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Leer a Georg Trakl: entrevista con Julián de la Torre

Leer a Georg Trakl: entrevista con Julián de la Torre

Georg Trakl fue un poeta fundamental del expresionismo y las vanguardias, la traducción de una antología de sus poemas es, por tanto, una excelente noticia. Fabián Herrero conversó con Julián de la Torre, poeta y responsable de la traducción de esa antología, sobre los tópicos y marcas de su poesía. 

El poeta austríaco Georg Trakl, traducido por Julián de la Torre para la antología «Canto de un mirlo cautivo» de Ediciones Kalos.

 

Julián de la Torre, nació en Buenos Aires en 1993. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad de Buenos Aires. En 2014 publicó su primer libro de poesía, La tierra solar. Realizó, un año más tarde, un Curso de Invierno en la Albert-Ludwigs Universität de Freiburg y en 2018 fue becado por el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) para profundizar su estudio de alemán en el Institut für Internationale Kommunikation de Berlín. En 2021, apareció su plaquette Canto de un mirlo cautivo, con una selección de poemas del poeta austríaco Georg Trakl (Ediciones Kalos, 2021). Data también de aquel año Truenos, relámpagos, imágenes, hombres, su segundo poemario, ilustrado por la reconocida artista Cristina Santander. Desde el 2020 dirige el proyecto Alemán en Casa, espacio dedicado a la enseñanza del idioma y la cultura alemana.

Nieto del notable cineasta Raúl de la Torre e integrante de los talleres de escritura que coordina la gran poeta María Julia De Ruschi, Julián es, en mi opinión, uno de los muy buenos jóvenes poetas que, además, cultiva el arte de la traducción. Para Vanguardia digital, conversé con él sobre la antología reciente de los poemas de Georg Trakl.

¿Cómo llegaste a la obra de Trakl? ¿Alguien te lo hizo conocer o lo hallaste en una búsqueda personal?

A Trakl lo conocí a través de mi maestra, la poeta María Julia De Ruschi. Yo acababa de publicar mi primer libro, La tierra solar, y me encontré en una suerte de páramo creativo. Lo que antes me parecía abierto y accesible, de pronto se me había cerrado. ¿Iba a ser para siempre? Yo no lo sabía y me desesperaba. No encontraba las palabras, no sentía el impulso necesario para escribir. Entonces me acerqué a María Julia y me propuso que aprovechara el alemán que conocía y que tradujera a un poeta, a uno grande si pudiera, y ahí apareció Trakl. Recuerdo todavía escuchar ese nombre por primera vez, yo no lo conocía, pero esa combinación de letras resonó en mi cabeza de un modo extraño y misterioso, como si fuera un oráculo. Lo primero que leí de él fue el poema Die Sonne, El sol, un poema extraordinario, que traduje de inmediato, a medida que iba leyéndolo. Me sorprendió la sencillez de sus palabras y la potencia de sus imágenes, que iban sucediéndose unas a las otras, de un modo misterioso. Me sorprendió el silencio. El poema, que consta solo de unas pocas líneas, me pareció un cosmos alucinantemente concreto y riguroso. No puedo explicarte la alegría de ver en mi cuaderno el poema traducido. Fui corriendo a lo de María Julia y le dije: “Mirá, ¡escribí un poema!”

«Hay un ensayo de Heidegger que me sirvió de guía durante todos estos años. Heidegger dice hacia el final de aquel ensayo que Trakl es “el poeta de occidente”. Es un juego de palabras. En alemán, occidente se dice Abendland, “la tierra del atardecer”, una palabra que en sí misma es un poema».

Quisiera que nos hables sobre la tarea de la traducción. ¿Cómo fue el proceso de selección de los poemas, qué dificultades encontraste en el camino? ¿Qué representa la tarea de traducir para vos, te ayuda en tu escritura como poeta?

Desde aquel primer poema hasta la publicación de Canto de un mirlo cautivo, la antología bilingüe que salió este año de la mano de Ediciones Kalos, pasaron nueve años. Una vida, ¿no? Lo que sucede es que traducir a un poeta de la talla de Trakl no es cosa sencilla. Ante su obra, uno tiene inmediatamente la impresión de que no hay un solo poema, ni una sola palabra, me animaría a decir, que esté allí porque sí. ¿Te imaginás el desafío que eso implica para un poeta? Me refiero al de querer escribir esos poemas, el de tratar de decir en tu propia lengua y con tus propios medios algo que en verdad fue expresado con maestría por Trakl en alemán. Debo confesarte igual que entré a la tarea de un modo muy naif, sin mucha conciencia de lo que estaba haciendo. No supe hasta mucho después en qué embrollo me había metido. Un poema me llevaba al otro, algo me llamaba y tenía ante todo la necesidad de seguir traduciendo, de adentrarme más y más en esa obra que, como ya había presentido en El sol, constituía un cosmos perfectamente delimitado, riguroso y mágico. De lo que se trataba era de ser justo con todo eso, de elevar el propio nivel continuamente para recrear en castellano esa voz tan delicada, esa voz que siempre linda con el silencio.

En la lectura de los poemas es como que queda flotando algo. Trakl parece contar lo que en apariencia no se puede contar, las sensaciones, los aparentes sonidos, lo que se siente. Al mismo tiempo, es el poeta que, creo, como se ha dicho y vos también lo señalas, es un representante de aquellos que perciben la decadencia del progreso indefinido” como ideología dominante de las últimas décadas del siglo XIX. En algunas de mis clases, para comenzar a explicar el período de entre guerras”, a veces, solía leer el poema Grodek”. A tus ojos, ¿Qué representa social o históricamente este tipo de poemas de Trakl? ¿Te parece que aún en nuestro propio presente nos dicen cosas que están lamentablemente sucediendo?

Sí, por supuesto. En sus poemas hay una denuncia social, pero está hecha de un modo muy personal, alejado de todo partidismo. Recuerdo, ahora que traes el tema, un pasaje de Walter Muschg sobre Trakl, creo que está en su Historia trágica de la literatura. Él lo compara a Casandra, esa profetisa que predice la muerte y las ruinas de la civilización, pero que nadie escucha. Eso es exacto. Trakl ve el porvenir y parece por momentos que la voz se le ahoga de terror. Su tono no deja por ello de ser leise, apenas perceptible al oído y también still, sereno. Tiene sentido que muchos no lo hayan oído, porque él nunca apela al grito ni a la pose para revelar sus visiones. Hay en sus versos la serena y terrible constatación de un hombre que está muriendo y la de toda una civilización que se hunde junto a él, que está a punto de entrar en una matanza sin precedentes como la de la Primera Guerra Mundial. El poema que nombrás, Grodek, es el último que escribió. Trakl es movilizado por propia voluntad (¿para ver aquello que en realidad ya había visto a través de su poesía?) al frente oriental de Galicia. Allí, en Grodek, debe atender a más de noventa soldados moribundos. Escribe ese último poema, donde brilla por última vez un fuego helado, y se suicida a sus veintisiete años, recordando a “los nietos no nacidos”, a la descendencia trunca de una humanidad entregada a una batalla terrible e injusta.

Todo esto es cierto y dolorosísimo, pero no creo que sea lo único importante de su obra. Hay un ensayo de Heidegger que me sirvió de guía durante todos estos años. Heidegger dice hacia el final de aquel ensayo que Trakl es “el poeta de occidente”. Es un juego de palabras. En alemán, occidente se dice Abendland, “la tierra del atardecer”, una palabra que en sí misma es un poema. Y el atardecer es precisamente el momento en que ocurre la poesía de Trakl. Él lo señala obsesivamente, como también lo hace con el otoño. Momentos liminares, destello final de una luz que está por hundirse en el abismo. Es un lugar común hacer notar la oscuridad en la obra de Trakl. Eso tiene sentido, por lo que sabemos de su vida y de su muerte. Yo quise, sin embargo, poner énfasis en la luz, en ese “último oro de estrellas que se extinguen”, porque sé que Trakl se ubica siempre antes de lo negro, que señala, entre tanta decadencia y muerte, algo que brilla, aunque esté lejos y no sea para él. Fue esa la luz que me acompañó durante todos estos años y la que quise dejar en el libro, como testimonio para estos tiempos también muy difíciles.

Julián de la Torre, poeta y traductor de «Canto de un mirlo cautivo» de Georg Trakl.

 

 El lugar de la poesía de Trakl es el bosque”, así comienza tu prólogo. ¿Podés explicarnos por qué y, al mismo tiempo, por qué te encargas de señalar que se ocupa del bosque, no de la selva?

Bueno, todo eso puede tener que ver con que era austriaco, ¿no? Quien conozca Austria o Alemania sabe a qué me refiero. Aquí hay un pueblo o una ciudad, allá un bosque, después viene otro pueblo o ciudad… Su naturaleza es diferente a la de estas latitudes, todo parece más ordenado, más riguroso, menos exuberante. Lo mismo pasa con la luz. En Trakl, esa necesidad de medida se expresa de un extremo al otro de su obra. Al traducirlo, me di cuenta que no hay uno solo de sus símbolos que no vaya en esta dirección. Lo desmedido tiende a quedar afuera del poema, el mundo es llamado a serenarse mientras muere. Por eso hago notar en el prólogo que él se refiere al bosque y no a la selva, al atardecer y no al mediodía, al lago y no al mar. Fondo y forma se articulan perfectamente con esa voz tan delicada, esa voz de pájaro que resuena en lo profundo del bosque.

No hay que olvidar que Trakl nació, como Mozart, en la bellísima Salzburgo, una ciudad rodeada de bosques y de lagos. Se sabe que fue un pésimo estudiante en el colegio, que vivía escapándose con sus compañeros al bosque. El bosque representó para él, ya desde sus comienzos, una actitud de rebeldía ante un sistema que no podía tolerar, un sistema corrupto en el que se sentía extraño y cautivo. Es notorio cómo él vuelve a ese espacio el centro único del poema, cómo se resguarda en él, mientras se aparta. Su personaje central es el forastero, aquel que se interna solo en el bosque, por oscuros senderos. Más allá de la cuestión autobiográfica, me parece importante notar que el bosque de Trakl no es el bosque de Salzburgo. Quiero decir, no hay en él en absoluto una voluntad descriptiva. Hay, más bien, la capacidad de cantar un mundo, un mundo propio, que es personalísimo y fácilmente reconocible. Trakl es un creador, un gran artista, y no un mero imitador. Su bosque está lleno de símbolos que retornan de manera obsesiva. Hay colores, figuras, vivos y muertos, muertos que están vivos, hay árboles, hay ciertos pájaros…

Sugerís que en los poemas de Trakl se puede delinear la silueta del poeta, la imagen del poeta”, y la vinculás con la presencia de los pájaros. ¿Podes por favor explicarlo?

Son muchos los pasajes de la poesía de Trakl donde él se identifica con un pequeño pájaro. Dice en Sebastián en sueños, uno de sus grandes poemas: “Pero él era un pequeño pájaro en el ramaje desnudo”. Y uno siente la soledad de ese pájaro que está ahí, solo, antes de la llegada del invierno, antes de la llegada de la noche. En el prólogo, trato de diferenciar las bandadas de pájaros que irrumpen en sus versos para escapar del peligro de aquel pájaro indefenso y solitario, del pájaro cautivo. Creo que en este último se cifra el misterio de la poesía trakleana. Él canta, y llama al forastero hacia el ocaso. El ocaso, es decir, el atardecer, la hora mágica, die blaue Stunde, la hora azul, como se dice en alemán. Entre los pájaros, su predilecto era el mirlo macho. Un pájaro verdaderamente hermoso, muy tímido y solitario, todo negro, pero que tiene el pico amarillo. ¿No es conmovedor pensar que es justamente el pico de esa ave que canta el que resplandece sobre un fondo negro con el color que tienen las estrellas al extinguirse?

«Hay, más bien, la capacidad de cantar un mundo, un mundo propio, que es personalísimo y fácilmente reconocible. Trakl es un creador, un gran artista, y no un mero imitador».

