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Cambio climático: un desafío global en clave local

Cambio climático: un desafío global en clave local

El cambio climático es un problema a escala global, pero requiere de esfuerzos locales sostenidos para comenzar a revertirlo antes de que sea tarde. En ese sentido, el compromiso de las gestiones municipales y su coordinación resultan fundamentales.

En un contexto de aceleración de los procesos de urbanización, cambio climático y profundización de las desigualdades, la búsqueda de hacer sostenibles las ciudades nos convoca hoy más que nunca. En particular, se reconoce al Cambio Climático como uno de los mayores retos globales para la humanidad, sus consecuencias ya son evidentes, con impactos severos en los ecosistemas del mundo que sostienen los sistemas humanos. Frente a esta crítica situación, es donde más se requiere de un fuerte compromiso de los países en la descarbonización de la economía. En el caso de la Argentina, la planificación en clave climática debe ser una política de estado que permita un desarrollo sostenible para salir de la profunda crisis económica y social en la que estamos insertos

Asimismo, como la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero se genera en las ciudades, debido al consumo de electricidad, el transporte público, los residuos, entre otros, la clave también está en dar respuestas locales a esta problemática global, dado que es donde se vive más drásticamente los impactos del cambio climático Por este motivo, el rol de los estados subnacionales ha tomado un protagonismo en las últimas décadas por las posibilidades de generar acciones efectivas en los territorios, involucrando a la ciudadanía en una transformación urbana.

Esta situación requiere de marcos de trabajo que implican un cambio de paradigma en la gestión de las ciudades, anclado en la interdisciplina, la gestión a mediano y largo plazo, la colaboración y la participación de todos los sectores, todos estos, factores que deben ser gestionados y coordinados para alcanzar los resultados esperados.

En la gestión socialista que me tocó encabezar en la ciudad de Rosario, la agenda de sostenibilidad estuvo como eje central de las políticas públicas que implementamos.

En la gestión socialista que me tocó encabezar en la ciudad de Rosario, la agenda de sostenibilidad estuvo como eje central de las políticas públicas que implementamos. Por esto, conformamos un gabinete de sustentabilidad trabajando de manera transversal los temas que enfrentamos en la ciudad como son movilidad, residuos urbanos, energía, políticas socioambientales, espacios públicos, desarrollo de la economía emprendedora, entre otras.

Por otro lado, convencidos de que los gobiernos locales debíamos intercambiar experiencias y planificar en el mediano y largo plazo las acciones climáticas impulsamos la RAMCC (Red Argentina de Municipios frente al Cambio Climático) junto con otros gobiernos locales de la Argentina como un instrumento de coordinación e impulso de políticas públicas locales que enfrenten el cambio climático de las ciudades y pueblos. Esta red que se conformó hace más de diez años, es hoy la Coordinadora Nacional del Pacto Global de Alcaldes por el Clima y la Energía (GCoM), siendo sus compromisos la carbono neutralidad para el 2050 y el aumento de la resiliencia frente a los eventos climatológicos extremos que se profundizan. Para lograr estos objetivos la secretaría ejecutiva de la RAMCC cuenta con distintas herramientas a disposición de los municipios miembros que van desde la elaboración del inventario de gases de efecto invernadero, los planes locales de acción climática, el fomento a los empleos verdes locales, la huella de carbono para el sector privado y la creación de un fideicomiso para ejecutar proyectos a escala subnacional.

Asimismo, un reflejo de la importancia que adquirieron las redes de ciudades se plasmó en los compromisos que firmamos en la Cop21 (vigesimoprimera Conferencia de las Partes) en París, el acuerdo para combatir el cambio climático e impulsar medidas e inversiones para un futuro bajo en emisiones de carbono, resiliente y sostenible. Allí planteamos que para alcanzar dichos objetivos las acciones de los gobiernos locales resultaban indiscutible y que teníamos que tener mayor financiamiento e injerencia para llevar adelante los proyectos estratégicos

Hoy la Red Argentina de Municipios frente al Cambio Climático es una experiencia exitosa y única en Latinoamérica, una red que se diferencia de muchas otras por su forma de abordar el trabajo. Las autoridades locales cuentan con plazos de acciones concretos y rendiciones de cuentas.

Incluso esta red logró generar herramientas nuevas como un fideicomiso constituido por un grupo de gobiernos locales, que tiene como fin gestionar, apoyar y ejecutar proyectos vinculados a la adaptación y mitigación del cambio climático, en línea a los planes locales de acción climática que se realizan con el apoyo técnico de la RAMCC.

ASAMBLEA DE INTENDENTES EN MAR DEL PLATA

Días atrás se llevó adelante en Mar del Plata la IV Asamblea Nacional de Intendentes, organizada por la Red Argentina de Municipios y Comunas contra el Cambio Climático. El crecimiento de los últimos años de la cantidad de municipios miembros resulta esperanzador; actualmente tiene más de 200 ciudades, posee un inventario de gases efecto invernadero -de forma de ver en cada localidad cuáles son las acciones que afectan el ambiente-, y un plan climático. Cada vez hay más localidades que toman conciencia y se comprometen a disminuir el efecto negativo del cambio climático con acciones concretas.

Resulta fundamental que los gobiernos locales involucren a la ciudadanía para compartir experiencias y generar políticas que permitan tomar conciencia que nuestros hábitos cotidianos también determinan el cambio climático.

LA CLAVE EN LOS GOBIERNOS LOCALES

Las ciudades son actores claves para transformar la realidad y en ese camino hay dos grandes ejes de trabajo: la mitigación y la adaptación. Resulta fundamental que los gobiernos locales involucren a la ciudadanía para compartir experiencias y generar políticas que permitan tomar conciencia que nuestros hábitos cotidianos también determinan el cambio climático.

Se trata de habitar el territorio de manera diferente, y para eso se necesita decisión política y trabajo coordinado. Debemos transformar nuestra matriz energética con un plan estratégico a mediano y largo plazo con el foco puesto en la sustentabilidad.

El cambio climático es un desafío de todos los días y el tiempo apremia: en la última época hemos vivido incendios y sequías con pérdidas irreparables. Para poder luchar contra los efectos del cambio climático tenemos que ser capaces de construir en red, más allá de los colores políticos, y para ello necesitamos que cada vez se sumen más ciudades, que haya gestiones innovadoras de los territorios, y que cada vez más gobiernos locales se comprometan con el desarrollo sostenible.

Planes de acción climática en perspectiva local

Planes de acción climática en perspectiva local

La cuestión climática es un problema a escala planetaria, pero las soluciones se deben pensar e implementar también a nivel local. Desde Mar del Plata, se presentan algunas críticas al modelo vigente y propuestas de cara al futuro.

La ciudad de Mar del Plata fue sede de la IV Asamblea Nacional de Intendentes Red Argentina de Municipios frente al Cambio Climático, durante los días viernes 18 y sábado 19 de marzo de 2022. A pesar de ser uno de los municipios más importantes del país, nuestra comuna no figura entre las 46 que ya han cumplido con el Plan Local de Acción Climática. Lejos de ello, la ordenanza 24.953 promulgada el 16/12/2020, es el último instrumento en pos de tan importante e insoslayable tarea en materia ambiental. Dicha ordenanza crea el Consejo Municipal frente al cambio climático.

Las democracias de proximidad requieren la activa participación y compromiso de los gobiernos locales. Si bien cuestiones referidas a la protección y cuidado del medio ambiente irrumpen en la aldea global, parte importante de sus soluciones están en la cotidianeidad y la proximidad que presentan los territorios municipales. Su ciudadanía es el sujeto vital para provocar un cambio que pueda sostenerse. Se trata de la cercanía, del compromiso en conciencia y en acción.

Si bien cuestiones referidas a la protección y cuidado del medio ambiente irrumpen en la aldea global, parte importante de sus soluciones están en la cotidianeidad y la proximidad que presentan los territorios municipales.

Nuestras comunidades demandan soluciones colaborativas en todos los ordenes, tenemos ante nosotros el gran desafío colectivo de generar políticas de sostenibilidad que nos acerquen a las generaciones futuras.

Esta perspectiva lleva a la Red Argentina de Municipios frente al Cambio Climático a concentrar sus esfuerzos sobre tres aspectos de la acción climática: la mitigación del cambio climático, la adaptación a los efectos adversos y el acceso universal a energía segura, limpia y asequible.

La herramienta que se diseñe, tanto en lo formal como en su concepción de base, debe impulsar nuevos modelos de gestión. Estamos ante la primera etapa diagnóstica en orden al desequilibrio e impacto nocivo en el ambiente. Necesitamos pensar un nuevo paradigma para afrontar los desafíos del presente, pero fundamentalmente de un futuro que se nos presenta cercano. El cambio de mentalidad requiere de nuevos instrumentos, nuevos diseños de participación ciudadana.

