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De cómo las redes operan para el control social

De cómo las redes operan para el control social

Desde la propaganda estatal de las dictaduras del siglo XX, hasta los genocidios organizados en grupos de WhatsApp. Un breve resumen de la desinformación.
La desinformación como herramienta de control.

Un 16 de septiembre de 1989 Boris Yeltsin visitó un supermercado texano. No podía creer la variedad y la prosperidad americana disponible para el común de la gente. Su primera reacción fue creer que esto era una trampa diseñada por los norteamericanos, pero todas las tiendas eran iguales. “Si en mi país la gente viera esto, habría una revolución … Ni siquiera en el politburó hay tanta variedad de productos”.

Dos años más, Yeltsin pondría fin a la Unión Soviética, declarando que este conocimiento que había adquirido sobre Estados Unidos lo condujo a este momento. Era increíble como alguien tan cercano al poder, no podía escapar de la misma propaganda estatal.

Con la caída del bloque soviético, y la aparición del internet, una nueva corriente del pensamiento entre estadistas empezaba a ponerse en boga: “Las sociedades democráticas liberales son el fin de la historia”. La aparición de esta novedosa tecnología llamada el Internet, parecía confirmar los dichos de Francis Fukuyama.

MOVIMIENTOS DEMOCRATICOS DE ACTIVISMO CIVIL

De repente, cualquier persona podía sentarse en una computadora o celular e informarse, con sus fuentes favoritas, aquello que le interesaba. Se podían saltar la propaganda estatal y lo que dijeran las mega cadenas de televisión que, hasta hace unas décadas, controlaban las narrativas de manera casi indiscutible. Cualquier persona puede saltear los apagones digitales con un VPN, y los múltiples servicios de mensajería encriptada, permitiría a los periodistas y testigos reportar desde los regímenes más herméticos del planeta.

“La información quiere ser libre”, dijo Stewert Brand en 1984. Prediciendo lo que el internet traería consigo:  nuevos movimientos democráticos, activismo social por las redes, incluso partidos parlamentarios que abogaban por la libertad absoluta de la información (como los partidos piratas en Europa) o comunidades virtuales dedicadas al hacktivismo, tal como Anonymous o WikiLeaks.

La esperanza era que el Internet llegó para poner fin a la propaganda, y que la verdad, por más incomoda que fuera para los grupos de poder, venía a llevarnos a un futuro transparente.

Movimientos por justicia social como BlackLivesMatter tomaron a Estados Unidos por sorpresa, llevando a que los políticos, de todo el espectro político, tuvieran que al menos responder a estos grupos.

La esperanza llegó a su ápice con la primavera árabe, mientras en el mundo occidental, las sociedades liberales se le plantaban cara hasta al propio capitalismo: El movimiento de los Indignados en España se terminó replicando por cada uno de los continentes, en respuesta a las crisis económicas, las medidas de austeridad tomadas, y los filtros de WikiLeaks que mostraban la corrupción de sus gobernantes o como el gobierno usaba los servicios de inteligencia para espiarlos.

Recientemente, el feminismo se hizo escuchar con el fenómeno de #MeToo o el Aborto en nuestro país. Otros movimientos por justicia social como BlackLivesMatter tomaron a Estados Unidos por sorpresa, llevando a que los políticos, de todo el espectro político, tuvieran que al menos responder a estos grupos.

Toda la información, coordinación, acción y consigna se propagaba (y propaga) por las redes.

ELECCIONES Y SEGMENTACIÓN DE MERCADOS

Había un pensamiento economicista liberal en esta panacea de la información libre. La creencia que los ciudadanos son actores racionales, que frente a la tecnología que les permitiera fácilmente mantenerse informados, protegerían sus propios intereses, y colectivamente, pondrían fin a cualquier gobierno iliberal, por medio del voto o la revolución pacífica.

Parecía en su momento inaudito que un Estado lograra ahora controlar el discurso como lo podía hacer la Unión Soviética. Cualquiera podía ser un periodista, cualquiera podía ser la voz de un nuevo movimiento social.

Cambridge Analytica se vio vinculada con las campañas políticas de Donald Trump, Ted Cruz, y el Partido de la Independencia del Reino Unido durante el referéndum del Brexit.

En el año 2018 aprendimos que esta nueva sociedad mediática podía ser manipulada de una manera que antes no lo habríamos podido imaginar. Cambridge Analytica, una consultora de marketing político de Reino Unido, especializada en la minería de datos, operaba por medio de una aplicación que sustraía información de usuarios Facebook (y de sus contactos), y después la vendían la data para ser usada en segmentación de mercado. Con esta información, los políticos que contrataban a esta firma, podían saber cómo llegar eficazmente a los potenciales votantes.

Cambridge Analytica se vio vinculada con las campañas políticas de Donald Trump, Ted Cruz, y el Partido de la Independencia del Reino Unido durante el referéndum del Brexit. Y lo que fue peor aún, es que aprendimos en estos años que no solo Facebook, sino lugares como Google, YouTube o Twitter, estaban gestionados por algoritmos que, en base a los intereses de los usuarios, buscaban mantener el interés y el tiempo en pantalla, y que en muchos casos, desinformación y extremismo político se esparcía sin intervención del usuario.

En base a las búsquedas e intereses, el algoritmo automáticamente te recomienda contenido similar, sobre todo, aquel que efectivamente ha logrado generar más interacciones. Por ello mismo, resulta natural que se recomiende el contenido más polémico, que despierta las pasiones más fuertes: el discurso de odio.

INTELITENCIA ESTRATÉGICA Y REDES SOCIALES

La frutilla del postre fue descubrir que muchas de estas campañas de desinformación y odio eran orquestadas por agentes de inteligencia rusos, a fin de reducir el área de influencia de la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN sobre Europa del Este.

Las elecciones norteamericanas y hasta incluso movimientos de derechos civiles en Estados Unidos, fueron interferidas por grupos digitales llamados troll farms, miles de cuentas falsas usadas por agentes del Kremlin para fermentar desconfianza contra las instituciones y medios masivos de comunicación de rivales geopolíticos.

Otros países no se quedan atrás: China que tiene bloqueado a Twitter, cuenta con ejércitos de cibernautas como Wumao (el Partido de los 50 centavos) con millones de posteos diarios para difuminar desinformación.