Para terminar, quisiera que nos comentes cómo fue el trabajo de la publicación del libro en la hermosa edición a las que, como siempre, nos tiene ya acostumbrado Ediciones Kalos.

Para darle un libro a un editor es fundamental la confianza. Con Ariel Fleischer nos conocemos hace mucho tiempo. Para atestiguarlo conservo todavía un ejemplar de un libro mío dedicado a él que aún no pude entregarle, será por timidez, que data del 2019. Después vino la pandemia y el deseo conjunto de publicar en medio de esas tinieblas dos plaquettes, hechas con la maravillosa linotipo. Yo no puedo explicarte lo que es verlo trabajar en esa máquina un libro propio, ver impreso tu trabajo en un papel tan exquisito y delicado. El taller de Ediciones Kalos, donde aún trabaja Ariel y que compartía con el maestro Rubén Lapolla, es un espacio mágico de Buenos Aires, recomiendo mucho su visita, la realizan todos los meses. Entrar ahí es un viaje en el tiempo, ver esas máquinas antiquísimas, y todo dedicado a la poesía, hecho por amor al arte… Te decía que Ariel y Rubén me publicaron poco después de la pandemia un poemario mío, Truenos, relámpagos, imágenes, hombres, que fue ilustrado por la gran artista Cristina Santander. Más o menos al mismo tiempo salió la primera tirada de mis traducciones de Trakl. En ese momento publicamos doce poemas, en relación al simbolismo del año que aparece una y otra vez en la poesía del austríaco. Fue una primera tentativa, que se completa con esta edición en formato industrial, que contiene cincuenta poemas en edición bilingüe y que está editada muy hermosamente, como decís. No quisiera dejar de comentarte lo maravillosa que estuvo la presentación del libro en la Biblioteca Nacional, el pasado dieciséis de octubre. Tuve la alegría de estar acompañado, además de por Ariel, por dos grandes poetas que se refirieron muy generosamente al libro, Dolores Etchecopar y Lucas Margarit. Tuvimos también el honor de contar con la participación y el apoyo de la Embajada de Austria en Buenos Aires, quien a través de su consejera Sophie Triller-Windisch, se ocupó de las palabras introductorias del evento. ¿Qué más se puede pedir? Yo estoy feliz de que el mirlo ya esté volando hacia nuevos lectores, de que ya no esté cautivo de su traductor, y de que en este momento esté haciéndose su propio camino en un mundo que necesita urgentemente de más luz y belleza.

El sol

 

Siempre vuelve el amarillo sol a la colina.

Es hermoso el bosque, el oscuro animal,

el hombre; pastor o cazador.

 

Por el verde estanque sube rojo el pez.

En silencio, bajo el redondo cielo,

navega el pescador en la barca azul.

 

Lentamente maduran la uva y el grano.

Cuando sereno declina el día,

un bien y un mal están dispuestos.

 

Y cuando cae la noche,

levanta el caminante los pesados párpados,

silenciosamente,

y el sol irrumpe de la barranca sombría.

***

Revelación y caída

Cuando entré en el jardín crepuscular y la negra figura del mal se apartó de mí, la noche me rodeó con su serenidad de jacinto; entonces navegué sobre una barca ahuecada por el estanque en calma y una dulce paz rozó mi petrificada frente. Atónito yacía yo bajo los viejos sauces y alto sobre mí estaba el cielo azul, colmado de estrellas. Y como al contemplarlo me iba muriendo, murieron también el miedo y el dolor en lo más profundo de mí, y ascendió, resplandeciente en la oscuridad, la sombra azul del joven, el dulce canto; con sus alas de luna ascendió, sobre las verdes copas de los árboles y los nichos de cristal, el blanco rostro de la hermana.

William Connolly y el desafío de lo planetario

William Connolly y el desafío de lo planetario

Lo planetario (o «ambiental») se ha vuelto foco del activismo y de la reflexión intelectual. La traducción de «Frente a lo planetario» del prestigioso William Connolly es un gran aporte para encarar con profundidad y sin concesiones este desafío. 

William Connolly, autor de «Frente a lo planetario».

 

El tema está a la orden del día. Cumbres mundiales anunciadas con bombos y platillos. Digo: cumbres mundiales organizadas y presenciadas por los líderes de los países más importantes (y no tanto) del mundo. Un Acuerdo, el autodenominado Acuerdo de París, firmado en Europa, en 2015. Alemania, Francia, Canadá, Italia, España, Estados Unidos (ahora autoexcluido luego de la presidencia de Trump) que reclaman y declaman el estricto cumplimiento de los compromisos y las responsabilidades asumidas en esas Cumbres y en aquel Acuerdo, reivindicado y evocado como un hito, un antes y un después, en el largo y difícil sendero de los consensos políticos globales. Periodistas especializados, medios de prensa tradicionales, medios digitales, influencers y organizaciones civiles que hace rato emprendieron su propia batalla, o pretenden hacerlo: informando, denunciado, llamando a la ciudadanía a hacer su parte, la parte que nos corresponde. Greenpeace. Greta Thunberg. Leonardo Di Caprio. Ricardo Darín: menciono, rápido y al pasar, algunos de los nombres propios que fácilmente podemos reconocer como representantes ilustres de esa batalla. Para bien o para mal. Con errores y con ambiciones. Con dogmas y con rigideces ideológicas, en algunos casos, intolerables, anticuadas y declamadas como verdades imperecederas. Estoy hablando, desde luego, del problema del cambio climático y de todo aquello que, en el último tiempo, se puso al servicio de la reversión de ese proceso que, acuerda la comunidad científica, está sucediendo.

Esto amenaza no sólo, como hasta ahora pensábamos, a las diferentes especies y ecosistemas perjudicados por su avance, sino que pone en peligro, también, a la vida humana, a la vida comunitaria, a los ecosistemas sociales. Al planeta tierra, en suma. La cuestión ambiental, que en pocas palabras conocemos como el problema del cambio climático, asoma hoy, acecha en esta época, como uno de los grandes debates que dominan e impulsan la conversación pública en las democracias contemporáneas. Y no es para menos. Buena muestra de ello es la última pandemia. Cuyas consecuencias están todavía a la vista, ahí. Quien quiera ver que vea. Quien quiera oír que oiga.

Sobre esto, digo sobre el tema del cambio climático y la cuestión ambiental (en un entrelazo con otros temas y dilemas políticos contemporáneos, pero cuyo nudo sigue siendo este último: el proceso de avance a paso sostenido de la transformación climático-ambiental) acaba de escribir un libro, lúcido y agudo como ya nos tiene acostumbrados, William Connolly, profesor de teoría política de la Universidad de Johns Hopkins, Estados Unidos. Connolly no es, aclaremos de entrada, un teórico político tradicional, un académico de esos que gustan hacer alarde de los tecnicismos, saberes y registros del lenguaje que estos poseen para escribir sus textos o papers. Aunque, por supuesto, no deje en ningún momento de serlo. La prosa de Connolly es amena, transparente y ágil. Pero no por ello menos rigurosa, profunda y lúcida que la de la academia de la que él forma parte.

La cuestión ambiental, que en pocas palabras conocemos como el problema del cambio climático, asoma hoy, acecha en esta época, como uno de los grandes debates que dominan e impulsan la conversación pública en las democracias contemporáneas. Y no es para menos. Buena muestra de ello es la última pandemia. Cuyas consecuencias están todavía a la vista, ahí.

Con sus más de 80 años, el intelectual norteamericano acumula una larga y rica lista de libros sobre teoría política y sobre los distintos acontecimientos que forjan la coyuntura política actual: desde su premiado y galardonado The terms of political discourse (1974) hasta sus más recientes Pluralism (2005), Capitalism and Christianity. American style (2008), Aspirational fascism (2017) y Facing the planetary (2017). Los temas que lo obsesionan, sin embargo, vuelven una y otra vez en cada uno de esos textos, articulados y puestos en juego siempre de un modo distinto, aunque eyectados de su escritura, cada vez, con una carnalidad solo superada por su propia pluma: los peligros y las amenazas que acechan a las democracias contemporáneas, el pluralismo, el secularismo, los cambios tecnológicos y, en el último tiempo la cuestión ambiental, son algunas de esas obsesiones que recorren su vida intelectual. Sobre esto último, en efecto, acaba de publicar la primera traducción al castellano del autor el reciente sello de Adriana Hidalgo, Interferencias, dirigido por Tomás Borovinsky.

Frente a lo planetario. Humanismo entrelazado y política del enjambre (ese es el título elegido por los traductores para la versión castellana del libro de Connolly, una traducción, por otro lado, a cargo de Lucas Mertehikian y Santiago Armando, que resalta por su extraordinaria pericia para preservar el ritmo y el estilo de la prosa del escritor norteamericano) es poseedor de un conjunto de virtudes a las que Connolly ya nos tiene bastante acostumbrados: un eclecticismo a prueba de todo dogmatismo teórico, que “pasea” al lector por algunos de los nombres más ilustres de la reflexión moderna y contemporánea, desde Maurice Merleau-Ponty hasta Marx, pasando por Hayek e Isaiah Berlín; una extraordinaria capacidad para leer a todos estos autores (y algunos de sus conceptos) sin dejar jamás de hacer pie en la actualidad o el presente, o mejor aún: una lucidez poco común para pivotear con holgura de la teoría al acontecimiento, de la coyuntura a la teoría; una sana y saludable actitud crítica frente a algunos de las nociones más evocadas y mancilladas de nuestro tiempo, como la noción de Antropoceno; y, por último (hago acá un corte injusto con ese cúmulo de virtudes, que por supuesto no se agotan en esta lista que enumero muy sucintamente) una honestidad intelectual a prueba de balas: Connolly no disimula en ningún momento sus posiciones políticas y, en todo momento, las asume invitando a los lectores a comprometerse con ellas, o bien a discutirlas.

Activistas ecologistas realizan un atentado contra un cuadro de Van Gogh.

 

En este punto, quisiera resaltar el que me parece uno de los aportes decisivos del libro: la idea sobre la cual gira todo el texto y que, de hecho, le da letra al título: la idea de “lo planetario”. Lo planetario, en efecto, rompe con un conjunto de antinomias y de doxas que vienen desde hace tiempo socavando y empantanando no solo las reflexiones del campo académico sino también aquellas que, en buena medida filtradas desde el saber específico que representa este último, el campo periodístico, el campo político, por medio de la apropiación de estas por parte de los actores políticos y los movimientos ecologistas, por ejemplo, y en líneas generales de la sociedad civil toda.

Solo basta, de hecho, con avanzar algunas pocas páginas del libro para encontrarse con una definición de lo planetario que interroga, por decir lo menos, y nos enfrenta a ese conjunto de doxas y antinomias. Permítaseme citarlo muy brevemente para al menos tomar una dimensión mínima de lo que creo es la contribución decisiva de Connolly sobre la cuestión climática, sobre sus efectos y, sobre todo, sobre los dilemas a los que ella nos arrastra en términos de lo que es posible hacer para enfrentarlo en el contexto de nuestras democracias contemporáneas: “Por ´lo planetario´, escribe el autor, me refiero a una serie de campos de fuerzas temporales, como patrones climáticos, zonas de sequía, el sistema de corrientes oceánicas, la evolución de las especies, flujos de glaciares y huracanes que exhiben capacidades de autoorganización de distinto grado, y que inciden entre sí y en la vida humana de muchas maneras. El Antropoceno es un período (…) durante el cual una serie de prácticas capitalistas, comunistas, tecnológicas, militares, científicas y cristianas se transformaron en fuerzas geológicas determinantes que ayudaron a modificar algunas de estas fuerzas no humanas. (Lo importante) es no perder de vista que había cambios más bien rápidos en muchas de estas fuerzas desde antes que el capitalismo y otras prácticas se volvieran fuerzas geológicas” (el resaltado es mío).

