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Danilo Martuccelli: «El carácter unívoco y altamente ideológico del relato hegemónico de la modernidad occidental implosionó»

Danilo Martuccelli: «El carácter unívoco y altamente ideológico del relato hegemónico de la modernidad occidental implosionó»

Danilo Martuccelli es uno de los sociólogos latinoamericanos más destacados, su producción indaga diferentes aspectos de la sociedad contemporánea y propone una mirada heterodoxa de la teoría social. Sobre su último libro, conversó con Ignacio Trucco para La Vanguardia.

Para los interesados en el estudio científico de la sociedad, probablemente sea una condición general, el estar a la expectativa de nuevas lecturas que permitan un cambio en el observador capaz de modificar la naturaleza de aquello que se somete a estudio. El enriquecimiento de conceptos, la articulación de elementos inconexos, la apertura de nuevos territorios, el redimensionamiento de hechos y procesos históricos, etc. son experiencias estimulantes que ofrece la lectura de Introducción heterodoxa a las ciencias sociales, de Danilo Martuccelli (Siglo XXI, 2020).

Se trata de una introducción que, en rigor, busca explicitar un criterio de lectura, compuesto por diferentes tesituras sobre el desarrollo de la era moderna y de los modos en que fue comprendida e interpretada en su proceso de desarrollo. En rigor, constituye un ensayo en el que el autor proyecta una resignificación de este momentos de la historia, abandonando la unilateralidad de las hipótesis proyectadas desde aquellos espacios que lo lideraron a partir del siglo XVIII, incluso situando el proceso de modernización en un plano de cierta conmensurabilidad con las civilizaciones de la antigüedad, mostrando cómo todavía marcan con su huella los rasgos del presente.

Pero uno de los aspectos más interesante del ensayo se encuentra probablemente en que trata de evitar con su crítica arrojar el niño con el agua de la bañera. Es decir, caer en una negación oblicua de la modernización como proceso histórico civilizatorio, que se sustenta en una peculiar forma de universalidad muchas veces difícil de definir con claridad. En dicho marco la experiencia de percibir formas futuras y variadas de modernización se convierten en una tarea explícita y estimulante que, al menos para América Latina, constituyen una tarea filosófica y sociológica de primer orden.

En esta entrevista para La Vanguardia con el autor repasamos las tesis principales contenidas en la obra y las discusiones que intenta dar.

Este podría ser el punto de llegada de la entrevista, de hecho recién en el sexto y último capítulo del libro Introducción heterodoxa a las ciencias sociales el tema es tratado. Sin embargo, me gustaría tomarlo como punto de partida, ya que lo considero un horizonte conceptual de primer orden, y ello quizá nos permita profundizar de un modo más directo en sus implicancias. Concretamente, usted introduce un concepto que no es estrictamente nuevo pero que ha sido poco explorado: la idea de múltiples modernidades, expresión inmediatamente sugerente ante el extendido sentido común que establece una estrecha equivalencia entre modernidad, ilustración, cultura europea noroccidental de tradición protestante, siguiendo la estela weberiana, y capitalismo con predominio británico y estadounidense ¿Qué significa, en este contexto, la idea de múltiples modernidades?

La noción fue propuesta por Samuel N. Eisenstadt en el año 2000, y desde entonces ha sido diversamente reformulada (Charles Taylor habla de alter-modernidades) o prolongada en varios otros trabajos acerca de las entangled modernities (las modernidades entrelazadas). A pesar de las críticas, a veces justas, que la noción ha recibido, es importante reconocer su novedad y fuerza heurística en relación con el pasado.

Como lo señala en su pregunta, en las ciencias sociales se impuso tempranamente la representación de una modernidad, un proceso de modernización. Todas las teorías sociales denominadas clásicas suscribieron a este modelo. La modernización, más allá del uso específico del término, se asoció con el papel dirigente de las burguesías nacionales, la industrialización y el capitalismo, la expansión progresiva de los poderes infraestructurales de los Estados. La sociedad moderna fue asociada con un conjunto limitado de dimensiones institucionales (mercado, Ilustración, individualismo, modernismo cultural, etc.). En ambos casos, como lo indica justamente en su pregunta, la realidad social de ciertos países, sobre todo algunas sociedades europeas (Inglaterra, Francia, Alemania) y los Estados Unidos fueron considerados como los únicos modelos posibles.

«La importancia de la noción de modernidades múltiples debe entenderse sobre el telón de fondo de esta historia. Por primera vez se impuso claramente otro modelo de análisis: diversas modernidades, varias modernizaciones. Se reconoció, mucho mejor que en el pasado, la existencia de una pluralidad de vías exitosas de modernización (lo que se ha teorizado, por ejemplo, a través de los diversos capitalismos)».

La crisis del liberalismo en las primeras décadas del siglo XX, la Revolución rusa y los regímenes fascistas modificaron los términos de la ecuación. Aunque hubo que esperar hasta la década de 1960 para disponer de una teorización satisfactoria de la diversidad de los procesos, lo esencial del siglo anterior se analizó a través de una nueva ecuación: una modernidad, varias vías de modernización.

En simple: si el “punto de llegada” siguió siendo la sociedad moderna y el conjunto específico de sus instituciones (lo que se caracterizó en el periodo por lo general como la “sociedad industrial”), se reconoció la existencia de una pluralidad de vías de modernización (capitalismo, comunismo, revoluciones “desde arriba”, regímenes autoritarios modernizadores, etc.).

La importancia de la noción de modernidades múltiples debe entenderse sobre el telón de fondo de esta historia. Por primera vez se impuso claramente otro modelo de análisis: diversas modernidades, varias modernizaciones. Se reconoció, mucho mejor que en el pasado, la existencia de una pluralidad de vías exitosas de modernización (lo que se ha teorizado, por ejemplo, a través de los diversos capitalismos).

Pero, se reconoció sobre todo y esto fue una novedad, la existencia de varias sociedades modernas: o sea, de configuraciones institucionales muy distintas entre sí. Si los desafíos eran similares, las respuestas institucionales aportadas y buscadas por las distintas sociedades podían ser muy diferentes entre sí. Las modernidades (y no solo la modernización) se volvieron múltiples.

Este es el universo heurístico dentro del cual se libran los grandes conflictos de interpretación contemporáneos en lo que atañe a los fenómenos modernos. En concreto: se deshace la idea de la existencia de un solo “punto de llegada” (“la” modernidad –sobreentendida occidental) y se reconoce la pluralidad de configuraciones institucionales modernas.

Otra de las ideas importantes que están incorporadas en la obra puede ser definida, o al menos así lo interpreto yo, que la descomposición de la modernidad unívoca no solo es un problema de un sociólogo o filósofo particular. Por el contrario, se trata sobre todo de un proceso histórico general en la que la realidad misma va desmintiéndola, corriendo un velo ideológico, que, en todo caso, luego los sociólogos o filósofos explicitan. ¿Cómo podrían resumirse retrospectivamente esos grandes movimientos históricos que tienen por función develar un sentido de la modernidad más amplio y plural?

La historia intelectual de la modernidad es inseparable de la historia social y sobre todo de la geopolítica de los siglos XIX y XX. Sin menoscabo de la autonomía relativa de las ciencias sociales, en este ámbito, tal vez mucho más que en otros, la dependencia de las ideas con los entornos de poder es decisiva.

Esto explica la manera en que los problemas fueron planteados. Dada la superioridad económica y militar que alcanzaron ciertas sociedades occidentales modernas a lo largo del siglo XIX y que lograron mantener con diversas modalidades coloniales o neocoloniales durante buena parte del siglo XX se impuso como una evidencia, indisociablemente intelectual y política, la idea de una modernidad unívoca. Sólo los países occidentales eran modernos. Los otros países del mundo estuvieron condenados a diversas formas de dominación y dependencia.

La teoría social estuvo estrecha y férreamente enmarcada por esta situación geopolítica. Las grandes preguntas se desprendían casi directamente de este estado de los hechos. Esto explica la venerable pregunta de Max Weber en 1904: ¿por qué la modernidad se desarrolló en Occidente y solo en Occidente? Esto explica el proyecto común a la gran mayoría de las élites de los otros países del mundo de ponerse al día, de adoptar las instituciones de la modernidad (occidental), de realizar revoluciones “desde arriba”, más tarde “desde abajo” con el fin de reducir la brecha con los países modernos o desarrollados. En ello se expresaban los contenidos que se le daba a la emancipación, pero sobre todo a la soberanía nacional. Para las élites de los países no occidentales, la modernización (económica, cultural) era un imperativo nacional: en su ausencia, el destino solo podía ser la sujeción.

La realidad geopolítica del siglo XX y aún más la de inicios del siglo XXI, han alterado radicalmente las coordenadas de la problematización moderna, corriendo el velo como bien señala en su pregunta de la modernidad unívoca. O sea, la noción de modernidad múltiple, para retomar esta expresión, es indisociable de la historia social efectiva. La teoría social mainstream occidental pudo desconocer primero y neutralizar luego (como “anomalía”) el hecho que Japón se convirtió en un país moderno desde fines del siglo XIX.

Para neutralizar analíticamente esta “anomalía” se buscaron equivalentes funcionales: el papel que el protestantismo jugó en el advenimiento de la modernidad occidental lo habría desempeñado por ejemplo de manera análoga el confucianismo en la sociedad japonesa, etc. Pero este tipo de razonamientos ad hoc estallaron a medida que otros países, sobre todo en Asia (tras Japón, Corea del Sur, China a pesar de sus contradicciones, los “tigres” y los “dragones”) conocían formas aceleradas e intensivas de modernización.

Frente a la multiplicación de experiencias de este tipo, el carácter unívoco y altamente ideológico del relato hegemónico de la modernidad occidental implosionó.

«Muchos de los grandes conceptos de la teoría social moderna tienen por vocación explicar conjuntamente la superioridad y la especificidad de la modernidad occidental: piénsese en el diagnóstico del paso de la comunidad a la sociedad, o en la tesis del desencantamiento del mundo y la secularización. El objetivo siempre es el mismo: dar cuenta y apuntalar una superioridad civilizatoria».

Otra de las ideas que se desarrollan en tu trabajo, es la de situar a la modernidad occidental con relación a otros momentos de las grandes civilizaciones, en una estela en donde más allá de las obvias y enormes diferencias, se ponen en evidencia ciertas continuidades. En esta línea argumental llegas a preguntarte si el camino noreuropeo protestante fue la excepcionalidad necesaria para la formación del mundo moderno. Pueden pensarse desde otras coordenadas culturales las bases de un proceso de modernización alternativo, ¿cuáles serían esas coordenadas?

Antes que se imponga el relato hegemónico occidental moderno en el siglo XIX, la diferencia y a veces la oposición o conflicto entre civilizaciones fue el humus ordinario de la mayor parte de las grandes representaciones colectivas. Los estereotipos civilizatorios son una constante en la historia humana. Los unos y los otros se percibían desde sus diferencias y extrañezas culturales o religiosas como persas o romanos, judíos o griegos, chinos o indios, turcos o rusos. Y por supuesto como españoles o indígenas o africanos.

