendo paralelos sobre lo que se suele llamar la estrategia francesa, donde desde la izquierda a la centroderecha tradicional convergieron en algunos momentos contra las extremas derechas de los Le Pen. Pero eso no tiene en cuenta las diferencias de la sociedad francesa con la argentina, tampoco el contexto de inflación en la Argentina y el esquema de mediano plazo de grandes problemas, tanto económicos como de la polarización política que impidió acuerdos entre los dos polos centrales, pero que también marcó diferencias internas muy fuertes.

Si lo miramos desde el lenguaje de la teoría de los juegos, es el entrampamiento. A donde parecen moverse hoy Juntos por el Cambio y el oficialismo parecen abrirle un lugar a Milei: a medida que la economía se complica, gana su discurso económico; en medida que las élites políticas o los dos polos dominantes logren acuerdos, Milei podrá anteponer un discurso anti-casta; con el avance de un discurso frente a Milei que subraye la cuestión del miedo, veremos que podrá sacar a relucir además discursos de un talante conspirativo.

Es necesario ser sutil en cómo pensar la estrategia, que además tiene poco tiempo, y rescatar una serie de valores que pueden ser compartidos socialmente. Es más interesante que buscar diferenciaciones puntuales, agitar campañas de miedo o demonizar a los votantes.

Parte del voto a Milei recoge un malestar que no es de corto plazo, sino que tiene que ver con los problemas de los últimos gobiernos y de los dos espacios que dominan la política argentina. Hay que acercarse con mucha humildad y con mucha atención a esos votantes y eso es lo que no estuvo ocurriendo desde muchas miradas progresistas donde la caricatura, el agravio y el ataque a esos votantes pareció más una reafirmación moralista que un análisis político y mucho menos una estrategia política.

SM: Si soy sincero, la verdad es que no sé cómo responder la pregunta de qué es lo que deberíamos hacer desde el progresismo. Sí me parece, como dijo Martín recién, que es importante tomar nota de que hay estrategias que no son factibles hoy. Por ejemplo, la idea de un “cordón sanitario” frente a una derecha radicalizada no es imaginable en el escenario actual, porque en Argentina tenemos más bien una dinámica de sinergia entre la derecha radicalizada y la derecha mainstream. Esa dinámica de sinergia no se produce en el hemisferio izquierdo. Quizás por ese lado haya algo que se pueda hacer, pero en ese punto dependemos mucho de decisiones de los líderes políticos actuales, que no parecen muy dispuestos a transitar ese camino en lo inmediato.

Sergio Morresi y Martín Vicente conversando sobre las derechas argentinas en el siglo XX.

Sergio Morresi y Martín Vicente conversando sobre las derechas argentinas.

¿Desde dónde la racionalidad progresista debe hablarle a ese electorado diverso, transversal y disperso? ¿Desde el debate de ideas? ¿Desde la reelaboración de sus críticas a una larga agonía de la bipolaridad o desde el miedo?

MV: Las nuevas formas de comunicación y socialización tienen en los últimos años un crecimiento acelerado en varios sentidos. Por un lado, comenzaron a moverse transgeneracionalmente, dejaron de ser cuestiones que vinculan tecnológicamente solamente a los jóvenes y se expandieron a lo largo de la sociedad.

En segundo lugar, tienen usos claramente políticos, no solamente como espacios de debate, de socialización política, sino también con nuevas formas expresivas donde el meme como un articulador de imaginarios políticos aparece como central en el debate público y en un uso de circulación cada vez más abierto y acelerado.

El tercer punto es que, efectivamente, en torno de las llamadas nuevas derechas a nivel internacional el peso de las redes sociales fue central. No sólo porque algunos fenómenos radicales e incluso extremos tuvieron en sitios, aplicaciones o espacios virtuales una centralidad clave (pensemos en el caso de Trump en los Estados Unidos y las expresiones que rodearon su ascenso) sino porque fueron puntualmente para la Argentina espacios de visibilización temática, debate activista y activación militante.

Como marcamos en varios momentos con Sergio Morresi y otros colegas, es central ver la articulación entre prácticas militantes territoriales, usos y reestructuraciones temáticas y simbólicas en las industrias culturales y procesos que atraviesan las redes sociales. Punto central aquí, porque durante mucho tiempo erróneamente se sostenía que había una división entre el mundo virtual y el mundo real o material. Tenemos que pensar un espacio de interconexión y pensar que estamos en un nuevo modo de ecosistema político, porque estamos en un nuevo formato económico, cultural y social.

SM: Coincido con lo que apunta Martín. Las nuevas formas de comunicación y socialización fueron fundamentales. De hecho, no se entendería buena parte del surgimiento de este movimiento político autodenominado liberal-libertario si no fuera por esas nuevas formas de comunicación y socialización, que en algún punto permiten que un partido personalista y sin territorio esté presente en todos los territorios.

En este sentido, como lo vienen advirtiendo muchos desde las ciencias de la comunicación, es necesario dejar a un lado esa suerte de “mantra” de una realpolitik un poco miope que insiste en pensar al “territorio” como algo separado de lo que sucede en las industrias culturales tradicionales y en las redes sociales. Por mirar a Milei como “un candidato de tik-tok” no lo vieron haciendo caminatas ni tomando el megáfono. Es al revés: hay que pensar el espacio de lo político como un ámbito amplio y heterogéneo en el que se imbrican lógicas y lenguajes; redes sociales, medios de comunicación tradicionales, el barrio y la calle como un continuo.

Agregaría que el despliegue de estas propuestas de derecha radical se dieron a lo largo de un proceso, se fue gestando de forma lenta en ese espacio político híbrido; al menos, por lo que pudimos rastrear, desde el triunfo de Cambiemos en el año 2015. Apenas se produjo esa victoria electoral (incluso me animaría a decir que antes de que se produjera) hubo críticas por derecha a ese gobierno; esas voces que demandaban mayor dureza se hicieron más audibles cuando los resultados económicos empezaron a crujir y se agudizaron cuando Macri impulsó el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Todas esas críticas comenzaron en las redes sociales y se trasladaron a las industrias culturales más establecidas, como los medios de comunicación, luego también formaron parte de manifestaciones callejeras que en un momento tenían la particularidad de ser, al mismo tiempo, de apoyo al gobierno de Macri y espacios para criticarlo por su falta de derechismo. Gente que iba a bancar al gobierno de Macri y al mismo tiempo se declaraba crítica del gobierno de Macri.

Me parece que la idea de una respuesta de corto plazo desde el progresismo es algo muy difícil. Se trata más bien de pensarlo como un proceso lento y arduo para los próximos años y eso independientemente de cuál sea el resultado electoral de octubre.

¿Qué relevancia se observan de los clivajes generacionales, de género y sociales en el resultado electoral de Milei? ¿Se puede establecer alguna diferencia entre su militancia y su electorado en ese punto?

Sergio: Por lo poco que sabemos por ahora sobre el voto que cosechó Milei en las PASO, pareciera haber una gran diferencia entre la base militante, el núcleo de simpatizantes y adherentes de La Libertad Avanza y su voto.