Países como Venezuela y la India, donde millones de ciudadanos viven en pobreza, son el espacio ideal de donde se pueden reclutar trolls a tiempo completo, como así también la población con mayor analfabetismo digital, capaz de creerse cualquier posteo de las redes sociales.

Actualmente se ven como países como Venezuela y la India, donde millones de ciudadanos viven en pobreza, son el espacio ideal de donde se pueden reclutar trolls a tiempo completo, como así también la población con mayor analfabetismo digital, capaz de creerse cualquier posteo de las redes sociales.

Y si bien podemos buscar responsables, fue espeluznante descubrir que ni siquiera Mark Zuckerberg puede controlar lo que sucede con sus billones de usuarios. Recordemos que Meta no es solo dueño de Facebook, sino Instagram y WhatsApp, con consumidores que hablan idiomas y jergas que ningún programador de Palo Alto entendería. La moderación de tantos espacios digitales en tantos países e idiomas es humanamente imposible.

EDUCAR PARA LA LIBERTAD

Desde hace unos años, el genocidio rohinyá perpetrado por el gobierno de Myanmar, donde se han ejecutado al menos 25.000 personas, se han organizado localmente, por grupos de WhatsApp y Facebook.

Posteos con imágenes fabricadas para incriminar y fomentar el odio a grupos minoritarios y justificar su exterminio, no es algo nuevo en la historia de la humanidad, pero es reciente la accesibilidad y facilidad para que cualquier lego pueda crear, producir y compartirlo

Y con conocimiento, un individuo puede incluso crear videos con inteligencia artificial que replica realísticamente la voz y las expresiones faciales de quien uno quiera. Ahora, no sólo las usan malintencionados que reportan historias falsas, sino también estafadores virtuales.

Si vamos a vivir en una sociedad mediatizada, debemos también ser una sociedad inteligente.

Podríamos seguir escribiendo sobre cómo, este nivel de desinformación ha causado la muerte de miles de personas con los posteos antivacunas, y como actualmente el gobierno de Putin utiliza estos medios para mantener a su población ignorante de lo que pasa en Ucrania. Pero creo que sólo basta que el lector abra su navegador web favorito y lo vea por sus propios ojos, no necesito fuentes para ello. 

Creo que la única solución a estos problemas es enseñar en los colegios como cualquier otra materia, educación mediática. Explicarles que fuentes de información son más confiables, contrastar la información y verificar así la veracidad de las publicaciones que encuentran en las redes. No es una tarea fácil, pero si vamos a vivir en una sociedad mediatizada, debemos también ser una sociedad inteligente.

Años ’30: ¿Cómo hicieron para crecer los partidos socialistas de España y la Argentina?

Años ’30: ¿Cómo hicieron para crecer los partidos socialistas de España y la Argentina?

El historiador español revisa los debates del PSOE y el PS argentino para crecer en militancia e influencia. Apertura y restricciones. Puros e impuros. Debates actuales.
Archivo General de la República: manifestación del Partido Socialista en Buenos Aires, 1 de mayo de 1939.

En este trabajo pretendemos abordar la cuestión de la militancia en partidos socialistas a través de los casos español y argentino en el mismo momento, a principios de los años treinta, aunque las realidades políticas fueran distintas.

Nos interesa aportar unos materiales para ayudar en la reflexión sobre el compromiso político, y sobre cómo abordar, en primer lugar, el problema que podría generar la llegada casi masiva de nuevos militantes en momentos propicios para el partido, como ocurrió en la España que veía inaugurar la Segunda República y donde el PSOE tuvo tanto protagonismo, y en segundo lugar el cómo buscar fórmulas para poder crecer en afiliación, como veremos para el caso argentino a través de la formulación de la figura del simpatizante. Así pues, reflexionaremos sobre los peligros de los crecimientos vertiginosos, pero también de las estrategias para crecer.

Mes y medio después de haberse proclamado la Segunda República, el destacado intelectual y ministro socialista Fernando de los Ríos planteó en un acto celebrado con los estudiantes, el primero de junio de 1931, la cuestión del aumento evidente de la militancia en el PSOE.

AUMENTO DE MILITANCIA EN EL PSOE

El político rondeño temía que solamente hubiera una preocupación por el número, que la democracia se interpretase solamente en función del mismo, que el Partido en ese momento creciese de forma desorbitada. No cabe duda de que era consciente que el PSOE iba a crecer o lo estaba ya haciendo de forma evidente ante su protagonismo en el inicio de la Segunda República. Pero los aluviones no eran convenientes porque terminaban arrollando a los hombres con autoridad, entendida ésta, según nuestra interpretación, no sólo como autoridad política, sino, sobre todo, moral.

Esa democracia no era la que deseaba Fernando de los Ríos, sino, regresando a su argumento anterior, la que partía de dentro hacia fuera, y que permitía que dirigiesen el Partido las personas que merecían “garantía”. Y ese método era el que había aplicar a la naciente democracia en España. Para evitar los aluviones que podían desbordar a las organizaciones socialistas había que emprender una intensa labor pedagógica.

La Agrupación Socialista Madrileña que negaba el acceso a las candidaturas del Partido para diputados y concejales a los militantes que no tuvieran una antigüedad de dos años, como mínimo, en su militancia. Esta medida era claramente defensiva.

Por eso pidió a los jóvenes que se movilizasen para explicar lo que era el socialismo, así como la “emoción socialista”, seguramente aludiendo a lo que era un ejercicio de razón y sentimiento, con el objetivo de crear conciencia. Ese momento histórico necesitaba de ese trabajo, de ejercer la democracia, de hacer política, considerada como el arte de hacer posible lo necesario, y que lo posible llegase a ser necesario.

Pues bien, otro destacado intelectual socialista, Antonio Ramos Oliveira, teorizó sobre lo que aquí nos interesa en un artículo que publicó El Socialista en marzo de 1932.

Para Ramos Oliveira habría dos posturas o tesis dentro del PSOE: una tendencia y una reacción. La primera era la preocupación llena de sentido pedagógico hacia los que habían ingresado recientemente en el Partido Socialista. Esta postura defendía realizar una labor educativa para los que llegaban, y era la del propio Ramos Oliveira. La reacción se ejemplificaba con el acuerdo adoptado por la Agrupación Socialista Madrileña que negaba el acceso a las candidaturas del Partido para diputados y concejales a los militantes que no tuvieran una antigüedad de dos años, como mínimo, en su militancia. Esta medida era claramente defensiva en su opinión.