O sea, en la medida en que los imperios han sido –de lejos y durante milenios– la principal forma política en la cual se desenvolvió la historia humana, esto da cuenta de la fuerza de las fronteras entre civilizaciones. El gran pensador tunecino del siglo XIV, Ibn Jaldún, uno de los “primeros sociólogos” como a veces se afirma, comparó, por ejemplo, en varios momentos de su obra las evoluciones en tierras del islam con las que se daban en tierras cristianas.

Sin embargo, si las civilizaciones se percibían como diferentes, no siempre se percibieron como superiores. Por supuesto, siempre hubo estereotipos y prejuicios; varias veces se rechazó las costumbres o las religiones ajenas (aunque muchas otras veces, las diversidades culturales cohabitaron dentro de los mismos imperios). Pero todo esto, incluso cuando se desconfiaba o descreía de los dioses ajenos, no se percibió esencialmente en términos de superioridad.

Aquí se produjo la gran cesura civilizatoria propiamente moderna. Por primera vez, de esta manera y con esta virulencia, una civilización se pensó como radicalmente superior a todas las otras. Radicalmente, o sea desde su raíz. Los grandes ítems del relato hegemónico occidental moderno fueron construidos para apuntalar este sentimiento de superioridad. Es el caso de la idea de realidad objetiva: que solo la ciencia moderna conoce en claro contraste con las formas “mitológicas” del saber propias a otras épocas.

También el de la resemantización de la noción de civilización que terminó identificándose con la sola modernidad y sus costumbres. O, por ejemplo, el de la visión racista de la supremacía blanca y la invención de la raza como inferioridad biológica entre los seres humanos. Como lo indica en su pregunta, es en esta estela como debe comprenderse la tesis de Max Weber sobre la excepcionalidad de la modernidad occidental y del espíritu del capitalismo interpretados desde la ética protestante.

No son casos aislados. Muchos de los grandes conceptos de la teoría social moderna tienen por vocación explicar conjuntamente la superioridad y la especificidad de la modernidad occidental: piénsese en el diagnóstico del paso de la comunidad a la sociedad, o en la tesis del desencantamiento del mundo y la secularización. El objetivo siempre es el mismo: dar cuenta y apuntalar una superioridad civilizatoria.

Esta nueva representación jerarquizada de las civilizaciones fue sobre todo y por supuesto una consecuencia de la revolución industrial y de su prolongación geopolítica. No se puede entender la historia de los dos últimos siglos sin reconocer la centralidad de este proceso. La superioridad fáctica y de poder de la modernidad occidental no fue solamente un sentimiento: fue una consistente realidad histórica. Esto es, como lo señalé hace un momento, lo que las élites de los otros países del mundo no tardaron en comprender.

El nuevo escenario geopolítico actual del cual, a su manera, intenta dar cuenta la tesis de las modernidades múltiples (u otras teorizaciones afines), transforma, aquí también, el marco de las disputas y de las representaciones. Lo que fue durante casi dos siglos una evidencia –la superioridad de la modernidad occidental– es puesto en cuestión conjuntamente por los cambios históricos y por la consolidación de nuevas sensibilidades intelectuales.

Resultado: el cuestionamiento del presupuesto de la superioridad moderna occidental se traduce en una suerte de “retorno” a los debates del pasado. Las civilizaciones son distintas entre sí, no necesariamente superiores.

Este es el telón de fondo de los principales debates culturales del mundo contemporáneo. Cuando se deja de creer en la superioridad intrínseca, y en todos los ámbitos, de la civilización moderna occidental, la historia se abre irremediablemente a una diversidad de polémicas sin término posible, porque no existe más una identidad civilizatoria juzgada como superior capaz de zanjar las controversias. La modernidad sigue siendo una civilización de combate, pero de ahora en adelante lo es bajo un nuevo cuño: ya no lo es más desde la superioridad, sino en creciente situación de igualdad con otras civilizaciones.

Resultado: desde la Revolución iraní de 1979 se producen revoluciones antimodernas. O sea, lo que está en discusión ya no es solamente la mejor vía de modernización (como fue el caso de la revolución rusa o china, pero también en Cuba), sino los presupuestos mismos de la civilización moderna (secularización, individualismo, etc.). Hay que comprender bien la profundidad del cambio que vivimos: desde el tribunal de la Historia y del Progreso las insurgencias contra la modernidad estaban condenadas al fracaso (“murmullos” llega a escribir Weber). Cuando se pierde la fe en el carácter ineluctable de la modernidad, cuando su superioridad fáctica es puesta en entredicho, los debates civilizatorios y axiológicos se vuelven otramente aporéticos y conflictivos.

Las controversias sobre la universalidad de los Derechos humanos, cuestionados desde el islamismo radical, el neoconfucianismo o el asiatismo, son la principal ilustración, pero no la única. Desde la alteridad civilizatoria a la modernidad se reivindican otros modos de vida (piénsese en los movimientos del Buen Vivir en América Latina).

Desde los estudios ontológicos se valorizan o rescatan ontologías diversas a la que impuso la modernidad (se establecen otras fronteras entre la cultura, la naturaleza, la sociedad; se reconocen nuevos seres vivientes como las montañas o los ríos). Desde la epistemología se defiende la legitimidad de otras formas de saber irreductibles al solo conocimiento científico moderno (saberes de experiencia, otras medicinas, etc.).

Al perder la evidencia de su superioridad, la civilización moderna se vuelve el teatro de nuevas y muy grandes pugnas. El reconocimiento de la responsabilidad del dogmatismo positivista moderno y del cientismo en los desafíos ecológicos actuales desestabiliza la antigua arrogancia de los guardianes de una cierta ortodoxia moderna.

El abanico de las posibilidades históricas vuelve a abrirse. La civilización moderna al perder la evidencia de su superioridad se vuelve una civilización entre otras. La misma civilización moderna al desprenderse de su fe en antiguos postulados y dogmatismos se convierte en un campo de batalla y de controversias (culturales, ecológicas, ontológicas, epistemológicas) como nunca antes.

En el marco de tu crítica a las ideas convencionales que circunscriben a la idea de modernidad a la formación social dominante, surge una crítica más o menos inmediata a los responsables de haberla teorizado y estudiado bajo los cánones del método científico, es decir, de las ciencias sociales en general. ¿Qué implicaría, desde tu punto de vista, una reinicialización (según tu propia expresión) de las ciencias sociales asumiendo la premisa de las modernidades múltiples?

La pregunta tiene por lo menos dos grandes declinaciones y supone ir más allá de la tesis de las modernidades múltiples propiamente dicha. Es la univocidad del relato histórico hegemónico –y sus efectos heurísticos– lo que debe variar.  Por un lado, representar y enseñar distintamente el “antes” del advenimiento de la hegemonía occidental moderna. Por el otro lado, repensar las transformaciones del mundo contemporáneo a la luz de la crítica a la a crítica a la cual las nociones de modernidad-modernización han sido sometidas.

“Antes” del advenimiento de la modernidad occidental propiamente dicho el mundo conoció diversas modalidades imperiales, lo que obliga a cuestionar la idea de la existencia de una primacía occidental perenne en la historia. No solo hubo zonas del mundo con modalidades imperiales simultáneas desconectadas entre sí (el imperio romano y la dinastía Han en China), sino que la misma experiencia imperial romana se estructuró en torno al Mediterráneo (África del Norte, Irán –Persia en la época–, Turquía –Constantinopla–, Europa del Sur –de la península ibérica provienen todos los mejores emperadores del siglo II de nuestra era).

O sea, el imperio romano no fue “occidental”: los países europeos que se anexaron esta denominación en el siglo XIX (Francia, Inglaterra, Alemania) fueron en la época zonas conquistadas por los romanos o pobladas por “bárbaros”. En ambos casos, su papel en la conducción de la historia mundial fue periférica. Y luego, hubo otras sendas experiencias imperiales con amplias proyecciones geopolíticas que tampoco fueron occidentales: el Imperio persa reconstituido entre los siglos II y VI de nuestra era; la expansión del islam desde el siglo VII; el breve, pero muy extendido imperio mongol; más tarde el imperio otomano hasta fines del siglo XIX o las diversas configuraciones imperiales en Rusia desde Iván el Terrible. Todo esto excede (y no solo precede) a la hegemonía occidental moderna. Aún más, aunque sea objeto de controversia entre especialistas, existen buenas razones para pensar que el verdadero “centro” imperial del mundo desde el siglo XIII-XIV hasta fines del siglo XVIII estuvo en China.

Traigo a colación lo anterior porque una de las consecuencias del relato hegemónico occidental moderno fue que hizo “olvidar” esta historia. O mejor dicho la neutralizó en muchos casos y produjo tergiversaciones analíticas en otros. La modernidad propició una escritura de la historia mundial ampliamente sesgada, bajo una durable, pero en los hechos inexistente primacía occidental. Es la primera respuesta a su pregunta: retrospectivamente la realidad contemporánea de las modernidades múltiples, pero también el cuestionamiento geopolítico de la modernidad occidental invita a una relectura crítica y renovada del pasado mundial.

Reconocer estas realidades implica una auténtica reinicialización de las ciencias sociales. ¿Por qué recurrir a un término tan pomposo? Porque creo que esto es lo que en último análisis está en debate. Hemos terminado por darlo como una evidencia, pero en la gran mayoría de las Facultades de ciencias sociales la historia que se imparte “comienza” en el siglo XVIII (con las dos revoluciones, francesa e industrial) y se circunscribe (o en todo caso irradia) desde un número muy reducido de experiencias nacionales.

Cuestionar el relato hegemónico occidental moderno exige repensar el pasado y abrir las ciencias sociales a otras temporalidades históricas. En este punto, ha habido incluso una auténtica regresión. Los sociólogos clásicos occidentales tenían una visión histórica amplia; desde la segunda mitad del siglo XX, la sociología no cesó de restringir su horizonte histórico.

Voy ahora al segundo proceso: las revisiones críticas acerca de la modernidad en las últimas décadas nos obligan a variar, en el presente, nuestras grandes representaciones sociales. Me limito a señalar dentro de una muy larga lista, algunas ilustraciones entre otras. En primer lugar, el relato mismo de la modernidad ha sido sometido a examen: se ha impuesto la idea de rupturas dentro de la misma modernidad.

O sea, la historia ya no se concibe más desde una sola y única cesura (entre la “comunidad” y la “sociedad), sino que se representa atravesada por una multiplicidad de cesuras (sociedades postindustriales, postmodernidad, hiper-modernidad, sociedad informacional, segunda modernidad, etc.). Aunque ciertas voces críticas a veces lo descuidan, la modernidad ha dejado de ser un bloque.