Si se revisa el marco brindado por la Ordenanza 24.953 habla a las claras que se repiten fórmulas perimidas y que han sido parte importante de los fracasos en nuestra ciudad en materia de planificación urbana y ambiental. La célebre frase de Albert Einstein, “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, aplica para la ocasión. El Consejo Municipal creado por la ordenanza en cuestión, no puede quedar en manos del Ejecutivo Municipal, que va de suyo es unipersonal según nuestro sistema constitucional.

El art. 2 de la norma encomienda al referido consejo la elaboración del plan encargándose dicha tarea a cinco miembros que, mayoritariamente, representan al gobierno de turno (tres de ellos corresponden al ejecutivo y uno del deliberativo es decir cuatro miembros sobre cinco). Ellos están FACULTADOS (no obligados) a consultar especialistas, entidades intermedias, ONGs y cualquier otra organización que consideren relevante o consideren de interés para el cumplimiento de su objeto.

Esta visión refracta contra los ejes nucleares que devienen indispensables para lograr los objetivos de la Red, a saber:

  • Participación Ciudadana
  • Descentralización del poder y de la toma de decisiones
  • Reducción de las desigualdades
  • Uso más eficiente de los recursos
  • Adquisición de compromisos internacionales que tengan impactos locales.

Necesitamos pensar un nuevo paradigma para afrontar los desafíos del presente, pero fundamentalmente de un futuro que se nos presenta cercano. El cambio de mentalidad requiere de nuevos instrumentos, nuevos diseños de participación ciudadana.

En cada acción, en cada propuesta debe considerarse si vamos en la dirección de estos puntos. La realidad nos indica el camino contrario. No alcanza con buenos anuncios en repetidas reuniones que nada dejan. Al decir de Heiner Müller, “en ocasiones el optimismo no es más que falta de información”. La Organización de la Naciones Unidas (ONU) afirma que la población urbana representara hacia el 2030, dos tercios de la población mundial.

En este contexto quienes habitamos las ciudades tenemos un protagonismo indiscutido, no hay manera de pensar acciones referidas al cambio climático sin los verdaderos protagonistas del cambio, de lo contrario se presentaran informes, estudios, propuestas que cumplan en lo formal pero devendrán en impracticables o inejecutables a la hora de los hechos.

Si verdaderamente queremos cambiar la preocupante situación en materia ambiental, cambiemos el juego. A crear o erramos.

Martín Prieto: «No es sencillo desprenderse de la marca de un autor o de una autora a quien se admira»

Martín Prieto: «No es sencillo desprenderse de la marca de un autor o de una autora a quien se admira»

El escritor Martín Prieto ha dedicado su último libro a una de las figuras más destacadas de la literatura argentina: Juan José Saer. Sobre su obra, sus influencias y discípulos, su estilo y legado, conversamos para «La Vanguardia».

Martín Prieto nació en Rosario (1961). Es Doctor en Literatura y Estudios Críticos por la Universidad Nacional de Rosario, donde es profesor titular de Literatura Argentina II y director del Centro de Estudios de Literatura Argentina. Publicó Breve historia de la literatura argentina (2006), varios libros de poemas y una novela. Fue director del Centro cultural Parque de España (2007-2014) y miembro del Consejo de Redacción de Diario de Poesía (1986-2000).  En esta entrevista para La Vanguardia, me interesó conversar con él sobre su flamante y muy sugestivo libro Saer en la literatura argentina, editado por la Universidad Nacional del Litoral en el año 2021.

Martín, me gustaría que nos cuentes cómo nace tu interés por la obra de Juan José Saer.

¿Cómo se arma un lector? ¿Y cómo se arma un lector de un autor? Cuando era joven firmaba y fechaba los libros que me compraba o que me regalaban. En términos retrospectivos, es una buena base de datos (que lamentablemente excluye los libros que leía en bibliotecas o que me prestaban) para realizar algún tipo de autoanálisis en relación a esa pregunta. Entre mis 18 y 21 años leí, comprados o regalados, y aun mantengo en mi biblioteca -otro dato a tener en cuenta- la hasta entonces “obra completa” de Borges, los cuentos de Onetti, los cuentos y las novelas de Cortázar, los poemas de César Vallejo, de Bertolt Brecht, de Baudelaire, de Ernesto Cardenal, los de los “poetas rosarinos” (Jorge Isaías, Hugo Diz, Eduardo D’Anna, los Gandolfo). Y muchos de los libros de Saer. Lo cuento como conjunto, porque considero muy probable que unos me hayan llevado a otros, en tanto ningún lector -salvo ese lector irreal e ideal en el que a veces pensamos los profesores- lee siguiendo la cronología de las historias de la literatura. Más bien, leemos todo a la vez, Vallejo sincrónico de Diz, Saer sincrónico de Baudelaire, Gandolfo de Onetti. Todo esto, en ese momento, en un contexto de efervescencia universitaria, con mis compañeras y compañeros de la carrera de Letras, rápidamente amigas y amigos, que aportaban a la conversación sus propias bibliotecas, tan modestas como la mía.  Por lo tanto, no podría decir cómo me hice lector de Saer sino, más extensamente, cómo me hice lector de literatura. Pero sí puedo decir que muy inmediatamente sentí empatía, como lector, con su prosa, con sus poemas, con su sintaxis, con sus personajes, con las peripecias de esos personajes, con sus conversaciones y con el “ambiente” en el que se desarrollaban esas acciones, tanto el ciudadano como el rural. Sentía que sus novelas, que sus relatos, sucedían en las mismas calles por las que caminaba yo en el momento en el que las leía. Muchos años después vi fotos de la ciudad de Santa Fe (autos, colectivos, vidrieras de negocios, ropa) de la época, comienzos de los años 1960, en los que, más o menos, están situadas esas ficciones: esa terminal de ómnibus, esos taxis, esos bares por los que andan Rey, Tomatis, Barco. Y me sorprendió ver que no eran los taxis u ómnibus a los que los subía yo, ni los bares en los que yo los sentaba.

«Es decir, hay una Normandía de Flaubert, una Londres de Virginia Woolf, una Dublin de Joyce, una Buenos Aires de Borges. Y hay una Santa Fe de Saer».

Como santafesino me gustó mucho el capítulo donde describís los sitios donde vivió Saer y también aquellos donde se desarrollan algunos de sus libros. ¿Por qué considerás relevante destacar todos esos lugares con relación a la obra de Saer o sus vínculos de vida literaria?

Hace unos años, con Nora Avaro y Pedro Cantini hicimos un libro que se llamó Rosario ilustrada. Guía literaria de la ciudad. Una antología de textos de ficción cuya acción sucedía en algún espacio reconocible de Rosario. El Palacio Fuentes en una novela de César Aira; la estación Rosario Norte, en un cuento de Borges y de Bioy Casares; la cúpula del edificio La bola de nieve, en uno de Angélica Gorodischer, la cancha de Central Córdoba en un poema de Sergio Cueto; el balneario del Saladillo, en uno de Alfonsina Storni; la esquina de Sarmiento y Rioja, en una novela de Beatriz Vignoli. Nos interesaba, en términos teóricos, superponer los planos de la ciudad real (la que recorren o recorrieron sus habitantes todos días) y la ciudad imaginaria o simbólica de los escritores, con la idea de que ambos, superpuestos como en una transparencia, se potenciarían y modificarían, revelando la materialidad de la ciudad simbólica (esos edificios, esas calles, esos parques que en efecto existen o existieron) y la dimensión simbólica, imaginaria, literaria, de la ciudad real. Operación a la que muchos lectores somos muy sensibles. Caminamos distraídamente por Buenos Aires -que es la ciudad más representada y por lo tanto más imaginada de la literatura argentina- y si en un momento nos encontramos en calle Chile yendo hacia Paseo Colón, es muy probable que nos acordemos de Remo Erdosain, el personaje de Los siete locos quien, una vez revelada su estafa a la empresa en la que trabajaba, baja, justamente, por Chile hacia Paseo Colón, sintiéndose invisiblemente acorralado, mientras el narrador anota, para los lectores, pero también para los paseantes: “El sol descubría los asquerosos interiores de la calle en declive”. Recuerdo, de paso, que Horacio González organizaba, hace muchos años, con sus alumnos, unas bicicleteadas para ir a conocer, en la realidad, la ciudad de la literatura de Arlt. Me interesó, entonces, ver cómo funcionaba esa “superposición” entre la obra de Saer y la ciudad de Santa Fe que es donde, aun sin ser nombrada, pero reconocible por los nombres de sus calles, y espacios públicos (los tribunales, el correo, una plaza, la terminal de ómnibus) suceden muchas de las peripecias de sus personajes: en “A medio borrar”, en Glosa, en Cicatrices, en La Grande. Es decir, hay una Normandía de Flaubert, una Londres de Virginia Woolf, una Dublin de Joyce, una Buenos Aires de Borges. Y hay una Santa Fe de Saer. Aunque ninguno de todos ellos se haya propuesto ser un cronista de una zona o de una ciudad, y es posible que para todos ellos, como para el mismo Saer, cada uno de sus espacios de referencia sea, en sí mismo, completamente secundario y que lo importante, en todos los casos, haya sido encontrar un modelo real, más o menos a mano, de un espacio limitado donde sucedan las acciones de sus relatos.