Lo que podíamos ver en esa base de adherentes, de simpatizantes, de militantes más o menos activos, era una fuerte presencia juvenil, una tendencia marcada hacia el género masculino y una proporción destacada de personas de clase media baja. Ahora, a pocos días de las elecciones, por lo que se puede observar gracias a los primeros estudios que hicieron algunos colegas especialistas en el tema, es que el voto a Milei fue más bien transversal tanto en sentido de género como de clase, nivel de ingresos o nivel educativo. Ese desacople entre la base, el núcleo, el core constituency y el resto de los votantes, muestra la existencia de un fenómeno aluvional que quizás, tendremos que verlo, nos estaría indicando que en algún punto hay un triunfo efectivo de ese sector en lo que ellos llaman la “batalla cultural” y permite que sus ideas estén presentes en distintos sectores de la sociedad argentina más allá del núcleo original. Pero eso es algo sobre lo que no podemos todavía hacer afirmaciones. Las ideas pesan, pero no siempre pesan de la misma manera en todos lados.

MV: Algo que se venía notando desde la elección en CABA en 2021 es que el voto a Milei se mostraba transclasista y transgeneracional, sacaba resultados en barrios de ingresos altos y en barrios de ingresos bajos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tanto de votantes varones (núcleo original de su activismo militante, algo que se podía ver en los actos) como de mujeres, que se sumaron paulatinamente. En la elección nacional, se hizo más evidente y fuerte: se normalizó.

Es uno de los componentes centrales para marcar cómo un partido puede asentar un voto que atraviese a distintos sectores de la sociedad. Pese a que muchas veces se mira siguiendo la clave de si los votantes comparten gran parte o la totalidad de las ideas y el posicionamiento derechista de los candidatos, lo que se puede encontrar a partir de los estudios de campo es el acercamiento heterogéneo a esos votantes: mientras algunos eligen por las ideas económicas de Milei otros lo hacen por sus posicionamientos culturales; mientras unos terceros optan por su perfil derechista, otros lo hacen por su posicionamiento anti-casta.

Esa multiplicidad de posiciones, y un voto que muchas veces es heterogéneo y poroso, también lo acercan, insisto mucho en el punto, a la normalización partidaria. Quiero decir con esto que La Libertad Avanza ha cumplido con muchos de los ejes que hacen a la consolidación de un partido.

«Había una demanda o una inclinación que, a pesar de ya estar ahí, se canalizaba por la oferta electoral que existía, en la mayoría de los casos, en la polaridad entre las dos grandes coaliciones. Cuando pudo canalizarse de otra manera, así lo hizo. En segundo lugar, el discurso anti-casta, al menos en algunas provincias, logró expresar una profunda insatisfacción con una elite que se estuvo concentrando mucho, excesivamente quizás, en Buenos Aires (tanto la ciudad como el conurbano)» (Sergio Morresi).

Uno de los lugares comunes desmentidos de esta elección fue el porteñismo de la candidatura de Milei: ¿Cómo se puede analizar su triunfo en casi todas las provincias del interior? ¿Por qué no tuvo igual suerte en las elecciones a nivel subnacional?

SM: Acá hay un tema central, que es la presencia en todo el territorio de una fuerza sin territorio. Y por eso me parece importante subrayar algo que decíamos recién con Martín: el espacio político que no es sólo el barrio, no es solo la calle, no es solo los canales de televisión y no es solo las redes sociales. Este espacio político amplio permite ubicuidad y, como ha comentado Pablo Stefanoni, la instalación “hidropónica” de un candidato y de una propuesta.

Lo que podríamos llamar una visión porteño-céntrica, amba-céntrica o conurbano-céntrica jugó un papel. Como buena parte de las elites políticas concentraban sus esfuerzos en esos territorios, dando por sentado o despreciando lo que sucedía en otros espacios, también muchos analistas se dedicaron a observar casi exclusivamente a Buenos Aires. Eso impidió ver que, como venimos comentando con varios colegas de la Universidad Nacional del Litoral, algo estaba pasando en otras ciudades del país, especialmente en ciudades medianas e incluso pequeñas.

Que uno encontrara simpatizantes muy vocales de la lucha contra la ideología de género o defendiendo las ideas libertarianas en localidades de diez mil habitantes estaba marcando algo. Lógico que de ahí no se podía inferir un tipo de voto, pero sí estaba claro que se estaba desarrollando un fenómeno interesante sobre el que era necesario indagar. No se trataba solo de personas que “recibían” mensajes digamos, sino que también los producían.

La ubicuidad de la que hablábamos recién implica también otros modos de entender los flujos. No se trata solamente de personas que viven en una ciudad chica y se limitan a “comprar” un discurso porque vieron la tele o un video en YouTube, sino que luego de ver esos videos producen uno ellos.

Por supuesto, esta efervescencia que empezamos a ver con mayor claridad alrededor del año 2018 no implicaba necesariamente que esa gente luego votara de determinada manera. Alguien puede interesarse o incluso acordar con determinadas ideas, pero, enfrentado a un menú electoral donde esas ideas no están representadas de forma directa, elige entre lo que hay disponible. Eso es particularmente cierto a nivel local, donde además cobran importancia otras cuestiones.

Con Milei convertido en una celebridad pública y candidateándose en Buenos Aires, uno encontraba simpatizantes y militantes de La Libertad Avanza en los lugares menos esperables. Cuando uno ve que en ciudades a 600 kilómetros de Buenos Aires hay personas que hacen campaña por un candidato de la CABA, que algunos de ellos incluso viajan a Buenos Aires para fiscalizar, tiene que tomar nota de que algo relevante está pasando.

Entonces, había una demanda o una inclinación que, a pesar de ya estar ahí, se canalizaba por la oferta electoral que existía, en la mayoría de los casos, en la polaridad entre las dos grandes coaliciones. Cuando pudo canalizarse de otra manera, así lo hizo. En segundo lugar, el discurso anti-casta, al menos en algunas provincias, logró expresar una profunda insatisfacción con una elite que se estuvo concentrando mucho, excesivamente quizás, en Buenos Aires (tanto la ciudad como el conurbano). Ese porteño-centrismo no sólo estaba en las miradas analíticas de los políticos profesionales o en las coberturas de los medios de comunicación, sino que también tomaba una forma concreta y material: subsidios en servicios públicos para una parte de la población pero no para otra. Esto, lógicamente, fue enmarcado no como el reconocimiento de un derecho o una reparación sino como el ejercicio de un privilegio promovido por la casta de Buenos Aires.

Ahora, que el voto haya sido mayor en algunas ciudades fuera de Buenos Aires tampoco debería ocultarnos que el voto de La Libertad Avanza en Buenos Aires también fue alto. Si bien el peronismo retuvo su primacía en la provincia y Juntos por el Cambio se impuso con claridad en la capital, Milei no hizo, para nada, una mala elección en esos distritos: en CABA superó por poco el margen que había obtenido hace dos años y en la provincia avanzó de un modo claro.

MV: Si bien no tenemos estudios que nos puedan dar seguridades sobre esa respuesta, sí me parece interesante poner en diálogo la idea de que hay un corrimiento a la derecha de la agenda pública, donde Milei ha sido muy exitoso. Como se decía en los años ´90 entre los seguidores de Álvaro Alsogaray: Alsogaray ganó en el sentido de poder hacer que sus ideas sean socialmente aceptadas y tomadas por otros espacios políticos.