Había, por lo tanto, que aclarar si el Partido para inmunizarse contra el arribismo político precisaba el cierre de sus puertas.

PRETENDIDA PUREZA IDEOLÓGICA

Esta cuestión se había suscitado por los sucesos de Castilblanco, que habían podido pasar, según acusaciones de algunos sectores del PSOE, en virtud de la propaganda de los recién llegados al Partido, que como no tenían la suficiente formación socialista habían predicado ideas y teorías ajenas al ideario socialista, prometiendo lo imposible.

Pues bien, nuestro protagonista no era de esa opinión. No se podía demostrar que el Partido estuviera mal representado en ningún sitio. Opinaba que era una campaña disfrazada contra el Partido, y promovida indirectamente tanto por los que habían callado como, por personas como el propio Ramos Oliveira, porque habían planteado en la prensa la cuestión de los “nuevos”. Pero insistía que no había problema alguno, y en caso de que se considerara como tal no parecían convenientes los gritos de alarma ni las medidas limitadoras como había hecho la Agrupación Madrileña.

Los defensores de esas medidas aducían que el Partido tenía que defenderse de los que buscaban solamente medrar, pero eso era penalizar a todos los que ingresaban; la privación de derechos era un castigo en una democracia. Esa privación al nuevo militante era imponer una sanción sin que hubiera delinquido. Ramos Oliveira era categórico en rechazar la limitación. El Partido no podía defenderse de antemano de un posible error. El Partido podía, perfectamente, degradar a un diputado socialista que no mereciera serlo.

En realidad, el ingreso en el Partido era como un bautismo, pero nada más. Pero, además, se podía llevar media vida en el Partido y no ser socialista, precisamente porque a ese militante le faltaría la convicción “espiritual” o la convicción “por vía intelectual”.

Ramos Oliveira hacía un alegato a favor del socialismo en general, sin vincularlo automáticamente con el Partido, ya que se podía ser socialista antes de ingresar en el mismo. Al socialismo se llegaba a través de dos caminos: por la sensibilidad o por la cultura, que nosotros interpretamos por los sentimientos o por la razón, en un razonamiento parecido al de Fernando de los Ríos. En realidad, el ingreso en el Partido era como un bautismo, pero nada más. Pero, además, se podía llevar media vida en el Partido y no ser socialista, precisamente porque a ese militante le faltaría la convicción “espiritual” o la convicción “por vía intelectual”.

El problema de existir, siempre siguiendo a Ramos Oliveira, sería solamente de vigilancia por parte de los militantes y de meditación ante los nombres de los posibles candidatos por parte de las asambleas que eran las que elegían a los mismos. Por eso era fundamental que los Comités facilitasen todo tipo de información. En democracia los problemas se solucionaban sin alarmas ni medidas draconianas.

En Argentina, en 1930, se planteó la necesidad de plantear una figura nueva para crecer, la del simpatizante.

EL SOCIALISMO ARGENTINO MÁS ABIERTO

Como es sabido, el compromiso ha sido una de las claves del socialismo internacional, de ahí el trabajo constante de los partidos socialistas para realizar actos, mítines, charlas y asambleas con el fin de difundir el ideario y conseguir más militantes. El crecimiento de la organización ha sido siempre un valor en sí para el socialismo, con las precauciones que hemos visto más arriba.

Los socialistas argentinos consideraban que muchos trabajadores no se afiliaban como militantes al Partido por distintos motivos derivados del trabajo, ocupación, etc., pero que se sentían identificados con el pensamiento y el ideal socialistas, además de participar en los procesos electorales, momentos especiales de todo Partido. Por eso, el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista argentino había resuelto que se elaborase por los centros y agrupaciones del mismo un padrón de simpatizantes.

El Partido tenía en ese momento 2.800 militantes, pero se era consciente que no todos tenían el mismo compromiso. Se calculaba que como militantes activos habría solamente unos 1.200. El objetivo era aumentar la militancia, pero también se era consciente de la dificultad de alcanzar un número sustancialmente mayor de afiliados, debido, siempre según la interpretación orgánica, por las propias condiciones y la rígida disciplina de la organización.

Empadronar un gran número de simpatizantes, sin estar sujetos a la vida activa del Partido, podía ser fundamental para difundir el ideario, fiscalizar en los procesos electorales, además de poder fidelizar un mayor número de votos, sin exigir reglas, pero dándoles la sensación que el Partido les conocía.

Y aquí encajaba perfectamente la fórmula del simpatizante, una figura de menor compromiso y tampoco tan sujeta a las estructuras del Partido, pero que podía ser un elemento fundamental en la difusión de las ideas socialistas y en algunas tareas. Los socialistas argentinos estaban intentando crecer y esta fórmula rebajada de compromiso podía ayudar en este objetivo.

Así pues, empadronar un gran número de simpatizantes, sin estar sujetos a la vida activa del Partido, podía ser fundamental para difundir el ideario, fiscalizar en los procesos electorales, etc.., además de poder fidelizar un mayor número de votos, sin exigir reglas, pero dándoles la sensación que el Partido les conocía y deseaba animarlos a la movilización en determinados momentos.

Además, con esta fórmula los propios simpatizantes se podrían ver estimulados por el reconocimiento que el Partido realizaba de su existencia y trabajo. Podrían convertirse en agentes fundamentales para el desarrollo de la organización y para el avance electoral.Hemos consultado el número 6821 de diciembre de 1930 y los números del día 2 de junio de 1931 y 9 de marzo de 1932 de El Socialista.

«Argentina, 1985»: cuentas saldadas

«Argentina, 1985»: cuentas saldadas

La película es un hecho artístico, un relato basado en la historia, pero también es un fenómeno cultural que despierta emociones. Sumamos a los análisis, un testimonio culposo pero optimista a partir del film.