¿Por qué pensás que es importante José Pedroni en Saer?

En un prólogo que escribió Saer para una edición de los Poemas completos de Pedroni cuenta que a los 16 o 17 años viajó de Santa Fe a Esperanza, a conocer a Pedroni. Y que cuando le abrieron la puerta y lo invitaron a pasar, entró, dice Saer, “con el mismo paso inseguro, en la casa de José Pedroni y en la literatura”. Me resultó muy impactante que aun en una revisión, o en el recuerdo de un hecho que había tenido lugar casi medio siglo atrás, Saer practicara esa sinonimia entre el nombre de Pedroni y la literatura. Entré en la casa de Pedroni y en la literatura. Y me parece que no lo dice condescendientemente con ese adolescente que era entonces sino porque en efecto, y de modo consecuente, Pedroni constituye tanto en términos de forma como de representación un primer modelo para la obra de Saer. Que más tarde, en el marco estricto de la literatura argentina, se complementa, se desvía, se funde, con otros modelos: Juan L. Ortiz, Borges, Arlt.

«Pedroni constituye tanto en términos de forma como de representación un primer modelo para la obra de Saer. Que más tarde, en el marco estricto de la literatura argentina, se complementa, se desvía, se funde, con otros modelos: Juan L. Ortiz, Borges, Arlt».

Me gustaría que nos comentaras algo sobre el Saer periodista del diario El Litoral en la década de 1950, dado que era un órgano de prensa bastante conservador y, en algún punto, también reaccionario.

La literatura argentina, vamos a circunscribirnos al siglo XX, tiene una tradición importante de escritores-periodistas: Alfonsina Storni, Arlt, González Tuñón, Borges (en su caso como lo que hoy llamaríamos “periodista cultural”: reseñista de libros, crítico de cine), Rodolfo Walsh. Saer, que fue periodista (por poco tiempo y en el diario El Litoral, en Santa Fe) nunca manifestó un interés específico por la profesión. De hecho, no es posible encontrar (como en las autoras y autores citados más arriba) ningún tipo de relación entre su escritura literaria y su escritura periodística, no solo porque su experiencia en la redacción del diario fue temporalmente mínima sino, además, porque no la conocemos, pues en aquellos tiempos (Saer trabajaba en la sección de noticias generales) las notas no se firmaban. Sí sabemos que junto con Hugo Gola y José Luis Vittori dirigieron unos meses un suplemento cultural. Que en ese suplemento publicó su cuento “Solas”, que después formará parte de su primer libro, En la zona, de 1960. El cuento narra la conversación, después del trabajo, entre dos prostitutas. Una conversación lánguida, poco importante. En un momento una de las chicas acaricia muy discretamente a la otra, y la otra no se muestra sensible a esas caricias. Eso es todo. Sin embargo, ya fuera porque las protagonistas eran prostitutas, o por esa recatada escena homoerótica, la Iglesia organizó una movilización hacia la redacción del diario, pidiendo que echaran a Saer. Y el director del diario, según cuenta Saer, lo llamó a su despacho y le dijo: “Santa Fe es una ciudad mediocre, El Litoral es un diario mediocre, y su suplemento cultural tiene que ser mediocre también”. Y lo echó. En todo caso, lo que nos queda a los lectores de la muy exigua experiencia periodística de Saer es una profesión para Carlos Tomatis, uno de los grandes personajes de su obra, un posible alter-ego de Saer, que trabaja, muy irónicamente y no tomándose en serio la tarea, de periodista en el diario La Región.

A tu juicio, ¿qué le aporta su vida en la ciudad de Rosario? Me refiero a su experiencia con amigos, su vínculo con lo académico.

Inmediatamente de su expulsión de El Litoral, Saer vino a Rosario. Se anotó en la carrera de Filosofía (rindió una sola materia) y vendió libros a domicilio. Pero, sobre todo, se relacionó con el mundo intelectual que en aquellos años orbitaba alrededor de la entonces Facultad de Filosofía y Letras. Profesores de la Facultad que provenían del grupo Contorno (David Viñas, Adolfo Prieto, Ramón Alcalde, León Rozitchner), una promoción muy destacada de alumnas y alumnos de la carrera de Letras (María Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer, Nicolás Rosa, Norma Desinano, todos, más tarde, relevantes profesores, investigadores, críticos), otros escritores y profesores, Gladys Onega, Quita Ulla, Aldo Oliva, Rafael Ielpi. Un mundo, entre el adentro de la Facultad y el afuera (bares, revistas) del que surgieron no solo perdurables amistades, sino también las primeras aproximaciones críticas hacia la obra de Saer. Presentaciones de sus primeros libros, seminarios donde estos se estudiaban, reseñas en las revistas de la época, que convirtieron a ese grupo y, por extensión, a la ciudad, en un privilegiado espacio de prueba y legitimación de su obra.

Señalás que Saer publica sus poemas de manera suelta en diarios y revistas de Santa Fe, desde mediados de 1950. En este marco, afirmás que lo primero que publica como forma de libro de poemas no es El arte de narrar, sino una publicación que se titula “Poetas y detectives”, en Cuadernos hispanoamericanos de Madrid. En esta publicación mencionás que ya se ven algunas singularidades, ¿cuáles son? Enumerás, al mismo tiempo, una serie de poemas, para sostener que ellos “pueden leerse como mínimas novelas en verso: ¿En qué basás esta hipótesis?

En 1977 se publicó El arte de narrar, el primer libro de poemas de Saer, que tuvo luego dos reediciones, siempre con el mismo título y nuevos poemas.  Pero yo creo que hoy es posible leer esos doce poemas que publica en 1970 los Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid, que formarán parte de El arte de narrar, como un librito, como su primer libro. De hecho, es una separata de la revista, tiene hasta autonomía física. Y ya están ahí las notas distintivas de muchos de sus poemas futuros: un cruce muy potente, inescindible, entre narratividad y lirismo, la presencia de “personajes” en los poemas, la particularidad de que muchos de esos personajes sean escritores. Y que muchos de ellos estén presentados desde una perspectiva biográfica. Que se encuentra ya completa en la última edición de El arte de narrar como una muy buena galería de escritores, muchos de los cuales son, por supuesto, escritores influyentes en la obra de Saer: Dylan Thomas, Dostoievsky, Li Po, Dante, Rimbaud, José Hernández, Fernando Pessoa, Cervantes. Y el principalísimo Rubén Darío, motivo de un poema extraordinario, “Rubén en Santiago”, que puede ser leído como una biografía desplazada del mismo Saer. A esos poemas, mínimas biografías en verso, se suman otros, menos referenciales, o de una referencialidad no explícita, o desconocida, como “Encuentro en la puerta del supermercado” o “El fin de Higinio Gómez”, al que cabe leer en relación directa con su obra narrativa (mismos personajes, mismos escenarios). A estos últimos me refiero cuando hablo de pequeñas novelas en verso, ya que despliegan el tiempo y el mundo que se desplegaría en una novela, con la concentración o compacidad más propias de la poesía.

A tus ojos, ¿es posible señalar a escritores y poetas que hayan seguido la línea literaria de Saer? Y, si es así, ¿podés señalarlos y explicar en qué sentido lo hacen?

El de las influencias es un tema de complejidad. No por abarrotar de sauces un poema ni por utilizar adjetivos de liviandad de modo superlativo (“sutilísimo”, “tenuísimo”, “delicadísimo”) se es discípulo de Juan L. Ortiz. Rubén Darío nos dijo a todos, hace más de un siglo: “Quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y, paje o esclavo, no podrá ocultar sello o librea. Wagner a Augusta Holmes, su discípula, dijo un día: ‘Lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí’. Gran decir”. Claro que no es sencillo desprenderse de la marca de un autor o de autora a quien se admira y que además en un momento dado, por una concentración de razones literarias y extraliterarias, muchas veces sobre todo extraliterarias, se convierte en una suerte de símbolo de una época. Sucedió con Borges, con Cortázar, con Alejandra Pizarnik, con Gelman. Sucede ahora con César Aira. Y sucedió con Saer. Pero no por llenar de comas una página ni por poner a unos amigos a hablar de literatura en una parrilla se es discípulo de Saer. Yo creo que para muchos de quienes empezamos a escribir y a publicar en los años 1980 Saer fue una gran novedad, un enorme estímulo: y por lo tanto, también, una estricta restricción. Creo que donde mejor vive su obra es en la de quienes, de todos nosotros, supieron calibrar mejor prohibición y estímulo y construir su voz, su estilo, su programa sumando a otras autoras y autores, incluso muy distantes a Saer -como intento señalar en mi libro que hizo el mismo Saer, sumando enseñanzas contradictorias (Pedroni, Juanele, Borges, Arlt) sólo armónicas en su propia obra-. Pienso, por ejemplo, que en la sintaxis o, aun en la “temperatura” de la literatura documental de Sergio Chejfec o de D.G.Helder vibra la obra de Saer: un autor refractario a todo afán documental.