Milei en ese sentido había ganado él mismo, solía declararlo, ahora lo que vemos es que también logra ganar en el campo electoral y ya no sólo en esta “batalla cultural”, como él y sus seguidores denominan a la puja de ideas, discursos y símbolos. En el paso de la batalla cultural a la batalla electoral se mostró muy exitoso.

Ahora bien, es imposible considerar que la totalidad de ese voto efectivamente se ancla en las ideas de Javier Milei. No sólo por una cuestión estadística, sino también por una cuestión de que la plataforma de La Libertad Avanza es subsidiara a otras ideas referenciadas por Milei o algunos de sus candidatos más visibles a través de los medios o las plataformas.

Además, las articulaciones políticas muestran que en torno de La Libertad Avanza se coaligaron referentes políticos muy distintos: por un lado, aquellos que tienen posturas centradas en valores morales de inclinación religiosa; por otro, pequeños sellos de derecha tradicional con sus programas previos; en un tercer caso, quienes promueven políticas neoliberales de forma doctrinaria; en otra perspectiva, quienes prefieren ideas vinculadas con el emprendedorismo y las nuevas formas de capitalismo de plataforma. Lo que me interesa resaltar es que en todo ese círculo de ideas, de perspectivas distintas, Milei logra apoyos y esto es central para construir una fuerza, un partido que pueda mostrarse heterogéneo y, en un punto, capaz de moverse hacia la idea de partido atrapa-todo, dejando atrás la forma de partido de minorías o de doctrina.

Y en ese punto también me parece que es una respuesta a eso, de prestar atención a demandas que solo son atendidas a nivel local, pero que no parecen poder ser representadas, puestas en valor, a nivel nacional, por una clase política que solo mira a Buenos Aires y al conurbano bonaerense. Me parece que eso también hay que tenerlo muy en cuenta.

Con respecto al supuesto porteñismo original de la campaña de Milei, me parece que había un punto comprensible de parte de algunos analistas: como existía sólo como candidatura en CABA en 2021, dedujeron que era un fenómeno exclusivamente porteño. Pero me parece, y eso ya lo discutimos con algunos colegas hace un par de años, que estaban mirando en el lugar equivocado o en el lugar que están acostumbrados a mirar, porque, al fin y al cabo, tanto los analistas como los políticos estaban mirando sólo a Buenos Aires. Y esa mirada un poco miope hizo pasar desapercibido un fenómeno que para quienes estaban mirando otros espacios políticos aparecía un poco más claro. Aún si no se revelaba electoralmente exitoso, había algo políticamente relevante. Lo que pasa es que ahora, para algunos, me parece que se encontraron ambas cosas: algo que es políticamente relevante también se reveló electoralmente exitoso. Y eso me parece que está sacudiendo el tablero político y analítico a la vez.

Me gustaría incorporar otros elementos de análisis. Durante mucho tiempo se pensó la política argentina en base a un sistema de mirada que era medianamente normativo y medianamente historiográfico, que pensaba a la Argentina en términos de bipartidismos o de dos coaliciones. Y que eso permitía que ciertos partidos pudieran crecer como terceras fuerzas, haciendo su eje en la Capital Federal, luego Ciudad Autónoma, que oficiaba de “ciudad vidriera”. Así ocurrió con distintos partidos como el FREPASO, Acción por la República de Domingo Cavallo o el propio PRO. Y así creyeron algunos que ocurriría con La Libertad Avanza.

La cuestión es que, en un momento de polarización entre la articulación que rodea al mundo de Juntos por el Cambio y la que rodea al mundo del pan-kirchnerismo, La Libertad Avanza logró agrietar “la grieta”, como se la llama popularmente, y proyectarse a nivel nacional desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ahí creo que es importante marcar esta faceta de partido sin territorio de Milei que refería Sergio, pero también marcar que es claramente un partido personalista, donde la diferencia de votos que se dio en elecciones provinciales con esta elección nacional no debería sorprender en tanto y en cuanto la figura de arrastre es exclusivamente Milei (y le pone al mismo tiempo un posible límite, al menos temporal y estructural, a la consolidación partidaria que mencioné). Eso pone también en jaque aquella idea que parecería señalar a todos sus votantes como derechistas.

Pone también en jaque esa visión que circuló mucho durante el último tiempo, señalando que Milei, como fenómeno porteño, tendría dificultades en los armados y en el conocimiento de los votantes por fuera de la zona del AMBA. Eso era obviar la proyección nacional del propio Milei, la construcción de su figura. Además –y me permito aquí un pequeño experimento– en las elecciones de 2021 le pregunté a muchos colegas que estaban haciendo cobertura de elecciones locales y boca de urna si ocurrían los casos donde había quejas o denuncias porque no aparecía la boleta de Javier Milei en espacios donde no se presentaba, es decir, fuera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Efectivamente eso pasó en la provincia de Buenos Aires, en Rosario y en la provincia de Mendoza, entre otros lugares. Eso mostraba que había una fuerte inclinación a ese candidato ya antes de que su candidatura fuera oficializada y luego, nacionalizada.

María Xosé Agra Romero: «La igualdad no es sólo un asunto de mujeres y feministas»

María Xosé Agra Romero: «La igualdad no es sólo un asunto de mujeres y feministas»

María Xosé Agra Romero es una referente y una pionera del pensamiento feminista en el mundo hispanoparlante. Su compromiso intelectual y político contra la desigualdad y las injusticias ha sido infatigable. 

María Xosé Agra Romero fue una pionera en el campo de la filosofía política y del pensamiento feminista en el mundo hispanoparlante. Desde su Galicia natal, desarrolló una labor inestimable en la reflexión y la difusión de una serie de ideas y discusiones en tiempos que, huelga decirlo, no era ni fácil ni cómodo hacerlo. Sus trabajos se centraron en autores y autoras clásicas, pero con una mirada original y crítica, desde John Rawls, a quien dedicó su tesis doctoral, a Carole Pateman, pasando por Thomas Hobbes, Iris Marion Young y tantísimos/as más.

Hace algunos días el «Consello da Cultura Galega» (Consejo de Cultura Gallega) la homenajeó por su trayectoria e invaluable aporte. En una página que resume, con textos, fotografías y material audiovisual, su extensa trayectoria, el Consello pudo dar cuenta de la relevancia de Agra Romero y de su trabajo: «Supo incluir el feminismo en un área del saber habitada mayoritariamente por hombres y que va cambiando poco a poco, con el paso del tiempo, además de incorporar aportes de pensadores o debates como el ecofeminismo, la vulnerabilidad, los cuidados o la violencia contra la mujer».

En diálogo y compañía de figuras como Celia Amorós o la argentina María Luisa Femenías, María Xosé Agra hizo un gran aporte por integrar el pensamiento feminista al canon de la filosofía política. En sentido más amplio, sus escritos reflejan una preocupación sostenida por las injusticias y la desigualdad, males que asedian nuestra actualidad y futuro. Su compromiso frente a eso es intelectual y, sobre todo, político. Sobre esos temas conversamos con María Xosé Agra Romero para La Vanguardia.

