Reseña de «Crímenes del futuro» la última película del director David Cronenberg. Una obra política y filosófica que explora las mutaciones como transgresión de un tiempo de contaminación. Un testamento de todas sus obsesiones.
La mutación como arte prohibido en un mundo postapocalíptico. Futuro pero presente.
David Cronenberg golpeó de nuevo. A sus 79 años, el director canadiense volvió a hacerlo. «Crímenes del futuro», su regreso al cine tras un silencio de casi una década es una película llena de “vida”, pletórica de una vitalidad monstruosa, dominada por una fuerza narrativa deliberadamente subversiva; quizás por eso parezca una obra fuera de tiempo.
Se presentó en el último festival de Cannes, con gran revuelo, pero un jurado plagado de celebrities no supo qué hacer con ella y la ignoró por completo.
Valga repetirlo para los incautos: una escena filmada por Cronenberg es cine en plenitud, lleno de riesgos, shockeante o sutilmente poético, indescifrable y tremendamente literal a la vez. No son tantos los directores que logran todo esto en apenas unos minutos.
Gran parte de la crítica coincidió en que «Crímenes del futuro» es una suerte de “síntesis” hecha por Cronenberg de buena parte de sus películas anteriores, aquellas de los años setenta y ochenta en las que creó la filosofía cinematográfica de la “nueva carne”.
Por ello, «Crímenes del futuro» funciona para los fans del canadiense como una tesis posdoctoral del realizador sobre su propia filmografía, sobre su propio corpus artístico. Para disfrutarla, es imprescindible haber visto El festín desnudo, Videodrome, ExistenZ o ese tratado sobre las parafilias que es Crash, adaptación de la novela de J.G. Ballard.
TESTAMENTO DE UN AUTOR
Sus detractores apuntan que la nueva película de Cronenberg tiene un carácter “testamentario”, como si fuese su despedida, una obra-compendio de sus obsesiones, un vademécum.
Ambas opiniones son atendibles. Pero en el plano estrictamente personal creo que ese carácter testamentario dota a la película de un aura de obra de arte atemporal, ni moderna, ni posmoderna, que favorece a una trama retrofuturista en la cual los cuerpos humanos han evolucionado y ya no sienten dolor, generan órganos nuevos sin función conocida y pueden digerir plástico en lugar de alimentos.
La trama, en sí misma, es quizás menos interesante que lo que la película ofrece como una imperfecta modulación de imágenes, de actuaciones consumidas por el deseo de lo monstruoso (excelente el trío conformado por Viggo Mortensen, Leá Seydoux y Kristen Stewart), de artefactos con forma de crustáceos que se amoldan a la morfología humana, de paisajes postapocalípticos.
Viggo Mortensen es un artista de la degradación del cuerpo. Kirsten Stewart, brillante, es una policía de órganos clandestinos.
¿De qué va el argumento? Tenemos a un artista performático -Mortensen- con la capacidad de generar nuevos órganos en su cuerpo, tumores, que es tentado a competir en un concurso clandestino de “belleza interior”, en el cual se elegirá el órgano nuevo más hermoso (esta es la propuesta más delirante de la trama).
Tenemos a su pareja amorosa-artística, que interpreta Seydoux, un personaje complejo y subyugante. Y también hay un grupo de personajes secundarios desorbitados liderados por Kristen Stewart, una investigadora de una suerte de policía de órganos clandestinos. Mortensen, Seydoux y Stewart están en estado de gracia transitando un desfiladero que se abisma al ridículo. Los tres se arrojan a representar escenas en las que la credibilidad está forzosamente suspendida porque sus criaturas pertenecen a un mundo que no es el nuestro pero que peligrosamente puede llegar a serlo. Es el personaje de Stewart el que dice “la cirugía es el nuevo sexo”, el leitmotiv de esta película.
Lo espeluznante de «Crímenes del futuro» está en el mensaje que se esconde detrás de lo explícito, en su carácter de obra política y filosófica.
Pero hay algo más en esta distopía. Algo radicalmente diferente a nuestra realidad y que no quiero que quede enunciado solo al pasar: los seres humanos ya no sienten dolor físico. Para sentirlo, para exponerse a esa experiencia estética, asisten a los espectáculos de Mortensen y Seydoux. Espectáculos clandestinos, perseguidos por un estado policial de algún régimen autoritario como los de la segunda mitad del siglo XX. En «Crímenes del futuro», Cronenberg prescinde de teléfonos celulares, de aparatos digitales, la información es conservada en papel, en grandes archivos codificados. Pero, a la vez, los cuerpos mutan a una velocidad inconcebibles para nuestra realidad digitalizada.
ARTE CLANDESTINO
Como contracara de estos artistas clandestinos está un grupo de terroristas alimentarios, que propone la evolución antinatural de los cuerpos hasta hacerlos aptos para digerir plástico, lo que conlleva un peligro para la sociedad de cuerpos que, si bien ya no sienten dolor, siguen siendo “naturales”.
Esta guerra de artistas clandestinos, espías y doble-agentes, milicianos, guerrilleros y personas marginales nos retrotrae a los pasajes más enrarecidos de El festín desnudo. De hecho, la acción de «Crímenes del futuro» transcurre en una ciudad-Estado que recuerda a la Interzona de la novela de Burroughs.