«Para muchos de quienes empezamos a escribir y a publicar en los años 1980 Saer fue una gran novedad, un enorme estímulo: y por lo tanto, también, una estricta restricción».

Martín, me gustaría para finalizar esta entrevista que nos cuentes cómo fue el proceso de edición del libro en el sello de la UNL. Y, al mismo tiempo, si has tenido alguna devolución de lectura que quisieras destacar.

Me puso muy contento que me llamaran para publicar este libro en UNL. El sello en el que se publicaron poemas de Saer, de Marilyn Contardi, de Juan Manuel Inchauspe. La editorial que publicó en 1996 la Obra completa de Juan L. Ortiz y que fue, además, un modelo de editorial pública que después siguió la Editorial Municipal de Rosario o la Editorial de la Universidad de Entre Ríos (Eduner). En cuanto a devoluciones o comentarios: el tiempo dirá.

Daniel Freidemberg: «Me atrae la posible poeticidad de “lo que está ahí”»

Daniel Freidemberg: «Me atrae la posible poeticidad de “lo que está ahí”»

El escritor Daniel Freidemberg lleva décadas dedicado a la poesía, sus reflexiones así lo atestiguan. Desde sus propios libros hasta la experiencia, no exenta de contradicciones y polémicas, del «Diario de Poesía», conversó con Fabián Herrero.

Daniel Freidemberg, es uno de los referentes de la poesía Argentina. Hasta 2005 integró el Consejo de Dirección de Diario de Poesía, en cuya fundación participó en 1986. Sus libros fueron publicados en distintas décadas. Señalo algunos de ellos: Blues del que vuelve solo a casa (1973), Diario en la crisis (1986), Lo espeso real (1996), La sonatita que haga fondo al caos. Antología (1998), Cantos en la mañana vil (2001), En la resaca (2007). La editorial Barnacle editó sus últimos dos libros: Abril (2016) y Un hilo naranja (2021). Posee una extensa producción crítica y ensayística en diarios, revistas y libros y recibió La Rosa de Cobre a la trayectoria poética que otorga la Biblioteca Nacional.

Coordinó varios talleres literarios y, vale decirlo, aquellos que hemos participado de algunos de ellos lo recordamos como un gran maestro. Tuve la oportunidad de participar en el que dictó en la Librería Fausto de Buenos Aires. En conversación para La Vanguardia recorrimos diferentes aspectos de su labor como poeta y su participación como miembro de la revista Diario de Poesía.

Daniel, me gustaría comenzar esta entrevista por la tarea del oficio del poeta. Podés contarnos, por favor, si sos de escribir mucho o poco, cómo es el trabajo de corrección, si reescribís después de publicar. Pero también, si tenés momentos especiales de escritura: Gola siempre dijo que la mañana es el mejor momento, Inchauspe la noche.

Se dan rachas de producción continua, a veces, cuando engancho con alguna obsesión, y me largo entonces a anotar imágenes, frases, ideas, o poemas enteros, cuando vienen, no importa la hora o dónde, caminando en la calle o en el colectivo o en el taxi, o viendo TV, o mientras escribo o leo otras cosas, primero en libretas y de ahí al Word. No pasa con frecuencia: hay períodos de sequía y suelen durar. La mayor parte de lo anotado la voy guardando para un posterior armado, cuando pueda, o una revisión, que no siempre llegan. Corrijo mucho, de algunos poemas tengo decenas de versiones, siempre buscando que suenen “como recién nacidos”. A veces corrijo poemas y libros ya publicados. Pasó con En la resaca: aunque la recepción que tuvo fue muy buena, no quedé conforme hasta conseguir seis o siete años después una “edición definitiva”, que saldrá dentro de poco. Manías de obsesivo, que algo tienen que ver con la responsabilidad y algo también con una autoexigencia patológica, un miedo a quedar en falta.

«Corrijo mucho, de algunos poemas tengo decenas de versiones, siempre buscando que suenen “como recién nacidos”. A veces corrijo poemas y libros ya publicados».

Hay autores que nos marcan en distintas épocas. Si no me equivoco, creo que Juan Gelman es alguien que mencionás generalmente. ¿Cuáles son las lecturas de poetas que hoy te parecen importantes a la hora de disfrutar o bien de pensar tu propia poesía?

A la hora de disfrutar, sigue estando Gelman, con sobrados motivos. Y, antes que cualquier otro, Vallejo, al que siempre estoy leyendo por primera vez. Después, bueno… el gran cuarteto norteamericano –Pound, Eliot, Williams, Stevens−, y de ahí en adelante una lista enorme, gracias a Dios: Montale, Ortiz, Levertov, Bandeira, Cummings, Giannuzzi, Bonnefoy, Madariaga, Neruda, Ponge, García Marruz, Leónidas Lamborghini, San Juan, Celan, Szymborska, Urondo, Lorca, Pessoa, Rojas, Bustriazo, Rilke, Oliva, Quevedo, Rimbaud, Brodsky, Martí, Kerouac, Padeletti y siguen las firmas. Y unas cuantas muy buenas propuestas poéticas que desde hace diez o quince años veo surgiendo en Argentina, Chile, Perú y México. Muy particularmente me interesa la poesía que se está escribiendo en Estados Unidos: Rae Armantrout, Ben Lerner, Kay Ryan, Forrest Gander, Robin Myers, Mary Jo Bang.

¿Y a la de pensar mi poesía? No sé… hay poemas que escribí teniendo en mente a Levertov, a Gelman, a Stevens, a Juarroz, a algunos amigos cercanos, a Lamborghini, a Giannuzzi, a Vallejo, a Girri, incluso a algún texto en prosa de Saer, pero a mi poesía no la pienso en relación a ningún poeta. Mejor dicho, trato de no pensarla, porque, si lo hago, no escribo más.

De las lecturas que se han hecho de tus libros, escritas o conversadas, ¿qué cosas te han hecho pensar sobre ellos y quiénes son los lectores que mejor te interpretan?

Primero que nada, el trabajo de Nicolás Rosa sobre Lo espeso real. “La poesía de Freidemberg es una predicación de lo real”, escribió Nicolás, y fue definitivo. No estoy seguro de haber entendido bien todo, porque es un texto muy a lo Rosa, pero ahí advertí cuál es la cuestión: el trabajo sobre la imposibilidad de acceder al mundo real, el sostener la escritura en la conciencia de que nuestras palabras son insuficientes.

Pero también supe, y lo agradezco mucho, que logré algunas cosas que no sabía si iba a poder lograr, e incluso otras que ni sospechaba, por lo que escribieron o dijeron, entre otros, Fogwill, Daniel Samoilovich, Susana Cella, León Batista, Ezequiel Zaidenwerg, Jonio González, Víctor Mendiola, Pablo Ananía, Fernando Molle, Horacio González, Esteban Moore, Ignacio Uranga, y en especial –fueron para mí las lecturas más iluminadoras, además de la de Nicolás– Diego Bentivegna, Carlos Schilling, Diego L. García y Diego Colomba (el predominio de diegos es casualidad, o indicio de una pertenencia generacional).

Hay una línea de poetas que centran su obra o bien hacen referencias a la realidad del lugar donde nacieron o bien aquella donde transcurre su infancia o su adolescencia. Si bien vos naciste en el Chaco y viviste allí y, luego, en Mar del Plata, en tus poemas, por los menos los que he leído, creo que hacen alusión siempre a la ciudad de Buenos Aires, son como muy urbanos, ¿no?

Escribo sobre lo que me suscita escritura poética. Mar del Plata y Resistencia están a fondo asentadas en mi historia, no me producen extrañeza. La extrañeza tiene que ver, supongo, con que algo no alcanza a completarse. Algo no cierra, y ahí es que aparece la escritura. No sé si el interés en lo urbano no viene de que en el origen de mi relación con la poesía está Raúl González Tuñón, que viene de Baudelaire, que inventó la poesía de la ciudad moderna. Como sea, es la realidad concreta que vivo, que me desafía, la que me produce extrañeza, y por lo tanto escritura. Fijate que escribo sobre la pared descascarada de enfrente, sobre un charquito en la vereda, un cartel en el subte, el temblor de la rama del fresno, una paloma aplastada en el pavimento, las chafalonías en la vidriera de un negocio de artículos religiosos, un homeless durmiendo que no sé si respira o no. Me atrae la posible poeticidad de “lo que está ahí”, como a Williams o Basho o Kiarostami o Perec o Saer. O Tuñón, o Baudelaire. No en el sentido de “escribir con lo que hay”, que me parece una coartada conformista, sino al revés: lo que habría, para decirlo pomposamente, de “sagrado” en cualquier cosa. ¿“Sagrado” sería lo que suscita extrañeza? ¿“Extrañeza” sería infinitud de sentido, irreductibilidad?