La primera pregunta está orientada a una idea que ronda en todo tu trabajo con respecto a cómo jerarquizar a la filosofía política feminista y que no quede en un lugar acotado o incluso anecdótico: ¿Por qué es importante reivindicar el estatuto de la filosofía política feminista? ¿Cuáles son las principales resistencias que persisten al respecto?

El feminismo ha sido y es un movimiento social, el feminismo, los feminismos, es política; sus prácticas y demandas de transformación, además de perseguir el producir cambios sociales y políticos, inciden en las teorías y en el pensamiento. Las teorías feministas, a partir sobre todo de los años setenta del siglo pasado han  generado en las diversas disciplinas, de forma desigual, un conjunto de conocimientos que, aún a día de hoy y salvando excepciones, no se consideran un saber legítimo que cuestiona los marcos conceptuales, las estructuras de conocimiento y pensamiento que, a su vez, se toman como legítimas. De ahí la necesidad de incidir e insistir en que la filosofía/teoría política no puede pasar por alto aquellas contribuciones y relegarlas a “una cosa o un tema de mujeres”, o a un simple añadido tal como “y las mujeres” o “y el género”, cuando no etiquetarlas de simple ideología. Dicho con otras palabras, la pregunta pertinente que podemos hacernos es si se puede pensar la libertad, la igualdad, la ciudadanía, la producción/reproducción, el poder y la política, lo privado y lo público, la justicia social y política, etcétera, sin tener en cuenta el sistema sexo-género, o el “subtexto de género”, sin tomar en serio las críticas y aportaciones epistemológicas, normativas y políticas del feminismo filosófico.

Yo no hablaría de jerarquizar en relación con la filosofía política feminista, más bien de integrar, con todas sus consecuencias, la revisión crítica de los marcos conceptuales y las estructuras de pensamiento que sustentan y sostienen, tanto históricamente como en la actualidad una sociedad desigual e injusta, de abordar esa pregunta fundamental sobre “vivir juntos” o “cómo queremos vivir juntos”. En este sentido, sí, las resistencias y las reticencias persisten, incluidos muchos autores en el campo del, digamos, “progresismo” o pensamiento crítico, y también para algunas autoras. Las cuestiones y los problemas que plantea el feminismo filosófico-político, o el feminismo filosófico en general, quedan reducidos a guetos, para consumo de las mujeres o las propias feministas y, en el mejor de los casos, a unas citas a pie de página, sin reconocer que han impactado en la agenda social y política y han puesto sobre la mesa cuestiones fundamentales para la organización y transformación de la sociedad. Máxime cuando, desde su nueva explosión a nivel mundial en el 2017, está claro que el movimiento feminista no es una cosa del pasado, cuando muchos, sosteniendo que ya habría conseguido sus logros (igualdad formal de derechos) en las sociedades democrático-liberales, lo daban por concluido. La actual contraofensiva ultraconservadora, de la ultraderecha, que por ejemplo, en Estados Unidos tira por tierra el aborto después de 50 años, por no hablar de la situación de las mujeres afganas o iraníes, de la precariedad en el trabajo, de la sobrecarga de cuidados, hacen saltar las alarmas sobre el peligro de retrocesos.

«Conceptualizar es politizar, responde a la necesidad de poner nombre a problemas con los que nos encontramos y para los que no sirven los conceptos tradicionales, o se ponen en cuestión, esto es, se politizan». 

En tal sentido, el feminismo ha ofrecido una crítica integral y eficaz a un canon filosófico-político masculinizado y sesgado: ¿Qué incidencia han tenido estas críticas y cuáles ha sido, a tu entender, las más relevantes? ¿Cómo se puede extender este proceso a programas de estudio y otros ámbitos? ¿Es posible pensar un canon alternativo o una vía para someter a crítica el imperante? ¿Qué implica la afirmación “conceptualizar es politizar”?

La puesta en cuestión del canon filosófico-político supuso un trabajo reconstructivo de la historia de la filosofía política, mostrando que las mujeres siempre pensaron pero que sus contribuciones fueron silenciadas, invisibilizadas, excluidas, minorizadas, marginadas. Genevieve Fraisse, señala que la labor reconstructiva, supone dotarse de una genealogía, de un “gesto a contrapelo”, escribiendo la historia a la inversa, es decir, desde el presente hacia el pasado. O, como lo dice Fina Birulés: “debemos entrar en el futuro retrocediendo”. Lo que están indicando es que no solo la producción, la obra filosófica de las mujeres va unida a la reconsideración de los criterios filosóficos tradicionales y actuales, a la necesidad de romper con la división tradicional de “excepcionales” y “menores”,  sino también se centran en la cuestión más fundamental de la “falta de transmisión” y en sus consecuencias, es decir, transmitir la idea de que las mujeres  estamos condenadas a estar siempre comenzando de nuevo o a la repetición. Dicho con palabras de Françoise Collin y de Birulés, no se trata de una cuestión solo de injusticia histórica, responde “a nuestra necesidad de no habitar un presente siempre idéntico a sí mismo”. María Luisa Femenías lo expresa bien con el título de su libro: “Ellas lo pensaron antes”. Esto supone, entonces, un trabajo reconstructivo que exige alterar el canon, al tiempo que un trabajo constructivo de transmisión, de genealogía. Desde esta perspectiva es muy importante que en los programas de estudio se incorporen a las filósofas, que tengan que estudiarse como a los filósofos, un debate que en estos momentos está muy presente en España, pero sin perder de vista que lo importante es la transmisión de que las mujeres han introducido modificaciones en el mundo común, que no habitamos un presente siempre idéntico, y que tiene muy presente la memoria de las mujeres anónimas  que  nos han dejado también su legado. En definitiva, el problema no es únicamente construir un canon alternativo.

Conceptualizar es politizar, responde a la necesidad de poner nombre a problemas con los que nos encontramos y para los que no sirven los conceptos tradicionales, o se ponen en cuestión, esto es, se politizan. La filósofa Celia Amorós lo ejemplifica con el nombrar la violencia contra las mujeres, pasando del ámbito privado al público.

Has dedicado gran parte de tu trabajo a la obra de John Rawls y su teoría de la justicia, analizando sus potencialidades y límites: ¿Cuál fue el mérito de la obra de Rawls que impactó de tal modo en la filosofía política? ¿Cuáles son las principales críticas que se le pueden realizar? ¿Es menester pensar con Rawls y más allá de Rawls?