Como decía, en «Crímenes del futuro» la artificialidad subvierte lo natural, lo normal y lo humano. Esta idea, este concepto, atraviesa la película y le da una organicidad viscosa, repugnante. El “body horror” de Cronenberg, que es una de sus marcas de estilo autoral, resurge y vuelve a ponernos tan incómodos como cuando vimos La mosca o Videodrome hace 40 años.
Pero si la película es difícil de “digerir” no es por lo que nos muestra, esas aperturas quirúrgicas de cuerpos y esos órganos con formas de gusanos. Lo espeluznante de «Crímenes del futuro» está en el mensaje que se esconde detrás de lo explícito, en su carácter de obra política y filosófica. ¡Larga vida a Cronenberg y a la nueva carne!
El Juicio a las Juntas fue un hecho trascendente para la humanidad. Una foto recorrió el mundo como testimonio. Su autor, Daniel Muzio, reportero gráfico, comparte esa y otras fotografías con algunos comentarios. El estreno de la película «Argentina, 1985», evoca aquel momento que no debe ser olvidado.
Fotos personales y epígrafes de su autor, entregadas a La Vanguardia. Aportes a la memoria sobre el proceso de construcción de la verdad y la justicia.
El 20 de septiembre se cumplieron 38 años de la entrega del informe «Nunca más», que elaboró la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP).
El estreno de la película «Argentina, 1985», dirigida por Santiago Mitre, reaviva en la memoria colectiva un hito de la institucionalidad argentina: el Jucio a las Juntas Militares por el terrorismo de estado durante la última dictadura. Jueces y fiscales investigaron y condenaron a los jerarcas del terrorismo de estado. El joven gobierno democrático de Raúl Alfonsín acompañaba el proceso mientras que los militares todavía con poder y vínculos con la oposición, tensaban la cuerda.
La democracia estaba a prueba y logró condenar a los genocidas. La película de Santiago Mitre se sumerge en ese proceso.
El mundo siguió con sorpresa y admiración este juicio histórico. La prensa tenía acceso limitado porque la Cámara Federal pretendía evitar un uso sensacionalista de los testimonios. Los dos reporteros gráficos acreditados, sólo podían tomar algunas fotos que luego eran entregadas a la Corte para que hiciera la difusión. Daniel Muzio fue uno de ellos y aceptó compartir su archivo con La Vanguadia.
Una de sus imágenes se publicó en todo el mundo, supo captar el horror y la racionalidad judicial en tensión. La información permitía determinar que algunas de las víctimas fueron asesinadas.
«El Dr. Clyde Collins Snow explica el método para la identificación de cadáveres NN, Cámara Federal, 1985, durante el juicio a las juntas militares», contó a La Vanguardia el autor de esta emblemática fotografía. Daniel Muzio hizo la captura. La versión digitalizada puede ser visitada en www.memoriaabierta.org.ar
Sobre esta fotografía se ha publicado mucho. «Cuando tomé esta foto, no tomé conciencia de lo que pasaba. La jornada había comenzado a las 15 y eran cerca de las 5 de la mañana cuando el científico Snow les explicaba a los jueces cómo podían identificar cadáveres […]. A mí me parece que la imagen es muy fuerte, estamos hablando de un juicio donde se juzgó desapariciones, torturas. El cráneo en este ambiente de penumbra, con los jueces, da una sensación como que resuelve un poco la historia del juicio. Fueron muchos meses de jornadas muy largas y realmente no había mucho para fotografiar, los espacios eran muy reducidos, los testigos se podían fotografiar solo cuando entraban o cuando salían, lo mismo los excomandantes. Entonces esto cambió un poco, porque cambió la imagen que se venía viendo del juicio. El día de la sentencia fue un día bastante raro, porque si bien uno estaba trabajando tratando de documentar una historia, lo que me pasó personalmente fue que me embargó una emoción increíble cuando el juez dictó la sentencia. El público estalló en festejos y realmente no podías no conmoverte después de haber estado ahí tantos meses escuchando testimonios, muchos terribles, terribles, realmente terribles. Fue increíble haber estado en ese lugar. […] El público se levantó de las butacas y comenzó a aplaudir. Yo perdí el control de lo que estaba haciendo, si yo estaba documentando o era parte del público, fue muy fuerte. Realmente muy fuerte», explicó Daniel Muzio al diario Clarín. Su testimonio fue publicado el 8 de diciembre de 2010 con el título: «La historia de la foto más famosa».
«La situación es a la vez solemne y didáctica: la imagen del cráneo es prueba de un crimen y al mismo tiempo retrato de una víctima. Así como en uno de los extremos de la fotografía la balanza tallada en el sillón de Arslanián simboliza la justicia, en el otro, el cráneo proyectado sobre la pantalla representa la muerte. […] El denso carácter simbólico de la calavera es a su vez contrapunteado por el carácter indicial de ese mismo objeto representado : en su recuperación, se recobra también una materialidad que parecía perdida inexorablemente, la del cuerpo de un hombre sometido violentamente a una desaparición forzada, una muerte anónima, privado de una tumba digna [y agrega] la toma de Muzio ofrece un marco de referencia y de reflexión a otra imagen, que evoca, a su vez, en clave científica, los restos óseos de una víctima», analizó Máximo Eseverri en su texto sobre las imágenes de antropoligía forense.
«Los Fiscales y los militares en el juicio a las juntas 1985», otra de las capturas de Muzio. En este caso en una copia de la versión en papel, marcada para ser recortada e incorporada en el armado de la página de un periódico.