Fuiste uno de los integrantes importantes de Diario de poesía, que, no tengo duda, marco todo un periodo en la poesía argentina. ¿Cómo fue tu ingreso a la revista ¿Cómo era el funcionamiento interno?

Me invitó Daniel Samoilovich, un tipo al que hay mucho que agradecerle, al que no solamente le debemos la creación de la revista sino el haberla sostenido durante tantos años, empezando por lo económico: si el Diario fue lo que fue es porque había un importante soporte económico detrás, que además en lo económico fue a pura pérdida casi siempre. La idea era hacer algo que nunca se había hecho acá, una revista de poesía dirigida a lectores que no necesariamente formaran parte del “mundillo poético”. Conseguir eso sin ceder en calidad: una apuesta enorme. Ninguna concesión a lo facilongo del consumo masivo y a la vez ofrecer un producto atractivo, que no espantara al “lector no especializado”, por ejemplo apelando a la experiencia en el periodismo que teníamos él y yo. Dudé al principio, porque yo venía de otro palo y en esos años, los de la postdictadura, estaba como turco en la neblina. Del grupo sólo conocía a Elvio Gandolfo, que se fue casi enseguida, y a Jorge Fondebrider. Sí era amigo de Jorge Aulicino, que entró más tarde y no estuvo mucho tiempo, y un poco los conocía a Mirta Rosenberg y Ricardo Ibarlucía, que también entraron más tarde, pero con el ambiente del que venían Samoilovich, Helder y Prieto poco y nada, algunos contactos ocasionales y una distancia respetuosa, supongo que mutua. La cosa es que acepté, y los casi veinte años que siguieron estuvieron entre los más importantes de mi vida: aprendí muchísimo, de los compañeros del grupo, gente toda de un nivel excelente en la escritura de poesía y en la reflexión sobre poesía, y del trabajo mismo de hacer la revista, además de la situación en que me colocó ser parte de Diario de Poesía: vínculos con otros poetas, contactos con instituciones, viajes, etcétera.

El funcionamiento interno era, al menos formalmente, democrático y por consenso. Samoilovich dirigía y los demás integrábamos un Consejo de Dirección en el que se discutía todo. Y se discutía mucho: éramos personas de procedencias muy diversas, con edades e historias distintas y gustos distintos, además de las cuestiones de las amistades de cada uno, sus rivalidades, sus cruzadas personales. Tanto como tuve que bancar cosas que yo no habría publicado, otros tuvieron que aguantarse propuestas mías. Mis diferencias empezaron a aumentar cuando la revista fue pasando a ser el órgano promotor de lo que Daniel Helder y Martín Prieto llamaron “la poesía de los noventa”, a lo que empezaron también a sumarse las diferencias ideológicas, sobre todo con Samoilovich, entre otras cosas porque el país ya no era el mismo que en el 86 ni tampoco yo era exactamente el mismo. Cuando me fui, a principios de 2005, dije que lo hacía porque necesitaba dedicarme a mi propia producción, y era cierto, pero después, rebobinando, vi que no era eso solamente. Lo sentí como una liberación.

«La poesía argentina, nos parecía, estaba demasiado encerrada en una burbuja autosatisfactoria, como una ardilla dando vueltas en su ruedita, incapaz de atender a otra cosa que a sí misma, y queríamos salir de ese altillo demasiado cómodo».

¿Qué podés decirnos sobre algunas tendencias que se mencionaron en la época de su publicación, como los denominados “neobarrocos”, los neorrománticos, el objetivismo? ¿Tenías una opinión definida sobre ellos? ¿Te interesaban los puntos de vista que se planteaban al respecto?

Cuando empezó a extenderse lo que se llamó “neorromanticismo”, en la segunda mitad de los setentas, me le enfrenté, y un tiempo después me opuse a la onda neobarroca: si a unos los veía solemnes, engolados, estéticamente reaccionarios, desdeñosos de la vida concreta, los otros me parecían frívolos, tecnicistas, vanguardosos, autosuficientes, demasiado nihilistas y soberbios, cosa que ahora me resulta ridículo si pienso en obras tan poderosas como la de Perlongher, en aquellos años, o ahora las de Eduardo Espina y León Félix Batista, o el “neoberraco” de Gabriel Jaime Caro, o Roger Santiváñez, o Silvia Guerra (a Arturo Carrera, al que admiro, lo dejo de lado porque sólo hizo neobarroco un ratito). A diferencia de aquel neorromanticismo, que para la época en que apareció el Diario estaba ya apagándose (no los poetas involucrados sino la tendencia, por si hace falta aclararlo), a lo neobarroco lo veo muy vivo, más en otros países latinoamericanos que acá.

A mediados de los ochentas, de todos modos, ahí estaba lo que los integrantes del Diario compartíamos: ni neorrománticos ni neobarrocos, aunque tampoco nostálgicos del surrealismo o cualquier cosa que le pareciera, y en contra también de todo aquello que el coloquialismo de los sesentas podía tener de humedad sentimental, de certeza ideológica, de confidencialismo amiguista, de idealización de lo cotidiano y de realismo mágico. Pero no era solamente una cuestión de tendencias: nos parecía lamentable, y en eso no cambié, la exaltación de la figura de “el poeta”, y estábamos en cambio muy interesados en cómo la poesía se vincula, de ida y vuelta, con todos los aspectos de la vida en la sociedad. La poesía argentina, nos parecía, estaba demasiado encerrada en una burbuja autosatisfactoria, como una ardilla dando vueltas en su ruedita, incapaz de atender a otra cosa que a sí misma, y queríamos salir de ese altillo demasiado cómodo. “Estamos afuera del mainstream”, decía Samoilovich, casi como una declaración de principios, aunque terminamos siendo el mainstream.

En cuanto al objetivismo: creo que el rótulo se me ocurrió a mí, buscando caracterizar algo que veía asomarse en la poesía argentina, como una salida de la polaridad neobarroco-neorromanticismo. Ni idea tenía de la existencia de los objetivistas norteamericanos ni creo que nadie la tuviera por acá. “Objetivismo”, decía, en el sentido de impersonalidad: quitar a la subjetividad del poeta cualquier rol demasiado protagónico, para centrarnos en un trabajo de escritura que buscara y tratara de presentar qué puede haber de poético en las situaciones y los hechos, ya no en la exhibición de eso que Borges llamaba “tecniquerías” o en el despliegue de una espiritualidad superior. Algo de eso ya lo venía hablando con Aulicino, y veía antecedentes en el grupo de El lagrimal trifurca, en algunos poemas de Tedesco, Bielsa, Gruss, y hasta mi Diario en la crisis, pero la sensación de estar ante una nueva corriente la tuve con los poemas de Samoilovich, Fondebrider, Helder y Prieto, todos ellos del Diario, y algunos vinculados a ellos, como Oscar Taborda. Algo tenía que ver con la noción de “posmodernidad”, de la que se hablaba mucho: salir del complejo de superioridad en el que recayó la herencia del romanticismo y las vanguardias, con la consiguiente entronización del fetiche “la ruptura”, un comodín obligatorio para autorizar cualquier cosa.

La más exacta descripción de eso a lo que apuntábamos, pienso ahora, es la propuesta que hace Helder en su mentado trabajo contra el neobarroco, aunque no usa la palabra “objetivismo”: “nos preocupa imaginar una poesía sin heroísmos del lenguaje, pero arriesgada en su tarea de lograr algún tipo de belleza mediante la precisión, lo breve –o bien lo necesariamente extenso-, la fácil o difícil claridad (…). Que la palabra justa, ese sueño de Flaubert y de tantos otros, sea una ilusión de prosistas con la que los poetas a menudo no quieran transar, no invalida el esfuerzo de nadie por conseguir el sustantivo más adecuado y el adjetivo menos accesorio para lo que intenta decir.” Subrayo “arriesgada en su tarea de lograr algún tipo de belleza” y “conseguir el sustantivo más adecuado y el adjetivo menos accesorio” para hacer notar la diferencia con lo que diez años después se estaba entendiendo como “objetivismo” en Argentina. Aclaro, de todos modos, que sólo una parte de lo que escribí entra en el objetivismo: me quedaba muy estrecho, o yo era incapaz de ejercerlo a fondo, se me metían en la escritura otras tentaciones, pero fue una experiencia más que importante, y las marcas de haber pasado por eso están todavía, sin duda, junto con otras cosas.

Como lector, he presenciado distintos tipos de cuestionamientos, incluso creo que hay poetas que lo han escrito en notas y ensayos. Me refiero, entre otras, a que no eran amplios o que eran demasiados duros con relación a determinadas líneas de poesía.