Cuando yo comencé a trabajar la obra de John Rawls para mi tesis doctoral, que presenté en 1984, en España al menos estaba empezando a conocerse su Teoría de la Justicia, gracias a que en 1979 se publicó una versión en castellano. A mí me interesaba especialmente, por un lado,  el cambio de marcha que suponía para la filosofía moral analítica anglosajona, al desplazarse o no centrarse en las cuestiones metodológicas y epistemológicas, ofreciendo una teoría sustantiva de la justicia. Por otro lado, situar el objeto de la justicia social en la estructura básica de la sociedad e intentar “acordar” principios, acudiendo a una revitalización de la racionalidad práctica y del contractualismo clásico,  suponía una propuesta relevante, tanto a nivel teórico como práctico. A mi, en particular,  toda la sofisticación de la teoría de la elección racional, que fue uno de los elementos que contribuyeron a su éxito, a que el debate saliese del círculo estricto de la academia filosófica,  no fue precisamente lo que me atrajo, sino cómo pensar la justicia en una sociedad democrática. Los méritos, diría, fueron varios,  empezando por su crítica del mérito, del utilitarismo, por ofrecer una visión del liberalismo igualitario, por introducir el principio de la diferencia como un principio de igualdad. En todo caso, como muchas veces se repite, casi se convirtió en una obligación  situarse a favor o críticamente respecto de su concepción de la justicia, durante varias décadas  marcó la pauta de la línea principal en la filosofía moral y política.

También es cierto que fue objeto de numerosas críticas: a su versión neocontractualista, a su concepción distributiva, a los problemas de justicia global, y, por descontado, críticas de las teóricas de la justicia feministas (Susan Moller Okin, Martha Nussbaum), a las que el propio Rawls iba respondiendo e introduciendo modificaciones y aclaraciones, más o menos convincentes. Desde mi perspectiva, Rawls fue demasiado optimista, solo en los años finales  aflora una visión crítica del capitalismo, abogando por una «democracia de propietarios”, por tomar en consideración las necesidades básicas, sosteniendo que el estado capitalista del bienestar no realizaría los dos principios de la justicia como equidad. El aumento exponencial de las desigualdades exige pensar más allá de Rawls, pero también pensar con y «contra» él,  en particular, a mi juicio, adoptando la expresión de Iris M. Young, tomando en serio la estructura básica de la sociedad y la igualdad, atendiendo a cuestiones predistributivas, a necesidades básicas, al orden lexical de los principios, en un contexto distinto al que dio lugar la concepción rawlsiana, desde una perspectiva filosófico-política.

Recientemente has prologado la reedición en español del clásico de Carole Pateman El contrato sexual: ¿Por qué considera relevante reeditar este libro hoy? ¿Cuán revolucionarios fueron sus planteos? ¿Cómo invitaría a su lectura?

En efecto, podemos decir que este es un texto clásico de la filosofía política del siglo XX, en el que se defiende que un orden social libre y democrático no puede ser contractual, que el contrato no es el paradigma de las relaciones libres, aportando una seria argumentación sobre consentimiento, subordinación, explotación, muy pertinente y que sigue siendo de actualidad, así como sus críticas al capitalismo y al Estado de bienestar.  Es un clásico también porque pone de manifiesto como se estudiaban los teóricos del contrato social sin tener en cuenta lo que denomina “el contrato sexual”, esto es, el sistema patriarcal, el sistema sexo-género sobre el que se sustenta y la crítica a la separación de las esferas privada/pública. Cuando lo leí, recién publicado en inglés, para mi supuso un antes y un después. Es un buen ejemplo de lo que hablamos antes, de cómo hacer filosofía política, aunque la propia Pateman, en una entrevista, se muestra pesimista respecto a la incorporación de conocimientos feministas, indicando que parece que las “grandes cuestiones” no requieren de dichos conocimientos, no se habría  avanzado pues en la transformación de la disciplina. No obstante, y siendo bastante cierto su pesimismo, es constatable que esta obra si ha marcado un punto importante, ha sido traducida a numerosos idiomas y ha tenido impacto de forma que se habla también del contrato racial.

Su reedición en castellano, treinta años después de su publicación en 1988, es una buena ocasión para leerlo, o releerlo como todo clásico, para comprender las claves del patriarcado moderno, pero además sigue haciéndonos, ayudándonos a, pensar sobre la libertad de las mujeres y las viejas/nuevas formas de servidumbre y subordinación, sobre la diferencia sexual como diferencia política. La reedición recoge, además de mi prólogo, la introducción que yo había hecho para la primera edición en castellano, en 1995, y la traducción de María Luisa Femenías, para nosotras fue un texto muy importante, muy examinado y debatido, lo que llevó a que se publicase en castellano, en el Seminario dirigido por Celia Amorós en la Universidad Complutense de Madrid. Quien se interese por la teoría contractual, las teorías del contrato social clásicas y las neocontractualistas, no puede pasarlo por alto.

En los últimos años has trabajo mucho sobre la cuestión de la igualdad, discutiendo y tensionando tanto las teorías de la justicia como la teoría feminista: ¿Por qué es significativo volver a poner la cuestión de la igualdad en primer plano? ¿Qué implica asumir una lectura, en sentido estricto, política de la igualdad? ¿Hay versiones indolentes de igualitarismo que es preciso discutir?

Como señalábamos más arriba, durante más o menos tres décadas, el debate sobre la justicia, la elaboración de teorías de la justicia, ha ocupado la línea principal, en este sentido constituye una etapa importante por cuanto se ofrecían, digamos, buenas argumentaciones para la justicia social y política, sin embargo, nos encontramos con que, en paralelo, o al mismo tiempo, las desigualdades económicas, sociales, políticas,  se han ido incrementando exponencialmente, al calor del neoliberalismo y, si cabe, más acentuadas con la crisis del 2008, con la pandemia-Covid y, muy previsiblemente, con una vuelta de tuerca más por los efectos de la guerra en Ucrania, sin olvidar los problemas del cambio climático y la crisis ecológica. Esto da que pensar, la igualación se produce igualando por abajo, no apuntando a mayores niveles o grados de igualdad, sino todo lo contrario, los ricos son cada vez menos y más ricos. Las desigualdades se intensifican a la par que se producen procesos de despolitización, normalizando, naturalizando, cronificando, las desigualdades. De ahí que surjan voces que abogan por una refundación, por un nuevo enfoque, o por un nuevo imaginario de la igualdad, esto es, con otras palabras, llamar la atención sobre la necesidad de pensar políticamente la igualdad.

En el debate sobre la igualdad en el marco del liberalismo igualitario, la igualdad se ha centrando en la pregunta de qué es la igualdad, adoptando un sentido comparativo y ético y dejando en gran medida de lado las cuestiones estructurales y políticas, apelando básicamente a la responsabilidad individual y al mérito. La cuestión es que la igualdad, como todos los grandes conceptos o ideas políticas del pensamiento occidental, es polémica, controvertida en sus distintos contextos históricos, en sus distintas dimensiones y comprensiones, sujeta a luchas sociales y políticas. En este sentido,  poner el foco en la igualdad es una de las urgencias con las que tenemos que lidiar. Por otra parte, es preciso señalar, lo cual no deja de ser relevante  y paradójico, que en las últimas décadas se operó una reducción de la igualdad a un asunto de mujeres o de feministas, o asimilada casi exclusivamente a «igualdad de género», al tiempo que se produce una fuerte reacción contra ella. Las teóricas políticas feministas no han dejado de insistir en las desigualdades e injusticias estructurales, sin embargo, como decía, sus aportaciones ni se han integrado ni discutido plenamente. La igualdad no es sólo un asunto de mujeres y feministas.