«Los fiscales Julio Cesar Strassera y Luis Moreno Ocampo, le solicitan a Hebe de Bonafini que se saque el pañuelo blanco durante las audiencias a pedido de los abogados de los militares», explicó Muzio al compartir esta copia que aparece más desteñida porque se conserva sólo en papel.
«Los fiscales Julio Cesar Strassera y Luis Moreno Ocampo durante una de las audiencias del juicio a las juntas», otra captura del autor de la nota que conserva en copia de papel, ya que los negativos originales fueron administrados por la Justicia.
León Carlos Arslanian. Integrante del tribunal que condenó a los militares, otra de las capturas de Muzio, rescatadas en papel.
«Primera exhumación de cadáveres NN, en fosas comunes, 23 de Diciembre de 1983. En el primer cráneo abajo a la derecha , se ve un impacto de bala. Esta imagen fue publicada en su época en New York Times.», cuenta el autor, Daniel Muzio. Está en papel y tiene un fuerte valor testimonial.
En momentos en que el nuevas generaciones no tienen la información o memoria de lo que fue el Estado argentino convertido en una máquina de eliminación de personas, el archvo de Muzio cobra un valor cívico. La película «Argentina, 1985», también viene a cubrir ese hueco.
Esta recopilación de imagenes comentadas por su autor busca constribuir a recordar aquel juicio que le significó a la Argentina el reconocimiento mundial, asociado a una fotografía histórica y a una frase que no debe ser olvidada: «Nunca más».
El autor ordena información y experiencias para proponer ejes de políticas de prevención de la violencia y el delito. Armas, juventudes, género, violencia institucional, cárceles, son algunos.
El programa Nueva Oportunidad desarrollado en Rosario, es uno de los ejemplos integrales de prevención trabajando con juventudes.
Hablar de violencia es más amplio que hablar de seguridad: abarca cuestiones convivenciales, su gestión y su encauzamiento, pero también –y, sobre todo– la idea de prevención. Una idea de prevención evolucionada, que parte de la lógica básica (economicista) de la prevención como estrategia más eficiente que la reparación para avanzar sobre cuestiones más complejas, como su distinción de la mera disuasión o el alcance del control de daños, para nombrar a dos de las más frecuentes.
En lo que sigue, siete ideas que considero prioritarias para seguir pensando en la violencia y en su prevención, particularmente en este sur del Sur.
1. Prevención de la violencia armada: control de armas y arsenales para reducir oportunidades
La presencia de armas de fuego es el factor determinante de la violencia letal o altamente lesiva en Argentina. Históricamente, se calculan entre 8 y 10 muertes diarias por armas de fuego en el país. Si bien existen programas de control de armas (que, hoy a cargo del ANMAC, deberían ser repotenciados), no hay –salvo excepciones mínimas– un control de las armas que tienen en su poder las fuerzas policiales y de seguridad. Y los arsenales oficiales son una fuente fundamental del mercado ilegal de armas.
Ya es un lugar común recitar que toda arma ilícita nació legal: el goteo de armas de uno al otro lado de la frontera regulatoria puede convertirse en alud de un momento a otro. Entre todas las medidas para reducir la violencia armada, un lugar central es el ocupado por los mecanismos de control de arsenales. Sin embargo, el Estado lleva la zaga en esta cuestión: en la Argentina, la única de las fuerzas o policías del país con un sistema de control interno de armas y arsenales que satisface los estándares internacionales es la Prefectura Naval Argentina.
A pasar de que hoy existen sistemas probados, de instalación sencilla, con resultados virtualmente inmediatos, desarrollo íntegramente nacional y aceptación generalizada entre los operadores de los arsenales y sus responsables operativos y políticos, ni la otra fuerza federal (Gendarmería), ni alguna de las dos policías federales, ni de las 23 policías provinciales, ni la Policía de la Ciudad (de Buenos Aires) conocen con detalles, en tiempo real y sin margen de error apreciable, cuántas armas tienen, cuáles son, dónde están, quién es su responsable en cada momento y cómo funcionan.
2. Prevención de la violencia basada en género: tecnología e inteligencia artificial a favor de colectivos vulnerables, empoderamiento económico y trabajo con masculinidades
Las distintas técnicas y herramientas propuestas para la prevención de las expresiones de la violencia basada en género (VBG) se han mostrado ineficientes o incluso contraproducentes. Las 231 víctimas directas de femicidio en Argentina durante 2021, 5 de ellas de travesticidio/transfemicidio, sobran para dimensionar la gravedad de la problemática en el país.
Detrás de los grandes números están las instancias de violencia no letal (en incontables ocasiones, prolegómenos de la muerte). En los últimos años, con el aparente propósito de ofrecer soluciones más eficaces, las políticas y programas de prevención han comenzado a recurrir a las tecnologías. No obstante, lejos de cumplir con las promesas realizadas, estas estrategias han generado problemas nuevos. Deviene necesario apoyar, entonces, como política de Estado, el desarrollo o la adaptación de herramientas que posibiliten un complemento diferencial respecto de los diferentes aspectos de la problemática.
Por otra parte, una preocupación central de las personas en situación de VBG –principalmente mujeres, pero también otras identidades subalternizadas– es la dependencia económica de sus agresores. Por eso, los programas de empoderamiento económico –microcréditos, capacitaciones remuneradas, alquileres subsidiados, estipendios para guarderías, etc.– se han mostrado como soluciones eficaces para el corto, mediano y largo plazo.