Nos acusaron de adocenados, de supeditar la poesía al periodismo (y, por lo tanto, a la circulación mercantil), de creer en la transparencia del lenguaje, de teoricistas, de “fríos”, de “minimalistas” (lo que, así como estaba planteada la acusación, equivalía a una suerte de pedestrismo vaciado de aspiraciones): son reacciones que inevitablemente saltan ante cualquier intento fuerte. Más serio es lo de esa “dureza” que mencionás, porque es cierto, aunque en las intenciones iniciales no estaba. En el primer número, fíjate, hay poemas de Víctor Redondo, Néstor Perlongher, Juan Gelman, Irene Gruss y Oscar Taborda, por mencionar sólo argentinos, además del dossier Juan L. Ortiz y el reportaje a Padeletti. Como para dar una señal, ¿no? No la revista de un grupo sino un espacio para la poesía, esa era la idea. Pero eso también incluía trabajar para dar lugar a nombres, textos y propuestas que no eran tenidos en cuenta en el campo poético más visible de la Argentina, y esa apuesta nos entusiasmaba: proponer a la poesía algo así como una revisión, el reinicio del camino desde otro lugar, menos autosatisfecho. Y tanto nos entusiasmó que pasó a ser casi una militancia, excluyente, como no podía ser de otro modo, y me incluyo: aun cuando creo haber sido uno de los dos o tres integrantes del grupo que más pelearon para abrir el espectro (pienso en Rosenberg e Ibarlucía), al hacer memoria me veo atrapado en una autoprogramación de la que me costó salir, que me impedía leer algunos textos por lo que de veras un texto puede ofrecer, demasiado dispuesta a los rechazos a priori. Me autoconvencí, por ejemplo, de que René Char y Paul Celan no me gustaban y de que Girondo era un impostor, me distancié de mi amiga Diana Bellessi y de la iluminadora experiencia de su poesía, así como sobreestimé muchas cosas por el solo hecho de que encajaban con “lo que había que impulsar”. Fuimos bastante injustos a veces, pero no estrechos ni fundamentalistas, porque los replanteos fueron frecuentes, había no poca diversidad de opiniones entre nosotros y la curiosidad nos llevaba a estar buscando siempre diferentes posibilidades.

Otra cosa es la etapa en que directamente el Diario entra a ser un medio, como reconoció más tarde Helder, para “promover un movimiento poético”, y que, así como estaban instrumentando ese “movimiento”, yo no podía aceptar, lo que me provocó algunas fricciones feas, entre otras cosas porque se empezaron a publicar textos sin discusión previa. La cosa cambia un poco cuando Helder, al irse del grupo, deja la secretaría de redacción y armamos un consejo de redacción auxiliar, con un equipo de primera y que revitalizó el Diario en cierto modo, hasta que Samoilovich decidió disolverlo, no sé por qué. Y al poco tiempo me fui.

«En el Diario de Poesía fuimos bastante injustos a veces, pero no estrechos ni fundamentalistas, porque los replanteos fueron frecuentes, había no poca diversidad de opiniones entre nosotros y la curiosidad nos llevaba a estar buscando siempre diferentes posibilidades».

¿Cómo percibís a Diario de poesía con relación a otras revistas de la época? ¿Cuál consideras que fue su aporte?

Creo, lo dije varias veces, que en la historia de la poesía argentina hubo tres revistas que cambiaron todo, que marcaron un antes y un después: Martín Fierro en los años veinte, Poesía Buenos Aires entre el 50 y el 60, y después Diario de Poesía. Es una realidad comprobable que Diario llevó a repensar muchas cosas, rescató autores y propuestas que no entraban en la escena, incidió en el discurso crítico, desacartonándolo y dinamizándolo, y es un hecho indudable que existe hoy, en Argentina, una cantidad grande de poetas y poéticas que se formaron leyendo el Diario, y que el criterio para valorar qué es poesía sufrió modificaciones. ¿Fue bueno eso? Hay de todo. Para decirlo sin vueltas: no creo que la banalización de la escritura poética a la que estamos asistiendo sea efecto del noventismo, sino al revés: que el avance de la banalización en todos los aspectos de la vida y la cultura se sirve de lo que abrió el noventismo, así como otros aprovecharon el noventismo para hacer muy buena poesía, o encontraron ahí esa posibilidad. Sin contar con que el Diario fue mucho más que eso. Hace poco, revisando la colección digitalizada, en el Archivo Histórico de Revistas Argentinas, me quedé boquiabierto: qué cantidad de material valioso, qué capacidad de trabajo y qué entrega al trabajo la nuestra, “cómo fuimos capaces de hacer algo así” me dije, casi sin poder creerlo. Es que trabajábamos mucho, muchísimo, y nos apasionaba estar metidos en esa aventura. Por lo que me cuentan lectores que no conocieron la revista en su época, que la descubrieron ahí, para ellos se trata de un tesoro al que no dejan de volver cada tanto, como quien necesita reabastecerse, así que valió la pena.

*Foto de portada de Pascual Borzelli.

Eduardo Mileo: «Escuchar es un ejercicio fundamental para un escritor»

Eduardo Mileo: «Escuchar es un ejercicio fundamental para un escritor»

Escritor ante todo, Eduardo Mileo es una de las figuras principales de la poesía argentina. Cada uno de sus libros ofrece una experiencia particular que él mismo nos acompaña a recorrer.

Eduardo Mileo (Buenos Aires, 1953) es, a mis ojos, uno de los grandes poetas argentinos actuales. En esta entrevista para La Vanguardia lo consultamos sobre algunos de sus libros de poesía y sobre su labor como poeta. Es de notar, además, que fue miembro del consejo editorial de la revista de poesía La Danza del Ratón hasta el año 2001 (su ultimo número). También tuvo una variada participación en revistas culturales: secretario de redacción de la revista Babel y coordinador gráfico de la revista Humor, El porteño, Ñ, ADN Cultura, Diario de Poesía, Hablar de Poesía, entre otras.

Eduardo, me gustaría que cuentes algunas cuestiones relacionadas con tu labor como poeta. ¿Escribís siempre o lo hacés por intervalos? ¿Necesitás espacios especiales, lecturas? En Extracción del agua de la niebla, por ejemplo, hablás de un trabajo de investigación que te llevó dos años.

Escribo cuando tengo alguna idea generadora. Entonces me establezco una disciplina: escribo todos los días por la noche. Si no existe esa idea, en general no escribo; sólo a veces aparece algún huerfanito, y queda en una carpeta de poemas sueltos. Mi lugar especial es mi escritorio —me refiero al mueble, no a una habitación específica—; es mi isla de escritura. Leo mucho, por trabajo —soy corrector y trabajo leyendo— y por placer: novelas, cuentos, poesía, ensayo, todo lo que caiga en mis manos. No necesariamente para investigar sobre algún tema, sino simplemente por placer. Extracción del agua de la niebla es el libro en el que más trabajé. Fue un año de lectura acerca de biografías de pintores y de estética, y de escritura de los poemas, y luego otro de corrección. Es un libro caudaloso, de modo que hubo que corregir bastante.  

Sos uno de los recientes ganadores de uno de los premios municipales de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué podés contarnos sobre esta experiencia de los premios literarios y qué opinión te merece el atraso de las autoridades en darlo a conocer?

En la Argentina los premios y subsidios para el arte y la cultura son escasísimos. Si a esto le sumamos que son fallados con un atraso inconcebible —en la Ciudad el atraso venía del año 2012— y actualizados en su monto con muy poca conciencia de realidad —la inflación aumentó mucho más que los montos de los premios—, el panorama es muy desalentador. Es el producto de políticas capitalistas que subsidian con el dinero de los trabajadores y los jubilados a los que fugan el dinero a paraísos fiscales. Personalmente, no creo que esto vaya a cambiar a menos que no sea con un cambio absoluto de paradigma social.

«El punto de vista ajeno te da otra perspectiva sobre las cosas, te aleja de tus obsesiones y te coloca en campo abierto para el pensamiento».

Varios libros los escribiste con otros poetas, me refiero a Javier Cófreces y Alberto Muñoz. ¿Podés contarnos cómo es la experiencia de escribir con otros?

Es una experiencia enriquecedora. Te obliga a dejar de lado cuestiones de ego y a escuchar. Escuchar es un ejercicio fundamental para un escritor: el punto de vista ajeno te da otra perspectiva sobre las cosas, te aleja de tus obsesiones y te coloca en campo abierto para el pensamiento. La confrontación con la opinión ajena afina la mente, la ensancha, la oxigena. Con Javier y Alberto dejamos de lado la mezquindad: somos una cabeza con tres cerebros.

En esta experiencia enriquecedora, ¿cómo era la etapa de trabajo concreto? Me refiero a si alguien escribía algo y luego los demás corregían o ampliaban, o si discutían una idea o imagen previa y luego alguien la escribía. En una entrevista, creo que Javier Cófreces señalaba que se reunían a comer un día a la semana para este tipo de experiencia.