En segundo lugar, esta vez desde lo que algunos denominan el Sur Global, se han producido nuevas teorizaciones acerca de la modernidad. En algunas de ellas, como en los estudios postcoloniales indios o los trabajos decoloniales en América Latina, la crítica de la modernidad privilegia lo cultural sobre lo económico, y la geografía por sobre el tiempo.

En analogía con estos desarrollos, también se pueden evocar los trabajos sobre las entangled modernities. Lo nuevo: la modernidad no se piensa más de manera endógena, como un proceso restringido a ciertos países occidentales y que desde ahí “irradió” hacia el resto del mundo. Desde su formación (en el siglo XVI según los decoloniales, en el siglo XVIII según los postcoloniales) la modernidad es pensada desde la pluralidad de interrelaciones entre las diversas regiones del mundo.

La visión de la historia varía profundamente con respecto a los trabajos pioneros de los sistemas-mundo de décadas anteriores. Al punto que, por ejemplo, se propaga entre ciertos estudiosos chinos una contra visión de la historia moderna: lo que los occidentales llaman la “modernidad” no habría sido sino una turbulencia (de finales del siglo XVIII hasta las primeras décadas del siglo XXI) periodo en la cual, dada la dificultad o el retraso de China con respecto a la primera y segunda revolución industrial, este país perdió centralidad planetaria. Una brecha que, si seguimos este relato, estaría en curso de reabsorberse haciendo, otra vez, de China el “Imperio del centro”.

En tercer lugar, es indispensable asumir, esta vez en una dimensión sincrónica a nivel planetario, las variantes regionales de la modernidad. Dicho de otra manera, asumir la necesidad de pensar la diversidad de los itinerarios de la geomodernidad. Para lograrlo, es necesario disponer, incluso a distancia de la complejidad de los procesos históricos, de relatos simplificados, de representaciones que incluso a riesgo de cierto esquematismo permitan mapear diversas configuraciones a nivel mundial. Muy rápidamente, es a lo que se aboca el capítulo ­6 al cual hizo referencia en su primera pregunta.

La misma modernidad occidental deja de ser única (el “Occidente”), y se imponen representaciones que señalan la gran diversidad existente dentro de las modernidades occidentales múltiples (diferenciando la especificidad de la trayectoria de Estados Unidos, distinciones entre los diversos países europeos, reivindicando “modernidades tempranas” iberoamericanas, etc.).

Al lado de este conjunto, se puede distinguir otro grupo de países que, hasta hace poco dependientes o periféricos, han logrado una puesta al día industrial exitosa (varios de países del sudeste asiático, Japón, Corea del Sur, etc.), todas ellas experiencias que entrañan un cataclismo para la concepción exclusivamente occidental-céntrica de la modernidad. Paralelamente se vislumbra otro bloque, un conjunto altamente heterogéneo de países (Rusia, India, las sociedades arabo-musulmanas, Turquía) cuya historia pasada y presente puede aprehenderse, muy esquemáticamente, a través de un combate permanente entre “modernizadores” y “tradicionalistas”, sociedades atravesadas por diversas y profundas actitudes de ambivalencia (a veces auténticos desgarramientos identitarios) con respecto a la modernidad.

Finalmente, es posible pensar, siempre a muy grandes rasgos, que la situación de África subsahariana y de América Latina presenta problematizaciones similares: inserción dependiente, subalterna y periférica en el sistema-mundo de la modernidad, ensayos infructuosos de modernización.

En cuarto y último lugar, pero los conflictos de interpretación no cesan de multiplicarse, la historia de las oposiciones y resistencias a la modernidad se ha modificado profundamente. La idea de una modernidad única enfrentada a un conjunto de resistencias todas ellas condenadas al fracaso es remplazada, aquí también, por visiones más complejas. Se diferencian entre distintas actitudes contra-modernas y anti-modernas; neo-modernas en ruptura con las tesis ortodoxas de la modernidad positivista; se rescatan versiones alternas de la Ilustración (sobre todo los trabajos sobre la Ilustración radical); se proponen versiones iliberales de la democracia; críticas propiamente modernas hacia el productivismo, etc.

No alargo los ejemplos. Esto es lo que creo hay que entender por reinicialización de las ciencias sociales. Romper con la univocidad del relato hegemónico occidental moderno con el fin de reconocer la pluralidad de las trayectorias y la necesidad de nuevos análisis. Este es el telón de fondo de varios de los grandes conflictos de interpretación propios de nuestra época. Todo lo anterior da testimonio, por lo demás, del interés por no decir la centralidad analítica contemporánea de la noción de modernidad. Ninguna otra categoría permite entablar y organizar mejor este conjunto de discusiones a nivel mundial.  

«Esto es lo que creo hay que entender por reinicialización de las ciencias sociales. Romper con la univocidad del relato hegemónico occidental moderno con el fin de reconocer la pluralidad de las trayectorias y la necesidad de nuevos análisis. Este es el telón de fondo de varios de los grandes conflictos de interpretación propios de nuestra época».

Finalmente, me gustaría hacer un ejercicio prospectivo en tres momentos: En primer lugar, identificando el rol que le tocó a América Latina en el proceso histórico de develamiento de las formas más limitadas de concebir la sociedad moderna. En segundo lugar, cuáles son los rasgos que podrían definir a la modernidad que América Latina proyecta. Y, en tercer lugar, en qué condiciones se encuentra América Latina para realizar con relativo éxito este proyecto en el mundo actual.

En lo que respecta al develamiento crítico del relato hegemónico occidental moderno, un papel señero le correspondió sin duda a la escuela de la dependencia en las décadas 1960-1970 y luego a los estudios decoloniales desde inicios del siglo XXI. Pero permítame responder a su pregunta desde un registro histórico más amplio. Me apoyaré sobre un artículo complementario al libro, publicado en el 2021 en la revista Desarrollo económico (“Problematizaciones de la modernidad y de la modernización en América Latina”).

América Latina ha tenido una trayectoria altamente específica en lo que concierne a sus procesos de modernidad y modernización. Hubo, aunque no siempre se lo reconozca, una modernidad y modernización predominantemente política desde inicios del siglo XIX. La historiografía marxista condenó las independencias decimonónicas como meramente formales, o sea, sin modificación efectiva de las relaciones de producción y de las formas de dominio presentes en las haciendas, plantaciones o estancias.

El análisis es justo, pero es solo una parte de la historia. La instauración de la modernidad a través de la matriz jurídica igualitaria individualista, al romper con la matriz corporativa de la era colonial, produjo toda una serie de transformaciones políticas (como la extendida práctica del sufragio) o sociales (demandas de horizontalización interactiva en ciertos círculos culturales o asociativos). Ciertamente, los cambios se revelaron in fine limitados y en el decimonono latinoamericano todo permaneció muy sólido (muy lejos de la afirmación de Marx y Engels para quienes en el capitalismo “todo lo sólido se desvanece en el aire”). Fue la primera tragedia de la modernidad en la región.

Las élites criollas y mestizas adoptaron una vía de modernización esencialmente política que se reveló incapaz de penetrar y transformar el tejido social. La tesis de las ideas trasplantadas señala muy bien lo anterior, pero lo hace descuidando una dimensión central: Alberdi, Sarmiento, Mora en México, Bello en Chile y tantos otros sabían perfectamente que las ideas (la matriz jurídica igualitaria individualista) que intentaban imponer se desdecían con la realidad latinoamericana. Esta distancia define justamente lo propio de su visión específica de la modernización política (adoptar y adaptar las instituciones europeas modernas) y su fracaso a la hora de transformar desde estos principios las relaciones sociales.

La situación cambió desde inicios del siglo XX. Fue el gran pero corto siglo de la modernidad bajo una impronta prevalentemente económica. La historia y los protagonistas son bien conocidos: paso del crecimiento hacia afuera al desarrollo hacia adentro; sustitución de importaciones; regímenes nacional-populares; el desarrollismo; teorías de la modernización propiamente dichas; el modelo centro-periferia de la Cepal; la escuela de la dependencia; la tesis del Estado burocrático-autoritario. El colofón de todo ello es también bien conocido: la industrialización trunca de América Latina.

O sea, la modernización predominantemente económica fue –todo bien medido, todo bien comparado– un fracaso en la región. Desde muy otras coordenadas se repitió el diagnóstico del siglo anterior: de manera análoga, ni la modernización política decimonónica, ni la modernización económica del siglo XX lograron transformar a las sociedades latinoamericanas en sociedades propiamente “modernas”.  

Subrepticiamente, aunque no siempre se lo reconozca del todo, desde fines del siglo pasado y en las primeras décadas del siglo XXI la ecuación volvió a cambiar: la modernización se piensa cada vez más desde una clave predominantemente cultural. Más allá de sus diferencias, es un aspecto en el cual coinciden los decoloniales, los partidarios de la emergencia indígena, los feminismos y los diversos movimientos LGBTQI+, pero también los estudios culturales latinoamericanos.

Una nueva constelación analítica que toma en cuenta los cambios producidos por la expansión de los sistemas educativos, las industrias culturales (de las telenovelas al pop), las tecnologías de la información y la comunicación, las migraciones, por supuesto la centralidad de las experiencias urbanas en la región. La conclusión es sorprendente y disruptiva con respecto a muchas visiones del pasado: se asienta la idea que los individuos en América Latina son modernos. No es un mero juicio de valor. En muchos ámbitos, las comparaciones internacionales dan testimonio claro de lo anterior.

Este es el contexto desde el cual me parece posible esbozar una respuesta a su última pregunta. Por curioso que pueda parecer con respecto a otros análisis, el gran reto contemporáneo de América Latina es lograr que la modernización cultural penetre los otros ámbitos sociales. Esto es el gran telón de fondo de tantos cambios en curso a nivel del sistema político: la ciudadanía demanda que la cultura de los Derechos humanos, los reclamos identitarios, el reconocimiento, nuevos derechos (aborto, eutanasia) penetren efectivamente el tejido social. Pero esto define también uno de los principales impases de la región hoy en día: América Latina es un “gigante” cultural moderno y un “enano” económico moderno.

El interrogante cae de suyo y hace eco a su pregunta por las posibilidades de éxito del proyecto moderno hoy por hoy en la región: ¿cómo se transita de la modernización cultural a la modernización económica? ¿Cómo comprender y enfrentar el desfase entre la creciente modernidad cultural y los muy modestos resultados a nivel de la modernización económica? Una tensión que en ningún país de la región es tan acuciante como en Argentina. Un desfase que es actualmente a la vez uno de los principales puntos ciegos de la teoría social en la región y un formidable horizonte de trabajo para las nuevas generaciones de cientistas sociales.

QUIÉN ES

Danilo Martuccelli es profesor de sociología en la Universidad de París e investigador en la Universidad Diego Portales de Chile. Sus principales temas de investigación son la teoría social, la sociología política y la sociología de la individuación. Autor de una treintena de libros, entre sus publicaciones, disponibles en una decena de lenguas, se destacan Sociologías de la modernidad (1999), Gramáticas del individuo (2002), Forgé par l’épreuve (2006), ¿Existen individuos en el Sur? (2010), Les sociétés et l’impossible (2014) y La condition sociale moderne (2017).