Notas vinculadas:

Mario Fiore: «Argentina, 1985»: una película pedagógica https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2022/11/03/argentina-1985-una-pelicula-pedagogica/

Javier Franzé: «Argentina, 1985»: ficción y documento https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2022/11/03/ficcion-y-documento-en-argentina-1985/

Daniel Muzio: Argentina, 1985: imágenes del juicio histórico comentadas por su autor https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2022/09/29/argentina-1985-imagenes-de-un-juicio-historico-explicadas-por-su-autor/

Los investigadores de Strassera, caracterizados en la película de Marcelo Mitre.
Los investigadores de Strassera que rescató la película «Argentina, 1985»: Adriana Gómez, Javier Scipioni, Sergio Delgado, Marcela Pérez Pardo, Carlos Somigliana, Lucas Palacios y Nicolás Corradini (Fuente: Infobae).

La película «Argentina, 1985» superó el millón de espectadores desde el 29 de septiembre, cuando se estrenó en los cines. En general, saldó de manera bastante airosa las críticas. No todas. La Vanguardia publica una reseña de Mario Fiore: donde la considera generalista, con intenciones totalizadoras y testimoniales.

El film claramente iba a revolver la memoria asentada sobre ese proceso histórico, eligiendo el punto de vista de los fiscales, esos que en el nombre del Estado construyeron la acusación contra los criminales de la dictadura. Uno de los dos fotógrafos que cubrieron ese juicio histórico, abrió su archivo a La Vanguardia e hizo un recuento breve sobre cómo recuerda los hechos: Daniel Muzio.

Pero el cine hablando sobre un hecho histórico despertó debate sobre lenguajes y la interpretación de la historia en el relato de sus autores. La Vanguardia publica también un profundo análisis de Javier Franzé sobre ese juego de tensiones entre la ficción y lo documental.

Pero un millón de espectadores en las salas de cine en tiempos donde los modos de consumo se han individualizado y replegado a los espacios privados, es un indicio que la película es también un fenómeno cultural, que está dejando una marca política (ha dicho Pablo Gerchunoff que marca el inicio del año de Alfonsín, junto con su libro «El planisferio invertido»).

La película es motivo de conversación en muchos espacios. De amigos, familias. Pero también en el fulbito de los miércoles e incluso en el diván. «Hay gente que se sienta ahí donde me estás hablando de tu recuerdo con Alfonsín y me cuenta angustiada que se enteró por la película lo que pasó en la dictadura», me contó un psicólogo (obviamente, no se puede citar el nombre).

La película es motivo de conversación en múltiples espacios. De amigos, familiar. Pero también en el fulbito de los miércoles e incluso en el diván.

Una horas antes, un gestor cultural, Diego Gareca, me decía que la película ha oxigenado la reflexión sobre las políticas de derechos humanos. Mientras, legisladoras mendocinas lograron media sanción para se exhiba en todas las escuelas como aporte a la currícula.

Soy parte de esa gente a la que les tocó (no he dejado de leer sobre la peli en el último mes). Intentaré acompañar con una mirada personal, una de cientos de miles, lo que me pasó con «Argentina, 1985». El ánimo no es didáctico ni totalizador, tampoco analítico exhaustivo. Ni siquiera un registro etnográfico. Es el testimonio de un espectador argentino, uno más, que podría ayudar a completar este rompecabezas de un fenómeno que seguirá dando que hablar.

LO QUE ME PASÓ

Lo que sigue, fue escrito hace un mes, la misma noche en que volvimos con mi familia del cine. Está teñido por esa primera impresión:

Una película no es la historia. La historia no transcurre como en las películas. Una película es un montaje de símbolos que combinados generan un nuevo símbolo: un mensaje en un nivel superior de significación.

Entonces llegamos nosotros, revolvemos ese mensaje con nuestras experiencias, ideas y recuerdos, para construir otro nuevo. Muchos espectadores, muchos mensajes. Siempre diferentes. Siempre personales.

“Argentina, 1985”, es una película. Buena. Se basa en la historia, pero elige, prioriza, omite, traduce hechos para convertirlos en una historia. La historia que va a contar. Un significante que vamos a procesar desde nuestro tiempo, nuestro lugar y nuestras subjetividades.

Me conecté desde mi experiencia personal, en relación con esa historia que narra y con algunos de los personajes.

Un gobierno democrático, con todas las debilidades y la voluntad de sus políticos, juzgó a una banda de delincuentes atroces y corruptos, que tomaron con las armas el Estado para transformarlo en una máquina de producir dolor y muerte.

Analizar la película como si fuese un manual de historia es comparar peras con manzanas. El análisis cinematográfico queda en manos de los críticos, que revisan los recursos narrativos de la película. El análisis historiográfico queda en manos de los historiadores, que revisan la correspondencia entre lo contado y su interpretación de lo sucedido. Dos disciplinas diferentes, con sus propias técnicas, para analizar dos cosas bien distintas: hechos y narración.

Me partió la cabeza porque me interpeló como testigo muy modesto de uno de los momentos altos de la Argentina como Estado. También de relevancia universal: un gobierno democrático, con todas las debilidades y la voluntad de sus políticos, juzgó a una banda de delincuentes atroces y corruptos, que tomaron con las armas el Estado para transformarlo en una máquina de producir dolor y muerte.

Entonces, moqueo en la proyección.

DE VUELTA A LA HISTORIA

“Argentina, 1985” me hizo ver que a los 14 años, mientras transcurría el Juicio a las Juntas, no entendí que estaba viviendo un momento glorioso para la Argentina y su democracia. Épico. Quizá el último.

Me incomodó cierto ninguneo a Alfonsín, que hoy lo entendemos como el hombre que hacía falta para que los juicios se hicieran. Fue el que mantuvo la convicción de que los asesinos debían ser juzgados, pulseando con la presión de esos militares que tenían en vilo la democracia, del peronismo que había pactado impunidad.

Su prioridad era evitar un golpe de Estado y consolidar la democracia. Se lo dijo al país.

(Alfonsín) se tomó dos horas para tratar de convencerme: en aquel momento, la prioridad era la democracia, repitió y repitió.

También me lo dijo en privado, en ese departamento de la calle Santa Fe donde, en la película, recibió a Strassera. Yo tenía 26 y lo entrevisté para el diario Los Andes. Al final de la charla, le dije que me había decepcionado con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Se tomó dos horas para tratar de convencerme: en aquel momento, la prioridad era la democracia, repitió y repitió.