Un tercer eje de trabajo para la prevención de la VBG es el que corre el foco de las personas vulneradas y lo posa sobre los perpetradores. La construcción de masculinidades respetuosas de la diversidad, a través de actividades diversas –en especial, destinadas a adolescentes entre 13 y 18 años–, se ha mostrado crucial.
3. Prevención de la violencia reiterada: oficios y profesiones contra la reincidencia y la reiterancia
En Argentina, la inflación penitenciaria es tan grave como la económica: más de 100.000 personas –en su mayoría varones jóvenes con bajo nivel de escolarización– están presas sin que eso signifique mejoras en la pacificación de la sociedad. Muy por el contrario, las cárceles son potenciadores de la violencia.
Del total de personas privadas de su libertad en 2020, los cálculos más conservadores muestran que en un 19% habían sido declaradas reincidentes y en un 8%, reiterantes.
La tasa argentina ronda las 235 personas presas cada 100.000 habitantes, cuando la media mundial es de 145, además con hacinamiento y condiciones inhumanas de vida. Sumado a ello, cerca de la mitad no tienen condena: esperan –presas– una sentencia que las declare culpables o inocentes. Esto es producto de un sistema de justicia que opta por el encarcelamiento como principal respuesta en lugar de explorar otras opciones más adecuadas o productivas, como la libertad vigilada, los servicios comunitarios o las penas económicas.
Por otro lado, del total de personas privadas de su libertad en 2020, los cálculos más conservadores muestran que en un 19% habían sido declaradas reincidentes y en un 8%, reiterantes . Esto significa que más de un tercio de la población penitenciaria había tenido contacto con el sistema penal o carcelario con anterioridad.
Prácticamente no existen en el país instancias que brinden alternativas para ganarse el sustento a quienes egresan de las unidades penales argentinas. Y la posibilidad de acceder a un empleo y sostenerlo en el tiempo es una de las variables que determina la interrupción del círculo vicioso de la reincidencia, como sostiene Marcelo Bergman.
Del mismo modo, falta apoyo a las familias de estas personas, incluso durante la privación de libertad, para que no vean comprometido su sustento o su subsistencia se convierta en dependiente de la actividad delictiva de otro integrante del entorno. El Estado puede recuperar la iniciativa para dar respuestas de esta y otras clases, aspirando a resultados casi inmediatos.
La política penitenciaria muestra altos niveles de reincidencia y reiterancia.
4. Prevención de la violencia institucional: un Estado que exige respuestas pacificadoras y también las ofrece
La máxima expresión de la variante de la violencia institucional en su modalidad de violencia policial, como son las muertes causadas por funcionarios del Estado, muestra datos preocupantes en Argentina. Solo en el área metropolitana de Buenso Aires, durante 2021, 93 personas perdieron la vida por causa de un arma empuñada por miembros de las policías o fuerzas de seguridad con actuación en ese territorio, según datos del CELS publicados este año.
Se han mostrado como factores determinantes de la perpetuación de la violencia policial ciertos aspectos de su formación y la portación de armas durante las 24 horas (el “estado policial”).
Formas no letales de la violencia policial, que comprenden torturas, detenciones arbitrarias y selectivas, maltratos físicos y verbales y afectación de derechos como el de protesta o libertad de expresión, forman parte del cúmulo de acciones estatales que deben abordarse.
Las respuestas que han mostrado mayor eficacia en la prevención de esta clase de violencias son las que ponen el foco en las conductas de perpetradores y perpetradoras y no (solo o primordialmente) en sus actitudes y que, además, entiende estas conductas no como casos aislados sino como prácticas que están presentes de forma sistemática en el accionar de agentes públicos.
Un delito urbano típico como los robos presentan en Argentina guarismos destacados: durante 2021, más de 390.000 hechos, que representan una tasa de 860,4 casos cada 100.000 habitantes, por encima del promedio regional.
Estas y otras formas de violencia institucional requieren apelar a avances en la ingeniería de las organizaciones, para facilitar el acceso a la justicia, generar instancias alternativas de gestión de los conflictos, capacitar a funcionarios y funcionarias al respecto y optimizar los sistemas de control, investigación y sanción.
5. Prevención de la violencia urbana: las ciudades y sus espacios públicos como lugares de convivencia y no de riesgo
La urbanización creciente que América Latina y el Caribe viven en la actualidad las ha llevado a constituirse en la segunda región más urbanizada de la Tierra, solo tras Norteamérica y por delante de Europa. Un 80% de la población latinoamericana vive en ciudades, donde se encuentran las mayores oportunidades, pero también los niveles de desigualdad más severos. Todo ello puede derivar, con facilidad, en situaciones de violencia. Por consiguiente, son necesarios diseños urbanos apropiados para generar territorios seguros. Un delito urbano típico como los robos presentan en Argentina guarismos destacados: durante 2021, más de 390.000 hechos, que representan una tasa de 860,4 casos cada 100.000 habitantes, por encima del promedio regional y con un aumento respecto del año anterior.
La vitalidad de las calles y los espacios públicos es crucial para la prevención de la violencia urbana, porque posibilita la autovigilancia. Aquí juegan un rol muy importante los gobiernos locales. La tranquilidad de las personas respecto de ser víctimas de la violencia aumenta cuando sienten que los lugares les pertenecen y se identifican con ellos. La vigilancia electrónica (videocámaras, etc.) no es una respuesta a la planificación insuficiente. El mobiliario urbano y la iluminación pueden colaborar en la prevención de situaciones violentas o delictivas.