Por un urbanismo feminista: entrevista a Ana Falú

Por un urbanismo feminista: entrevista a Ana Falú

Ana María Falú acaba de recibir el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. Es una arquitecta argentina, activista social por los derechos humanos y por los derechos de las mujeres. Fue Directora Regional del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y asesora a la red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU).

La desigualdad y la violencia de género se expresan en el espacio urbano. El cuerpo como territorio es, a la vez, objeto de violencias y símbolo de resistencias. El urbanismo feminista aporta una perspectiva sustancial que comprende las luchas y las reacciones como parte de un fenómeno en el que intervienen actores diversos y que pone a la desigualdad en el centro de la escena. La extensa trayectoria de Ana Falú como académica y activista desde el urbanismo y el feminismo fue reconocido hace unos días con el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. Buena oportunidad para leer sus reflexiones.

La Argentina está viviendo un proceso inédito. Las mujeres están ocupando un espacio activo en las calles reclamando por sus derechos. ¿La mujer emergió como un nuevo actor social?

Sí, yo pienso que sí. Creo que estamos frente a lo que yo denominaría un nuevo sujeto social emergente. Se trata de un colectivo de voces, un colectivo de jovenas (sic) que ocupan las calles de cada ciudad. Como dice la académica mendocina Alejandra Ciriza, hay que destacar la importancia y la valentía de habernos colocado en público como sujetos colectivos de la acción política. Creo que este es el punto, porque las feministas venimos hace mucho tiempo trabajando y hemos impulsado una nueva agenda radical.

Hemos sido implacables en la defensa de los derechos humanos. Hemos sido consecuentes en colocar la agenda de la igualdad en esa aspiración del desarrollo.

Hemos sacado temas que estaban en la oscuridad como la violencia. Hemos colocado en la agenda de lo público, como diría Habermas, el derecho a una vida sin violencia.

Hemos instalado temas innovadores. Hemos instalado el tema de lo público y lo privado, no solo de la violencia.

Hemos generado conocimiento.

Hemos cuestionado la división sexual del trabajo, la representación y la participación política -en este momento se está planteando la agenda de la paridad, ya no de las cuotas como en los años 90.

Hemos ampliado una agenda de derechos.

Hemos aprendido de la construcción de alianzas.

Hemos instalado legislaciones, leyes de primera y de segunda generación más complejas, vinculando el derecho civil y la criminalización de las violencias.

En definitiva, hay un avance profundo. Pero la pregunta que se impone es: ¿cuál es hoy ese avance concreto? ¿por qué emocionan estas luchas? Porque, esto es claro y evidente, las mujeres y las feministas hemos disputado el poder y los sentidos del poder desde hace muchas décadas.

Pero lo que hoy emociona es que hay un nuevo sujeto colectivo de la acción política. Esto se refleja en NiUnaMenos, un movimiento que no tiene génesis en las feministas, sino que se encuentra en distintas voces -nuevas, jóvenes- que se articulan a través de las redes sociales y que se instalan en lo público. No solo lo hacen de manera masiva, con una bandera fuerte contra los femicidios, sino que se extienden más allá de los límites geográficos, se extienden por toda Iberoamérica, se conocen en el mundo.

De hecho, logran en Uruguay una manifestación de más de 300.000 personas. Eso era algo impensado para nuestro país vecino. Lo cierto es que todas estas manifestaciones –como las del 8 de marzo y la marea verde por el aborto legal, seguro y gratuito– están hablando de este nuevo sujeto social colectivo. Porque, si bien en el caso del aborto se perdió la votación en el Senado, la marea verde fue la ganadora de la contienda. Jóvenes de todos los orígenes, un feminismo popular instalado en las calles, y un reclamo por el derecho a tener derechos sobre sus cuerpos fueron el rasgo distintivo de esa lucha.

Esta descripción puede entroncar con aquella que Alain Touraine y otros sociólogos de la década de 1970 aplicaban para los nuevos movimientos sociales. Es decir, se diferencia de los movimientos sociales clásicos porque incluye estrategias en la disputa simbólica y por la apropiación del espacio público. ¿Es esto así? 

Creo que en torno a esto diría dos cosas. La primera es que estos sujetos colectivos integran el feminismo. Pero además de estos colectivos y de un nuevo sujeto social emergente, se instala un tema en lo público. No es solo lo simbólico. Es la instalación de temas y de agenda. El caso de NiUnaMenos es, quizás, el más paradigmático. Imprime un sello sobre un tema: que no mueran más mujeres por violencia de género.

Asimismo, se instala el tema del aborto seguro, legal y gratuito. Se instalan temas de la agenda avanzada del feminismo. Esto por un lado. Por otro, hay un feminismo popular que va a ingresar en la arena pública. En una entrevista reciente, una mujer de la villa 31 decía que cuando hay marcha no queda ni una joven ni una mujer en la villa, todas están en la marcha. Hay un feminismo popular, de mujeres de los sectores populares organizadas, que van a interpelar también a este simbolismo, a esta política, a estas restricciones sobre los cuerpos.

Y que van a incorporar sus contextos, sus territorialidades, sus cuerpos situados sobre los temas, desde la subjetividades, sobre los temas del aborto, sobre la participación, sobre las identidades, las identidades sexuales, las urbanas, las rurales, las indígenas, las negras. Aparece una diversidad, un reconocimiento a una diversidad de subjetividades, de identidades, que se empoderan y que además van a plantear la demanda de sus ejercicios ciudadanos. Creo que ese es un punto muy importante.

«Estamos ante un Estado de derecho debilitado, jaqueado por grupos conservadores que quieren impedir a las mujeres ser dueñas de su vida y de sus decisiones».

La visibilidad, la materialización, el ponerle el cuerpo a este conjunto de demandas implica claramente una disputa y un conflicto. ¿Cómo se gestiona esa disputa por el espacio urbano y por la ciudad entre sectores que están demandando derechos y construyendo un relato que da sustento a esa búsqueda y un orden social que no contemplaba este actor?

Yo creo que ahí hay también distintas cuestiones que me parece que hay que separar. Por un lado, hay distintos relatos. Hay un relato que viene de estas fuerzas nuevas, de este nuevo actor político que es la marea verde y que está planteando la ampliación de los derechos, el corrimiento de los bordes de la democracia y que pone con mucha claridad la consigna de «basta de criminalizar el aborto».

Creo que se levantan banderas muy claras en ese sentido. Ahora, a este relato y a esta fuerza se van a oponer fuerzas conservadoras, y las fuerzas conservadoras trazaron unas estrategias muy fuertes, realmente avanzando por sobre los conceptos de la democracia, porque hasta se permitieron decir «Provincia a favor de la vida». Entonces, hay un Estado de derecho que se debilita. Y esto se vincula también a lo que sucede en la región.

Cuando hay un Estado que se debilita, como en el caso de Brasil en donde hay un golpe institucional, una justicia que ajusticia mediáticamente y no desde la jurisprudencia, todo se complica. Allí, de hecho, asesinaron a Marielle Franco, una líder social y popular que era concejal y luchadora por los derechos de los ciudadanos de las favelas. Una líder lesbiana y socialista que denunciaba el accionar de las fuerzas represivas y de seguridad contra las poblaciones de la favela y que buscaba el reconocimiento del racismo como estructurante de la pobreza. Y Marielle no es la única, hay otras: la hondureña Berta Caceres, las ambientalistas, etc.

Estamos hablando de un Estado de derecho debilitado. Yo creo que cuando aparece una consigna como «Provincia por la vida», con un significante de los pañuelos celestes y con el significante de las voces de los obispos, de las iglesias, evangelistas, judías, todas: porque todas las iglesias participan en esto, hacen un acuerdo ecuménico. En definitiva, al Estado de derecho debilitado yo lo vinculo a esto. Hay una politización reactiva, una reacción a las fuerzas emancipatorias. Hay unos sectores que se organizan muy fuertemente con una matriz sociocultural conservadora.

Van a instalar su discurso, sus intereses, sus prácticas desde distintos lugares. Con discursos en los medios, en las comunidades, en los púlpitos, en las escuelas. Van a sacar las escuelas a las calles. Frente a la fuerza emancipadora, estos nuevos actores sociales estamos vivenciando una reacción política muy fuerte. 

Ana María Falú acaba de recibir el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.

Y este conflicto, ¿cómo se expresa en la geografía urbana? La imagen de la marea verde es probablemente la imagen de ese triunfo, ¿pero es también un cambio en la relación espacial de los actores?

Hay un cambio en la relación espacial en el actor colectivo. Pero yo creo que también tenemos que hablar de que este modelo, de este Estado debilitado, con una justicia cómplice, propicia de alguna manera estas expresiones conservadoras. Está propiciando esta misoginia y esta xenofobia de distintas maneras.

El accionar ecuménico de las Iglesias, la posición de la prensa y su metamensaje desarrollado por y para los sectores conservadores organizados es evidente.  La base de ese metamensaje es esgrimir que las luchas feministas se tratan de una «ideología de género», con lo que intentan afirmar que el feminismo es una “fuerza diabólica”, que es lo mismo que consideran de la “nueva izquierda”. Esto hay que decirlo. Hay grupos organizados que cuentan con muchos recursos.

Creo que, como dice la abogada y politóloga paraguaya Line Bareiro, viene gestándose la construcción del concepto “ideología de género” sobre la categoría analítica de “género” desarrollada por el Vaticano desde la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, que tuvo lugar en Beijing, China, en el año 1995. Acá tenemos exponentes nacionales a los que es mejor no hacerles prensa. Existen y son evidentes. Por lo tanto, hay fundamentalistas de derecha que van a reinterpretar y van a ser muy agresivos y van a argumentar con esta posverdad, con esta falacia. Esto es lo que deriva en expresiones como «con mis hijos no te metas».

Son mensajes que intentan construir temor en la sociedad. Todo su accionar se basa en construir un temor. Desde las poderosas estructuras de las iglesias y también desde el Estado, se ha construido una simbología que reacciona frente a los derechos y los cuerpos de las mujeres. Estos cuerpos de mujeres, estos primeros territorios que son nuestros cuerpos, son de resistencia, de confrontación, de interpelación de esas estructuras y esas ideologías. Son cuerpos que se transforman en poder. 

Allí se vinculan las ideas de cuerpo y territorio, ¿no es así?

Exacto. Porque estos cuerpos nuestros son nuestro territorio. Son ese territorio del que necesitamos reapropiarnos para poder apropiarnos del territorio “casa”, del territorio “barrio”, del territorio “ciudad”, del territorio “metrópolis”. Tenemos que apropiarnos de estos cuerpos puertas adentro, donde todavía la violencia es mayor, y puertas afuera, donde también suceden los femicidios y las violencias como el acoso sexual. Esto es lo que Rita Segato llama el “disciplinamiento masculino sobre los cuerpos”, el «pacto» entre los hombres. Aquí hay una visión capitalista, patriarcal, racista, que busca disciplinar estos cuerpos.