«Las teóricas políticas feministas no han dejado de insistir en las desigualdades e injusticias estructurales, sin embargo, como decía, sus aportaciones ni se han integrado ni discutido plenamente». 

¿Qué implica esta imagen que se deriva de Clitemnestra y que articula tu libro? Digo, la explicás en el libro, pero ¿Cómo la sintetizarías? ¿Por qué olvidar a Clitemnestra es un problema?

Bueno, a mí me sorprendió mucho, yo la primera vez que me referí a Clitemnestra era para abordar el problema de la vulnerabilidad que está en las tragedias griegas. A mí ese tema siempre me preocupó, porque de alguna manera hora hay un giro a la vulnerabilidad desde hace unos años que abre otras dimensiones y que también podemos ver cómo se está utilizando para justificar muchas cosas. Pero esa vulnerabilidad que los griegos transmitían, o que yo entiendo que transmitían, iba vinculada a lo que es una tragedia, que no tiene resolución, y que mostraba los límites a los que nos enfrentamos. Pero lo que más me sorprendía del caso de Clitemnestra, aparte de que recurrentemente te la encuentras (como a Antígona, pero en un sentido un poco diferente), era que esa tragedia de Esquilo paradójicamente no acababa en tragedia. Y lo que aparecía era justamente la justificación a través de la solución de Orestes y la condena de Clitemnestra del sistema democrático que se estaba imponiendo, y de una justicia que traspasaba los límites de la sangre y que construía lo que estaban haciendo los griegos con la ciudadanía.

Y a mí me parece que ese es uno de los temas fundamentales para ver cómo la cuestión del orden de los sexos y de su desorden está en la base, no solo de lo que llamemos la cultura occidental, sino de cualquier organización social y política que tratemos de acometer. Entonces, no se puede olvidar a Clitemnestra, porque ahí está la cuestión de por qué a uno se le absuelve y a la otra no, y los problemas  de la filiación y la afiliación que aparecen una y otra vez.

Entonces, así como con Antígona todo el mundo tiene una actitud de cierta condescendencia, con Clitemnestra es diferente, parece como una malvada. Incluso hace poco lo vi en una serie británica, donde hacían referencia a ella ¿Por qué? Porque el trasfondo es justicia o venganza, y ese es un tema que no pierde actualidad, porque lo vemos cuando hay cualquier asesinato o lo que sea. Pues normalmente piden que se le aumente las penas, el ojo por ojo.

Me parecía que era importante ver cómo eso estructura las relaciones de sexo-género, que no se pueden obviar, por más que se trate de pensar. Si tú lees Leviatán, por ejemplo, ves como en los grandes filósofos políticos no necesitamos encontrar perlas misóginas, porque eso ya va de suyo. Sino cómo construyen el sistema social y político, y ahí está siempre en la base la estructura del sexo-género. Hay que pensar en Aristóteles con la diferenciación oikospolis, o el contrato sexual que dice Pateman, que lo podemos llamar así, o Fraser, por ejemplo, habla del subtexto de género cuando ella critica a Habermas. Pero, en definitiva, lo importante a mí me parece es que la política, en cualquiera de sus autores, nunca puede obviar ese tema.

¿Se podría decir que, a pesar de no encarnar una teoría de la justicia sistemática, la teoría feminista ha ofrecido las aristas más fructíferas para seguir pensando el problema de la igualdad? ¿Qué importancia tienen autoras como Fraser, Young o la propia Pateman? ¿Qué otras lecturas sugeriría?

En efecto, el feminismo filosófico-político, las teorías feministas constituyen, a mi entender, un lugar privilegiado para abordar las injusticias y desigualdades, para pensar la igualdad políticamente, para pensar sobre la democracia. Young, Fraser, Pateman (sobre la renta básica, por ejemplo), son de gran importancia, pero también los trabajos de Seyla Benhabib, Adriana Cavarero, Geneviève Fraisse, autoras ecofeministas como Val Plumwood, Karen Warren, Mary Mellor, o los últimos escritos de Judith Butler y Donna Haraway, también considero importantes las aportaciones del feminismo de Abya Yala, y podría seguir citando. Una autora muy interesante es la británica Anne Phillips.

 

En el último tiempo, el movimiento feminista, tanto intelectual como político, se ha visto atravesado por algunos debates que han manifestado fisuras y discusiones enconadas: ¿Cuál es su parecer sobre las llamadas leyes de identidad de género (o “Ley trans”) y el debate entre abolicionismo y regulacionismo en materia de prostitución? ¿Estos clivajes atentan contra el potencial emancipatorio del movimiento feminista?

Uno de los rasgos distintivos del feminismo ha sido y es el ser plural,  de ahí que sea más apropiado hablar de feminismos, siempre ha estado atravesado por debates, polémicas, y al tiempo ha logrado resolverlos, llevando en algunos casos a ciertos impasses, o, cuando menos, no abriendo brechas profundas, de ahí también su persistencia política. El debate sobre las identidades de género y las leyes “trans” responden a un problema que está ahí, la cuestión, a mi modo de ver, es que este debate se está planteando en unos términos diferentes, abriendo trincheras, generando en muchos casos una política de la cancelación, centrándose en la cuestión de las identidades y no en las desigualdades, derivando en muchas ocasiones en posiciones esencialistas, biologicistas o sobre el cuerpo que no tiene en cuenta debates ya dados sobre la construcción social del sexo-género, sobre el sexo social, sobre la sexualidad y la orientación sexual, sobre la desestabilización del sexo-género, y esto es preocupante. El tema es muy importante para que se tome con mucha seriedad, además de responder a las demandas de personas que están sufriendo, el objetivo de legislar tiene que estar muy pensado,  valorar medidas que sean irreversibles, sobre todo si se trata de jóvenes. Es un tema complejo que hay que sacar del marco de las identidades, ese es el problema, no la solución.

A pesar de ser un tema que ha reverdecido en el campo intelectual y en diferentes disciplinas (economía, filosofía, historia) la cuestión de la desigualdad pareciera tener dificultades para instalarse en la discusión pública entre las inercias neoliberales y la emergencia de nuevas derechas: ¿Acuerda con este diagnóstico? ¿Encuentra que el ideal igualitario está siendo combatido o soslayado en el debate público? ¿Qué riesgos implica?

Si, hay un preocupación también creciente sobre la que algunos denominan “crisis de la desigualdad” o “crisis de la igualdad”, avanzando propuestas para “refundar”, apuntar a la necesidad de un nuevo enfoque de la igualdad o a un nuevo imaginario. La crisis actual es muy profunda y resulta difícil romper con muchos años de neoliberalismo, de antipolítica, el crecimiento exponencial de las desigualdades ha ido a la par con procesos de despolitización. Ahora bien, también hay nuevos sujetos emergentes, nuevas luchas, que aparecen en el espacio público y que contrarrestan la arremetida neoliberal y ultraconservadora. El riesgo mayor es, a mi modo de ver, la puesta en cuestión de la democracia y la justificación de nuevas formas de servidumbre, bajo una supuesta defensa de la libertad, y nuevas formas de violencia. El riesgo es que vayamos a una sociedad menos justa y democrática, en tiempos de crisis, no obstante, se abren nuevas posibilidades.