Sin embargo, su sola incorporación al espacio público no basta. El mobiliario urbano o la vegetación mal instalados, que entorpecen la circulación o ahuyentan a transeúntes, así como la iluminación deficiente (en cantidad o calidad: no alcanza con un alto nivel de luminosidad), favorecen los problemas que se pretende evitar. En adición a esto, las personas se sienten más a gusto en espacios públicos diseñados a escala humana: las áreas demasiado amplias no favorecen la apropiación ni la sensación de contención. Así, es posible a través de la prevención situacional facilitar la evitación de actos violentos típicamente urbanos, como el acoso callejero, los robos, las riñas, etc.
La integración urbana, contemplando las condiciones del hábitat y sociales, son un eje de prevención. El Plan Abre que se implementó en Santa Fe es un ejemplo regional.
6. Prevención de la violencia juvenil: un freno a las carreras delictivas y al empleo de mano de obra fungible
La población joven suele ser señalada como protagonista de situaciones problemáticas y violentas. Sin embargo, las estadísticas criminales muestran que el rol preponderante de las juventudes en violencias y delitos es el de víctimas y no el de victimarias. Por ejemplo, en la Provincia de Buenos Aires durante 2021 solo algo más del 7% de los presuntos autores de homicidios dolosos fueron menores de 18 años.
No obstante, como se refiere en el apartado correspondiente, la población penitenciaria argentina está compuesta en su mayoría por jóvenes –entre 18 y 35 años–, que en una proporción considerable comienzan su contacto con el mundo del delito y la violencia durante su adolescencia.
Las organizaciones criminales se valen de mano de obra juvenil para la ejecución de los delitos en los eslabones más débiles y alejados de las cadenas que conducen.
En ese sentido, además, la atención debe posarse de manera prioritaria sobre la criminalidad organizada y los delitos de mercado. Las organizaciones criminales se valen de mano de obra juvenil para la ejecución de los delitos en los eslabones más débiles y alejados de las cadenas que conducen. Esto pone a las personas jóvenes en una situación de vulnerabilidad extrema, ya que son las que ponen el cuerpo, exponiéndose a ser detenidos o lesionados –o, aun, a perder su vida– para el enriquecimiento de sus jefes, que muchas veces ni siquiera conocen.
Además, no cuentan con protección, ya que su aporte resulta fácilmente reemplazable (por otros jóvenes). Esta es la dinámica en fenómenos tales como el robo de automotores, la distribución minorista de drogas ilegalizadas, la sustracción de teléfonos móviles, el contrabando, el cuatrerismo, la reducción de objetos de procedencia ilícita y los negocios ilegales desempeñados por las barras bravas del fútbol.
Otras formas de violencia están ganando lugar en la argentina contemporánea. Entre ellas, la violencia digital, expresada a través de las redes sociales; la violencia mediática, que se canaliza por los medios de comunicación masiva; la violencia escolar, con el grooming como expresión principal; la violencia ambiental, sobre la que comienza a tomarse conciencia de manera integral; la violencia obstétrica, forma especial de violencia contra la mujer; la violencia cultural, contra colectivos minoritarios vinculados con pueblos originarios, colectividades religiosas, comunidades de inmigrantes, etc. Estrategias específicas para su dimensionamiento adecuado, su abordaje y su tratamiento deberían ser incorporadas a los planes estatales para favorecer la convivencia pacífica de la sociedad.
Frustraciones, estatus denegado, crisis de representación. El autor ensaya una explicación de los odios en sectores populares que se tientan ante propuestas autoritarias que los denostan.
La sociedad bulímica que describió el criminólogo Jock Young: deglute y vomita desde el consumo.
Hay palabras que opacan, que invitan a malentendidos, que ponen las cosas en lugares donde no se encuentran, aplanan. Algunas de ellas son “sectores populares”, una expresión llena de deseo, que confunde ingenuamente la representación subjetiva con la propia realidad objetiva.
Durante mucho tiempo, para gran parte de las izquierdas y el progresismo, los “sectores populares” eran una reserva de solidaridad, vida simple y buenas intenciones. Una palabra encantada, que le agregaba un manto de compasión al derrotero de sus integrantes.
Pero desde hace unos cuantos años, las cosas no parecen tan evidentes. Los sectores populares han sido tomados por los individualismos, mezquindades y resentimientos que encontramos en otros sectores sociales. Seguramente los sectores populares o el “pueblo”, como también se le llama, nunca fue un bloque, pero hoy está muy lejos de serlo.
Hoy día encontramos el odio, consignas hechas de odio, en todo el universo social, tanto en las elites, como en las clases medias y también en los sectores populares.
Estamos frente a un odio híbrido, heterogéneo, que está hecho con los aportes generosos de todas las clases, con los residuos morales que van arrojando distintos sectores de distintas clases, incluso de los llamados sectores populares.
Porque no sólo se trata del odio sino de otros sentimientos profundos, muy cercanos al odio, como, por ejemplo, el miedo, el resentimiento, las vergüenzas, la envidia, los celos, la ira. Un odio que irán aplazando en el tiempo, es decir, depositándolo en bancos de odio, para, el día de mañana, movilizarse y ensayar una respuesta a los problemas con los que se miden.