Creo, por tanto, que hay que hablar de estos temas articuladamente. Creo que hay que hablar de las desigualdades que se articulan. Porque vivimos en sociedades que están atravesadas por desigualdades. Estas desigualdades potencian los sistemas del poder. Quieren ubicar a las mujeres en su lugar, quieren controlar esas resistencias de las mujeres. Quieren disciplinar esa emancipación feminista, esa marea verde. Pero, a la vez, los cuerpos de las mujeres asesinadas se transforman en cuerpos políticos de resistencia, en cuerpos que reclaman, que denuncian.

Así como son los cuerpos desobedientes, como decía Lohana Berkins y como dice Silvana Fernández hablando de la población trans. Hay cuerpos desobedientes, y a la sociedad patriarcal no le gustan esos cuerpos desobedientes. Los mira como cuerpos enfermos, no como identidades y subjetividades posibles, reales, deseadas. Entonces, creo que ahí hay también un tema de territorios-cuerpos. Esos cuerpos desobedientes que se convierten en cuerpos que denuncian. Y que denuncian, por ejemplo, el travestismo. Y que irrumpe en la escena pública. Hoy en día, ¿quién no habla de la población LGTBIQ?

Se trató de un proceso

Claro. Pero hace diez años no se hablaba. Hace veinte mucho menos. Entonces, desde una lógica feminista, hemos logrado instalar estos temas en la agenda pública. Esto no quiere decir que no haya resistencias. Resistencias conservadoras.

«No es lo mismo ser una mujer pobre, única responsable del hogar, que ser una mujer de la clase media, que se mueve en su coche con vidrio polarizado y que llega a un barrio donde hay un guardia vecinal».

¿Qué se puede decir sobre las categorías y los abordajes para construir ciudades más seguras para las mujeres, un tema que has trabajado profundamente? 

Ahí tenemos mucho para decir, por supuesto, porque trabajar el tema de las ciudades y la violencia en el espacio público de las ciudades, es como hablar de este continuum de comportamientos que se dan en la violencia que sufren los cuerpos de mujeres, ya sea puertas adentro o puertas afuera. Ese continuum de violencia habla justamente de las relaciones asimétricas, de ese ejercicio del poder, de unos sobre otras. En este caso, sobre los cuerpos de mujeres, de esto que es el disciplinamiento de estos cuerpos en resistencia, estos cuerpos atravesados por una diversidad de identidades. Entonces, ¿qué es lo que quisimos analizar al vincular ciudad y mujer?

Pretendimos pensar el tema de la violencia en el espacio público y cuántas de estas violencias van a generar comportamientos. Una cuestión es la violencia real, la criminalización real, los cuerpos asesinados, acosados, violentados (que no todos se conocen porque sabemos que hay una dificultad en conocer). Esta es una entrada analítica. Necesitamos de múltiples entradas analíticas para estos temas. La otra es la percepción de la violencia y de quiénes son los que aportan y trabajan en construir esa percepción de la violencia.

Desde la educación, que viene en la infancia, restringiendo el espacio de lo público y generando el temor de lo público a las mujeres, a diferencia de impulsar que los varones se ocupen y se apropien del espacio público. Recién ahora las feministas hemos logrado -y este es uno de los éxitos que podemos medir en la movilización de #NiUnaMenos- que las violencias contra las mujeres se vean como un hecho político y público y no como un fenómeno individual. Hasta hace muy poco esto era visto como un hecho individual, como un hecho psiquiátrico, como un hecho de un loco aislado, y no se ponía en el contexto de la construcción de estas violencias, no se ponía en juego el tema de los roles asignados y la ubicación de varones y mujeres en particular. Y esa ubicación es aún peor cuando las características se combinan.

Cuando, por ejemplo, como en el caso de Marielle Franco sos mujer, sos negra y sos lesbiana. Ante eso se evidencia un mayor castigo y un mayor disciplinamiento. Ese es otro componente que nos interesó mucho trabajar con respecto a este programa regional de ciudades seguras para las mujeres, de ciudades seguras para todos y todas. Hemos trabajado también con encuestas del sistema de Naciones Unidas, de Latinobarómetro, para ver qué decía la gente con respecto a la percepción de la violencia, de la criminalidad en general. Y la gente ponía a la criminalidad en primer lugar, por encima incluso del ingreso económico.

Es decir, estaba más preocupada por ello. Y realmente a nosotras nos preocupa cómo se comunican las violencias, por cómo se ubican estos sujetos diversos en esa comunicación de la violencia y cómo se criminalizaba a estos sujetos cuando sufrían violencia. Ejemplo: si una mujer sufría una violación o un acoso, rápidamente en vez de cuestionar el hecho se decía «cómo ibas vestida» «cómo cruzabas una plaza a esa hora». Hoy en día, hay estudios, como el de una serie de autoras catalanas sobre las trabajadoras nocturnas. No me refiero a las trabajadoras sexuales, me refiero a quienes trabajan en comercios, hospitales, en limpieza nocturna, etc. Se estudian las dificultades que tienen para moverse, la accesibilidad en la ciudad con respecto a la percepción del temor, del miedo, siendo mujeres.

Se estudia su dificultad para trasladarse y moverse de noche en el transporte público de manera tranquila. Son muy interesantes los resultados. Repasando, se trata de ver cómo se definen los distintos actores, la diversidad de identidades en juego, la criminalidad real y la criminalidad que se percibe o el temor y su percepción. Y, ¿qué es lo curioso? Cómo actúan los medios frente a esto, cómo hay, de alguna manera, una xenofobia, una misoginia, instaladas en la sociedad, una homofobia. 

Se ha trabajado mucho a nivel internacional con estos temas. Las canadienses han aportado muchísimo con respecto a alternativas a ser trabajadas en el territorio, con participación vecinal, con el ver y ser vistas, con el oír y ser escuchadas, en las señales para saber dónde se está en el momento en el que te sucede algo, porque a veces te sucede algo y no sabés dónde estás parada, porque no hay un cartel que diga cómo se llama la calle en donde estás. Poder escapar, conocer vías de escape. Hay que trabajar sobre los territorios urbanos de manera participativa para ver dónde están los puntos de mayor temor y por qué. Hay que estudiar cuáles son las condiciones físicas, cuáles son las barreras físicas que tienen que trabajar las mujeres.

¿Cómo aparece allí el tema de la desigualdad?

Aparece muy claramente porque ya sabemos que las mujeres no somos todas iguales, porque ya sabemos que estamos atravesadas por distintas identidades, pero también estamos atravesadas por el sector al que pertenecemos, por niveles de educación, por lugares donde habitamos. Entonces no es lo mismo ser una mujer pobre, única responsable del hogar, que ser una mujer de la clase media, que se mueve en su coche con vidrio polarizado y que llega a un barrio donde hay un guardia vecinal. Hay condicionantes y esto es lo que decimos cuando hablamos de los cuerpos situados. Hay contextos, hay una serie de temas que van a transversalizar la situación.

Entonces, hemos trabajado en generar conocimiento sobre el tema de la criminalización y la percepción de la criminalidad; se ha trabajado en los debates conceptuales sobre seguridad e inseguridad; se han conocido las prácticas mejores y promisorias. Hay un documento de ONU Mujeres México que yo elaboré y que trata sobre las prácticas en el tema de violencia en el ámbito público. Se ha trabajado en la implementación de acciones conjuntamente con los gobiernos locales, por ejemplo, en Rosario, en Bogotá, en Recife, en Santiago, en ciudad de México, en El Salvador, en Guatemala. Se han hecho muchos ejercicios -algunos continúan-, se han hecho campañas de sensibilización.

¿Qué quiero decir con esto? Este es un tema que no solo necesita de distintas herramientas, de información fehaciente, de trabajos de análisis de datos, de análisis conceptuales, teóricos, sino que necesita de múltiples actores y de múltiples intervenciones. Estamos frente a un tema complejo, que es un flagelo para la humanidad. Estamos ante un tema que, como dice Gabriel Kessler, no es igual para hombres y para mujeres. La violencia en el ámbito urbano no es la misma.

Él dice que la violencia en el ámbito urbano va a comportarse distinta porque, en general, los hombres que sufren la violencia generalmente son sujetos vinculados a grupos que tienen comportamientos y conductas violentas. En cambio, la violencia que sufren las mujeres es totalmente aleatoria y tiene que ver con este sentido de apropiación, control y poder sobre los cuerpos, del disciplinamiento de los cuerpos de las mujeres. Ahí hay una desigualdad general sobre la que se debe trabajar.

«Es preciso trabajar desde el concepto del urbanismo feminista. Y ese concepto coloca a la desigualdad en el centro de la agenda».

Esto se cruza con la nueva agenda urbana y con el concepto de derecho a la ciudad. ¿Qué pasa hoy con este concepto? ¿Cómo se expresa en las nuevas luchas y demandas?

En principio, destacaría que se ha hecho un trabajo muy interesante vinculado al avance de las voces del feminismo, de las mujeres de base organizada, de los feminismos populares. Este trabajo ha ayudado a entrecruzar la agenda de género con la agenda urbana. A nivel internacional, las organizaciones y las luchas feministas han logrado incidir en los expertos y las expertas que trabajaron en la construcción de un “documento base” que fue discutido y consensuado por los representantes de los 193 estados del mundo. Participamos 14 expertas feministas en el mundo.

A mí me tocó participar justamente en la sección sobre el derecho a la ciudad. No ha sido fácil: ha sido un proceso muy difícil, muy tensionante, sigue siendo difícil, pero creo que hemos logrado introducir no solo el concepto del derecho a la ciudad en la nueva agenda urbana sino también el derecho de las mujeres a la ciudad, el derecho a una vida sin violencia.

Yo creo que lo tenemos que trabajar desde el concepto del urbanismo feminista. Y ese concepto coloca primero la desigualdad en el centro de la agenda. Porque la desigualdad está atravesada por las mujeres, en situación de mayor pobreza que los hombres. El segundo punto es trabajar la calidad de vida, el concepto de la vida cotidiana en el centro de la agenda. Hablar de las demandas que implica la vida cotidiana: el cuidado infantil, el cuidado de los adultos mayores, el cómo transitar en las ciudades, cómo generar mejor calidad en los espacios, no trabajar en una ciudad en función del automóvil sino en la calidad de vida de las personas, volver los niños a la calle, hacer que puedan vivenciar la ciudad y no tenerlos encerrados.

Es decir, un concepto del urbanismo en donde la vida cotidiana esté en el centro de la agenda. Tercero, no omitir a ningún sujeto social. La omisión histórica de las mujeres como sujetos de la planificación pensada en términos de neutralidad no puede regir más. Pero no solo de las mujeres. Tiene que haber una agenda que coloque a la diversidad de los sujetos en el centro.