Siento que fui injusto ese día. No tenía una comprensión profunda de lo que había pasado y que la película me obliga a revisar. Le hablé de decepción al tipo que le echó en cara a Reagan, de visitante en el Capitolio, que la Argentina era un país soberano. El que encaró a los golpistas. El que jugó a debilitar a los dictadores de la región. Que tuvo que dejar el gobierno por errores económicos propios y maniobras de los mismos que llamaron “reconciliación” a la libertad para los asesinos más crueles, borrando con indultos las condenas a los dictadores y más tarde retomando los juicios pero sin mencionarlo.

ESA VEZ QUE ARGENTINA LO HIZO TAN BIEN

En la película el juicio es pura emoción. Como en los films de Hollywood, los intocables a fuerza de coraje y esfuerzo (con el apoyo de un país que iba abriendo los ojos), pronuncian la frase que tenemos tatuada como testigos de aquella época de primavera democrática: «Nunca más».

Entonces, el estómago se te contrae, los ojos se achinan húmedos y querés abrazar a quién esté al lado viendo la película. Un abrazo de gol en la final del mundial. Decirle: mirá lo que pudimos hacer como argentinos. Fuimos grandes, podemos volver a ser grandes. En ese momento no hay grietas, hay desahogo tras años de decadencia que te quiebran la ilusión de mejorar.

Pero te quedás quieto, seguís paralizado. El optimismo se ha vuelto sospechoso. Festejar la democracia suena ridículo ante el reflujo del fascismo.

Es cierto que siendo un adolescente no entendí la magnitud de lo que estábamos logrando como país. Siendo joven, no supe valorar a aquellas mujeres y hombres que enfrentaron con las leyes el horror.

“Argentina, 1985” me sacudió porque, cuando reprimí ese abrazo de esperanza, vi a mis hijos a un lado. En silencio pero atentos. Uno insistió para que fuéramos juntos a ver la película como una ceremonia familiar. La otra, se emocionó hasta las lágrimas con los testimonios de tortura y muerte de las víctimas de la dictadura.

Es cierto que siendo un adolescente no entendí la magnitud de lo que estábamos logrando como país. Siendo joven, no supe valorar a aquellas mujeres y hombres que enfrentaron con las leyes el horror, incluyendo al propio Alfonsín.

Me siento culposo, en estos tiempos en que los herederos de las ideas de libertad, igualdad y democracia estamos bastante golpeados, mientras el negacionismo se hincha aprovechando el desconocimiento sobre lo que vivimos.

Pero ahí estábamos con mis hijos. Después, tomamos vino y hablamos de la película. De la que yo vi. De la que ellos vieron. Ellos entienden bien la democracia. Así, mis cuentas están saldadas.

«Argentina, 1985»: una película pedagógica

«Argentina, 1985»: una película pedagógica

Reseña crítica de la película: la considera generalista, con pretención totalizadora y de dar testimonio.
Una escena calcala de la historia: los fiscales piden a Madres de Plaza de Mayo que se retiren los pañuelos, por solicitud de los abogados defensores.

Primero. “Argentina, 1985”, el título de la película de Santiago Mitre que está en boca de todos tiene ambición generalista, vocación por abarcar y atrapar una época íntegramente y brindar testimonio. 

Segundo. Estamos ante una obra pedagógica. Un manual audiovisual que simplifica y sintetiza hechos complejísimos para llevar un mensaje universal. 

Tercero. “Argentina, 1985” es una obra que disimula al máximo su carácter político. Sus creadores se trenzaron en algunas polémicas que se abrieron muy felizmente a raíz del recorte de los hechos históricos (recordemos siempre que contar es editar), recorte que esta producción realizó en post de la única verdad que tiene el cine masivo y popular: entretener. 

Esta pretensión generalista que la película postula ya desde su título pone a cualquier argentino que conozca más o menos la historia del Juicio a las Juntas Militares en aprietos. Hay que escoger entre la emoción y la épica que el relato persigue o el careo de la narración cinematográfica con los acontecimientos, con los saberes que tenemos en nuestras memorias, con las verdades colectivas que hemos construido como sociedad (que son muchas veces verdades contradictorias y algunas veces complementarias). 

MIEDOS ARTÍSTICOS

Luego de estas tres consideraciones iniciales, abro juicio sobre “Argentina, 1985” y digo que es una película calculadamente emocional y llena de miedos artísticos. Es una película que, paradójicamente, no corre riesgos creativos para contar los enormes obstáculos y riesgos que corrió el fiscal Julio Strassera, su equipo de ayudantes, su familia y el gobierno de Raúl Alfonsín, que decidió sacar del ámbito militar los juicios a los genocidas y llevarlos a la justicia civil. Riesgos que también corrió la democracia argentina cuando tenía pocos meses de vida. Recordemos: los militares eran aún poderosos, tenían músculo y fuerza para continuar con sus golpes de Estado, no eran simples retratos colgados de las paredes del Colegio Militar. 

Santiago Mitre no es un director que me interese particularmente, pero sin dudas que es un autor, sus películas tienen una coherencia estilística y temática. En esta gran apuesta, que tiene importantes jugadores de la industria buscando ganar audiencias globales y hasta el Oscar a la Mejor Película Internacional, a Mitre se lo nota incómodo. “Argentina, 1985” es una película con poco trabajo del lenguaje cinematográfico, parca, muchas veces solemne, parece incluso filmada justamente en los años ‘80s, contemporáneamente a “La historia oficial” de Luis Puenzo. Es cine vintage. 

Lo artísticamente reprochable es que gran parte de los hechos más trascendentes en términos políticos, desde los que facilitaron el desarrollo del juicio a los que intentaron obstaculizarlos, están directamente enunciados por los personajes centrales.

Es una película necesaria, porque sin dudas que el Juicio de la Juntas debía estar en el panteón de nuestra cinematografía nacional, por ello es bienvenida, pero a la vez es una película que nace vieja. No lo digo por la verosímil recreación de los años 80s, ni por las caracterizaciones de los personajes. Lo artísticamente reprochable es que gran parte de los hechos más trascendentes en términos políticos, desde los que facilitaron el desarrollo del juicio a los que intentaron obstaculizarlos, están directamente enunciados por los personajes centrales. Eso hacía el cine de la democracia temprana: subrayar en los diálogos lo que la cámara y sus infinitas posibilidades no sabe o no quiere representar. “Estamos solos”, “hay que convencer a la clase media que apoya a los golpes”, remarca el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo. “Está claro: división de poderes”, dice la esposa de Strassera para interpretar lo que Alfonsín le ha dicho a su esposo en una reunión reservada. 