No sólo se trata del odio sino de otros sentimientos profundos, muy cercanos al odio, como, por ejemplo, el miedo, el resentimiento, las vergüenzas, la envidia, los celos, la ira.
El odio que se guarda sincroniza las acciones, es el insumo moral que actualizan los linchamientos, los casos de justicia por mano propia, los escraches, las quemas o destrozamientos intencionadas de vivienda con la posterior deportación de grupos familiares enteros del barrio, la lapidación de policías o incendios de patrulleros, la difamación pública, los saqueos colectivos, etc.
Basta echar una ojeada a las protestas vecinales cubiertas y producidas por Crónica TV todas las noches, para darnos cuenta, que detrás de las acciones disruptivas y punitivas de los sectores populares estuvo trabajando durante años el odio.
Como dijo Francois Dubet en su libro La época de las pasiones tristes, el mercado y el consumismo ha puesto a comparar constantemente a los integrantes de estos sectores. Un consumo financiado por sistemas usurarios y descontrolados que van endeudando a estos sectores, al tiempo que suman nuevas frustraciones y más angustias.
El consumo, entonces, es fuente de comparaciones constantes y nuevas envidias, que están en la base de muchos conflictos cotidianos que se tramitan a través de violencias interpersonales, y las habladurías que llegan con los procesos de estigmatización.
Conviene no indignarse frente a estas violencias, hay que desentrañarlas para evitar que los conflictos continúen escalando hacia los extremos.
Si la política no puede estar cerca de estos sectores, agregar sus intereses, si la justicia tampoco puede o quiere canalizar sus problemas, si las policías no los cuidan, entonces, el odio, será un sentimiento que deberán mantener vivo, aprender a cultivar y guardar para, el día de mañana, más temprano que tarde, ensayar alguna de las respuestas que citábamos arriba.
Y más allá de que fallen en sus intenciones, que reproduzcan las condiciones para sentirse más inseguros, servirán por el momento como válvula de escape para liberar tensiones.
Llenar de patadas al ladrón que agarraron in fraganti, quemar la casa donde vive el supuesto violador, destrozar la vivienda del transa, matar al vecino que nos hostiga, se han convertido en los nuevos repertorios de acción punitiva que están a disposición de cualquiera que tenga la cabeza gatillada. En ellos no está en juego la justicia sino la seguridad: se trata de reponer umbrales de tolerancia.
Conviene no indignarse frente a estas violencias, hay que desentrañarlas para evitar que los conflictos continúen escalando hacia los extremos.
Nota del editor: el autor, prolífico escritor y criminólogo, aceptó la propuesta de esta revista de escribir sobre el aparente crecimiento de las opciones de extrema derecha, también en los sectores populares expuesto a la violencia del crimen organizado. El texto de Rodríguez Alzueta fue producido en un contexto particular: el debate sobre cómo está creciendo la violencia en parte de la sociedad, quizá agitada por retóricas de odio. No ha sido la voluntad del autor, pero desde esta redacción pensamos que su texto también puede ser puesto a dialogar con otras notas que publicamos recientemente, que bucean en las márgenes de la violencia (Auyero y Fernández, dixit). Proponemos el ejercicio de revisarlo junto con otras dos notas recientes publicadas aquí: "La ardua reconstrucción de un lenguaje común", de Javier Franzé. Y "Cosechar comunidad", de Bárbara Pistoia. Disfruten.
Héctor Polino, dirigente histórico del socialismo y un incansable militante, falleció a los 89 años. A lo largo de los años, su vida estuvo marcada por el compromiso y la convicción.
Héctor Polino (1943-2022), dirigente socialista.
Ser socialista argentino durante el siglo XX y los albores del siglo XXI fue vivir una y muchas vidas a la vez. Del carismático magisterio de Alfredo Palacios a la prudente mesura de Hermes Binner; de los cantos de sirena de la revolución en Cuba hasta las abdicaciones de la tercera vía socialdemócrata; de las sanguinarias dictaduras a las promesas incumplidas de nuestra todavía joven democracia. Héctor Polino transitó esa historia con una coherencia difícil de replicar, fiel a sus principios y, vale decirlo, también a sí mismo, encarnando, al fin y al cabo, una forma de ser socialista, al mismo tiempo, emblemática e irrepetible.
Destacado desde joven en las filas de un Partido Socialista reverdecido y tensionado en tiempos de proscripción peronista, fue electo a los 27 años como concejal de la Capital Federal. Su estilo, fervoroso pero austero, le valieron desde temprano una visibilidad entre las huestes socialistas. Sus batallas, contra la corrupción y en favor del cooperativismo, eran incansables. La claudicación no formaba parte de su repertorio, moriría, y así lo hizo hasta sus últimos días, luchando por lo que creía justo.
Cualquiera que haya tenido oportunidad de ver más de una fotografía de Héctor Polino a lo largo de su prolongada carrera política pudo comprobar que, cual retrato de Dorian Gray, el tiempo no pasaba para él. Fiel a sí mismo ante todo. Mérito mayor si uno recorre el tembladeral de la historia del socialismo argentino y sus múltiples manifestaciones partidarias. Afiliado al Partido Socialista todavía unificado, luego se alineó al Partido Socialista Argentino de Alicia Moreau y Alfredo Palacios en tiempos de escisiones y luchas fratricidas. Tras un viaje iniciático a Cuba (que compartió, entre otros, con Juan Carlos Portantiero), fue un efímero participante en el Partido Socialista Argentino de Vanguardia y, más tarde, del flamante Partido Socialista Popular fundado en 1972. Inconformista y testarudo, se convirtió en un activo miembro de la Confederación Socialista Argentina, agrupación que reunía a un conjunto de militantes fruto de las muchas sangrías que había precipitado el internismo y la incomprensión mutua entre las huestes socialistas. Integrado a la dirigencia del renovado Partido Socialista Democrático junto a, entre otros, Alfredo Bravo, fue animador de los muchos y trabajosos intentos de unidad socialista que fraguaron, finalmente, en la refundación del PS en el año 2002. Tentado muchas veces a desertar de las filas partidarias, dado su prestigio público, se mantuvo siempre leal y orgánico a su amado Partido Socialista.