No puede ser que tengamos una Ley a nivel del Congreso que haya reconocido los matrimonios homosexuales y que no haya una política coherente con ese reconocimiento.

No hay una política habitacional, por ejemplo, que reconozca a la población trans, que reconozca a la población lesbiana o gay. No estoy hablando solo de los hogares liderados por una mujer: creo que tenemos que ampliar y correr esos bordes de la democracia.

Cuando hablamos del urbanismo feminista y de una nueva agenda urbana, no queremos que sea una lista de deseos, sino que sea una nueva agenda que comprometa la participación de las organizaciones sociales, de la academia, de los expertos y expertas. Queremos que sea una agenda urbana que trabaje sobre lo político, sobre el territorio y sobre la construcción de lo simbólico. El urbanismo feminista, como el feminismo, es teórico y es político. Es teórico porque tenemos que construir argumentaciones, porque necesitamos construir debates cada vez más refinados. Y es político porque encierra la utopía de la transformación. Encierra la utopía de un mundo mucho más democrático. Es práctica y es activismo.

Esta entrevista fue publicada originalmente en enero de 2019 en La Nueva Revista Socialista. Gentileza CEMUPRO.

Consulta popular: para ampliar la Corte, sí; pero para temas ambientales, ni lo sueñen

Consulta popular: para ampliar la Corte, sí; pero para temas ambientales, ni lo sueñen

El partido que gobierna la Argentina no quiere saber nada con la posibilidad de que las comunidades sean las que decidan si un emprendimiento potencialmente contaminante debe instalarse o no (“licencia social”). Sin embargo, promueve una consulta popular para que la ciudadanía decida si se debe ampliar la Corte Suprema.

El Presidente anunció que convocará a consulta popular por varios temas candentes. En una decisión inédita en los últimos treinta años, Alberto Fernández anunció que envía al Congreso un proyecto de ley para convocar a una consulta popular en la que pretende que la sociedad argentina dirima varios temas controvertidos: licencia social para que cada comunidad resuelva ante emprendimientos potencialmente contaminantes, sueldos de funcionarios atados al salario mínimo vital y móvil, separación del Estado de cualquier religión, son algunos de los que adelantó.

La noticia sacudió al espectro político esta mañana: es la primera vez, desde aquella histórica consulta realizada por Alfonsín en 1984, que un Presidente decide la convocatoria a una consulta popular, en donde será la ciudadanía la que resuelva algunos de los temas más controvertidos que la democracia no afrontó en estos años y que concentran algunas de las polémicas más fuertes que conmueven a la sociedad.

El único antecedente de una decisión de este tipo lo señaló el propio Alberto Fernández, en el breve mensaje con que anunció la iniciativa: “Esta es una de las cosas que aprendí de Alfonsín”, dijo el jefe del Estado. “Hay problemas que no puede resolver la dirigencia aisladamente, sino que lo debe debatir y decidir directamente la ciudadanía. Así resolvimos de modo definitivo el problema del Beagle en 1984, gracias a la inteligencia y generosidad del Presidente Alfonsín, cuando todavía no estaban previstas constitucionalmente las consultas populares”.

Luego reflexionó: “No puede ser que cada tema decisivo para nuestro presente y nuestro futuro, termine siendo una pelea encarnizada entre posiciones extremas, que en muchos de esos temas las respuestas terminen dejando desconformes a todos, y para peor, que quienes deberían ser los representantes del pueblo terminen sesionando casi a escondidas, o protegidos por vallas y fuerzas de seguridad. La democracia sin duda no es eso, compatriotas. La democracia es que entre todos resolvamos lo que a todos, todas y todes, nos va a terminar afectando”.

A comienzos de junio el Senado de la Nación comenzó a debatir los proyectos de ley presentados por el oficialismo para modificar la ley de convocatoria a consultas populares con el objetivo de “agilizar” los mecanismos para eventuales llamados a este tipo de votaciones junto con las elecciones generales.

FICCIÓN

Apresurémonos a aclararlo: lo anterior no es parte de ninguna noticia sino una ficción de este cronista.

Sin embargo, lo que no es invento es que el partido que gobierna la Argentina se acordó ahora de las consultas populares. En efecto, a través de algunos de los seguidores más fieles de la Vicepresidenta de la Nación, el Frente de Todos promueve en el Senado una modificación a la ley de consulta popular (Ver recuadro). Esa misma ley que hasta el día de hoy jamás se usó.

El peronismo pretende hacerle retoques a esa ley con el objetivo de poder convocar en el mismo proceso electoral de 2023 a un referendo. La intención, según explicó el senador Oscar Parrilli, es que la ciudadanía se exprese respecto de la propuesta de ampliación de la Corte Suprema de Justicia, entre otras iniciativas que tienen pocas chances de prosperar en la actual conformación del Congreso, dada la relación de fuerzas entre oficialismo y oposición. También especulan con una consulta sobre la creación de un fondo con dinero fugado para pagar la deuda con el FMI.

Lo cierto es que la ley vigente 25.432 impide (sabiamente, en realidad) que la convocatoria a consulta ciudadana coincida con una elección nacional: “El día fijado para la realización de una consulta popular, no podrá coincidir con otro acto eleccionario”, establece en su artículo 14. Por eso quieren modificarla: pretenden que el año que viene, junto con la nueva autoridad presidencial y la elección de legisladores nacionales –además de las provincias en las que también se renueven autoridades– se realice una consulta popular por este tema que, como el oficialismo sabe, tiene escasas chances de prosperar en el Parlamento. 

LEY CERO KILÓMETRO

Como es sabido, la ley que regula las consultas populares sigue sin estrenar: hasta el día de hoy no se ha realizado en la Argentina ninguna instancia de ese tipo de alcance nacional.

No obstante, en la Argentina hubo una y única consulta ciudadana. Fue en noviembre de 1984, la que convocó el Presidente Raúl Alfonsín para que la ciudadanía se expresara respecto del acuerdo alcanzado con Chile para garantizar la paz entre ambos países. Todavía no había ley. Por eso aquella consulta no podía ser vinculante, pero dejaría clara la opinión de la ciudadanía. Fue una decisión audaz del mandatario, que confiaba en que la comunidad respaldaría cualquier acuerdo que aventara la posibilidad de conflicto con el país vecino. Habían pasado apenas dos años de la aventura bélica delirante de la dictadura.

Faltaban diez años para que la Reforma Constitucional de 1994 incorporara el referéndum, entre otros mecanismos de democracia participativa, al texto de la máxima ley argentina. Desde entonces (y aunque no faltaron proyectos en el Congreso por variados temas) jamás se realizó una sola consulta ciudadana a toda la población.

“Dejar en poder de las mayorías las decisiones que afectarán su futuro”. Precisamente eso que le niegan a las comunidades en cada conflicto socioambiental.

CON LOS DEDOS DE LA MANO

Sí las hubo, en cambio, en ámbitos provinciales o locales, y siempre con severas dificultades para lograr que se realizaran, dada la hostilidad de los poderes políticos, que (sin grieta en este asunto) no quieren saber nada con que las comunidades decidan. Se cuentan con los dedos de una mano: Misiones (1996), sobre represas, Esquel (2003) y Loncopué (2012) sobre minería, y otra vez Misiones (2014) sobre complejo hidroeléctrico. En todos los casos las comunidades se las “arrancaron” al poder político.

Y ese es uno de los aspectos en los que no hay grieta en la Argentina: ninguno de los dos grandes conglomerados que se presentan como contendientes entre ellos, cree en la capacidad de decidir por su cuenta de las comunidades. Se oponen a la licencia social. 

Quizás porque las pocas veces que se hicieron mecanismos de este tipo a nivel local, siempre obstaculizados por los gobiernos, del signo que fueran, las comunidades les dijeron claramente que no a los poderosos.

Es una razón potente para evitar que el pueblo delibere y decida. Y eso se llama, sencillamente, “elitismo”.

POR QUÉ NO HAY CONSULTAS

Las dirigencias no tienen ningún interés en consultar a la población. En cuestiones ambientales directamente lo rechazan sin medias tintas.

La repentina preocupación por la participación ciudadana la expresó Oscar Parrilli, impulsor del proyecto y conocida “espada” de la Vicepresidenta: “Las leyes que rigen datan del 2000-2002 y desde entonces nunca se hizo una consulta popular”, recordó y aseguró: “Esto quiere decir que el mecanismo no funcionó”. Cierto.

Pero la razón principal por la que no funcionó es la aversión de las clases dirigentes argentinas a la posibilidad de que las comunidades decidan, y en especial, a que lo hagan en aquellos temas en los que la dirigencia sospecha que las comunidades decidirán de manera opuesta a los intereses o decisiones que ya tienen tomadas.

Un ejemplo lo proporcionó la discusión sobre el aborto. Buena parte de la dirigencia plantada en posiciones más cerradas respecto de la posibilidad de legalizar la interrupción del embarazo, creía que la sociedad argentina rechazaba tajantemente la idea. Por esa razón se presentaron numerosos proyectos proponiendo consultar a la ciudadanía para resolver el tema; una docena de iniciativas entre Senado y Diputados[1]. A medida que la discusión social fue mostrando cierta apertura de la sociedad argentina y las encuestas insinuaban que la mayoría de la población aprobaba la despenalización, las mismas voces que habían presentado los proyectos fueron apagándose.  

Ninguno de los dos grandes conglomerados que se presentan como contendientes entre ellos, cree en la capacidad de decidir por su cuenta de las comunidades. Se oponen a la licencia social. 

PARADÓJICO

Por todo eso es raro que el peronismo se acuerde ahora de las consultas populares.

Y es notable: se trata del mismo partido gobernante que se opone terminantemente a la posibilidad de instrumentar mecanismos de licencia social (un reclamo recurrente ante cada conflicto socio-ambiental), es decir que no concibe la posibilidad de que las comunidades sean las que decidan si un emprendimiento potencialmente contaminante debe instalarse o no.

Sin embargo ese mismo oficialismo impulsa una consulta popular (y en el medio de una elección presidencial) para modificar la Corte Suprema de Justicia.

Cada quien evaluará las razones que mueven la iniciativa del partido de gobierno: si lo hace por una repentina vocación de transparentar el lamentable servicio de justicia que tenemos, o si, quizás, lo que subyace es el inconfesable motivo de controlarla para que no haya un solo Urribarri más, es decir, para que no exista ningún otro “de los suyos” que resulte condenado en esas poquísimas ocasiones en que el servicio de justicia cumple con su deber.

ELITISMO POPULISTA

Lo que salta a la vista con fuerza de evidencia es una síntesis extraordinaria de lo que llamo “elitismo populista”. El pueblo solo es invitado a opinar para avalar lo que deciden sus iluminadas dirigencias. Jamás para deliberar y decidir sobre el destino común.