Hay algunos aciertos en la puesta de escena y en la edición, no son muchos, pero ahí están. La decisión de usar el material de archivo, aquellas imágenes de los testigos que asistieron a declarar ante el tribunal tomados desde atrás de la sala de audiencias por una cámara distante de la televisión pública. Ese material de archivo dialoga muy bien con las escenas recreadas por Mitre, con actores que interpretan a algunos de los testigos más importantes de aquellas jornadas históricas. Sin embargo, muchas veces estas buenas ideas terminan siendo desaprovechadas y entonces vemos cómo el fiscal Moreno Ocampo habla por teléfono con su madre, una procesista acérrima, que le dice que finalmente se convenció de que Videla debe ir en cana, tras enterarse escuchando la radio del caso de Adriana Calvo de Laborde, aquella mujer que debió parir en un auto policial a su pequeña hija mientras estaba detenida ilegalmente. 

EVITAR LO COMPLEJO

La tendencia a evitar lo complejo es evidente en “Argentina, 1985”. Mitre huye despavorido del subgénero de cine de juicios o del thriller político. El marco elegido para la narración son aquellas películas de Hollywood en la que un hombre gris y un equipo de asistentes con nada por perder, se transforman en héroes. Esta propuesta es la que le permite a Mitre introducir a la familia de Strassera, en especial a su esposa y a su hijo pequeño, como personajes centrales. Y permite también introducir la comedia a la narración, un elemento que atenta contra una historia que es forzosamente densa. 

Un ejemplo: la hazaña de recolectar casi 800 testimonios de víctimas de la represión ilegal en sólo cinco meses es mostrada con algunas escenas de turismo for export de la Puna, Córdoba o Rosario, con personajes gesticulando y haciendo caras, con una música edulcorada de fondo. Lenguaje perimido, poco imaginativo. Mitre cae en el vicio de ilustrar escolarmente con trazo grueso. 

La historia exigía mayor riesgo, mostrar más, escamotear menos, correrse de la simple enunciación.

Hay algo más desconcertante en “Argentina, 1985”. Si el espectador entiende que el Juicio a las Juntas Militares es un hecho histórico es porque está dicho y recontradicho en los diálogos, en los carteles que anteceden a la película y con los que terminan. Pero no hay, ni por asomo, un choque frontal con la verdad histórica. No hay un solo fotograma que permita que esa verdad atroz se cuele por sí sola. La banalidad del Mal está enunciada -es decir orada- por una testigo que narra que los represores de menor jerarquía se ensañaban con los detenidos ilegalmente sólo por gusto, naturalizaban los métodos inhumanos y el plan sistémico de aniquilación. Pero no, no basta con este testimonio. Por estricta justicia con el Horror, la historia exigía mayor riesgo, mostrar más, escamotear menos, correrse de la simple enunciación. Alejarse del teleteatro. 

Entonces llega el final que emociona a las audiencias. Porque es allí cuando la película consigue lo que estuvo buscando durante dos horas: aunar a las multitudes, sintetizar y ecualizar sentimientos. El alegato de Strassera es presentado como una pieza de fina retórica, escrita por él y sus amigos dramaturgos. Pero a no confundirse, si el “señores jueces: Nunca Más” pronunciado por Ricardo Darín tiene la fuerza de un eslogan, de una canción que cantamos todos en un karaoke, es porque para este momento del metraje “Argentina, 1985” ya hubo renunciado a toda complejidad.

«Argentina, 1985»: ficción y documento

«Argentina, 1985»: ficción y documento

La película dirigida por Santiago Mitre llegó al millón de espectadores. Sigue generando debates respecto a la interpretación histórica. El autor alienta ese debate para una construcción colectiva de sentidos.
La película ha generado un fuerte debate sobre el Juicio a las Juntas y en tornos a las interpretaciones de los sucesos.

El amplio debate suscitado por la película Argentina, 1985 tiene dos niveles, conectados entre sí. Por una parte, el más visible, gira en torno al contenido del filme y se pregunta cómo reconstruye los sucesos históricos que narra. Por otra, el menos visible discute el género y se interroga si a una película de ficción se le puede pedir lo mismo que a un documental. Este segundo debate tiende a impugnar las críticas que aparecen en el primero, al presuponer que a una ficción no se le puede exigir lo que a una investigación histórica rigurosa, incluido el cine documental.

Ambas controversias son atractivas y ricas, y es un mérito de la película haberlas generado. La discusión es fecunda porque activa una de esas preguntas que parecen absurdas: ¿cómo se mira una película?, la cual remite a otras, igualmente “ingenuas”: ¿cómo se lee un libro? ¿Se trata de captar fielmente y reproducir lo que el autor quiso decir o más bien de dejarse sugerir por el texto para pensar lo que sea? ¿El texto es una unidad cerrada (así se nos aparecen físicamente los libros) o forma parte de un torrente discursivo que lo excede y, a la vez, lo hace posible? 

El argumento central más repetido en torno a la película de Mitre es que a la ficción no se le puede pedir la rigurosidad de un documental histórico, pues, por una parte, inevitablemente recorta y, por otra, no está obligada a ser fiel a los hechos, sino que se rige por criterios más subjetivos, como el punto de vista escogido por el director.

PELÍCULA COMO INTERPRETACIÓN

Hagamos el ejercicio de aceptar en principio esa distinción tajante entre ficción y documental. Aun así, creo que el caso de Argentina, 1985 tiene algunas particularidades. En efecto, cabría contraargumentar que el propio filme se presenta como “inspirado en hechos reales”, hace referencia a la historia desde su inicio e incluso contiene elementos documentales, como la reproducción de escenas de la época (el discurso televisado del ministro del Interior), o el bello y emotivo juego entre los actores y las fotos de los “verdaderos” héroes en los títulos del final. Esto, me parece, permitiría atenuar aquella distinción y, por tanto, habilitaría —siguiendo la lógica de esa diferenciación— la exigencia de un mayor rigor histórico.