«Hay cuestiones que son difíciles de resolver porque no se pueden resolver filosóficamente. Yo parto de que los filósofos y las filósofas no ponen los problemas, los problemas están ahí. Lo que tratamos es de pensarlos y esa forma de pensar incluye cómo comprender la política».

¿Dónde percibís esa cuestión? ¿Y, paradójicamente, por qué la preocupación académica no se refleja en una  política que cada vez pareciera más impotente frente a esto?

En una charla hace poco hablé de las consideraciones sobre la igualdad, precisamente en un sentido: de como este crecimiento exponencial va unido, y así lo dicen diversos autores claramente, a un proceso despolitizador. La quiebra del hombre de la política, el surgimiento de la antipolítica, de la desaparición del homo politicus. Bueno, eso tiene que ver con que, efectivamente, la política dejó de ser aquello que debe ser: que es lo que articula una comunidad de iguales. Y ese es el problema que tenemos ahora sobre cómo reconstruir, desde la perspectiva de la igualdad, entendida más allá del elemento jurídico, que es importante, o de la propuesta de Rawls.

Entonces, a mí me parece que son temas que no pierden actualidad. Entonces, ahí digamos que yo me paro un poco con las posiciones de las teóricas de la justicia críticas y feministas. Que decían que nunca se reconoció y no se integró en los debates sobre la justicia la dimensión estructural. Las teóricas feministas siempre tuvieron eso presente. Y aun siendo críticas con Rawls, lo recuperaban. Pero ya cuestionaban todo esto del igualitarismo de la suerte y la deriva moralizante e individualizante y, por lo tanto, apolítica de ese tipo de igualitarismo. Que responde, en cierto modo, a una deriva que incorpora acríticamente elementos neoliberales. Y con las que que el propio Rawls no estaría de acuerdo. Porque una de las nociones fundamentales de Rawls es que el objeto de la justicia es la estructura básica. Esa dimensión estructural institucional no se puede perder cuando hablamos de justicia, de democracia y de igualdad.

Hoy en día crecen las desigualdades y, por lo tanto, aquello de que los ricos y los pobres iban a estar dentro de unos límites, ya no está. Y, por otro lado, la deriva fue abandonar las dimensiones estructurales y concentrarse en que el problema se resuelve desde una teoría moral que luego se aplica. Y no es así. Sabemos que no es así. Pero bueno, eso sirvió para justificar las políticas redistributivas del Estado de bienestar.

Para cerrar quería preguntarle por la actualidad política y la crisis de las democracias liberales: ¿La desigualdad y la fragmentación social erosionan las bases de la convivencia democrática? ¿Puede la filosofía política ofrecer alguna arista para atenuar este proceso? ¿Se puede redemocratizar la democracia? 

Como decía antes, si se están erosionando las bases de la convivencia democrática, pero también se dan cambios y movimientos que pueden contribuir a configurar un nuevo marco social y político. La filosofía política puede pensar los problemas, pero los problemas están ahí, no los ponen los filósofos o las filósofas y estar atentos a las prácticas, a las luchas y tratar de conceptualizarlos, de teorizarlos, pero no podemos esperar que la filosofía política nos de recetas o una solución.

Hay cuestiones que son difíciles de resolver porque no se pueden resolver filosóficamente. Yo parto de que los filósofos y las filósofas no ponen los problemas, los problemas están ahí. Lo que tratamos es de pensarlos y esa forma de pensar incluye cómo comprender la política. Entonces, yo creo que ahí está la tensión entre la política, que es del orden del hacer, y el análisis, es decir el conocer. Entonces, toda una buena parte de la filosofía moral trató y sigue tratando de absorber el problema político, pensando que si disponemos de unos principios, como los diez mandamientos que bajaron en el monte Sinaí, que luego basta con aplicarlos. Yo siempre repito una idea de Will Kymlicka que, ya hace años, decía que nunca tuvimos en ninguna época en la historia tantas teorías tan buenas sobre la justicia y, en contraste, el mundo va exactamente para el otro lado. Y es cierto, si lo piensas, es cierto.

Discutimos durante tres o cuatro décadas en torno a la justicia y el mundo va por otra parte. Entonces, ese es un elemento que tenemos que tener en cuenta. Que nosotros podemos pensar los problemas aquí y ahora, porque es lo que nos toca. Pero los problemas ni los ponemos nosotros, están ahí, ni tampoco tenemos la solución. Lo que podemos hacer es intentar pensarlos y en la política, como ciudadanos o ciudadanas, pues habrá que resolverlo. Pero eso es una resolución que solo vendrá de las luchas, los conflictos, los consensos que se den.

No podemos solucionarlo desde la filosofía, entiendo yo. Los problemas políticos se solucionan desde la política. Y un exceso de moralismo ya vemos a dónde conduce, porque tenemos moralismo a tope por la derecha. Entonces, claro, salvo que pensemos que la política es algo racional y que se puede conocer, pero ahí están los científicos políticos, que ya se ve, ninguno fue capaz de augurar que iba a caer el muro de Berlín o que la URSS iba a desaparecer, o nadie fue capaz de vaticinar que el movimiento feminista, que lo daban todos por acabado, porque ya se había conseguido en buena parte la igualdad jurídica. Y la política, para bien o mal, nos sigue sorprendiendo.

QUIÉN ES

María Xosé Agra Romero es Doctora en Filosofía y catedrática de Filosofía moral y política de la Universidad de Santiago de Compostela. Trabaja en Filosofía política, teorías de justicia y teoría crítica feminista. Fue coordinadora del Grupo de Investigación «Xustiza e Igualdade» de la USC y miembro del Centro de Investigaciones Feministas de Estudios de Género (CIFEX) de la Universidad de Santiago de Compostela además de miembro del plenario del Consejo de Cultura Gallego.

Es especialmente conocida por sus trabajos en el ámbito de la Filosofía Política y la Teoría crítica feminista. Ha investigado sobre la vulnerabilidad humana, justicia e igualdad. En ¿Olvidar a Clitemnestra? Sobre justicia e igualdad(2016), su último libro, la filósofa realiza un análisis exhaustivo de las complejas relaciones en el mundo contemporáneo entre justicia e igualdad, desde un punto de vista que la autora considera privilegiado, la crítica feminista.

Desde la socialdemocracia tenemos que hacernos cargo de nuestras inconsistencias y proponer una nueva utopía

Desde la socialdemocracia tenemos que hacernos cargo de nuestras inconsistencias y proponer una nueva utopía

¿Por qué la izquierda democrática ya no enamora tanto a las juventudes? ¿Por qué no canalizan las ideas progresistas a través de los partidos políticos? La vicepresidenta de la Internacional Socialista Joven (IUSY) propone volver a conectar con las preocupaciones, necesidades y aspiraciones de las juventudes.

«Friday for Future» es una expresión global de participación juvenil reclamando medidas frente a la crisis climática.