Héctor Polino transitó esa historia con una coherencia difícil de replicar, fiel a sus principios y, vale decirlo, también a sí mismo, encarnando, al fin y al cabo, una forma de ser socialista, al mismo tiempo, emblemática e irrepetible.
Su actividad pública fue extensa y sostenida durante más de medio siglo. Aquel joven concejal electo en 1960 fue, muchos años después, diputado nacional durante tres períodos consecutivos, entre 1993 y 2005. También participó como Secretario de Acción Cooperativa durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en su única incursión en el Poder Ejecutivo. Convocado a participar del gobierno de Néstor Kirchner, decidió someter la decisión a su partido y acogerse a la resolución tomada por sus compañeros. Este somero recuento, no obstante, no le hace justicia a su compromiso militante, que no requería de cargos públicos para ser llevada adelante con tesón y convicción. Testimonio de ello es la sostenida labor que llevó en los últimos años de su vida como referente de la ONG “Consumidores libres”, en una lucha encarnizada contra la inflación –y la manipulación de sus cifras–, ese impuesto nunca explicitado que afecta, antes que a nadie, a los sectores más humildes de la población. Mes tras mes publicaba un índice de precios de la canasta básica de alimentos y, no conforme con eso, recorría los medios de comunicación, sin discriminar entre grandes o pequeños, para denunciar la enorme injusticia detrás de estas rutinarias cifras. Como los socialistas de principio de siglo, preocupado por aquellos que solo viven para sobrevivir.
Hombre de las cosas y no de la pompa de los grandes discursos, de los pequeños asuntos que inciden en la realidad. Escribió hoy Mariano Schuster en Twitter: “Socialista de un tema: no está mal. Ahora que ni el socialismo parece ser uno”. Un tópico, la canasta básica, que eran muchos a la vez. El cooperativismo como medio y como fin para una vida más justa y solidaria. La convicción de las ideas contra el pragmatismo de los atajos que, a veces, no conducen a ningún lado. La política como actividad noble y al servicio de la ciudadanía. Y, en el fondo, una lucha incansable por el distintivo que todo socialista que se precie de tal debería portar: la igualdad.
Murió. Era un desinteresado de lo ideal. Su arte trata de hacer muy bueno lo bueno: «hacer una traducción de la belleza de lo posible», escribe la autora. Fue artesano de la nueva ola del cine francés, que renovó el séptimo arte. Anécdota contra la propiedad intelectual. Evocación del director en su muchas facetas.
Godard revolucionó el cine desde la voluntad de la acción.
1. PUENTES PARA INCENDIAR FORMAS
“Hay que intentar hacer una obra que estudie lo que hay entre la gente, el espacio, el sonido y los colores”, anhela el inolvidable Ferdinand Griffon, el Pierrot que hace carne Jean-Paul Belmondo. A regañadientes, el mismo personaje continúa su idea admitiendo que James Joyce lo intentó. Y en el remate de estas ideas encontramos el fruto noble del godardismo: “pero se puede hacer mejor”.
Dicen por ahí que lo ideal es enemigo de lo bueno. Jean Luc Godard era un desinteresado de lo ideal, desinterés que le hizo cosechar cantidad de críticas negativas y ramificación de detractores que lloraban por su torpeza, desprolijidad, mediocridad técnica. Pobres ellos, literales, amantes de una ficticia matemática de la estética.
Ese desinterés por lo ideal, Godard lo alimenta a conciencia y con sustancia. Empezando por hacer muy bueno lo bueno. Y esto es hacer una traducción de la belleza de lo posible. Una traducción que no pierda de vista, además, su firma. Porque también era un desinteresado de las falsas fraternidades, los falsos colectivos, la falsa uniformidad de las ideas y tendencias, de los últimos gritos de la moda.
Un desinteresado de los amantes de una ficticia matemática de la estética. Y esto no lo privó de fundar sus fraternidades, colectivos, ideas, tendencias, modas y una estética tan social que nadie no cumplió su sueño de sentirse alguna vez en una película de Godard caminando ciertas calles, oyendo ciertos discos, luciendo cierta ropa, estando apenas sentados en el sillón de casa bebiendo una copa de vino, fumando un puchito en el balcón. De la mugre cotidiana y su fugacidad, Godard hizo belleza registrada, autoerotismo, arte.
En cualquier tema o idea, Godard crea, gestiona, produce desde el “pero”. Y los “pero” tienen principalmente dos caminos: ser puente o ser puente prendido fuego. En él funcionaron así, para destruir toda forma.