No obstante, el argumento que me parece más interesante, porque abarca todo el problema de raíz, es el de que la ficción recorta, o que lo hace con más libertad que un documental, que sí tendría la obligación de la “fidelidad” o el apego a los “hechos”. ¿En qué consistiría esa “fidelidad” a los “hechos”? Claro está que si alguien dijera que el golpe de Estado se produjo el 9 de diciembre de 1975, que Videla pertenecía de la Fuerza Aérea, o que el gobierno constitucional estaba encabezado por el Partido Liberal australiano estaría faltando groseramente a la verdad. El problema no está ahí, pues se resuelve fácil. Basta con leer cualquier enciclopedia o libro de historia sobre el tema.

El punto está en otro lado: en que esos “datos” incontrastables no resuelven aquello en donde se juega el corazón de, en este caso, la película: la interpretación de lo que significó histórica y políticamente el Juicio a las Juntas. Esto incluso valdría si la película fuera, de entrada, una “pura” ficción. Por eso una ficción, sin ser fiel a “los hechos”, puede no obstante brindar una interpretación histórica. Así ocurrió por ejemplo con el primer filme que logró una gran repercusión masiva sobre el terrorismo de Estado y los desaparecidos, La historia oficial (Luis Puenzo, 1985). A pesar de ser una ficción, generó también un debate en torno a cómo mostraba la relación de la sociedad civil con la dictadura y los desaparecidos.

Una ficción, sin ser fiel a “los hechos”, puede no obstante brindar una interpretación histórica.

Como dije, constituye un error histórico literal decir que Videla era ya el dictador en, por ejemplo, diciembre de 1975… pero no necesariamente en términos de interpretación política, pues podría argumentarse —también con hechos— que de facto los militares ya dominaban el país. A lo que voy es que no hay hechos objetivos concluyentes, válidos per se, que salden la discusión acerca del sentido histórico-político del Juicio a las Juntas.

Hay algunos sobre los que hay un fuerte consenso académico, es cierto, pero aún así el peso que cada interpretación le de a ese hecho consensuado en la cuenta general del acontecimiento es diferente. Los hechos son decisivos e imprescindibles, son pruebas que hay que brindar, pero no porque tengan un sentido inherente ni porque existan por sí mismos, sino por cómo son construidos e interpretados en cada explicación.

Aun cuando todas las interpretaciones sean rigurosas, esto es, científicas, eso no garantiza que coincidan en cuanto al sentido histórico de los hechos. Por eso la historia y, en general, la ciencia (social), encuentran su motor en el debate riguroso, que por otra parte no concluye nunca, ni siempre se da en los mismos términos.

IMPORTANCIA DE DEBATIR LAS LECTURAS DEL FILM

En definitiva, lo que se está discutiendo es la interpretación que puede leerse en Argentina, 1985 del Juicio a las Juntas. La crítica no busca mostrar que la versión del director es mala, como si el filme fuera una descripción incompleta y parcial frente a otra que sería buena y neutra o, peor aún, completa. Esto no es posible, porque no hay un hecho llamado “Juicio-a-las-Juntas” entero y disponible de antemano con el que contrastar punto por punto, fotograma a fotograma, la descripción que hace la película. (Si es que existe algo así como una descripción neutra, en tanto tenemos que usar el lenguaje para elaborarla: ¿dictadura militar o cívico-militar?)

Una interpretación histórica no es una suma de descripciones, sino a la vez más y menos que ello. Por eso puede encontrarse tanto en una ficción como en un documental, en un cuento como en un libro de historia. ¿Acaso “Casa tomada” no fue una interpretación del peronismo y “Esa mujer”, una del antiperonismo? Por no hablar de géneros más híbridos entre ficción e historia como La novela de Perón. En eso, la ciencia social se parece al cine y a la literatura, ya que debe pasar por la ficción (construir su objeto de estudio o lo que habitualmente llamamos “hecho histórico”) para poder construir —con los fragmentos de lo real— la realidad, de cara a comprenderla/explicarla.

Si nos plegáramos disciplinados a la versión del autor, estaríamos anulando al lector/espectador, que es —como Pierre Menard— el único y auténtico creador.

Por eso me resulta artificioso intentar quitarle relevancia al debate sobre la lectura histórico-política que la película genera… a los ojos de los espectadores. Es una controversia política de gran riqueza, porque al final da lugar a una discusión acerca de cómo se produjo aquello, qué lo generó, cómo transformó a la sociedad, qué relación establecer entre democracia y Memoria, entre legalidad y justicia, etc.

Además, aun cuando nos limitáramos a entender la película como ficción y no como documental ¿cuál sería la interpretación que deberíamos dar por buena? ¿La que quiso transmitir el director? ¿Cómo accederíamos a esa intención?

Por otra parte —y esto valdría para cualquier texto—: ¿por qué deberíamos hacerla propia? Entiéndase: no estoy diciendo que no vale la pena conocer el punto de vista del director, del guionista o de los actores, ni dialogar con ellos o saber qué buscaban con la película o cómo finalmente la entendieron. Estoy diciendo que ello, como con cualquier texto de cualquier género, no nos obliga a cada uno, como lectores o espectadores, a asumir esa interpretación (¿o interpretaciones?) como propia, ni resolvería el problema de la pluralidad de análisis legítimos y rigurosos.

Si nos plegáramos disciplinados a la versión del autor, estaríamos anulando al lector/espectador, que es —como Pierre Menard— el único y auténtico creador.

Sólo la política frenará el cambio climático

Sólo la política frenará el cambio climático

Para evitar mayores catástrofes se necesita son nuevas regulaciones e impuestos. También el rediseño del sistema financiero. No solo es responsabilidad de los países desarrollados. La transición no puede dejarse en manos del mercado.
Para mitigar la catástrofe climática hace falta un gran consenso político global con decisiones drásticas.

Un reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) destaca que los gases de efecto invernadero (GEI) han alcanzado niveles récords: un 50% más durante el período 1990-2021. Además de mostrar los niveles extremos de dióxido de carbono que alberga la atmósfera, el informe pone de relieve el peligroso incremento que evidencian las emisiones de metano: aunque permanece menos en la atmósfera, su efecto sobre el cambio climático resulta mucho más pronunciado. Más preocupante es la tendencia que proyecta: los años que vienen vamos a arder.