En general, cada uno escribía sus textos. Luego nos reuníamos y se discutían los textos, se proponían cambios, si era necesario —generalmente lo es—, se descartaban los textos con los que no se acordaba, y se concluía con textos que, de alguna manera, habían sido escritos por los tres, o con la intervención de los tres en la escritura. Los encuentros poéticos eran precedidos por una buena cena, un día a la semana, regada por unos tintos. Quizás en eso residía parte de la poesía.

Recuerdo que, en Diario de poesía, allá por los años de 1990, realizaban una encuesta a poetas sobre los libros que, en el año que terminaba, habían sido los más destacados. En el año de su edición, Mujeres figuró como uno de los más nombrados. ¿Cuáles de las devoluciones de lecturas o bien de las notas críticas recordás de ese período que puedas comentarnos?

Recuerdo esa encuesta: me sorprendió enormemente. No creí que tantos poetas, y tan buenos, hubieran leído mi libro. No recuerdo ahora todos los comentarios, pero sí recuerdo un par de notas que aparecieron en diarios sobre Mujeres: una de Gabriela Liffschitz y otra de Mónica Sifrim, las dos muy elogiosas.

En mi lectura, Mujeres se puede leer como una especie de microrrelatos sobre Elena, como una especie de “confederación de almas” (aprovechando la imagen de Antonio Tabucchi en Sostiene Pereira), esto es, Elena de chica, de joven, etc. O bien se trata de escenas de distintas mujeres si nos atenemos al título. ¿Cómo lo pensaste a la hora de escribirlo?

De las dos maneras. Todos vamos cambiando a lo largo de nuestras vidas. Somos los mismos y, a la vez, somos otros; a veces no nos reconocemos en algunas acciones del pasado. Estas mujeres también son las mismas y son, al mismo tiempo, Elena: una mujer que es, sintéticamente, todas las mujeres.

En su reedición de 2005, incorporás una parte nueva. ¿Cómo fue el trabajo de esa reedición y por qué corregiste e incorporaste nuevos poemas? Ambas ediciones creo que tienen un contexto de producción de poesía diferente, no es lo mismo lo que se publica y discute a comienzos de los años 90 que en los comienzos de los 2000. Y, al mismo tiempo, el tema de las mujeres, las expresiones a favor y en contra del feminismo, no es lo mismo en esos años citados.

No recuerdo las circunstancias que me llevaron a escribir nuevos poemas sobre mujeres, pero supongo que tiene que ver con una nueva etapa en mi vida, con un  nuevo enamoramiento. De todos modos, puedo decir que pude recuperar el tono de los primeros poemas sin dificultad, como si no hubiera pasado el tiempo que pasó entre una edición y la otra. Es cierto que la lucha feminista cambió el punto de vista sobre muchas cuestiones en la relación entre hombres y mujeres. Pero el libro mantiene el espíritu que tuvo siempre: como dijo Reynaldo Jiménez en el bellísimo posfacio que escribió, es un intento de ver, quizás, a las mujeres que hay en uno. 

Extracción del agua de la niebla es un libro dedicado a la pintura. La situación del pintor y la pintura se mezclan en los poemas. “El pintor pintado”, señalás en el prólogo. ¿Podés contarnos por favor cómo surgió este libro y cuáles son sus características más sobresalientes desde el punto de vista de la escritura?

La pintura es un arte que siempre me interesó. La recreación de la realidad, externa o interna, la posibilidad de diseñar una realidad nueva, son motivos que desde antiguo interesaron a la humanidad. El libro comenzó a gestarse hace varios años. Yo había escrito algunos poemas sobre pintores que habían quedado en carpeta. Creo que no supe en ese momento cómo encarar la obra. Mucho tiempo después surgió la idea del libro: confrontar la idea o situación que llevó al pintor a realizar el cuadro con la idea que el espectador se hace de él al observarlo. Con la idea clara comencé el trabajo: escribía todas las noches; en un año el esqueleto del libro estaba terminado. Luego vino el período de corrección. Las características del libro son su concisión, la síntesis, el intento de pintar una vida de una pincelada.

«La historia, aunque trabaja con documentos, es una creación, en el sentido de que es una interpretación de esos documentos, y una interpretación no es nunca ingenua: la historia toma partido. En el caso de esta modesta historia de la pintura, toma partido por la poesía».

Como historiador, no puedo pasar por alto tu referencia a la historia. “Esta historia poética, afirmás, no investiga documentos, sino que los crea.” Hay un trabajo sobre la historia, la pintura, como material de la poesía. ¿Qué podes contarnos de este tipo de vinculaciones que se ven en tu libro?

La historia, aunque trabaja con documentos, es una creación, en el sentido de que es una interpretación de esos documentos, y una interpretación no es nunca ingenua: la historia toma partido. En el caso de esta modesta historia de la pintura, toma partido por la poesía. A pesar de haberme documentado, las circunstancias en que coloco la creación de los cuadros son ficcionales: no responden necesariamente a momentos vividos por sus protagonistas. Son un intento de penetrar esas mentes que concibieron obras que perduran en la historia del arte y son, sin duda, motivos de inspiración para el arte actual.

Recientemente Ediciones en Danza publicó la obra reunida de Irene Gruss. Vos fuiste uno de los que participó en su preparación, ¿cómo fue la experiencia?

Gabriela Franco y yo tuvimos a cargo la edición de la poesía completa de Irene Gruss. Fue un trabajo arduo de recopilación y comparación entre diversas ediciones de su obra, cotejando versiones de poemas que diferían y tomando las decisiones correspondientes para la publicación. A mi juicio, se trata de una obra indispensable, la poesía de una de las grandes poetas de nuestro país.

Para terminar, me gustaría que nos cuentes cuál es la nueva apuesta de tu flamante libro Pentámeros.

Pentámeros fue escrito enteramente en el primer semestre del confinamiento debido a la pandemia de coronavirus. Tiene, por tanto, un espíritu que es, por momentos, sombrío, aunque, de conjunto, no está invadido por ese espíritu. Son poemas que tratan temas variados y que poseen un tono filosófico. A pesar de ignorar las respuestas, o quizá por eso, estos poemas preguntan. La pregunta es el motivo y la estética del libro.  

¿Qué rol puede jugar la espiritualidad en el desistimiento para reducir el delito y la violencia?

¿Qué rol puede jugar la espiritualidad en el desistimiento para reducir el delito y la violencia?

La relación entre la juventud y el delito presenta datos alarmantes, pero también abre perspectivas para abordarla. El desistimiento delictual parte de la posibilidad de revertir un inicio en la actividad delictiva mediante diferente mecanismos, en especial la autorreflexión y la espiritualidad.

El crimen y la violencia, en sus múltiples formas y expresiones representa, sin lugar a duda, uno de los principales escollos para el desarrollo de nuestros países y la anhelada construcción de sociedades más democráticas y justas. Desde la década de los ’90 diversos estudios se han propuesto evidenciar los costos que la criminalidad y violencia, en esta línea un icónico trabajo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) del 2017 estima al respecto que el costo anual directo del crimen y la violencia en América Latina y el Caribe asciende a US$ 261.000 millones, o 3,55% del PIB. Esta cantidad duplica el promedio de países desarrollados y equivale al total que la región invierte en infraestructura. 

Pero tras estas miradas macro-sociales, se esconden elementos diferenciadores que no pueden pasarse por alto, el delito y la violencia no se vivencian por igual y sus consecuencias son diferenciadas, acrecentando las brechas de desigualdad social y haciendo evidente que la movilización de recursos para contenerla no es igual para todos.

Un estudio reciente evidencia un aumento en los homicidios a nivel país en Chile, pasando de 4,2 a 5,9 homicidios por cada 100.000 personas en los últimos cuatro años (2016-2020), sin embargo si uno desagrega la cifra se encuentra con que la tasa de homicidio en comunas como San Bernardo, al sur de la Región Metropolitana fue de 6,8 x 100.000 habitantes para el 2020. Mientras que, en municipios de alta renta como Vitacura, al oriente de la capital, no se registraron homicidios durante dicho año, según Centro de Estudios y Análisis Criminal (CEAD). Y a pesar de ello ambas comunas cuentan con igual número de dotación policial.

Si bien todos estamos afectos a ser víctimas de la violencia, no todos corremos el mismo riesgo, existen ciertos grupos de especial vulneración, son más susceptibles a ser víctimas de formas graves o reiterativas de violencia, y a su vez, de quedar invisibilizados ante el sistema de protección y/o justicia.