Connolly fisura y descentra la mancillada idea de la vida humana como vida privilegiada y excepcional en el planeta tierra: el campo de fuerzas que forman lo planetario, por caso, es un campo de intersecciones y cruces en el que la vida humana es solo una más entre todas aquellas que lo conforman. Adiós a las nociones de sociocentrismo y de excepcionalismo humano. Buen viaje.

Podríamos, sin duda, comenzar con esta sola definición una rápida revisión del conjunto de doxas que esta idea descentra, y fisura: la noción reduccionista del Antropoceno que ubica el inicio de este en la Revolución Industrial (o a cualquiera de los hitos con los cuales solemos asociar este inicio: la conquista de América, la Revolución Francesa, etc.) y que en un mismo movimiento lo iguala solo y únicamente al capitalismo. No. El Antropoceno no solo está imbuido de la problemática relación que el sistema capitalista establece con la naturaleza, sino también de todos los sistemas (económicos y de creencias, en efecto), que se derivan de aquel sistema y que, al mismo tiempo, poco tienen que ver con este último: el socialismo, la ciencia moderna, los sistemas militares de defensa e, incluso, el cristianismo. Menuda crítica que se lleva puesto, de izquierda a derecha, a todo el arco ideológico, político e intelectual. Fisura y descentra, también y por otro lado, esa falsa dicotomía (cuyo descentramiento y fisura, es cierto, ya fue intentado por varios, entre ellos el propio Merleau-Ponty) entre naturaleza y sociedad y entre biología o cultura, dicotomía que tanto alimenta (y alimentó) a la filosofía, la economía, la antropología, las Ciencias Sociales más generalmente, aunque también y de igual modo, a las Ciencias Naturales. Fisura y descentra (por último, y me detengo acá, nuevamente, en forma injusta para intentar abocarme a aquella que quisiera prestarle más atención en este texto) la mancillada idea de la vida humana como vida privilegiada y excepcional en el planeta tierra: el campo de fuerzas que forman lo planetario, por caso, es un campo de intersecciones y cruces en el que la vida humana es solo una más entre todas aquellas que lo conforman. Adiós a las nociones de sociocentrismo y de excepcionalismo humano. Buen viaje.

Cierro, decía, estas breves líneas sobre el (ahora sí) excepcional trabajo de Connolly (al que invito con vehemencia que el lector lea y se sumerja) con la última fisura y ruptura con la que creo que el autor norteamericano logra enfrentarnos: la que se deduce de la falsa idea de que el cambio climático es solo y únicamente responsabilidad del mundo humano. Otra vez: no. Cambios y transformaciones geológicas hubo desde siempre. Algunas más graduales, otras más abruptas. Las fuerzas humanas no son su causa. Son, en todo caso, una de sus causas. Pero una que, asimismo, no actúa sola ni en forma independiente: sino en una relación de ida y vuelta, con un feedback, que en realidad es ya un error pensarla por fuera de esta dinámica, e incluso más: como fuerza geológica aislada o con derecho propio en el proceso de erosión del planeta tierra.

Una vez más, Connolly nos arrastra a pensar la cuestión ambiental con el prisma con el cual propone actuar para hacerle frente: el del pluralismo, el de la diversidad de fuerzas, el de la heterogeneidad del universo (un universo pluralista, al decir de William James) que es en su diferencia y en sus distancias internas en donde está su riqueza. Enfrentarse a lo planetario, que supone enfrentarse, entre otras cosas, al cambio climático y al desastre ambiental que nos acecha, implica enfrentarse a este cambio y a este potencial desastre sin dejar de lado ese “otras cosas”: sistemas de pensamientos, fuerzas no humanas, sistemas políticos, sistemas de creencias, etc., que lo componen tanto como lo causan, lo deforman y son sus consecuencias. Bienvenidos, a los ávidos lectores del pensamiento pluralista, al concepto de humanismo entrelazado y a la política del enjambre. ¿Por qué leer a William Connolly vale la pena? Lean Frente a lo planetario, y después hablamos.

Tres reformas federalistas para dejar atrás las retenciones

Tres reformas federalistas para dejar atrás las retenciones

Dar el paso hacia un país sin retenciones es avanzar hacia otro modelo de financiar al Estado, con un nuevo modelo de organización del comercio exterior y por extensión del sistema bancario y monetario.

Las retenciones son parte de un sistema tributario anómalo del que Argentina depende desde hace más de veinte años. Para cambiar esta situación proponemos trazar un camino de reformas federalistas que aporten al debate político basado en tres grandes lineamientos: reformar el sistema tributario, reorganizar el comercio exterior y federalizar la banca central.

ELIMINAR LAS RETENCIONES Y REFORMAR EL SISTEMA TRIBUTARIO

Argentina tiene un sistema tributario completamente atípico: cobra pocos impuestos a los ingresos y a los bienes personales, la forma más racional y moderna que hoy se utiliza en el mundo entero para financiar al estado, y ello lo compensa con impuestos a las exportaciones.

Si bien las retenciones son justificadas como una herramienta de comercio exterior y en particular por su incidencia en el precio interno de los alimentos, en la práctica cumplen una función fiscal que excede su propia fundamentación. Al constituirse en una fuente supletoria de financiamiento fiscal, ante la incapacidad de construir una estructura tributaria racional, las retenciones se convierten en un mecanismo de extracción de recursos con un enorme impacto regional, de carácter centralista y que distorsiona completamente su funcionalidad, poniendo en evidencia las dos falencias estructurales comunes a los modelos políticos argentinos dominantes en las últimas cinco décadas: el cobro de impuestos y la organización adecuada del comercio exterior.

Es imperioso que las retenciones pierdan esta funcionalidad fiscal, sean eliminadas y se encare una reforma tributaria en donde la base de la recaudación sean los ingresos y los bienes personales. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por ejemplo, tiene salarios que superan aproximadamente en un 40% a la media nacional. Al no cobrarse impuestos a los ingresos, pero sí a la exportación, los que más se benefician son estos sectores de altos ingresos. Mientras tanto, los espacios productores como la Región Centro (compuesta por las provincias de Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe), que representa casi el 40% de las exportaciones totales, la mitad del maíz exportado y el 100% de la harina y el aceite de soja que tiene por destino el comercio exterior, tienen que soportar la mayor carga tributaria con un tributo que, además, no se coparticipa.

Una reforma como la que proponemos, terminaría con una transferencia de rentas entre regiones, que lesiona la base federalista de nuestra nación, e incrementaría el peso de los impuestos progresivos, menos distorsivos y ampliamente utilizados en los países desarrollados, e incluso, aunque en menor medida, en América Latina.

«Argentina tiene un sistema tributario completamente atípico: cobra pocos impuestos a los ingresos y a los bienes personales, la forma más racional y moderna que hoy se utiliza en el mundo entero para financiar al estado, y ello lo compensa con impuestos a las exportaciones.»

A su vez, las retenciones introducen asimetrías al interior del sector, ya que, al no tener en cuenta la estructura de costos de la producción, impactan mayormente en las zonas más alejadas del puerto, con mayores costos de transporte y menor calidad de los suelos. Así, un productor de Venado Tuerto y un productor de Tucumán pagan la misma tasa sobre la tonelada de soja exportada, con independencia de que el primero esté a 200 km del puerto y el otro a 900 km y que uno produzca en una de las zonas con mayor rendimiento por hectárea y el otro no.

El planteo es bastante lineal: las retenciones impactan sobre la actividad y por lo tanto también reducen la base de la recaudación. Bajar o eliminar las retenciones provoca aumentos en la inversión, en la producción y en el valor agregado, tal como ocurrió en el pasado, y ello impacta en la recaudación. Sobre este punto recomiendo el trabajo de Tomás Allan y del equipo económico de Fundar. Pero fundamentalmente las  retenciones suplen la falta de una estructura tributaria normal con la consecuente extracción de rentas desde la región central hacia el AMBA, y en particular la CABA.

CAMBIAR EL RÉGIMEN DE ORGANIZACIÓN DEL CORMERCIO EXTERIOR

Tal como dijimos anteriormente, las retenciones encuentran su fundamentación como un instrumento para regular el comercio exterior, en particular como un mecanismo para desacoplar el precio interno de los alimentos respecto del precio internacional y alentar la producción con valor agregado incorporando tasas más altas para las materias primas sin elaboración. No es posible ni deseable desentenderse de este hecho. Sin embargo, cabe preguntarse si las retenciones son el mejor mecanismo para realizar estos objetivos o al menos administrar esta problemática, cuando la experiencia reciente muestra que los acuerdos políticos en esta materia han sido desastrosos dejando sin voz ni participación a los territorios involucrados.

Queda en evidencia la incapacidad política en la Argentina de establecer reglas estables, de mediano plazo y razonablemente aceptadas sobre las tasas de cambio diferenciales que ponen las pautas más relevantes del comercio exterior, considerando  su particular estructura social y económica. Las retenciones van en un sentido estrictamente opuesto y debilitan la institucionalidad y los compromisos mutuos.

Resulta clave un cambio en las instituciones que organizan el comercio exterior y en particular las tasas de cambio preferenciales para los productos de exportación, que impactan sobre el precio de los alimentos, y de importación, que son claves para el desarrollo industrial.

«Resulta clave un cambio en las instituciones que organizan el comercio exterior y en particular las tasas de cambio preferenciales para los productos de exportación, que impactan sobre el precio de los alimentos, y de importación, que son claves para el desarrollo industrial.»

Es de vital importancia crear un marco colegiado, en el que participen las fuerzas sociales y regiones productivas involucradas, en donde se puedan componer acuerdos de mayor estabilidad sobre las tasas de cambio y el destino de los excedentes que eventualmente se acumulen. Este tipo de organismos públicos de administración colegiada con el sector privado y representación federalista, suponen verdaderos avances para el manejo de los asuntos comunes y en particular en el diseño de las pautas de funcionamiento del comercio exterior, fortaleciendo la integración y proyección del espacio nacional.

Incluso allí deben definirse las afectaciones específicas de las rentas acumuladas tratando de minimizar el impacto de las eventuales diferencias establecidas. Se puede establecer como condición básica e inicial, por ejemplo. La devolución integral de las diferencias de tasas a los productores de tierras menos productivas y la utilización de los excedentes para el estricto desarrollo de infraestructuras estratégicas para incrementar las capacidades exportables.

No podemos seguir dependiendo de la intempestiva decisión de un funcionario ajeno a la realidad productiva que modifica de un momento a otro las condiciones de producción. Esto es completamente contrario al buen proceder, al establecimiento de reglas de largo plazo y a la real realización de los principios federalistas.

FEDERALIZAR LA BANCA CENTRAL

Todo lo anterior supone un involucramiento de lleno sobre la estructura de tasas diferenciales para exportaciones e importaciones, dimensión central de la política cambiaria. Se trata de una federalización bajo una nueva institucionalidad. Sin embargo, ello no puede detenerse allí ya que el nuevo marco jurídico y político federalista tiene que completar su alcance, abarcando a la totalidad de la política monetaria y cambiaria de la nación argentina.

En ese sentido, es importante observar que Argentina se organiza sobre instituciones económicas estrictamente centralistas, en donde los territorios subnacionales y las fuerzas económicas y sociales productivas no tienen participación alguna. Es preciso producir un cambio radical y federalizar las instituciones económicas, si queremos superar cinco décadas de repetidos fracasos. En particular, la más centralista de todas las instituciones es precisamente el Banco Central de la República Argentina (BCRA), punto clave donde se establece la política monetaria y cambiaria, debe ser federalizado siguiendo, por ejemplo, el caso paradigmático de la Reserva Federal de los Estados Unidos de Norte América. Sobre este punto recomiendo el trabajo de Ignacio Trucco y del equipo económico de Demos.

«Es importante observar que Argentina se organiza sobre instituciones económicas estrictamente centralistas, en donde los territorios subnacionales y las fuerzas económicas y sociales productivas no tienen participación alguna. Es preciso producir un cambio radical y federalizar las instituciones económicas, si queremos superar cinco décadas de repetidos fracasos.»