Sin embargo, el fruto noble del godadirsmo no descansa en “se puede hacer mejor”, que anhela Pierrot. Está en el “pero”. El Godard cineasta, el Godard escritor, el Godard entrevistado, todos los Godard posibles, que fueron muchos aunque todos sostenidos en un hilo conductor que lo permite siempre ser reconocible a primera vista, lectura o escucha, opera en el campo de los “pero”. En cualquier tema o idea, Godard crea, gestiona, produce desde el “pero”. Y los “pero” tienen principalmente dos caminos: ser puente o ser puente prendido fuego. En él funcionaron así, para destruir toda forma.
Más aún, toda forma que, a la vista mayoritaria, se convirtiera en un punto de encuentro. Porque su salida al encuentro es marcar líneas divisorias, no ensamblarlas en el no borde de lo que no tiene riesgo. Tal vez por esto mismo se lo exalta siempre como un defensor de la libertad individual, lo que también aman criticar sus detractores, pero esas líneas funcionan más como un cerco. El cerco que necesita toda creación que se marea en emociones, porque si algo caracteriza su obra es el desnivel emocional, nunca carente de la cosa política, cosa y cruz política.
No se casa con ninguna domesticidad ni pleitesía. Donde muchos ven esa libertad individual desenfrenada, yo también dejo lugar para apreciar una solitariedad inevitable al que queda condenado todo aquel que padece de una inteligencia sensible mayor, la que te lleva a ver los bordes más que el centro. Porque el centro no es un punto posible sustentable en nuestra existencia mortal.
«Sin aliento», con Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg estrenada en 1960, es la más influyente película de la Nouvelle Vague. Escena ícono de una década.
2. CIENTIFICO DEL TIEMPO
Si durante el siglo XX fue uno de los primeros, o el primero, en ser muy consciente de su tiempo y de sus posibilidades, trasladando todo el multiverso que entre las letras, las plásticas y las músicas empezaba a aflorar, vio rápido que el cine aún todavía andaba en carro.
Un gran error humano, cada vez más recurrente, ya casi cotidiano, es buscar la santificación de lo que hace, consume, adora. Esa idolatría de todo lo que hace, consume y adora, que hoy se utiliza tanto, además, como credenciales frente a los otros, olvida un principio fundacional para todo aquello que se fuerza bendición y no le escapara a su final maldito: cuando el humano se pone a santificar lo único que logra es aislar, enfriar, matar aquello que pretendía eterno, fértil.
El cine enfrentó la explosion del siglo XX siendo cada vez menos siglo XX en la pretensión de ser tratado como un espacio santo. Godard vino a patear esto y se nutrió de todo lo que iba encontrando. Tomaba para descartar o transformar, pero tomaba lo que el nuevo tiempo ofrecía y todo lo volvía fílmico. Bueno, una de sus grandes expresiones reza: “No es de dónde tomas las cosas, es a dónde las llevas”. Eso es lo que llaman desprolijidad: la pulsión de vida, el vivificar el cine. Al que elevó a una condición de arte, pero también lo plasmó como ciencia social. En ese acto, él apenas es un cineasta, se hace científico, como lo define Jean Douchet.
Hay dos historias que narran muy bien cómo se apegó a lo que los tiempos iban ofreciendo sin importar frente a quien quedaba enfrentado.
En el año 2010, leyó en el diario Liberation que un ciudadano francés, James Climent, debía pagar una multa de 20 mil euros por descargar 13.788 audios MP3. No solo salió a brindarle su apoyo, lo buscó, donó dinero.
Cuando en Francia quisieron agregar anuncios publicitarios durante las películas, ardió Troya. Todos los cineastas se unieron para quejarse y reclamar, para exigir moderaciones y respeto a sus piezas. Cuando Godard fue consultado no solo apoyó la iniciativa, también propuso que los anuncios debían ser interactivos con las películas: si hay que promocionar una marca de lavarropas, ese anuncio debe ir justo en una escena donde haya uno. Esta debería ser, también, la nueva forma de planear las escenas, pensando en los anuncios directamente dentro de ellas.
En el año 2010, leyó en el diario Liberation que un ciudadano francés, James Climent, debía pagar una multa de 20 mil euros por descargar 13.788 audios MP3. No solo salió a brindarle su apoyo, lo buscó, donó dinero. Aún permanece en línea el agradecimiento de Climent. A partir de ahí fue un arengador de la organización de aquellos blogueros que aparecían como Robin Hood mientras el mundo se acomodaba a un nuevo orden de tráfico. “Estoy en contra de la HADOPI, obviamente. La propiedad intelectual no existe. También estoy en contra de la herencia (de obras), por ejemplo. Los hijos de un artista podrían beneficiarse de los derechos de autor del trabajo de sus padres hasta que cumplen la mayoría de edad. Pero, después, no me queda claro por qué los hijos de Ravel deben de obtener ganancias del Bolero”. Una vez más: pero.
Su fallecimiento a los 91 años no sorprende. La edad vuelve esperable ciertas noticias. Pero hay nombres que ni siquiera ya se miden en sí están o no en este plano nuestro. Siempre están, siempre dicen. Seguirán estando, seguirán diciendo. Mientras se despide el cuerpo, muchos estarán apenas llegando a esas obras y estarán viendo con nuevos ojos el viejo mundo y el actual también. Hay muertes que no sorprenden en su edad, pero que irrumpen en el día y nos sirven como un repaso fugaz de lo mucho que nos han puesto a pensar. Y en ese gesto tan anclado al acá, al ahora, nos permitimos el extraordinario deleite en nuestra contemporaneidad y hacemos propia la ciencia de Godard.