La duda que me queda es qué extraño razonamiento les hace creer que esa misma gente, ese mismo pueblo, esas mismas comunidades a las que no le permiten tomar decisiones sobre su propio futuro, avalarán la desfachatada intentona de obtener impunidad.

No obstante, ¡qué lindo sería que se realice la consulta popular!

Claro que eso no ocurrirá, porque el Congreso no lo aprobaría. La oposición es tan elitista como el oficialismo.

Pero sería lindo. Porque estoy seguro de que el pueblo, ese mismo pueblo al que desprecian profundamente (aunque se autoperciban “populistas”) y por eso no le dejan decidir cuestiones básicas de autonomía, como dijo alguien alguna vez, haría “tronar el escarmiento”.


[1]Proyectos de consulta popular sobre aborto: 6455-D-2020, Asseff; 0184-D-2020, Cornejo; 5733-D-2019, Ramón; 4265-D-2018, Brugge; 4169-D-2018, Pretto; 3401-D-2018, Marcucci; 0946-D-2018, Russo; 0903-D-2018, Roma; 0350-S-2018, Petcoff; 5000-S-2017, Catalfamo; 6942-D-2017, Bianchi; 0010-D-2017, Olmedo.

El progresismo ante el problema de la seguridad y la amenaza de la extrema derecha

El progresismo ante el problema de la seguridad y la amenaza de la extrema derecha

Josep Lahosa fue responsable de Prevención de Barcelona y fue protagonista del proceso de inclusión de las “bandas latinas” que logró reducir la violencia con esas pandillas. En este artículo, advierte que sobre la amenaza que representa la extrema derecha y lamenta que la izquierda democrática haya rehuido tanto tiempo al debate de la seguridad.

El crecimiento de la extrema derecha y su entrada en las instituciones nacionales, y también europeas, provoca un alud de propuestas de carácter punitivo en muchos de los países. En este sentido, no podemos olvidar que aquello que alimenta el discurso de la extrema derecha y lamentablemente en estos últimos tiempos también de algunos de los partidos que hasta hace poco podíamos considerar de derecha democrática, como es el caso en España del Partido Popular, es precisamente las propuestas punitivas dirigidas a los colectivos con mayor nivel de vulnerabilidad.

Un elemento que es necesario considerar por lo que pudiera tener de proceso evolutivo en el futuro. Si bien a finales del siglo pasado cuando emergieron los primeros partidos de extrema derecha como el Vlaams Blok en Bélgica, o el Frente Nacional en Francia, los partidos tradicionales aplicaron el cordón sanitario a este tipo de fuerzas políticas, hoy no ocurre lo mismo. Hay países en los que ese cordón sanitario se mantiene, en otros -como es el caso español- llegan a acuerdos de legislatura con la extrema derecha, blanqueando y normalizando sus propuestas políticas.

El discurso de odio que construyen los partidos de derecha y extrema derecha incide en la deconstrucción cuando no aniquilación del sector público y también, como vemos en Europa, en la pérdida de derechos.

Propuestas que no se circunscriben sólo al ámbito penal. El discurso de odio que construyen los partidos de derecha y extrema derecha incide en la deconstrucción cuando no aniquilación del sector público y también, como vemos en Europa, en la pérdida de derechos. Así nos encontramos cómo se pasa de propuestas punitivas clásicas, como el aumento de penas en el caso de delitos cometidos por extranjeros o el aumento de la capacidad coercitiva del Estado a partir de legislación administrativa, a propuestas como las que se están produciendo en algunas comunidades autónomas en España en las que gobierna el Partido Popular con el apoyo del partido de extrema derecha Vox. Es el caso de la Región de Murcia, en la que se hacen públicas las listas de los y las profesionales que trabajan en los servicios de planificación familiar o, en las últimas semanas, cuando el gobierno de la Comunidad de Madrid niega la asistencia a enfermos de VIH en el caso que sean extranjeros sin papeles, aún cuando anteriormente hubieran venido recibiendo dicha asistencia.

EL ANTIFEMINISMO COMO ARGAMASA DE LA EXTREMA DERECHA

Hoy muchos de los partidos de derechas han asumido posiciones que hace apenas un lustro sólo contemplábamos como patrimonio de la extrema derecha, por ello soy de la opinión que efectivamente deberemos enfrentarnos a un aumento de propuestas reaccionarias en un futuro próximo. De hecho, ya vemos en la actualidad como determinadas propuestas vienen generando un especie de homogeneización de las posiciones de las derechas: el asalto al Capitolio de EE.UU., el negacionismo sobre la pandemia del COVID-19 o las posiciones sobre el la planificación familiar y el aborto parecen argumentos de una misma estrategia política. Parece la argamasa que consolida el discurso reaccionario de muchos de los partidos de derecha actuales.

Más aún, en una reciente investigación de Pardo Arenas sobre la extrema derecha y el antifeminismo en Europa, se constata cómo el discurso antifeminista se constituye en el argumento central de los movimientos de extrema derecha europeos. El discurso antifeminista y antigénero, se dice, se han convertido en un “pegamento simbólico” que permite unificar bajo un mismo marco interpretativo diferentes malestares en un contexto de neoliberalismo, globalización, crisis de representación, aumento de las desigualdades.

El discurso antifeminista y antigénero, se dice, se han convertido en un “pegamento simbólico” que permite unificar bajo un mismo marco interpretativo diferentes malestares en un contexto de neoliberalismo, globalización, crisis de representación, aumento de las desigualdades.

De igual forma que cada vez me resulta más evidente como la entrada en el populismo político de individuos como Trump, Bolsonaro u Orban y de muchos de los líderes de partidos de extrema derecha tiene que ver con cierta mercantilización de la política, no es baladí el comentario que Steve Bannon hizo a un periodista en plena campaña electoral norteamericana: “Quiero que hablen todos los días de racismo: si la izquierda está centrada en cuestiones de raza e identidad y nosotros en el nacionalismo económico, aplastaremos a los Demócratas”. También me resulta claro que con toda probabilidad habrá un aumento de las propuestas reaccionarias en general en el mundo.

Uno de los elementos que van a justificar ese tipo de propuestas tendrá en las migraciones el plano en el que establecer el debate, lo vimos y aún lo vemos en el Mediterráneo, también en las diferentes líneas fronterizas americanas, o en las últimas semanas en la frontera Bielorrusa con Polonia, Letonia y Lituania.

Aun cuando los medios o incluso los debates políticos se vienen centrando en el hecho de cómo los migrantes son utilizados como medio de presión política, en este caso entre la Unión Europea y Bielorrusia, no podemos olvidar la frase de Bannon, el debate sobre el uso político de los migrantes esconde otra idea infinitamente más perversa y negativa. La cotidianeidad de las imágenes e información sobre la violencia en las fronteras ejercida sobre ellos y ellas banaliza y deshumaniza a las víctimas.

TRABAJAR CON LAS JUVENTUDES

Ahora más que nunca es necesario trabajar con grupos juveniles afectados por la violencia, sean víctimas o victimarios. Una de las estrategias que ha venido utilizando la extrema derecha en Europa y quizá también en Latinoamérica es la entrada en los grupos de barras bravas de los clubs de fútbol con el objetivo de reclutar a jóvenes para sus organizaciones. Los cánticos, animaciones y liturgias inician la banalización de la violencia hacia el contrario, el diferente, y, como hemos visto en muchas canchas de fútbol las agresiones entre grupos, los insultos racistas o xenófobos son habituales. Por ello es básico trabajar en la construcción de la tolerancia, de la aceptación del diferente, se trata de comprender cuan iguales somos y también cuan diferentes somos, de ahí a tratar con respeto las diferencias solo hay un paso.

Algunas líneas de trabajo desarrolladas en los últimos años, principalmente en el ámbito local, nos ofrecen perspectivas positivas, aceptar que los y las jóvenes construyan su propio discurso sobre la violencia, aceptando ritmos, contradicciones o incluso conflictos, de cómo gestionarlos tratan muchos de esos proyectos. Así, por ejemplo, proyectos como “12 Nubes” que se viene desarrollando en Vitoria-Gasteiz, ciudad del País Vasco, plantea una propuesta que vincula la acción educativa formal con la del espacio no formal, promoviendo la reflexión en red y la participación de la ciudadanía. Utiliza como estrategias fundamentales la activación, participación y creación juvenil, siendo las y los jóvenes protagonistas fundamentales. También “Why Violence”, proyecto desarrollado en Barcelona tiene como objetivo involucrar a los y las jóvenes estudiantes de secundaria en la elaboración y ejecución de procesos colaborativos contra las violencias cotidianas por medio de la expresión artística, busca activar discursos y acciones en defensa de una cultura de la no violencia en el propio entorno del y la joven.

Ahora más que nunca es necesario trabajar con grupos juveniles afectados por la violencia, sean víctimas o victimarios.

Muchas han sido las ciudades que han articulado proyectos que, basados en la experiencia, conocimiento y capacidades artísticas de los y las jóvenes permiten a partir de esas cualidades personales articular la comprensión de cuán diferentes somos y cuán iguales somos y obtener resultados de respeto y aceptación de la diferencia. Quizá el único requisito es tener en cuenta que son los y las jóvenes quienes marcan ritmos, tiempos, resultados y construcción del discurso. 

LA IZQUIERDA DEMOCRÁTICA RENUNCIÓ A DISCUTIR LA SEGURIDAD

Lamentablemente la izquierda democrática no es que haya perdido el eje de discusión sobre la seguridad, el problema es que durante mucho tiempo  renunció a ello. Se asumió que la política criminal, al estar enmarcada casi en exclusiva en espacios institucionales y del derecho penal, era patrimonio de los partidos de derecha: el famoso ley y orden.

No obstante, los más importantes avances tanto en libertades individuales como en políticas públicas de seguridad han sido patrimonio de ámbitos de pensamiento progresista, por ello es especialmente importante que al reducido núcleo de militantes de izquierda que han mantenido la confrontación con la reacción, se unan los partidos y organizaciones progresistas. Estos, como organizaciones con capacidad para integrar diferentes visiones de progreso, deben abordar la discusión de uno de los temas que más pueden influir en la impregnación democrática de un país: los ilícitos penales y la respuesta del sistema de control.

Tanto las investigaciones como el sentido común nos indican que la seguridad o, mejor, el sentimiento de seguridad es algo más que la ausencia de ilícitos, es una percepción y, como tal, una construcción social, es un elemento clave en la toma de decisiones de la ciudadanía, tanto para el tipo de actividades que van a desarrollar como en la intensidad de sus relaciones sociales. Asimismo, tiene una influencia capital en la adopción de actitudes de insolidaridad, de intolerancia y de respuestas individuales, a menudo reactivas dirigidas en muchos casos a sectores de la población más vulnerables: los y las jóvenes, los inmigrantes, las minorías, etc.