En todo el mundo las derechas avanzan, es un fenómeno que se manifiesta en distintas geografías, tanto que parece una obviedad decirlo. No es original ni exclusivo de nuestra época, y en cada momento tuvieron sus particularidades. Nos tienen que preocupar en tanto y en cuanto representan una idea del mundo, de la vida y de la sociedad que, a quienes pertenecemos al amplio arco de la izquierda democrática, nos resulta vergonzoso. Frente a ello, recaen sobre nosotros dos tareas inexorables: hacernos cargo de nuestras responsabilidades e inconsistencias y animarnos a proponer una nueva utopía.

En términos objetivos, la desigualdad en todo el mundo alcanza tasas alarmantes, nuestra casa común cada día presenta serios riesgos de fragilidad frente al avance estrepitoso de la degradación del medio ambiente, las condiciones laborales, lejos de evolucionar en un sentido positivo y de conquistas, se tornan cada vez más abusivas y precarias.

Es decir, las generaciones más jóvenes, que no vimos momentos de plenitud del Estado de bienestar, pero que pudimos disfrutar muchas de sus conquistas, somos espectadores de que muchas de las cuestiones que parecían estar definitivamente consolidadas han desaparecido o se encuentran en crisis.

De ahí que tenemos plena conciencia de los supuestos mínimos e irrenunciables que deben garantizar los Estados en orden a derechos sociales, económicos, políticos y culturales, y no podemos consentir que quienes se encuentran al frente de los mismos, bajo una batería de justificaciones, nos digan que los presupuestos no alcanzan, que no es posible reducir inequidades, y que, en el mejor de los casos, se preocupen solamente de mantener un status quo intolerable y creciente.

FALTA DE EXPECTATIVAS SOBRE EL FUTURO

Las generaciones más jóvenes vivimos en un mundo que no entiende del respeto al tiempo, que no sabe lo que es una pausa. La tecnología nos induce a estar todo el día conectados, a lo líquido, efímero e instantáneo. Pareciera que todo se reduce a un tweet, una foto o a un reel sobre lo que nos sucede. ¿Es realmente lo que comunicamos en redes, lo que nos pasa? Lo que mostramos ocurre porque la monocromía de la sonrisa al calor de los dictados mediáticos, esconde una dictadura del éxito, la ideología que tolera y moldea en base a rostros o experiencias de presunta felicidad. Subirse desde ese mandato, nos da comunidad. Aquí (de manera ubicua) y ahora. El futuro es incierto e inestable por tanto genera incertidumbre, tanto, que es mejor no avanzar. 

Estamos llamados a canalizar nuestra energía y superar la oferta de partidos políticos vetusta, burocráticos, liderados por mayores, especialmente varones, que en nada interpela a las juventudes.

Esta falta de expectativas hacia lo porvenir obtura proyectos de mediano y largo plazo, utopías colectivas, gestas transformadoras. Esta es nuestra gran responsabilidad como socialdemócratas: la ausencia de un claro mensaje esperanzador. No alcanzar la denuncia, la visión de un mundo mejor de realizaciones es nuestra tarea. 

Traigo a Pablo Stefanoni en su libro “¿La rebeldía se volvió de derecha?” cuando nos dice que las derechas le disputan a la izquierda la capacidad de indignarse frente a la realidad y de proponer transformaciones posibles. Esto es así, en parte, porque la izquierda milita una normatividad políticamente correcta, lo que hizo que perdiera su histórica imagen de desobediencia y rebeldía.

Aparecen, entonces, derechas que se ubican por fuera del conservadurismo tradicional y llevan adelante prácticas de cuestionamiento que han sido propia del sentido común del progresismo, resultando por ello mismo disruptivas. 

Es decir, hoy hay derechas que generan tensión al interior de su propio campo porque trabajan temas de justicia social, igualdad de género, ambiente, por nombrar algunos, y que descolocan a las fuerzas que tradicionalmente eran las voces cantantes sobre estos temas.

La derecha está logrando captar a las juventudes inquietas con un mensaje de individualismo y libertad personal, muy diferente a la rigidez de los partidos políticos tradicionales.

El panorama, a las claras, complejiza la capacidad de las izquierdas democráticas de atraer militantes y votantes jóvenes. La derecha está logrando captar a las juventudes con inquietudes por una variedad de razones.

Una posible explicación es que a menudo ofrecen un mensaje de individualismo y libertad personal, que puede ser atractivo para los jóvenes que buscan definir su propia identidad y expresarse de manera única. Sumado a ello, promueven políticas económicas que, bajo las falsas bondades del libre mercado, atraen a quienes buscan oportunidades para emprender y tener éxito individual, tan valorado en escenarios donde lo colectivo no nos conduce a ninguna parte. 

No es justo ni moralmente aceptable que en la era de mayor desarrollo tecnológico y educativo, los y las jóvenes no tengamos derecho (y no obligación) a ser felices, no tengamos derecho al tiempo del disfrute.

Pero no todo es tan desesperanzador, puesto que existen una gran cantidad de jóvenes que luchan por revertir esta situación. Sobrados ejemplos de ello hay en nuestro país y en el mundo. Frente a las diferentes crisis del capitalismo, las organizaciones de las juventudes se hicieron presentes en el Occupy de Wall Street, en el hartazgo de Chile que obligó a reformar la Constitución, las movilizaciones contra el golpe en Perú protagonizadas por el movimiento estudiantil, las marchas por el Friday for Future, las organizaciones de mujeres jóvenes por el derecho al aborto y a vidas libres de violencia, y más recientemente, no solo en la Argentina sino en todo el mundo, las manifestaciones por la defensa de la salud pública y sus trabajadores luego de las pandemias.

El listado es innumerable, en cada rincón del mundo hay semillas de libertad, transformación y futuro. Hay juventudes movilizadas jugando un rol central en la denuncia y modificación de las condiciones en las que vivimos y tratando de conformar una agenda que potencie cambios en el tiempo.

OFERTA DE PARTIDOS VETUSTA

Entonces, no es tanto que los jóvenes en su conjunto no se involucran, porque la realidad nos demuestra que si se conmueven y empatizan con situaciones que les duele, o con causas que creen merecen la pena para vivir vidas más plenas y libres. El problema es que aquellos que comparten nuestra mirada del mundo, que defienden causas comúnmente progresistas, no canalizan su activismo vía partidos políticos. 

Ante este escenario, estamos llamados a canalizar nuestra energía y superar la oferta de partidos políticos vetusta, burocráticos, liderados por mayores, especialmente varones, que en nada interpela a las juventudes. Aquí reside el desafío.

Rompamos nuestra burbuja, dejemos los discursos pesimistas y abracemos la idea de que un mundo mejor no solo es posible, sino necesario. Estamos pisando el primer cuarto de siglo, como socialdemócratas debemos aspirar a que la política del siglo XXI se haga cargo de frenar las desigualdades. No es justo ni moralmente aceptable que en la era de mayor desarrollo tecnológico y educativo, los y las jóvenes no tengamos derecho (y no obligación) a ser felices, no tengamos derecho al tiempo del disfrute. Hay que volver a conectar con las preocupaciones, necesidades y aspiraciones de los jóvenes, proponiendo vías de transformación posibles. Y finalmente, hay que hacerlo con la convicción de que se puede, de que nuestra herencia ideológica nos exige poner a la persona en el centro, que nuestra existencia sea humana, sea vivible.