Según el último informe de la Agencia Internacional de Energía (AIE), la invasión de Rusia a Ucrania acarreó una carrera por nuevos proyectos petroleros. El aumento en el precio de los combustibles fósiles brinda a las petroleras ganancias extraordinarias, a un grado tal que António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, no para de denunciar, al tiempo que clama por impuestos extraordinarios.

El mayor costo energético, sin embargo, podría acelerar la transición energética, como plantea el director ejecutivo de la AIE, Fatih Birol. Tal aseveración se fundamenta con hechos, como los cambios aparejados a partir de la irrupción de nuevos paquetes verdes, por ejemplo, la ley de reducción de la inflación, que introdujo el gobierno de Joe Biden, en EE. UU., la batería de medidas que ha creado la Unión Europea (UE) o los nuevos paquetes de Japón, Corea del Sur, China e India. En definitiva, aun cuando algunos celebren una mayor producción y otros salen a buscar gas a cualquier rincón del planeta, tanto productores como compradores saben que el pico de fósiles está a la vuelta de la esquina.

PROYECCIONES CATASTROFICAS

Dejando de lado las promesas, lo cierto es que, de continuar el nivel actual de producción y consumo, las proyecciones seguirán siendo catastróficas, tal como surge del último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés): La brecha de emisiones de las Naciones Unidas: la ventana que se cierra, UNEP, 2022. Considerando los compromisos asumidos por los países en París en 2015, (las denominadas contribuciones nacionales determinadas —CND—), vamos hacia un índice de emisiones que produce un aumento de 2.5 Cº en la temperatura promedio del planeta.

Los efectos que el incremento de 1.2 Cº ha causado en 2022 son evidentes: un tercio del territorio de Pakistán está bajo el agua, los casquetes polares se derriten y Groenlandia va perdiendo el permafrost, tal como se conoce a la capa de suelo permanentemente congelado. Todo ello implica un alza en el nivel de los océanos, lo cual repercute en las ciudades costeras de todo el mundo. La industria aseguradora lo sabe. Por ello, ha dejado de asegurar numerosos hogares en las zonas costeras de EE. UU.

Tal como surge de los últimos informes del panel internacional de expertos en cambio climático (IPCC, 2022), el principal obstáculo es político. Lo que se necesita son nuevas regulaciones e impuestos, tanto como el rediseño del sistema financiero. Y ello no solo es responsabilidad de los países desarrollados: en la región, la industria petrolera recibe cuantiosos fondos, al tiempo que se beneficia de grandes subsidios. La transición no puede dejarse en manos del mercado, son los Gobiernos locales los que deben fijar las metas y canalizar los fondos.

Los efectos que el incremento de 1.2 Cº ha causado en 2022 son evidentes: un tercio del territorio de Pakistán está bajo el agua, los casquetes polares se derriten y Groenlandia va perdiendo el permafrost, tal como se conoce a la capa de suelo permanentemente congelado.

Estos reportes repercutirán, sin duda, en Sharm el Sheij, Egipto, donde tendrá lugar la 27.va Conferencia de las Partes (COP). Varias delegaciones de la región van a destacar el papel que Latinoamérica puede desempeñar en el mercado energético como proveedor de gas natural. El entusiasmo no solo refleja precios, sino también la declaración de la UE respecto a considerar al gas como sustentable. La urgencia no solo tapa lo importante, sino que también justifica incoherencias.

Las señales equivocadas lamentablemente pueden terminar llevando a decisiones erróneas. Una serie de informes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) plantea los altos riesgos financieros que acarrea embarcarse en estos proyectos: activos varados. Un informe reciente de la UNEP, ¿Es el gas natural una buena inversión para América Latina y el Caribe?, destaca lo errado que resultaría avanzar en esta dirección.

OPORTUNIDADES SOCIALES DE LA TRANSICION

Teniendo en cuenta tanto lo económico como lo social, el informe resalta que los beneficios resultan sensiblemente menores a los que generaría avanzar con la transición. La apuesta por renovables podría crear tres millones de empleos, además de implicar adelantos tecnológicos hacia cadenas de valor más dinámicas. Pensando en las necesidades energéticas que enfrenta la región, invertit en renovables conllevaría ahorros millonarios; ello, fruto de la continua caída de los precios de los equipos.

Pero en las decisiones públicas prima el corto plazo, no existen grietas al aplaudir el extractivismo. Ciertamente los precios envían señales favorables, pero las decisiones de inversión se rigen por la rentabilidad. Son los Gobiernos los que deberían, con sus políticas, señalar los peligros que conlleva invertir en nuevos pozos y avanzar con el fracking. Sin embargo, salvo excepciones, nadie en la región propone el debate.

Si no actuamos, no solo estamos condenando a las generaciones futuras, sino que forzaremos a millones de personas a lanzarse a la búsqueda desesperada de nuevas fronteras, y sentenciaremos a miles de personas a exponerse a eventos cada día más extremos.

Todo lo anterior nos plantea la necesidad de transformar nuestro esquema de producción, nuestro sistema de transporte, la vida misma. Los reportes mencionados son una muestra de la seriedad del problema. Si queremos que la temperatura no aumente por encima de los 1.5 Cº de aquí al 2030, las emisiones de GEI deberían caer en un 45%. Tenemos los medios; las alternativas resultan factibles en lo técnico y en lo económico. No obstante, la avaricia puede más que la simpatía, una lectura parcializada de la obra de Adam Smith.

Si no actuamos, no solo estamos condenando a las generaciones futuras, sino que forzaremos a millones de personas a lanzarse a la búsqueda desesperada de nuevas fronteras, y sentenciaremos a miles de personas a exponerse a eventos cada día más extremos. Y si se desatienden los peligros que implica avanzar sobre los límites de la Tierra, la economía pierde sentido. Al presentar el último informe, la directora ejecutiva de la UNEP, Inger Andersen, afirmó que la ventana se nos cierra, que no hay espacio para cambios incrementales, pues el tiempo se ha acabado. El momento actual nos exige repensar nuestro modo de vida, replantear nuestra visión de desarrollo. 

Nota reproducida por gentileza del autor, publicada previamente en Latinoamérica21