La complejidad de los fenómenos, la aparición de nuevos comportamientos, las diversidades culturales existentes, así como los impactos que tienen en la sociedad, obligan a elaborar modelos de intervención pública capaz de modular respuestas institucionales y comunitarias a la (in)seguridad desde una perspectiva de recuperación social de las víctimas y de los victimarios.

En la actualidad es necesario poner en consideración que la simple provisión de servicios policiales, judiciales, penitenciarios o de servicios sociales, no es suficiente. La complejidad de los fenómenos, la aparición de nuevos comportamientos, las diversidades culturales existentes, así como los impactos que tienen en la sociedad, obligan a elaborar modelos de intervención pública capaz de modular respuestas institucionales y comunitarias a la (in)seguridad desde una perspectiva de recuperación social de las víctimas y de los victimarios.

Incluso asumiendo muchas de las mejoras, tanto estructurales como de medios humanos y técnicos puestos a disposición, a menudo en períodos de gobiernos progresistas, no podemos dejar de concluir que históricamente las políticas judiciales, de seguridad y/o penitenciarias, en definitiva la política criminal, han tenido una tendencia de aislamiento.

También podemos concluir que la cultura sobre política criminal en la mayoría de países latinos se ha fundamentado en el valor retributivo de la pena, despreciando aspectos importantes para la construcción de una cultura de progreso como la socialización, la recuperación de las víctimas, la reparación del daño. Ahí tenemos un inmenso campo de trabajo y de desarrollo progresista pues nuestras propuestas deberían superar las políticas que se limitan a poner en relación al delincuente con el policía, al marginado con el trabajador social o al enfermo con el sanitario.

Pamela Rocchi: «Yo soy quien soy gracias al Partido Socialista»

Pamela Rocchi: «Yo soy quien soy gracias al Partido Socialista»

Pamela Rocchi es socialista y candidata a presidenta comunal de Alcorta. Su activismo y militancia están guiados por la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.

Pamela Rocchi es, ante todo, una militante. Una militante socialista. Una militante de la comunidad trans. Una militante por una realidad más justa. Su candidatura a presidenta comunal de la Comuna de Alcorta en Santa Fe es una gran noticia y así se vio reflejado diferentes medios, como Infobae o Página 12. Es una gran noticia para el Partido Socialista, para el Frente Progresista Cívico y Social y para Alcorta. Quizá, en un futuro no tan lejano, esto ya no sea noticia o lo sea por otros motivos diferentes. Y nadie más que Pamela lo tiene claro, su militancia está puesta en eso.

En tiempos grises, de golpes y ausencias, de avance de las derechas, Pamela nos ofrece una voz que desentona con esa desolación, con un optimismo y una fuerza de voluntad arrolladora. Su vida es su causa, su convicción su testimonio. Su recuerdo de Miguel Lifschitz está lleno de tristeza, pero también de esperanza por lo que queda por hacer. Su apasionada defensa del Partido Socialista, por sus banderas y, sobre todo, por su gente, es una invitación a volver a creer y a no bajar los brazos. Puede que sea difícil, como ella bien lo sabe, pero nadie dijo que lo fuera. A pesar de todo, es nuestra obligación y nuestro compromiso no dejar de intentarlo.

Primero que nada, ¿Qué significa para vos ser candidata a un cargo ejecutivo en tu pueblo natal? ¿Era un objetivo que tenías o, por el contrario, algo que no te imaginabas no hace tanto tiempo atrás? ¿Cuáles son tus expectativas?

Hoy es un placer y una alegría ser candidata a presidenta comunal de la Comuna de Alcorta. Si bien esto es algo que hace mucho tiempo venía planeando y creo que también, en la vida de cualquier político o política, añora en algún momento gobernar su ciudad,  su pueblo, el lugar donde nació. Y esto fue así. Yo, si bien ya estuve en gestión en 2013 y 2014, en Desarrollo Social de la Comuna de Alcorta, fue al irme a la provincia a trabajar con Miguel [Lifschitz] donde adquirí más experiencia, muchísimo más conocimiento, más aprendizaje. Y hoy quiero eso, volver a Alcorta a demostrar todo lo que el pueblo me dio, todo lo que soy, todo a lo que llegué gracias a mi pueblo, que no me echó, que no me discriminó. Y bueno, para mí es un placer. Eso, es un placer ser candidata a presidenta comunal.

«Necesitamos un progresismo donde una persona trans, lesbiana, gay, pueda hablar de todos los temas, pueda estar en todos los lugares de decisión. Y ahí realmente habremos alcanzado algo».

Como mujer trans es usual que destaques a otras dirigentes trans, ya sea de otras fuerzas políticas o referentes de la cultura, como Lizy Tagliani: ¿Cuán importantes son los cambios acontecidos para el colectivo trans en estos años y cuánto tener figuras reconocidas? ¿Cómo se puede hacer para profundizar estas transformaciones y combatir la discriminación y postergación? ¿Cuáles son los desafíos?

Con respecto a la población tran a nivel nacional tuvimos dos grande hechos importantísimos para nuestra comunidad: una fue en 2012, con la llegada de la Ley de Identidad de Género, y otra en 2020 con la media sanción del cupo laboral trans. Yo creo que es algo importante, algo que necesitábamos, si bien todavía falta muchísimo por cambiar, si bien tenemos compañeras como Lizy Tagliani, Flor de la V, tenemos a Diana Zurco en la Televisión Pública, son pequeños hechos que dan la posibilidad de mostrar todo lo que la población trans podemos hacer. Porque siempre lo que nos dio la sociedad fue el trabajo sexual como única salida y, bueno, hoy tenemos algunas compañeras y compañeros en lugares relevantes, que me parecen importantes. Creo que esto va a cambiar cuando ya no quede ninguna compañera o compañero fuera del sistema, que pueda ir a la escuela como todo el mundo, que pueda ir a los centros de salud, que sus familias no las echen. Yo creo que ahí la población trans estará contenida y ayudando a un montón de cosas.

Vinculado a eso, ¿resulta difícil como militante y dirigente política trans apartarse de la agenda ligada a la diversidad y articularla a cuestiones más amplias? ¿Cómo pensás que debe configurarse una agenda igualitaria de mayor alcance y un programa político amplio en clave progresista? 

En mi caso personal, siempre las diversidades sexuales hablamos de diversidad sexual. Yo soy una persona que me he podido capacitar en un montón de cosas, porque creo que cuando una se hace política tiene que tocar todos los temas: obra pública, salud, educación. Pero siempre a la población trans, a la población LGBT, nos dice: “ustedes son población LGBT, trabajen con las personas LGBT». Pero no, necesitamos un progresismo donde una persona trans, lesbiana, gay, pueda hablar de todos los temas, pueda estar en todos los lugares de decisión. Y ahí realmente habremos alcanzado algo.

En estos meses tan difíciles he visto en tus redes lo mucho que te conmovió la enfermedad y fallecimiento de Miguel Lifschitz: ¿Qué importancia tuvo Miguel en tu historia personal y militante, como persona y como referente político? ¿Cuáles son los principales desafíos del PS en el Frente Amplio Progresista en Santa Fe y, en el futuro, a nivel nacional?

En cuanto a Miguel Lifschitz, fue una de las partes más importantes de mi vida. Yo tuve mi primer trabajo formal con Miguel Lifschitz, cuando él gana como gobernador y me convoca a ser Directora Provincial para la Inclusión Trans. Fue todo, fue mi referente. La pérdida fue grande, una desolación terrible, pero con la inmensa alegría de haber recibido su apoyo a esta candidatura. Antes de que él falte, le mande un mail diciéndole que quería ser candidata a presidenta comunal de Alcorta y que esperaba todo su apoyo. Y así fue. Me mandó un mail muy lindo diciéndome que le dé para adelante y que no solamente Alcorta iba a tener la mejor presidenta comunal, sino que la comunidad trans iba a tener una representante de la que sentirse orgullosa. Así que para mí eso me dio todas las ganas del mundo para hacer esto. Así que cuando me senté con Clara [García] para contarle que quería seguir con esto, que ya lo había hablado con Miguel, ella me dijo: “tenés todo mi apoyo, vamos para adelante”. Así que eso fue lo principal para estar donde estoy hoy.

«El socialismo es todo, tengo tatuada en mi piel la rosa socialista, el puño y la rosa que me identifican. Soy quien soy gracias a este partido que me dio todo, me dio un nombre, me dio un apellido, me dio lugar, me dio palabra, ¡me dio voz!».

El feminismo ha cobrado una enorme importancia tanto a nivel político nacional como a nivel partidario, con una agenda con eje en la legalización del aborto y el combate de la violencia y la discriminación de género. Desde tu perspectiva: ¿Cómo se podría ampliar y diversificar esa agenda de militancia? ¿Cómo se articula la agenda de diversidad con el colectivo feminista y, sobre todo, ante las resistencias de los sectores TERF (Trans-Exclusionary Radical Feminist, en español: Feminista Radical Trans-Excluyente)?

En cuanto al feminismo, nosotras y nosotros fuimos durante muchísimos años expulsadas y expulsados del feminismo: las personas trans por no considerarnos mujeres. Pero bueno, creo que hace unos años atrás muchos compañeros y compañeras le han puesto el pecho ahí, estando adelante y decir: “nosotros queremos estar, necesitamos estar, porque nos expulsan, nos discriminan y nos echan al igual que a todas ustedes”. Así que creo que, a pesar de un montón de compañeras que no quieren que estemos dentro del feminismo, ahí estamos, siempre dando la lucha. A la comunidad nunca nadie nos regaló nada, nunca alguien se levantó y dijo: “hoy le voy a dar derechos, voy a aliviarles la vida a las personas trans”. No, siempre lo tuvimos que ganar y eso es lo que hacemos día a día, luchando contra las TERF, que nos quieren expulsar todo el tiempo.

Para cerrar, si tuvieras que invitar a alguien a formar parte del Partido Socialista ¿qué les dirías? Y, más en concreto, ¿qué lugar ocupa el Partido Socialista en tu historia y el socialismo como tu identidad militante?

Con respecto al socialismo y yo: socialismo y Pamela Rocchi son la misma cosa. Yo soy quien soy gracias al Partido Socialista: gracias a una Analía Martín que me abrió las puertas, que me recibió, a un Hermes Binner. La primera reunión que tuve con Analía fue con Hermes Binner y yo decía “¿Qué hago acá con Hermes Binner? No puede ser”. El socialismo es todo, tengo tatuada en mi piel la rosa socialista, el puño y la rosa que me identifican. Soy quien soy gracias a este partido que me dio todo, me dio un nombre, me dio un apellido, me dio lugar, me dio palabra, ¡me dio voz! Algo tan importante como la voz, que te den una voz, que te dejen hablar. Que vos no seas “Pamela Rocchi, la travesti”, que seas “Pamela Rocchi, la compañera”, la que ayuda. Así que nada más que invitar a la gente. Hay un tema que dice “no me arrepiento de este amor” y no, no me arrepentiría nunca de ser socialista. Creo que es lo mejor que me pasó en la vida.