El BCRA debe ser permeado por la realidad territorial de la Argentina profunda y convertirse en un sistema de Bancos Regionales en donde se defina con criterios federalistas la política monetaria y cambiaria de la nación, donde incluso pueda contenerse institucionalmente las reformas sugeridas en el punto anterior.

Los déficits políticos, se han convertido en déficits institucionales y las tensiones acumuladas han puesto en evidencia la debilidad estructural del centralismo desembozado y extraviado de la nación, que encuentra en las retenciones un ejemplo paradigmático. Este es un criterio político de primer orden para encarar una verdadera reforma modernista en Argentina, empezando por el punto neurálgico de federalizar las  instituciones económicas hoy hiper centralistas.

Es la clave para dar viabilidad a la formación de pactos económicos territoriales y sectoriales de largo plazo para proyectar una Argentina nueva, orientada a la producción, el trabajo y la tecnología, a la capacidad exportadora con valor añadido y al mejoramiento de la calidad de vida basada en la capacidad de producción de riqueza. En este contexto, un sistema regional de bancos federales terminaría con las tentaciones demagógicas que han marcado nuestra política monetaria y cambiaria en las últimas cinco décadas, sean las del consumo masivo horadando nuestros stocks o del dólar barato que desembocan en crisis de deuda y del sector externo.

UNA DISCUSIÓN CLAVE DE LA POLÍTICA NACIONAL

La cuestión de las retenciones pone el dedo en la llaga y desencadena una discusión clave de la política nacional. Dar el paso hacia un país sin retenciones es avanzar hacia otro modelo de financiar al Estado, eso implica un nuevo modelo de organización del comercio exterior y por extensión del sistema bancario y monetario.

La Región Centro cuenta con capacidades institucionales, productivas, educativas, científicas y tecnológicas muy desarrolladas: tenemos un entramado científico tecnológico que fue responsable del desarrollo de semillas resistentes a la sequía, el avance biotecnológico más importante de los últimos años que acaba de ser aprobado en EEUU.

El 42% de la agricultura y ganadería de la Argentina se desarrolla aquí, el 28% de la producción argentina de alimentos y bebidas se localiza entre Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Asimismo, el 35% de las maquinarias y equipos industriales del país se produce en este espacio, así como el 34% de la producción de autos. Pensemos por un momento si los recursos que hoy se van en retenciones se volcaran al encadenamiento productivo, a la industria metalmecánica, al desarrollo del biodiesel, fertilizantes, drones y equipamiento de agricultura de precisión y a obras de infraestructura estratégica y social.

«La Región Centro cuenta con capacidades institucionales, productivas, educativas, científicas y tecnológicas muy desarrolladas: tenemos un entramado científico tecnológico que fue responsable del desarrollo de semillas resistentes a la sequía, el avance biotecnológico más importante de los últimos años que acaba de ser aprobado en EEUU.»

Para que el Estado federal deje de ser el ancla y se convierta en el motor del progreso y el desarrollo, es preciso una nueva estructura institucional, en donde los balances regionales sean redefinidos. El liderazgo del corredor central que se extiende desde la cordillera hasta el río Uruguay resulta decisivo en este proceso político de reformas y reorientación.

Es indispensable en este contexto, el fortalecimiento del extenso y denso sistema de ciudades pequeñas y medianas que conforman nuestra “Ruralidad”, lo que supera ampliamente la maniquea, simplista e irreal dicotomía “campo vs industria”. El desarrollo del complejo entramado que conforma la Agro-Bio-Industria, es prueba de ello y el fortalecimiento de su capacidad exportadora resulta vital. Es hora de debatir el modelo de país que necesitamos, sin atajos, ni autoengaños, sin desconocer el problema territorial de fondo que arrastramos desde hace décadas, probablemente desde los orígenes de la organización nacional.

Quizá tengamos aquí un significante político verdaderamente progresivo, un punto cuya resolución podría suponer un avance histórico real sobre problemas pendientes pero también con resoluciones concretas y posibles. Las reformas federalistas probablemente sean, para la Argentina, parte de su sustancia y realidad íntima, pero todavía latente como promesa de futuro.

La ciencia argentina en la encrucijada

La ciencia argentina en la encrucijada

Desde la llegada de Javier Milei a la presidencia de la república, la ciencia argentina está sometida a una feroz agresión. La candidatura del economista libertario fue muy cuestionada en la comunidad científica y Milei le ha pagado con la misma moneda.

CONICET, institución emblema de la ciencia argentina.

No hizo realidad sus ideas más primitivas cuando proclamó: “voy a cerrar el CONICET”, pero varias de sus iniciativas en el área han sido muy dañinas. Hace pocos días, la presidenta de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la innovación (I+D+i) Alicia Caballero, informó que el principal organismo de financiamiento de la actividad científica en el país no tiene previsto abrir nuevas convocatorias para financiar proyectos de investigación. La parálisis de la Agencia ya se veía venir desde abril, cuando todos los vocales de su directorio renunciaron a sus cargos, disconformes con la brutal contracción del presupuesto destinado al sector.

Al virtual cierre de la Agencia, se suma la degradación de los salarios de los investigadores, que cayeron incluso por debajo del ya muy bajo nivel en el que los había dejado la administración de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.

Las remuneraciones de los científicos argentinos nunca fueron altas, pero los investigadores hoy perciben salarios al menos dos o tres veces inferiores a las de sus colegas de Brasil, Chile o Uruguay. Con este nivel de ingreso, la vida cotidiana se hace cuesta arriba y muchos investigadores se ven tentados a buscar otros horizontes. Se acelera el éxodo y en muchos casos los que primero salen (hacia el exterior y el sector privado) suelen ser los más talentosos.

Para completar este triste panorama, también hay un mensaje desesperanzador para la juventud que aspira a desarrollar una vocación científica: con Milei, se ha contraído de forma drástica el número de becas doctorales destinadas a la formación de las nuevas generaciones de investigadores, y se ha reducido el número de plazas disponible para la incorporación a la Carrera del Investigador Científico del CONICET.

Los investigadores hoy perciben salarios al menos dos o tres veces inferiores a las de sus colegas de Brasil, Chile o Uruguay. Con este nivel de ingreso, la vida cotidiana se hace cuesta arriba y muchos investigadores se ven tentados a buscar otros horizontes. Se acelera el éxodo y en muchos casos los que primero salen (hacia el exterior y el sector privado) suelen ser los más talentosos.

HUNDIR EL SISTEMA DE CIENCIA Y TÉCNICA

En una sociedad democrática, las decisiones sobre cuántos recursos destinar al área de ciencia y técnica, y sobre cómo distribuirlos, no pueden ser concebidas como una atribución de la comunidad científica.

La ciencia se financia con recursos públicos, siempre escasos, por lo que los investigadores (quienes tienen sus propios intereses sólo en parte coincidentes con el interés general) deben estar dispuestos a discutir con los representantes de la voluntad popular qué tipo de diseño institucional y qué tipo de políticas son las más apropiadas para promover la investigación de calidad.

Sin embargo, a lo que asistimos no es una política científica que pretende redefinir los objetivos del sistema de ciencia y técnica. El gobierno de Milei no se propone crear un sistema de investigación más volcado a promover aplicaciones prácticas o quiere imponer un cambio de énfasis en la relación entre las llamadas ciencias básicas y las aplicadas o entre investigación y sector privado. Lo que está haciendo es trabajar para hundir el sistema de ciencia y técnica.

En las actuales condiciones de asfixia presupuestaria, el proyecto científico argentino en su conjunto se encamina hacia la muerte por inanición. Si el gobierno no corrige el rumbo, el daño será muy difícil de reparar, al menos en el horizonte temporal de nuestras vidas. Es el mayor reto que la ciencia argentina enfrenta en la era democrática inaugurada en 1983, y quizás en toda su historia.

EQUILIBRIO FISCAL A CUALQUIER COSTO

Javier Milei y el ministro Luis Caputo.

Suele afirmarse que un sistema de ciencia y técnica potente es fundamental para promover el crecimiento económico, dotar de mayor complejidad al tejido productivo y elevar la calidad de vida de la población. Promoción de la investigación científica de calidad y desarrollo son dos caras de la misma moneda.

Este razonamiento no conmueve a la Casa Rosada. Milei se aferra al argumento de que llegó al poder con un mandado muy explícito: equilibrio fiscal a cualquier costo (incluso si eso significa apartarse de las ideas libertarias por las que siente tanto aprecio) porque esa es la condición necesaria para que la maltrecha y entumecida economía argentina vuelva a crecer luego de más de una década de estancamiento. Una Argentina con más mercado y menos estado es el camino que nos devolverá la prosperidad perdida. En este proyecto y dadas las restricciones actuales, la inversión en ciencia está de más.

Para avanzar por esta senda, Milei dice inspirarse en Carlos Menem, el único líder político del siglo XX que merece un lugar en su galería de patriotas. Su admiración por Menem es conocida, y recientemente la ha vuelto a manifestar en la ceremonia de inauguración del busto del riojano en el Hall de Honor de la Casa Rosada. “Menem fue el mejor presidente de la historia argentina”, declaró en esa ocasión. Menem es su gran héroe modernizador, el que trabajó más y mejor que nadie para reconciliar al país con la economía de mercado, y el que por una década hizo del justicialismo un exitoso partido pro-capitalista. Teniendo en cuenta la centralidad de esta figura en el panteón que nuestro presidente idolatra, vale la pena volver sobre la manera en que Menem enfocó la cuestión científica durante su paso por el poder.

Una Argentina con más mercado y menos estado es el camino que nos devolverá la prosperidad perdida. En este proyecto y dadas las restricciones actuales, la inversión en ciencia está de más.

LOS NOVENTA Y LA CIENCIA

Para introducirnos en esta tarea es preciso comenzar despejando un equívoco. La visión predominante sobre la política científica de Menem está asociada a un episodio lamentable protagonizado por su ministro de economía, Domingo Cavallo. En 1994, en una entrevista periodística, la socióloga Susana Torrado, una reconocida investigadora del CONICET, dio a conocer estimaciones sobre la evolución del empleo que revelaban un fuerte aumento de la desocupación. Visto en perspectiva, era el inicio de una nueva etapa en la vida argentina en la que el crecimiento económico ya no sería acompañado por un aumento paralelo de la creación de puestos de trabajo.

Comenzaba el tiempo del desempleo estructural, que desde entonces nos acompaña como la sombra al cuerpo. Pero lo que entonces fue una verdadera novedad y también una gran decepción, irritó al volcánico Cavallo, que mandó a Torrado a “lavar los platos”. Ese comentario despectivo y misógino indignó a vastos sectores de la comunidad científica y provocó un escándalo que de tanto en tanto es evocado en nuestra vida pública.

El episodio mantiene su actualidad porque condensa, para muchos, el desprecio del peronismo convertido al credo neoliberal por la investigación científica. Sin embargo, no siempre se recuerda que, más tarde, Cavallo pidió disculpas por su gesto destemplado. Pero mucho más importante es tener presente que este episodio constituye un espejismo que, recreado una y otra vez en narraciones de la historia de la ciencia de impronta nacional-popular, nos impide calibrar bien qué sucedió en esos años. Porque lejos de degradar y desfinanciar a la actividad científica, el gobierno de Menem la promovió. Y mucho de lo bueno que hoy está en riesgo se lo debemos a las políticas delineadas en esos años, que deben concebirse como parte de una historia más larga de esfuerzos de la sociedad argentina por construir un sistema de ciencia y técnica capaz de dar respuesta a los desafíos del desarrollo.

En efecto, instituciones fundamentales del sistema de ciencia y técnica que hoy están siendo destruidas fueron puestas en pie durante la presidencia de Menem. El legado más perdurable del gobierno de Raúl Alfonsín en este campo se refiere a la democratización de las instituciones de ciencia y técnica y la renovación de su plantel de investigadores. Las puertas se abrieron para quienes habían sido marginados y en muchos casos forzados al exilio durante la dictadura militar de 1976-83.