Si bien todos estamos afectos a ser víctimas de la violencia, no todos corremos el mismo riesgo, existen ciertos grupos de especial vulneración, son más susceptibles a ser víctimas de formas graves o reiterativas de violencia, y a su vez, de quedar invisibilizados ante el sistema de protección y/o justicia. Dentro de estos grupos encontramos poblaciones con fuertes privaciones sociales, como las personas en situación de calle o grupos minoritarios con ciertas marcas identitarias (muchas de las cuales se llevan en el cuerpo) como las poblaciones migrantes, grupos LGTBIQ+, población indígena, afrodescendientes, entre otras. Pero también aparecen ciertas poblaciones infanto-juveniles como el grupo estadísticamente más susceptible a ser víctima y victimarios de la violencia.     

Tal como se evidencia en múltiples estudios, buena parte de los delitos de mayor connotación social es perpetrada por jóvenes. La criminología del desarrollo ha demostrado que el comportamiento delictual se concentra principalmente entre los 15 y 25 años, con un peak entre los 17 y 18 años. Existiendo luego un “desistimiento maduracional” que lleva a muchos a abandonar las acciones delictuales en función de nuevos intereses, oportunidades y proyectos vitales.

Sin embargo, un grupo pequeño permanece cronificado en el delito y transitará hacia una adultez caracterizada por las secuelas de una carrera delictual, que en la mayoría de los casos implica un paso reiterativo o intermitente por la cárcel, la ruptura con la familia de origen, la exposición a ser víctima de hechos de violencia y en muchos casos la propia muerte.

A partir de aquí es necesario interrogarnos sobre las estrategias más efectivas para prevenir y abordar la violencia adolescente juvenil, en especial de aquella cometida por jóvenes reincidentes y con un perfil de mediana y alta complejidad. Considerando especialmente, la insuficiencia del sistema privativo de libertad para menores de edad, que exhiben tasa de reincidencia sobre el 50% después de 24 meses de egreso, según surgen de datos de la SENAME en 2015.

Los aportes del desistimiento delictual

El primer elemento clave para diseñar intervención orientadas al abordaje de la violencia adolescente juvenil es comprender que la violencia juvenil no es sólo un conjunto de acciones medibles, punibles y cuantificables, sino que también es un entramado complejo de relaciones y significaciones, que incluso pueden adquirir un rango identitario. La violencia es relacional y múltiple en sus causas y expresiones. Por tanto, las políticas preventivas deben tratar de comprender las raíces subyacentes a su ejecución y situarse contextualmente.

El enfoque del curso de la vida (Life Course Approach) es especialmente apropiado para este propósito, al comprender el acto delictual o violento de manera dinámica o como una consecuencia diacrónica de una serie de eventos, hitos y significados en la vida de las personas. En otras palabras, para trabajar con un joven ofensor es necesario reconstruir su trayectoria vital, identificando los posibles eventos o transiciones traumáticas o disruptivas que pudieron condicionar su conducta transgresora o delictual.

El enfoque enfatiza además que las “trayectorias delictuales” se construyen en una interacción entre factores biológicos (disposiciones propias de la persona entre las que se pueden incluir deficiencias neuroendocrinas) ambientales (familia, barrio, escuela, grupo de pares) y azarosos (eventos impredecibles que pueden marcar un giro radical en la vida de una persona), lo que obliga a pensar más allá del dualismo individuo-estructura u otros reduccionismos epistemológicos.    

No es lo mismo trabajar desde el desistimiento con un infractor primerizo con vinculación familiar que con un joven infractor reincidente, sin redes de apoyo y en graves condiciones de vulneración. Sin embargo, siempre es posible reivindicar los procesos de reflexión y autodeterminación que supone el desistimiento delictual.

A partir de este marco conceptual se ofrece una relectura de los sistemas de tratamiento de la conducta delictual en jóvenes y adolescentes. Evidenciando las limitaciones de los modelos correccionales o de riesgo, dado que, por una parte, restan protagonismo al propio joven en la determinación de su propio curso vital, y, por otra parte, obvian una comprensión de los procesos que generan el cambio.

Estas limitaciones dieron paso a la formulación del enfoque del desistimiento delictual el cual se centra en la comprensión del proceso mediante el cual ciertos jóvenes cesan de cometer delitos y luego se abstienen de delinquir durante un período prolongado o de forma definitiva. El desistimiento incluye la identificación de los factores de protección, propio del modelo de resiliencia, como así también el reconocimiento de los factores de riesgo y necesidad, pero en una perspectiva que devuelve la agencia a los propios jóvenes.   

Shadd Maruna uno de los representantes más relevantes del enfoque, identifica tres amplias perspectivas teóricas en la literatura que estudia el desistimiento: las reformas del proceso de maduración, la teoría de los vínculos sociales y la teoría narrativa. Las teorías de la reforma del proceso de maduración (u “ontogénicas”) se basan en los vínculos que existen entre la edad y ciertos comportamientos delictivos, en particular delitos callejeros.

Las teorías de los vínculos sociales (o “sociogénicas”) sugieren que los lazos con la familia, el empleo o los programas educativos en el adulto joven explican cambios en la conducta delictiva durante el curso de la vida. Finalmente, las teorías narrativas emergieron de investigaciones cualitativas, que acentúan el significado de los cambios subjetivos en la percepción de sí mismos y de su propia identidad como personas, reflejados en cambios de motivaciones, mayor preocupación por los demás y más consideración por el futuro.

A partir de este enfoque, se sugiere que el cambio conductual (desistimiento) es un proceso disponible para todos, aunque diferenciado en función de las particularidades de cada trayectoria vital y el grado, prontitud y reiteración de la exposición a factores de riesgos y a la comisión de actos delictuales. No es lo mismo trabajar desde el desistimiento con un infractor primerizo con vinculación familiar que con un joven infractor reincidente, sin redes de apoyo y en graves condiciones de vulneración. Sin embargo, a pesar del fuerte impacto en la subjetividad e identidad de quienes son sindicados como antisociales o delincuentes, siempre es posible reivindicar los procesos de reflexión y autodeterminación que supone el desistimiento delictual. Por ello, desde este enfoque se asume que siempre existiría la posibilidad de reconstruir en una dirección distinta el propio itinerario vital.

El rol de la espiritualidad

Dentro de las perspectivas que se abren a partir del enfoque del desistimiento delictual, existe una de especial interés para aquellos que se orientan preponderante hacia el trabajo a partir de las teorías narrativas o de los procesos que facilitan un cambio en la propia percepción e identidad de los y las jóvenes infractores, se trata del lugar que jugaría la dimensión espiritual dentro de estos procesos intervenidos. Dado que la espiritualidad permite precisamente una nueva forma de relación con uno mismo, con los demás y con el entorno.

En mi reciente libro Espiritualidad y Transformación Social: ideas para un cambio civilizatorio (Cuarto Propio, 2020) me he interesado en analizar como el desarrollo de una dimensión espiritualidad en el campo de la intervención contribuye al abordaje de las dimensiones del “estar” y del “ser”, las que comúnmente quedan relegadas en el quehacer cotidiano del proceso interventivo centrado en el hacer, tener o conocer.

La reconstrucción de la propia percepción de sí mismo, se facilita en el reconocimiento que uno es más que las circunstancias que han determinado la historia personal, y que de cierta manera contamos con la libertad última de dotar de sentido nuestra propia existencia. En palabras de Viktor Frankl: “–incluso bajo las circunstancias más adversas– para dotar a su vida de un sentido más profundo. Aun en esas situaciones se le permite conservar su valor, su dignidad, su generosidad”.

Introducir la dimensión espiritual en su pluralidad de métodos y más allá de cualquier reducto religioso, puede contribuir significativamente a la labor de ofrecer nuevas perspectivas a miles de jóvenes víctimas y victimarios de la violencia, y a desmontar los mecanismos de neutralización utilizados para ejercer o soportar la violencia.

La espiritualidad, en este dominio, puede ser entendida como el proceso personal que permite al sujeto establecer una relación directa con la verdad y la plenitud. Una forma de mirada hacia una “realidad interior” que trasciende la comprensión del intelecto y que no se puede aprehender sin arriesgar un cambio. La espiritualidad es un tipo de experiencia que supone la transformación del que conoce, un tipo de conocimiento “desde dentro” donde lo cognoscente y lo conocido quedan contenidos.   

Introducir la dimensión espiritual en su pluralidad de métodos y más allá de cualquier reducto religioso, puede contribuir significativamente a la labor de ofrecer nuevas perspectivas a miles de jóvenes víctimas y victimarios de la violencia, y a desmontar los mecanismos de neutralización utilizados para ejercer o soportar la violencia. La espiritualidad favorece la aceptación y la conciencia radical del lugar en el que se está, y solo a partir de ahí, es posible comenzar a trabajar en una nueva narrativa vital para y con el mundo. No se trata de una solución en sí misma, sino más bien de una herramienta de gran valor para el trabajo incesante de vivir una vida que valga la pena ser vivida, en armonía con los demás y en coherencia con el propio plan vital. Como bien nos recuerda siempre el gran estudio de Alonso Salazar nuestros jóvenes “no nacieron pa’ semilla”.