En medio de las duras restricciones presupuestarias que enfrentó el primer gobierno de la democracia y que continuaron en los primeros años de la década de 1990, el sistema de ciencia y técnica no experimentó transformaciones de fondo. Pero una vez que el escenario de crisis macroeconómica y fiscal con el que Menem se encontró cuando llegó al poder fue quedando atrás, el control del sistema cayó en manos de funcionarios más competentes que los designados en 1989, el cuadro comenzó a cambiar, y en el curso de su segunda presidencia un nuevo panorama cobró forma.

DEL BELLO 

Juan Carlos del Bello, pilar fundamental de la política científica menemista.

El edificio construido en esos años tuvo cuatro columnas principales. La primera fue la puesta en marcha en 1993, del Programa de Incentivos a Docentes Investigadores de las universidades nacionales, que apuntaba a mejorar las remuneraciones de los docentes que realizaban investigación científica y a jerarquizar la producción científica. Actividad muy poco valorada en un sistema universitario con clara orientación hacia la función docente. En esos años, además, los programas de formación de posgrado se volvieron parte integrante de la oferta académica de la mayor parte de las universidades nacionales.

En 1996, a instancias de Juan Carlos del Bello, el principal arquitecto de la política de ciencia y técnica del gobierno de Menem, se creó la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria, con el fin de promover la mejora de la calidad de la enseñanza en las casas de estudio. Con la CONEAU, en su momento muy resistida por la comunidad docente, se introdujo por primera vez la cultura de la evaluación externa en las instituciones universitarias.

La CONEAU estimuló, entre otras cosas, la incorporación de investigadores de tiempo completo en el plantel de las universidades nacionales.

Al año siguiente nació, también gracias a del Bello, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que hoy conocemos como Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la innovación (I+D+i). Desde entonces, la Agencia se convirtió en el principal financiador de investigación científica en nuestro país, volcando importantes recursos, en concursos abiertos y competitivos, para promover la investigación de calidad. La institución que en estos días ingresó en estado de coma tuvo al prestigioso físico Mario Mariscotti como su primer presidente.

Resulta inexacto afirmar que durante esos años el CONICET fue objeto de una particular hostilidad. Es cierto que la criatura de Bernardo Houssay no estuvo en el centro de las preocupaciones de la política del gobierno, que puso más énfasis y más recursos en promover la investigación en la universidad. Pero la tasa de crecimiento del plantel de investigadores del CONICET rondó el 3% anual, esto es, una cifra algo inferior a la del quinquenio anterior y algo superior al del quinquenio posterior.

Las bases del sistema de ciencia y técnica que hoy están siendo destruidas fueron puestas en pie durante la presidencia de Menem. El legado más perdurable del gobierno de Raúl Alfonsín en este campo se refiere a la democratización de las instituciones de ciencia y técnica y la renovación de su plantel de investigadores.

ETAPA DE CRECIMIENTO

La gran expansión del CONICET vendría más tarde, durante los años de sostenida expansión presupuestaria impulsada por Néstor y sobre todo por Cristina Kirchner, que además vinieron acompañados de un mayor reconocimiento de la importancia de la actividad. Fue entonces cuando se produjo un muy veloz incremento tanto del número de becas ofrecidas como de la planta de investigadores y de los recursos destinados a financiar la investigación en menor medida.

Para evaluar mejor el significado de esta expansión hay que señalar que incluso en esa edad de oro de la inversión en el sector el presupuesto de ciencia y técnica estuvo lejos de alcanzar los niveles deseables: tocó su techo en 2013, cuando representó el 1,55% del presupuesto nacional y el 0,34 % del producto bruto, muy lejos de los niveles que se observan en los países desarrollados, donde la inversión en este terreno suele superar el 2% del producto. La idea de que esa fue una edad dorada también deber ser calificada por otro dato, tal vez más desalentador: entre 2013 y 2015, cuando la inversión en ciencia y técnica alcanzó sus máximos históricos con cerca del 0,35% del producto bruto, el gasto en subsidios se instaló por encima del 3,5 % y en 2014 llegó a superar el 4 % del producto. Esto significa que, en esos años de abundancia, la Argentina gastó diez veces más en subsidios al consumo –con un claro sesgo pro-rico–, que en invertir en ciencia.

Pero volvamos atrás en nuestro relato. En lugar de apostar a la expansión del CONICET, y por razones en parte descaradamente pragmáticas, en la década de 1990, el gobierno del peronismo pro-mercado promovió la creación de nuevas universidades que le iban a resultar políticamente más afines, sobre todo las nacidas en un territorio tan justicialista como el conurbano bonaerense (Quilmes, San Martín, Tres de Febrero, Sarmiento, entre otras).

Pese a este nada sorprendente pecado de origen, las nuevas casas de estudio nacieron con un perfil de investigación más acusado y un mayor número de profesores de tiempo completo que el predominante en las grandes universidades dominadas por grupos afines al radicalismo (Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Tucumán, Rosario) que hasta entonces hegemonizaban el panorama de la educación superior.

En la década de 1990, en muchos ámbitos de la vida argentina, la norma fue la retirada del Estado federal y los resultados, en muchos terrenos, como la educación primaria y secundaria, distaron de ser positivos. Visto en perspectiva, la combinación de cambio tecnológico y mercados más flexibles acompañada por un alza del desempleo y escasa preocupación por el desarrollo de redes de protección social produjeron grandes daños y terminaron restándole legitimidad social al giro hacia el mercado.

Pero en la esfera de la educación superior y la producción científica y tecnológica, el Estado recorrió, con bastante éxito, un camino distinto. En esos años se crearon nuevas casas de estudio e instituciones de investigación, aumentaron los recursos destinados a esta función y, sobre todo, se pusieron en marcha iniciativas de reforma del sistema de ciencia y técnica de gran envergadura, dirigidas a volverlo más dinámico y potente.

SIGLO XXI

La galardonada investigadora del CONICET Raquel Chan.

Desde entonces mucha agua ha corrido bajo los puentes. No todas las iniciativas desplegadas en esos años fructificaron. En el curso del último cuarto de siglo, nuestra ciencia atravesó momentos de holgura y otros de estrechez presupuestaria. Tuvo desarrollos muy valiosos y capítulos luminosos que a veces asociamos con nombres propios, como los de Gabriel Rabinovich (revelador de que no todo el talento científico surge de Buenos Aires) y Raquel Chan (revelador del papel central que están adquiriendo las mujeres en la actividad científica).

Tuvo también episodios que nos avergüenzan y por los que hoy los investigadores seguimos pagando un alto precio en términos de reputación y legitimidad como el silencio cómplice de las autoridades del área y de muchos científicos ante la falsificación de la información producida por el INDEC durante los años 2007-2015, una actitud reprochable porque la información estadística de calidad, además de un bien público que debe ser protegido y preservado, constituye la materia prima con la que se realizan muchas investigaciones en ciencias sociales, no pocas de ellas financiadas con recursos públicos.

En cualquier caso, en las últimas dos décadas hubo importantes novedades (la más importante, sin duda, la ya mencionada expansión del CONICET, que relegó a las universidades a un papel menor en el panorama de la investigación y en la definición de sus prioridades) pero no cambios estructurales al cuadro bosquejado más arriba. Y esto es así porque la ciencia es un proyecto de largo plazo, que debe trascender a los gobiernos y sus ambiciones refundacionales.

Esto significa que el sistema de ciencia y técnica que Milei hoy está destruyendo es, en alguna medida, y junto a esfuerzos más recientes, también un hijo directo de las reformas diseñadas en la década de 1990, que fueron las más ambiciosas y las mejor diseñadas desde la creación del CONICET en la década de 1950. Y fueron las mejor concebidas no sólo por la calidad intelectual y el profesionalismo de quienes las impulsaron (muy superior a las de los incompetentes funcionarios que hoy ocupan sus lugares), sino también porque el equipo que asesoró al presidente Menem en este campo tenía muy claro que, cualquiera sea la particular combinación de mercado y estado que preside una estrategia de desarrollo, la ciencia tiene que ser uno de sus pilares. Sería bueno que, en homenaje a su gran héroe, Milei pudiera aprender esta valiosa lección. Destruir el sistema de sistema de ciencia y técnica, lejos de servir para castigar la memoria o el legado de la etapa abierta en 2003, dañará un proyecto mucho más antiguo y más valioso, producto del esfuerzo colectivo de varias generaciones de argentinos.

Nuestro país está cambiando. Ha sido castigado por años de alta inflación y nulo estancamiento, y dañado por el incremento de la pobreza, la desigualdad y la incapacidad de crear empleo genuino y de calidad. A la luz de sus pobres resultados, no sorprende que la estrategia de crecimiento centrada en el cierre de la economía, los subsidios generalizados al consumo, la descontrolada expansión presupuestaria y la emisión sin respaldo que primó en las últimas dos décadas haya perdido gran parte de su atractivo.

Desde el fin del boom de las commodities a comienzos de la década de 2010, sus rendimientos han sido decrecientes y, por buenas razones, gran parte del electorado terminó por darle la espalda. País de bruscos cambios de rumbo, la Argentina hoy se lanza a una nueva experiencia, marcada por la contracción de la emisión y del gasto público, y en la que el mercado cobra gran relieve, a costa del estado, como promotor de crecimiento. Aunque cuenta con importantes apoyos, todavía es muy temprano para dictaminar si el nuevo norte puede ser social y políticamente sustentable y si tendrá la capacidad de producir más crecimiento y bienestar que el ciclo que se cierra ante nuestros ojos.

El sistema de ciencia y técnica que Milei hoy está destruyendo es hijo directo de las reformas diseñadas en la década de 1990, que fueron las más ambiciosas y las mejor diseñadas desde la creación del CONICET en la década de 1950.

MODERNIZAR EL ESTADO

Pero una cosa es segura: para avanzar por este camino, nuestro país necesita, además de una macroeconomía ordenada y mercados más competitivos, reformas que democraticen y mejoren el funcionamiento de sus mercados y contribuyan a impulsar el crecimiento con equidad. Esto significa que, también ahora, es imprescindible promover la modernización de las empresas, mejorar la articulación entre sector público y sector privado y, más que debilitar, fortalecer las capacidades del estado.

Argentina tal vez ya no necesite preservar oligopolios, privilegios sectoriales y cotos de caza como ese emblema del capitalismo de amigos que es el subrégimen industrial de Tierra del Fuego, pero sí continuará requiriendo no menos sino más bienes públicos de calidad. Y esto significa, entre muchas otras cosas, que para avanzar hacia el desarrollo seguirá requiriendo más y mejor ciencia.

Ojalá los nuevos gobernantes de este país en declinación puedan advertir que, para insuflarle dinamismo al capitalismo nacional, más que el ideal de un mercado desprovisto de instituciones que semeja al del siglo XIX, deben trabajar para construir una organización productiva más compleja y dinámica, y más propensa a promover la innovación, que se apoye en la enorme capacidad de la actividad científica para promover el cambio productivo y mejorar la calidad de la vida humana. Ojalá los responsables de fijar el nuevo rumbo lo adviertan pronto y se decidan a revertir las desacertadas políticas de ciencia y técnica que han venido desplegando desde su arribo a la Casa Rosada. A la luz de la historia que hemos narrado, no sólo los que hicieron contribuciones importantes en las últimas décadas, sino incluso el ex presidente Menem, de estar vivo, podría agradecérselos. El tiempo corre, y cada día que pasa el daño es mayor y más difícil de reparar.

Ariel Williams: «Escribir literatura era una forma de vivir más de una vida»

Ariel Williams: «Escribir literatura era una forma de vivir más de una vida»

Ariel Williams ya es un poeta y escritor consumado, con una prolífica obra a sus espaldas. «Cómo se inventa una orfandad» (Miño y Dávila, 2024) es la antología que condensa esa trayectoria y sobre la que conversó con Fabián Herrero. 

El poeta Ariel Williams.

La editorial Miño y Dávila viene publicando una colección denominada Estaciones, donde se editan antología de poetas que tienen ya una obra consolidada. Mario Arteca, Roxana Páez y Teresa Arijón forman parte de los primeros títulos. El último, Cómo se inventa una orfandad (2024), es el del poeta-atleta (maratonista), Ariel Willams, nacido en Trelew en 1967. Ariel estudió Letras en la UBA, trabaja como docente y actualmente vive en Puerto Madryn. Ha publicado numerosos libros de poesía y narrativa, entre los que se pueden destacar, Conurbano sur (2005), Los fronterantes (2008), Daier Chango (2010), Discurso del contador de gusanos (2011), El cementerio de cigarrillos (2012), La risa huérfana (2016), La Era de Paso de Caballo (2021). Sobre su último volumen gira la entrevista que realizamos para La Vanguardia.

Ariel, para comenzar me gustaría preguntarte sobre cómo percibís tu nuevo libro Cómo se inventa una orfandad. Me refiero, por un lado, respecto a tus volúmenes publicados hasta aquí, y, por otro lado, con relación a los otros autores de esta colección.

Para mí, la edición de Cómo se inventa una orfandad marca un momento importante en la historia personal de mi escritura y de las publicaciones de mis libros. En principio, porque siento que esta antología es como una primera mirada hacia atrás, hacia el trabajo de toda una vida (exactamente, treinta años, ya que el escribí Viaje al anverso, el primer libro que publiqué, en 1994); es una especie de balance que me permite, una vez reunido todo lo publicado, preguntarme: “Bueno, ¿y ahora cómo sigo?”. Creo que hasta este año no había pensado en esos términos, y el hecho de tener la antología, de alguna manera, me pone ante el producto material o el resumen material del trabajo realizado: es como una especie de reloj que marca un antes y un después. Y me entusiasma esa pregunta: “¿Y ahora cómo sigo?”.

Por otro lado, el hecho de que Cómo se inventa una orfandad haya sido publicada en una colección como Estaciones, donde ya han aparecido antologías de excelentes poetas, como Mario Arteca, Roxana Páez y Teresa Arijón, es para mí un honor. Y más, considerando a quienes dirigen la colección; dos poetas queridos y admirados: Carlos Battilana, a quien conozco desde que cursábamos la carrera de Letras en la UBA, y Mario Nosotti, a quien recién pude conocer personalmente este año.

 Tu escritura no solo pasa por la poesía sino también por la narrativa, ¿En tu tarea de escritor reconocés maestros o referentes? ¿Con qué poetas te sentís hermanado en la poesía?

Sí, por supuesto que, en la formación de la propia escritura, tienen un lugar muy importante determinadas experiencias de lectura y ciertos autores que, ya sea de manera temporal o de manera permanente, se convierten en referentes y modelos. En mi caso, hay poetas y narradores que me han marcado para siempre: Mark Twain, Kafka, Vallejo, Gelman, Trakl, Rimbaud, Mallarmé, Di Giorgio, Girondo, Neruda, Faulkner, Mansfield, Goethe, por nombrar algunos. Hay escritores que son importantes en algún momento de la vida o de la escritura, ya sea porque brindan una determinada experiencia o porque de ellos se puede aprender alguna cuestión técnica o estilística (uno halla en ellos la solución a un problema de escritura que estaba enfrentando, por ejemplo). Me ha sucedido esto innumerables veces, y en ciertos casos han dejado también una impronta indeleble: por ejemplo, César Bruto (Carlos Warnes), en cuya obra encontré una búsqueda de lenguaje que fue fundamental durante la redacción de Conurbano sur, o Truman Capote, principalmente con su libro Un árbol de noche, en el cual encontré un estilo, un tono que yo estaba intentando configurar para los cuentos que escribía a principios de los años `90, y que me era muy difícil de elaborar.

«Hay escritores que son importantes en algún momento de la vida o de la escritura, ya sea porque brindan una determinada experiencia o porque de ellos se puede aprender alguna cuestión técnica o estilística (uno halla en ellos la solución a un problema de escritura que estaba enfrentando, por ejemplo)».

Quisiera que nos expliques cómo se desarrolló tu vida literaria entre fines de los 1980 y la década de 1990. ¿Qué relación mantuviste con otros poetas? ¿Con quién te veías? ¿Qué hablabas con ellos? Por otro lado, ¿Qué revistas leías y qué cosas te interesaban?

A fines de los ´80 (más precisamente, en 1988) empecé a cursar la carrera de Letras en la UBA. Para mí fue una especie de revolución interior, porque, como buen provinciano de Trelew (Chubut), había tenido contacto con la literatura de manera bastante limitada: en relación con los gustos poéticos de mi padre (quien me introdujo en la lectura de Almafuerte, Neruda y Dylan Thomas), en el estímulo de mi madre, que nos había asociado a mis hermanos y a mí a Biblioteca Popular Agustín Álvarez y siempre nos incitaba a leer, en las lecturas de la escuela, en las conversaciones con mis hermanos o con algún amigo sobre lo que leíamos, y no mucho más que eso, y entonces de golpe entré en un mundo en el que todo el tiempo se hablaba y se escribía sobre literatura. Conocí en la Facultad de Letras autores de los que no había oído hablar, y que me dieron vuelta la cabeza (Vallejo, Girondo, Thénon, Mallarmé, entre los poetas; Kafka, Flaubert, Goethe, Mansfield, Guimarâes Rosa, entre los narradores, y muchos más, por supuesto). Ese estímulo fue enormemente productivo porque hasta entonces yo había escrito algunas cosas, pero sin realizar un trabajo sistemático.

Y hubo también un hecho que fue decisivo para mí: en marzo de 1988 falleció Juan José García, un amigo (compañero de atletismo en la adolescencia trelewense), atropellado por un colectivo en CABA. Esto ocurrió pocos días antes de mi cumpleaños, y en pocos días más yo ya estaba en Buenos Aires, comenzando la cursada de Letras. La muerte de Juan José fue un golpe tremendo, no solo por la pérdida que significó, sino también porque tomé conciencia de que a mí me podía pasar lo mismo en cualquier momento, de que la vida no estaba asegurada nunca para nadie, y entonces tenía que ponerme a trabajar seriamente en mi sueño de ser escritor. Y también porque, de alguna manera, mi cabeza decidió hacerse cargo de la vida que mi amigo ya no iba a poder vivir. Y la forma que encontré de llevar adelante esa decisión fue la literatura: fue entonces que me tomé realmente en serio la escritura y empecé a trabajar de manera constante en busca de un estilo y un mundo poético – narrativo propios. De alguna manera, escribir literatura, imaginar y crear mundos era una forma de vivir más de una vida y, entonces, de suplir lo que mi amigo no había podido vivir. Sé que así me puse sobre la espalda una carga muy pesada; pero también siento que esa decisión me sostuvo y me obligó a trabajar cuando me agarraba la vagancia o cuando me sentía desganado.

En la cursada de Letras me fui haciendo un grupo de amigos, varios de los cuales también escribían. A veces participábamos en reuniones del taller literario que organizaba el Centro de Estudiantes y allí se leía y se discutía muy fuerte. Recuerdo que a veces había algunos encontronazos serios, como una vez que un poeta nos leyó varios de sus poemas y se los criticamos duramente. El poeta no soportó las críticas, así que empezó a gritarnos que lo que él estaba haciendo era muy importante, y nos insultaba. El asunto casi pasó a las manos: su novia se lo tuvo que llevar medio a la rastra. Con aquellos amigos, cursamos juntos muchas materias y de a poco surgió el proyecto de hacer una revista. No tanto tiempo después se materializó: fue la revista El perseguidor, cuyo director y editor era Diego Viniarski. Pero duré poco como miembro del staff (de hecho, solo el primer número): había muchas diferencias de criterio y, para conservar la amistad con Diego, decidí renunciar. De todos modos, seguí publicando allí algunas pocas cosas.

En 1991, si no me equivoco, participé en la Bienal de Arte Joven, y ahí se me abrió otro círculo: el de quienes escribían pero no estudiaban Letras. Compartí con ellos unos pocos años que fueron muy importantes para mí. Después nos fue distanciando la vida y hoy en día no sé nada de ellos. Una de las chicas que formaban parte de ese grupo de la Bienal era Marilyn Briante, una gran poeta que, lamentablemente, por lo que sé, dejó de frecuentar los círculos literarios y no publicó nada, después.

Cuando terminé la carrera de Letras me quedé viviendo y trabajando en CABA unos años más; pero fui dejando de ver tan frecuentemente a los amigos de Letras. Sí salía casi todos los fines de semana, pero con mi hermano y un grupo de amigos que no tenían nada que ver con la escritura. Empecé a llevar una vida más bien solitaria desde el punto de vista literario. No participé en la movida poética de los ’90, no asistía a los cafés literarios, iba a muy pocas presentaciones de libros, aunque asistí a varios recitales de poesía organizados por La Voz del Erizo (un grupo de poesía nucleado en torno a Delfina Muschietti). Sí leía a veces el Diario de Poesía, recuerdo haber leído también un número de 18 Whiskys, algunos de Último reino y otras revistas que circulaban en esa época. Pero yo estaba muy aislado, ni siquiera sabía que había un movimiento poético que iba a ser tan importante como el que se conoce con el nombre de “poesía de los ‘90”. Recién me enteré de todo eso y lo dimensioné a principios del 2000, cuando, ya viviendo en Puerto Madryn, entré en contacto con la gente de la revista y editorial Vox y con la gente de editorial Siesta. Pero en Buenos Aires, en esos años que pasé trabajando como docente allí (entre principios del ’93 y principios del ’98), no hablaba de literatura con casi nadie, participaba en muy pocas actividades literarias. Paradójicamente, tenía interlocutores en Trelew: allí había conocido a Marcelo Eckhardt y a Jorge Spíndola y los veía en el verano, cuando visitaba a mis padres, y con ellos empecé a darme cuenta de que también era posible escribir y editar en la Patagonia. Pero en CABA estaba muy aislado. Sí me dedicaba a escribir, en el tiempo que me dejaba el trabajo de docente. Y escribí mucho. Fue en esos años que terminé el primer libro que publiqué: Viaje al anverso (editado por Marcelo Eckhardt en Ediciones del Desierto), y también fue en esos años que inicié el proceso de trabajo de cuatro años que desembocaría en el libro Conurbano sur (durante el cual escribí un libro anterior, que fue como una experiencia previa y quedó inédito: Cielorraso & Compañía).

 

Publicaste en distintas editoriales, ¿Cómo fue tu relación con ellas?

Sí, publiqué libros de poesía en varias editoriales distintas: Ediciones del Desierto (Trelew), Terraza Libros (CABA), Editorial Limón (Neuquén), El Suri Porfiado (CABA), Hilos Editora (CABA), Espacio Hudson (Rada Tilly) y Miño & Dávila (CABA). También publiqué novelas en Editorial Jornada (Trelew), Editorial Raíz de Dos (Córdoba) y Espacio Hudson (Rada Tilly). La relación con las editoriales siempre ha sido excelente (muchas de ellas, además, son o eran de amigos escritores, de modo que ya había una cercanía muy grande).

Una experiencia muy importante para mí fue el proceso de edición de mi novela El cementerio de cigarrillos, en Editorial Raíz de Dos. La idea de esta novela se me había ocurrido en la adolescencia, pero recién pude terminarla a los 42 años (sufrí un larguísimo bloqueo en relación con la escritura de novelas: la primera que pude terminar de escribir, en 2006, a los 39 años fue Daier Chango, que fue publicada en 2010 por Editorial Jornada). Cuando ya tenía escrita El cementerio de cigarrillos y estaba archivada hasta que pudiera ver cómo editarla, el escritor cordobés Federico Racca me invitó a enviarle un cuento para la antología Elecciones, que publicó Editorial Raíz de Dos en 2011. Envié el cuento “La política de Alí” y fue aceptado. A uno de los editores, Jorge Cuadrado, le gustó mucho mi cuento y me preguntó si tenía una novela para publicar. Le dije que sí y le propuse El cementerio de cigarrillos, que fue publicada en 2012 por Raíz de Dos. En el proceso de edición, Jorge Cuadrado la leyó con gran atención y me hizo una devolución muy detallada y profunda, con críticas y sugerencias. Me dijo que, aunque yo dejara el texto como estaba, sin tomar en cuenta lo que él me decía, publicaba el libro igual. Pero, para mí, sus críticas y sugerencias fueron de una riqueza extraordinaria, creo que El cementerio de cigarrillos mejoró con ellas y yo aprendí mucho. Nunca había vivido la experiencia de que un editor me hiciera una devolución relacionada con el texto que se iba a editar; fue un momento de aprendizaje.

En la entrevista con Marcelo Díaz, señalás que escribís libros y no poemas. ¿Podés contarnos cómo se da ese proceso?

Desde que me tomé en serio el proyecto de ser escritor, en el año 1988, como ya dije, al escribir poesía siempre elaboraba series de poemas, nunca poemas sueltos y aislados. Creo que ya en esa época sentía la necesidad construir mundos a través de la poesía, y para eso no me bastaba con un solo poema. Con el tiempo, fui descubriendo que, de alguna manera, había allí una opción poética básica que para mí tenía mucha importancia; se trataba de dos maneras distintas de trabajar: escribir poemarios o libros-proyecto. Son dos modos de trabajo diferentes. Hay quienes escriben poemas aislados, a los que van elaborando de a uno, sin un proyecto previo de libro que los integre ni los atraviese. Los poemas van surgiendo al azar de las vivencias, los diálogos, las reflexiones, las lecturas. Cuando publican un libro, lo que hacen es recopilar los poemas que han ido escribiendo durante un tiempo, de manera que este constituye más bien una antología de una época de su escritura. Por supuesto que esas compilaciones de poemas, de todos modos, tienen generalmente coherencia e integración, ya que los poemas responden a una visión del mundo y a una concepción de la poesía. Quienes escriben libros-proyecto, en cambio, en el momento de empezar, ya lo hacen con un libro como horizonte de trabajo, y lo primero, en la etapa inicial, es salir en busca de un mundo y un lenguaje. Para eso elaboran series de poemas. El proceso puede llevar mucho tiempo, años, y puede resultar estéril o trunco. A veces surge una primera tirada de poemas que parecen una promesa de un mundo-lenguaje, pero que queda allí, en ese comienzo no realizado.

Doy algunos ejemplos de estas dos maneras de trabajar: Bukowski escribía poemarios y, desde mi punto de vista, Szymborska también; Rilke, en general, escribía libros-proyecto. Por supuesto que a menudo sucede que los poetas alternan estas modalidades: si pensamos en Neruda, Estravagario es claramente un poemario, pero Canto general fue escrito desde el inicio con un horizonte de libro como concepto unitario. Un caso ambiguo es el del libro de las Odas de Horacio: cada oda parece responder, en su escritura, en su estilo y temática, a la modalidad del poema suelto: una ocasión, una vivencia, una reflexión disparan la escritura de un poema que dará cuenta de ellas; pero cuando se piensa en el conjunto es evidente que se trata de un libro proyectado como tal, sobre todo si se considera la oda que cierra el libro III, que empieza: “Erigí un monumento más perenne que el bronce”. Allí se ve que existe la conciencia de un proyecto unitario. Como se diría en el ámbito musical, se trata de una obra conceptual.

Debo hacer algunas aclaraciones con respecto a esta clasificación de los modos de trabajo: primero, que no hay en ella una valoración positiva o negativa: tanto quienes escriben poemarios como los que escriben libros-proyecto producen obras extraordinarias y riquísimas; segundo, que no se trata de una tipificación mecánica: como ya dije, un poeta de poemarios puede escribir libros pensados como proyectos desde el principio, así como puede suceder también que un poeta de libros-proyecto escriba poemarios; tercero, alguien que escriba un poemario elabora también poéticas coherentes e incluso, en su proceso de escritura de poemas aislados, puede desembocar en la construcción de mundos poéticos: el proceso de escritura no es nunca mecánico, siempre es muy complejo y dialéctico. Y las clasificaciones creo que sirven como guía de lectura y de trabajo, pero no conviene nunca volverlas absolutas.

«Hay quienes escriben poemas aislados, a los que van elaborando de a uno, sin un proyecto previo de libro que los integre ni los atraviese. Quienes escriben libros-proyecto, en cambio, en el momento de empezar, ya lo hacen con un libro como horizonte de trabajo, y lo primero, en la etapa inicial, es salir en busca de un mundo y un lenguaje. Para eso elaboran series de poemas». 

Se ha señalado en tu poesía un trabajo con el lenguaje, pienso por ejemplo en Conurbano sur, quisiera que expliques qué es lo que en realidad te interesa de ese proceso. He notado, además, que en algunos poemas hacés referencias a poemas de otros poetas, algunas más directas que otras, como el caso de Pizarnik o de Vallejo. ¿Cómo juegan esas alusiones en tu poesía?

En principio, vengo de una experiencia familiar en la que todo el tiempo se jugaba con el lenguaje: imitando hablas, generando expresiones, tonos y pronunciaciones que comenzaban como broma y terminaban permeando la conversación diaria, mezclando permanentemente vocabularios y modismos de diferentes idiomas, dialectos y sociolectos. En mi familia se vivía el lenguaje casi como un juego y una fiesta. Mi padre consultaba el diccionario de manera constante, y no solo con el fin de buscar las palabras correctas para decir algo, sino también, y más habitualmente, para enriquecer ese juego que se desplegaba en nuestra charla cotidiana. De manera que el lenguaje y sus formas, la belleza y el placer de su variabilidad infinita, estaba presente en mi vida de manera muy fuerte, y eso se ha transmitido sin duda a la experiencia poética. Por otro lado, debido a que mi trabajo de escritura se plantea siempre en el modo de libro-proyecto, una parte importante en la construcción de un mundo poético es la configuración de un lenguaje que sea el par de ese mundo poético; y así, al encarar un libro-proyecto, mi trabajo inicial es la creación de su mundo-lenguaje. Conurbano sur es el ejemplo extremo de todo ello.

Esto no quiere decir que no ame otro tipo de poéticas; en realidad amo todas las poéticas. Puedo leer todos los tipos de poesía y disfrutarlos, y de hecho cada uno de ellos me brinda experiencias muy ricas y me produce deseos de escribir (y por qué no, de imitar). Lo escrito por otros, lo leído, permea constantemente lo que escribo; para mí, la lectura es una parte esencial de la escritura y viceversa, y por eso las citas, las alusiones, los pequeños plagios que todo escritor hace, los homenajes, todo ese juego de espejos y diálogos que es la literatura aparece en mis textos. Vivo también a la literatura, así como la conversación familiar, como una especie de juego. La idea de que las palabras y el lenguaje están marcados, de que traen las huellas del uso de los otros, me gusta mucho, y por eso todo lo leído, las marcas que los textos dejan en mí, los estilos, los hallazgos de otros escritores son incorporados y retrabajados en lo que yo escribo.

¿Qué poetas leés hoy y por qué?

Bueno, leo mucho a los poetas que son más cercanos geográficamente (de Madryn, Trelew, Comodoro y Esquel, principalmente, y también de otras ciudades de la Patagonia), porque estamos en contacto permanente: nos vemos en ferias de libros, encuentros de escritores, presentaciones, recitales y cafés literarios, asados, etc., y entonces el trabajo de cada uno está muy presente para los otros. Puede decirse que hemos crecido y nos hemos formado juntos y lo seguimos haciendo. También leo los poemas que los amigos de Facebook e Instagram publican diariamente: allí hay un diálogo muy interesante, así como debates y discusiones apasionadas, también, que me gusta mucho seguir. Me atrae mucho la gente pasional y vehemente.

Con respecto a la obra de los poetas de otras partes del país, el acercamiento es bastante más esporádico, por la lejanía, por la dificultad de conseguir los libros que se publican en todas las provincias, etc. Hay gente muy querida a cuya obra accedo siempre porque o bien los veo cada tanto o bien nos enviamos los libros que vamos publicando, como Claudia Prado, Carlos Battilana, Osvaldo Aguirre, Omar Chauvié, Marcelo Díaz, etc.

Y por último, siempre vuelvo a los libros de aquellos grandes poetas que, en distintas épocas de la vida, han dejado huella en mí y cuya obra me sigue conmoviendo: Gelman, Trakl, Vallejo, Di Giorgio, Rilke, Pessoa, Rimbaud, los herméticos italianos, Saint-John Perse, por decir algunos nombres.

¿Por qué los leo? Porque amo la poesía y porque escribir no se puede sin leer.

Queremos tanto a Dora

Queremos tanto a Dora

Dora, de Ignacio Minaverry, es uno de los personajes más destacados de la historieta argentina de este siglo. Obra entrañable y profunda, con una mirada en el pasado que resuena en el presente, esta novela gráfica nos interpela de muchos modos. 

En tiempos inciertos y poco felices, ha sido una grata noticia la publicación de la muy necesaria recopilación y reedición de los capítulos iniciales de Dora, descatalogados hacía varios años, y la salida de un libro nuevo (Hotel de las Ideas, 2023 y 2024). Y yo quisiera empezar esta nota con una corroboración simple pero que creo evidente: Dora, de Ignacio Minaverry, es muy probablemente el mejor personaje que haya nacido del seno de la historieta argentina en lo que va de este problemático y febril siglo XXI.

No me gusta pecar de grandilocuente pero esta vez estoy confiado de no hacerlo por dos cosas. Primero, porque hay un consenso más o menos establecido al respecto, que se puede comprobar en premios, notas periodísticas y al charlar con cualquier historietista, editor, periodista especializado o divulgador de historieta argentina. Pero al mismo tiempo, y sin contradicción con lo anterior, Dora debe ser uno de los poquísimos personajes aparecidos en el entramado creativo e industrial precario y periférico que todavía insistimos en llamar “historieta argentina”. Es decir: no solo me ampara la opinión de otras personas mucho más reputadas y valorables que yo, también me ampara la estadística.

Nuestra historieta nacional tiene una historia larguísima y muy influyente que acaso nos hemos acostumbrado a infravalorar: hubo un potente entramado editorial durante buena parte del siglo pasado que acogió y formó a próceres del noveno arte como Rene Goscinny (guionista de Astérix y Lucky Luke) o Hugo Pratt (autor del Corto Maltés), que marcó la carrera de otros creadores dentro de mercados fuertes y endogámcos, como Frank Miller (autor de Sin City), y que sigue formando y exportando artistas completos y muy valorados, como José Muñoz, Lucas Varela, Sole Otero o el mismísimo Ignacio Minaverry, autor integral de Dora.

Dora, de Ignacio Minaverry, es muy probablemente el mejor personaje que haya nacido del seno de la historieta argentina en lo que va de este problemático y febril siglo XXI.

Sin embargo, los pormenores de todo lo que sea “industria argentina” está atado, como cualquiera puede suponer, a la suerte que le depare cualesquiera de las crisis recurrentes de nuestra rica historia de crisis recurrentes, sobre todo en el último tramo del siglo XX y lo que va de éste, de manera que esa industria que supo tener otro vigor, por estos años ha atravesado por un proceso de resurgimiento y transformación.

La historieta argentina, entonces, exhibe con su intensidad particular dinámicas que se han presentado (con las probables excepciones de EEUU y Japón) a su manera en otros mercados: la retracción de la revista (una forma de producción más bien fordista que aseguraba a los creadores la posibilidad de vivir del oficio gracias a la regularidad de un salario), la adopción del libro como formato de publicación, y como consecuencia de todo lo anterior la producción redujo su horizonte de extensión narrativa a lo que abarca el libro, cuya frecuencia de publicación es más esporádica, de manera que las condiciones de vida de los historietistas se han precarizado.

La gestación de un personaje protagónico como Mafalda, Inodoro Pereyra y hasta, con reparos, El Eternauta, encontraba condiciones de posibilidad en una forma de producción que demandaba la serialidad de sus mercancías, imponiendo la reiteración de fórmulas, de situaciones y de un set pequeño de personajes de modo de dejar siempre abierta la puerta a la posibilidad de que haya un próximo capítulo (acá es donde el Eternauta traiciona una expectativa muy abonada por la gran mayoría de las historietas que se hacían en su misma época: las continuaciones no estuvieron contempladas en su génesis). Una vez que se retrajo la revista, los personajes fueron desapareciendo.

Dora apareció por primera vez en noviembre de 2007 en una nueva aventura de ese órgano alrededor del cual se volvía a articular un nosotros en cuya heterogeneidad confluían ciertas maneras de hacer y de sentir en común la historieta argentina: la Fierro. Esta revista, cuya primera época sobrevivió a la hiper alfonsinista pero no a la apertura importadora y al empobrecimiento salarial de las mayorías trabajadoras durante el menemismo, había resucitado en 2006 en el seno del diario Página/12 y se estaba proponiendo por aquellos meses un giro deliberado en la selección de las historietas que iba a publicar: por un lado, dejaba atrás una parte importante del plantel histórico de autores de la época anterior para abrirle la puerta a creadores más jóvenes; por otro lado, promovía narraciones de aventuras de continuará, apostando al largo aliento (no obstante lo cual en todas las series se podía intuir ya desde su publicación en la revista al libro como horizonte, tensión que daba cuenta en alguna medida del estado de la industria).

El regreso de Fierro, cuya existencia casi singular (porque hubo poquísimas revistas compitiendo en el mercado) se extendió por diez años, y una suerte de pujanza industrial y creativa de la historieta argentina que encontró en esos primeros lustros del siglo XXI condiciones de producción y distribución más o menos estables, fue el caldo de cultivo para que naciera la cazadora de nazis que nos gusta.

Algo interesante que produce Dora en tanto que personaje protagónico es que su desarrollo en la ficción se da de forma tal que otros personajes se van volviendo preponderantes para el argumento con total naturalidad: ella encabeza sin eclipsar.

Dora irrumpió en la revista destacándose por la sutileza del trazo de Minaverry. Por la ocupación inteligente de la página de historieta con simulacros muy verosímiles de material archivístico integrado al relato, y también por el ingenio y la fluidez con que se resolvían narrativamente los pormenores de un argumento impecable en el manejo de la intriga y la intensidad dramática.

Sin embargo, algo que me atrae mucho son las características que constituyen a Dora y que la convierten en un personaje sumamente querible. La dinámica de los afectos que generan la historieta y su protagonista me parece un punto altísimo. En este sentido, algo interesante que produce Dora en tanto que personaje protagónico es que su desarrollo en la ficción se da de forma tal que otros personajes se van volviendo preponderantes para el argumento con total naturalidad: ella encabeza sin eclipsar. Esta dinámica también la podemos observar en otras ficciones seriales de largo aliento que se proponen sobrevivir un tiempo largo (desde las tiras como Peanuts o Mafalda hasta las sitcoms como Friends). No obstante, el detalle es que alrededor de Dora se conforma una pequeña comunidad de personajes menores (una judía, una gitana, una mestiza franco-anamita, etc), y probablemente este desarrollo de lo comunitario también sea un aspecto de absoluta relevancia para el éxito de la historieta.

El primer arco argumental deja asentadas las coordenadas tempo-espaciales de la historieta. Es 1959 y Dora Bardavid, judía sefardí de 16 años que perdió a su padre en Dora-Mittelbau, el campo de exterminio que inspiró su nombre de pila, trabaja en un archivo de las SS que está en proceso de organización, intelección y apertura después de que fuera capturado por el Departamento de Estado de los EEUU. Allí, Dora encuentra por azar al número que identificaba a su padre dentro del campo y lo fotografía, iniciando así el acopio de su propio archivo, rapiñado de a poquito. Frente a ese archivo del horror más rotundo que haya producido el ser humano en la modernidad, lo primero que emerge de manera inapelable es que los nazis no fueron malos precisamente por haber sido (como señalan algunos tontamente) «socialistas» sino por organizar, desde un poder estatal que nunca quiso contenerlos y en relación con un capital que apostó a ellos para beneficiarse, una política de exterminio sistemático y riguroso de una porción de la población a la que minorizaron y deshumanizaron. Pasado el cénit del horror y mientras Europa se reconstruye, las protagonistas de la historieta desarrollan sus vidas por entre las grietas de las ruinas causadas por una guerra cuyas heridas no cesan de producirse, como en el tiempo del trauma.

Sin embargo, a pesar de que las fechas aludidas y el detalle con que Minaverry reconstruye tanto los paisajes urbanos como la ropa o los hitos culturales europeos de la posguerra expliciten muy abiertamente que estamos en presencia de un relato “de época”, lo que se empieza a entrever, y se intensifica al correlacionar los siguientes arcos argumentales con sus contextos de publicación, es que Dora es una historieta que siempre supo ser de su tiempo. La historieta anuda varias temporalidades entre las que confluyen las experiencias traumáticas que produjeron los fascismos europeos, las del autoritarismo argentino, las experiencias migrantes y precarias de los postergados del mundo, las experiencias utopistas de la última generación que creyó probable el advenimiento de un mundo mejor, y las luchas del movimiento argentino por los DDHH.

La historieta anuda varias temporalidades entre las que confluyen las experiencias traumáticas que produjeron los fascismos europeos, las del autoritarismo argentino, las experiencias migrantes y precarias de los postergados del mundo, las experiencias utopistas de la última generación que creyó probable el advenimiento de un mundo mejor, y las luchas del movimiento argentino por los DDHH.

Esta forma anacrónica de funcionar que tiene la historieta es uno de los rasgos que le dan mayor fuerza. Pongamos en fase los dos tiempos para que se haga más explícito cómo es que se anudan a pesar de ser a primera vista heterogéneos. En 1959 la Segunda Guerra Mundial había terminado hacía tiempo, en este sentido el contexto aportado por la historieta a la temporalidad más lejana es abundante y muy documentado, apelando incluso a introducir desde el dibujo fragmentos de material de archivo de las SS que en la ficción pasan por las manos de Dora pero fundamentalmente quedan en la retina del lector reforzando un efecto de real.

Sin embargo, más allá de que el diablo está en los detalles, hay un hecho decisivo en el argumento (no voy a pedir disculpas por spoilear una historieta que tiene 15 años, pero: atención, spoiler) y es que, una vez muerto el director del archivo donde trabaja Dora, ella pierde su trabajo y se señala luego que la apertura de los documentos con el objetivo de cimentar la construcción probatoria de los juicios a los nazis naufraga un poco en la intrascendencia por las trabas burocráticas posteriores. Este es precisamente el dato que solapa el pasado con el momento de publicación de la historieta: el año 2007 fue un momento clave en los juicios de lesa humanidad a la dictadura genocida argentina y sus funcionarios, con condenas de alto perfil como la del capellán Christian Von Wernich o Miguel Etchecolatz, pero también con muchas dudas sobre la capacidad que tendría el poder ejecutivo de acompañar el proceso de memoria, verdad y justicia en vista de la desaparición de Jorge Julio López el año anterior. Toda la potencia del anacronismo se está jugando en este paralelismo para que la ficción nos impulse a reflexionar (etimológicamente: volver sobre sí, un movimiento de flexión de la mente para autoconocerse).

Un último aspecto que quisiera destacar de la historieta es que la narración no tiene al éxito como valor central, más bien todo lo contrario. En términos argumentales esto se traduce, por ejemplo, en que Dora no atrapa nunca a Eichmann ni a ningún otro oficial relevante, sólo se enfoca en hacer trabajo de hormiga en un sentido muy amplio que va desde el aporte de material probatorio para el proceso judicial al que están siendo sometidos los ex-oficiales nazis hasta la apertura de su propio archivo para reparar algo de la vida su comunidad afectiva más próxima. Dora pierde trabajos, no consigue testimonios, no logra cazar nazis y sin embargo nunca deja de intentarlo. Pero sobre todo nunca pierde de vista que su inserción en esa gran agenda de combate contra el mal radical no puede ser un obstáculo para cuidar atentamente de la gente que conforma su pequeño círculo, su red de afectos.

El filósofo y critico cultural Mark Fisher escribe en su inconclusa Comunismo Ácido que el pasado no ha ocurrido y por eso “constantemente hay que volver a narrar el pasado, y el objetivo político de los relatos reaccionarios es sofocar los potenciales que aún esperan en él, listos para ser despertados otra vez”. Puede que en Dora haya un desafío político, además de lúdico y estético, de inventarnos un pasado distante en el que tal vez nos reencontremos alguna estrategia, herramienta o afecto que se nos perdió por el camino después de todo este tiempo y de tanto relato reaccionario. La historieta todavía nos depara algunas sorpresas, porque está lejos de concluir.

Dora pierde trabajos, no consigue testimonios, no logra cazar nazis y sin embargo nunca deja de intentarlo. Pero sobre todo nunca pierde de vista que su inserción en esa gran agenda de combate contra el mal radical no puede ser un obstáculo para cuidar atentamente de la gente que conforma su pequeño círculo, su red de afectos.

Al respecto de esto último, quiero contar un episodio que todavía me saca una sonrisa cuando lo recuerdo. Dora y Odile, militante del PCR y mestiza franco-anamita, viajan a celebrar algo a la campiña en moto. La viñeta encuadra lateralmente dos autos, uno moderno y otro viejo, un escarabajo: las amigas están viendo de dónde “sacar” combustible para el viaje. Dora lleva la moto y está mirando el escarabajo, pero Odile señala el auto más nuevo y le dice “No Dora, a ese no… Sacale a este”. El festejo intensifica una característica clave: la definición de un nosotros, clave para desarrollar tácticas adecuadas para sobrevivir entre las ruinas de aquella Francia en reconstrucción, demarcado no solo por un conocimiento de quién es quién dentro de la red de afectos sino también por una cierta malicia que permite calcular estratégicamente quiénes son ellos y qué les puede resultar un verdadero perjuicio.

Tal vez sea también interesante notar que, en términos conceptuales, Dora se afirma en su ser fallida (una chica que descubre y acepta, mientras se abre paso en la vida, que lo que mueve su deseo es, como diría Jack Halberstam, un fracaso en los términos propuestos por el sistema de premios y expectativas sociales del occidente blanco y heterosexual, o al menos de ese proyecto tambaleante que llaman “Europa”) y funda su pequeña comunidad afectiva sobre eso. Sus amigas son de alguna manera personas falladas como ella y están principalmente para lo que están los grupos de amigos: no para ganar ni perder, sino para ayudarse a que sobrevivir sea no sólo posible sino también placentero.

Este es quizás el punto con el que me interesaría cerrar, enhebrando en un mismo movimiento la intensidad anacrónica que vibra en Dora, la densidad de los temas que atraviesan la trama de sus desventuras y sobre todo su ética. Me gusta pensar que leo ficción no para encontrar plenamente una verdad revelada, mística, pedagógica, trascendental (régimen de lectura al que nos quieren acostumbrar por insistencia los discursos new age: en tiempos oscuros que no ofrecen de dónde agarrarse, instrumentalizan los textos para que nos enseñen a vivir, a hacer, a habitar exitosamente el sistema), sino para toparme con indicios apenas perceptibles, como cuando vemos algo por el rabillo del ojo, de ansiedades y potencias que nos atraviesan a todos.

Y en este momento, en el que la realidad pareciera desmoronarse delante de nosotros, me da la impresión de que la lectura de una historieta como Dora tiene un doble valor indiciario al mismo tiempo que de archivo: por un lado, mirando al pasado recuerda sin matices quiénes y por qué produjeron el daño civilizatorio más aberrante e irreparable de nuestra historia, pero por otro recuerda también que, sin detrimento de las grandes agendas, la primera forma, la más práctica y alcanzable, de conjurar el espanto es reconociéndonos fallados, ocupándonos de quienes tenemos al lado y habitando amorosamente nuestra comunidad. Y así, Dora nos espera en el futuro.

Los libros que recogen las aventuras de Dora están en todas las librerías del país y son una muy buena puerta de entrada para conocer la nueva historieta argentina.